29 de septiembre de 2006

Apuesta ganada

Anoche gané una apuesta a un buen amigo poeta. Fue tan sencillo que hasta tuve la tentación de sentirme mal, pero logré controlarme y estoy... ¿cómo se decía antes?... exultante.
Paso a explicar.
Santiago (aka Carlos Henríquez Consalvi, el director del Museo de la Palabra y la Imagen) me ha pedido un artículo sobre el periódico El independiente y su fundador, Jorge Pinto hijo, ambos fallecidos hace algún tiempo, para la revista Trasmallo, y ayer se inauguraba una exposición con algunas portadas del diario y habría un conversatorio en el cual me pidió que participara. Yo sabía que habría otras personas que hablarían, como Silvia Castellanos (mi mamá en El Salvador), viuda de Ítalo López Vallecillos, el primer editor de El independiente, entre 1955 y 1961, pero hasta allí.
Estaba en la oficina de Santiago terminando de checar algunos datos, salí y al primero que vi, dirigiéndose a mí, fue a Carlos Cañas-Dinarte. ¡Él sería otro de los que hablarían! Me encantó la idea. Desde enero estaba tratando de platicar con él del modo en que fuera (correo electrónico, teléfono, y de preferencia en persona) para aclarar de dónde había sacado la idea de que mi papá tenía un archivo que era el "eje central" de mi libro Tiempos de locura, como publicó aquí. Y por supuesto que se lo iba a preguntar de manera irritante, o no tenía sentido, porque estaba de por medio lo de la apuesta y porque se me pegaba la gana.
-Por fin das la cara --le dije poco más o menos--. ¿De dónde te inventaste que mi papá tenía un archivo?
Su reacción fue levantar el índice, apuntarme como acusándome y empezar a retroceder:
-¡Vos te inventaste que tu papá tenía un archivo! ¡Vos te inventaste que tu papá tenía un archivo! ¡Vos te inventaste que tu papá tenía un archivo!
Me le puse enfrente mientras trataba de preguntarle dónde había dicho yo una cosa así, y temo decir que quedó de espaldas contra una pared. Temo también decir que yo estaba riéndome, y que debí verme amenazante, porque cuando me río así me han dicho que me veo bien feo. Y descubrí algo que no había notado: según yo, Carlos era más o menos de mi estatura (1.76), y sin embargo sus ojos estaban algunos centímetros por debajo de los míos. O por primera vez en la vida me paré derecho (algo que mis abuelas siempre exigieron, pero aún no llego al homo erectus, no digamos al sapiens) o Carlos se ha encogido o en ese momento se paró en un nivel más bajo del piso. Lo que sí sé es que la corrección política indicaba que no debía dirigirle la palabra, o que debía saludarlo frío pero hipócritamente, porque por allí había como treinta personas, pero a mí a veces eso no se me da, y no iba a desperdiciar la ocasión.
Cuando dejó de decirme que yo me había inventado lo que él había escrito, le pregunté:
--¿Por qué no me llamaste por teléfono para preguntarme? Tan fácil como eso.
--Esa no era mi obligación --dijo.
Allí el que se quedó callado y con la boca abierta, sin nada coherente que contestar, fui yo. Si digo que soy historiador (o "investigador histórico", como le gusta autodefinirse) y asevero que un importante investigador (ése sí de verdad) dejó un archivo a su muerte, lo menos que puedo hacer es averiguar con su familia dónde está. Si no habló con mi mamá ni con mis hermanos para saberlo, y si no habló conmigo; si no ha hablado siquiera con un amigo de la familia o con alguien que trabajó con él, es obvio que está jugando a algo de lo que no sabe las reglas. Y ¿cómo explicárselo en medio de una sesión de catarsis, rodeados de gente que hacía como que no se daba cuenta? (Sí, de lo que cuento aquí hay un montón de testigos. Y de otras cosas que no cuento, pero no me molestaría contar.)
El asunto es que aprovechó para alejarse y de paso decirme:
--Además, vos te autoexcluiste del diccionario.
Y allí sí solté la carcajada: ¡había ganado la apuesta!
Cuando Carlos publicó la nota en cuestión, y luego de unas cosas desagradables que me mandó por correo electrónico y otras que difundió de modo poco académico, le dije a mi amigo poeta:
--Seguro me saca del diccionario --es decir del Diccionario de autoras y autores de El Salvador, de la Dirección de Publicaciones e Impresos, que él hizo, y para el cual antes del "incidente" me había pedido algunas actualizaciones.
--No, Rafa --me dijo mi amigo--, él no haría algo así. En eso es bien profesional.
--Ése no es profesional ni nada --le contesté--. Si se inventa cosas sobre temas que no sabe y se declara experto en asuntos de los que no tiene idea, ¿cómo no me va a sacar?
Las cosas que se inventa tienen que ver con algo sencillo: no consulta fuentes primarias. Busca sólo los datos sueltos, los estructura y les da carácter de cosa verdadera. Le encanta la búsqueda de hechos ocultos, de verdades desconocidas y de interpretaciones "audaces", y la historia y la vida no son así, no están hechas sólo de eso. Así, hace algunos meses dijo que a la guerrilla salvadoreña la financiaba principalmente el Consejo de Iglesias de Estados Unidos, pero no buscó números. En el mejor año de colectas, el Consejo no llegó a un millón de dólares, y sólo las Fuerzas Populares de Liberación se gastaban eso en un mes, y sólo en el interior del país. (Tengo mis fuentes primarias, claro.) No sé de dónde saliera el dinero, pero lo de la multiplicación de los peces, de los panes y de los billetes hace un par de milenios que no se dan por milagro.
Y vino el conversatorio, donde pude comprobar algo que alguna gente, incluida varia que estaba presente en el conversatorio, no me creía.
Primero habló un norteamericano, ex corresponsal de UPI, que le dio las portadas de El independiente a Santiago y al Museo. Después me tocó a mí, y luego Silvia Castéllanos contó de algunas anécdotas de Jorge Pinto hijo.
Llegó el turno de Carlos. Santiago, que es un gran tipo y cree (porque así debe ser) en lo que le dicen sus amigos, lo presentó diciendo que tenía varios años estudiando el fenómeno del periodismo en El Salvador. Un experto, pues. Y Carlos contó "una anécdota que le había llegado", pero que sólo había obtenido de una persona, así que estaba buscando confirmación. Era una anécdota un tanto desagradable, y tenía que ver con un enfrentamiento entre Jorge Pinto hijo y Enrique Álvarez Córdova después de un escándalo (ése sí bastante real) armado por el primero, en su periódico, a costas del segundo. Entre otras cosas Álvarez Córdova, según Carlos Cañas, había golpeado a Pinto, y éste había conservado la calma y le había contestado con una frase ingeniosísima. El asunto habría ocurrido en 1955. (Allí fue el primer error: el escándaloocurrió en 1961; en 1955 se fundó El independiente. Igual uno se equivoca cuando habla, así que no me pareció grave.)
Conocí a ambos, y los personajes no me dan para eso. Álvarez era un tipo de una tranquilidad extrema; Pinto era de una tranquilidad siempre a punto de explotar. Si alguien hubiera golpeado a alguien, hubiera sido Pinto; si alguien tenía frases controladas y precisas en momentos de tensión extrema era Álvarez.
Pero eso es lo de menos: según Jorge Pinto, en su autobiografía (El grito del más pequeño), la primera plática que tuvo con Álvarez fue en 1980, un par de meses antes de que asesinaran a éste, y ambos se habían identificado como hijos de las Catorce Familias (lo eran) y como gente independiente que trata de darle un poco de decencia a un país que entraba en una guerra imparable.
Cuando Carlos terminó de contar la anécdota, pedí la palabra y dije el dato. ¡Y resultó que no había leído la autobiografía de Pinto, que es lo primero que uno busca si quiere convertirse en "experto" en El independiente! O quizá no supiera que existía, en cuyo caso sería peor.
Es una edición bastante fea, hecha en México, hay que decirlo, pero no hay que ir hasta allá para hallarla: la compré en la librería de la Universidad Nacional por poco más de cuatro dólares.
Lo más importante no es que Carlos sea alguien poco serio en asuntos de historia, ni que se invente cosas o no use fuentes primarias, sino que gané mi apuesta. Lástima que no hayamos puesto dinero de por medio, porque entre amigos eso no se hace; me queda la satisfacción de que a veces no me equivoco con ciertas personas, y que la vida da buenas oportunidades para demostrar de qué están hechas.
Y es así como dejo de ser autora o autor salvadoreño. Quién lo dijera...

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Para que Carlos vea que no hay rencor, y para agradecerle el rato de diversión que me dio (me hacía falta), y en caso de que no encuentre El grito del más pequeño, le ofrezco una fotocopia, que pagaré con gusto. También algunos documentos con fechas y cosas así, que bien pueden complementar sus anécdotas. (Sí, la historia es mucho más que anécdotas.)

El eufemismo

Estados Unidos resolvió el problema de tantas dictaduras militares "bananeras", que las enfrentó durante años a comisiones de derechos humanos, organismos internacionales (como la ONU, AI o la OEA) y países (como... bueno... Estados Unidos): le cambió el nombre a la tortura. Ahora se llama "métodos de interrogatorio permisibles" gracias a una ley según la cual quien define lo permisible es el presidente estadounidense, y puede hacerlo de manera secreta y según parámetros secretos. Torquemada (de estar vivo) y Pinochet (de estar vivo también) salivarían de placer.
El asunto es más bonito aún: según se dice aquí, el presidente norteamericano puede decidir quién, en cualquier país o calle o casa del planeta, es un potencial combatiente terrorista en contra de Estados Unidos, y mandar a apresarlo (invadiendo países o no), mantenerlo indefinidamente detenido sin derecho a absolutamente nada y, claro, interrogarlo según métodos que él mismo definirá. Y deberá existir un veredicto de una corte militar (ah: el detenido estará bajo régimen militar) para que el eufemizado pase a una corte civil, pero no hay un plazo muy preciso para que ello ocurra.
El editorial de La Jornada señala algo importante:
Bush no pudo ocultar la verdadera dimensión de estas normas: los interrogadores estadunidenses, dijo, "no quieren que los juzguen como criminales de guerra". Para calmar esas inquietudes, en suma, se procedió a legalizar algunos crímenes de guerra.
¿Cómo no se nos había ocurrido antes? (Bueno, sí se nos ocurrió, pero nos denunciaron precisamente por tratar de legalizar crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y crímenes a secas. Ni modo.)

26 de septiembre de 2006

Dos mil años después

Es fascinante pensar en cómo trece hombres que andaban juntos, a pie, por las tierras de Galilea lograron cambiar la historia de las ideas y las ideas mismas. Y lo único que hacían era hablar y vivir. Para ellos, claro, "vivir" significaba "predicar con el ejemplo".
Después, el mito o la historia o la leyenda se encargó de asignar papeles clave a varios de ellos: el maestro, tanto o más joven como los demás (33 años a la hora de su muerte), carpintero y descendiente de grandes reyes; el traidor (aunque ya National Geographic publicó un desmentido 1,700 años después de que se conociera por primera vez), el que negó al maestro y después fundó su iglesia (¡ah...!), varios de los hermanos del maestro que permanecieron a la sombra como simples discípulos y, al lado y en un prudente segundo plano, la prostituta que se convierte en símbolo de santidad y lealtad.
El modo tradicional de ver a esos trece hombres tiene que ver con la cultura de la época. En las películas, y en la Biblia misma, andan solos, hablan entre ellos, ocupan pequeños espacios para conversar y dormir y predicar (con todo ese desierto a su disposición). Sólo Magdalena (y sólo a veces) aparece en cámara, sirviendo al maestro, y de preferencia bien calladita. Igual papel para María, la madre cuya característica principal era ser madre.
En El evangelio según Jesucristo, Saramago hace un retrato social interesante: los hombres absolutamente dueños del mundo y de la palabra, las mujeres invisibilizadas y sin embargo siempre activas y siempre allí, sosteniendo al mundo.
Pienso en que no sólo Magdalena acompañaba al joven maestro, sino también las mujeres de los discípulos a sus respectivos esposos, y por los alrededores habría algunos niños jugando y llorando y gritando y todo lo que hacen los niños. Y quizá no se llegara a tanto, ni siempre estuviera toda la familia junta, pero "predicar con el ejemplo" también sería eso: que los demás no sólo los oyeran, sino que también vieran su modo de vivir. Y había un aspecto práctico, del que poco se ha hablado: ¿de qué comía y vestía la familia de un apóstol? Si la mayoría se dedicaba a la pesca, lo más probable es que simplemente pescaran para comer (en una de ésas Cristo aprovecha y camina sobre las aguas), y que de ello comieran también quienes los acompañaban. Y mal ejemplo hubiera sido dar de comer al hambriento ajeno mientras los hijos propios padecían de hambre en la respectiva aldea, o comían a expensas de alguien más.
La virtual ausencia de mujeres "comunes y corrientes" en la Biblia (en el Nuevo Testamento en especial; en el Antiguo lo "común y corriente" llega a ser paradigmático), al menos alrededor de las grandes figuras, no significa que no estuvieran allí, sino que no se hablaba de ellas. Las mujeres eran casi un apéndice de los hombres, y uno no habla de su apéndice excepto cuando tiene que operárselo, así de desagradable.
Dos mil años después, la iglesia católica es una cofradía de hombres solos, que andan solos y predican solos, basados (o protegidos) en una ausencia que es previsible en el papel, pero no en la cotidianeidad. En esa iglesia las mujeres ocupan un lugar bastante secundario, y no como esposas, sino como virtuales empleadas domésticas o como grupos de mujeres a su vez solas, que se recluyen aparte: son menos invisibles que antes, pero no mejor estimadas. De hecho, la teología tradicional habla de las mujeres con un desprecio que da agruras, y es triste leer a las grandes figuras de la teología hablando de ellas como criaturas diabólicas que hacen que los hombres caigan en tentación y en pecado por el simple hecho de existir.
Ya en plan práctico, es un desperdicio de recursos humanos tener a un montón de hombres por un lado y a un montón de mujeres por el otro, los unos negando que la Magdalena y Jesús hubieran llevado una vida conyugal (y a la vez diciendo cómo debe ser la vida conyugal, sin conocerla) y las otras atendiendo hospitales y horneando galletitas, sin que después de sus respectivos trabajos lleguen a casa, platiquen de su día, vean la tele un rato o hagan la tarea con los niños. No parece el mejor modo de predicar con el ejemplo, a menos que uno quiera que el mundo se convierta en un lugar desierto en poco tiempo por falta de contacto entre personas que nacen ni más ni menos que para contactarse. Es decir: los que predican están negando la naturalidad de las cosas naturales, su ejemplo es de una esterilidad que da angustia y la estructura eclesial está hecha para eso. Y esa estructura está tan metida en el tejido social que se convierte en ejemplo, a pesar de que la vida real funciona de otro modo, y funcionar de ese "otro modo" se considera pecaminoso.
Todas estas reflexiones vienen al caso porque hay otro escándalo sexual en México que implica a sacerdores y a niños (masculinos, menores de edad), parecido al que hace unos meses se generó alrededor del sacerdote Maciel, fundador y guía de --ni más ni menos-- la Legión de Cristo. Aquí viene una reacción del cardenal primado de México, Norberto Rivera, donde básicamente le echa la culpa al denunciante por dar a conocer la denuncia (él lo llama "comercializarla"). Aquí viene de cómo fue secuestrado y amenazado por matones el denunciante. Antes, supongo, hubiera bastado con acusarlo de brujería, echarle a la Inquisición, torturarlo y, en una de ésas, quemarlo para que la denuncia no prosperara. Curioso: el angelito está acusado de abusar de 60 niños, y de seguro a más de alguna beata habrá regañado seriamente por tener malos pensamientos, y quién sabe con qué castigos terribles habrá amenazado a los pederastas que cayeron en su confesionario.
Me impresiona que haya una asociación de "sobrevivientes" a los abusos de los sacerdotes. Significa que son muchos, y en el nombre está el daño moral que esos "seguidores de Cristo" (que seguro era un hombre de lo más normal) provocan a gente que quizá de veras cree en lo que ellos predican, incluido aquello de "dejad que los niños vengan a mí" y lo de que no se valen los matrimonios entre homosexuales (claro, ambos serían mayores de edad) o la anticoncepción (claro, ellos no la necesitan).
Y me parece que, dos mil años después, la idea original se ha perdido en los laberintos de una institucionalidad que ha partido de premisas equivocadas, un efecto mariposa que ya no tiene arreglo; desde Torquemada, y desde antes (los concilios lateranos, digamos), la iglesia católica debió darse cuenta de que algo olía mal en algún rincón de los conventos.
La defensa es que se trata de casos aislados; la realidad es que se trata de una constante. Trece personas, y sus respectivas familias, deben estar retorciéndose en alguna tumba, donde quiera que hayan quedado sus restos. E insisto en lo que decía hace unos meses: no es gratuito que quien se considera el fundador de la iglesia de Cristo sea precisamente quien lo negó a la hora de la verdad. Y es una verdad sobre la que debería reflexionarse.

22 de septiembre de 2006

El Viaje al Imperio y las sandalias de Valeria

El próximo miércoles 27 de presentarán varios libros interesantes e importantes en el Centro Cultural de España. El primero (y no porque sea mi esposa, ejem) es el Viaje al imperio de las ventanas cerradas, que ganó el premio La Garúa de poesía joven en Barcelona, y que se publicó a principios de este año. Jacinta Escudos lo comentó hace unos días aquí. Krisma ganó la parte del premio dedicada a América; la correspondiente a España la ganó Diego Vaya, y también se presentará su libro, Canto a ras de la tierra.
Por si fuera poco, La Garúa publicó una antología llamada Trilces trópicos, dedicada a poetas de Nicaragua y El Salvador (habrá otros tomos dedicados al resto de países de Centroamérica). De El Salvador vienen Carlos Clará, Susana Reyes, Luis Alvarenga, Nora Méndez, Krisma Mancía, Osvaldo Hernández y Alfonso Fajardo. La condición principal era que todos hubieran publicado (no autopublicado) al menos un libro de poemas. Carlos Clará aún no ha publicado (tiene la limitación de que es editor de la DPI, y eso de la ética no lo deja), pero es tan bueno que no quedó de otra que poner unos poemas suyos. La antología es de Joan de la Vega, editor de La Garúa y poeta.
Además, hay una colección de cinco libros de poemas publicados por la misma editorial con autores españoles y de otras latitudes. Excelente. Y los precios no son tan bárbaros, la verdad.
La convocatoria del Centro Cultural de España está aquí.

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Escribo en un hotel de Panamá, en tránsito de una noche de regreso a El Salvador. Una humedad tan húmeda, diría José Gorostiza ("mas qué vaso, también, más providente", o sea).
El asunto es que en Costa Rica, cuando nos tocó pasar a la zona de abordaje, nos hicieron sacar todo lo de metal, etcétera, algo incómodo cuando uno usa pantalones muuuy flojos y la hebilla del cinturón es de metal. Y luego nos hicieron quitarnos los zapatos y ponerlos en la banda esa con rayos X...
A los meses del 9/11 (o como le digan) fui a Arizona, y me hicieron quitarme los zapatos porque sonaban a metal. En efecto tenían una plaquita de metal. Me los quité, el guardia examinó los zapatos rápidamente, me dijo que eso pasaba con ese modelo y hasta me dio las gracias.
Pero no sé qué pueda meter uno en unos zapatos (incluso del tamaño de los míos) que pueda ser detectado con rayos X y no con el detector de metales. ¿Explosivo plástico? Para nada; hasta donde sé, el C4 no puede verse así, y bien empacado tampoco olerse. ¿TNT? Dejaría un rastro jabonoso, sobre todo en un país tan húmedo como Costa Rica. ¿Planes terroristas de Al Qaeda disfrazados de adornitos rojos de hule?
Y, bueno, vaya y pase; nos quitamos los zapatos y todos los adultos fingimos que no se trataba de algo ridículo. Pero también a la Vale le tocó que le quitaran las sandalias y que las pasaran por el detector. Estaba indignada y no entendía por qué. Y ni modo de explicarle, si apenas sabe decir veinte o treinta palabras, ya no se diga cantar himnos a Bin Laden.
Ganas de joder, digo yo.

Granma y la microcomputación

En casa de Sebastián había un ejemplar impreso de Granma Internacional, le di una ojeada y me fui al directorio, porque allí se encuentran siempre cosas interesantes, como en los créditos de las películas. Y así fue. Ya llegando al final de la lista, se lee: "Diseño y microcomputación: Fulano de Tal."
Y recordé que lo primero que compré no fue una computadora, ni siquiera una computadora personal, sino una microcomputadora, en enero de 1990, una Printaform (con partes Toshiba) a 4.77 y 10 MHz, dos unidades de diskette (de 3.5 y 5.25), 640k de RAM (me costó un dineral la ampliación de 512 a 640), un puerto paralelo y monitor TTL con escala de 16 verdes (si hubiera sido en grises, me hubiera salido carísimo, porque entraba en el maravilloso mundo del VGA; tuve que esperar un año para caer allí).
Dentro de las máquinas que había por entonces, una computadora era un animal inalcanzable, o sea un mainframe, y una minicomputadora era el equivalente a un servidor de precio y poder casi insoportables (o sea como la que tuve por allí de 1994: una 486 DX2 a 66 MHz, disco duro de 250 megas, una tarjeta ATI con 2 megas de RAM y un monitor de 256 colores).
Lo de microcomputadora era una licencia poética: aquella Printaform era un animal más bien inmenso y, cuando le puse un disco duro MFM/RLL de 40 megas (¿quién iba a llenar 40 megas?), también ruidosa. Una vez se me ocurrió pasar unas cosas que había hecho en MIDI a formato WAV y la máquina se trabó: el archivo tenía más de los 40 megas del disco. Y ni qué decir cuando me ponía a jugar con el Paintbrush y guardaba las imágenes en BMP. Hacía la imagen, la guardaba, la veía, la borraba. Lo otro era pasarla a PCX, un formato limitado y medio tonto, y luego la guardaba en diskette.
Creo que Granma deberfía actualizarse al menos en el concepto de microcomputación. Lo de los contenidos ya es otra cosa, y no tengo filo suficiente para ponerme a hablar de eso.

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Hoy por la tarde volaremos a Panamá y estaremos una noche allá. Mañana, de regreso a El Salvador. Pasa rápido el tiempo cuando pasa... (Y la Vale tiene principios de gripe.)

21 de septiembre de 2006

El tío Juan y la escritura

Después de un año y medio de pasarme escribiendo libros, quedé tan cansado que decidí que en 2006 no escribiría y más bien me dedicaría a reponerme. (Igual, escribiendo o no, he seguido haciendo lo de La Casa, de allí el cansancio tan bestial.) Apenas me salió un cuento hace unos meses, y las correcciones pertinentes de Tiempos de locura para la segunda y tercera edición. (Sí, ya viene.)
Cuando llegué a Costa Rica averigüé un poco más acerca de lo que hizo el tío Juan Manuel Menjívar: decirle a la familia que tenía que sacar a mi padre --o sea su hermano-- de la tumba en la que estaba. La tumba era del tío, pero lo interesante fue que él mismo hizo que lo pusiéramos allí; mi madre ya tenía otra tumba lista a unos treinta metros de distancia, pero al tío le agarró la onda sentimental: quería que lo enterraran con su hermano, que allí enterraran también a mi madre y a su esposa y, en su momento, a él.
La verdad es que el tío se portó bien con mi padre apenas cuando le diagnosticaron el cáncer y le dijeron que de ésa no salía. Los sesenta años anteriores fueron de hacer una tras otra tras otra; digamos que la única que le faltaba era sacar a mi papá de la tumba. Parecía que siempre le estaba cobrando ofensas que nunca vi por ninguna parte: el tío estudió en el Tec de Monterrey, siendo hijo de chofer y hermano de gente pobre, gracias a que todos comían mal (comíamos; yo ya había nacido) para que él estudiara. Cada vez que necesitaba un trabajo o perdía el anterior o se cambiaba de país, o lo que fuera, iba con mi padre, mi padre le ayudaba y él le hacía una chacalada proporcional al tamaño del favor. Bien feo.
En su último trabajo (encargado de finanzas del CSUCA), además de lo que dice una auditoría que anda por allí, alcanzó a llevarse a EDUCA entre los pies; allí publicó mi padre algunos de sus libros, yo un par y el editor era Sebastián Vaquerano, quien puso a mi tío y al secretario general en sus puestos. Aunque Sebastián, que es generoso, no lo cree, para mí que eso entró en la ecuación.
Y me di cuenta de que tenía un tema muy bueno entre manos para una novela negra. Hay detalles: todo lo de la sacada de mi padre lo hizo por teléfono. No llamó a mi madre, sino a mi hermano menor, que no tenía mucha idea y era al que más le dolería. Y otros más interesantes o más rastreros, según quiera verlo uno. Literariamente, con la historia del tío y mi padre, tengo material para armar algo.
Hace cuatro días me puse a escribir y el borrador de la novela está saliendo solito. Llevo los capítulos 1 y 3, y ya sé cómo van a ir el 2 y quizá el final. A ver en qué para el libro; mi tío ya sé en qué parará (todo es cosa de tiempo).

20 de septiembre de 2006

Post 250. Militares y civiles

Desde que estaba escribiendo Tiempos de locura traigo una idea que no sé cómo trabajar. Pongo por aquí algunas reflexiones dispersas.
Desde los años treinta, y en especial de los sesenta a los setenta, buena parte de los reclamos, protestas y luchas tenía que ver con la militarización de la sociedad salvadoreña. Todo el país era un apéndice del cuartel. La vida civil se manejaba desde el estado mayor, y eran militares quienes se encargaban de la seguridad pública, de la investigación criminal, de la represión política, del tráfico vehicular, la seguridad del estado y el manejo de los órganos de gobierno, además de la declarada defensa de la patria, y no había mucha diferencia en cómo se trataba cada uno de esos aspectos, ni una frontera clara entre una cosa y otra.
Lo peor era la arbitrariedad con que los militares “de base” trataban a cualquier civil, como si se tratara de reclutas de muy bajo rango, quizá como los cabos y sargentos los trataban a ellos. De niño me tocó ver a guardias nacionales golpear a personas sólo por haberlos mirado a los ojos. (No, no exagero.) Cuando empezó la onda hippie, a mis seis o siete años, vi a guardias que bajaban de un jeep y detenían a “hijos de las flores” y allí mismo los rapaban y les pintaban la cabeza con pintura de aceite roja. Un par de veces vi que hacían lo mismo con muchachas que usaban minifaldas o hot–pants: detenerlas, manosearlas, pintarles las piernas de rojo, dejarlas ir entre burlas. (La pintura roja, claro, significaba que eran comunistas o algo análogo.) Vi cómo resolvían pleitos callejeros de la mejor manera posible: culatazos al pecho, patadas para ambos y cada quién para su casa. Justicia expedita. Y había uno en cada esquina del centro de la ciudad. (Allí me pasé una parte importante de mi infancia, y de allí recuerdo esas escenas.) En las colonias de clase media y clase alta no ocurrían esas cosas, y no sé qué habrá pasado en Mejicanos, Soyapango o San Marcos, porque no iba mucho por allí. Lo que me quedaba claro era que el centro de la ciudad era el parque de diversiones de los guardias nacionales, y la gente pobre sus juguetes.
Los soldados funcionaban de otro modo, pero uno sabía que donde llegaban había gritos y culatazos. Los policías nacionales eran un poco menos abusivos, aunque igual podían detener a alguien y hostigarlo sólo por diversión, e igual podían agarrar a alguien por llevar un libro que les parecía sospechoso o por el hecho de ser pobre y joven. Hablo de antes de la guerra, de lo que me consta, es decir de enero de 1973 hacia atrás. Después entiendo que se puso peor.
Y, en fin, estaba el poder militar: sólo se aplicaban ciertas leyes y a ciertas personas, la represión en el campo era constante, había un desprecio bastante patente y vivo hacia la población y sus necesidades. Todo el show.
La lucha contra el estado militar y militarizado era un simple asunto de sentido común, y fue una de las tantas banderas que adoptó cualquier organización política opositora, desde la democracia cristiana hasta la guerrilla.
Uno de los viejos sofismas policiales es que para combatir a los criminales es necesario usar gente como ellos: el fuego se combate con fuego. (Habrá bomberos que no estén de acuerdo.) El resultado ha sido, por ejemplo en lugares como México, cuerpos policiales corruptos y llenos de gente fea, que ante la población sólo se diferencian de los criminales en el uniforme –si es que lo llevan– y la placa. En el sexenio de José López Portillo (1976–1982), según recuerdo, uno tenía terror de las patrullas, y en especial de los policías que en sus tiempos libres agarraban sus carros particulares y se dedicaban a hacer un dinero extra asaltando gente. Era preferible ser asaltado por ladrones de oficio; con ellos se podía negociar que le dejaran a uno algo de dinero para el metro, y lo más probable es que saliera ileso. Con los policías era terrible: lo subían a uno al carro, lo golpeaban, lo interrogaban, le quitaban todo y uno podía terminar tirado a decenas de kilómetros de su casa en calzoncillos y calcetines, bajo una temperatura de neumonía. Nunca me ocurrió, porque la credencial de periodista llegó a salvarme en varias ocasiones, pero tuve amigos a los que les sucedió en más de una ocasión. Dentro de esa filosofía, no resultó extraño que el jefe de la unidad antisecuestros del estado de Morelos, a finales del siglo pasado y principios de éste, fuera el jefe de una de las bandas de secuestradores más activas y –cómo no– más efectivas y productivas de la historia de la humanidad. Había de todo: desde secuestros express, en los que sólo se exigía algunos miles de pesos, hasta grandes operativos contra lo que se conoce como personalidades importantes. (A la hora de un secuestro no hay nadie importante. Un secuestro es un secuestro, y me parece una de las actividades humanas más despreciables, junto con la de algunos críticos de arte.) Y ni qué decir de los cuerpos antinarcóticos que apoyan el narcotráfico, etcétera.
La respuesta, en este caso, podría ser sencilla: la profesionalización de los policías. No escogerlos por lo malos que puedan llegar a ser, sino por su capacidad técnica, basada en su entrenamiento.
En fin, la solución de la guerrilla para combatir a los militares fue crear ejércitos, y hasta allí parecería estar bien. Y las bases de esos ejércitos tenían el entrenamiento adecuado para la guerra irregular (cuando trataban de combatir frente a frente se daban cuenta de que todo era relativo), y algunos de los cuadros militares dirigentes tenían, si no un entrenamiento equivalente al de los militares de carrera, al menos una buena embarrada de táctica y estrategia militar, que se compensaba con la experiencia sobre el terreno y, especialmente, con las valoraciones y los objetivos políticos de las acciones, y con el trabajo político entre los combatientes.
Hay algo que no debe olvidarse: en la guerrilla salvadoreña todos eran voluntarios, guiados por ideas, en busca de cosas concretas, que podrían resumirse en una sociedad más justa, y en especial sin militares en el poder o en sus alrededores. Los combatientes no eran militares de formación, ni su objetivo era hacer carrera militar: eran civiles que peleaban contra los militares en el terreno de éstos, en vista de que los militares no habían peleado correctamente en el ámbito civil. La guerra civil (que por algo se llama así) no era –o no debía ser– un asunto entre militares, sino contra un estamento militar. En el momento de terminar la guerra, con los resultados que fuera, los cuadros militares de la guerrilla pasarían de nuevo a lo suyo. (Muchos ex combatientes pasaron de la guerrilla a la nueva Policía Nacional Civil, como parte de los Acuerdos de Paz de 1992. Varios ex comandantes, de los que combatieron, volvieron a la universidad, la enseñanza en escuelas primarias o secundarias, o se dedicaron al servicio público en alcaldías y ministerios.)
Que las instancias militares de la guerrilla fueran verticales eran más bien necesario, y para entenderlo no hace falta mucha teoría; no deja de estar latente el hecho de que los combatientes son “soldados de emergencia”, que son civiles, y que los objetivos lo son también. Pero la verticalización de las instancias políticas, que ocurrió muy temprano, sí resultó alarmante. En una organización eminentemente política, aunque cuente con instancias militares asociadas, la discusión y el cuestionamiento constantes –aun dentro de una línea bien marcada y hasta rígida– son fundamentales.
La discusión en medio de la que fue asesinado Roque Dalton, en 1975, tenía como fondo qué debía predominar en el Ejército Revolucionario del Pueblo: el enfoque político o el militar, y obviamente ganó el segundo. Dalton fue condenado según leyes militares de una organización que en ese momento era ridículamente pequeña en relación con cualquier ejército, y fue condenado por civiles veinteañeros que jugaban a ser militares. Aquí viene algo interesante: en un ejército de verdad hay principios que hacen que no baste con una discusión política para ejecutar a un compañero, porque no deja de ser un compañero. Incluso los asesinatos o atentados fuera de la ley eran contados entre militares durante la guerra. En la guerrilla hubo cientos de ejecuciones por cosas tan subjetivas como “sospechas de desviación” o –en el caso de Mayo Sibrián– porque nadie quiso ver que el compañero era simplemente un asesino psicópata sino hasta muchos años después de que hiciera cosas irremediables, alguna masacre incluida.
Lo interesante, pues, es que muchas guerrillas, en el combate por desmilitarizar sus sociedades, caen también en el militarismo y pierden de vista que la sociedad civil es, por definición o tautología, civil. Cuba es un caso más que patente: Fidel Castro no es un abogado, sino un comandante (el Comandante en Jefe) que viste como militar y maneja el país como patriarca militar. Aunque el Partido Comunista Cubano debería ser una instancia inserta en la sociedad civil, ante todo responde a una dinámica y una lógica militar. Se podrá decir que las amenazas constantes del imperialismo, que el peligro perpetuo de una invasión, que los sabotajes de los contrarrevolucionarios. Pero, casi 48 años después, salvo Playa Girón (un asunto que además se solucionó principalmente con milicias, es decir: un órgano civil de autodefensa), más bien suena al cuento del pastor y el lobo. En lo que me toca, no creo que en una sociedad militarizada, en la que la paranoia constante es un modo de vida, pueda desarrollarse una literatura sana ni se permita un arte de verdad renovador.
Igual Nicaragua. Es cierto que había una agresión constante de los contras patrocinados por Washington, pero eso sólo es parte de una realidad nacional, y hay espacios más que amplios para el desarrollo de actividades civiles. Y de hecho allí la militarización ideológica de la sociedad fue mucho menor que en Cuba, quizá por falta de tiempo. Nunca me resultó cómodo ver a ex estudiantes universitarios vestidos de militares, portándose como militares y hablando como militares. Y tuvieron batallas y triunfos militares, pero su lucha, y el porqué de la victoria, fueron políticos.
En El Salvador... Bueno. Uno de los problemas del FMLN –al menos en su dirigencia– es que todavía se comporta como un organismo militar y exige una incondicionalidad militar. Resulta interesante ver a muchos ex combatientes en labores civiles, justo lo que se esperaría, pero también es patético ver a gente que jamás combatió, y que incluso se opuso a la lucha armada o trató de desmontarla a la primera oportunidad, manejando un discurso inflamatorio, y es triste ver cómo mucha gente les cree.
Y entra el viejo factor humano: junto con los miles y cientos de miles que se lanzaron a pelear contra el militarismo, y creyeron en eso, están los que pelearon contra los militares porque querían su lugar, sus fueros, su poder, pero sin su formación y, a veces, sin una ética equivalente o sustitutiva. Y muchos de ellos, en varias partes del mundo, están en el poder, lo han buscado o aún lo desean para ser, ni más ni menos, algo muy parecido a lo que combatieron.
Aunque el tema, como dije, lo traigo desde hace algún tiempo, me puse a escribir sobre eso después de releer una entrevista con Gabriel García Márquez, El olor de la guayaba, de Plinio Apuleyo Mendoza, que encontré entre los libros que le regalé a mi padre a lo largo de años y años. Transcribo un trozo:
¿Qué hubiese ocurrido, a propósito, si el Coronel Aureliano Buendía hubiese triunfado?
Se habría parecido enormemente al Patriarca [de El otoño...]. […]
En Cien años..., un condenado a muerte le dice al coronel Aureliano Buendía: “Lo que me preocupa es que de tanto odiar a los militares, de tanto combatirlos, de tanto pensar en ellos, has terminado por ser igual a ellos.” Y concluyó: “A ese paso, serás el dictador más despótico y sanguinario de nuestra historia.”

19 de septiembre de 2006

Mi fantasía apocalíptica

Nikita Kruschov y John Kennedy llegaron a un acuerdo después de la crisis de octubre de 1962, que casi terminó en guerra nuclear en el Caribe: el retiro de los misiles soviéticos en Cuba a cambio de los misiles –ya un tanto obsoletos– en Turquía y, al parecer, la promesa formal de que el gobierno de Estados Unidos no invadiría ni promovería una invasión contra la isla. Y, según se dice –y se ha visto–, la promesa estadounidense se ha cumplido.
Un año después del acuerdo, Kennedy estaba muerto, asesinado de un modo que todavía no se ha establecido más allá de cualquier duda. (Ese cuarto disparo que las dos comisiones ad–hoc han dicho que no se realizó, a pesar de que se oye y se ve en la cinta de Zapruder, no es para dar buena espina. El disparo inexistente, su resultado, se explicó como una bala loca que atravesó la cabeza de Kennedy desde el occipital, salió por un ojo, viró hacia abajo en un ángulo imposible y atravesó la mano y la pierna del gobernador de Texas, que viajaba a su lado. Lo interesante de la bala es que, según se ve en el video, a pesar de que entra desde atrás, arroja a Kennedy precisamente hacia atrás, contra su propio asiento. Cosas más raras se han visto en las calles de San Salvador, y ya podrán decir lo que quieran Occam y su navajita.) Kruschov tampoco duró mucho: fue “relevado” como primer ministro y secretario general del PCUS, y en su lugar se colocó a Leonid Brezhnev, uno de los últimos grandes héroes de la Guerra Patria (lo que por acá conocemos como Segunda Guerra Mundial).
Por qué asesinaron a Kennedy, si hubo conspiración, se sabrá algún día; se puede pensar, con tanta validez como de cualquier otra cosa, que algo habrá tenido que ver lo de la crisis de los misiles. Por qué botaron a Kruschov es un tanto más nebuloso; igual fue por el plan económico, por su impulsividad, porque se le pasó la mano con alguien del Politburó o con la hermana menor de alguien del Politburó. El hecho es que, de los involucrados directos en la crisis, sólo Fidel sobrevivió, como político y como simple mortal.
En la entrevista de que se habla en el post anterior, de Fidel Castro con Gianni Miná, hay una rápida alusión a la crisis de los misiles: Kruschov era un gran amigo de Cuba y de Fidel, y sólo hubo un motivo de irritación que afectó las relaciones con la URSS durante años: la decisión de Kruschov de negociar con Estados Unidos el retiro de los misiles, y de retirarlos, sin siquiera informar a Fidel.
Pero viene la pregunta: ¿por qué Washington ha respetado el acuerdo de no emprender acciones militares contra Cuba, si existió?
De Johnson y Nixon se entiende: tenían una guerra en Indochina, con demasiados frentes abiertos al mismo tiempo, para abrir uno más. Con Ford también: le tocó perder la guerra, traer de regreso a los soldados y ver cómo diablos volver a la normalidad. Con Carter era previsible: en la onda de los derechos humanos, y aunque manejaba éstos con un doble discurso, no iba a manchar su sentido ético y moral –del que habla Castro en la entrevista– con algo tan burdo y evidente. Además, cuando se puso a usar la fuerza militar para rescatar a los rehenes en Teherán, las cosas le salieron tan mal que perdió las elecciones y alargó aún más la crisis, y estuvo el asunto de lograr el premio Nobel de la Paz para Menahem Begin (quien después lo usaría para invadir Líbano) y Anuar Sadat (quien no lo usaría durante mucho tiempo; fue asesinado por un comando durante un desfile militar).
Con Reagan las cosas se pusieron serias. Armó la “contra” nicaragüense, invadió Granada (donde por cierto los soldados estadounidenses se agarraron a balazos con ingenieros cubanos y mataron a varios), atacó a Libia –un enemigo peligrosísimo, mucho más que Cuba– de un modo que hacía pensar en una invasión, bombardeó Líbano con cosas que dejaban agujeros del tamaño de una cancha de fútbol, llevó la tensión nuclear hasta el punto en que uno casi gritaba de miedo cada vez que alguien cerraba la puerta con fuerza... El gobierno de Reagan parecía capaz de todo, por ejemplo de invadir Cuba, y siempre mantuvo la amenaza en el aire. Pero, además de permitir a grupos como Alfa 66, Omega 7 (8 o 9, no recuerdo el número), que de todas maneras duraron poco; echar hacia atrás el acercamiento que había promovido Carter, darle espacio a Mas Canosa y armar Radio Martí, no pasó demasiado en ese sentido. Luego vino, con Bush, la invasión a Panamá, que pareció un preludio a una posible “solución militar” –o algún otro eufemismo– al conflicto en Nicaragua, al de El Salvador o al de Cuba. Un mes después los sandinistas perdían las elecciones, los salvadoreños empezaban por fin un proceso de negociación y Cuba... Bueno, si algún problema serio tuvo Cuba fue la Unión Soviética, que se desintegró. Con Clinton hubo una especie de respiro –relativo, pero respiro–, y con Bush hijo el asunto es desquiciante y desquiciado. Si alguien es capaz de amanecer un día y ordenar, para el desayuno, que se invada Cuba porque allí están Al Qaeda, Bin Laden, el hermano perdido de Saddam Hussein y el astrólogo de Manuel Noriega, es sin duda George W. Y no lo ha hecho, y no parece que fuera por cumplir un pacto de caballeros de gente que no duró mucho tiempo en el poder o en la vida, y que incluso por eso pudieron dejarlos. Bush es lo menos parecido a un caballero que me ha tocado ver.
Y no sólo él. Lo de invadir Panamá para darse el gusto de sacar a Noriega, un tipo con el que había más de un pacto de... uh... caballeros, y que no hacía nada que Washington no le hubiera permitido hacer, suena un tanto excesivo. Mentir minuciosamente acerca de las armas de destrucción masiva para invadir Irak es, al menos, poco caballeroso. Decir que el aeropuerto de Granada era militar (sí, claro, con inversión civil francesa), que los ingenieros y obreros cubanos que lo construían eran peligrosos comandos, y que los cerca de 200 policías (y ningún soldado) con que contaba la isla eran capaces de armar un buen relajo en el Caribe también era harto impreciso.
¿Y Cuba?
Mi explicación ha sido siempre que entre Washington (esté quien esté) y La Habana (donde está Fidel Castro, punto) existe una relación simbiótica y bien conveniente. En los sesenta, setenta, ochenta, los noventa, y hasta la fecha, todos los desórdenes sociales en cualquier parte de América Latina son culpa de Cuba. Punto. Y no es cierto, pero es un buen chivo expiatorio para hacer lo que se ha hecho desde por allí de 1960 para detener el descontento, alguna guerra civil incluida. Para Cuba también es conveniente: todos los problemas de falta de abastecimiento, algunos de salud (como la epidemia de no sé qué cosa que provocaba ceguera, y que era avitaminosis, y el fracaso de las zafras y otros barbechos), la falta de recursos, el inmenso aparato de defensa y de partido y de control, todo, es culpa del bloqueo (en realidad no lo hay: Cuba tiene buen comercio con el resto del mundo; lo que no tiene es dinero), de la CIA, de los contrarrevolucionarios, de la amenaza constante, no de la incapacidad de generar riqueza. (No porque sean socialistas, porque hubo países socialistas ricos, sino porque, como se ha planteado la cosa en Cuba, no se genera riqueza para el bienestar común a un ritmo no sólo constante, sino también perceptible.) Y todos contentos con el arreglo.
Pero me parece que un simple pacto, o la simbiosis, siguen sin parecer motivos suficientes para que no se haya invadido Cuba o se haya intentado un nuevo Bahía de Cochinos, con todas las de ley, marines, aviones con nintendos que manejan misiles y así. (Ya sé que el pueblo cubano resistiría como un solo hombre o una sola mujer, o ambos. Eso es claro. Que todos están bien organizados, que las armas las tiene el pueblo. Eso se sabe. Pero entonces no tiene chiste lo que voy a decir.) Y no es suficiente lo que dijo, en la transición entre Bush y Clinton, un funcionario de carrera del Departamento de Estado, o sea que todo ha fallado y sólo queda esperar a que Fidel muera, porque Fidel no parece tener muchas ganas de morirse.
En mi fantasía apocalíptica (resalto las palabras “mi” y “fantasía”), de los no sé cuántos misiles que había en Cuba en 1962, que Kruschov retiró y sobre los que el gobierno cubano nunca tuvo control, hubo uno, sólo uno, que mediante algún mecanismo que no conocemos quedó en manos de Fidel Castro. No del gobierno de Cuba, sino de Fidel. No es que lo traiga de un lado a otro, porque tan pequeño no es el misil nuclear más pequeño. Lo que trae en la mano es el mecanismo para activarlo y hacerlo volar hacia una ciudad de Estados Unidos. Miami, quizá. O un pequeño pueblo de Louisiana, entre los pantanos. No importa. Un lugar de territorio estadounidense, el más pequeño y apartado, o el más grande y populoso, o un pozo petrolero de Texas. El mecanismo sólo reconoce, digamos, una huella digital de Fidel. Éste pone el dedo “allí” y no hay marcha atrás: todos los misiles de Estados Unidos que cayeran sobre Cuba no tendrían para Washington una fracción del valor de cualquier gasolinera de Nuevo México destruida por un misil soviético enviado desde Cuba. Si Fidel muere, el misil muere también. (Supongamos que la huella digital no es lo más importante, sino la huella digital de Fidel vivo, es decir la energía de Fidel.)
El acuerdo, por algún motivo (por ejemplo, un comando cubano tomó una base de misiles y amenazó con detonarlos si no se entregaba ese único misil), fue más bien un trato pragmático para que Estados Unidos no sufriera un ataque nuclear, para que no hubiera una necesaria represalia atómica contra la Unión Soviética y para que Cuba tuviera su garantía de que no sería invadida, al menos mientras Fidel viviera.
Eso era más que suficiente para matar a Kennedy: debió atacar a Cuba antes de que los misiles fueran funcionales, ese misil en particular. Era más que suficiente para degradar a Kruschov, en un mundo en el que el fusilamiento podía ser lo más digno: dejó en manos de un loco de sangre tropical el poder más peligroso y destructivo que se conociera hasta ese momento.
Es por eso que Fidel no puede morir. Es por eso que no debe morir. En el momento de su muerte, ese único misil morirá también. Y entonces la venganza será tan terrible como un odio impotente incubado durante casi medio siglo.

18 de septiembre de 2006

Jacinta, Américo, Manlio, etcétera, y el sentido empírico del tiempo

El miércoles pasado nos reunimos a tomar algo (cerveza, coca cola y té, respectivamente), el poeta salvadoreño-tico Américo Ochoa, yo. Jacinta Escudos y Krisma, quien por desgracia es la que está tomando la foto y por eso no aparece, en el restaurante Omar Khayyam, de San Pedro, en Costa Rica.
Hablamos de todo lo que se puede hablar en un par de horas, es decir de muchísimo. Después nos fuimos en bola a la Universidad de Costa Rica (a un par de cuadras del lugar), a la presentación del libro El Cipitío, de Manlio Argueta (al centro en la foto de abajo), publicado recientemente por la editorial costarricense Legado, de Sebastián Vaquerano (a la izquierda), salvadoreño del mero Mercedes Umaña, último editor de la siempre recordada y heroica EDUCA, fundada por el también salvadoreño Ítalo López Vallecillos.


Uno de los presentadores del libro fue Víctor Manuel Valle (a la derecha), un científico social de bastante peso académico. Creí que tenía como 30 años de no verlo. pero me aclaró que no, que hace como 25 nos vimos en casa de mi padre, en México. O sea que el tiempo pasa menos rápidamente de lo que dice el método empírico (o sea: esperar... esperar... esperar... y después ver qué se siente, qué se recuerda y qué se olvida).
Fue una presentación conmovedora. Por primera vez en mucho tiempo lo que oí en los pasillos y en las pláticas entre la gente fueron expresiones de admiración y cariño incondicionales para Manlio, algo no demasiado frecuente en El Salvador. (La envidia es perra, con el perdón de Natasha, nuestra chow chow.) La ilustradora del libro, que es una pequeña maravilla, es Vicky, segunda de derecha a izquierda.

¿Entrevista a, con o de? (Fidel Castro revisitado)

Acabo de releer el libro Un encuentro con Fidel. Entrevista realizada por Gianni Miná, publicado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado Cubano en 1987, que encontré entre los libros de mi padre que no fueron donados a la Universidad de Costa Rica. (Sí, estoy en Costa Rica en el momento de escribir esta nota.) Interesante en muchos sentidos, desde el más frívolo hasta algunos más elaborados.
El más frívolo es que el editor del libro sea el Consejo de Estado cubano, del cual es presidente el propio Fidel; se parece muchísimo a una autopublicación, aun tomando en cuenta que el autor es otro, y él es “sólo” el entrevistado.
Las preguntas de Miná son interesantes en la medida en que las respuestas de Fidel siempre serán interesantes, conteste lo que conteste. En lo personal dudaría en hacer algunas; también desde la simpatía con la revolución cubana se podría generar cuestionamientos más de fondo, para obtener respuestas más agudas.
Otra reflexión, un tanto menos frívola, tiene que ver con el significado de la palabra “entrevista”, que –si entiendo bien la etimología– significa “entrever” a alguien, y la pregunta es a quién, y cómo. ¿Entrevisto a alguien o me entrevisto con alguien? La primera opción significaría que me reúno con alguien, lo entreveo y, por medio de ciertas preguntas, doy pistas que muestran algo de lo que piensa o dice o cree o hace. La segunda, que yo hablo con alguien y logro que se entrevea un poco de ambos en el resultado. En el primer caso, el entrevistador es una figura incidental; en el segundo, una parte importante de la ecuación (un espejo, tal vez). Hay un principio que me parece más o menos universal: el entrevistador no se luce figurando como protagonista de la entrevista, sino haciendo que el entrevistado se luzca todo lo que quiera, y logrando que suelte todo lo que sea capaz de soltar, que sólo él y nadie más pueda soltar, de manera natural, como en una plática entre dos personas que tienen un buen tema entre manos. (Igual hay otros tipos de entrevista que excluyen esa “naturalidad”.)
Sin embargo, cuando el personaje en cuestión es Fidel Castro, hay un evidente problema: es capaz de sortear al entrevistador más sutil y de transmitir exactamente lo que se le pegue la gana. El entrevistador podrá hacerle las preguntas más agresivas que se le ocurran, armar las trampas que le parezcan más peligrosas y tratar de lucirse lo que quiera, que Fidel de todas maneras saldrá ileso; lo demostró desde las pláticas con Barbara Walters, a mediados o finales de los setenta, y lo ha reiterado en toneladas de ocasiones, como en la entrevista de Mauricio Funes por allí de 2000, en la cual el mejor entrevistador salvadoreño quedó absolutamente opacado ante la fuerza de alguien que por algo lleva 48 años en su lugar. En un caso así, “entrever” al periodista es difícil; a lo mucho uno pensará en el nombre del que habló con él cuando Fidel dijo algo que de todas maneras hubiera dicho.
Entonces ¿es una entrevista de?, ¿es la entrevista que hizo un periodista de Fidel o la que hizo él de sí mismo? Y viene al caso el subtítulo del libro: “Entrevista realizada por Gianni Miná”. ¿Gianni Miná la realizó? Es decir: ¿él hizo que se entreviera a Fidel de cierto modo? ¿O transcribió algo que ya estaba allí, y de lo cual él fue el instrumento de transmisión?
Todas esas diferencias no tienen que ver sólo con la entrevista de Miná a Fidel, sino con cualquier entrevista: ¿quién la hace?, ¿a quién(es) se entrevé?, ¿quién es el verdadero autor?
En el libro La nieta de los mayas Rigoberta Menchú aparece como autora, y Miná como uno de los colaboradores. Unos años antes, Menchú exigió de Elizabeth Burgos que le diera los derechos de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (que sin duda contribuyó a que recibiera el Nobel de la Paz), porque Burgos “sólo” había transcrito la historia. (En realidad hizo una entrevista muy larga, después transcribió el material, lo ordenó, le dio forma y lo publicó. Que al final resultara con datos... uh... no muy correctos ya no es problema de la antropóloga venezolana, sino de Menchú, según descubrió el norteamericano David Stoll.) En ambos casos, en el relato, los autores (Miná y Burgos) no aparecen en el texto como parte de la “entrevista”, y allí está el encanto: todo el lucimiento es para la entrevistada. Pero ¿de quién es la entrevista? ¿Por quién?¿Entrevista de Gianni Miná o de Fidel Castro? ¿Por Elizabeth Burgos o por Rigoberta Menchú? La tradición dice que el que hace las preguntas, arma la entrevista y publica es el autor, y hay varias decenas de miles de antropólogos, sociólogos, periodistas y sexólogos (incluidos Masters y Johnson, Kinsey y Hite) para atestiguarlo. Hay un caso claro: el extraordinario reportaje Relato de un náufrago, de García Márquez, escrito totalmente en primera persona tras muchas horas de entrevistas con un marino que pasó diez días a la deriva en una balsa, etc. Es obvio que el autor es García Márquez, aunque los hechos y muchas de las palabras sean del náufrago.
Tanto Menchú como el náufrago exigieron no sólo coautoría, sino también la autoría exclusiva de los libros, con Miná, Burgos y García Márquez como “colaboradores”. Don Miguel Mármol se pasó años exigiendo lo mismo con el libro de Roque Dalton que habla de sus experiencias en 1932. Menchú logró que “su” segundo libro apareciera con ella como autora, y qué bueno si ésa fue la voluntad de los “colaboradores”. Don Miguel, según me cuentan, al no lograr nada ni intentarlo demasiado (¿qué autoridad de esa época le iba a hacer caso a un viejo comunista, como no fuera para matarlo?), trató de escribir él mismo su propia versión y... bueno... era un tipo bastante simpático y lúcido, un dirigente querido, respetado y admirado (tuve la oportunidad de conocerlo en 1974 y estar con él un par de veces; sensacional), pero de allí a ser escritor...
Lo que me parece es que, en efecto, Fidel brilla en la entrevista con luz propia, y que dice lo que dice porque quiere decirlo, y se nota en el modo en que logra evadir respuestas que Miná quiere escuchar y a él no le interesa dar.
Hay una parte que me conmovió: la relativa al Che Guevara. Durante treinta años se ha especulado acerca de lo que pasó, por qué el Che se fue de Cuba, cuáles fueron las condiciones en que se fue, etcétera. Y la especulación obvia: ¿ordenó Fidel que lo mataran? He leído varias veces el libro La vida en rojo, de Jorge G. Castañeda, una biografía bien interesante –un tanto pagada de sí misma– del Che, escrita después de la entrevista de Miná con Castro, y hay bastante especulación al respecto. La conclusión de Castañeda es que Fidel no envió al Che al lugar que este quería, sino a donde lo mandó, porque era muy inseguro y quería protegerlo, y el modo de protegerlo fue enviarlo a donde no pudiera lastimarse a sí mismo, y que tampoco lo lastimara el ejército boliviano. Al mismo tiempo, la idea era deshacerse de él, porque ya hacía ruido en Cuba y podía convertirse en una figura incómoda. La versión suena satisfactoria, coherente y hasta probable, y me gusta más que la especie de que Fidel mandó a matar a Camilo Cienfuegos y al Che. No tengo pruebas, porque nadie las tiene, pero no me da el personaje.
La versión de Fidel, que fue la primera vez que se dio a conocer (en la entrevista de / con / por Miná), y que Castañeda recogió como una de tantas y siempre con desconfianza, es tan simple que dan ganas de creerla: desde que estaban en México, antes del desembarco del Granma, y durante la campaña de la Sierra Maestra, el Che pidió de Fidel que, una vez triunfaran, le permitiera irse de Cuba para pelear en Argentina, y que le diera recursos y gente para hacerlo. Cuando el Che se fue a África y dejó su carta, que se publicó, el regreso a Cuba era ya imposible y hasta vergonzoso, así que lo mandaron para allá con la gente que él mismo escogió. Y, según Fidel, no sólo escogió a la gente, sino también el lugar. Dice:
Él estaba impaciente. Como yo conozco también que la fase inicial de un proceso como el que él quería hacer era difícil, por nuestra propia experiencia, pensaba en la idea de que se podían crear las mejores condiciones para lo que él pensaba hacer, y le planteamos que no se impacientara, que hacía falta tiempo. Porque él quería llegar y desde el primer día hacerlo todo, y nosotros queríamos que otros cuadros menos conocidos realizaran todos esos pasos iniciales.
[...]
Durante todo aquel periodo, para nosotros la situación fue muy embarazosa, porque ya él se había despedido, había hecho la carta al partir, y se marchó, como es lógico, discretamente; del país salió –se puede decir– clandestinamente. Nosotros guardamos la carta. Eso dio lugar a que se corrieran rumores en aquella época, incluso se levantaran verdaderas calumnias: hubo quienes hablaron de Che desaparecido, Che muerto, discrepancias y todas aquellas historias. Nosotros soportamos calladamente aquel chaparrón de rumores e intrigas simplemente para no arriesgar la misión que él quería cumplir y el personal con que él debía partir a su destino final en Suramérica. [...]
En un momento determinado resultó inevitable publicar la carta, pues ya era muy perjudicial toda aquella campaña sin una respuesta y una explicación a la opinión internacional [...] Pero al final yo lo persuado de que regrese, que es lo más conveniente para todos los fines prácticos de lo que él quería hacer, y regresa clandestinamente a Cuba. [...]
Él solicitó la colaboración de un grupo de compañeros, de viejos guerrilleros, algunos nuevos [...] Él escogió al grupo [...] Él había escogido el territorio y había elaborado su plan de lucha.
Para Fidel, el Partido Comunista de Bolivia no saboteó, como institución, la misión del Che, pero sí su secretario general, Mario Monje (más cercano a la URSS que a Cuba; eso lo hace notar Castañeda), y que a él le corresponde una parte de la “responsabilidad histórica” de lo que le ocurrió al Che. En esta responsabilidad no estaría la compra de terrenos en la zona de Ñancahuazu (o Ñancahuazú), porque el propio Che así lo quiso.Acerca de la tesis de Régis Debray de que Cuba pudo mandar a un grupo de rescate a Bolivia para sacar de allí al Che, Fidel dice:

...eso pertenece al terreno de la fantasía; sí, de la fantasía únicamente, porque no existían las más mínimas condiciones, ni existían las armas, ni los hombres preparados, ni entrenados, para organizar una columna que fuera en ayuda de Che. Eso es en teoría, únicamente se puede hablar de eso en teoría; es una fantasía. [...] ¿Qué se podía hacer? ¿Enviar un batallón, una compañía, un
ejército regular? Es que las leyes de la lucha guerrillera son otras; ahí depende de lo que haga la guerrilla.

Hace unos años, el escritor mexicano Alberto Híjar, en una recepción diplomática, se acercó al general Gary Prado, en ese momento agregado militar de Bolivia en México, y le tiró a la cara una copa de vino en la cara y le dijo que brindaba por el Che ante su asesino. Un gesto fuerte, festejado por la izquierda de todas partes. Prado dijo que él no asesinó al Che, sino que transmitió la decisión que se había tomado de matar al Che en una reunión con el presidente René Barrientos, y que ése era su deber de soldado. En lo personal me pareció de bastante mal gusto matar al Che, pero también echarle el vino en la cara, para quedar como el bueno de la película, a alguien que se desplaza en una silla de ruedas. Lo curioso es que la actitud de Fidel es harto diferente a la de Híjar, con todo y que fue amigo y compañero del Che:

Hay un general, el general Gary Prado, yo me he leído su libro; claro, refleja la cosa oficial, pero no oculta la admiración por el adversario [...] Hizo un libro bastante objetivo, bastante respetuoso, aunque, desde luego, exaltando mucho al ejército boliviano. No le niego, como militar boliviano, ese sentimiento hacia su institución.

Con lo cual Híjar no sólo queda como alguien mal informado, sino también mal educado y, vaya, mucho más defensor del Che que el propio Fidel. Y añade Fidel:
No voy a pensar que por el hecho de que determinados factores influyeron en que aniquilaran la guerrilla y muriera el Che, no por eso voy a pensar que su línea no fuera justa, porque no puedo medir la justeza de una línea determinada por el éxito y el fracaso; sería, a mi juicio, un criterio erróneo.No es el único caso. Nosotros hemos visto otro caso: el caso de Caamaño, un hombre valiosísimo también, que no pudo soportar la impaciencia por regresar a su país [...]
Yo conozco, pues, dos casos de dos grandes cuadros a quienes la impaciencia los llevó a la muerte [...] Y Caamaño con menos posibilidades que Che. Caamaño era un buen militar, se había preparado bien, pero las condiciones eran también difíciles, el grupo era muy pequeño, y nosotros hubiésemos preferido que esos valores se preservaran para el momento más oportuno.
Hay algo que es imposible no notar. En la entrevista, Fidel Castro se muestra bastante optimista con respecto al futuro de Cuba y el socialismo. Habla muy bien de Mijaíl Gorbachov y de la necesidad de cambiar el modo de ver y manejar el socialismo en la Unión Soviética. Por los días de la entrevista ya empezaban los problemas entre Cuba y la URSS, y en los dos años siguientes no sólo se profundizarían, sino que también caería la URSS, los sandinistas nicaragüenses se desplomarían víctimas de su propio peso y Cuba se quedaría sin su principal sustento económico, que la llevaría a una crisis terrible, con lo cual quedarían truncos todos los planes en marcha y a futuro de los que habla Fidel. Quizá haya que pensar en una Cuba y un Fidel Castro de antes de 1990 y después de 1990, y en un carácter y un rumbo diferentes para la revolución.
Pero ése –como diría Michael Ende en La historia interminable– es un tema del que deberá hablarse en otra ocasión. (Si acaso.)

11 de septiembre de 2006

La venganza y los que vivimos

Cuando pasó lo de las torres gemelas de Nueva York, hace cinco años, lo primero que pensé fue: "Qué pena que esa gente haya sufrido un poco de lo que nos ha tocado aguantar de su gobierno durante tanto tiempo." No lo dije irónicamente ni en mal plan; es imposible después de ver una y otra y otra y otra vez los aviones estrellándose contra las torres y las torres cayendo en un mar de miedo y polvo, y la gente saltando desde ochenta o noventa pisos de altura, y todo. Más de uno se sintió molesto
a) Porque estaba justificando una tragedia o
b) Porque no decía que qué bueno que a los gringos por fin les dieran un poco de su propia sopa.
Lo que me parece más terrible aún es cómo, en nombre de tres mil o más muertos que no debieron ser, una muy buena porción de la población de Estados Unidos se puso a justificar todo lo que ha pasado desde entonces, y que está basado no sólo en los clásicos intereses imperialistas, sino también en una locura, un odio, una estupidez y un desprecio a todo lo que ha significado la palabra "civilización", en aras de la venganza. (No vamos a hablar de los negocios de la gente que está en los puestos más altos del gobierno, o de la privatización de los servicios de lo que hacen algunas de las matanzas en Irak, digamos; no es un tema agradable en una efemérides tan triste. Ni de las cárceles clandestinas ni el "racismo funcional" ni de esas cosas que, si uno se pone a recorda, puede convertirse en sospechoso de terrorismo, en especial con esta pinta de árabe que a veces le sale a uno.)
En un balance de los últimos cinco años, La Jornada de México publica aquí una nota en la que se dice que han muerto hasta 90 personas en el mundo por cada una que falleció en el atentado del 11 de septiembre de 2001 (o que fue asesinada, usted escoja) y a consecuencia de los avionazos. Eso es más que una tragedia. Y falta, por lo que parece. Y uno recuerda cómo cayó el senador Joseph McCarthy en los años cincuenta, tras la paranoia anticomunista, después de que el abogado Fred Fisher, en una audiencia en la que se esperaba que denunciara a sus compañeros, le dijo:
You've done enough. Have you no sense of decency, sir?
Y, bueno, eran otros tiempos. Más de uno se lo habrá dicho a Bush, y no parece que la palabra "decencia" sea una de las más fuertes en el diccionario político del Washington actual.
Igual ya empezaron las manifestaciones en contra de la ocupación de Irak, como se dice aquí, y ya se llega a acusar al actual gobierno de Estados Unidos de haber "orquestado" los atentados del 11 de septiembre. En respuesta, el gobierno anunció que Al Qaeda está "herida de muerte". Y uno recuerda también a Don Juan Tenorio: "Los muertos que vos hacéis gozan de cabal salud." Claro que los de las tropas norteamericanas están bien muertos, y se supone que, como se dijo al principio de la venganza, Al Qaeda era un pequeño grupo que sería destruido en unos días o semanas. Y habría que preguntar lo mismo que le preguntaron a Johnson en la época de la guerra de Vietnam: Si había tantos vietcongs, y hemos matado a muchos más que ésos, ¿contra quién estamos peleando?
La respuesta me parece obvia: Contra nosotros. Contra los que vivimos.

8 de septiembre de 2006

Raúl, Bush y el fratricida prenatal

Como quería reírme un poco después de dos respuestas en este blog que me dejaron mal sabor, me fui a ver The Onion, uno de los periódicos electrónicos más sanamente irreverentes que conozco. Allí encontré un par de notas sensancionales, entre ellas ésta sobre Raúl Castro. Todavía no me recupero del ataque de risa:
Cubans: New Dictator Doing It All Wrong
HAVANA—Citing the lack of rambling six-hour speeches, cessation of random closings of entire industrial sectors, as well as a failure to condemn the U.S. for imperialist warmongering, the Cuban population has turned in an informal vote of no-confidence in acting dictator Raúl Castro. "He shows no understanding of the finer points: surprise raids on opposition newspapers conducted at 3 o'clock in the afternoon instead of 3 o'clock in the morning are not befitting a Castro," said sugar farmer Juan-Miguel Moinelo, who also lamented the total absence of any mass boat-lifts of "undesirables" during the younger Castro's tenure. "He may have the great bloodline, but our new Presidente lacks the firm-yet-arbitrary touch that Cuba has grown to appreciate." Raúl Castro has responded to criticism of his performance by saying that, if the Cuban people think government is so easy, maybe they should try running the country themselves for a change.

Hay otra sobre Bush que no tiene desperdicio:
'History Cannot Judge Me If I End It Soon'
WASHINGTON, DC—Despite, or perhaps because of, rising fuel prices, the unpopularity of the U.S. presence in Iraq, and mounting legal problems surrounding his administration, President Bush informed his Cabinet Monday that he is unworried about his place in history, White House sources said. "I'm telling you, pretty soon some things are going to develop so that I won't have history to worry about any longer," Bush said. "History may be written by the winners, but it doesn't get written at all if all of human language is lost in, say, fire storms, right? So I can still get off the hook." Although troubles faced by his presidency have been relatively recent, sources said they believed Bush's plan had been put into motion long before he had even taken office.

Y hay una muy boba sobre un crimen prenatal que no voy a transcribir, porque la foto de abajo es sensacional La pueden hallar aquí.
Si es cierto eso de que la verdad nos hará libres (Roque Dalton dijo que sería el cinismo, c.f. Taberna), la irreverencia nos hará felices, o de plano nos liquidará; algo es algo.

Errores de juventud, leninistas y orejas

Recibí una bonita respuesta al post ¡Documentos, documentos! de parte de mi amigo Anonymous. (No, no es ese Aonymous, que es amigo, ni el otro Anonymous, que es bastante elemental pero cree en lo que dice, sino el Anonymous del que ya hemos leído cosas en varias partes). La trancribo porque es una joya:
imagino que en esos archivos andas expiando los "errores" que tuviste en tus años mozos (errores de juventud les llamo alguien). Asi me me topado con gente que en su mocedad eran mas "izquierdistas" que Lenin personificado y terminaron de orejas. Como es la vida ¿verdad?
Y respondo, por supuesto, porque me gusta platicar con gente con la que no lo hago desde hace un tiempo.
1. Tengo 47 años recién cumplidos. Miro para atrás y encuentro varios errores en mi vida. Uno de ellos fue permitir que algunos imbéciles me dijeran qué hacer, y haberlo hecho sólo para darles gusto y para ser políticamente correcto. (No existía el término, pero la idea es universal y se sumerge en la proverbial noche de los tiempos.) Claro que tenía entre cero y trece años de edad, y se entiende. A los trece años ya había aprendido que el asunto no va por allí. En esa época, a instancias de Cecilia Castillo (hija de Fabio Castillo Figueroa), una de las personas con las que prácticamente me crié, entré a militar en la Juventud Estudiantil Socialista, del Partido Socialista Costarricense. Era casi un club social para adolescentes raros: platicábamos de alguna cosa, luego leíamos y comentábamos cosas que no entendíamos (como los Manuscritos económicos y filosóficos de Marx; a quién se le ocurre a los trece años, y los demás no pasaban de los quince), aparecía Aguilar Bulgarelli --no recuerdo el nombre--, secretario general del PS, y nos decía "Van bien, muchachos, sigan así", y después nos íbamos a comer algo y a tomar refrescos. Recuerdo que dos chavos se retiraron con gran dolor y lágrimas, porque ella había quedado embarazada y él era el papá y tenía que trabajar, e iba a extrañar las reuniones. (Sí, quince años. Vi varios casos así: ella embarazada, él a trabajar, se acabó la escuela; he buscado a la mayoría en internet y no aparecen ni siquiera en las páginas de demandas legales, ni en la guía telefónica. Triste.) Y duré sólo unos meses, porque aparecieron los imbéciles de siempre. A un tipo que iba en la misma escuela que yo (el Liceo de Costa Rica) se le ocurrió que había que hacer algo para que se notara la presencia de la JES, y ese algo era organizar una pinta tal día a las cuatro de la mañana, con un operativo y todo, y luego hacer una serie de explosiones en los baños, con cohetes de los que se usan en las fiestas, y dejar volantes regados. No estuve de acuerdo, por varios motivos, que no sé si siga compartiendo o me parezcan suficientes, pero así fue: a) el edificio del Liceo es monumentos histórico, con fachada de piedra, y meterle pintura de aceite significaba no sólo arruinarlo, sino cometer un delito; b) poner una "bomba simbólica" en los baños era simplemente tonto y arriesgarse a provocar un accidente; c) era más tonto dejar firmas en ambas "acciones", porque todo el mundo sabía que los únicos miembros de la JES éramos él y yo (había uno más que era de la Juventud Comunista), y sólo era cuestión de ir a sacarnos del salón de clases, y del mismo salón, además, porque casi éramos compañeros de banca. (Había una diferencia: él reprobó el año con notas pésimas y yo terminé con poco menos de 10, porque la maestra de español detestaba a los extranjeros e hizo todo lo posible por reventarme. Nomás logró ponerme un 8 y un 9. Nerd que era uno, pues.) El asunto es que los de la JES dijeron que nos dejaban la decisión, dije que no, él dijo que lo haría aunque lo desautorizaran y yo simplemente me retiré. Dejó de hablarme y me evitaba cuando nos veíamos en la escuela, que era siempre. Cecilia me siguió llamando durante un año más para que regresara; al cuate (¡Jiménez!, se apellidaba Jiménez, acabo de recordarlo) lo habían expulsado porque descubrieron que era "trotskista". Le dije que no, gracias, y me dediqué a otra cosa: ya tenía 14 años y había descubiertos las discotecas, con todo lo que implican. Además estudiaba guitarra clásica, empezaba a jugar béisbol y hacía karate, porque ser nerd de lentes y atraer a los imbéciles que golpean a los nerds que usan lentes son parte del mismo proceso. Funcionó, la vedad. Un día dejé a un fulano con conmoción cerebral (no muy grave, pero sí) y dejaron de molestarme por un lado y por el otro le agarré un miedo casi patológico a la violencia. Todos los martes, además, iba a casa de Cecilia. Ella después decía que yo andaba detrás de sus huesos, pero no es cierto: con su mamá, Juanita, conseguíamos canciones "de protesta" durante la semana y el martes las cantábamos. Tenía una voz excelente. A veces se sumaban Rosita Braña, mi mamá y Silvia Castellanos (mi mamá honoraria), pero era la excepción.
2 Mi militancia en las FPL comenzó en septiembre de 1981 y terminó en abril de 1982 (siete meses), y he hablado de ella en varias ocasiones. Me expulsaron precisamente por no soportar a los imbéciles de siempre, y me expulsaron los imbéciles de siempre, que allí andan todavía, haciendo lo suyo. Mi error fue haber aceptado una militancia formal, no haber trabajado con las FPL; de verdad que los nerds de lentes no se llevan bien con la gente normal, ni viceversa. Con las FPL comencé a trabajar, en plan free-lance, en 1978, y dejé de hacerlo cuando me enteré de la muerte de Salvador Cayetano Carpio, en abril de 1983. En el camino fundé Salpress junto con otros compañeros, ayudé a levantarla durante una temporada y conocí a gente interesante, con la que aprendí mucho. No me puedo arrepentir de eso. Ni me puedo arrepentir de los motivos por los cuales trabajé con las FPL: para mí era un asunto de decencia personal, simplemente. Sabía que, si ganaban la revolución, yo no podría vivir en El Salvador (los nerds que se hacen escritores y además saben karate no se llevan bien con la izquierda, eso está demostrado desde Maiakovski, que no sé si sabría karate), pero así entendía la decencia.
3. Los archivos no los leo para expiar errores. Los leo para saber cosas o para que no se me olviden. Uno de los vicios que me quedaron de la militancia de la JES fue tratar de entender qué era la izquierda, cómo funcionaba y todo eso. Me aventé, entre idas a la disco, novias de una semana, clases de guitarra clásica y partidos callejeros de béisbol, buena parte de las cosas de Lenin, Marx y hasta de mi papá, que ya llevaba varios libros para ese entonces. Desde el Manual del guerrillero urbano, de Marighella (bueno, ése lo leí a los 11 años) hasta La crítica de las armas (a eso de los 16 y hasta como los 39; lo leí varias veces), documentos que me caían, libros que se forraban con papel blanco, lo que fuera. Y también, como buen nerd de lentes, etc., intercalaba esas lecturas con Shakespeare (lo he leído más que a Debray; me encanta), Valle Inclán, Augusto Monterroso (uno de sus libros fue el que me impulsó a escribir, para bien o para mal, y tuve la oportunidad de darle las gracias en persona), las posologías de las medicinas de patente, manuales para usar la licuadora, revistas (soy adicto a las revistas, de lo que sea, Vanidades incluso) y lo que me cayera en las manos. Lector compulsivo, pues.
3. Los "errores de juventud" sólo se distinguen de los "errores de adultez" en que los primeros se hacen de buena fe, y los otros con conocimiento de causa, o a esa conclusión he llegado a mis 47 años. Y esos errores son, simplemente, la vida. (¡Aplausos para el lugar común del día!) Para cuando comencé a militar, ya había leído no sólo los libros de Debray (los mencionados más el del Che más el de Allende más ¿Revolución en la revolución? y qué sé yo), sino también todo lo que hubiera y estuviera a mi alcance sobre el tema, de izquierda, de derecha, de lo que quieras. Y cuando terminó mi militancia y mi colaboración con las FPL seguí leyendo ésos y otros (Carpentier, Cortázar, Alfred Jarry, más de Shakespeare, más de Valle Inclán, porque me encanta cómo frasea), nomás porque me gusta leer. Si mi error de juventud fue dedicar una cantidad pavorosa de tiempo a leer, tampoco me arrepiento. Me la pasé bien, y ahora lamento no tener tanto tiempo para hacerlo. A cambio, escribo tan obsesivamente como he leído.
4. Más izquierdistas que Lenin siempre ha habido, desde las épocas del propio Lenin. Me caen mal. Entre ellos se puede encontrar a los imbéciles de siempre, y los nerds con lentes, etc., somos incompatibles con ellos. Ni siquiera por decencia, sino por vanidad: ¡son tan poco originales...!
5. Sí, muchos terminaron de orejas. Cómo es la vida, ¿verdad? Gente como tú, como yo, como cualquiera. Precisamente es el tema de varias de mis novelas. Hay por lo menos dos que se dedican explícitamente a la traición (Historia del traidor de Nunca Jamás e Instrucciones para vivir sin piel). En lo particular los ex izquierdosos redimidos no me caen mal por traidores, porque no creo que lo sean, sino por su mal gusto. Es de muy mal gusto creer que arrepentirse de los "errores de juventud" le dan a uno algo de sabiduría. Y eso es un error de adultez, que no da sabiduría, sino que lo vuelve a uno indigno. Y hay modos más fáciles de ser indigno, como mandar anónimos acusando a la gente de cosas. De verdad que te respetaría un poco si pusieras tu nombre; así no eres más que uno de los imbéciles de siempre, a quien me doy el gusto de contestar porque me divierte escribir, y para escribir cualquier pretexto es bueno.
Y aquí le paro, porque tengo que almorzar antes de ir al trabajo a cometer errores como los que se cometen todos los días, y de los que uno se puede sentir orgulloso cuando pasan los años.

7 de septiembre de 2006

La naturalidad de las cosas feas

Pues bien, legalmente Felipe Calderón Hinojosa es presidente electo de México. Un tribunal electoral lo avaló, las cosas se hicieron by the book (by certain book, actually) y ahora los millones de manifestantes que pedían un recuento de votos, y ahora protestan por las irregularidades, quedan como gente violenta, no como ciudadanos exigiendo un derecho que se ha violentado. Si me preguntan si toda esa gente es del PRD (el partido de López Obrador, o sea al que se le aplicó el citado book), no me parece. Más bien me suena a sociedad civil organizada del extraño modo en que se organiza en México en momentos cruciales, como el terremoto de 1985 o la huelga de maestros por allí de 1990 o 1991: la anarquía bien encauzada. No me parece que el PRD tenga una capacidad de organización tan poderosa, y no sé si la quiera o la pueda sostener, con todo y que López Obrador --lo ha demostrado desde hace años-- es un organizador para meter miedo (como lo metió).
Si me preguntan si hubo fraude, me parece evidente que sí. "Irregularidades" suena a piropo. No sólo en la campaña de miedo como las que ya se han hecho endémicas, tan angustiantes ellas, ni sólo en el hecho de que el presidente Fox (como dijo el Tribunal Federal Electoral) hubiera participado con mensajes proselitistas, ni que se usara el derecho como un mazo en contra de los votantes (de ciertos votantes). Hubo, me parece, un fraude real, en casillas, con cambio de actas y resultados, violación de paquetes y eso. Lo que me parece espeluznante no es el fraude, sino la naturalidad con la que se hizo y la actitud también natural como se enfrentó legalmente desde el lado de las instituciones: "Las irregularidades no son capaces de cambiar los resultados, por lo tanto se valida la elección. No hay nada que perseguir."
Lo que me parece es que hubo una cantidad grande de "microfraudes", o sea de algunos votos por casilla o en las casillas que se pudo y, si se toma en cuenta la cantidad de casillas que caben en un país del tamaño de Mëxico, el asunto es alarmante. De ésas, el PRD presentó recursos contra... uh... no sé, un montón de casillas, y el Instituto Federal Electoral sólo aceptó revisar unas 12,000, en las zonas en las que el PAN claramente ganaría, no en las zonas con más influencia perredista, las de mayor concentración demográfica, además. Y aun así los resultados del recuento fueron de parar los pelos. No por la cantidad de votos, sino de "irregularidades", como lo de los paquetes abiertos, boletas que sobraban, más votos que las boletas emitidas, etcétera.
Y no estoy denunciando nada ni protestando por nada; digo lo que pienso. Y lo que pienso es que la naturalidad con la que se realiza y se asume el fraude es aterradora. Vaya: el margen de votos entre López Obrador y Calderón sin duda fue estrecho, y no sería fácil (normalmente) decir quién ganó. Si algo habría que decir es que el PRD tenía todo en las manos y, por algún motivo, falló de última hora, y no se garantizó (también por algún motivo que no conozco ni intuyo; tendría que vivir en México para tratar de captarlo) un margen de votos mayor que "apenas" doscientos y tantos mil votos. Algo muy similar a lo que le ha pasado al FMLN salvadoreño últimamente: por jugar al triunfo seguro, pierde o se coloca en situaciones incómodas, como en las elecciones para alcalde(sa) de hace unos meses. (No, Violeta Menjívar no es mi pariente. En este país todo el mundo se apellida Menjívar o está emparentado con alguno.)
En este video se puede ver a lo que me refiero con "la naturalidad", y no fue un hecho aislado, según entiendo:



Y a propósito de naturalidades, George Bush admite, aquí, que su gobierno ha usado cárceles clandestinas, y que gracias a eso ha evitado muchas muertes de estadounidenses. Niega que haya torturas, y a la vez asegura: "'No puedo describir los métodos que se utilizaron' --para los interrogatorios--, porque podría ayudar a los terroristas a aprender cómo enfrentarlos, 'pero puedo decir que fueron duros, seguros, legales y necesarios'. La palabra "necesarios" es donde, precisamente, se acaba lo legal: el bien superior, el bien de estado, que sólo lo manejan algunas personas, generalmente en contra de las demás.
Eso sí, estoy oyendo una antología de "bubblegum music", bastante buena. Es tan suave, segura, legal, natural y necesaria en un día caluroso como éste...

Liszt, Daltrey, Wagner, Wakeman y el Superhombre de la manguera

En 1977, poco antes de que naciera mi hijo Eduardo, Yuli y yo nos metimos al Cine Regis (desaparecido tras el terremoto 19 de septiembre de 1985: explotó el Hotel Regis y voló toda la manzana; ya he hablado de eso aquí), a ver una película que se veía rara y con un reparto más raro aún: Liztomania, con Roger Daltrey, Ringo Starr y Rick Wakeman, entre otros. Ella habrá querido ver otra cosa, porque siempre fue bien sensata, pero yo había conocido un par de años antes la música de Wakeman y estaba emocionado. Dos discos suyos siguen siendo de mis favoritos de todos los tiempos: Las seis esposas de Enrique VIII y No Earthly Connection, que tuve recién salido el acetato; otros me parecen malísimos, como 1984 y Rapsodies, y más o menos puedo vivir sin Viaje al centro de la Tierra y Los caballeros de la mesa redonda, aunque por allí los tengo.
Había visto a Daltrey en Tommy, por supuesto, y lo había escuchado en todo lo que sacó The Who, además de Woodstock y algunos conciertos. Después lo he visto en algunos programas de tele y en películas diversas, sin demasiada pena o gloria. Pero en Lisztomania, como Franz Liszt, hizo un excelente papel, dentro de todo lo que cabe para una película tan experimental y tan irreverente, y usó su voz como nunca la había usado y como nunca la volvió a usar.
No hay ángel que quede con cabeza ni honra artística del siglo XIX que no provoque algo de risa después de ver el tratamiento que le da Ken Russell, director también de Tommy. (Ambas películas salieron el mismo año, en 1975.) Después de tantos años, todavía recuerdo muchas escenas.
Hay una reunión de puros músicos y artistas famosos. Richard Wagner quiere que alguien "reconozca" su trabajo y no le hacen demasiado caso, quizá porque no tiene ni maldita idea de quién es cada cuál. Se acerca a un tipo y le pregunta:
--¿Quién es usted?
--Strauss.
--¿Richard Strauss?
--No. Levi Strauss.
(Para los muy cultos y puntillosos: no, no el Levi Strauss antropólogo, o sea Claude Levi Strauss, sino el de verdad, Santa Etnología me perdone.)
En otra escena, Liszt va al castillo de Wagner en busca de su hija Cósima, y se da cuenta de que su antes protegido y ahora enemigo ha construido un monstruo (al estilo del de Frankenstein) que en realidad es el Superhombre. Desde luego que Liszt está asustadísimo y al mismo tiempo fascinado. Wagner le mete electricidad al monstruo, éste toma vida y resulta que es Rick Wakeman (autor de la música), quien sólo sabe hacer tres cosas: reírse como un idiota, tomar cerveza por litros y orinar en la chimenea... con una manguera, porque Wagner de seguro no encontró la pieza adecuada para eso, ejem.
Por allí aparece Ringo Starr en el papel de papa (no de tubérculo, sino del jefe máximo de los católicos), una bien interesante e imponente Catalina de Rusia y algunas de las escenas más obscenas, hilarantes y absurdas de la historia del cine.
Y tiene escenas muy tiernas, como un corto de cine mudo en el cual Liszt, enamorado, hace de Chaplin y enamora a la muchacha mientras se oye una hermosísima versión de Sueño de amor magníficamente cantada. La escena viene al caso porque ya no está enamorado de su mujer, y recuerda los tiempos en que eran pobres como ostras y simplemente se amaban. En las últimas horas la he oído unas diez veces, y en el momento de escribir esto la voy a escuchar otra vez.
(Listo. Está sonando. Es el track 2.)
En suma, la película habla de la lucha entre el bien (o sea el amor, o sea Liszt) y el mal (o sea el odio, o sea Wagner; perdonarán lo simple del asunto). Liszt es una especie de Liberace del siglo XIX, con ropa y decorados y pianos de lo más kitsch y una legión de fans adolescentes que gritan y se desmayan y se orinan en sus conciertos, y Wagner es el tipo resentido, escalador y mala onda. Al final triunfa el bien, porque para eso está la cursilería y algunas películas experimentales con menos guión que sentido del humor. Para mientras uno se ha pasado un buen rato.
La música está basada en cosas de Liszt, y algo de Wagner, y los arreglos van desde el progresivo (que es donde se mueve Wakeman con más comodidad) hasta el clásico más clásico (que también le resulta comodísimo), pasando por unos rocanrolitos notables. En lo personal Liszt no me emociona demasiado, excepto algunas piezas sueltas y sus conciertos para piano, que tienen su lado sensacional, y Wagner me parece un genio, punto, aunque después de diez horas seguidas de alguna de sus óperas puede llegar a fastidiarme. Lo que sé es que la película es divertidísima y que la pasaron anoche en el canal Retro, pero tenía desfasado el sonido como cinco segundos y encima la agarré a medio camino. Preferí cambiar el canal, la verdad, y ponerme a oír el disco. Ojalá tenga suerte otro día.
Ya que mencioné a Ringo Starr y visité su sitio, me desconcertó no sólo saber que aún tiene una banda y que sigue en giras, sino que uno de sus músicos es Edgar Winter, que en los años setenta sacó una pieza que se llama "Frankenstein" que todavía me suena bien, aunque ha envejecido notablemente. Lo que más me gusta de Edgar Winter son sus conciertos con su hermano, Johnny Winter, el mago de la guitarra de blues y de rocanrol, mejor conocido como El Albino (ambos hermanos lo son), Johnny Guitar y qué sé yo. Es una fuerza de la naturaleza cuando agarra una eléctrica, y no toca mal las rancheras con una National. Y no es que Edgar Winter no sea bueno, al contrario: toca la guitarra casi tan bien como su hermano, el piano muchísimo mejor y hace maravillas con el sax. Nomás que Johnny Winter nació para superestrella, y lo fue durante un ratito, hasta que las drogas acabaron con su carrera y lo dejaron en lo que era: un músico brillante y un cantante de gran calibre. Edgar tomó su lugar en las giras y... bueno... ahora toca con Ringo Starr, y Johnny Winter seguirá siendo Johnny Winter hasta el fin de los tiempos y de las guitarras. (Nota para Hugo Martínez Téllez: no, Clapton no llega a eso ni en sus sueños más depravados. Hasta le queda bien el apodo de Slowhand, si nos ponemos comparativos. Nota para los demás: sí, soy fan abyecto de Johnny Winter.)
Si me gustara esa cosa fea de la piratería, buscaría aquí el soundtrack de Lisztomania, en formato Torrent. O aquí. Y un día de éstos me gustaría tener la película también; la vi en 1977 y, en serio, todavía me río recordándola.
Ah: esa tarde de 1977 no sólo vimos la película una vez, sino que nos sometimos al régimen de permanencia voluntaria y nos la echamos dos veces al hilo. Y nos reímos como pocas veces antes, y como pocas después.
Y ahora, en el momento de publicar este post, estoy oyendo "Sugar, Sugar", con Los Archies, y acabo de escuchar "I think I love you" con The Partridge Family. Qué disparejo es uno cuando no tiene sentido de las proporciones...

6 de septiembre de 2006

¡Documentos, documentos!

Mientras hacía una búsqueda acerca de José Dimas Alas, uno de los fundadores de las Fuerzas Populares de Liberación (¿alguien sabe en qué año murió?), encontré un sitio interesante: el Centro de Documentación de los Movimientos Armados (CEDEMA). El nombre aún le queda grande, porque es relativamente muy poco lo que han conseguido y puesto en línea. Sin embargo hay cosas interesantes y valiosas si está investigando algo o simplemente si quiere saber.
Por ejemplo, en la sección de El Salvador viene la carta de suicidio de Salvador Cayetano Carpio y, en letras del Frente Clara Elizabeth Ramírez, "la otra versión" de la historia contada por el FMLN. Está asimismo el último discurso de Marcial (su "Testamento político", como se le ha llamado) y algunas cosas más.
En el caso de Guatemala hallé un documento que re-buscaba desde hacía años (lo tuve y lo perdí, mísero de mí): el primer comunicado del Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre, de Marco Antonio Yon Sosa. No sé por qué, pero Yon Sosa siempre me cayó bien. Me da la impresión de que era un tipo de veras honesto, aunque un tanto ingenuo a la hora de hacer política. Lo mataron por dinero, al cruzar la frontera con México. Y viene también la proclama de las primeras Fuerzas Armadas Revolucionarias, de Luis Turcios Lima, otro que me caía bien. (Murió en un accidente de carro. Qué cosas.)
De Perú vienen cosas de la guerrilla de Luis de la Puente Uceda, de 1964, bien interesante y bien fallida. Se pueden hallar aquí. De Venezuela, poco acerca del movimiento de Douglas Bravo. En la sección de Uruguay vienen documentos de los Tupamaros, como sus primeros manifiestos, que se muestran aquí.
Y no sabía que en México hubiera tantos grupos armados en existencia, ni que escribieran tanto...
Y no, no es que ande buscando cómo armar una guerrilla. Es un tema que siempre me interesó: cómo se puede llegar tan lejos y cómo se puede destruir en minutos lo que se ha tardado años en construir. Sin hablar de las buenas intenciones, los pueblos que apoyan o que denuncian y qué sé yo.
Quiero leer de nuevo (pero los dejé en México) los dos tomos de La crítica de las armas, de Régis Debray, que me parecen bien valiosos. Allí está resumido mucho de la guerrilla de los sesenta y los setenta en América Latina, pero también es una prefiguración (eso sí: ando en la onda de las prefiguraciones) de lo que pasó en Centroamérica en los ochenta y parte de los noventa, y de lo que seguramente pasará alguna vez en otras partes y en otras épocas. (No es que los humanos seamos cíclicos, sino que somos humanos, y nos gustan las piedras de la misma forma y color para tropezarnos a la menor oportunidad.)