26 de enero de 2006

Respuesta a Anónimo

Hay una respuesta, en el post anterior, a mi comentario acerca del artículo de Carlos Cañas-Dinarte, en la que se dice que me lo tomo de manera visceral. Lástima que sea anónimo, pero es parte del encanto de los blogs: hablar con gente que uno no sabe quién es, basado sólo en razones, no en preferencias o aversiones. (En eso el comentarista me lleva ventaja.)
Lo que me produjo la nota de Carlos es alarma: en serio que es grave que un historiador (o que se presente como tal; es licenciado en letras, hasta donde sé) se invente cosas para sustentar un artículo, cuando esas "cosas" podrían ser importantes para la historia del país... si existieran.
Me refiero a "los archivos" de mi padre, Rafael Menjívar Larín. Si los hubiera, habría que publicarlos porque vivió cosas fundamentales para muchísima gente. Me refiero también a las pláticas que nunca tuve con él, y que me hubiera gustado tener, siquiera para haber estado un poco más de tiempo juntos, algo que ambos extrañábamos. Todo eso Carlos lo hubiera averiguado con llamarme por teléfono o preguntándomelo en la propia presentación.
Lo otro es que, en efecto, el libro pudo ser mejor. Todo libro siempre pudo ser mejor. Y hay un axioma: siempre hay muchísima gente que lo hubiera escrito como debía ser, pero por algún motivo no lo hizo, y por eso nos tenemos que conformar con lo que hay y no leemos a verdaderos Dostoyevskis y Foucaults.
Hubo una época que me dediqué a la crítica literaria, con pseudónimo y todo. Y me di cuenta de que, en lugar de criticar a los demás, mi papel era hacer mis propios libros. Es decir: arriesgar el pellejo. Es la primera vez que hago algún comentario acerca de cualquier cosa que se haya escrito acerca de mis libros, me haya gustado o no (en general me divierte porque no le atinan a nada, como en este caso). Nomás que, en serio, me parecía que Carlos era un poco más responsable con sus datos, porque era lo que había visto de su parte hasta el momento.
Sé algo, después de un montón de libros publicados, y ninguno autopublicado: lo único que habla por uno es la obra. Lo demás es veleidad o gana de salir en la foto de una fiesta a la que uno no estaba invitado, y en la que hasta ese momento no se le ocurrió que pudiera estar.

20 de enero de 2006

Invenciones de un historiador

Carlos Cañas-Dinarte se puso bien raro en un artículo que escribió acerca de mi libro Tiempos de locura. El Salvador 1979-1981; la nota puede encontrarse aquí. En primer lugar, habla de muchas cosas, menos de lo que dice el libro. Más bien se lanza a hacer una lista de los temas que a él le hubiera gustado que yo tratara, pero que por desgracia no entraban en el periodo que trabajé ni eran los temas prioritarios. Me imagino que la solución es que haga el suyo propio para que me enseñe de qué va la cosa.
Hace notar que había poca gente en la presentación, pero el salón estaba atascado. Las 130 sillas encargadas originalmente se convirtieron en 170, y había unas 20 peronas de pie, otras en el pasillo de entrada y otras en el jardín trasero del salón. Lo que me produjo el comentrio de Carlos fue envidia: sus presentaciones deben ser multitudinarias para que le pareciera poco. (Una vez presenté un libro suyo en Santa Ana. Me acuerdo que había poco más de 100 personas, la mayor parte estudiantes a los que habían llevado de algunas escuelas. Se presentaba el Diccionario de autoras y autores de El Salvador, en el cual por cierto me incluyó.)
Se queja de que no haya entrevistado a mujeres. Por desgracia no es un libro dedicado a la corrección política, sino a la historia reciente. La única con participación medular en esa época fue Mélida Anaya Montes, y desde el 6 de abril de 1983 --fecha de su asesinato-- no concede entrevistas.
Y lo más grave: Carlos habla de los "archivos" de Rafael Menjívar Larín, mi padre, de donde habria sacado el "eje central" del trabajo.
El problema es que no existen los "archivos" de mi padre: era terriblemente desorganizado, y se deshacía de sus borradores. Sólo guardaba los míos, todos, y fue en medio de ellos donde encontré perdida una evaluación de la ofensiva de 1981 que se reproduce en el apéndice 3. Grave que Carlos, presentándose como historiador, haya asumido que mi padre tenía "archivos", sin siquiera preguntar. O a lo mjor él sabe dónde están, y le agradecería que me lo dijera.
También dice que hablé con mi padre durante su exilio en Costa Rica. Y me hubiera gustado hacerlo, pero yo vivía en México. Hablábamos mucho por teléfono y a veces me visitó --yo no salí del país en 23 años--, pero nuestros temas de plática eran otros, más personales. En otras palabras: no, mi padre no me facilitó el trabajo, ni era el caso. La investigación la hice yo.
Lo bueno es que al final me perdona la vida, dice que ya cumplí con mi labor de "provocar" y que ahora vienen "ellos", los profesionales, a hacerse cargo del asunto con conferencias, congresos, publicaciones, lo que sea.
Una buena amiga me dijo la otra vez: "La escoba ha estado tirada durante veinticinco años. Ahora viene alguien, la recoge, y los que no le hicieron caso quieren decirle cómo se agarra."
Ojalá que Carlos madurara. Tiene las herramientas para ser un historiador decente, pero se las gasta en... No sé en qué, la verdad.

5 de enero de 2006

Civilización de nuevo

Hoy nos conectaron por fin el cable para la tele. ¡Basta de angustias con la tele nacional! Lo primero que vi cuando la encendí fue un pedazo de Andrómeda, una serie que me gusta bastante. Mañana llegan con Internet.

1 de enero de 2006

Año nuevo, libro nuevo

Nos cambiamos de casa y Telecom se portó del asco. Para cambiar los teléfonos y la línea de internet pidieron mi identificación y un recibo de teléfono o de agua o de algo. El día en que los llevamos, necesitaban una autorización de la dueña de la nueva casa para estar seguros de que no lo hacíamos clandestinamente. La llevamos y entonces necesitaban más papeles, cada vez más papeles. A la quinta vez la gerente de la sucursal de Telecom en Metrosur, en pocas palabras, me dijo que yo era sospechoso potencial de fraude, a menos que le llevara la copia de la identificación tributaria de la dueña de la casa y de su documento único para avalar el montón de papeles que ya le llevaba, incluida una copia del contrato. Suspendí todos los servicios y al diablo. Ahora tenemos el teléfono que ya estaba en la casa, nada de cable para la tele (la programación nacional de verdad es angustiante) y apenas hoy me conecté a internet por módem para contestar correos, en la notebook viejita que Osmín Magaña me hizo el gran favor de volver a la vida. En la semana veré de conseguir otros proveedores.
Por lo demás, un mes de trabajo pesado, pero agradable. La gente de La Casa del Escritor está haciendo maravillas con la literatura, el taller de video va bien (ya hay cuatro cortos terminados, tres a punto de terminarse, uno que creo habrá que repetir, porque quedó oscuro, y un par de guiones en espera), estamos dándole vuelta al mediometraje que empezaremos a filmar por allí de marzo o abril y ya tengo algunas propuestas para la música.
¡Y acabé el libro que estaba escribiendo desde abril! Me siento satisfecho.
Habla del periodo que va del golpe de estado del 15 de octubre de 1979 a la "ofensiva final" del 10 de enero de 1981, quince meses en la historia de El Salvador en los que pasó absolutamente todo, y casi al mismo tiempo. Si hubiera hecho simplemente un cronograma o una enumeración de hechos, me hubiera llevado mucho más de las 430 cuartillas que escribí (un récord en mi caso; mi libro más gordo tiene 190 cuartillas). Ahora estamos en las correcciones de pruebas y todo eso, y el martes o miércoles debe entrar a prensa, porque se presentará el martes 10 de enero, en el hotel Camino Real. (Están todos invitados. Será a las 4 de la tarde.)Además de documentación por toneladas y por megabytes, entrevisté a ocho personas que participaron, desde diferentes bandos, en los hechos más importantes del periodo, y que tuvieron un ángulo de visión particular y privilegiado. Del lado del gobierno, el general Jaime Abdul Gutiérrez y el coronel Adolfo Arnoldo Majano, ambos miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno, y también el coronel Reynaldo López Nuila, jefe de la Policía Nacional durante el periodo. Del lado de la insurgencia, los comandantes Fermán Cienfuegos (Eduardo Sancho, según sus documentos de identidad) y Balta (Juan Ramón Medrano), así como el líder sindical Bernabé Recinos, uno de los más importantes dirigentes obreros de todos los tiempos en el país. De las fuerzas "moderadas", Domingo Santacruz, del Partido Comunista, y Rubén Zamora, entonces de la dirigencia del Partido Demócrata Cristiano. Curioso: casi todos ellos me dieron básicamente los mismos datos, con diferencias de enfoque. Lo que me decía Gutiérrez, por ejemplo, encajaba con lo que me decía Zamora, pero desde otra perspectiva; lo que me decían Sancho, Zamora y Majano, coincidía a la perfección. Hubo una excepción, sólo una, y la "imprecisión" fue fácilmente verificable. También hablé con gente que prefirió que no se mencionara su nombre, que me dio pistas vitales para el libro.
Algo me llamó la atención de la mayor parte de los entrevistados: todos están orgullosos de lo que hicieron, y por eso me dieron información veraz. Casi todos, además, fueron marginados por sus ideas, que no cambiaron en aras del oportunismo, y han soportado con estoicismo y hasta con esperanzas lo que les ha tocado vivir. Allí me encontré con algo más importante que ser de derecha o izquierda o lo que se quiera: la dignidad. Así que, aunque más bien tiendo a ver las cosas desde la izquierda, no pude menos que tratar con respeto las entrevistas de personas que hicieron un pedazo de la historia salvadoreña; a mí apenas me ha tocado contarlo.
En fin, es el primer libro de este tipo que aparece en la posguerra. No se trata de un ensayo académico, y menos aún de un libro ideológico. Es un relato, y la idea es que sea fácil de leer y que pueda ser tan emocionante como una novela. Tampoco es una novela, porque detesto el tono afectado y superior que usan muchos escritores cuando "se sumergen" en "el ambiente" y en "los personajes" y se ponen a inventar. Hay excepciones, cómo no; piendo en La rebelión de Los Iguales, de Illia Ehrenburg, una maravillita si las hay.
La cronología lineal, pues, está abolida. En un párrafo se puede saltar a treinta años atrás y luego ir a diez años después para hablar de un hecho específico, cortar el relato, hablar de otra cosa y treinta páginas después retomar el hilo. Difícil de hacer, pero divertido. Y los preconceptos que tenía cuando empecé la redacción los perdí en el camino.
Creo que "ser de izquierda", a estas alturas, tiene reglas muy sencillas, sin relación con diputados o manifestaciones o desplegados en los periódicos. Todo depende de:
1. Posición de clase, es decir a quién va dirigido el asunto.
2. Generación de pensamiento crítico. Esto, según mostró el padrecito Engels, tiene que ver con llegar lo más cerca que se pueda del origen de las cosas y hablar de ellas con honestidad; allí está El proceso de transformación del mono en hombre, sin ir más lejos (o para ir muy lejos).
El problema de la izquierda salvadoreña --en particular-- es que ha olvidado el tema de la clase y habla de democracia, paz, concertación y todo eso, que es importante, pero que no tiene un sustento estratégico real. Pura táctica y puro oportunismo. Y ha dejado de generar pensamiento crítico; el FMLN es un ente terriblemente conservador. Hace unas semanas, ni más ni menos, uno de sus dirigentes dijo que "más allá del FMLN no hay izquierda". Y la institucionalización (dogmática) de la izquierda es, ni más ni menos, su abolición.
En fin, ya veremos. Recuerden: 10 de enero, cuatro de la tarde, hotel Camino Real. No recuerdo el nombre del salón, pero todo es cuestión de preguntar. El libro se llama Tiempos de locura. El Salvador: 1979-1981. Lo publica la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), y a ellos hay que echarles la culpa por el título.
¡Y pintamos el exterior de La Casa del Escritor! Quedó bonita: color naranja y lila, además del amarillo que ya tenía.