Siempre creí que
Frank Miller, el autor de los emblemáticos
Return of the Dark Knight (me gusta la traducción del título como "El regreso del caballero oscuro") y
Sin City, era un tipo por lo menos sesentón, tirándole a más, como varios de los maestros indudables del cómic. En su biografía resulta que nació en 1957, lo cual no lo convierte en un pollo, pero sí en uno de los historietistas más jóvenes que han influido en la historieta moderna: a él le tocó replantear a Batman y su universo como lo conocemos ahora, en la serie
Año Uno, de 1986, aunque originalmente se presentó como una serie autocontenida, sin relación con el canon. El aporte de Miller fue definir el perfil psicológico del hombre murciélago y sus ad láteres, y la perversa relación entre Bruce Wayne -y su monstruo enmascarado- con lo que pasa en Ciudad Gótica, psicópatas incluidos. (Se habla un poco del tema en el post
Por fin Batman.)
Cuando se anunció la película
Sin City sentí una mezcla de alegría y frustración anticipada, porque ya se sabe que las cosas del cómic pasadas al cine no siempre son lo que deben ser, y
Sin City es de lo más difícil de reproducir fuera del cómic. Para frustraciones, allí están el
Juez Dredd, que es algo muy parecido a un desperdicio de recursos; hasta cierto grado, los Batman de Tim Burton, y sin duda los prescindibles de Schumacher (
Batman inicia es otro cantar). Curiosamente,
Daredevil, con Ben Affleck, estuvo bastante bien, y no sé si sea coincidencia que uno de los principales guionistas del cómic haya sido Frank Miller.
No pude esperar el estreno de la película. Hace un par de días conseguí una copia, en resolución aceptable, por métodos alternos (ejem), con desconfianza porque no veía a Robert Rodríguez dirigiendo algo así.
El mariachi y
Desperado no son las películas que voy a ver cada tres o cuatro meses, ni
Spy Kids 2 y 3 (aunque la pasé bien con esta última).
Once upon a time in Mexico, me divirtió de lo lindo y la he visto como cinco veces, pero no auguraba automáticamente un buen destino para
Sin City. Y me alegro de que mi desconfianza fuera infundada.
Para empezar,
Sin City se convierte en un nuevo hito para el cine negro: jamás el género había llegado a tanto. (Mis principales modelos hasta ahora eran
Blood simple, de los hermanos Coen;
Deep Cover, con Laurence Fishburne y Jeff Goldblum, y algunos clásicos, como
D.O.A., en su versión de 1950. No es de despreciarse
El último boy scout, del que ya se ha hablado aquí.) Luego, se convierte en un parámetro para el cine, punto. Jamás el cine había llegado a tanto en su relación con el cómic, en su relación con el mundo, en su relación con los personajes y en su relación consigo miso. George Lucas le pegó a algo cuando bautizó como Industrial Light and Magic su empresa de efectos especiales. Eso es el cine: luz y magia (lo industrial es opcional), y Rodríguez le atinó con fuerza. No es gratuito, sin embargo, que Frank Miller aparezca como codirector de la película. Y sí me parece raro que Tarantino aparezca como director invitado: dentro de toda la psicosis que rezuma la película (los buenos sólo se diferencian de los psicópatas en que matan a pura gente mala, porque sus métodos son más o menos los mismos y sus cabezas funcionan más o menos igual), hay un buen gusto visual y en el desarrollo del guión del que Tarantino carece. Quizá un par de las escenas de descuartizamiento, que están a punto de ser excesivas; quizá más, pero Frank Miller logró neutralizar el mal gusto inherente a Tarantino. (No digo que sea malo. Digo que hay mal gusto en todo lo que hace; es su sello.) Quizá Rodríguez sienta un especial aprecio por Tarantino, por su ayuda en
Once upon a time in Mexico, y especialmente en
Desperado. No sé, y en todo caso el resultado es magnífico. Podría ponerme lírico y empezar a decir ambigüedades, como crítico cualquiera, y no me acercaría a la maravilla que es
Sin City. Mejor véanla.
Ah: las actuacines de Bruce Willis, Mickey Rourke, Elijah Wood (¡sí, Frodo como uno de los más terribles psicópatas en un mundo de psicópatas!) y Michael Madsen, de lo mejor. Personal de lujo para una película de lujo.
* * *
Otra película que vi, por casualidad y por el cable, fue la versión de
D.O.A. protagonizada en 1988 por Dennis Quaid y Meg Ryan. De la versión original se habla en
un post anterior, y sigue estando entre mis favoritas del cine negro. La nueva versión... Híjole... No sabía que existía, y es una pena no haberme quedado en la ignorancia.
Si se habla de recursos, actuaciones, lo que sea, la anterior no tiene nada que hacer con ésta. Está muy bien planteada y muy bien hecha, con los recursos adecuados. Pero eso no hace una buena película. Al final no se sabe qué pasó, porque el tipo no cae brusca y totalmente muerto frente a los policías en la última escena, sino que camina de espaldas al espectador hacia un equivalente rectangular de la luz al final del túnel.
Un problema de
esta D.O.A. tiene que ver con la definición del género negro. Para ser simples, se trata de historias que se mueven dentro del mundo del crimen, o de gente que cae en él como langosta en una sopa de res. Ese fue el planteamiento de los
padres fundadores, Dashiell Hammett y Raymond Chandler, que este último explica muy bien en el prólogo y el epílogo de
El simple arte de matar. La "nueva" versión parece un regreso a las novelas y películas en las que hay un misterio que resolver, y en las que el asesino es el asesino porque fue el único que tuvo la oportunidad de entrar en la biblioteca o porque mató a los demás y fue el único que quedó vivo, el muy estúpido. (Fue el caso.) Aghatha Christie y familia pueden llegar a ser terriblemente repetitivos, aburridos y tramposos, y hay mucho de eso aquí.
Otro problema es el planteamiento mismo: el personaje central tiene 24 horas para averiguar quién lo asesinó con un veneno radioactivo. En la versión original, uno siente el reloj sobre la cabeza del personaje, y sufre porque al pobre tipo lo traen de un lado a otro, lo tirotean, lo persiguen, le hacen de todo, y no tiene tiempo más que para resolver el crimen y entregarse a la policía. En la versión de Dennis Quaid no hay esa sensación. Hasta le alcanza el tiempo para tener un micro affair con Meg Ryan, echarse una siesta y escribirle una nota en la que le da las gracias. No es gratuito que se use la palabra
thriller para hablar del género: la angustia es consustancial a las historias del crimen. Incluso cuando no hay angustia ésta se encuentra allí, agazapada.
Y, por Dios, uno no mata a tanta gente para quedar como el autor de la novela de un escuincle de 18 o 19 años, así sea Mishima, y lograr prestigio como profesor de literatura, que es lo que mueve al asesino en la versión de Quaid.
En el cable la están presentando como
Muerto al llegar. Ustedes saben si la quieren ver.
* * *
Y anoche vi
Casablanca por muchésima vez. Qué maravilla. La parte donde empiezan a cantar La Marsellesa para callar a los nazis no tiene desperdicio. Ni toda la película.
¿Se ha dado cuenta, por ejemplo, que cuando Laszlo y la Bergman están juntos siempre hay algo entre ellos? Una lámpara de techo, una sombra de la pared, lo que sea. Y cuando Laszlo se sube a cantar la Marsellesa (con el vieto bueno de Rick a los músicos de la banda, why of course) uno sabe por qué la Bergman se casó con él, y por qué nunca lo va a dejar. Nunca de los nuncas. Y si se queda con Rick lo va a abandonar como en París para irse con Laszlo, así no lo quiera.
El DVD trae escenas borradas y un par de bloopers, sin el sonido original. Para un fan abyecto vale la pena el gasto, cómo no.
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Otrosí: Con eso del género negro, puse
aquí "Cimitero d'automobili", la traducción de Attilio Aleotti a mi cuento "Cementerio de carros", que aparece
aquí en su versión en español.