11 de diciembre de 2004

Pobrecitos poetas que somos los demás


Roque Dalton

(Artículo publicado en El faro en algún momento de 2003)

Roque Dalton murió hace casi tres décadas y dentro de algunos sectores sigue considerándosele como la más alta cumbre de la poesía salvadoreña. Hay algo de cierto y mucho de relativo en la afirmación. Es claro, no obstante, que uno de los revolucionarios de las letras nacionales se ha convertido en la bandera de un paradójico conservadurismo y en instrumento para ocultar las carencias de sus más incondicionales seguidores, o en el peor de los casos para darles algún prestigio académico o literario.

Para la izquierda, el carácter de su literatura de corte político convirtió a Dalton en un héroe de las letras; su muerte, a manos de sus propios compañeros, en un mártir. Es a su heroísmo y a su martirologio que ciertos intelectuales han ligado la calidad e incluso la validez de su obra. El mito ha llegado a un punto en el que no es necesario leer, y mucho menos estudiar, su poesía ni su prosa para ser especialista en Dalton, sino conocer de los avatares de su vida, manejar algunas consignas que forman parte del lugar común y tener la capacidad para generar nuevos mitos y para especular sobre los motivos verdaderos y las verdaderas circunstancias de su muerte. Su obra pasa así a un segundo y lejano plano con respecto a su vida, y su ideología y sus opciones personales de vida sirven para que se dé como valiosa alguna de su obra que, por su carácter urgente, ha perdido vigencia, si alguna vez la tuvo.

Hay varios hechos sintomáticos: el bautizo del antiguo Teatro de Cámara de San Salvador con el nombre de Teatro Municipal “Roque Dalton”, a pesar de que no contribuyó de manera interesante a la dramaturgia salvadoreña; la utilización de fotografías del autor, como las de su ficha policial y las de la infancia, en las portadas de las ediciones de UCA Editores (EDUCA, Siglo XXI y otras generaron portadas que venían más al caso) y el carácter de las polémicas recurrentes acerca de su muerte. Estas últimas se hacen pasar como discusiones meramente intelectuales, cuando se trata de un asunto judicial que debe resolverse en los tribunales. Si los interesados desearan que la verdad saliera a la luz, interpondrían una denuncia ante la Fiscalía General de la República, aportarían elementos para el seguimiento de pistas y ejercerían las presiones necesarias para que no terminara en el olvido.

LA EDAD DE LA RAZON

Dalton murió a los cuarenta, la edad a la que un autor comienza a ofrecer su obra de madurez, si se ha preparado a conciencia. Y había ya un vislumbre de lo que sería su obra madura. En Taberna y otros lugares está el poema largo “Los extranjeros”, que es en efecto una de las cumbres más altas de la poesía salvadoreña, y que curiosamente sus especialistas no han estudiado a fondo y rara vez mencionan, quizá por su complejidad y porque plantea retos demasiado complejos. Salvo algunos poemas sueltos, el resto del libro está formado por “textos de emergencia” o de corta vida. Uno de ellos es el poema experimental “Taberna”, superado con creces tanto en lo formal como en lo temático; no es de extrañarse después de 34 años de su publicación.

Un poema excelente sobre el que se habla poco es “Esbozo de adiós”, en el que se ve también esa etapa madura a la que Dalton no entró de lleno.

Pobrecito poeta que era yo es una novela que no llegó a cuajar (las de Manlio Argueta, Jacinta Escudos y Mauricio Orellana tienen mucho más que ofrecer literariamente); Las historias prohibidas del pulgarcito es una propuesta audaz y muy bien lograda; la primera parte de La ventana en el rostro incluye páginas y frases memorables, y hay aquí y allá poemas de amor que no queda más que recordar. Un buen balance, aunque parezca magro, para un poeta de cuarenta años.

Ahora, sin embargo, hay poetas de esa edad, o más, que eran unos adolescentes cuando Dalton murió y que, incluso gracias a él, han alcanzado un grado de depuración a la que, por cuestiones de tiempo y de vida, no llegó.

Alfonso Quijada Urías, hermano menor de Dalton en materia literaria, y con veinte años más de experiencia, cuenta con una obra global que no necesita de la apología personal o política para sostenerse. Con Comarcas, Miguel Huezo Mixco ha llegado a una envidiable economía poética, lo mismo que René Rodas con La balada de Lisa Island y El libro de la penumbra, ambos de próxima aparición. La casa en marcha, de Carlos Santos, es uno de lo más sólidos e innovadores poemarios publicados en el país desde Los estados sobrenaturales, de Quijada Urías, y Los nietos del jaguar, de Pedro Geoffroy Rivas.

El hecho de convertir a Dalton en figura central de las letras nacionales oculta, a sabiendas o no, que la vida ha seguido su marcha desde 1975 y que desde entonces las letras han evolucionado y generado nuevas e importantes propuestas.

El ocultamiento no se refiere sólo a los que siguieron de Dalton, sino también a los maestros: Geoffroy Rivas y especialmente Hugo Lindo, quien con el poemario Desmesura se coloca en un lugar que aún no ha alcanzado nuestra poesía, por no mencionar los mejores pasajes de Sólo la voz.

AFIRMACION Y NEGACION

Hay otras consecuencias graves en la mitificación de Dalton, además del desconocimiento real de su obra y la “represión” de otros poetas. Por una parte, el mensaje que se da a los poetas jóvenes en el sentido de que es inútil el trabajo y la experimentación: no se podrá superar a Dalton (para igualarlo, tal vez, sería necesario convertirse en mártir). Por otra, y consecuencia de lo anterior, sólo queda el camino de la imitación para llegar a alguna parte.

Por eso quizá el panorama poético es tan desolador a pesar de la cantidad extrema de poetas que se mueven y autopublican en El Salvador. Por debajo de los cuarenta y por encima de los veinticinco pueden contarse con una mano los poetas con propuestas propias y sólidas. Quizá el más interesante sea Carlos Clará, con Los pasillos imaginarios, poemario aún inédito.

Por debajo de los veinticinco años comienza a notarse una fuerte tendencia a negar a Roque Dalton como poeta fundamental precisamente por los motivos que para los mayores es valioso: su orientación política, su apología de la violencia (que tuvo su tiempo y sus motivos) y el aura de santón que injustamente se le ha creado desde la oficialidad de la izquierda. Y es lógico tal rechazo: el papel de los más jóvenes es romper con la ortodoxia y el dogma, del signo que sea. Roque Dalton, pues, está quedando como símbolo del conservadurismo de la izquierda, ni más ni menos el tipo de conservadurismo que lo mató.

Entre los poetas más jóvenes se ven varias tendencias. La predominante es el desconcierto ante la inexistencia, por ocultamiento o ignorancia de sus maestros, de parámetros sólidos que los guíen en su obra. Otra es la búsqueda y adopción, a contracorriente, de parámetros alternos, sólo a veces con éxito ante la falta de información.

Hay algo cierto: la avidez de conocimiento existe, y tarde o temprano las cosas se pondrán en su lugar, la poesía de Roque Dalton (y la de otros) incluida. La honestidad de académicos y escritores podría hacer de este proceso algo menos azaroso, y así Roque Dalton brillaría por lo que es: uno de los poetas más innovadores que ha dado el país, a pesar de su fin prematuro.

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Actualización de 2004.- Pues bien, en la Universidad de El Salvador se inauguró hace unos meses la Pinacoteca "Roque Dalton", en homenaje más a la figura que al poeta... o al pintor. Porque Dalton no se dedicó a la pintura, que se sepa. Eso, me parece, es no tener sentido de los límites.

6 de diciembre de 2004

Poetas niños

Durante los último setenta años, los salvadoreños hemos soportado el mito y la obra de Alfredo Espino, "el Poeta Niño", nacido en 1900 y muerto en 1928 de una cirrosis hepática. Y la gente lo adora cuando alguien declama (porque Espino no es para leerse, sino para declamarse, de preferencia en veladas infantiles, con brazos como aspas de molinos y ojos mirando al cielo):

Y es porque un pajarito de la montaña ha hecho
en el hueco de un árbol su nido matinal.
El árbol amanece con música en el pecho
como si tuviera corazón musical.
Si el dulce pajarillo por el hueco asoma
para beber rocío, para beber aroma,
el árbol de la sierra me da la sensación
de que se le ha salido cantando el corazón.

Y así toda su producción: un canto a los ojos de los bueyes, a lo que ven los pájaros cuando vuelan, a las manos de su mamá, etcétera. Si a uno se le ocurre anotar que para alguien de 28 años (o más de 15) sus poemas son rimas bobas o textos de tarjeta postal, sus seguidores contestarán:
-Es que por eso se le llama "el Poeta Niño", porque su alma es inocente.
Si uno recuerda que Espino murió regresando del burdel donde adquirió a pulso la cirrosis que lo mató, y que sus amores eran prostitutas (razón de más para esperar al menos una Dama de las camelias tropical), le dirán que eso no hace más que demostrar que su alma no se vio ensuciada ni siquiera por su vida disoluta, y que en realidad era así porque sufría tanto por toda esa sensibilidad que tenía...
Y no se le ocurra mencionar que, mientras Espino moría de bucolismo y alcohol, en México existía una generación de poetas monstruosos, formada, digamos, por Gorostiza, Cuesta, Owen y Villaurrutia, y que el chileno Huidobro estaba a punto de publicar la versión definitiva de Altazor (la primera vio la luz en 1919).
-Aquí estamos en El Salvador -dirán-, y aquí sentimos las cosas a nuestro modo.
Y ya no le harán caso cuando mencione a Rimbaud o a Mishima o a Jarry: ésos no eran niños, porque no escribían como Espino. Y en este punto uno debe reconocer que tienen razón.
En los últimos años, en La Casa del Escritor, hemos trabajado con "poetas niños" de verdad, como lo muestra la foto de allá abajo. Y hasta ahora no han escrito de pajaritos ni de bueyes, ni siquiera de las manos de su mamá ("tan acariciadoras, tan de ella"). De hecho, ellos y algunos más están cambiando la noción de "poesía joven" en el país; hasta hace muy poco, tipos canosos se presentaban como "las promesas" de las letras locales... que nunca se cumplieron.
Gerardo Chávez participó hace unos meses en un concurso de poesía joven salvadoreña, y no ganó. Uno de los jurados señaló que se había buscado un trabajo que fuera representativo de lo que están haciendo los jóvenes en El Salvador. Si ése era el parámetro, no había mucho que reclamar.
Apenas hace unos días, en una prestigiosa revista de Guatemala apareció una microantología de poesía salvadoreña: tres autores con textos de por lo menos cuatro páginas cada uno. El primero es el susodicho jurado, de sesenta años de edad; el otro es un poeta de la Generación Comprometida (65); el otro es Gerardo Chávez, de quince años. Justicia poética, le dicen.
Nathaly, a sus dieciséis años, sufrió durante un rato: en La Casa del Escritor, buena parte ha optado por escribir poemas muy largos, y ella más bien tiene talento para escribir poemas casi microscópicos. Cuando se convenció de eso, comenzó a producir poemas de dos a cinco versos de largo que son como machetazos en la pituitaria. Son tan buenos que hace poco casi la reprueban en la secundaria: le pidieron un poema, llevó un poema y le dijeron que "eso" no era poesía, que no tenía inspiración... como la de Alfredo Espino. Y era cierto, a la luz de esta miniatura:

INVIERNO
La niebla carcome mi cabello.
El frío congela las uñas
de estas manos que quiebran esqueletos.

Tere Andrade hace poco se arruinó un ligamento en la pierna... uh... (a veeer...) derecha. Después de no llegar a La Casa durante casi un mes, apareció con sus muletas para que le diéramos un abrazo y le dijéramosque todo estaría bien, que siguiera escribiendo un poemario formado por veintisiete poemas que va a hacer historia. Y, claro, en sus años más mozos (ahora tiene 20 años), recibió burlas, ataques y expulsiones en talleres literarios donde ser niño era permitido, pero no poeta.
Y estoy siendo injusto con Espino. En realidad él no publicó nada, sino su papá, con la ayuda del poeta Joaquín Castro Canizales (Quino Caso), a la muerte del tardío infante. El engendro se llama Jícaras tristes.
Hace unos años un par de historiadores lanzaron la versión de que Espino (para horror de todos) se había suicidado, y que además era homosexual. Me parece que llegaron un tanto lejos en busca de alguna nueva y original teoría sobre el "poeta nacional" salvadoreño, cuya biografía no da para mucho, pero hay algo cierto: niño no era.

Gerardo Chávez (15 años), Nathaly Castillo (16) y Teresa Andrade (20). De espaldas, Yuleana Juárez, que con 31 aún es niña de corazón y escribe unas excelentes obras de teatro.

La equidad de género y el sonrojo

Terminamos de leer las ponencias y el moderador (el vicerrector de la Universidad de Costa Rica) pregunta si alguien del auditorio tiene alguna pregunta o comentario, para pasarle el micrófono. Se alzan siete u ocho manos en el auditorio. Las dos primeras, según alcanzo a ver desde la mesa, son de dos mujeres que están sentadas al frente, a la izquierda. El vicerrector dice que le pasen primero el micrófono a los hombres que están al frente, a la derecha, luego a los que están atrás y por último a las dos mujeres.
El primero al que le dan el micrófono protesta:
-Ellas van primero. Levantaron la mano primero.
El vicerrector habla con voz tranquila, pero firme:
-Es por una cuestión de equidad.
Y el micrófono pasa por todos los hombres antes de llegar a ellas, que no sé si se veían orgullosas o enojadas, porque son expresiones que se parecen demasiado para distinguirlas desde esa distancia.
¿Dónde empieza lo correcto y dónde termina lo ridículo? Ni idea. Si alguien lo supiera con certeza, el mundo sería menos complicado, aunque también menos divertido. Lo que sé es que los ponentes menos versados en la problemática de género salimos de allí con un sonrojo y no nos atrevimos a comentar el asunto, ni aun en voz baja, no fuéramos a violar la dignidad femenina o masculina de alguien.

3 de diciembre de 2004

De turistas, hoteles, proxenetas y tarjetas

Sonará a verdad natural, que es como decir de Perogrullo: a los turistas todos les quieren sacar la mayor cantidad de dinero posible.
Las cosas son más caras para ellos, y se parte del supuesto de que tienen suficiente dinero para pagar lo que sea sólo porque son turistas. También se parte de que las instalaciones para su atención son más caras... y son más caras porque los turistas tienen dinero para gastar y amortizar lo que se gastó en las instalaciones. Y así sucesivamente.
Un tipo que recibe un salario que supongo digno --para eso están las leyes-- espera una retribución extra por hacer lo que de todas maneras debe hacer: abrir una puerta, servir en un restaurante o llevar una maleta a un cuarto. Y el turista se la da, cómo no, y hasta sonríe con algo de superioridad: ha ahorrado durante meses o años para demostrar que puede tirar ese dólar en algo que no necesita --bien podría abrir él mismo la puerta--, cuando allá en Oklahoma o San Salvador compra una pasta de dientes que no le gusta porque es quince centavos más barata.
Conocer otros lugares, probar otra comida, andar entre personas que algo tienen de diferente, debería ser algo natural... y a precios razonables. Francamente, ¿quién necesita ese mostrador de caoba, iluminado por arañas de cristal cortado, con mármol por todas partes? El de Oklahoma y San Salvador no tienen en casa algo que se le parezca remotamente, y el que tiene dinero para darse el lujo no se va a quedar en un hotel de tan mal gusto: se compra un departamento y ya, o lo renta en un lugar más discreto, sin tanto aparato innecesario.
Lo que las agencias de viaje venden en realidad, en connivencia con hoteles, tiendas y los propios habitantes del lugar, es la ilusión de que, durante cuatro días y tres noches, uno es quien no es, y todos están atentos al menor guiño, al cigarro que uno quizá no quiera encender en ese momento, a la mirada que se va detrás de una joven nativa. Uno es especial, único; compra en lugares en los que no compraría en su vida de siempre y en su sano juicio. (Uno, cuando viaja, no está en su sano juicio. Por eso viaja.) Y todo, desde luego, tiene un precio que se paga a manos llenas; ya habrá tiempo para regresar a las facturas de la luz y al jefe que hostiga de ocho a cuatro, y a las camisas en rebaja, que por algo lo sufre uno: por el placer de viajar y de soñar que el mundo es bueno, y allí están las tarjetas postales para comprobarlo.

NOTA BENE 1.
Ya comienzan a desaparecer los carteles turísticos de mujeres en bikini, de mujeres con minifalda, de mujeres de ojos claros o muy oscuros, pero siempre sugerentes; de mujeres de diferentes maneras y colores, especialmente los firmados por ministerios de turismo. Ya no se leen casi los folletos que hablan de "las hermosas mujeres" de los países en cuestión como atracciones turísticas. Si ha habido algo patético, ha sido ese proxenetismo institucional que, en suma, apenas busca que alguien le dé propina a un mal pagado tipo que abre una puerta y que los hoteles cobren caro por un lujo que uno no necesita.

NOTA BENE 2.
Todo lo anterior surgió de un motivo un tanto estúpido, pero significativo. Compré una tarjeta de teléfono de mil colones en una tienda para turistas en San José (Costa Rica). La dueña de la tienda me cobró mil cien colones, cuando se supone que la empresa telefónica ya contempla un margen de ganancia suficiente. Y no tuve tiempo de disfrutar del lujo de la tienda, porque no lo tenía y porque la transacción no duró más de un minuto. Pero andaba de turista (en realidad era un viaje de trabajo), y hubo que apechugar.

Soneto

Harto de no correr y de cantar a gatas.

Harto de mi paciencia. Harto de no estar vivo

Sino en el ojo tuerto y en las vacías lápidas

Que dejan las palabras cuando callan los gritos.

Harto de malas sábanas. Harto de los milímetros

Que van del ojo al sol, desde el cielo hasta el alma,

Del pan a los lamentos, de la cama al cilicio.

Harto de esta pasión de vegetal en brama.


No se redime a Dios si se llora en silencio.

No se redime a Dios. Nadie llega de noche

Para pedir perdón y algo de linimento

Y así curar su sombra mientras la voz esconde.


Harto de oler el tiempo cuando el tiempo no pasa.

Harto de correr sólo cuando la quietud mata.


2 de diciembre de 2004

Hipótesis

La noción de bien y mal no se resuelve en el plano ético, jurídico o religioso, sino en el emotivo: de allí la dificultad de lograr medidas universales y la facilidad con la que se pasa de la bondad a la psicosis.