29 de mayo de 2009

El odio según Wordle (y Dadá)

En un post compartido por Aniuxa a través del Google Reader me enteré de que existe una cosa llamada Wordle, que genera unas cosas bien chistosas según las palabras que uno use más en un texto. Puse la dirección de este blog y salieron dos.... uh... lo que sean, que me parecieron tan divertidas como lo pueden ser el azar o la causalidad cuando hacen lo suyo.
Las palabras más grandes son las que más aparecen en un texto o un url determinado; las más chiquitas, desde luego, son las que menos. Me pareció curioso el tamaño de la palabra "Odio", que no es de las que más uso, excepto en los últimos posts, pero me gustó cómo se modifica con lo que aparece dentro y a los lados, y cómo se va modificando el significado del asunto a medida que uno lo recorre (no sé si se pueda leer).
En fin, otro sobre el odio, pues. Si se les hace clic a las imágenes se verán en un tamaño decente.



¡Tristan Tzara estaría fascinado!
(Lean aquí cómo hacer un poema dadaísta. Y ese orinal que aparece allí no es de Tzara, sino de Marcel Duchamp, firmado como el honrado plomero y artista R. Mutt y titulado "La fuente". Igual Tzara y Duchamp eran compañeros de Dadá, pero cada quién su obra y sus loqueras.)

28 de mayo de 2009

Más sobre el odio

El odio es autoindulgente y, lo peor, autocompasivo. Muy en la superficie del que odia hay alguien que se ve a sí mismo con ternura, o lo que entiende por ternura, que en realidad es lástima.
* Un odio puro sería insoportable. Hace falta modularlo.
* ¿Qué ve en el espejo alguien que odia, qué ve de sí mismo? ¿Qué gestos compone? ¿Cómo premedita sus expresiones? ¿Qué quiere ver realmente?
* "Pobre de mí, que me veo obligado a odiar." "Pobre de mí, que odio."
* El miedo de ser descubierto en el miedo, o sea en la debilidad, o sea en el odio.
* Los que odian son las mejores personas del mundo: tienen una causa que defender, y la ofensa tiene sentido en razón de esa causa. No hay ofensa: hay justicia. El que odia es siempre un justiciero.
* ¿Se da cuenta de su ridiculez? ¿Sabe que su histrionismo da risa o pereza? Obviamente no detecta la imagen que genera: sólo ve adeptos incondicionales o enemigos totales.
* Interesante: los que son sus enemigos un día son sus adeptos al siguiente (¿podría hablarse de aliados?). El odio es de memoria muy corta.
* Peligroso quien odia en frío y sabe que el odio es su derrota, no el modo de obtener pequeñas y muy estúpidas victorias seguidas de fracasos estrepitosos y frustraciones incurables. Peligroso quien tiene la noción de ser un pobre diablo, y lo acepta, y lo disfruta. Peligroso el que encuentra en el odio una vocación, y no un descargo.
* ¿El odio como masoquismo? (Los dos lados de la medalla.)
* "No me importa si me odias. Me importa que sufras."
* En el momento de ejercer el odio sólo se puede ser, en los actos, estúpido; minutos o años después, el acto resultante sólo puede verse como una estupidez.

27 de mayo de 2009

Sobre el odio

"Ódiame como te estoy odiando: incondicionalmente."
* ¿Puede haber un odio "puro", es decir no contaminado por el raciocinio?
* El odio siempre tiene motivos o pretextos racionales.
* El odio como emoción no es elemental: hay envidia --la razón corrupta--, amor roto, soberbia quebrantada, dolor, mucho dolor. No hay la gana de que el dolor termine --se sabe que no terminará--, sino la necesidad necia de transferirlo, de esparcirlo, de que todo sea odio y dolor, y así el odio y el dolor propios serán más tolerables.
* La vergüenza de odiar, sin embargo. Aunque se presente en forma de ira, de poder extremo, de violencia, el odio es una debilidad: es impotencia.
* El "odio incondicional" es literario, no humano; basta con quitar la primera capa de la cebolla para ponerse a llorar, para que alguien se ponga a llorar.
* El que odia necesita del odio ajeno, pero también necesita de la sumisión del otro; si no, lo sufre, pero no lo ejerce. Si no hay sumisión y dolor del otro lado, el odio es casi como estar suicidándose, pero con la intención de matar al otro.
* ¿Se decide a quién odiar o el odiado se escoge como objeto del odio? (Otro problema literario; las cosas no funcionan así.) El que odia por sistema siempre tiene las antenas desplegadas, y siempre encontrará a alguien odiable, y lo culpará por su odio.
* "Ódiame como te estoy odiando, por favor. Sólo ódiame."
* Cualquier odio es transitorio: siempre termina convirtiéndose en otra cosa. Sólo persiste como una decisión, como algo decidido racionalmente.
* Ojo: el odio siempre es condicional. Y condicionado.
* ¿El amor es incondicional? Sólo si se dan condiciones que no se tomen como tales, desde físicas y químicas hasta morales: se puede amar sin condiciones a quien cumple con ciertas condiciones. Si no las cumple, comienza el conflicto para encontrarlas donde no están o para que estén donde nunca estarán.
* Odio y aversión. La aversión sí puede ser "pura", instintiva, animal, física, simple. Sólo se convierte en odio si se le buscan las razones, y aun así no se llegaría a un estado transitorio, como es el odio, sino a una falsa etiquetación.
* "Ódiame porque te odio." "Ódiame para que te odie."
* Nunca "ódiame como te odio": desaparece la sensación --y la necesidad-- de poder.
* El odio, en suma, es cobarde.
* ¿Odio de clase? Un asunto retórico: había que ponerle un nombre. No en toda lucha --incluso la de clases-- debe haber odio, sino necesidad. El odio puede ocultar la necesidad; puede ser el mecanismo para que la necesidad se manifieste, pero nada más.
* El odio, en suma, puede ser necesario.
* Otra perspectiva: yo no odio, pero dirijo el odio ajeno hacia mi objetivo. Política, pues. (Y sigue siendo un sentimiento cobarde.)
* "Ódiame para que te pueda amar." "Ámame para que te pueda odiar."
* Si me odias, tengo poder sobre ti. Cada vez que respire, seré tu dueño. Si muero, no habrá modo de que tu odio muera. No lo olvides.

25 de mayo de 2009

Releer

Releer un libro que uno ha leído varios años atrás es más que una experiencia interesante: es un jab directo al ego.
Por ejemplo, uno lee el libro, lo termina, lo asimila y lo archiva en dos lugares al mismo tiempo: en el librero y en la memoria. Uno puede decir con propiedad: "Leí tal libro, trata de esto y de lo otro, hay unas frases muy buenas --como 'Ésta' y 'Ésta'-- y lo que más me gustó fue la parte donde..." Si queda alguna duda, allí está el volumen --la prueba material--, en medio de otro montón de pruebas materiales de que uno "ha leído", y la memoria le dice a uno, cada vez que pasa junto a tal librero, que tal libro trata de tal cosa, que éste hay que tenerlo en especial estima, que en otro aprendió uno tal y tal cosa, y que lo mejor de aquél es tal y tal otra. Y lísto, a seguir acumulando libros en las estanterías y en la cabeza porque, en fin, para eso son los libros.
Hay libros que uno no vuelve a tocar --excepto para quitarles el polvo cada tanto--, y los motivos pueden ser los que sean: uno quedó satisfecho con la primera y única lectura, uno quedó insatisfecho, uno encontró lo que buscaba y/o necesitaba y/o quería, que es un poco de lo mismo, o simplemente, en el balance de las cosas, una posible relectura es diferida por nuevos libros o por relecturas más urgentes.
Porque hay libros que fueron hechos para releerse, y es urgente releerlos cada cierto tiempo, digamos al día siguiente de terminarlos, o un mes después, o seis meses, o un año, o todas las anteriores. Puede tratarse de simple gusto por un libro en especial, pero es más probable que en una sola lectura uno no haya podido agotar las posibilidades del texto, o no haya querido; que quiera aprender algo en especial, que quiera buscar algo que se le haya pasado por alto, que cada vez sea un libro diferente --según la perspectiva desde la que se lo relea-- aunque el texto esté allí, bien quietecito, tan en su papel como la primera vez. (Me pasa con Crónica de una muerte anunciada. ¡Es perfecto! Las doce o quince o vaya a saber cuántas veces que lo he leído es el mismo texto, que casi conozco de memoria, pero cada vez hay sorpresas esperando saltar al menor descuido --valga por favor el lugar común--, frases que adquieren diferentes significados, que enlazan con otras frases y las escenas ya no son lo que eran en la lectura anterior, etcétera. Pedro Páramo es otro de ésos, pero lo tomo con más cautela; cada lectura es tan poderosa como la primera, y no quiero una sobredosis de Juan Rulfo.)
Hay libros de los que uno sólo relee ciertos pasajes, ciertos subrayados, algunas frases, porque le producen placer o porque allí hay ideas que uno quiere tener frescas, lugares que uno quiere visitar o gente con la que quiere conversar de tarde en tarde. Uno sabe lo que encontrará, como en una fotografía, y quizá después tome otros libros para ver otros pasajes y pasársela como ante el álbum familiar.
Pero hay libros que uno agarra después de varios años, pensando que será como lo del álbum, y se da cuenta de que no los ha leído. Es decir: sí, los leyó alguna vez, y los dejó bien guardaditos, pero a la hora de la relectura no tienen nada que ver con lo que uno recuerda. El tono es diferente, los personajes son otros, el modo en que está escrito no es el mismo, las cosas pasan en momentos diferentes y en contextos diferentes a los que uno recordaba...
Hay de dos: tira el libro al carajo y se pone a repetir obsesivamente "Esto no está pasando, esto no está pasando" y se queda clavado en que uno ya leyó ese libro, y ése no es ese libro, o respira hondo un par de veces, se relaja y lo disfruta. O no. Porque quizá se trate de una porquería de libro que uno recordaba muy bueno, y qué vergüenza, que se dan casos. Igual es un libro muy bueno, pero es otro. Uno lo leyó, lo procesó y siguió procesándolo y siguió hasta convertirlo en un libro diferente, esto es: lo guardó en el librero y en la memoria, pero cada vez que pensaba en él iba recreándolo, rehaciéndolo, recombinándolo. Quizá releyéndolo sin siquiera tenerlo enfrente, vaya. Lo emocionante será --me ha pasado-- esperar unos años y volver a tomar el libro en cuestión y darme cuenta de que de nuevo ha cambiado, que de nuevo es otro. Si uno lo piensa en términos económicos, no está mal: paga por un libro y de repente se da cuenta de que son dos o tres o cuatro, y cada vez igual de buenos. (Me ha pasado sobre todo con novelas negras y de ciencia ficción. No sé si sea así, pero me da la impresión de que hay escritores en esos géneros tienen una magia especial, que me gustaría también tener y que envidio verdemente.)

Uno de los libros que he comprado varias veces para releer es Último round, de Julio Cortázar, igual que La vuelta al día en ochenta mundos. (Los he regalado o perdido varias veces. La penúltima edición que tuve de Último round quedó hecha una desgracia, en México; la de ahora está nuevecita, recién comprada y recién releída.) Y hay un juego en el que siempre salgo perdiendo: recordar qué textos están en La vuelta al día, cuáles en Último round, y en qué tomo. (Ahora tengo la versión de La vuelta al día en un solo tomo, así que el juego es un poco menos divertido.)
Hay textos que confundo, por ejemplo "El cuento breve y sus alrededores", que viene en el tomo I, con trozos de una ponencia sobre el intelectual en América Latina que viene al final del tomo II (hace unos días lo recomprobé). Hay un texto acerca de una estación de ferrocarriles en Calcuta que siempre recuerdo en La vuelta al día que está en Último round, en el primer tomo. (Creo. Ya empezó otra vez la dinámica del olvido.) Igual un texto sobre Teodoro W. Adorno (o sea el gato de Cortázar) que no sé en cuál de los dos. Y así.
Hay textos de los dos libros que simplemente no releo. No me interesan. De año en año les doy una ojeada, recompruebo que no me gustan, y me voy al texto que sigue, o al tomo que sigue, o me brinco al otro libro, a algún texto que me pida la libre y soberana asociación de ideas, o agarro uno de los tomos de los cuentos completos de Cortázar y leo un par, casi al azar. Por eso tampoco sé muy bien en qué libro se encuentra cuál cuento, y tengo que preguntar cada vez que me toca recomendar "Las babas del diablo" o "El perseguidor" o "Carta a una señorita en París".

Ahora me doy cuenta de que con Cortázar he armado mi Rayuela particular, con una aclaración: no me gusta Rayuela. Punto. No he pasado de leer algunos capítulos. He tratado de leer otras novelas de Cortázar y sólo terminé, con pujidos y todo, Los premios. No me pescan 62 ni El libro de Manuel. Lo he intentado, en vano.
En la más reciente relectura de Último round sumé un libro más a mi Rayuela personal: Papeles inesperados, que compré en la Feria del Libro de Buenos Aires, recién presentadito. Y, desde luego, no lo leí en orden: primero me lancé sobre unos textos sobre cronopios y famas, luego sobre unos eliminados de Un tal Lucas, luego unas autoentrevistas (en una de ellas asegura que La vuelta al día y Último round son cosas diferentes, que el segundo no es continuación del primero), a medio camino unos artículos acerca de la guerra en El Salvador, luego unos poemas --me gustó apenas uno; la poesía de Cortázar me parece a veces demasiado... uh... teórica-- y, para no dejar, me estuve cambiando a otros libros y me leí un par de cosas de... este... creo que de Bestiario y de Las armas secretas.
Encontré algunos pasajes que me recordaron a Borges, así que aproveché que también compré sus obras completas y me puse a darle a la enésima relectura de Ficciones (en eso estoy ahora) y releí "El jorobadito", de Roberto Arlt, cuando sentí que me estaba saturando.
No, no soy así de desordenado para leer y para releer. Tampoco soy tan estricto como para no permitirme jugar con lecturas y relecturas, y ¿quién mejor que Cortázar para ponerse a jugar?
Ya que hablé de Papeles inesperados, un comentario. Me parece que es un libro interesante si uno es fan de Cortázar, pero no añade ni quita nada a su obra. Por mi parte me lo he pasado bien leyéndolo como apéndice de relecturas y, como en mis relecturas de él, hay textos que no me ha interesado leer. Quizá después.

24 de mayo de 2009

Vine a Comala Vine a Comala Vine a Comala Vine a Comala

Otra más de mis manías, cuando me pongo a probar tipos de letra, es escribir muchas veces la frase inicial de Pedro Páramo, y de eso hace... no sé... los casi veinte años que tengo de usar computadora, en aquel entonces con el heroico Ventura Publisher 1.0. (Entiendo que el Ventura aún existe, y me imagino que debe ser bueno. Era casi un sistema operativo propio; reconocía sin problemas memoria expandida y extendida y me permitía hacer trabajos de tipografía en una simple XT con 640k de RAM, ya no se diga cuando tuve mi poderosa AT con 4mb. Eso sí, necesitaba como 520k libres de memoria base o no lo hacía jalar ni Dios Padre, y allí me tienen quitando cosas del config.sys y del autoexec.bat para ajustar.)
Hay frases más interesantes para los tipógrafos, pero ésa fue la que me gustó, y alguna vez se me ocurrió hacer un catálogo de fuentes con eso de "Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo", tanto en Ventura como en WordPerfect 5.1. (¡Sí! ¡Hacía folletería con el WP5.1, y formas para llenar, y cosas bien bonitas, con todo y que era lo menos wysiwyg del mundo!) Lo dejé en el escritorio y, al despertar, noté una mirada extraña en mi pareja de entonces. Y así durante horas. Y horas. Y le preguntaba qué pasaba y no pasaba nada, en serio. Hasta que por fin no soportó y me dijo: "¿Qué es esto?", con las hojas de papel en la mano, y yo: "¡Cuidado, las vas a arrugar!" Y peor todavía, porque el hecho de que protegiera las páginas le parecía aún más sospechoso.
Cuando logramos ponernos de acuerdo en que dejara las hojas en su lugar, le expliqué que sólo había hecho un catálogo de fuentes, y que me había pasado horas en eso (se requería de un software especial, montar programas residentes y no siempre se podía guardar el archivo tal cual, o sea que no sólo era de soplar y hacer botellas), que la frase era sólo una frase y que igual podía usar otra para la próxima vez. Pero no era la frase: era que una de mis películas favoritas es El resplandor, y por ese entonces la había visto un montón de veces --varias con ella--, y le entró la paranoia de que me había puesto a escribir obsesivamente la misma frase en lugar de hacer cuentos o cosas más normales, y que lo que podía seguir era la escena del hacha por toda la casa. Por suerte el departamento era pequeño, así que de todos modos no hubiera habido muchos lugares para perseguirla, y la alacena era apenas un cuartito con algunas estanterías medio flojas. Las puertas, eso sí, eran fuertes, de las que ya no se hacen.
Creo que nunca dejó de verme con desconfianza, en especial porque también me daba por escribir "Esto no es una pipa" cada vez que tenía plumas nuevas o probaba algún papel nuevo o simplemente no tenía nada que escribir. Quisiera creer que no fue eso la causa principal de un divorcio, pero en esos asuntos nunca se sabe; cosas más graves se han visto por apachurrar la pasta de dientes por el centro, por dejar alzada la tapa de water o por irle al Barcelona, por el cual no tengo ninguna preferencia o aversión, valga aclararlo desde ya.

22 de mayo de 2009

Esto no es una pluma

Otra de mis manías, cuando tengo una pluma nueva o le he cambiado la tinta a una de las viejas (o no tan viejas, ejem), o cuando una de ellas se ha pasado un buen rato en seco, es escribir "Esto no es una pipa" tantas veces como sea necesario, hasta que escriba bien. Si se tarda un poco, pues a hacer rayitas y manchones en diferentes direcciones hasta que la tinta salga de manera regular.
Hacía ya un tiempo que no le ponía tinta a la Parker 45 azul, la de capuchón de baquelita (hay otra con capuchón de metal que he estado usando), y por más que lo intenté no logré que la tinta pasara bien. Creo que ahora sí ya dio su último suspiro, pero seguiré insistiendo; no se puede dejar morir una pluma fuente así porque sí después de... uh... casi cinco años de buen servicio. Por ahora, eso no es una pluma, si el fin último de las plumas es que uno las agarre para ponerse a escribir.
La Sheaffer se había extraviado, aunque teníamos la remota noción de que debía estar en algún lugar del cuarto de Valeria, entre sus toneladas de lápices y plumones. Y, sí, Krisma tuvo que darle vuelta a todo el cuarto para ver si aparecía, y apareció. Un par de intentos y, voilà, eso sí es una pluma, y hasta alcanzó para dibujar una pipa pequeña que, desde luego, no es una pipa, ni la representación de una pipa, ni nada que tenga que ver con una pipa, bendito Magritte.

18 de mayo de 2009

La inercia opositora

Una de las cosas que me he preguntado desde que era casi un niño (sí, me daba por pensar en esas cosas; difícil no hacerlo en una casa siempre llena de políticos) es qué hubiera pasado si le hubiesen reconocido el triunfo a la Unión Nacional Opositora (UNO) en las elecciones de 1972 y 1977. De un partido que se llamara así, puesto en la presidencia de la república, quizá no pudiera esperarse un buen desempeño, o al menos un desempeño dirigido a la administración ya no del poder, sino del simple gobierno. Vaya: la UNO, por su propia definición, era una coalición destinada a perder (con lo cual no avalo los fraudes que se le cometieron; hablo de una actitud), y en el mejor de los casos a llevar un gobierno subordinado a... no sé... a los que de verdad detentaban el poder, desde los militares hasta la oligarquía.
Curioso, por la propia integración de la UNO. En primer lugar, el Partido Demócrata Cristiano, que en varios lugares del mundo occidental (sea eso lo que fuere) ya manejaba gobiernos con luz propia, y a veces prestada (como en la extraña alianza con los socialistas en Italia, donde la mayoría era comunista; desde finales de los sesenta hasta la fecha no se ha logrado resolver bien esa contradicción política). Luego, los socialdemócratas (Movimiento Nacional Revolucionario), que también manejaban gobiernos y parlamentos en Europa, o constituían no sólo una oposición activa, sino también con el poder --es decir el apoyo popular-- y la capacidad para mantener gobiernos, como en Alemania o Suecia. En tercer lugar, el Partido Comunista, a través de la Unión Democrática Nacionalista (UDN). Los comunistas, excepto en Cuba, no había tenido mucha suerte en América Latina; en Europa constituían una fuerza poderosa también, y una oposición tanto o más activa --y lista para llegar al poder-- que los socialdemócratas, y ni qué decir del control que ejercían tras eso que se llamó "cortina de hierro", más sus versiones asiáticas y africanas.
Obviamente la UNO estaba controlada por el PDC, que era el partido más poderoso de la coalición, pero no resultaría descabellado pensar en qué hubieran hecho tres ideologías tan dispares compartiendo el gobierno --ya no el poder, insisto--, tratando cada una de establecer su línea como dominante y, encima, con el sambenito de "opositora" en el nombre de la agrupación que les hubiese puesto allí. Un arroz con mango, diría un cubano. (Para los que hicieron los fraudes de 1972 y 1977 el asunto era más simple: los tres partidos eran "comunistas" y al diablo las sutilezas; no los iban a dejar ganar ni juntos ni revueltos ni por separado, y que se conformaran con algunas curules en la Asamblea Legislativa.)
Ahora el FMLN parece no darse cuenta aún de que es el partido en el poder, y que Mauricio Funes es su presidente, así se trate de una alianza, que en todo caso es mucho más coherente que la de la UNO. La actitud del FMLN en la Asamblea y ante el propio Funes es la de un partido opositor, no la del partido en el poder. Quizá sería hora de que fueran acomodando su mentalidad a eso, sin llegar al extremo opuesto (algo que Funes, desde el principio de la campaña, ha luchado por neutralizar), es decir al triunfalismo y a la repartición de botines. Quizá pasen años antes de que la cúpula del FMLN logre una actitud equilibrada con respecto al gobierno y el poder, pero ya se dio el primer paso: están allí. Ahora hay que ver el modo en que van a estar.
Por ésas y otras ideas escribí un artículo que se publica hoy en El faro, y que puede hallarse en este link. También lo transcribo a continuación, para llevar registro:


Funes vs. la inercia opositora

La ocupación, durante unos minutos, del Salón Azul, el pasado 1 de mayo, puede ser sólo un hecho aislado, como los ha habido otros. Si no lo es, quizá pueda considerarse como un buen paso en el confuso camino hacia una democracia que apenas fue esbozada en los Acuerdos de Paz, y que se ha “negociado” en la práctica y los discursos durante más de diecisiete años.
Para muchos de quienes opinaron –en público o privado, da igual– acerca del hecho, no pasó de ser un pequeño acto de vandalismo con un tema interesante, aunque sin consecuencias: la denuncia de Ciro Cruz Zepeda como presidente de la Asamblea Legislativa. El vandalismo tuvo que ver, en resumen, con que los manifestantes se llevaron las botellas de agua “reservadas” a los legisladores.
Espontánea o no, la manifestación puso en claro varias cosas al mismo tiempo. En primer lugar, lo obvio: cualquier grupo perteneciente a la sociedad civil tiene el derecho inalienable de hacer valer su voz a través de sus representantes –es decir los diputados–, y para ello cuenta con otras herramientas más allá del voto cada tres años, como lo es acudir directamente ante los legisladores y exigir lo exigible y necesario.
En segundo lugar está, precisamente, lo exigible y necesario: la voluntad popular –si eso es lo que reflejan las urnas– no ha sido respetada con la elección de personeros del Partido de Conciliación Nacional como directivos del órgano legislativo. La mayoría de los diputados pertenece al FMLN; la segunda fuerza es Arena y, muy por debajo, está el PCN. El hecho de que Cruz Zepeda presida el órgano de poder más importante del país es simplemente una aberración, si no por una cuestión de ética política, por un asunto de números. Quizá, si durante cada plenaria hubiese una manifestación como la de primero de mayo, y si los temas de denuncia se multiplicaran, los diputados comenzarían a pensar que no es a su partido al que deben su sueldo y sus prebendas, sino al pueblo raso, al que tendrían allí como un activo recordatorio de quiénes son, o quiénes deberían ser. No faltaría el que propusiera un piquete policial para conservar el orden, pero la policía, en serio, está para otras cosas, y lo descubrirían el día en que se vieran ante la “necesidad” de reprimir.
En tercer lugar, aunque los manifestantes se declaraban cercanos al FMLN, la demostración fue también en contra del FMLN, por tolerar que una simple mayoría de votos –y una eventual negociación de la que habría que conocer los términos– le quite el control de los máximos órganos de la Asamblea. No es un asunto de que la derecha tenga una mayor cantidad de votos y que se acepte pasivamente: se trata de que el FMLN puede tener una base de apoyo social mucho más amplia y activa que los demás partidos, y que puede hacerla valer para lograr objetivos que se suponen superiores. El lugar de los legisladores del FMLN no era al lado de los diputados a los que despojaron de sus botellitas de agua, sino de los manifestantes. El consenso, por otra parte, es mucho más que el resultado de las negociaciones entre los partidos: tiene que ver con el respaldo social que cada partido tenga, y que lo haga efectivo.
En el juego de la “democracia burguesa” (puede llamársela de otro modo; el término es lo de menos), el FMLN se ha desarticulado en varias “instancias” que se muestran contradictorias entre sí, aunque no deberían serlo.
En primer lugar está la cúpula, que en general ha ocupado y controlado la fracción de izquierda de la Asamblea Legislativa. No es obviamente un órgano homogéneo, pero se presenta como tal, y se dedica a “hacer política”, es decir al establecimiento y mantenimiento de líneas políticas e ideológicas, a la negociación con “los otros” y al aparente control del aparato partidario.
El control es aparente porque la segunda instancia es la que podría llamarse “operativa”, y en general se concentra en las alcaldías. Aunque hay una organicidad entre la cúpula y los “operativos”, ésta tiende a ser débil, y hay las deserciones, purgas y disidencias suficientes para demostrarlo. Los alcaldes y sus concejos son quienes tienen el contacto directo con la población y sus problemas, y hay asuntos prácticos para los cuales la pureza de principios que busca la cúpula no tienen validez: rellenar baches, recoger la basura, gobernar para cada uno más allá de su ideología, es una escuela que no tiene que ver con “la política”, y sin embargo es la política en su sentido más amplio y puro.
Y es en las alcaldías, precisamente, donde se producen los fenómenos de organización de base en los cuales el FMLN, como todo, podría basarse, desde las asociaciones deportivas hasta los comités vecinales, el trabajo en algunas casas comunales y hasta casas de la cultura en las que Concultura sólo ejerce un control nominal –por ejemplo la de Ciudad Delgado–, etcétera. De allí salió, seguramente, el contingente que ocupó la Asamblea, y que tan poco eco encontró de los diputados efemelenistas. Hay otros grupos sociales de base –parroquias, círculos de estudio– que giran alrededor del FMLN, pero a los que sólo eventualmente, como en el caso de unas elecciones, se trata de llegar.
Ahora entra un cuarto factor que, dadas las circunstancias, no es menos importante que los anteriores: el nuevo presidente, Mauricio Funes, relativamente ajeno a la estructura partidaria pero a la vez un punto en el que confluyen todas las instancias que conforman el FMLN.
En los últimos días la cúpula, como siempre, piensa en su carácter de cúpula. Están manejando los nombres de ministros y funcionarios de alto rango que desean imponer a Funes, y hasta vetan a posibles elegidos. Parece, por el modo como lo presentan los medios –y quizá los medios no se alejen mucho de la realidad– que se habla más de la repartición de un botín que de la estructuración de un gobierno coherente. (Ése sería el tema de otra nota.)
Y el poder de Funes y del FMLN, como organización tradicional de la izquierda, no se encuentra en la cúpula, sino en la base, en especial cuando están ante el hecho simple y llano de manejar el aparato de estado a través de su primer gobierno. Y es porque el FMLN piensa con la inercia de la agrupación opositora que le toca ser hasta el 1 de junio: obtener lo posible, atacar lo atacable, negociar lo que se pueda, obtener cuotas de poder gota a gota. Piensa en función de manejar “algo” del gobierno, no de detentar el poder, que no son lo mismo y sólo a veces coinciden.
Ante las desventajas en la Asamblea Legislativa, aunque tenga una mayoría nominal, el FMLN puede tratar de integrar –si es su voluntad, claro– el aparato partidario de manera que cada una de sus partes haga lo que debe hacer, de manera coherente y sincronizada. Ello potenciaría el trabajo de Funes en la presidencia del país, y pondría en la mira los temas más urgentes en materia económica y social.
En el peor de los casos, las bases del FMLN podrían ser un sustento y un motor para el gobierno de Funes, por encima de las ligas partidarias, si sabe manejarlo con acierto; su triunfo no se debe sólo al “voto duro” de la izquierda –ganado, grosso modo, en las agrupaciones de base que a veces la cúpula olvida–, sino al trabajo de su equipo y a su ascendente personal, que seguramente tratará de no perder. Incluso un acercamiento con esas agrupaciones civiles de base podrían servir como contrapeso ante la resistencia que en la cúpula del FMLN no se ha dejado de mostrar desde el día mismo en que se le anunció como candidato presidencial.
La toma, durante unos minutos, del Salón Azul da para pensar eso y mucho más. Y también el hecho de que quienes se llevaron las botellitas de agua pagaron por ellas; es algo que nunca debe olvidarse.

15 de mayo de 2009

Diálogos Borges-Sabato

Diálogos Borges-Sabato,
compaginados por Orlando Barone.
Emecé Editores, Buenos Aires,
8a edición, 2007, 213 pp.

Podría resultar lógico suponer que basta con poner a platicar a Jorge Luis Borges con Ernesto Sabato para obtener un libro por lo menos excelente, pero no es necesariamente el caso, como lo demuestra Diálogos Borges-Sabato, una colección de conversaciones entre los dos escritores argentinos "compaginadas" por el también escritor Orlando Barone entre 1974 y 1975.
Eran famosas las tertulias entre Sabato, Bioy Casares, Silvina Ocampo y Borges, en las que se hablaba "de todo", o sea de espejos, enciclopedias, laberintos y autores exóticos o terriblemente canónicos. Pero, quizá, la simple reproducción de los diálogos, aun con la contextualización necesaria (la crónica de los gestos y de los cuchicheos, las miradas o el modo de manejar la ceguera) no baste para obtener algo apasionante. Si uno se descuida, puede llegar a ser, como Borges y Sabato dicen en el mismo libro, algo muy parecido a escuchar el diálogo entre dos enamorados en la banca de un parque: aburridísimo, en tanto lo que se dice sólo tiene sentido para los participantes. La grandeza de Shakespeare fue convertir en metáforas vibrantes lo que en suma sería sólo la plática de dos adolescentes enamorados; el equivalente, en este caso, sería leer la "metaforización" de las pláticas en bruto y el resultado final de la tan particular manera de pensar de los protagonistas, es decir meterse en sus libros y, si es el caso, disfrutarlos.
Las conversaciones "espontáneas" entre Borges y Sabato corren a trancos; la mayor parte del tiempo se la pasan tratando de ponerse de acuerdo en el tema a abordar, algo a lo que Borges no se muestra demasiado permeable. En la mayor parte de los casos, Sabato plantea un tema, Borges hace algunas observaciones casuales y Barone suda para que el asunto tenga sentido. En el mejor de los casos, el libro lo lee uno --y antes de eso lo compra-- por un asunto de fetichismo y de voyeurismo, con la esperanza de que los participantes muestren lo más posible de la manera más abierta posible. Ocho ediciones desde 1976 demuestran que no son pocos los que han caído en tentación, aunque tampoco sean para tanto si se considera el peso de los nombres involucrados.
Como es de esperarse, hay frases, referencias e ideas muy buenas de ambos:
BORGES: [...] Si al final, cuando termina la obra, el autor piensa que hizo lo que se propuso, la obra no vale nada.

No sé qué escritor dijo: [...] "Las ideas nacen dulces y envejecen feroces."

Es que creo en la teología como literatura fantástica: es la perfección del género.

SABATO: Bernard Shaw dijo: "Una lengua común nos separa." Un aforismo casi hegeliano.

Claro, pensemos en Shakespeare, que tomaba argumentos de autores secundarios. Con esos esquemas triviales hacía sus grandes tragedias. Lo que significa que el argumento es casi nada.

BORGES: Es el gran descubrimiento de los políticos, que no necesitan ser coherentes.
SABATO: No, claro, apelan al corazón. El principio de identidad no fue descubierto por ningún político. (Risas.)

BORGES: Cualquiera recuerda eso que dice "el animal arranca la fusta de manos de su dueño y se castiga hasta convertirse en el dueño y no comprende que no es más que una ilusión producida por un nuevo nudo en la fusta..."

SABATO: De todas las formas de contar, la más falsa es la naturalista. Porque la realidad es infinita y el naturalismo no puede abarcarla.
BORGES: Stevenson dice que el que tenía la culpa era Walter Scott. Pero que él lo había hecho para escribir ambientes medievales y entonces era lógico para describir un castillo, sus puentes levadizos, sus murallas, etcétera. Luego, este procedimiento del detalle fue aplicado por autores contemporáneos, y eso ya no tenía sentido.
SABATO: En Moby Dick, por ejemplo, hay detalles naturalistas sobre la caza de la ballena o la navegación. Pero es una novela metafísica. También hay descripciones naturalistas en Kafka, lo que le confiere fuerza y credibilidad a lo otro, a lo metafísico.
Casi al final hay una sección dedicada al suicidio, en la que Sabato habla en serio de su propensión a matarse (desmentida por su edad actual, claro) y Borges se dedica a hacer bromas al respecto:
SABATO: [...] Pensé en el suicidio muchas veces en mi vida.
BORGES: Yo también. Hace setenta y cinco años que vengo suicidándome. Tengo más experiencia que usted, Sabato.
SABATO: Con muy poca eficacia, por lo que se ve.
BORGES: Sí, pero con mucha vocación, realmente.
Este libro lo compré y leí por allá de 1980, y lo recordaba un poco más interesante. Volví a comprarlo y, sí, me pasé un buen rato, especialmente en la búsqueda de cosas interesantes, que a veces llegaron. Unos subrayados más de los que he transcrito y ha valido la pena.

14 de mayo de 2009

Paciencia y coca cola

Cada cierto tiempo uno entra en crisis y sabe que nunca más podrá volver a escribir. No es que lo imagine: es que el cuerpo y la cabeza le dicen que se le han acabado las ideas, los modos de decir las cosas, el manejo de personajes y estructuras y todo eso, y que jamás podrá hacer algo de la calidad de lo que de menos calidad haya escrito en su vida. Es orgánico, inevitable, y ya podrá uno tener treinta y tantos años en el oficio --como un servidor-- y estar seguro de que se trata de algo pasajero; la sensación es poderosa y puede caer uno en barrancos o quebradas creativos --decir "precipicios" sería excesivo, aunque habrá quien los padezca-- que siempre parecen el último y definitivo.
Lo que pasa, intuyo, es que uno carga la pila hasta donde da, y después de cierto tiempo --entre año y año y medio en mi caso-- simplemente se agota y hay que esperar a que recargue. Pasan unas semanas y meses y, zaz, de un momento a otro empiezan a salir algunas chispas, que sin embargo son más desesperantes aún: uno escribe pero no logra hacer lo que quiere, lo que necesita y de lo que es capaz. Más de uno ha dicho más de una vez, en esa etapa, que dejará de escribir y que ya no vale la pena; más de uno lo ha cumplido.
Lo que enseñan los años no es a no sentirse árido para siempre, sino a tener la paciencia necesaria para sobrellevarlo en lo que la batería se carga nuevamente. Mientras, aprender a sentirse un poco estúpido, bastante torpe, lleno de conocimientos que no sirven para nada, acarreando cuadernos de un lado para otro y sin nada que poner en ellos, aparte de algunas frases más de compromiso que inspiradas, o su equivalente a un oficio en que la inspiración es sólo un elemento eventual, y no el más importante.
En mi caso estoy trabado en dos novelas. Las he merodeado durante meses y escrito algunas páginas que he debido eliminar. La pila está bajísima, pues. Hace unos días escribí un par de cuentos (yo lo llamaría "juguetitos") que me dicen que la pila está ya en un nivel regular, y que pronto volverá el impulso necesario para seguir.
No sé si lo que escribí sea bueno o malo, ni qué tanto. Sé que hice algo nuevo. Quizá en esos textos y en algunos otros que salgan estén las claves que estoy buscando; quizá no. Lo importante es seguir, y soportar con filosofía y coca cola lo momentos más bajos. (Agua en mi caso; ya va para dos años que dejé la coca cola.)

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Ah: en el recuento del botín de mi viaje a Buenos Aires me hizo falta mencionar Vigilar y castigar, de Michel Foucault, un libro básico para quienes quieran enterarse acerca de los mecanismos de control del poder. Cuando lo relea hablaré de él.

13 de mayo de 2009

Un bar para fumadores, buenos amigos y un poco de Argentina

En el aeropuerto de Lima, donde hice una escala de tres horas en el vuelo a Buenos Aires, hay un café / bar / restaurante para fumadores. Es inmenso, siempre está lleno de gente y es carísimo ($4.80 por una cocacola me parece un exceso; si uno quiere unas boquitas, $11), pero saben lo que venden: la posibilidad de fumarse un cigarro después de cinco horas de abstinencia, y nadie parece enojarse. Yo no me enojé: me dediqué a fumar, a escribir un cuento después de dos o tres meses de sequía literaria (escribiría otro en Buenos Aires), a fumar, a comerme unos dulces tía Toya que había comprado para el camino, a fumar y, de paso, a esperar que saliera el vuelo; la sala de embarque estaba apenas a unos metros de distancia.

Un anuncio en la avenida 9 de Julio de Buenos Aires.

Cerca de la embajada de El Salvador está algo que se llama Colegio del Salvador. Me dijo la gente de la embajada (ellos me invitaron, para dar una plática en la Feria del Libro de Buenos Aires) que constantemente los llaman para pedir información acerca de inscripciones, colegiaturas, etcétera. Y pues ellos qué van a saber.

La calle de Corrientes. Me tomé un delicioso capuchino (está bien, fueron dos) con Alberto, el chofer de la embajada, que me dio un tour rápido para comprar libros. Antes me metí en un par de librerías y compré las obras completas de Antonio Machado y una antología de mujeres poetas estadounidenses para Krisma, unos discos de Troilo y de Goyeneche, los cuentos completos de Roberto Arlt y un par de delicias más, a precios bastante razonables, o sea baratos.

En casa de Nicolás Doljanín, mi hermano mayor, donde me alojé. De izquierda a derecha, Nico, Carlos Vanella y --de manera inevitable-- yo. Carlos fue mi jefe y uno de mis maestros de periodismo en México, de 1978 a 1983, cuando regresó a Argentina y lo sustituí como jefe de internacionales del periódico El día. Nico entró a trabajar al periódico a finales de 1980 o principios de 1981. En 1981 fue a Chalatenango, a los frentes de guerra, y publicó un libro que se llamó Chalatenango: la guerra descalza. Fue un libro bien importante para la solidaridad mexicana con la revolución salvadoreña, y tuvo algún ascendente en la declaración de México y Francia que reconoció al FMLN como fuerza política representativa. Después regresó a El Salvador en 1983, y se pasó en Chalatenango durante el resto de la guerra como internacionalista. Los dos son unos tipazos.

Hilda, la esposa de Nicolás.

El sábado pasado, Carlos nos llevó a un lugar que se llama El Tigre, donde se juntan los ríos Uruguay y (creo) Paraná, para formar el Río de la Plata.

El Tigre, pues.

Y el lunes 11 por la noche me tocó dar la conferencia, que trató acerca de la experiencia de La Casa del Escritor, que para eso me invitaron. Hubo cerca de cien asistentes --la mitad salvadoreños--, preguntas, respuestas y comentarios, y algunos contactos interesantes. A mi lado, Guillermo Rubio, embajador de El Salvador en Argentina.
Después nos fuimos con Carlos y Nicolás a comer un asado de tira a Boedo (que es donde vive Nico) y a platicar hasta la madrugada. De hecho salí poco a la calle y me la pasé platicando durante horas y horas con Nico; teníamos veintiséis años de no vernos, y veintidós con Carlos. Hubo empanadas, asados, ravioles y de todo lo que Nicolás sabe cocinar, que es mucho, y en buena cantidad.
Botín del viaje, además de lo ya citado:
* Obras completas de Borges, en edición rústica.
* Papeles inesperados, de Cortázar.
* Último round, también de Cortázar. Tenía años buscándolo para releerlo.
* Martín Fierro ilustrado por el sensacional Alberto Breccia.
* Diálogos Borges-Sabato, que había leído hace muchos años.
* La poesía de Safo de Lesbos.
* Fuegia, de Eduardo Belgrano Rawson, acerca de los onas, de Tierra del Fuego, extintos desde hace un par de décadas.
* Las dos versiones de Cape Fear (la de Robert Mitchum y Gregory Peck y el remake con Robert de Niro), compradas baratísimas en un puesto de revistas en el metro.
* Varios libros-objeto y de colorear para Valeria.
* Mermeladas y dulce de leche.
* Cartuchos de tinta para las Parker.
* Ganas de volver.
Ya iré comentando algunos de los libros.

12 de mayo de 2009

Buenos Aires desde mis ventanas (y una puerta que da a la sala)

En casa de Nicolás Doljanín, uno de mis hermanos mayores, a quien tenía veintiséis años de no ver. (Internet es apenas un paliativo en muchos casos, y en éste en particular.)





1 de mayo de 2009

Primeras notas de Trece

Éstas son las primeras notas de Trece, algunas de ellas un tanto dispersas; buscaba la actitud del personaje central. Originalmente debía haber un reportero que llevara el registro de lo que pasaba en un club de suicidas, o que buscaba un club de suicidas o algo así. Poco a poco fui escribiendo notas más específicas o estructurando las notas, y nueve años después tenía una buena versión. Dos años más de corrección y listo, ni sentí el tiempo que pasé escribiéndolo, quizá porque mientras tanto aproveché para escribir algunas novelas más, y cuentos, y poemas, y de todo.
Al final, un papelito que me encontré dentro del cuaderno.

--"Un verdadero aventurero no se va de safari al África: agarra una pistola y se da un tiro. Eso es la verdadera aventura. Arriesgar la vida puede llegar a ser aburrido si lo haces más de tres veces. Hastía, créemelo. Hay que arriesgar más que la vida; hay que arriesgarse a que no haya nada más allá. ¿Aventura? ¡Anda, inténtalo! Quizá sí exista Dios y después de todo pierdas el alma."
--Harry Belafonte tenía una voz casi prodigiosa. Sin embargo cantaba canciones "de negro" con "estilo negro", y los blancos enloquecían; era lo que se esperaba de él. No era un Tío Tom; simplemente cumplía con las "necesidades" de su tiempo respecto a su raza-en-razón-de-sus-aptitudes. Otra cosa, con su talento, hubiera equivalido a una especie de suicidio. Recordar a Jack Johnson, el primer campeón negro de los pesos pesados, un caso extremo: en su última pelea debió representar el papel de negro estúpido (o sea aceptable) para ser perdonado y poder regresar a su país.
  • Un conserje deseoso de limpiar zapatos; un reportero que absolutamente siempre está absolutamente de acuerdo con cualquier hecho (es capaz de demostrar la bondad de un terremoto o de un torturador confeso); un mesero con muchas reverencias y sonrisas deseoso de ser regañado por su indignidad para servir. Y, sin embargo, cuánto odio se esconde en los que han escogido ese tipo de servilismo para sobrevivir. ¿Qué hablarán en medio de una borrachera?
  • Simplemente miedo de no ser sino en función de una palmada en la cabeza. Y también el odio a quienes los palmean.
  • La humillación crea asesinos (maten o no); la humillación autoprovocada crea dictadores.
  • El "hombre rata" de Dostoyevski.
  • No hay miedo a la muerte, pero sí un enfermizo aferrarse a la vida.
  • Son los hombres con las ideas más lúcidas y crueles; pero nadie las conocerá nunca. Podrían revolucionar el mundo, y nadie sino ellos lo sabrá nunca. En suma, son estúpidos.
-¿A qué lleva la objetividad de un periodista?
-La objetividad: miedo propio, respeto al lector, respeto al hecho por sí mismo, respeto a la "Historia". Y, sin embargo, uno sabe que miente.

--Al Jolson: la mascarada. Finge (y se convence de) ser un negro que finge servilismo y ese melodramatismo que se espera de un negro verdadero. El doble simulador.
--Louis Armstrong no finge nada. Es.
--La búsqueda de la verdad de Charlie Parker (según Cortázar). No sabe formular las preguntas, no puede plantearse [las] dudas, las respuestas son simplemente irrespondibles. Da su verdad a través de su música, pero él es el único en no comprenderla. Apenas intuye que tras esa amalgama de sonidos hay algo que, si acaso, para él apenas equivale a la duda, por lo tanto a la angustia.
--Un presidente no simula. Representa un papel que de antemano sabe que nadie apreciará; sabe, por demás, que es casi seguro que como actor es relativamente malo. No busca hacer el bien, ni siquiera el mal: quiere que se lo reconozca como el mejor actor. Pero De Gaulle sólo hubo uno. Entonces viene el deseo de venganza contra un público inculto y, en el peor de los casos, sin capacidad de fingimiento en ese sentido. Trujillo llegó a ser un primer actor, pero tan estúpido...

* * *

Primera escena: entrevista con un jugador de ruleta rusa. Intento de reportaje sobre un "partido" de ruleta rusa.
"Siempre hay un muerto, sino el juego no tendría sentido."
Muchacho encanecido, de mirada febril, sonrisa perpetua.
Las ganancias (los bienes del muerto) "son el botín. Ninguno de nosotros tiene necesidad de él. Pero en el fondo somos buitres. (Aventura, etc. Ver p. 52.)
Periodista: ¿Delator o no delator?

15/III/89
Los personajes de Dostoyevski no son complejos porque al autor se le ocurrió: simplemente así son. Mishkin así es, sin más; no hay que buscarle vueltas. Los personajes de Chandler son naturales: son gente así, a la que se encuentra en lugares así. Entran y salen de escena con naturalidad. Los de Faulkner son inamovibles, tercos, personajes.