Releer un libro que uno ha leído varios años atrás es más que una experiencia interesante: es un
jab directo al ego.
Por ejemplo, uno lee el libro, lo termina, lo asimila y lo archiva en dos lugares al mismo tiempo: en el librero y en la memoria. Uno puede decir con propiedad: "Leí tal libro, trata de esto y de lo otro, hay unas frases muy buenas --como 'Ésta' y 'Ésta'-- y lo que más me gustó fue la parte donde..." Si queda alguna duda, allí está el volumen --la prueba material--, en medio de otro montón de pruebas materiales de que uno "ha leído", y la memoria le dice a uno, cada vez que pasa junto a tal librero, que tal libro trata de tal cosa, que éste hay que tenerlo en especial estima, que en otro aprendió uno tal y tal cosa, y que lo mejor de aquél es tal y tal otra. Y lísto, a seguir acumulando libros en las estanterías y en la cabeza porque, en fin, para eso son los libros.
Hay libros que uno no vuelve a tocar --excepto para quitarles el polvo cada tanto--, y los motivos pueden ser los que sean: uno quedó satisfecho con la primera y única lectura, uno quedó insatisfecho, uno encontró lo que buscaba y/o necesitaba y/o quería, que es un poco de lo mismo, o simplemente, en el balance de las cosas, una posible relectura es diferida por nuevos libros o por relecturas más urgentes.
Porque hay libros que fueron hechos para releerse, y es urgente releerlos cada cierto tiempo, digamos al día siguiente de terminarlos, o un mes después, o seis meses, o un año, o todas las anteriores. Puede tratarse de simple gusto por un libro en especial, pero es más probable que en una sola lectura uno no haya podido agotar las posibilidades del texto, o no haya querido; que quiera aprender algo en especial, que quiera
buscar algo que se le haya pasado por alto, que cada vez sea un libro diferente --según la perspectiva desde la que se lo relea-- aunque el texto esté allí, bien quietecito, tan en su papel como la primera vez. (Me pasa con
Crónica de una muerte anunciada. ¡Es perfecto! Las doce o quince o vaya a saber cuántas veces que lo he leído es el mismo texto, que casi conozco de memoria, pero cada vez hay sorpresas esperando saltar al menor descuido --valga por favor el lugar común--, frases que adquieren diferentes significados, que enlazan con otras frases y las escenas ya no son lo que eran en la lectura anterior, etcétera.
Pedro Páramo es otro de ésos, pero lo tomo con más cautela; cada lectura es tan poderosa como la primera, y no quiero una sobredosis de Juan Rulfo.)
Hay libros de los que uno sólo relee ciertos pasajes, ciertos subrayados, algunas frases, porque le producen placer o porque allí hay ideas que uno quiere tener frescas, lugares que uno quiere visitar o gente con la que quiere conversar de tarde en tarde. Uno sabe lo que encontrará, como en una fotografía, y quizá después tome otros libros para ver otros pasajes y pasársela como ante el álbum familiar.
Pero hay libros que uno agarra después de varios años, pensando que será como lo del álbum, y se da cuenta de que no los ha leído. Es decir: sí, los leyó alguna vez, y los dejó bien guardaditos, pero a la hora de la relectura no tienen nada que ver con lo que uno recuerda. El tono es diferente, los personajes son otros, el modo en que está escrito no es el mismo, las cosas pasan en momentos diferentes y en contextos diferentes a los que uno recordaba...
Hay de dos: tira el libro al carajo y se pone a repetir obsesivamente "Esto no está pasando, esto no está pasando" y se queda clavado en que uno ya leyó ese libro, y
ése no es
ese libro, o respira hondo un par de veces, se relaja y lo disfruta. O no. Porque quizá se trate de una porquería de libro que uno recordaba muy bueno, y qué vergüenza, que se dan casos. Igual es un libro muy bueno, pero es
otro. Uno lo leyó, lo procesó y siguió procesándolo y siguió hasta convertirlo en un libro diferente, esto es: lo guardó en el librero y en la memoria, pero cada vez que pensaba en él iba
recreándolo, rehaciéndolo, recombinándolo. Quizá releyéndolo sin siquiera tenerlo enfrente, vaya. Lo emocionante será --me ha pasado-- esperar unos años y volver a tomar el libro en cuestión y darme cuenta de que de nuevo ha cambiado, que de nuevo es
otro. Si uno lo piensa en términos económicos, no está mal: paga por un libro y de repente se da cuenta de que son dos o tres o cuatro, y cada vez igual de buenos. (Me ha pasado sobre todo con novelas negras y de ciencia ficción. No sé si sea así, pero me da la impresión de que hay escritores en esos géneros tienen una magia especial, que me gustaría también tener y que envidio verdemente.)
Uno de los libros que he comprado varias veces para releer es
Último round, de Julio Cortázar, igual que
La vuelta al día en ochenta mundos. (Los he regalado o perdido varias veces. La penúltima edición que tuve de
Último round quedó hecha una desgracia, en México; la de ahora está nuevecita, recién comprada y recién releída.) Y hay un juego en el que siempre salgo perdiendo: recordar qué textos están en
La vuelta al día, cuáles en
Último round, y en qué tomo. (Ahora tengo la versión de
La vuelta al día en un solo tomo, así que el juego es un poco menos divertido.)
Hay textos que confundo, por ejemplo "El cuento breve y sus alrededores", que viene en el tomo I, con trozos de una ponencia sobre el intelectual en América Latina que viene al final del tomo II (hace unos días lo recomprobé). Hay un texto acerca de una estación de ferrocarriles en Calcuta que siempre recuerdo en
La vuelta al día que está en
Último round, en el primer tomo. (Creo. Ya empezó otra vez la dinámica del olvido.) Igual un texto sobre Teodoro W. Adorno (o sea el gato de Cortázar) que no sé en cuál de los dos. Y así.
Hay textos de los dos libros que simplemente no releo. No me interesan. De año en año les doy una ojeada, recompruebo que no me gustan, y me voy al texto que sigue, o al tomo que sigue, o me brinco al otro libro, a algún texto que me pida la libre y soberana asociación de ideas, o agarro uno de los tomos de los cuentos completos de Cortázar y leo un par, casi al azar. Por eso tampoco sé muy bien en qué libro se encuentra cuál cuento, y tengo que preguntar cada vez que me toca recomendar "Las babas del diablo" o "El perseguidor" o "Carta a una señorita en París".
Ahora me doy cuenta de que con Cortázar he armado mi
Rayuela particular, con una aclaración: no me gusta
Rayuela. Punto. No he pasado de leer algunos capítulos. He tratado de leer otras novelas de Cortázar y sólo terminé, con pujidos y todo,
Los premios. No me pescan
62 ni
El libro de Manuel. Lo he intentado, en vano.
En la más reciente relectura de
Último round sumé un libro más a mi
Rayuela personal:
Papeles inesperados, que compré en la Feria del Libro de Buenos Aires, recién presentadito. Y, desde luego, no lo leí en orden: primero me lancé sobre unos textos sobre cronopios y famas, luego sobre unos eliminados de
Un tal Lucas, luego unas autoentrevistas (en una de ellas asegura que
La vuelta al día y
Último round son cosas diferentes, que el segundo no es continuación del primero), a medio camino unos artículos acerca de la guerra en El Salvador, luego unos poemas --me gustó apenas uno; la poesía de Cortázar me parece a veces demasiado... uh... teórica-- y, para no dejar, me estuve cambiando a otros libros y me leí un par de cosas de... este... creo que de
Bestiario y de
Las armas secretas.
Encontré algunos pasajes que me recordaron a Borges, así que aproveché que también compré sus obras completas y me puse a darle a la enésima relectura de
Ficciones (en eso estoy ahora) y releí "El jorobadito", de Roberto Arlt, cuando sentí que me estaba saturando.
No, no soy así de desordenado para leer y para releer. Tampoco soy tan estricto como para no permitirme jugar con lecturas y relecturas, y ¿quién mejor que Cortázar para ponerse a jugar?
Ya que hablé de
Papeles inesperados, un comentario. Me parece que es un libro interesante si uno es fan de Cortázar, pero no añade ni quita nada a su obra. Por mi parte me lo he pasado bien leyéndolo como apéndice de relecturas y, como en mis relecturas de él, hay textos que no me ha interesado leer. Quizá después.