31 de marzo de 2006

Comercial

Como comentario a algún post que no encuentro, bk pregunta dónde puede encontrar Tiempos de locura. Respuesta: en la librería La Casita (cualquiera de sus sucursales), en FLACSO (75 y 9a, tel. 2245-1510), ya debe haber ejemplares en la librería de la UCA y de la UES, y es bastante probable que en La Ceiba. En La Casita y FLACSO no hay pierde. Vale $8.50 (por unas 550 cuartillas no está mal; sale a $0.01541541541541541541541... la cuartilla).

30 de marzo de 2006

El talento

Algo que he aprendido en los cuatro años que llevo con el proyecto de La Casa del Escritor es a no apostarle a lo que todo el mundo conoce como "talento", es decir: la facilidad natural para hacer ciertas cosas, en este caso literatura. De esos cuatro años, tres he trabajado con gente de gran talento, y a veces de talento excepcional. Pero no es el talento que se expresa del modo en que generalmente se entiende: llega un muchacho de 16 años, escribe tres o cuatro libros geniales, y a los diecinueve se va a vender armas y esclavos a la Abisinia. (Muere de sífilis antes de cumplir los cuarenta, desde luego.)
No sé si haya una "facilidad natural" para hacer las cosas; me da la impresión de que sí, pero no siempre va aparejada con el interés de hacerla (la vocación), el estudio constante, la disciplina que requiere cualquier oficio, etcétera. A veces esa facilidad resulta contraproducente si se trata de crear una obra de largo alcance.
El caso clásico, que se ha multiplicado a lo largo de los siglos, y seguirá sucediendo, es el del adolescente que aparece con algunos poemas que, para la edad del autor, están muy bien. Se le dice que tiene gran talento, se le publica, se le invita a recitales y cuarenta años después el muchacho no sabe por qué no está en las enciclopedias, y por qué nadie le publicó siquiera una plaquette. Y quizá sea porque se quedó con lo que pudiera darle ese talento natural y no lo desarrolló para transformarse, poco a poco, en un poeta bueno, o por lo menos serio.
Muchos talentos jóvenes le apuestan a un golpe de suerte, como si fuera una lotería literaria. Pero lo que buscan es un golpe de suerte cósmico: que por causa del azar ellos sean el genio al que todo el mundo estaba esperando, que su poesía sea tan innovadora que nadie sesa capaz de detectarla o entenderla --ellos incluidos-- a las primeras de cambio, y de allí tenemos cientos de libros autopublicados que andan repartiendo a quien se deje, en busca de que alguien los descubra en alguna cafetería, como a Joan Crawford. En lo personal, hasta ahora, no he encontrado un solo libro autopublicado que sea bueno, y leo todos los que me caen, con todas las esperanzas que a uno le puedan caber. Y no: puras apuestas cósmicas. Igual me ha tocado trabajar con gente autopublicada que ha comenzado a trabajar en serio y se ha superado, pero ha sido la excepción. Generalmente los autopublicados se consideran escritores hechos, derechos y formados, y allí andan, vestidos de negro, con sus boinas y bufandas --¡con el calor que hace en El Salvador, por piedad!--, satisfechos y esperando la fama que más temprano que tarde les llegará.
Y, claro, siempre brincan los ejemplos: que García Márquez se autopublicó, y no es cierto; que Borges se autopublicó, y lo hizo alguna vez, pero no se trató de lotería cósmica, porque el hombre andaba en lo que andaba, y --lo lamento, señores-- ninguno de nosotros es Borges. Uno es uno y sólo puede confiarle a lo que tiene, no a lo que tuvieron los demás.
El talento natural, si existe, apenas sirve como punto de arranque. Quizá a lo que habría que apostarle, más que al talento, es a la dignidad del que no es genio. Es decir: al trabajo constante y de hormiga.
Y la selección natural hace lo suyo. Los talentosos que se quedan con lo que su mamá les dio, se extinguen. Los que se ponen a trabajar en serio dejan de ser "talentosos" y se convierten en buenos. Los que no tienen ese "talento natural", pero sí vocación, harán lo que sea necesario para lograr una buena obra, que los satisfaga. Y ésa es la palabra clave, la vocación: no explicarse la vida si no es haciendo lo que uno hace. Y, cuando uno está condenado a hacer lo que hace, vale la pena hacerlo bien. Y entonces no será una condena, sino un placer.
Es decir: si a usted va un escritor y le dice que escribir es doloroso y empieza a quejarse de los desvelos, no le crea, y de preferencia no lo lea. Esto es un verdadero placer. Los dolores de espalda y las ojeras son parte integral del asunto, como los callos en los labios de los trompetistas y las microfracturas en las piernas de los bailarines, y ellos tampoco se quejan, porque vale la pena.
Está la contraparte: ¿puede alguien detectar talentos y ayudarles a desarrollarse? No lo sé. Sé que uno no puede decidir quién sirve para qué y quién no; es un asunto bien personal y lleno de recovecos y decisiones que el talentoso de marras a veces ni siquiera tiene en la conciencia. Uno lo que puede hacer, si acaso, es acompañar a algunos hermanos menores en su camino, como a uno lo acompañaron otros hermanos, y listo.
Todo el rollo anterior son ideas dispersas a partir de varias notas que se publicaron hoy en La Prensa Gráfica, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí. No sé si el programa vaya a funcionar; eso sólo lo dirán el tiempo y los involucrados. Y estoy de acuerdo con lo que dice el doctor Emmet Brown en la serie Back to the Future: nada está escrito ni es definitivo, y sólo uno puede decidir su futuro.

Like a Prayer

Madonna nunca me gustó demasiado (excepto en Dick Tracy, con música y todo). Pero cuando salió "Like a Prayer" se convirtió en una de mis canciones favoritas durante un rato.
No quería comprar el acetato o el cassette, porque me parecía demasiado para una sola canción, y por esos entonces no había mp3, opciones baratas ni piraterías pertinentes, así que me conformaba con oírla cada vez que la pescaba en la radio (casi no oigo radio) o cuando ponían los videos en la tele, por cierto sensacionales.
A los meses de que salió la canción entró la amiga de un gran amigo a trabajar como editora en un nuevo proyecto en una de las editoriales para la que escribía guiones. Era una revista para jovencitas, la amiga de mi amigo no había hecho de eso y él me pidió que le echara la mano con unos artículos. Así que allí estuve un rato, escribiendo algunas cosas de cultura general para adolescentes y hasta consejos amorosos o de belleza, amparado por un pseudónimo femenino que uso en casos de emergencia. Bien frívolo y bien divertido.
A los meses la editora cambió de lugar (su fuerte es el periodismo político y no sabía qué hacer con tantos consejos amorosos) y el proyecto pasó a manos de otra editora. Pagaban muy bien por las notas, pero no me iba mal con las historietas y cambiar a una editora para quien el acné y los ídolos adolescentes fueran realmente importantes no me llamaba la atención; hay límites para todo. Decidí que una semana de ésas bajaría al segundo piso (mi trabajo estaba en el quinto) y me dediqué a lo mío, o sea las revistas de vaqueros, karatecas, boxeadores y similares.
Uno de los guionistas, ya cuarentón pero siempre vestido como adolescente (adolescente de los años sesenta, hay que aclarar, y no de los más elegantes), llegó a hablarme maravillas de la nueva editora. Veintialgo de años, muy profesional, vestida para matar, muy yupì ella. Además a la chava le gustaban las discotecas caras, vivía en no sé qué edificio impagable de Reforma o la Zona Rosa, manejaba una marca de coche que daba angustia y conocía no sé qué porción significativa del mundo. Decidí que no seguiría escribiendo para la revista; hay mucha gente a la que considero compatible, pero sé cuál no me considera compatible a mí.
Mi amigo, con sus botas vaqueras y su ropa de mezclilla absolutamente desteñida, además de colguijos de metal por todas partes, me dijo que estaba saliendo con ella y que quería que la conociera, y de paso a ver si me seguía pidiendo notas. Más por curiosidad que con ganas de seguir en lo de las mascarillas de aguacate, bajé al segundo piso (en elevador, lo juro) y me metí junto con él en la oficina de la editora.
Era una mujer guapa, delgada, alta, con ropa en efecto carísima y ni una hebra fuera de lugar. Igualita a la de las películas en la que la yupi mala trata de serrucharle el piso, mediante los métodos más inescrupulosos, a la yupi buena. Ella era la yupi mala.
Tres cosas me llamaron la atención: la piel muy blanca, con pecas sabiamente distribuidas; la nariz perfecta, más perfecta que si se la hubieran reconstruido, y la mirada de una intensidad tal que podía destapar botellas. Esa mirada la usó conmigo (y supongo que con otras personas) cada vez que nos encontramos; a mi amigo no lo miró a los ojos en las ocasiones en que los vi juntos.
Me habló de la línea de la revista, del tipo de artículos y de cómo yo escribía bien, pero me faltaba ser más... uh... femenino; era imposible que pudiera hacerlo mejor que una muchacha de veinte años que supiera del tema. Estuve de acuerdo. Además, me dijo, usaba un estilo demasiado culterano (juro que no era así; sé dónde escribo qué, y de mercenario soy muy eficiente), pero ya veríamos qué se podía hacer.
Ya sin tema de qué hablar, un pequeño radio que tenía por allí comenzó a pasar "Like a Prayer". Le dije que esa canción me encantaba. ¿Ah, sí? ¿Me gustaba Madonna? ¿Cuáles eran mis piezas favoritas? Sólo ésa, le dije, y le dije también que no pensaba comprar el disco. Yo te lo regalo, me dijo. Mañana sin falta lo traigo. Le di las gracias y aproveché para despedirme, sabiendo que no lo llevaría.
Pero lo llevó. Al día siguiente. Puntual. Me dejó dicho con una recepcionista que pasara a su oficina. Fui. Me dio el disco y volvió a verme como el día anterior. No hubo modo de salir rápido (me imagino que era poco delegante decirle "Ya tengo el disco, ya me voy"), y mi amigo llegó cuando yo todavía estaba allí. Celos totales. Me evadió durante varias semanas. (Él.)
Al llegar a casa puse el disco en el tornamesa (fea palabra; tampoco turntable me gusta) y... el disco estaba rayado. Muy rayado. Imposible oírlo.
Corrijo: era imposible oír "Like a Prayer". El resto estaba nuevecito, todavía con rastros de grasa. La única canción rayada era "Like a Prayer", desde el inicio de la canción hasta exactamente el surco que la dividía con la siguiente canción. Lo examiné y me di cuenta de que sólo lo podían haber rayado a propósito, con una punta gruesa. La raya era demasiado profunda y regular para tratarse de un accidente. Y supe que ella la había hecho, y que la había hecho con el propósito de darme el disco así. No sé para qué, y tampoco tenía ganas de averiguarlo.
Ah: el disco olía a perfume. No lo reconocí; es una de las tantas cosas para las que no tengo gusto ni cultura.
Cuando tuve que ir otra vez a EJEA, un par de días más tarde, me mandó llamar. Me preguntó, con la mirada de siempre, si había oído el disco. Le dije que sí, y que mil gracias, que era excelente, que incluso me habían gustado otras canciones de Madonna, pero que la que no dejaba de oír era "Like a Prayer". Era falso, pero el estilo es el estilo y bien vale un par de mentiras. Dijo que se alegraba, que ella tenía el disco repetido y que le pareció buena idea dármelo. Y en ese preciso instante tuve que ir a reunirme con no sé qué director de revista.
Mi amigo, que antes se la pasaba en el quinto piso, ahora se la pasaba en el segundo, y a veces extrañaba sus pláticas sobre discos. Y seguía evadiéndome. No vi a la chava en dos o tres semanas, hasta que un día me llamó y me dijo que quería unas notas para un proyecto nuevo, que llegara a la mañana siguiente a tal hora.
Llegué y la encontré con lentes oscuros, temblorosa, nerviosísima, con la nariz roja y agarrando y dejando cosas de y en las gavetas de su escritorio. Decía lo que fuera, llamaba a su asistente, le daba una orden, la llamaba por teléfono para decirle lo contrario. Un show de unos veinte minutos, y yo allí enfrente, viendo los materiales de la revista. Su radio sonaba a volumen bajísimo, pero parecía que para ella eran como tamborazos en los tímpanos. Me dijo que estaba desvelada y mal, que platicáramos otro día.
En los meses siguientes me la encontré algunas veces en el elevador. A veces iba con lentes oscuros, a veces sin ellos, pero con ojeras, y una sonrisa tan verdadera como un billete de tres cincuenta. La veía y veía el surco dañado de "Like a Prayer", y prefería alejarme.
Poco a poco mi amigo volvió a acercarse y a hablarme maravillas de ella. Por ejemplo, cómo dos noches antes los había agarrado la policía por ir en sentido contrario, a toda velocidad, en una calle que desembocaba a Reforma. Ella manejaba. O cómo estrellaron el coche contra no sé qué estatua. Ella manejaba también, y al día siguiente tenía carro nuevo. O cómo, en la disco, se metía cualquier cantidad de sustancias por la nariz, o tomaba no sé qué combinación de pastillas, más unos tragos que más que exóticos sonaban a cosa peligrosa. Sin contar con las fiestas en su departamento, cuyas descripciones he preferido olvidar.
La revista no duró mucho; creo que ella duró menos. Mi amigo, feliz. No porque él provocara esos incidentes, ni mucho menos, sino porque le gustaba "el mundo de los jóvenes". No sé si así sería el mundo de "esos" jóvenes; nunca fui lo suficientemente joven, debo confesarlo. En una de ésas él se asustó o se hartó y dejó de verla, o yo entré en una depresión clínica provocada por mis propios asuntos, así que no supe en qué terminó. Terminé viviendo casi un año en Acapulco, tratando de curarme.
Hace un par de días volví a oír "Like a Prayer". Esperaba que en cualquier momento sonara un rayón y la aguja brincara violentamente a cualquier parte del disco, como algún día de 1991, pero no. La tecnología digital es una maravilla.

29 de marzo de 2006

La tía Tula

Nació en 1923. Desde el principio, cuando era casi una adolescente, trataron de que entrara en el sindicato de trabajadores de bebidas gaseosas, agua y hielo, pero tenía dos hijos y no quería perder el trabajo. Algo importante pasó cuando leyó el libro La mujer y el socialismo, de August Bebel, y aceptó el cargo de secretaria de actas mientras se ganaba la vida en la fábrica de La Cascada.
Para 1948 era una de las más importantes dirigentes sindicales del país, y por esos días conoció al que sería su compañero de vida hasta 1983, el panadero y también dirigente sindical Salvador Cayetano Carpio.
En 1952 fue arrestada por el gobierno revolucionario del coronel Óscar Osorio, y estuvo desaparecida durante once meses, en la Policía Nacional, en las celdas clandestinas del último piso que --desde luego-- nunca existieron en los registros oficiales. Fue torturada junto con Carpio; lo peor para ambos era ver cómo los policías le colocaban al otro la capucha (una bolsa de plástico atada al cuello, con Gamexán --un veneno para hormigas-- como condimento). Ella sólo sufrió la capucha, según cuenta; Carpio estuvo varias veces a punto de morir: le quebraron cosas, le provocaron derrames internos, casi perdió el ojo derecho. Eso se cuenta en el libro Secuestro y capucha, publicado en 1953 o 1954, que con la satanización de Carpio ha dejado de tener la importancia que siempre tuvo como testimonio de esa época.
Por fin la llevaron presa a Honduras, en condiciones ilegales pero más aceptables que las anteriores. (Carpio se quedaría preso y desaparecido siete meses más.) De allí la exiliaron a Guatemala, donde gobernaba el presidente Jacobo Arbenz. Duró poco tiempo la experiencia de estar bajo un gobierno de izquierda en Centroamérica: llegó la invasión norteamericana y debió asilarse en la embajada de México. En esa sede conoció al Che Guevara --que aún era, solamente, Ernesto Guevara, un muchacho flaco que andaba recorriendo mundo-- y fue trasladada a México.
Dice que el momento más feliz de su vida fue cuando llegó y volvió a encontrarse con Carpio, a quien acababan de liberar y de trasladar al DF. De allí se fueron tres años a la Unión Soviética, donde Carpio estudió en la Escuela de Cuadros del PCUS.
A su regreso a El Salvador, continuaron en la organización sindical. Ella ya no consiguió trabajo, y se hizo cargo de la Federación de Mujeres Democráticas; Carpio siguió como dirigente de la Federación Unitaria Sindical Salvadoreña, y como secretario general del Partido Comunista desde 1964 hasta su renuncia en 1970. Después de varias luchas y de mucha paciencia, llegaron a uno de los puntos máximos de la lucha sindical en El Salvador: la huelga general de 1967, en solidaridad con trabajadores despedidos de la empresa Aceros S.A. El paro fue escalonado, y participó todo el mundo. En cuatro días el país debía quedar paralizado. A la mitad del tercer día las patronales y el Ministerio del Trabajo les avisaron que habían ganado.
Y muchas historias más. Me pasé la tarde del martes --uno de mis días de descanso; los fines de semana me toca trabajar fuerte-- oyéndolas. Y, con todas las cosas terribles que le ha tocado vivir, Tula Alvarenga sigue riendo a la menor provocación, y aun sin ella.
Hace unas semanas se tropezó, se cayó y se partió un hueso del brazo, cerca de la muñeca. Tuvieron que operarla y colocarle tornillos y esas cosas. El 2 de mayo tiene cita con el médico, y quizá le quiten el yeso. El 10 de mayo cumplirá 83 años.
Cuando mi padre estaba muriendo, ella se pasó la última semana sentada a los pies de la cama, día y noche, esperando. Fue ella quien nos avisó que ya no respiraba, y fue ella a quien le tocó cumplir con el ritual de cerrarle los ojos para que durmiera mejor. Quizá de ese modo logró vivir el luto que no vivió cuando Cayetano Carpio se partió el corazón con un disparo de una .357 que le había dado de regalo Chuchú Martínez, el eterno amigo, escolta y consejero de Omar Torrijos.
Tulita aún recuerda cuando veía jugar a mi padre, un niño de 8 o 9 años, en uno de los tantos mesones en los que les tocó vivir, y habla con cariño de mi abuela Carmen, otra mujer extraordinaria que debió dejar el mundo en enero de 1995, en brazos de una neumonía.
Le regalé un ejemplar de Acumulación originaria, de mi padre. Me pidió que le llevara más, o que le permitiera fotocopiarlo; parece que anda en algo de un círculo de estudios de obreros que, evidentemente, no están con el FMLN. Le prometí llevarle varios ejemplares que tengo en casa. También le pedí que leyera Tiempos de locura. Será un honor si lo hace.
De regreso a casa me puse a hacer un poco de música; hablar con Tulita siempre me pone de buen humor.

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Nota bene: Hace cuatro años Tatiana de la Ossa y yo (ella en calidad de coordinadora de artes escénicas de CONCULTURA, yo como coordinador de letras) armamos un encuentro de escritores y otro de teatreros en el Palacio Nacional, ni más ni menos que en el Salón Amarillo, el despacho presidencial, cuyo último ocupante fue Maximiliano Hernández Martínez. Bien emocionante; no creo que esa oficina se haya usado nunca para algo tan provechoso y creativo. Mi madre estaba en El Salvador y llegó con Tulita. Presenté a ambas ante la audiencia: a mi madre como una de las creadoras de la Dirección de Bibliotecas Ambulantes del Ministerio de Educación, allá por 1950, y a Tulita como dirigente sindical histórica y como parte viva de nuestra historia.
Una señora que se presenta --entro otros oficios-- como poeta me entregó, un par de días después, unas hojas en las que hacía una valoración del encuentro. En general me trataba bien, pero había una parte en la que se quejaba de que Tulita hubiera ido al Palacio: si los escritores no nos metemos en sus asambleas sindicales --decía--, ¿por qué una dirigente sindical se mete en una reunión de escritores? A los demás no los molestó en lo absoluto, y la mayoría le aplaudió.
Le di las gracias a la poeta por sus comentarios. Es lo que se acostumbra, y es lo único que se me ocurrió hacer.

26 de marzo de 2006

Más sobre Saravia

Por un post de Salvador Canjura me enteré de que el capitán Álvaro Saravia, acusado de ser el responsable directo del asesinato del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, está dispuesto a contar lo que sabe sobre el caso. El Nuevo Herald publica una entrevista con él que da pistas interesantes.
Saravia ya fue condenado por una corte civil a pagar no sé qué cantidad de dinero a los familiares de Romero. También hay condenas similares contra los generales Nicolás Carranza, José Guillermo García y Eugenio Vides Casanova. Las demandas las puso el Center for Justice and Accountability, que lleva demandas contra diferentes personajes de diferentes países, por violaciones de los derechos humanos. Los casos relativos a El Salvador pueden encontrarse aquí.

Anónimo, los tíos y demás familia

No había visto --y pìdo disculpas por eso-- el comentario de Anónimo a mi post sobre las elecciones y a las observaciones sobre los logros de Schafik Hándal como candidato en las dos únicas elecciones populares a las que se presentó, y que perdió por amplio margen. Me imagino que es el mismo Anónimo que me dice que imito a los españoles y que "cómo no" le suena a "gilipollas", porque sus comentarios fueron puestos el mismo día, más o menos a la misma hora. El comentario afirma:
Usted dice que con Handal el fmln saco la menor votacion de la las presidenciales, cuando que fue mayor que la de Guardado. Segun Ud el ganador es perdedor!!. Vaya logica!!
Y que del fraude? y otras irregularidades.
Trato de responderle.
1. Creo que pequé de desinformado al decir que Schafik recibió una cantidad de votos "menos menor" que Facundo Guardado, y confío en la palabra del Anónimo. Aclaro que Schafik tenía una ventaja: todo el FMLN lo apoyaba, mientras que Facundo tenía a Schafik y a su gente en contra, o sea a todo el aparato de conducción y una buena parte de las bases. Fue después de esas elecciones que regresé a El Salvador, pero las seguí desde Estados Unidos, a través de internet. Recuerdo que Juan José Dalton reportó en una columna que, cuando se supo de la derrota de Guardado, hubo una celebración en la que estuvo presente Hándal y sus allegados. Celebraban que hubiera perdido. No sé si hasta qué punto sea cierto, pero tampoco tengo por qué desconfiar de Dalton, que me parece un periodista serio. Nadie del FMLN lo desmintió, y más bien hubo testimonios que lo confirmaban. Recuerdo también las maniobras para desestimar a cualquier candidato que Guardado propusiera. Las propuestas eran Héctor Silva y Héctor Dada Hirezi, y Guardado quedó como candidato porque el primero prefirió --acertadamente-- continuar en la Alcaldía de San Salvador y el segundo no quiso meterse en una olla de víboras, sobre todo cuando empezaron a lloverle ataques y descalificaciones que no venían al caso, y que no merecía. En otras palabras, hasta donde sé, Guardado se lanzó de candidato porque no le quedaba de otra, no porque él mismo quisiera serlo, y el problema era que Schafik Hándal quería ser él a pesar de que no era viable, como se demostró en las elecciones contra Valiente y unos años después contra Antonio Saca. En esa lógica, no veo ganadores; todos perdieron, y todos perdimos: la izquierda, el país, el proceso natural de las cosas. Lamento mucho que siguiera la expulsión de Guardado y de mucha gente más; eso debilitó al FMLN más de lo que ya estaba, y ha seguido debilitándolo, y al parecer no hay posibilidades de fortalecerlo en lo inmediato.
2. Sobre el fraude y otras irregularidades, la verdad no vi ningún fraude, sino un proceso que se resolvió de manera legal, y creo que correcta. Hubo señales equívocas que llevaron a sospechas de que podían manipularse las cifras, pero el proceso se realizó como debía, y de 59 votos de diferencia se llegó a 44, siempre a favor del FMLN. Irregularidades no sé; entiendo que es lo que pelea actualmente Ciro Cruz Zepeda para reelegirse en la Asamblea Legislativa y ocupar de nuevo la presidencia de ese organismo con la cantidad tan magra de representantes que logró el PCN. Al igual que Anónimo, espero que se resuelva del mejor modo, es decir: respetando los votos de la gente de Cabañas. No veo por que deba ser de otra manera. Lo que le recomiendo a Anónimo es que, si le consta el fraude y las irregularidades, los denuncie, y si tiene las actas y todo eso, vaya y denúncielo. Es lo menos que puede hacer un buen ciudadano. Y, si es posible, con su nombre, porque las denuncias deben llevar nombre y apellido.
Aprovecho para comentarle un poco de mi vida personal.
Cuando era niño, Schafik Hándal fue una de las personas que me enseñaron a leer. (Los otros eran Raúl Castellanos y Fabio Castillo Figueroa. Y mi padre, claro, y un novio que tenía mi abuela que en sus buenos tiempos le escribía los discursos al presidente José María Lemus.) Era muy amigo de la familia, desde que tengo noción. Bastante agradable en persona, aunque tendía a contar los mismos chistes y a hablar más o menos de lo mismo. Llegaba a casa a cualquier hora del día o de la noche, se sentaba y comenzaba a platicar y a platicar y a platicar. Cuando murió don Jorge Arias Gómez --compartió casa con mi padre durante unos meses en su exilio en Costa Rica--, hace unos tres años, fui al cementerio de Los Ilustres. Fue la última vez que platiqué con Schafik. Él no recordaba el detalle, se lo dije y le di las gracias, como se le dan a un viejo tío. Luego, en el mero entierro, comenzó a dar un discurso y me aburrió un poco, para qué le miento, porque dijo cosas que le había oído decir durante años y años; pero me quedé hasta el final, porque don Jorge lo merecía.
Cuando desaparecieron a Facundo, en 1979, yo trabajaba en el periódico El Día, de México. Logré que me dieran una página completa diaria, tamaño ocho columnas (o sea doble tabloide), para publicar noticias de El Salvador, y participé en algunas cosas de solidaridad que se armaron para su liberación. Tenía (yo) 19 años, y Facundo como 24 o 25. Cuando lo soltaron, se fue a México, y lo conocí y tuve chance de platicar mucho con él. Me divertía su adicción a la electrónica. Tenía cuanto aparato electrónico podía: reloj, calculadora, radio digital, qué sé yo; en 1979 la cosa no era como ahora, y eso era el top del top. Volví a verlo a mi regreso a El Salvador, después como de 17 o 18 años, y fue tan agradable como antes. Tiene una casa en Los Planes, y no he ido a verlo porque los fines de semana es cuando más trabajo, y es cuando él está allí.
A Héctor Dada lo he visto también en varias ocasiones. Quizá la plática más agradable que he tenido con él fue en Costa Rica, en noviembre de 2004, cuando nos invitaron al Festival de las Artes. Pude decirle algo por lo que le di las gracias: él y mi padre trabajaron juntos en varias cosas académicas, y se influyeron mutuamente. Platicar con él es platicar un poco con mi padre, a quien extraño.
A Héctor Silva lo he tratado mucho menos. Cuando mi padre murió, la Alcaldía le hizo un homenaje y conversé con él después de una buena pila de años. Me regaló una foto en la que está en Suecia con Memo Ungo, Quique Álvarez Córdova --también amigos de la familia-- y mi padre, en un acto de la Internacional Socialista. El día del homenaje platiqué también con otros que en realidad son mis tíos, como lo era Schafik y como lo es Héctor Dada; pienso en Miguel Sáenz Varela, Mario Cerna, qué sé yo. Nos sirvieron sanguchitos de jamón con queso y Kolashampán. El dinero para el refrigerio lo puso la gente que le menciono; no salió del erario público. Allí conocí a Nidia Díaz, a quien mi padre quiso especialmente, y me cayó muy bien.
Y tengo amigos de otras tendencias y de otras ideologías, y muchos tíos interesantes, y primos, y hermanos, y a todos los quiero. Y no entiendo muy bien por qué se arruinan la vida entre sí, sobre todo porque hay una familia más grande de por medio, a la que es importante preservar, y a esa familia pertenece Anónimo tanto como yo. Quizá por eso escribo algunas notas en los periódicos y aun aquí en este blog, y a veces platico con ellos, para ver si quieren oír al sobrino o primo de ideas extravagantes y quizá puedan llevarse un poco mejor o al menos se ignoren en lugar de agarrarse a tortazos en público. A veces he logrado que no se peguen tan fuerte, casi siempre he fallado, porque ya ve cómo son los adultos. Como sea, hablo de cosas de familia, y pensando en la familia. Y no, Violeta Menjívar no es mi pariente ni la conozco. Ella es de los Menjívar de Chalatenango, y yo de los de Santa Ana, una rama muy pequeña. Si nos remontamos a finales del siglo XVII y principios del XVIII encontraremos el parentesco, porque descendemos de tres hermanos que llegaron huyendo de la Inquisición.
Gracias por hacerme notar el dato de Facundo y Schafik. Y créame algo: no funciono por ideologías o por posiciones o compromisos políticos, sino por cariño a la gente a la que le tengo cariño. Igual me parece que Schafik no contribuyó a la unidad de la izquierda ni a la creación de un pensamiento crítico y avanzado, y más bien lo combatió. E igual creo que estaba a cargo de una organización que no supo cómo dirigir, que trató de hacer a su medida y se le deshizo entre las manos. Y también tengo otro tío que cuando se emborracha agarra la guitarra y empieza a cantar canciones tristes, y otro que tiene una papelería y renta sillas y mesas y vajillas para ganarse la vida.
Y ya casi se me terminó la gripe. Eso quiere decir que ya no voy a hablar tanto de política. Me aburre un poco, la verdad, porque la tuve en casa desde siempre, y nunca llevó a cosas sensatas. Eso sí, he conocido a gente de veras extraordinaria.

25 de marzo de 2006

El asesinato de Romero y su diario

Desde hace tres días estoy revisando el diario del arzobispo Óscar Arnulfo Romero, asesinado ayer hace veintiséis años mientras celebraba una misa en la capilla del hospital La Divina Providencia, donde vivía. El resumen del caso, según la Comisión de la Verdad, puede encontrarse aquí.
Lo estoy revisando porque en Tiempos de locura usé un capítulo para hablar del crimen y de todo lo que se movió alrededor, y no se me ocurrió consultar el diario. Simple y sencillo: sabía que existía, sabía lo que decía y seguro podía servir para encontrar información de primera mano, pero no se me ocurrió usarlo. No es que haga falta en el sentido de que algo se pierde de información; sólo precisa algunos puntos que se tocan y se da una visión de primera mano. Da un poco más de vida al libro, pues.
Como la segunda edición de seguro no durará mucho (ya debió venderse cerca de la mitad), estoy preparando la tercera, también aumentada. Traerá materiales interesantes. Por ejemplo, lo del diario de Romero cotejado con testimonios de personas que tuvieron que ver con él en algunos de los hechos que allí se narran. También me mandaron otra de las proclamas que se consideraron para el golpe del 15 de octubre de 1979, escrita por Ulises Flores (padre del ex presidente Francisco Flores) y el teniente coronel Mariano Castro Morán. Me gusta para ampliar los apéndices. Ahora estoy tratando de conseguir la tercera proclama. Me prestaron también algunos materiales periodísticos de época que enriquecen el capítulo sobre la matanza del día del entierro de Romero, el 3o de marzo de 1980; ya los incorporé.
No es que el libro estuviera mal en su primera edición, sino que en la segunda se incluyen materiales que complementan puntos que fueron tratados marginalmente, como todo el asunto de la conspiración para el golpe de estado. No le puse mucho énfasis porque quedaba fuera de periodo y no tenía demasiado tiempo antes de entregar el libro. También fue interesante la entrevista con el ingeniero Román Mayorga Quiroz, miembro de la primera Junta Revolucionaria de Gobierno, y varias declaraciones del embajador Ernesto Arrieta acerca de la participación de Mario Andino por el lado de la iniciativa privada. El coronel Adolfo Arnoldo Majano me hizo nuevos comentarios valiosos, y el ex comandante Eduardo Sancho (Fermán Cienfuegos) ayudó a precisar alguna información nueva. Otros añadidos son algunas anotaciones más del sacerdote Ignacio Ellacuría.
Y no es que la segunda edición esté mal tampoco, sino que hay muchísimas cosas que se pueden incluir. Digamos que, si me dan un año más, las 520 cuartillas del libro podrían convertirse en el doble y aun así no contaría ni la mitad de lo que pasó.
Me gusta la idea de un libro cambiante, y que la historia que en él se cuente también vaya cambiando. No porque las cosas ocurran de otro modo, sino porque los nuevos ángulos y puntos de visión, los nuevos materiales, dan nuevas luces y tonalidades a lo que ya se trató.
En la segunda edición, muy cercana de la primera, se hace alusión explícita a algunos de los cambios: "En la primera edición decía esto, en la segunda dice que..." Para la que estoy preparando voy a quitar esas referencias y a hacer una nueva primera edición, sin alusiones a las anteriores, como si el libro se hubiese escrito así de primera intención. Para los mal pensados: No, no estoy estafando a los lectores. No, no quiero que compren los tres libros. Lo que está contado desde el principio tiene la misma validez; sólo hay nuevos materiales que complementan lo que ya se dijo.
¿Por qué se publicó así y no se esperó más tiempo? Primero, porque fue el plazo que me dieron. Me dijeron el 28 de noviembre de 2005 y ese día lo entregué. Segundo, porque busqué esa información "nueva" desde la primera edición, pero no me la dieron. Cuando salió el libro ni siquiera hizo falta buscarla; después de algunas llamadas y mails, algunos de los actores de la época me la ofrecieron. Y con la publicación de la segunda edición siguió llegando más.
Es probable que este martes haga una entrevista para complementar algunas actuaciones de la izquierda durante el periodo del presidente Osorio (1950-1956, aunque también encabezó el gobierno del golpe de 1948) y quizá de los posteriores. La entrevista será con un personaje excepcional, testigo y participante directo de los hechos. Si la consigo, ya lo pondré por aquí, con foto y todo.
En fin, hablaba de Romero. Para quien no conozca su diario, lo puede encontrar aquí, en el sitio de la organización que trabaja para su canonización.

24 de marzo de 2006

Gachupines y españoles, cómo no

Recibí un comentario anónimo al post sobre la entrevista a Violeta Menjívar. Dice:
No trate de imitar a los gachupines en su estilo, eso de Cómo no me suena a gilipollas.
Nunca he tratado de imitar a españoles, y de hecho a nadie, por una simple cuestión de vanidad: no me saldría bien. No conozco el modo de ser español --si algo así existe-- ni de pensar como español, y por lo tanto de escribir como español. Tampoco sé muy bien qué quiere decir "gilipollas"; me da la impresión de que es el equivalente a "pendejo", pero no sabría. Y "gachgupines" es una palabra que me parece despectiva y lleva a un concepto más bien caricaturesco, como el mexicano sentado con su zarape a la sombra de un nopal, tomando la siesta.
Quizá ese "cómo no" sea precisamente mexicano; llegué al Distrito Federal a los 16 años, después de una infancia de nerd (o sea sin mucho contacto con la realidad) y me pasé allí 23 años de los 27 que el exilio nos deparó a mi familia y a mí. (Ahora tengo 46 de edad, y seis de haber regresado a El Salvador.) No creo que imite a los mexicanos; creo que, por lo que sea, en mi modo de hablar soy bastante mexicano. Todavía tengo que traducir del mexicano al castellano cuando converso con gente que no es del Defe, para que me entiendan; el metalenguaje chilango cala hondo, y además me encanta. Es casi un vicio, y es difícil de contener.
Quizá debería hablar y escribir como salvadoreño, que es lo que soy, pero entonces sí estaría imitando un acento y un modo de escribir que no conozco a fondo, aunque poco a poco lo he entendido y trato de conocerlo mejor.
Cuando hablo y escribo me sale lo que me sale, pues, y hace mucho aprendí a no sentir culpa por eso, que es lo que el nacionalismo --un sentimiento que no me gusta, por cierto-- y ciertas oquedades ideológicas tienden a producir.
Y así me sale, cómo no. (O "cómo de que no", que también se usa coloquialmente.)
Gracias por el comentario. Me enorgullece que se critique una expresión después de todo intrascendente, porque significa que lo que se escribe en este blog guarda alguna coherencia.

22 de marzo de 2006

Monseñor Romero y el agua

Hoy fui al Centro de Gobierno a firmar contrato --en efecto: no estoy por ley de salarios, y tengo que trabajar para que me lo renueven al año siguiente; emocionante-- y en el Parque Cuscatlán había manifestantes que estaban bloqueando la calle y haciendo algo frente al hospital Rosales. Iban todos vestidos de blanco, y pensé que sería algo de las huelgas de médicos o empleados de hospitales que se arman antes y después de cada elección.
Pero al rato pasaron por la Juan Pablo II (¿actualizarán el nombre a Benedicto XVI o XVII?; no recuerdo ahora el número; veo la Wikipedia y... es XVI), frente al Centro de Gobierno, y resultó que era una marcha por el Día Internacional del Agua.
Me encantó la consigna:

"Con monseñor Romero,
el agua es primero."

No encontré la relación entre el arzobispo de San Salvador asesinado el 24 de marzo de 1980 y el problema del agua, pero de seguro es pura insensibilidad mía. En lo personal, me parece que tienen claros los objetivos (que son importantísimos), pero les faltan los fundamentos teológicos. Quizá si invocaran a la Virgen de la Cueva...

21 de marzo de 2006

Entrevista con Violeta Menjívar

Ya fuera del calor de la campaña electoral, Violeta Menjívar --no, no es mi pariente-- da una buena entrevista a La Jornada de México. Se puede encontrar aquí.
Me parece interesante --y alarmante incluso-- cómo cambia la gente cuando está en campaña y cuando ha ganado. Para ganar, se recurre a recursos poco razonables y poco razonados de llamar al voto; ya lo vimos por la televisión en ésta y otras campañas. Después vienen la madurez y la reflexión. O sea que uno en realidad no vota por la persona a la que ve en campaña, sino por un señor o una señora gritón o gritona, agresivo o agresiva, que llama al entrentamiento (¿o enfrentamienta?) y descalifica a medio mundo (o sea a "los otros", que son cualquiera que no esté irracionalmente a favor, los del propio partido incluidos). Y resulta que no, que a la hora de las horas siempre fue una persona muy cauta y madura, que lo otro ocurría al calor de la contienda.
Esto no lo digo por molestar, al contrario: sería interesante que los candidatos se dedicaran a ser ellos mismos, que en lugar de gritarle a la gente se pusieran a platicar, y en lugar de prometer cosas hicieran un balance de la situación y las posibilidades reales de enfrentarla; ya uno decidirá en frío. Y sería peor, cómo no, que estos señores y estas señoras (pocas señoritas habrá en estos niveles de la política, valga la misoginia del comentario) siguieran portándose igual cuando ganan.
Hyde hace campaña. Jeckyll gobierna. Algo es algo. Aún recuerdo épocas en que podía ser al revés, y quizá sean estas mismas épocas.
(Y, claro, había que darle a la entrevista un leve enfoque de género. Hasta me dan ganas de contradecir mi post anterior.)

20 de marzo de 2006

Nosotros y nosotras

El viejo tema: si uno no se refiere explícitamente a hombres y mujeres en una frase, uno --o una-- es un --o una-- machista de lo peor, y está invisibilizando al 52 por ciento de la población mundial. Y por visibilizar a todo el mundo se ha hecho famoso el presidente Vicente Fox, quien en sus discursos se dirige a los mexicanos y mexicanas, a los chiquitines y a las chiquitinas, whatever.
Siempre me ha caído mal, eso sí, que se refieran a "el Hombre" cuando se habla de la suma de los seres humanos, primero porque es espantosamente cursi y luego porque, en efecto, se está ignorando al 52 por ciento de la población mundial. Y no me molesta cuando se habla de "los humanos", "la gente" o "las personas" o "todos nosotros", porque hasta Alexandra Kollontai --dura entre las duras-- se daría cuenta de que hablamos de "todos" (y "todas", claro).
Recién regresado a El Salvador, quizá en enero de 2000, me pusieron a cargo de una mesa en un congreso, con unos --y unas-- 200 asistentes --y asistentas--, y para cerrar se me ocurrió decir: "Agradecemos su participación a los compañeros". Varias feministas se me lanzaron a la cara, porque debía decir "y compañeras" para demostrar que andaba en el rollo de género. Y cambié la frase: "Agradecemos, yo incluida, la participación de las compañeras de la mesa." Y di por terminada la sesión.
Me agarraron a la salida y me reclamaron que me burlara de algo tan serio como el lenguaje de género. Y no me estaba burlando: no iba a hacer diferencia de sexos entre personas igualmente capacitadas; me pareció que hubiera sido un asunto, si no discriminatorio, de mal gusto. Después de un rato comencé a divertirme con la discusión, y creo que se dieron cuenta y lo dejaron por la paz; si en esos casos a uno no le agarra un complejo de culpa solidario con todos los imbéciles que les pegan a sus mujeres, algo falla en la comunicación y no hay punto de encuentro. Y para esas cosas uno debe perder su condición de hombre y adquirir la de macho abyecto, y a mi eso no se me da, o creo que no se me da.
Por allí de 1980 o 1981, en el Centro de Estudios Económicos y Sociales del Tercer Mundo, de don Luis Echeverría Álvarez (¡qué comidas tan deliciosas cuando armaba conferencias y eventos!), se presentó la feminista Giselle Halimi para hablar acerca de la condición de la mujeres obreras en Francia, y se me ocurrió hacerle no sé qué pregunta de doble filo (no sé si a propósito o porque yo era espantosamente joven), y me dijo que no tenía derecho a preguntar eso por mi condición de hombre que de seguro trataba mal a mi mujer y la sometía a dobles jornadas y no sé qué más. Le dije que ese día en especial yo había dejado preparada la comida, había bañado al niño y lo había llevado a la guardería antes de ir a ganarme la vida oyéndola y entrevistándola, y empezó a alabarme y a decir que así, por lo menos, debían ser todos los hombres. Y me molestó que se la creyera tan fácilmente, a pesar de que era cierto, y que basara todo un rollo serio como el abuso contra las mujeres en quién hace la comida y baña al niño.
Tampoco tengo opciones interesantes a ese rollo de género; no sé si las haya, y no es mi papel averiguarlo, porque yo nada más soy novelista. Lo que sí me parece es que, como en toda democracia, debería ganar la mayoría y que si --como ya se dijo-- las mujeres son el 52 por ciento de la población, "ellas" deberíamos ser todas nosotras, hombres incluidas, y santa paz. Es una idea tan buena que hasta el Vaticano se opondría, como se opone a cualquier cosa que haga más interesante la vida de las mujeres desde épocas casi inmemoriales. Léase como prueba el Malleus Maleficarum, o Martillo de las brujas, el summum de la misoginia, que sirvió para la persecución y quema de brujas en Alemania por allí del siglo XV, validado por no sé qué número de papa Inocencio. (Octavo, veo en la página cuyo link coloco arriba.) La mitad de la justificación del trabajo es cómo la teología demuestra que “la mujer” es la criatura más guácala creada por Dios, mediante la cual el demonio irrumpe en la tierra y se dedica a tentar al Hombre. Luego se pone a decir cosas como que “el infierno está entre las piernas de las mujeres” y que ellas “obligan al hombre” a hacer cosas como dejarse llevar por los impulsos, violarlas y qué sé yo. Terribles ellas. Y luego explica cómo hacer para torturarlas para sacarles “la verdad”: ganchos metálicos en las costillas, hierros calientes y otras linduras. Y, no, no estoy bromeando: el Malleus es el sueño húmedo de cualquier psicópata asesino de nuestra actualidad, nomás que en ese entonces era dogma religioso.
Por cierto, leyenda o no, se dice que el papa Juan VIII era mujer: la Papisa Juana, ni más ni menos. Quizá eso le cobraron a las mujeres los de la iglesia católica, aunque la misoginia ya era artículo de fe, y de allí no ha pasado.
Como sea, esta diatriba viene porque sigo con gripe y porque la poeta Carmen González Huguet me mandó un link a un artículo de Arturo Pérez Reverte que vale la pena leer. Igual no comparto lo que dice acerca de la respetabilidad de la Real Academia Española, porque uno tiene límites. (Hasta la edición XIX o XX, no recuerdo, “violado” era un color; según el DRAE, una mujer podía ser violada, pero un hombre no.)
Ya me voy a ver televisión. Quizá hasta lea un poco si ya vi el capítulo de Crossing Jordan que pasen hoy. Y mientras escribo estoy oyendo el soundtrack de Cabaret. ¡Qué maravilla!

18 de marzo de 2006

La cuarta de Harry Potter

Si algo me ha gustado de la saga de Harry Potter ha sido su frescura y su sentido del humor, a veces macabro, siempre inteligente, y la sensación de esperanza que, con todo y todo, deja cuando uno sale del cine o apaga la tele.
Leí sólo el primer libro, porque me pareció que el segundo no me gustaría; cosas de uno. La segunda película, en efecto, me aburrió un poco. Sólo disfruté a la muchacha fantasma que vive en los baños y el papel de Kenneth Brannagh, como todos los suyos. De la tercera me encantó la ambientación de Cuarón, el juego con la muerte, muy a la mexicana, y qué sé yo, e igual la he visto tres veces, cuando no ha habido otra al alcance. Pero la cuarta me dejó angustiado. Fue como ir a ver la continuación de Breakfast Club y que a me pusieran en Elm Street, y que en vez de bailar en la biblioteca los chavos se hubieran puesto a defenderse del maesto que quiere matarlos a cuchilladas.
Después de la primera película, las historias me han parecido débiles, y esta cuarta en especial. Quizá por eso recurrieron a la truculencia innecesaria, o vaya a saber en qué estaba pensando el director. No sé si quiera ver la quinta de la serie. Prefiero ver directamente una en la que sepa que voy a ver cosas feas y así la disfruto por lo que es, y no tengo que torcer la boca porque me vendieron una cosa y me dieron otra.
Eso sí: magnífica fotografía, magníficos efectos visuales. Interesante el rollo del principio, cuando a Ron lo mata la envidia y se pone a incordiar a Harry Potter, ni siquiera le pide disculpas y de pronto, zaz, ya somos amigos de nuevo, y uno sabe que sólo es transitorio y que a Ron no hay que confiarle. Muy parecido a la vida real, y quizá allí hubiera habido mucha tela de dónde cortar, más de acuerdo con los personajes adolescentes.
¡Y qué feo Voldemort!
Bah. Debe ser la gripe.

17 de marzo de 2006

La oculta inocencia legal de Cayetano Carpio y los pequeños detalles

Además de la carta de suicidio de Marcial, hay un pequeño detalle que al FMLN se le ha olvidado mencionar en los últimos 23 años: que el líder obrero fue explícitamente declarado inocente de haber ordenado el asesinato de Mélida Anaya Montes, la comandante Ana María. Y fue declarado inocente por un juez nicaragüense. No un juez contrarrevolucionario (por mencionar la descalificación por antonomasia) , sino bien sandinista, el mismo que conoció del caso y condenó a prisión al comandante Marcelo, responsable directo del crimen. Quizá la legalidad no haya parecido un aspecto importante a los sucesores de Cayetano; quizá estén esperando el momento oportuno para reivindicarlo.
En el libro Nuestras montañas son las masas. Documentos escritos de la revolución salvadoreña, publicado por Antonio Morales Carbonell, (Viena, Edition Del Keil, 1999), se señala:
El crimen de Ana María fue aclarado. Los tribunales nicaragüenses declararon culpable a Marcelo y a otros tres militantes de las FPL, quienes aceptaron su participación en los hechos criminales. Marcelo, por su parte, aceptó la exclusiva responsabilidad del asesinato al declarar que Marcial ignoraba totalmente su iniciativa y que, de conocerla, se hubiera opuesto a ella.
A petición del abogado defensor Gutiérrez Mayorga, el tribunal hizo constar en su sentencia, que en el proceso no se habían presentado pruebas que permiten respaldar la acusación de la fiscalía nicaragüense sobre la autoría intelectual de Marcial en el crimen de Ana María. El abogado, en su alegato, presentado el 15 de marzo de 1984, manifestaba:
“[...] solicito que se consigne en la sentencia a dictarse si se han aportado o no pruebas que permitan tener a Salvador Cayetano Carpio junto con Marcelo, como coautor intelectual. La procuraduría lo ha mencionado como tal y en honor a la verdad histórica debe hacerle relación a este asunto en su sentencia. Hasta el momento la procuraduría no ha presentado ninguna.”
Posteriormente, el juez del Juzgado Segundo del Distrito del Crimen en Managua, sentenció que:
“...de conformidad con el art. 186 del Código de Instrucción Criminal, en razón de su fallecimiento debe sobreseerse definitivamente en la presente causa a Salvador Cayetano Carpio (Marcial), mencionado por la Procuraduría Penal como autor intelectual del delito investigado. Siendo opinión de esta autoridad que se adhiere a lo expresado por el defensor Gutiérrez Mayorga en su escrito de defensa, que no fueron aportadas pruebas en el proceso que respalden tal imputación.”
A pesar de la declaración de la justicia nicaragüense sobre la ausencia de pruebas en contra de Marcial, los dirigentes de las FPL y de otras organizaciones del FMLN siguen considerando a Marcial como el responsable intelectual del asesinato de Ana María.

Las autoridades de las FPL aseguraron que Marcelo había grabado un video en el que confesaba que recibió la orden de Carpio, y fue lo que se dijo dentro y fuera de El Salvador. Otro pequeño detalle es que el video nunca fue presentado, a pesar de las promesas de los dirigentes guerrilleros.
Lo que me parece terrible es el modo en que mataron a Ana María: 81 golpes de picahielo, y luego la degollaron. Se acusó a la CIA en un principio. Y la CIA tiene por política no negar ni confirmar ese tipo de acusaciones, pero fue tan espantoso que declaró públicamente que no estaba involucrada.
Por cierto, ya se acerca la fecha de su suicidio, el 12 de abril. Después de algunas peripecias, el cuerpo de Marcial fue desenterrado de la base militar de Jiloá, en Managua, y trasladado con sigilo al cementerio de Santa Tecla. La tumba era muy sencilla y sólo se leía en una placa pequeña: "Familia Carpio-Alvarenga." A lo largo de los años los marcialistas han ido arreglándola, no sé si con buen gusto, pero sí con entusiasmo. Todos los años me doy una vuelta por allá para saludar al viejo, aunque no el aniversario de su muerte, porque se llena de gente con la que no comparto nada y de discursos que me dicen muy poco. Mi asunto es personal, no ideológico.
Y la gripe está peor que nunca.

16 de marzo de 2006

Violeta Menjívar y el FMLN

Según el recuento del Tribunal Supremo Electoral, Violeta Menjívar --no somos parientes-- es la nueva alcaldesa de San Salvador, y felicidades por eso. Pero me parece que el FMLN ha salido más dañado que favorecido, y además por méritos propios.
La experiencia electoral anterior indica que, en principio, no era necesario llegar a un punto en el que hubiera que contar voto por voto para darle el triunfo al candidato efemelenista; un buen candidato y, listo, quince o veinte por ciento de margen a favor, como en las tres elecciones pasadas. Pero hubo dos legados de Schafik Hándal que llevaron a ese punto.
La primera, la expulsión de varios militantes y candidatos viables (como el actual alcalde de San Salvador, Carlos Rivas Zamora, quien corrió por la alianza CD-PNL-FDR); la segunda, la propia Violeta Menjívar, que se movió siempre a la sombra de Hándal y ahora deberá adquirir personalidad propia para poder gobernar a gusto. Quizá el hecho de estar tan identificada con Hándal le haya permitido, tras la muerte del viejo dirigente comunista, obtener una cierta cantidad de votos, los suficientes para ganar, pero no los necesarios para gobernar sin fuertes presiones.
Un dato curioso: la peor votación del FMLN para la Alcaldía de San Salvador la obtuvo el propio Hándal, derrotado por el candidato de ARENA, Mario Valiente, en 1997; en 2000, Valiente sería ampliamente vencido por Héctor Silva, expulsado del FMLN en 2003. Y mäs: una de los votaciones más bajas de la izquierda en las presidenciales la obtuvo en 2004, con Hándal como candidato contra el actual presidente, Antonio Saca. Más todavía, y al parecer paradójico: Hándal se considera el líder histórico de la izquierda salvadoreña (quizá lo fuera de la actual izquierda institucional actual), y lograba movilizar a miles de personas, pero nunca ganó un puesto de elección popular. Como diputado, siempre entró por las plurinominales, y en la misma categoría debía ir este año al Parlamento Centroamericano.
Si la petición de recuento de votos del candidato de ARENA a la alcaldía capitalina, Rodrigo Samayoa, fue una maniobra política, se trató de una maniobra hábil y de perspectivas estratégicas. Quizá para ARENA no fuera tan importante ganar como dejar constancia de que el FMLN había perdido su indudable fuerza en San Salvador. Es cierto que hay bastantes matices de por medio, pero también que no importa tanto el apoyo recibido por ARENA (que pudo ser un "voto de castigo" dedicado a la izquierda), sino la fragilidad del FMLN tras las draconianas purgas del año pasado. Quizá la candidata no era todo lo viable que se requería, quizá Rivas Zamora tenía aún una buena oportunidad ante los ojos de los electores y su expulsión provocó más irritación que sumisión por parte del "voto duro". (No alcanzó un 7 por ciento de los votos. Punto en mi contra en este aspecto.)
Los retrasos para dar los resultados también pudieron ser o no parte de la supuesta maniobra, pero llevaron a algo que era previsible desde el principio: mientras el Tribunal Supremo Electoral estaba reunido, una manifestación del FMLN rodeó el hotel Sheraton, arrojó piedras contra la policía y trató de forzar el cerco de seguridad. Las cámaras reportaron cómo se lanzó gases lacrimógenos a los manifestantes, y también registraron explosiones del lado de éstos que bien pudieron ser disparos, bien pudo ser algo más inocente, pero igualmente inoportuno. Poco después, la revisión de votos se realizó frente a las cámaras de la prensa, con observadores internacionales y delegados de todos los partidos, incluidos los del FMLN, que gritaron "Fraude" un par de veces cuando se adjudicó algún voto a ARENA. Y, frente a las cámaras de televisión, resultó claro que la triunfadora era Violeta Menjívar, por un margen peligrosamente pequeño.
El representante del FMLN en el Tribunal no se presentó. Y es obvio que no podía hacerlo: si se oponía a la aprobación de votos de ARENA que claramente eran válidos, se hubiera visto mal; si los hubiera validado, se hubiera visto mal. Mal dentro de la mecánica de confrontación planteada por el FMLN. Y peor si hubiera rechazado los seis votos rescatados para ARENA --hasta donde llegué-- y aprobado los dos para el FMLN.
Es seguro que el FMLN se atribuya que evitó un fraude que se quería cometer en su contra, que gracias a la movilización logró que no se consumara. El problema es que lo que se vio fue un recuento de votos que en cualquier país regido por ese tipo de elecciones es legal, correcto y a veces necesario. Y Violeta Menjívar ganó sólo por unos cuarenta votos, no por los miles y miles acostumbrados hasta ahora en la capital.
Eso en el caso de que sólo se hable del proceso electoral, que no deja de ser una relativa manifestación de la democracia. El problema de fondo, me parece, estriba en lo que es actualmente el FMLN, y para dónde va.
Su carencia más importante es una perspectiva estratégica no de la lucha, sino del país en el que quieren luchar o hacer lo que hagan los partidos institucionalizados de la izquierda radical. Por ahora están inmersos, desde los Acuerdos de Paz de 1992, en los "mecanismos burgueses" de confrontación política, que tienen reglas claras: el que gana en las elecciones es el que manda, y el que pierde, pierde, y ejerce un cierto tipo de oposición, dentro de márgenes bien definidos. Y hay cosas que no pueden condicionarse, so riesgo de perder una buena dosis de capital político. Por ejemplo, cuando perdió ante Saca, Hándal reconoció el triunfo de su rival, pero dijo que no lo felicitaba y que la oposición iba a ser aún más activa. No felicitar al que le gana a uno es poco elegante, pero tampoco es para morirse. El problema es que unas semanas después, también ante las cámaras de televisión, hubo en el centro de la ciudad agresiones contra la policía, quemas de teléfonos públicos, automóviles y puestos callejeros y un despliegue de delincuentes, en la zona del mercado central, que apoyaban al FMLN. Lo de "delincuentes" no es una expresión moralista, ideológica o ñoña: en serio que los hubo; mi hijo andaba por allí y le tocó ver a mareros agarrándose a pedradas con la policía y quemando cosas. Si ARENA hizo --no sé con cuántra justicia-- una acusación al respecto, quizá quería en buena medida referirse a "eso". (Krisma, con ocho meses de embarazo, venía de casa de sus papás y recibió un buen susto y una dosis no muy grave de gases lacrimógenos a un par de cuadras de la Catedral. Yo estaba trabajando en Los Planes y mordiéndome las uñas, porque no había modo de bajar a San Salvador.) En esa ocasión, creo, hubo una fuerte pérdida de capital político del Frente, que ahora puede estar expresándose.
El FMLN también expulsó al alcalde de Santa Ana que --¡ah, los virajes ideológicos!-- se reeligió con los colores del Partido Demócrata Cristiano, dejando al Frente como tercera fuerza electoral en una plaza que era indudablemente suya. Algo similar pasó en Nejapa, donde el alcalde se reeligió por segunda o tercera vez con la bandera del CD-PNL y el apoyo del FDR, es decir los expulsados del Frente. Fallaron los intentos de correr al alcalde de Santa Tecla, Óscar Ortiz, quien triunfó un poco menos estrepitosamente que en los comicios anteriores, pero sin lugar a dudas. En Panchimalco, donde vivo, por primera vez perdió el FMLN, severamente, ante ARENA. Y el candidato de ARENA no era de lo más atractivo que había.
Resulta triste ver a la agrupación tradicional de la izquierda salvadoreña --y aquí está mi queja-- reducida a pelear treinta o cuarenta votos y movilizando a media humanidad para hacerlo. No porque no sea necesaria --cuando es necesaria-- la defensa del voto, de la voluntad popular y todo eso, sino porque su papel debería ser otro. Pero las pugnas eternas han evitado, desde su fundación, en septiembre de 1980, que haya logrado estructurar un proyecto de país, una estrategia coherente y una unidad política al menos básica. Con todo eso, una alcaldía sería lo de menos, y no habría siquiera que pelearla.
Y ya me voy a dormir; tengo tres reuniones mañana, desde temprano, y esta gripe no va a ayudar a que esté demasiado coherente. Así que, señores, no estoy vendido a la derecha por escribir lo anterior: tengo gripe. (Y me parece que la izquierda institucional estará cerca de una tuberculosis pulmonar si no se revisa a sí misma.)
Ah: el presidente Saca puso una buena parte de su propio capital político en las elecciones capitalinas. Aún es pronto para saber si estuvo bien invertido.

15 de marzo de 2006

La gripe, la electricidad, los libros y Cayetano Carpio

Hoy ocurrieron dos desgracias: amanecí con una gripe de espanto y no había electricidad.
Con la gripe uno ya sabe qué hacer, se resigna, moquea, se marea a gusto y aguanta las rápidas fiebres y los ojos llenos de arenita. Pero lo de la electricidad sí fue terrible.
Para empezar, nada de internet. Y nada de televisión. Y nada de música. Así que no hubo más remedio que recurrir al remedio antiguo contra las enfermedades de nariz y garganta: leer. Libros. De papel y todo.
Me puse a revisar algunos cuentos de la antología Pequeñas resistencias. Antología del cuento centroamericano, publicado por la editorial española Páginas de Espuma, en una recopilación del panameño Enrique Jaramillo Levi. También Cicatrices, otra antología de cuentos centroamericanos, realizada por Werner Mackenbach y publicada en Nicaragua hace un par de años, actualización a su vez de la publicada en Alemania, también por Mackenbach, titulada --desde luego-- Papayas und Bananen. El panorama es disparejo, o más bien lo contrario: lo disparejo es la calidad, porque las formas de narrar son más o menos las mismas en casi todos. Demasiado énfasis en la historia, muy poco en los personajes, desarrollos más o menos previsibles de los temas. Y es que un cuento --o un relato de cualquier tipo-- no es una historia: ésta cumple sólo un papel básico dentro del texto, y hay otros "aspectos" --el término es de E.M. Foster-- más importantes: los personajes, las tramas, qué sé yo. La historia es el producto inevitable del paso del tiempo, cronológico o narrativo, y no necesita de literatura para existir; basta con que alguien redacte bien para que salga una historia. Y me da la impresión de que la literatura es otra cosa. Formas. Formas únicas e irrepetibles. La originalidad literaria necesariamente está en la forma, porque temas ya se sabe que son pocos (locura, amor y muerte, dijo Quiroga) y el mundo es menos ancho y ajeno de lo que uno cree.
También releí un buen trozo del excelente ensayo de Rafael Llopis para Los mitos de Cthulhu, una recopilación de los cuentos de terror y de los autores que giraron alrededor de H.P. Lovecraft, el tipo raro de Providence. Aún no he llegado muy lejos en la relectura, porque regresó la electricidad, y con ella internet y la felicidad, pero recuerdo varios cuentos magníficos: "El rey amarillo", de R.W. Chambers; "Los perros de Tíndalos", de Frank Belknap Long, y "El morador de las tinieblas", de Lovecraft himself. Digo "recuerdo" porque el libro lo compré por primera vez en 1980 y lo devoré algunas veces en compañía del escritor René Bascopé Aspiazu --de gratísima y boliviana memoria--, junto con el resto de la obra de Lovecraft. Seguí leyéndolo más o menos hasta 1990, cuando el ejemplar ya era una desgracia, y lo dejé en México cuando salí, en 1998. Hace poco más de un mes fui a Guatemala, lo vi y lo compré, y apenas ahora hubo pretexto para revisarlo.
Lovecraft, en su ensayo El terror sobrenatural en laliteratura, señala algo que pone en práctica, y muy bien: no hay mejor modo de provocar terror que hacer que alguien pierda la noción del tiempo y del espacio. Ya lo sabía la Inquisición, que entre otros métodos perversos usaba el de encadenar gente en lugares sin luz y sin sonidos, y Poe lo recoge muy bien en "El pozo y el péndulo". Llopis, por su parte, hace un bonito recuento del relato de terror, desde El castillo de Otranto, de Walpole, el inaugurador de la novela gótica, hasta los hijos de Lovecraft, como Robert Bloch, a quien el mundo le debe algunos de sus mejores estremecimientos (El bebé de Rosemary, Psicosis, Flores para Algernon, en evidente homenaje al también escritor de terror Algernon Blackwood).
Cerca de esos libros encontré una revista mexicana ya antigua, de junio de 1983, Por esto!, que con más pena que gloria dirigía Mario Menéndez Rodríguez. En la portada está Salvador Cayetano Carpio, y dice el titular: "¿Por qué se suicidó Marcial?" Nada que ver con la versión oficial, que nunca he terminado de creerme. La gripe hace que no me den ganas de transcribir el artículo (quizá lo haga otro día).
El caso es que hace algunos meses, mientras armaba Tiempos de locura, varios de los principales dirigentes políticos salvadoreños a los que entrevisté, de todos los bandos, coincidieron en algo: no habían leído la carta suicida de Cayetano Carpio. Algunos de ellos lo habían condenado, y no habían leído siquiera la dichosa carta. Poco serio arruinar la reputación del líder histórico de la revolución sin tener la delicadeza de leer sus últimas palabras...
Aprovecho que no tengo nada que decir para ponerla aquí. Ojo: en la parte donde dice "en este momento", y conociendo a Cayetano, pensé que se refería a "este momento histórico". Ahora estoy seguro de que lo dijo de manera literal: en ese preciso momento, cuando escribió esa frase de la carta, decidió matarse.


Palabras al heroico pueblo de El Salvador, a mi querida clase obrera y a la gloriosa FPL–Farabundo Martí.
En todos los momentos más duros de mi vida, en la lucha contra las clases reaccionarias y explotadoras internas y contra el imperialismo yanqui, ha sido y es mi pueblo y mi clase los supremos elementos de inspiración y objetivo básico la lucha por sus intereses. En este momento más que nunca.
He sido atacado, perseguido, calumniado, vejado, reprimido mil veces por esos bestiales enemigos del pueblo y todo lo he soportado y superado con mística por la causa de los obreros, campesinos y pueblo. Todos mis pasos son y han sido dentro de este marco, de estos intereses fundamentales, mayormente en estos últimos años de lucha, de la intensificación de la lucha popular de liberación, de la intensificación de las ofensivas militares e insurreccionales hacia la Toma del Poder para el pueblo y por el pueblo que tenga por base la alianza obrero–campesina y sus intereses.
Al intensificarse la Guerra Popular, se intensifica también la acción del imperialismo en todos los órdenes, sus conjuras, sus planes y complots. Contra todos esos planes nefastos estoy dispuesto a luchar hasta la victoria total.
Pero una cosa es luchar contra el imperialismo y sus intrigas, y otra sentir la injusticia, la calumnia y la infamia de parte de los mismos hermanos. Una negra conjura por manchar mi vida revolucionaria y dañar profundamente a las FPL está en marcha y llegando a su culminación. No sé de dónde proceden esos planes difamatorios, esa conjura contra mi vida revolucionaria. Lo único que sé es que cuando se acerca la Toma del Poder, la burguesía nacional e internacional arrecia todos sus recursos para debilitar la hegemonía proletaria–campesina en la revolución y de esta manera eliminar política o físicamente a las organizaciones que son verdadera garantía de los intereses proletarios.
Pero lo que duele, lo que no puede soportarse es que hermanos revolucionarios sean engañados y acepten como si fueran ciertas las calumnia, el invento pérfido, la infamia contra un revolucionario probado mil veces en el combate popular. Que al aceptarlo no sólo contribuyen a destruir mi probada imagen revolucionaria, sino que se lancen contra las filas de mi querida organización, considerando a todos sus miembros y redes como potenciales infiltrados del enemigo.
No puedo soportar impotente que así se trate a mi querida organización, base de la lucha revolucionaria de mi pueblo y de la unidad consecuente, ni a las exigencias de que ponga a sus organismos, redes, miembros y colaboradores en manos de una investigación mal conducida y prejuiciada. Y no puedo soportar el escarnio que se hace de mi persona, la infamia de querer involucrar mi nombre aunque sea indirectamente, la torva insinuación en esa dirección, en el doloroso caso de la terrible pérdida de nuestra compañera Ana María.
Rechazo esta injusta calumnia, aunque de ella se hagan eco los hermanos. Pero es más dolorosa la injusticia cuando viene de los hermanos que de enemigos. La verdad, que un día inevitablemente resplandecerá contra la calumnia y la infamia. Se impondrá inevitablemente. Y por de pronto, toda responsabilidad sobre mi decisión personal tomada en este momento recae sobre quienes, aun siendo hermanos, así han procedido tratando de poner injustamente manchas a mi trayectoria revolucionaria.
Sé que mi querido pueblo triunfará pronto; que la clase obrera sabrá defender su derecho a hegemonizar el proceso revolucionario de mi país, y que aun sufriendo estos grandes golpes, las FPL sabrán resurgir como genuina expresión del proletariado y del pueblo y sabrá jugar incidencia positiva en la correcta unidad del pueblo y sabrá desempeñar con nuestras queridas FAPL papel decisivo en la victoria final y en las fases que conduzcan a la creación de las condiciones para pasar al socialismo.
Me alienta la idea de que mi modesta contribución a esos logros, teniendo como norma hasta el último instante, cada acto de mi vida, los intereses del proletariado y del pueblo, en alguna medida ayudan y ayudarán a los genuinos intereses del pueblo en su futuro feliz.

¡Revolución o muerte!
¡El pueblo armado vencerá!
Marcial.
Primer responsable de las FPL–Farabundo Martí
y Comandante en Jefe de las FAPL.
Miembro de la Comandancia General del FMLN.

14 de marzo de 2006

Acumulación originaria

Hace casi un año que apareció publicada la tercera edición de Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador, escrito por mi padre entre 1976 y 1978. Se publicó después de una pausa de... híjole... 25 años; la última publicación fue en 1980.La Univ ersidad de El Salvador es por ahora el único lugar en el que se vende, y aproveché mi día de descanso para ir a comprar un par después de un delicioso almuerzo de mole con pollo en casa de Silvia Castellanos, mi madre en El Salvador, viuda del poeta e historiador Ítalo López Vallecillos, el primer editor del trabajo.
Sigue siendo un libro fundamental para comprender la formación de la clase dominante en El Salvador, y sobre todo los métodos utilizados, no muy diferentes a los europeos: despojos de tierras, trabajo subordinado (tiendas de raya, etcétera), represión militar, pésimas condiciones laborales y sociales, lo que sea. Hay un apartado bien interesante acerca de las importaciones de artículos de las familias que manejaban la economía del país. Un porcentaje elevadísimo, a veces más que el correspondiente a insumos y maquinaria, es de artículos suntuarios, digamos licores, telas y adornos. En otras palabras, desde mediados del siglo XIX hasta por allí de1912 --si no más-- había condiciones de vasallaje al es tilo las novelas de Gógol, gente que moría de enfermedades curables, un estúpido índice de analfabetismo, etcétera, para que alguien se emborrachara con cognac y las señoras se vistieran según la moda europea, no dudo que incluso con pieles, aun en este clima de perros enojados. Es algo que todo el mundo sabe, pero visto a manera de trabajo académico no deja de impresionar.
Me encargué --como di cuenta en este blog-- de hacer la edición, poner algunas notas al pie y corregir un poco el estilo; mi padre escribía muy bien, pero era economista y a veces la sintaxis se le ponía rara. Lo más importante del trabajo, creo, es que no se ha hecho otro igual, desde el mismo enfoque, es decir: el nacimiento de la oligarquía en El Salvador, sus mecanismos, el sistema legal, etcétera.
Después de la posguerra y de la caída del muro aquél, ser marxista se convirtió en algo de mal gusto, y el libro tendió a olvidarse. Y se puso de moda entre los historiadores más jóvenes tirarse de frente contra el libro de mi padre --en especial después de su muerte--, de desestimar su valor y de crear una visión más acorde con la idea de que, señores, quizá esto no sea el fin de la historia, pero desde aquí se divisa, y hay que ponerse a la moda.
Una de las notas que le puse al libro tiene que ver con uno de esos intentos de desestimar el trabajo, hecho por Héctor Lindo-Fuentes, por cierto hijo de Hugo Lindo, quizá el más grande poeta que haya tenido El Salvador. Hay cosas que no entiendo, y transcribo a continuación la nota en cuestión, en la cual muestro mi sincera incomprensión:

El historiador Héctor Lindo–Fuentes, en su libro La economía de El Salvador en el siglo XIX (Dirección de Publicaciones e Impresos, Biblioteca de Historia Salvadoreña, San Salvador 2002; la primera edición es de la University of California Press, 1990, bajo el título Weak Foundations: The Economy of El Salvador in the Nineteenth Century) discrepa de las estimaciones de Menjívar, aunque no del análisis. Señala:
“La cifra que ofrece Menjívar es demasiado alta. Comienza con el estimado de Browning de un 25% pero, debido al hecho de que había mucha confusión con relación a lo que era una tierra comunal y una ejidal, afirma que la mayoría de las tierras comunales no fueron incluidas en el censo. Su estrategia para calcular el territorio que cubrían las tierras comunales es tomar la superficie total del país y restarle el área cubierta por las tierras ejidales, las haciendas y las tierras no agrícolas. Es un supuesto razonable, mucho más razonable que los datos que seleccionó para hacer el cálculo. El área total del país no está en duda y el área de las tierras ejidales, aunque imprecisa, al menos se basa en un censo contemporáneo. El problema está en las cifras que empleó para la superficie cubierta por las haciendas y la tierra no agrícola. En ambos casos las cifras son tan anacrónicas que no es posible justificar su uso para este tipo de cálculo. Menjívar, al igual que Browning, afirma que las extensiones de las haciendas pueden estimarse del informe que escribió el intendente Gutiérrez y Ulloa en 1807. Este procedimiento tiene dos problemas: 1) el informe del intendente contiene datos muy imprecisos que únicamente sirven para proporcionar una impresión muy general de la importancia de las haciendas, y 2) la tenencia de la tierra experimentó importantes cambios en setenta años. La economía había sufrido transformaciones, el mercado de tierras privado había estado muy activo, se habían efectuado compraventas de tierras ejidales y el gobierno había vendido terrenos baldíos. Aun cuando existiese un estimado preciso de las tierras que abarcaban las haciendas en 1807, sería irrelevante para efectos de estimar las tierras de las haciendas en la década de 1880. En cambio, el área que empleó Menjívar para las tierras no agrícolas se ha tomado del censo agrícola de 1950, otra diferencia de setenta años, pero esta vez en la dirección opuesta. Esto presenta otro problema serio: las nuevas técnicas agrícolas y una mayor presión demográfica, con bastante seguridad, redujeron considerablemente la superficie de las tierras no agrícolas en 1950 en comparación a la de 1879. Menjívar no toma en cuenta esta consideración.
“[...] La estimación de Menjívar debe aceptarse, en el mejor de los casos, como una que tiende hacia los límites máximos, aunque mi inclinación es rechazarla en absoluto. Browning es más cauteloso porque, en vista de que la distinción entre tierras ejidales y comunales nunca fue muy clara, no hay seguridades de que éstas hayan sido incluidas en el censo de alguna manera consistente. Su estimado de un 25% del territorio nacional bajo propiedad ejidal es casi el doble del estimado del censo de 1879, lo cual compensa ampliamente el subregistro de las tierras comunales.
“No hace falta estar de acuerdo con el estimado exagerado que ofrece Menjívar para afirmar que la superficie de las tierras comunales y ejidales distaba mucho de ser insignificante. No todas las tierras comunales y ejidales estaban bajo cultivo, como tampoco lo estaban todas las tierras privadas, pero existe abundante evidencia, tanto en el censo de 1858 como en el de 1879, de la importancia de las tierras ejidales y comunales en la producción de alimentos y cultivos de exportación.” [pp. 219–222]
El problema de las aseveraciones de Lindo–Fuentes es que sus argumentos se basan en los mismos datos utilizados por Menjívar, e incluso en una menor cantidad, y plantea el tema más bien como una cuestión de lógica y credibilidad, sin ofrecer datos adicionales o nuevos. Por el contrario, es curioso que Lindo–Fuentes no cite ni rebata otros trabajos en los que se basó Menjívar –además del estudio de Browning–, como los de Edelberto Torres Rivas y el de Marroquín, que aparecen en su bibliografía (pp. 341 y 339, respectivamente). Es igualmente curiosa la ausencia del trabajo de Wilson, que varios autores de importancia además de Menjívar, como Guidos Béjar y Richter, han utilizado para estudiar el mismo periodo y temas. Y extraña la ausencia de Guidos y Richter de la citada bibliografía.
Ante “el estimado exagerado de Menjívar” y las “imprecisiones” de Ulloa, Lindo–Fuentes habla de “abundante evidencia, tanto en el censo de 1858 como en el de 1879, de la importancia de las tierras ejidales y comunales en la producción de alimentos y cultivos de exportación”, que sin embargo no ofrece, y que no lo lleva a plantear una propuesta alterna. Tampoco sustenta por qué las estimaciones de Browning compensan “ampliamente el subregistro de las tierras comunales”.
Señala, contra los datos de Menjívar, que “las nuevas técnicas agrícolas y una mayor presión demográfica, con bastante seguridad, redujeron considerablemente la superficie de las tierras no agrícolas en 1950 en comparación a la de 1879”, sin ofrecer datos que planteenuna cifra menos sesgada de la que el propio Menjívar esperaba, como lo declara en el texto.
La contradicción, quizá, sea de índole académica; Lindo–Fuentes es historiador, y parte de supuestos y métodos diferentes que Menjívar, un economista (además de sociólogo y politólogo) acostumbrado al manejo de datos “duros” más que a la especulación teórica, o a la crítica de trabajos ya existentes sin que le surja la necesidad de ofrecer alternativas.
Después de postulados de tal contundencia, en la página 222 Lindo–Fuentes suaviza sus afirmaciones:
“No hay duda acerca de la relevancia de estas formas de tenencia de la tierra en términos de su extensión y su contribución a la economía salvadoreña. Además, las tierras ejidales y comunales estaban muy identificadas con las instituciones coloniales y con un grupo destacado de la sociedad salvadoreña: la población indígena.”
Tampoco ofrece estimados, y con ello reconfirma la necesidad de buscar nuevas cifras para estimar con mayor precisión la cantidad de tierras ocupadas por los ejidos y comunidades en ése y otros periodos de la historia salvadoreña. Uno de los aportes de Menjívar en este trabajo fue precisamente arriesgar un primer acercamiento probable.

De verdad que el libro es buenísimo. No digo que sea tan ligero como el Código Da Vinci, pero da buenas pistas que muchos historiadores --incluso Lindo-Fuentes-- debieron seguir para su propia obra. Y cuesta sólo $3.60.

10 de marzo de 2006

Los libros y los amigos

Si hay un axioma, es éste: cada vez que uno publica un libro, pierde amigos.
Por algún motivo uno cree, cuando empieza su carrera, que una publicación va a poner contenta a la gente que lo quiere, y casi siempre es así, pero hay algunos que se ponen raros y de repente, zaz, hay uno o varios enemigos nuevos entre los que antes eran más cercanos.
La sabiduría popular dice que no, que así se entera uno de quiénes son realmente amigos y quiénes no, pero me da la impresión de que no es cierto. Creo que lo son hasta que aparece un libro en particular, y en ese momento hay algo que se rompe y les provoca algún problema, como si se tratara de una ofensa personal. Y uno es el ofensor. Quizá involuntario, pero ofensor con todos los agravantes, y la respuesta del ofendido es desmesurada y --para uno-- triste.
Con el paso de los años --y de los libros-- uno empieza a acostumbrarse y ya sólo se pregunta: "¿Quién será esta vez?" La liebre brinca donde menos se espera, y siempre brinca.
Cuando se publicó mi primera novela, Historia del traidor de Nunca Jamás, en 1985, tenía un montón de amigos salvadoreños en México, cerca de 25. Me quedaron tres o cuatro. Por supuesto que todo el lío se dio en forma de chismes, porque así es como se expresa o como empieza, según lo mal que le vaya a ir a uno. Mi favorito es aquél de que mi padre escribió la novela, pero no quería publicarla con su nombre, así que hizo que yo le pusiera el mío y arregló un concurso para que se publicara con bombo y platillo. Más o menos lo mismo que pasó hace unas semanas con Tiempos de locura: básicamente, la tesis es que mi padre lo escribió post-mortem, porque yo me había basado en sus archivos.
Con mi segundo libro, Algunas de las muertes, un poemario, no me fue tan mal, quizá porque no era un muy buen libro y porque pocos lo conocieron. El más doloroso fue Los años marchitos, que llegó junto con un premio latinoamericano y junto con la versión francesa de Historia del traidor. Mi compadre, hasta ese momento mi hermano, reventó y desde entonces se dedicó a sabotear cuanta cosa hiciera. A él le debo haber perdido un trabajo y haber tenido que renunciar a otro, por decir lo menos. Él, que prometía ser un magnífico poeta, no ha publicado cosas buenas hasta ahora. Una pena, porque en serio que tenía con qué, quizá mucho más de lo que yo tengo y pudiera tener alguna vez.
Y así sucesivamente.
Con Tiempos de locura sólo hubo un par de bajas, pero hay una persona que se ha dedicado a hablar mal de mí y del libro y de todo lo que me rodea con quien considere que tiene ganas de oírlo. Claro que me llegan los “reportes” de la gente con la que habla, porque es parte del encanto de esas cosas, y claro que he aprendido a no hacer nada además de sonreír de medio lado y soltar alguna frase disolvente pero de corto alcance. El tipo también tiene con qué, y por eso me resulta patético… aunque también divertido. Quizá más divertido que patético. O no sé; cuando ambas cosas se juntan, la sensación es de lo más extraña, y no sé si me termine de gustar.
El nuevo enemigo y antiguo camarada se inventó un mecanismo pueril, pero interesante: primero manda un anónimo --no hay modo de no reconocer su estilo: un texto es como una huella digital, que Pessoa me perdone--, y luego se dedica a comentarlo, alarmado, con la gente a la que se lo envió, y se pone a ahondar en el tema y ya se sabrá. Lo triste es que la mayor parte de esas personas ya estaban enteradas de que él era el autor del anónimo, y que lo oían (y siguen oyendo) con más morbo que simpatía.
Algo que he notado en los “enemigos súbitos por causa de libro publicado” es que gastan muchísima energía en autopromoción, en hablar mal de los demás, y muy poca en el trabajo. Generalmente son muy talentosos, y generalmente tienen obra, pero es limitada en sus alcances y su cantidad, precisamente porque trabajan menos de lo que deberían y hablan de sí mismos más de lo que les conviene. Vaya: arman un pequeño “banco de obra” --a veces con publicaciones, las más de las veces con autopublicaciones-- y con eso en la mano consiguen trabajos aquí y allá, proyectos, status y qué sé yo, y está bien. El problema es que no se profesionalizan. Son magníficos asistentes, pero malos para manejar un proyecto o escribir un libro de verdad. Y ellos lo que quieren es manejar proyectos o escribir los libros que no pueden escribir porque no se preparan para eso, sino para… No sé para qué, la verdad. Supongo que su objetivo no es hacer las cosas bien, sino ser “reconocidos”, aceptados, queridos. Y uno no escribe para eso, diga lo que diga García Márquez, sino porque no le queda de otra.
Si uno se autoedita, los mismos que echan pestes de uno serán buenos amigos, o al menos cómplices asiduos. No hay peligro cuando uno mismo decide que es escritor y se paga sus propias ediciones. Diría que lo que les importa es un sello y un ISBN, pero igual se inventan sellos e igual registran su propio ISBN para su único libro.
No quiero ser injusto: también se ganan amigos cuando uno publica algo, y casi siempre son amigos generosos y leales, y uno agradece que estén allí. Y hay gente a la que uno veía con cierta lejanía que demuestra que en realidad uno se había perdido algo por no acercarse un poco más. Y hay gente que, a lo largo de muchos años, ha estado allí en las buenas --porque en una amistad no hay malas-- y es la que lo ayuda a uno a que siga por un camino que quién sabe hasta dónde lleve, pero vale la pena caminarlo.

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Nota bene: Por su primer libro, La era del llanto, acusaron a Krisma de varias cosas. Primero, de que yo le había escrito el libro una mala variante de que mi padre me había escrito los míos, vivo o post-mortem. Obviamente la mediocridad no sabe de argumentos originales, y no es necesario que los acusadores de diversos lugares y tiempos se pongan de acuerdo; ya están de acuerdo de antemano. Y, no, no le escribí nada: no tengo la capacidad para escribir poesía como lo hace Krisma. Talentos aparte –y a ella le sobran--, no le he dedicado la cantidad de trabajo suficiente al género para entender muchas de las cosas que para ella son obvias.
Segundo, que yo había presionado para que se publicara el poemario. Y tampoco. El libro pasó por un consejo editorial, sin nombre ni apellido en la tapa, como debe ser.
El otro fue más bonito: que yo había movido mis contactos en Barcelona para que le dieran el premio por Viaje al imperio de las ventanas cerradas. Y la verdad es que no tengo ningún contacto en Barcelona; ni siquiera he publicado en España más que un cuento en una antología.
Quizá si la leyeran se enterarían de que es buena, pero el asunto no es ése, sino destruir una reputación para invalidar una obra, como en su momento hicieron con el maestro Álvaro Menen Desleal, quien sigue siendo el único clásico vivo de El Salvador, con todo y que murió hace seis años.

9 de marzo de 2006

Sobre derechos humanos en El Salvador

En El dario de hoy aparece, aquí, una nota sobre el informe del Departamento de Estado norteamericano acerca de la situación de los derechos humanos en el país. La nota es bastante fuerte para los estándares nacionales, así que me fui a la fuente, o sea a la página del Departamento de Estado. El informe, muy amplio y minucioso, puede encontrarse aquí.
Hay una nota interesante en el periódico La Jornada, de México, acerca de las cosas no incluidas en el informe, digamos las violanciones a los derechos humanos en Guantánamo, las de las fuerzas de Estados Unidos en Irak, etc. Puede verse aquí.

7 de marzo de 2006

Maneras de morir

Maneras de morir estaba a punto de publicarse en editorial Farben/Norma, de Costa Rica, a mediados de 2003. Me mandaron los PDFs, corregí, entró a taller... y a la editora se le ocurrió decirme que el 10 por ciento que me iba a dar por derechos me lo daría cuando se vendiera el libro, no a manera de adelanto como habíamos quedado un año antes. Le pedí una explicación y salió con el rollo de que en realidad se trataba de una oportunidad de que yo publicara en una buena editorial, etcétera. Aún no habíamos firmado contrato ni nada, y me dio la impresión de que el atraso era precisamente para que sólo me diera cuenta de que no me iban a dar nada cuando no pudiera echarme para atrás, o cuando ya no me importara: la vista de un libro impreso puede ablandar más de un corazón. (Igual la hubiera demandado. En serio que sí.) Le pregunté cuántos ejemplares se publicarían y no me dijo. Sólo que, cuando se vendiera todo, me daría el diez por ciento. El diez por ciento de una cantidad indeterminada me pareció un mal trato, y lo de que se trataba de una buena oportunidad para mí publicar en una buena editorial no me puso de mejor humor; detesto el ninguneo.
No es que el dinero me importara demasiado, porque he hecho peores tratos y con mucho más gusto, sino que me molesta que me oculten cosas, así que le dije que el libro no se publicaba. Con todo, siguió en el proceso de edición (un amigo salvadoreño en Costa Rica haría la portada, y la editora se la pidió una semana después de que le había dicho que no). Puse una protesta en Norma Colombia y les dije que frenaran la edición o de verdad tendríamos problemas. La respuesta fue que el encargado de Norma en El Salvador me llamó para que firmara el contrato. Le dije que, en las condiciones en las que estaba planteado, no lo iba a firmar, y que si había cambiado algo. No, no había cambiado nada, que pasara a firmarlo lo antes posible para que la novela pudiera imprimirse. Me sonó a una orden, y las cosas no funcionan así. Le dije que de verdad debía frenar esa edición y que, si estaban interesados, habría que negociar en serio y bajo otras condiciones.
La editora me escribió entonces para decirme que estaba muy dolida por mi actitud, que su intención no era pasarse de lista, sino darme una oportunidad, y que si quería negociar algo lo hubiera dicho desde el principio. Un año antes habíamos quedado en los términos, y para mí era claro lo del adelanto y que me diría cuántos ejemplares se publicarían. Así que le dije: de acuerdo, negociemos, las condiciones cambian. Le mandé una propuesta que desde luego iba a rechazar, porque significaba desembolsar dinero en una cantidad justa pero inaceptable para ella. Me dijo que "mejor no se publicaba", y le contesté que ése era el tema desde hacía un par de semanas, que yo no estaba negociando rudo, sino que no confiaba en ella, y que no publico con gente en la que no confío.
Entonces de Alfaguara Guatemala me pidieron que enviara algunas novelas para ver cuál publicarían y, después de examinar varias, escogieron Maneras de morir, entre otras cosas porque ya la había aprobado Norma. (Sí, se aprobó en la sede de Cali.) A principios de 2005, a punto de firmar contrato para que saliera en mayo, la editora me dijo que tampoco habría adelanto, que sólo me darían dinero cuando se viera que se estuviera vendiendo, que cedía todos los derechos durante no sé cuánto tiempo y para todo lo que se ofreciera y qué sé yo. Y que quería leer otra novela mía, Réquiem para una señora sin canas, porque en una de ésas cambiaba de opinión. Y, claro, el rollo del prestigio que sería publicar en Alfaguara.
Le dije que me mandara una propuesta mejor, porque en esas condiciones no iba a firmar, y que el hecho de que me pidiera otra novela para considerarla, después de dos años de espera, me indicaba que Maneras de morir no le interesaba especialmente. Y di por terminado cualquier trato que pudiéramos tener.
Hace un par de semanas, Raúl Figueroa Sarti me propuso publicar Maneras de morir en F&G Editores, de Guatemala, de la que es dueño. Le pregunté las condiciones, me las dijo, me parecieron justas y el domingo anterior vino, firmamos el contrato, me dio un primer adelanto y el libro se publicará por allí de agosto. Rápido, limpio y sin discusiones inútiles.
F&G tiene unas ediciones de verdad bonitas, y Raúl no es complicado, como trato de no serlo yo. Y cada vez me convenzo más de que la tranquilidad está en las editoriales pequeñas. Me gusta tratar con editores que son editores, no gerentes, y a los que aún les gusta la literatura.
Por de pronto nos la pasamos platicando a gusto, junto con el escritor Javier Mosquera Saravia, que lo acompañaba.

4 de marzo de 2006

Mi hermanito Mauricio

Tanto como hermanito, no es, aunque en la foto se vea espantosamente joven: en junio próximo cumplirá 35 y está terminando un doctorado en historia, que se suma a la maestría en ciencias políticas y la licenciatura en sociología. (Aquí aparece con su novia Yasmín, a quien conoció en Alemania precisamente mientras estaba en un curso de lo del doctorado. Fue un caso de amor a primerísima vista.)
El día en que iba a nacer mi hermano, el tío Mauricio, hermano de mi madre --de quien precisamente tomaron el nombre para él-- llegó nervisosísimo a casa para saber qué rayos íbamos a hacer mientras mi madre estaba en el hospital en labor de parto. Pasarnos quién sabe cuánto tiempo en un pasillo o, peor, en la sala de la casa, con el agravante de que ninguno de nosotros fumaba, era una perspectiva de lo más tétrica. La decisión fue fácil: estaban dando Lawrence de Arabia, que dura como cuatro horas, y nos fuimos a meter al cine. Yo estaba a punto de cumplir doce años, e igual ahora no le entiendo mucho a la película, por eso la he visto como diez o doce veces, pero tampoco era el caso. La función empezaba como a las seis o siete de la noche. Mi hermano ya había nacido cuando llegamos a casa, a eso de la medianoche, porque todavía nos pasamos a cenar, y de verdad que con mi tío se puede cenar bien. (No sé ahora, pero en ese entonces conocía cada changarro infame y cada restaurante carísimo, y sabía dónde comer lo mejor de cada cosa. A él le debo la mala costumbre de comer bien. Lo que sea, pero bien. A los 17 descubrí que era gourmet y a la vez era pobre, así que tuve que aprender a cocinar. Ésa es otra historia.)
Durante los primeros tiempos de vida de Mauricio me tocó hacerla de papá de él, enseñarle a caminar, a hablar, todo eso. Mi padre estaba en lo que estaba como rector de la Universidad Nacional, con amenazas de intervención militar, y mi madre estaba trabajando fuerte para hacer dinero extra para cuando viniera la intervención. Todo giraba alrededor de la intervención de la universidad, que llegó el 19 de julio de 1972. (Cuando llegó el triunfo sandinista, el 19 de julio de 1979, la celebración fue especial en casa. Había algo de justicia histórica, aunque fuera sólo por la fecha.) Luego, en el exilio de Costa Rica, estaba el rollo de ver cómo se ganaban la vida, y más de lo mismo. En México otro tanto. Mi hijo Eduardo, seis años menor que Mauricio (sí, nació cuando yo tenía 18 años), se crió junto con él, tan bien y tan mal como se crían juntos los hermanos.
Como sea, a mediados de 1983 mi familia se fue a Costa Rica, porque a mi padre lo nombraron director académico de FLACSO latinoamericana, y yo me quedé en México hasta diciembre de 1998.
En el ínterin, de Lawrence de Arabia a mi salida de México, el niño creció. No mucho, porque mi familia es de poca estatura, y con mi 1.76 soy algo así como el grandote de la casa. (Entre todos los descendientes de Dionisia Menjívar y Jacinto Castro, mis bisabuelos, sólo me gana mi primo Gerardo, hijo del tío Neto, que anda arribita del 1.80. Mi padre no llegaba a 1.65, la estatura promedio de la familia para los hombres; las mujeres rara vez llegan al 1.60, y en el caso de la Tía Julia Menjívar y un par más apenas despegan del 1.40.)
En fin, hace unas semanas me enteré por mi madre --porque mi hermano no me dijo nada, guay de él-- que publicó un trabajo suyo en FLACSO Costa Rica, junto con otros académicos ticos, bajo el título de Historia y Memoria: perspectivas teóricas y metodológicas. Es un cuaderno, y se puede encontrar y descargar aquí.
Me pareció interesante, porque trata precisamente del tema que he estado trabajando --de otro modo, claro-- con Tiempos de locura, también publicado por FLACSO, pero en la sede de El Salvador. Ayer, por cierto, se presentó la segunda edición, cuya portada reproduzo para no quedarme con la gana. La de la primera edición era azul. Me gusta más cómo quedó en verde.


Uno de los temas de los que habla Mauricio en la introducción del trabajo es algo que de manera intuitiva llamé "la actualización de la memoria": cómo los recuerdos de los actores de ciertos hechos se van acomodando a medida que pasa el tiempo y ajustándose a los acontecimientos posteriores, quizá para explicar de manera más coherente lo que vivieron. No hay mala fe en esta "actualización" --o no necesariamente la hay--; Borges dice que el recuerdo está lleno de olvidos, y de allí tomé el concepto. Mauricio lo sustenta en teóricos un poco más sistemáticos que Jorge Luis y que yo (ejem), y me dio gusto darme cuenta de que, con todo y que no nos pusimos de acuerdo (platicamos más bien poco), estamos en la misma sintonía.
No sé a Mauricio, pero a mí me da mucho gusto y orgullo publicar en FLACSO, aunque aún me siento como gallina en patio ajeno; mi carrera ha sido más bien literaria, y lo de "Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales" me pone nervioso en cada una de sus palabras. Y me da orgullo porque mi padre fue el de la idea de armar las sedes centroamericanas de FLACSO; fue quizá la obra de su vida a la que dedicó más tiempo y energía. Y me da orgullo saber que también fueron su creación directa los cuadernos en los que publicó Mauricio. Los armó junto con el editor Ítalo López Vallecillos, y después con Sebastián Vaquerano. Entiendo que ahora ek editor es el poeta salvadoreño Américo Ochoa, quien me pasó el link para encontrar el cuaderno.
Para los mal pensados: no, no creo que nos hayan publicado sólo porque seamos hijos de quien somos hijos. Creo que hay un nuestro trabajo que nos avala, y eso sí: somos alumnos del mismo maestro, porque desde chiquitos nos enseñó a investigar y a escribir.
En Tiempos de locura incluyo como apéndice un trabajo de mi padre acerca de insurrecciones populares y una evaluación de la ofensiva final de 1981. Si me preguntan, me encantaría que Mauricio hiciera una introducción tratando los temas de la recuperación de la memoria con los instrumentos que usa en su trabajo. Sería un modo de estar juntos los tres nuevamente, y lo mejor del caso es que no habría nada de forzado en el hecho de que un padre y sus hijos compartan lo que hay en medio de las dos tapas de un libro.
Le voy a escribir a Mauricio, a ver qué dice. Igual se vería rarísimo. Igual no importa que se vea rarísimo; los apellidos, apellidos son, y lo que importa es el trabajo.
Ah: Mauricio publicó un libro hace unos años, pero el instituto donde trabajaba no le permitió que lo firmara en la portada porque "era un trabajo institucional". Para mí que fueron ganas de fregar, nada más. Se llama Actitudes masculinas hacia la parernidad: entre las contradicciones del mandato y el involucramiento, Instituto Nacional de la Mujer, Colección Teórica No 2, San José, 2002. Hay que fijarse en la página legal para saber que él lo hizo. Hay también algunos artículos en varias partes de internet, y por supuesto que no me avisa cuando los publica, y tengo que rastrearlos para enterarme. ¡Ah, estos niños...!