28 de octubre de 2005

Sobre el triunfo y la literatura

El escritor guatemalteco Mario Roberto Morales publicó en La Insignia un amargo y divertido artículo acerca de la literatura light, con una larga cita acerca de cómo publicar en Alfaguara y hasta ganarse el premio más codiciado de los escritores en español. No se lo pierdan.

26 de octubre de 2005

Blog de Jasmine

La periodista salvadoreña Jasmine Campos acaba de iniciar un blog aquí. Conociéndola, promete estar muy bien. Hay un link en la columna de la derecha para visitarlo.

25 de octubre de 2005

Homenajes involuntarios

Algunos homenajes llegan en frascos extraños, pero no son los peores, y generalmente resultan los más divertidos.
Por ejemplo, hay un foro en Yahoo, formado por varia gente interesante (a varios de ellos los quiero un montón, y hasta soy correspondido), en el cual se puede hablar de todo y puede entrar todo el mundo, y sólo tiene una restricción: soy el único que no puede suscribirse. De los motivos, impuestos por tres o cuatro personas, quizá hable alguna vez; en general son mezquinos, y ése es el encanto: todo lo que se haga en ese foro tiene que ver conmigo, así nadie me mencione (porque también está prohibido mencionarme). Mi ego de Leo con ascendente Escorpio se infla a niveles de estallido.
Ése es un homenaje permanente, pero hay otros un tanto más coyunturales. Por ejemplo, hace una semana, en su programa Universo crítico, de Canal 10 Geovani Galeas entrevistó a Federico Hernández Aguilar, presidente de Concultura, y a Luis Alvarenga, director de la revista Cultura, y se puso bien raro con respecto a mí. (Y pensar que hace un par de meses nos echaron juntos de una cantina... Hablo en serio. A él con su cerveza y a mí con mi coca de dieta.) Protestó porque en el número 89 vienen dos trabajos míos (no uno solo, como a los demás autores): un ensayo sobre Roque Dalton titulado Un artículo levemente odioso (el número estaba dedicado a RD) y el texto Espejos. (Necesito actualizar mi otro blog pero no he tenido ganas.) El primero se publicó en Nueva Orleans, en una antología de ensayos preparada por Rafael Lara Martínez y Dennis Seager, y el segundo --como se ha dicho aquí hasta el cansancio-- en Los mejores cuentos mexicanos 2004. Hubo tres argumentos de Geovani que me encantaron:
1. Que Espejos no es un cuento.
2. Que iba a necesitar leer no sé cuántos libros de filosofía para entenderlo.
3. Que habiendo tantos narradores en El Salvador, ¿por qué publicar un texto mío precisamente?
En el primer punto estoy de acuerdo con Geovani: eso no es un cuento, y tuve a bien decírselo a Eduardo Antonio Parra, el compilador, y antes de eso a quienes lo publicaron en la revista Castálida, de donde salió para la antología. Lo dije también en este post, y si Geovani quiere estoy dispuesto a protestar junto a él donde sea necesario y a firmar lo que sea preciso para que nadie lo considere un cuento.
En lo de los libros de filosofía está el verdadero homenaje, que acepto con tanta humildad como me es posible --poca, si somos francos--, porque no consulté uno solo para escribirlo o corregirlo, de filosofía ni de nada. Lo que pasó fue que un día de diciembre de 2o01, aprovechando las vacaciones, me encerré en un cuarto vacío de la casa donde vivía, con un cuaderno, una mesita y dosis industriales de coca de dieta y cigarros y me puse a darle a la pluma. (Sí, salía a comer y al baño; espero que no sea tomado en mi contra.) Una semana y media después estaba listo el borrador, y me pasé el año siguiente corrigiéndolo junto con otros textos: Trece, Instrucciones para vivir sin piel y lo que llevaba de Breve recuento de todas las cosas, en el que no avancé mucho. (Lo terminé hará cosa de un año.) En 2003 mi amigo Hugo Ortiz me pidió "algo" para publicar en Castálida, se lo envié con la advertencia de que no era un cuento, lo puso en el número de diciembre de 2003 y de allí lo agarraron para la antología. Nada tenebroso, oculto ni terriblemente egomaniaco, sólo el proceso natural de todo texto.
De hecho creí que no se publicaría, porque no tenía esa intención y porque en efecto es rarísimo. Por esos días estaba bien malo de los nervios, en las secuelas de la muerte de mi padre, y tenía ataques de pánico y me despertaba a gritos en las noches y cosas así. Todo el síndrome de estrés postraumático. Espejos fue un modo de entender algunas cosas, y de algo habrá servido, aunque la solución fue un tanto más brusca: unos meses después mandé todo al diablo y volví a empezar.
La pregunta de que "habiendo tantos narradores en El Salvador" por qué me publican a mí trae incluido su propio antídoto: soy uno de esos tantos narradores, y en algún momento iban a publicarme, supongo. La respuesta de Luis Alvarenga fue más parca, pues él es bien parco: "Porque es bueno."
En el fondo supongo que Geovani lamenta que no hayan publicado un texto suyo acerca de Roque Dalton, porque se considera uno de los especialistas del tema. O un cuento, en su defecto, y cree que le quité el espacio. No sé los motivos de los editores, y no está entre mis fueros saberlo. No conozco ningún cuento de Geovani y no podría decir si es tan bueno como los de los "tantos" narradores que hay en el país. (En realidad somos bien poquitos. No me atrevo a contar con una mano porque me da miedo de que me sobren dedos.) Lo que le puedo asegurar es que no fue mi intención que publicaran dos textos míos en Cultura (¡dos!), y de habérmelo dicho me hubiera opuesto, para no herir susceptibilidades. Me pidieron materiales, envié algunos que tenía listos (varios ya publicados) y ellos sabrán cómo los distribuyen. Francamente lo que me dio más gusto fue que pusieran tres poemas de Teresa Andrade, una de las "poetas niñas" de La Casa; fue un orgullo aparecer junto a ella.
Por de pronto, me gusta que hablen mal de mí en la tele, frente a un montón de gente, y mientras más acusaciones me hagan, mejor. Me hace sentir más sexi.

24 de octubre de 2005

Sobre Tierces Personnes

Horacio Castellanos Moya me envió un link a la revista francesa Télérama, donde viene una pequeña reseña de Tierces Personnes (que es lo mismo que Terceras personas, pero traducida por Thierry Davo; hace maravillas Thierry con eso de cambiar las cosas de idioma). Mencionan a Horacio, y me parece bien; es el parámetro que tienen más claro en Europa con respecto a El Salvador. Me dice, como consuelo, que en todas las reseñas de lo suyo citan siempre a Rodrigo Rey Rosa.
Aquí va la notita. Y no me apellido Ochoa, sino Menjívar, pero bue... La intención siempre cuenta.


Tierces personnes
de Rafael Menjívar Ochoa

Rafael Menjívar Ochoa est salvadorien. Comme son ami Horacio Castellanos Moya il a dû s'exiler: le Salvador est, selon eux, un pays spécialement conçu pour être quitté. La politique y est synonyme de guérilla, menaces, tortures. Le genre d'endroit arfait pour y faire naître une littérature de résistance, hantée de cauchemars. Après L'Histoire du traître de jamais plus et Instructions pour vivre sans peau -titres hallucinants!-, Ochoa poursuit avec Tierces Personnes une écriture poétique, violente. Se croisent ici des «visages de bois», des vieux aux dents vertes, des tableaux qui se mettent à vivre... Ochoa livre ses obsessions -réclusion, solitude, folie- en quelques lignes époustouflantes. La tendresse n'est pas très loin, mais la garce se tient toujours à l'écart.

Martine Laval

Traduit de l'espagnol (Salvador) par Thierry Davo, éd. Cénomane (tél.: 02-43-24-21-57), 10 €.

A lire de Horacio Castellanos Moya, aux éd. Les Allusifs : Le Dégoût, La Mort d'Olga María et L'Homme en arme.

Día de San Rafael

Hoy es día de San Rafael. Dan ganas de decir: "¡Qué cosa que le pongan a un día el nombre de uno!"

23 de octubre de 2005

Charlie Parker


Hasta por allí de los 17 años, lo que conocía de jazz era lo que casi por casualidad me había caído, sin buscar demasiado porque entonces, señores, el rock era la ley. (Había buen rock, hay que reconocerlo.) A mí padre le gustaba Louis Armstrong y había un par de discos en casa, además de algunos cassettes grabados que me habían pasado aquí y allá. Mi favorito era Louie and the Good Book, que me grabó un amigo francés que vivía en Costa Rica. Me lo acabé de tanto oírlo y no lo volví a conseguir. También había oído algunas cosas de jazz francés, por supuesto el disco de la jeringa en el que venía "The Man with the Golden Arm" y algunas de las cosas del concierto de Atlanta de Ray Charles en 1959, en el que presentó "Tell Me What'd I Say". Y varios que fueron fundamentales: la serie Play Bach, de Jacques Loussier. Porque por encima del rock, el jazz y lo que sea siempre está Bach, que inventó la música. (Es literal. Oigan El clavecín bien temperado, y después lo que sea. Allí viene.)
Cuando nos fuimos a México, en 1976, descubrí que había un par de emisoras que pasaban cosas de jazz más bien light. De repente se alocaban en las madrugadas y pasaban conciertos de Ella Fitzgerald con Count Basie, de Toots Teelemans con su quinteto (nada que ver con las cosas más bien complacientes de él que pasaban de día), Bill Evans, Chick Corea, qué sé yo. Aun así, el rock seguía siendo lo más importante.
Hasta que en 1978 nos pasamos a vivir a Coyoacán. Había una pequeña librería a la que nadie iba, y que tenía algunos libros buenos y, sobre todo, una gran vitrina llena de cassettes de jazz. La librería en cuestión quebró y después se convirtió en El Parnaso; la vitrina tenía casi todo lo de Pablo Records, y que yo sepa era el único que los compraba, un par cada vez que cobraba algún dinero extra.
El primero fue uno que se llamaba This one's for Blanton, en el que sólo tocaban Duke Ellington y Ray Brown. Era diferente a todo lo que había oído hasta entonces: una formación de dos personas, sin siquiera batería, y no había silencios incómodos ni parecía que hiciera falta más. Lo oía y lo oía y no entendía por qué se oía tan bien, si un piano y un bajo son apenas la mitad de una sección rítmica que se precie de serlo (si la guitarra y la batería son la otra mitad). Sabía quién era Duke, pero no Ray Brown. En las siguientes compras me di cuenta de que ese disco era parte de lo que Norman Granz, el dueño de Pablo y el mítico productor de Verve Records, buscaba: la combinación de formaciones extrañas con músicos extraordinarios. Así oí, en los meses y años que siguieron, cosas como Dizzie Gillespie y Oscar Peterson haciendo duelos de velocidad, Ray Brown y Niels Pedersen en un duelo de bajos, a Ella Fitzgerald con Joe Pass o Peterson sin una orquesta detrás, que era lo que se esperaba de ella, a Basie en pequeños ensembles. (No se pierdan los dos volúmenes de Basie's Jam. Tampoco toda la serie de conciertos en Montreaux.) Etcétera.
Y en todas partes encontraba referencias de Charlie Parker, pero ninguno de sus discos. O mejor: sí, llegué a ver discos de Charlie Parker en la Sala Margolin, pero los precios eran impagables para mi sueldo de periodista raso. Eran las épocas en que en México todo tenía unos impuestos pavorosos y no había modo. En serio, no había modo.
Así que me tenía que conformar con leer lo que Cortázar escribía de él, y para entonces ya sabía que Ray Brown había tocado en su banda, así que lo oía en el Modern Jazz Quartet, en discos prestados, y también el par en el que aparece Joe Pass; sabía de Dizzie, y quería creer que sus cosas en solitario tenían que ver con lo que tocaba con él; algo había oído de Theolonius Monk y nada de Charles Mingus, Max Roach, Ed Thigpen o Red Rodney. Tenía alguna antología en la que venían cosas de Herb Ellis, y me enamoré a primera oída de su guitarra. (Si consiguen el disco Two for the Road, de Joe Pass con Herb Ellis, cómprenlo. No tiene desperdicio.) Conseguí un disco de Miles Davis con Milt Jackson en los tiraderos de Tepito, y más de las combinaciones extrañas de Pablo Records.
Hasta que un día la amiga de una novia que tenía un tío me pasó unos cassettes grabados de los discos originales con varios discos de Charlie Parker en sus diferentes etapas, y el mundo cambió. Y siguió cambiando cuando tuve algo de dinero para empezar a comprar los originales, por allí de 1986; coincidió con que los impuestos para las cosas importadas comenzaron a bajar en México, gracias a o por culpa de Miguel de la Madrid, como se le quiera ver, y a que conseguí un trabajo mejor pagado, como guionista de historieta.
Charlie Parker me pone de buen humor, en especial cuando toca con Dizzie al lado. En su época con Miles me resulta demasiado sórdido, y necesito de un estado de ánimo especial para oírlo. Con Red Rodney es correcto, terriblemente correcto, y a veces brillante. Y con orquesta de cuerdas... bueno... Lo importante es darse cuenta de que, a pesar de todos esos instrumentos y coros, Charlie Parker es Dios.
En los últimos años han aparecido discos y recopilaciones bastante buenas. Me gusta la colección de Savoy, que tenía desde 1990 pero perdí, y acabo de conseguir A Studio Chronicle 1940-1948, un poco menos ordenado y con menos takes, pero bien bueno, cómo no. Lo interesante de éste es que vienen las grabaciones dietéticas en las que participó Charlie Parker, acompañando a cantantes que el tiempo se tragó. En especial me dio gusto oír "I'll Always Love You All the Same", en la que participan Charlie Parker, Dizzie, Mingus, Monk, Ellis y no recuerdo quién a la batería, talvez Max Roach. Tampoco recuerdo el nombre del cantante, que pagó por el disco, y que se vendió horrores... gracias al lado B, que les dejó a los de la banda para que hicieran lo que quisieran. De allí salió el Be-bop.
Del Bop me gusta la idea de llevar las cosas al límite de la resistencia humana, al menos en sus inicios, y esos temas que no se pueden tararear de primera intención, llenos de síncopas y contratiempos. Cuando oí "Donna Lee", "Be-bop" y "Cherokee" por primera vez envidié a ese montón de locos que dejaban pedazos de vida en ser felices a 240 o más golpes por minuto. Y el humor, sobre todo el humor.
Curiosamente Duke dijo, en un principio, que "eso" no era jazz, y creo que ni siquiera música. Era obvio: ese montón de jovencitos irreverentes estaban rompiendo con lo que él había creado, el swing, llevándolo a niveles absurdos. Por eso ahora aprecio de manera especial aquel primer cassette que compré de Pablo Records, de Duke tocando con Ray Brown: eran dos generaciones que se ponían a ser felices haciendo lo mismo, porque nunca dejó de ser lo mismo.
Está la polémica acerca de quién creó el Bop, si Dizzie o Parker o alguien más. En realidad no importa. Después de veinte años de estar oyéndolo siempre, sé que sin Parker el mundo no sería el mismo y quizá, con todo y lo trágico de su vida, o gracias a ello, no habría ciertas dosis de felicidad que siempre hacen falta para salir a la puerta.

En ambas fotos, Charlie Parker con Dizzie Gillespie.

18 de octubre de 2005

Otro poeta niño

Alberto Quiñónez es otro de los poetas niños de La Casa del Escritor (ya había hablado de ellos aquí). Hace unas semanas cumplió los 18 años y trabaja con nosotros desde diciembre de 2004, junto con Herberth (que lee estas líneas) y Claudia, de quienes hablaremos otro día. Estudia economía en la Universidad Nacional y está trabajando en dos poemarios al mismo tiempo: un poema largo, bastante complejo y... uh... cósmico --bien impresionante-- y otro de poemas más o menos cortos y, en relación con los otros, sencillos. Aquí va uno de sus poemas sin título:

El ocaso es tan sólo una puerta cerrada
reina puerta entre las puertas
Abruma el frío:
el árbol es oscuro y cuelgan los cadáveres de las horas
y esos inocentes papeles con dibujos de la infancia

¿Es el sol indefectible?

El mañana es una idea demasiado antigua
es un harapo que envuelve el corazón en un invierno crudo
es un juego de dados
es el azar desnudo
es la rifa de tus huesos planos

Y la noche te revienta los labios con su sequedad de garganta muerta
y entra en las habitaciones hasta caminar sobre ella misma
y tanta oscuridad que no sabemos nuestro nombre
y tanta sombra que nos hace olvidar que estamos presos tras el color gris de las cosas
que somos el silencio que ha muerto
y tanto más ruido aun que Dios quedó callado
que la lluvia pesa tanto como un pie perdido
que de la faz de tu adorado infierno seremos la especie que muera primero
que somos la vida caduca de un ser que no ha vivido
porque siempre hay un dios que no merece vivir en los templos
y siempre los gritos hieren más que el frío
y talvez mueres
pero es como si estuvieras callado
pero es como si estuvieras dormido

17 de octubre de 2005

Little Shop of Horrors

Acabo de ver Little Shop of Horrors, la versión de 1986 de Frank Oz (el que hizo los Muppets junto con Jim Henson, y que también creó y actuó a Yoda Star Wars, entre otras cosas). ¡Qué maravilla! Me gusta sobre todo la música. Si me dedicara a eso, es el tipo de rocanrol que me gustaría tocar.
La vi casi en estreno, o sea hace muchos años, y sólo una vez; no creo que me divirtiera tanto como hoy. No recordaba que el dentista es Steve Martin, y por allí aparece Jim Belushi en un papel muy secundario. Recordaba a Bill Murray haciéndola de masoquista que asedia al dentista sádico. Rick Moranis nunca me ha caído especialmente bien, y menos en las de Ghostbusters (que sin embargo me encantan; la llegada del Titanic en la 2 no tiene desperdicio), pero allí no me molesta para nada. La que me conmueve es la actriz Ellen Green en el papel de Audrey, especialmente cuando canta la canción en la que sueña con tener una vida burguesa y tranquila en los suburbios, con un par de hijos, un televisor de 12 pulgadas, lavadora y secadora y a Seymour cortando el pasto los fines de semana. Lo que para muchos podría ser el paradigma del aburrimiento para ella es la felicidad total, en especial con su novio el dentista, que la llena de ojos morados y esguinces diversos en cada cita. Impresionante también la canción donde hablan de lo que es vivir en ese barrio triste del centro de la ciudad, al que sólo se puede llegar en el subterráneo. (Al fondo de la escenografía, sin embargo, se ven puentes elevados para el tren.)
El disco sí lo tengo desde hace años, y lo oigo sistemáticamente, al igual que el de la versión teatral de The Rocky Horror Picture Show, otro portento del rocanrol y, quizá, del cine. En ambas versiones Tim Curry hizo su gran papel, el de travesti de Transilvania. Excepto en su papel de demonio en Legend, no le he visto papel interesante. Quizá el de Richelieu en la versión de Los Tres Mosqueteros protagonizada por Charlie Sheen, Chris O'Donnell, Kiefer Sutherland y Oliver Platt; este último hace un excelente Porthos. En The Rocky Horror aparece rambién Susan Sarandon en uno de sus primeros papeles importantes, y hasta ese momento el de más éxito. Había aparecido ya en la tercera o cuarta versión de Primera plana, con Jack Lemmon, quizá la mejor que se hizo.
Más de rocanrol: creo que uno de mis problemas familiares es que me gusta ver, de tarde en tarde, Cry Baby, con Johnny Depp, que parece no gustarle a nadie más en el universo. Traci Lords hace un papel divertidísimo de chava lumpen en busca de acción y de Johnny Depp (algo habrá aprendido de su etapa de actriz porno menor de edad), y a Iggy Pop le sale muy bien el de tío Belvedere. La música es de lo mejor.
No he visto la versión de 1960 de The Little Shop of Horrors. Vi en IMDB que allí apareció Jack Nicholson, ¡más joven que en Easy Rider! No creí que eso fuera posible... Después vino Chinatown, de Polanski, y allí la cosa cambió para él y para el cine, aunque los papeles fuertes se los llevaron Faye Dunaway y John Houston, para mi gusto.
Me encanta el cine. Por eso voy a cambiar de canal; están pasando Farenheit 911, de Michael Moore, y sólo tengo paciencia para verla una vez en los próximos dos o tres años. Y no tiene rocanrol.

Mi hermana Lorena

Mi padre, en su última temporada de vida, se la pasó metido en un viaje constante de morfina, para calmarle los dolores del cáncer en la columna vertebral. A ratos estaba tan lúcido que uno no podía creérsela. Eran los momentos más emotivos. A ratos hablaba de una cosa para referirse a otra (por ejemplo, hablaba de pollos para referirse a asuntos de literatura) y, si uno encontraba los símiles adecuados, podía llevar con él una conversación totalmente racional, lógica y hasta divertida. Mis hermanos Ana y Mauricio no entendían muy bien de qué se trataba y lo tiraban de a loco, y mi padre se desesperaba porque necesitaba hablar de cosas importantes con sus hijos. Y hablamos, cómo no. Había un tercer estado en el que se ponía a decir cosas raras. En el segundo estado, por ejemplo, hablaba de "el niño", y se refería a mí. A mis hermanos siempre se refirió por sus nombres. Pero en algunos de sus delirios empezó a preocuparse por "los niños", y no eran ni mis hermanos ni yo. Su angustia era tal que lo mejor era cambiarle el tema o adelantarle la dosis siguiente.
Dos días después de su muerte me cayó el veinte. Agarré a Sebastián Vaquerano, otro de mis hermanos mayores adoptivos (a él y a Thierry Davo está dedicada mi novela Los héroes tienen sueño; hago la aclaración de "adoptivo" por el tema de esta nota), y casi lo puse contra la pared:
-¿Mi padre tiene otros hijos?
Con algo de incomodidad, porque esas cosas siempre dan incomodidad y no deberían, me dijo que una vez le había hablado de una hija, pero sin profundizar en el tema. Me mandó con otros amigos en El Salvador que seguramente sabrían, Santiago Ruiz (padrino de mi hermano Mauricio) y Blanqui, su esposa. Santiago no sabía nada, pero me dio los nombres de otras personas, que tampoco tenían mucha idea, excepto una, que me dio un apellido: Santillana. Si tenía otros hijos, sería con ella. En esos días murió Blanqui, que me dijo por teléfono que podía darme información, y quedé en las mismas.
Hablé con mis tíos Posada Menjívar y ellos no sabían nada, o eso dijeron. La que sí sabía, y no quiso decirme nada, fue la tía Corina, hermana mayor de mi padre. Se le metió que no iba a hablar y no iba a hablar, y no habló.
Y pasaron tres años, en los que me topé con una especie de conspiración de silencio de muchas personas. Unas me mandaban a otras, y ésas de regreso a las anteriores. Busqué en el directorio telefónico y había más gente de apellido Santillana de lo que pensaba, y no era cuestión de preguntar: "Oiga, busco a una señora que no sé cómo se llama que tuvo por lo menos una hija con mi padre, Rafael Menjívar Larín." Yo, francamente, me hubiera colgado el teléfono, fuera o no la señora en cuestión. Pensé en publicar una columna en El diario de hoy (trabajaba en Vértice por esos días) en el plan de "Se buscan hermanos", pero para muchos (includidos ellos) hubiera resultado incómodo, me parece.
Un día, cuando íbamos a inaugurar La Casa del Escritor, llegó la poeta Nora Méndez y se puso a hablar de manera misteriosa, con rodeos y como queriendo decirme algo. Al final lo soltó:
-Tenés una hermana y yo la conozco.
-¿Se apellida Santillana? -le pregunté sin pensarlo.
Lorena Santillana, me dijo. (Se llamaba Menjívar Santillana, pero por cuestiones legales su madre hizo un juicio de patria potestad y le cambió el nombre.) La conocía desde 1988 o 1989, y habían tocado y cantado juntas en el grupo Nueva América, que según me dicen fue muy importante en los últimos años de la guerra. Unos días antes habían ido ambas a la Dirección de Publicaciones e Impresos y ella (Nora) se había puesto a platicar con Carlos Clará y salí al tema. Vieron cómo Lorena se ponía incómoda. Cuando ya se iban, Nora le preguntó qué le pasaba, y le contestó:
-Es mi hermano.
Nora recordó que hacía años le había contado que mi padre era su padre, que lo había visto varias veces, pero que no lo recordaba; después había salido al exilio y nunca había vuelto a verlo.
Así que le dije a Nora que quería conocerla, que hablara con ella y, si aceptaba, que por favor me llevara. La llamó y no sé qué le habrá dicho (creo que no le advirtió muy bien de qué se trataba; Lorena le había dicho que no me contara nada), pero llamé a Krisma y los tres salimos en ese momento para Mejicanos. Media hora después entrábamos en su casa.
Conmoción general. La mamá de Lorena, Emma Santillana, parecía a punto de desmayarse. Lorena estaba rígida, como a punto de que le pasara un camión encima. Sus hijas no entendían nada. Boni, su esposo, a la expectativa. La reconocí de inmediato, porque se parece mucho a la tía Margo (la otra hermana de mi padre) y a la tía Emma (su prima hermana). La abracé y le dije "Tengo tres años buscándote."
En ese momento estaban a punto de salir; su hija mayor, Silvana, iba a tocar con un concertino de la Sinfónica Juvenil. (Es violinista. Es la que va al frente en la foto.) Lorena les dijo: "Vayan ustedes. Yo me encargo de esto." Y empezamos a hablar y a hablar y a hablar.
Al par de horas regresaron los demás. La señora Emma ya estaba más tranquila e intercambiamos algunas frases agradables. Las niñas me enseñaron lo único que tenían de mi padre: una copia de la primera edición de Reforma agraria en Guatemala, Bolivia y Cuba, publicado en 1969. "Éste es mi abuelito", me dijo Silvana, y me mostró la foto de mi padre en la contraportada. En ella tenía 30 años, quizá menos.
Terminamos comienzo pizza y riéndonos como viejos hermanos (y tíos y sobrinos y cuñados todas las combinaciones posibles), y cantando y tocando guitarra (Lorena, Boni y yo), violín (Silvana) y cello (Andrea). Quedamos que al día siguiente, que era sábado, irían a mi casa a comer y a seguir platicando.
Lo que es la genética: todos los de la familia Menjívar Ochoa tocamos por lo menos un instrumento, mi padre incluido; mi hijo es guitarrista, mi hija Eunice estudia canto, y entre los Santillana no hay nadie que le haga a la música. Lorena y sus hijas se han dedicado o se dedican a la música. Lorena también es licenciada en letras; dejó la carrera de medicina a medio camino para dedicarse a lo que le gustaba. Se gana la vida dando clases de literatura, precisamente. (Eso sí, viene de una larga tradición de maestros por el lado materno. Y la docencia era lo que mi padre más disfrutaba.)
Andrea, su hija mediana, es idéntica a mi abuela Carmen. Idéntica. Físicamente, la mirada, todo, pero en niña. Silvana se parece muchísimo a mi primo René, y tiene rasgos de mi padre. Fue impresionante ver también en Lorena gestos característicos de mi padre. De repente nos poníamos a mover las manos del mismo modo y a pararnos así y asá como si hubiéramos ensayado. Allí descubrí que no todo es imitación, y que quién sabe cómo se transmitan las cosas.
De eso hace exactamente dos años, un 17 de octubre como hoy. La foto la tomé en la casa donde vivía en ese entonces (que perteneció al cuentista Álvaro Menen Desleal, uno de mis maestros) el día 18. Hace poco menos de un año nació Javier, su hijo. Es un niño grandote y bien sano.
Lorena tiene ahora 37 años, nueve menos que yo, seis más que Mauricio, cuatro menos que Ana. Nos vemos poco, porque vivimos en extremos opuestos de la ciudad; yo ando en el exceso de trabajo y ella anda en eso de que Javier crezca como debe crecer, con hija adolescente, hija preadolescente, un marido que es una joya y todo lo que hace una vida. Igual nos hablamos por teléfono y nos mandamos correos electrónicos. Al rato la voy a llamar por nuestro segundo aniversario.
En mis pesquisas me llegaron noticias de que hay por lo menos dos hijos más de mi padre, hermanos míos por lo tanto. (Ellos son "los niños" de los que hablaba con angustia en sus delirios de morfina.) No he logrado ubicarlos, pero me gustaría conocerlos. Si alguien de los que lee esto sabe algo, por favor hágamelo saber.
Sé algo: mi padre, por los motivos que fuera, se privó de conocer y enorgullecerse de gente buena. Lástima por él.

15 de octubre de 2005

Post número 100

Mal que bien, éste es el post número 100 de este blog en poco menos de un año. No he revisado el blog, y si lo hago me daré cuenta de algo que ya sé: hay muchas cosas de las que deseo hablar (casi desesperadamente) y sin embargo he omitido. Por ejemplo algunos de mis muertos y de mis vivos. La abuela Mina, digamos, una de las tres personas más importantes de mi vida (además de mis hijos y mi esposa), que murió en abril del año pasado y de la que no he dicho nada a nadie excepto "Se murió", si acaso me preguntan. O mis otras dos personas más importantes, que también están muertas. (De una, mi padre, ya dije algunas cosas.) O mi hermana Lorena, a quien conocí hace dos años, que goza de cabal salud junto con sus tres hermosos hijos y su marido el Boni, excelente tipo si alguna vez los hubo, y que ha logrado por fin darme una sensación de tranquilidad cuando pienso en mi familia más cercana. Por ejemplo muchos otros que no menciono quizá porque son míos, y quisiera que sólo fueran míos, como de seguro siente cierto tipo de niño que alguna vez fui.
Pero éste es el post número 100, y voy a hablar de alguien importante.
Resulta que ayer fui a un recital del IV Festival Internacional de Poesía donde se presentaba Vilma Osorio, poeta de La Casa del Escritor, de la que todos estamos orgullosos, cómo no. Hace un par de meses terminó un poemario, el primero, llamado Fijación de la costumbre, de una sencillez, una limpieza y una profundidad impresionantes no sólo para sus 24 años y el año y medio que se mató para terminarlo, sino porque así es. Aquí va uno de sus 31 poemas sin título:

Ocho septiembres han rozado mis mejillas
y tu presencia se desvanece.
Sobre mi hombro, una mano ligera.
Te busco y ahí estás,
a tres metros de extrañarte.

Hubo otros poetas de varios países (ella era la única de El Salvador), y un par me recordaron a Asurancéturix, el bardo de la aldea de Astérix. En algún momento me reí pensando que yo era el herrero del pueblo pegándoles con el martillo y gritando: "¡No cantarás! ¡No! ¡No cantarás!" Pero estaba cuidando a Valeria, que se portó bastante bien, y sólo intercambié algunas miradas con Krisma de ésas que sólo las parejas entienden.
El recital fue en la Sala Nacional de Exposiciones, la pequeña belleza que está en el Parque Cuscatlán, donde hay una exposición de Benjamín Cañas. Sólo había visto su obra en folletos, libros, periódicos e internet, y nada que ver. El hombre es grande, y más cuando se ve su obra en directo.
Después del recital, la poeta María Cristina Orantes, organizadora del Festival, nos invitó a que visitáramos, a un lado de la Sala, el monumento a los desaparecidos y asesinados durante la guerra, que promovió y realizó el Museo de la Palabra y la Imagen, entre otras instituciones.
Desde que se inauguró el monumento, no recuerdo hace cuánto tiempo (¿un año?, ¿menos?), decidí que iría al día siguiente. O al siguiente. O al siguiente, y así se pasó el tiempo. Había varios amigos a los que quería saludar, que están entre los más de 36,000 inscritos en mármol con letras perfectamente legibles y parcas. En el fondo, supongo, no quería terminar de darlos por muertos. Es más: cuando estaba en el recital ni siquiera recordaba que el monumento estuviera allí. Así que dije "Qué diablos" y fui de una vez. (Supongo que regresaré.)
El primer nombre que busqué fue el de Roberto Franco, titiritero, secuestrado en noviembre o diciembre de 1983 frente al Teatro Nacional. Se dijo que su cadáver había aparecido en alguna carretera al mar, pero nadie logró identificarlo.
Lo conocí en 1979, cuando llegó a México para presentarse en las festividades del cuarto aniversario del Bloque Popular Revolucionario, que se realizarían en la UNAM, la Carpa Geodésica y creo que en Antropología. Su llegada fue divertida, si no trágica. Roberto nunca había salido muy lejos y en una de ésas los del Bloque le dicen: "Vaya al Distrito Federal y busque al doctor Rafael Menjívar", o sea mi padre. Ni una dirección, ni un teléfono, nada. Tres o cuatro horas después estaba platicando con mi padre, que en un principio estaba de lo más desconfiado; siempre nos mandaban orejas, algunos burdos, algunos un tanto menos. Roberto le pareció uno de ellos, y allí va una anécdota para saber por qué: cuando la Guardia Nacional tomó el local del Taller de los Vagos --al que él pertenecía--, lo dejaron entrar, caminar por toda la casa y salir de la casa sin hacerle una sola pregunta. Mucho tuvo que ver la presencia de ánimo de Roberto, pero si los propios guardias lo confundieron, cuantimás mi padre, que era un simple economista.
En fin, Roberto necesitaba a alguien que lo acompañara con la guitarra en sus presentaciones, y ése fui yo. Trabajar con él fue de las cosas más divertidas que me han pasado. Tenía dos títeres principales: la rana Aurora (roja y de pelo amarillo, los colores del Bloque) y la rana Mateo, verde como cualquier rana. Sabía su oficio y fue todo un éxito. Los del grupo de teatro Sol del Río 32 acababan de llegar también a México y estaban hospedados con la gente de El Galpón, de Uruguay. Roberto los localizó quién sabe cómo, me los presentó y allí empezó una larga amistad con Leo Argüello (quien debería actualizar su base de datos en IMDB), uno de mis hermanos mayores, que debe estar leyendo esto.
En medio de la santurronería de mucha gente del Bloque, un día me dijo Roberto que nos fuéramos de parranda, pero de esas parrandas de verdad, de preferencia que termináramos tirados con tres o cuatro adolescentes (yo lo era; tenía 19 años; él andaría por los 28-29), en total promiscuidad, sin recordar ni siquiera cómo habíamos vomitado tanto, etcétera. Nos fuimos a la Zona Rosa, aparecieron las adolescentes discotequeras, dispuestas a todo, y nos dimos cuenta de que no servíamos para eso. Nada más no servíamos para eso. Así que terminamos a las cuatro de la mañana comiendo un delicioso asado en algún lugar que ahora de seguro ya no existe, hablando de literatura, teatro y qué sé yo, él con no más de dos cervezas entre pecho y espalda y yo con un agua de tamarindo.
Llegó varias veces al Defe, y a veces se escapaba de sus responsables para ir a vernos. Una de ésas coincidió con el cumpleaños de mi hijo Eduardo. Eso debió ser en 1981 o 1982. Fue a la tienda, compró un montón de refrescos de todos tipos (ya teníamos el pastel), montó el teatrino y salió a la calle a invitar a todos los niños que pasaran para que fueran a la función. Y desde luego que fue una función para niños, pero usó a la rana Aurora, la que servía para amenizar los mítines del Bloque. Es uno de los cumpleaños que mi hijo recuerda con más cariño, y cómo no: al rato teníamos como treinta o cuarenta niños corriendo por todas partes y pastel embarrado en todos los muebles.
Casi a finales de 1983 llegó a México Homero López, quien regresaba de terminar sus estudios de teatro en Kiev. Roberto se había criado con él en San Ramón, y de inmediato fue a verlo. Para ese entonces ya se había retirado de la política, tras la muerte de Cayetano Carpio (a mí me habían expulsado en 1982, antes de todo ese relajo). Me dijo que quería irse para allá con su hijo, que qué posibilidades de trabajo había, todo eso. Empezamos a hacer contactos y, sí, había buenas posibilidades. Quedamos en que regresaría definitivamente entre diciembre de 1983 y enero de 1984, que podía quedarse en casa mientras se estabilizaba.
Volvió a arreglar lo que hubiera que arreglar y un mes después lo agarró un escuadrón cuando iba al Teatro Nacional, donde trabajaba.
Además de actuar en mítines y de armar talleres y presentaciones en zonas marginales y en tomas de fábricas, Roberto era parte de los grupos de choque del BPR, y también combatiente urbano de las FPL. A él le tocó estar, armado, en la masacre del entierro del arzobispo Romero, disparando hacia el Banco Hipotecario (ahora Biblioteca Nacional, lo que son las cosas) y en muchas otras.
Un día le pregunté por qué arriesgarse tanto, si lo más importante era que se dedicara a los títeres. "Te podría decir que por conciencia de clase --me contestó--, porque es cierto. Te podría decir que por ideales. La verdad es que soy aventurero. Me gusta la adrenalina."
Ayer, al ver el nombre de Roberto Franco en el monumento, sentí tranquilidad. Allí está. El hecho de que esté allí es excelente; pude platicar con él después de 22 años, y la sonrisa todavía no me la quitan.

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Nota bene: Busqué, y no encontré, a dos amigos más: Benjamín Valiente Alvarez y Ana María Gómez. Quizá no busqué bien. Quizá no los pusieron porque eran gente organizada. Igual ambos fueron asesinados; no murieron en combate. Allí estaba también Juan Chacón, secretario general del Bloque, de quien hay algunas anécdotas de cuando llegaba a casa. Y Enrique Alvarez Córdova, gran amigo de mi padre. El nombre del arzobispo Romero se está desgastando; se ve que todos los que llegan lo acarician con un dedo, y ese dedo colectivo está erosionándolo. Pero erosionarán la inscripción del nombre, no el nombre.

14 de octubre de 2005

Prepotencia de trabajo

"El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen".
El porvenir es triunfalmente nuestro.
Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes..."
(Tomado de La jornada semanal, de México.)

* * *

A Roberto Arlt lo conocí gracias a Nicolás Doljanin, gran amigo argentino y más salvadoreño que muchos de nosotros, quien decía que estaba bien mi obsesión por Borges, pero que también estaban los de Boedo. (Me dice Salvador Canjura, quien estuvo en Buenos Aires hace unas semanas, que Nico vive a unos pasos de la calle de Boedo, muy cerca de donde Arlt y compañía se reunían para hablar de literatura, para hacerla y para bronquearse con los de Florida.) Lo primero que leí de él fue El jorobadito, que a mis veintiún años era lo más conmocionante que me hubiera pasado por las manos, Sade incluido; después de todo Sade es, en el fondo, un humorista, y es imposible no terminar con un ataque de risa después de algunas escenas de Los 120 días de Sodoma o Juliette. (Justine me cae mal. Es tonta, la pobrecita. Su incapacidad de quedarse callada podrá estar bien para el santoral, pero no para quince minutos en las calles de cualquier ciudad mediana. Y ya no digamos su poquísima capacidad de adaptación al medio ambiente. Me gusta que la haya partido literalmente un rayo.) Después siguieron Los lanzallamas, Los siete locos y más.
Quizá lo más importante de los personajes de Arlt sea que, así de grotescos y abiertos (impúdicamente abiertos) como son, tienen todo lo que cualquiera de nosotros teme ser, pero es. Son personajes que no están limitados por prejuicios, convenciones ni etiquetas, y actúan como hablan y hablan lo que actúan. Quizá sean lo más cercano a los personajes siempre dolorosos de Dostoyevski, pero sin la nieve y sin la grandeza. Refraseo: los personajes de Arlt son tan pequeños y tan abyectos que allí está su grandeza; los de Dostoyevski son grandes a secas, aunque su vida sea intrascendente.
Y Arlt es el ejemplo del tipo que escribe mal, muy mal, pero que no puede dejar de leerse. A veces sus frases son dolorosamente básicas o imprecisas, dolorosamente feas. Y, no, no es parte de su encanto: a pesar de ello, Arlt es magnífico.
Dice Piglia en algún lugar que Arlt se crió con las malas traducciones del francés de las ediciones de principios del siglo XX, y que creyó que "eso" era el lenguaje literario, y lo ejerció a conciencia. (O a inconciencia.) Puede ser. Sé que la prudente perfección de Borges me llena más, pero sin Arlt --su némesis, acaso-- la vida estaría incompleta y no sería lo que debe ser.
"El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo." Me gusta. Así debería funcionar el mundo.

* * *

Gracias a Nico, por cierto, conocí a Marechal, a Macedonio Fernández (un loco espléndido) y a Girondo. Y a otros: San Agustín, Nietszche (que me parece abominable), a Spinoza y a una serie de teólogos y filósofos de lo más dispares, que en la cabeza de Nico tenían una continuidad pasmosa. Con él aprendí mucho del azaroso oficio de pensar, y no ha pasado un día de los últimos 25 años en que no se lo agradezca. (Bueno, sí, a lo mejor han pasado algunos días en que no se lo he agradecido, pero la actitud general es de reconocimienro y respeto.)

13 de octubre de 2005

Harold Pinter, Nobel de Literatura 2005

Otro más al que no he leído, y van un montón.
Del Nobel británico anterior, William Golding (a reserva de que hubiera otro y no me haya dado cuenta; es bastante probable) leí El señor de las moscas, que disfruté. Traté con otros libros suyos, pero me aburrieron. Bernard Shaw me sigue encantando, en especial los prólogos a sus obras de teatro. Beckett tiene lo suyo, cómo no. Eliot es mi gran poeta, por encima incluso de Vallejo y García Lorca, que ya pegan fuerte. A Yeats lo leí de adolescente y fue muy importante para mí, pero después le perdí la gracia. Por allí tengo unos ensayos suyos que hojeo de vez en cuando. Kipling sigue siendo un maestro. Y Winston Churchill... Bue... Le hubieran dado el de Química. (Ya revisé. Sí, hay un británico entre Golding y Pinter, Seamus Heaney, irlandés, ganador en 1995. Otro a la lista de no leídos.)
El Comité Nobel dice aquí que Pinter es dramaturgo, luchador por los derechos humanos, tuvo una etapa inicial de "realismo psicológico", luego se volvió más lírico y es el autor de teatro más representativo de la segunda mitad del siglo XX.
Tiene un sitio oficial aquí. Página lenta y le hace falta una actualización. Me imagino que hoy mismo se pondrá en ésas; un Nobel es como para ponerlo en una página web.

Arabe de Nueva York y Día de la Raza

Cuando llegué a Arizona, en abril de 1999, estaban estrenando dos películas: Matrix, que es una maravilla, y Episodio 1. La amenaza fantasma, que me gustó bastante, aunque después lamenté las secuelas de ambas: qué manera de arruinar buenas ideas.
Me puse a platicar con una amiga acerca del cine de acción y de ciencia ficción y de nuestros favoritos. Le mencioné Independence Day (la vi anoche por enésima vez) que, aparte del plomoso discurso de Bill Pullman (el presidente de Estados Unidos), es bastante buena, divertida, bien armada, bien actuada, buenos efectos especiales, lo que sea. Y me dijo mi amiga: "Además es una película muy importante. Por primera vez en el cine, un negro y un judío salvan al mundo."
Tardé un rato en entender lo que decía. Para mí la película era una película, y los personajes (igual que los actores) eran en efecto un negro (Will Smith) y menos obviamente un judío (Jeff Goldblum). De Will Smith sabía que era negro desde que hacía The Fresh Prince (seguro lo era desde antes, pero allí lo vi por primera vez); de Goldblum no tenía ni idea de que fuese judío, aunque su personaje se apellida Levinson y tiene un papá que usa palabras en yiddish y alemán.
No me acordé en el momento de todo el rollo que hubo para que se permitiera a los negros actuar en papeles protagónicos, y todos los estereotipos con respecto a los judíos, japoneses, chinos, etcétera, en las películas y dibujos animados. Sólo le dije que me parecía que estaba poniendo énfasis en algo que no era importante, que la película era buena y listo, que había por allí un toque de racismo reverso. Y entonces se enojó y dijo que "nosotros" éramos racistas con "los indios", y que no teníamos nada que recriminarles a "ellos" (los anglos, supongo). He tenido que ver Independence Day varias veces antes de lograr recuperarle el gusto y no pensar en que Will Smith es negro y Jeff Goldblum judío, sino gente que hace cosas en una película de ficción. Y encontré que "allá" siempre hay un "ustedes" y un "nosotros" determinado por cosas que no tienen que ver ni siquiera por el origen geográfico.
Por ejemplo, tres años después regresé a dar unas pláticas y unos talleres en la Northern Arizona University y, después de un par de sesiones, salí a fumar un cigarro afuera del Departamento de Lenguas Modernas. Se me acercó una maestra que había estado en una de las pláticas y me preguntó que de dónde era. Le dije que venía de El Salvador, que había vivido mucho tiempo en México y algunos años en Costa Rica, además de una temporada de vagancia que incluyó Arizona. Me dijo que no me preguntaba dónde había vivido, sino de dónde eran mis antepasados, y por lo tanto de dónde era yo, qué era yo. Le pedí que adivinara, y sin dudarlo dijo: "Árabe de Nueva York." (Hacía unos meses había pasado lo de las torres gemelas, así que algo incómodo se me atravesó en algún lado.)
No conozco Nueva York; era mi objetivo en 1999, pero tuve que regresar a El Salvador porque mi padre enfermó en Costa Rica. (Yo me entiendo.) Le dije que tenía algo de árabe, para empezar el apellido; por el lado de mi abuela materna, un trozo de francés; por el lado de mi abuelo paterno, español e indígena; por el lado de mi abuela materna, mucha sangre negra y el pelo rizado; por el lado de mi abuelo materno, los ojos claros y la piel blanca, porque era de Chalatenango, y mi padre tenía unos rasgos orientales que quién sabe de dónde saldrían.
"¡Ah! -dijo triunfante la maestra-. ¡Latino!"
Y, sí, latino. A partir de ese momento ella mostró más confianza y se lanzó a una conversación fluida, y hasta se atrevió a tocar temas que no tocaría con negros, judíos o árabes de Nueva York.
Ayer fue Día de la Raza, Día de la Hispanidad o algún eufemismo similar. Se me ocurrió escribir algo sobre el tema, pero qué diablos: uno se pone raro cuando trata de hablar de su origen mítico, que siempre será falso y siempre llevará a conclusiones bobas. Imagino que debe ser difícil vivir en un lugar en el que la raza es un tema con el que se vive a todas horas, y que tiene consecuencias prácticas constantes, por ejemplo en los temas de conversación casual.

12 de octubre de 2005

¿García Márquez gratis?

Resulta que hay un semanario salvadoreño llamado El independiente, como la vieja publicación de Jorge Pinto, tantas veces destruida, bombardeada (física y moralmente), ametrallada, etc., entre los años setenta y ochenta. Me llegó un boletín, fui a ver, y resulta que están regalando libros electrónicos. El de esta semana es ni más ni menos que Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, en formato PDF, con la portada de editorial Norma. Anuncian que dentro de dos semanas regalarán El zorro, de Isabel Allende.
Hay de dos: o al semanario le va muy bien (hay una edición impresa) en ventas y publicidad, y por eso puede pagar derechos de autor que se antojarían altísimos, o se trata de un caso bien extraño de piratería. Extraño porque se ejerce de frente, con los teléfonos del semanario en la página de contacto, direcciones electrónicas, dirección física, todo... excepto el nombre del editor, un tema que en este blog se ha vuelto cuestión de principios.
Bajé el libro para ver si está completo. Y, sí, está completo. Quería ver si había alguna aclaración de Norma, algo de publicidad, un agradecimiento o aclaración, lo que fuera. Y no. Ni siquiera le pusieron página legal, ni advertencia de que no se permite la reproducción parcial o total, etcétera, algo que hasta los libros pirata hacen constar.
Al pie de la página web de El Independiente se lee:
Semanario El Independiente - Todos los derechos reservados © 2005.
República de El Salvador. Centroamérica.
O sea que sí tienen idea de lo que es el copyright...
No sé si se me antoja leer el contenido del semanario, y menos suscribirme a la edición impresa. Será lo que sea, pero hasta la piratería debería tener una ética.

22 de septiembre de 2005

Cosas del sonido

He estado trabajando en algunas grabaciones dejadas por poetas salvadoreños antes de su muerte ("Después no han hecho nada que valga la pena de escucharse", diría si anduviera de ánimo negro), y me doy cuenta de lo que ha cambiado el sonido y la idea del sonido desde que a alguien se le ocurrió registrarlo en diversos medios y materiales.
La idea de estas grabaciones es publicarlas en forma de discos compactos, para que los viejos maestros puedan comunicar de viva voz lo que crearon, y del modo en que lo percibían. El problema es que las grabaciones están en diferentes grados de deterioro, y allí viene el primer problema: el ruido.
Cuando uno oye un cassette o una cinta de media pulgada, de entrada sabe que existirá un cierto hiss, y al escucharlo simplemente lo borrará de la mente. Una grabación "limpia" en cinta tendrá una buena cantidad de ruido, pero no la percibiremos. Lo mismo cuando se escucha un acetato; entre que el aparato de sonido elimina ciertas frecuencias y uno ignora el ruido que queda, lo que se oye es un disco con más o menos scratch. Si la grabación se digitaliza y se quema tal cual en un CD, pasa algo grave: el ruido se convertirá en parte del sonido "natural" de lo que se haya digitalizado, y será incluso insoportable al reproducirse en un buen estéreo, mientras más lleno de lucecitas, peor.
Lo peor con lo que me he topado es con unos acetatos grabados por Salarrué en los años cincuenta. En el estudio de audio de Canal 10 nos pasamos horas con don Joaquín Alvarenga (ya retirado, para su suerte y para desgracia de otros, como yo) tratando de escuchar si había "algo" escondido detrás de una cortina compacta de scratch. De repente escuchábamos un sonido un tanto menos agudo y él empezaba a mover palanquitas en su consola para tratar de entender de qué se trataba. Cuando lograba algo, lo grabábamos en minidisc. Me vine a casa con lo que logramos, transferí el sonido a la compu y me puse a ver qué podía sacar en claro. Así salieron un par de piezas cantadas por él y su esposa, doña Célie Lardé, y piezas de guitarra compuestas y tocadas por el propio Salarrué. Los discos tenían un 90 por ciento de ruido; don Joaquín logró bajarlo a un 65-70 por ciento, y en algunos de ellos, después de días de trabajo, llegué a obtener un 30 por ciento de ruido. Y me topé con un problema: el riesgo de degradar la voz a cambio de quitarle el scratch, y que lo que sonara fuera una caricatura, no algo parecido al original. Ya logré algunas cosas buenas, pero me imagino que tendré que meterle más ganas cuando termine con otras grabaciones un tanto más urgentes.
Las menos complicadas son unas que dejó Pedro Geoffroy Rivas de Claudia Lars y de él mismo leyendo poesía. Están en cassettes, copias de alguna copia de una copia del original en cinta. El sonido está borroso y oscuro, pero se entiende todo perfectamente... mientras no se pase a CD. Entonces suena fatal. Así que a aplicar filtros, quitar ruidos, equalizar y qué sé yo para que se oiga bien gracias a un poco de reverb aplicado al resultado final.
Y allí viene otro tema. Además de estas grabaciones, he recopilado las voces de varios escritores vivos con la ayuda de los poetas Carlos Clará y Susana Reyes, y de vez en cuando registro los avances de los poetas jóvenes de La Casa del Escritor. Lo hemos hecho en minidisc, y los resultados son impresionantes: la grabación digital directa tiene profundidad, cuerpo, y es totalmente moldeable. Se puede hacer lo que uno quiera con ella. La analógica no: es rígida, quebradiza, poco maleable, cruel. (Quizá los términos no sean muy técnicos, pero así siente uno frente a la consola virtual.) Así como puede convertirse en lo que uno quiera una voz grabada en minidisc, las grabaciones viejas se comportan como trozos de baquelita, listos para fracturarse si uno se pone muy brusco.
A veces las grabaciones son más o menos parejas, y algunos filtros dejan algo decente. Hay una en especial con la que me he peleado en varias ocasiones y, con todo y que siempre logro resultados, no estoy contento aún. Es una entrevista realizada en 1974 a Claudia Lars, poco antes de su muerte, por Marina de Quezada (después Marina de Arocha). Lo que me dieron fue una segunda copia, ya bien desgastada, con pocos agudos y demasiados tonos medios-bajos, y algo terrible: a medida que avanza el cassette, uno se da cuenta de que las pilas se estaban acabando, y al final a veces sólo se escuchan chasquidos donde debería haber voces. Hasta ahora he hecho que se pueda entender casi todo lo que dice Claudia Lars, y las pocas palabras que no se entienden bien pueden intuirse. Pero el sonido sigue siendo espantoso, y no se espera algo así de una poeta que murió a las pocas semanas, y menos de su última grabación, en la que cuenta cosas bien impresionantes de sí misma. En estos días le voy a meter el diente de nuevo.
Ya logré lo mejor que pude con unas cosas de Hugo Lindo y con dos discos de música: un homenaje a David Granadino publicado en Guatemala en algún momento de los años sesenta por una marimba anónima, quizá grabado originalmente en los cincuenta, y un disco editado a principios de los setenta, pero grabado entre veinte y treinta años antes, de la Orquestra Verdi Lírica Vicentina, tocando música de salón.
Ahora trabajo con un aparato que saca el sonido vía USB al estéreo y lo filtra de ruido eléctrico; la tarjeta de sonido de mi compu no es patética, pero sí es integrada, y ya se sabe que las tarjetas integradas sirven porque deben servir, pero para estos menesteres son bien bobas. Una de las siguientes metas es comprar una buena Sound Blaster y no tener que grabar varias pruebas para saber cómo se oye realmente el disco en el aparato de sonido (tengo uno bueno, eso sí) y luego corregir por intuición, y nueva prueba. Por ahora el aparatito USB está funcionando bien.
Tengo dos piezas de Lydia Villavicencio Olano compuestas, cantadas y grabadas por ella para una edición que distribuyó de manera privada. Cuando se oyen en acetato están bien; al digitalizarlas hay unos bajones y subidas de volumen espantosos; a alguien se le ocurrió utilizar un compresor de volumen, sin pensar en lo que sufriría alguien cuarenta y cinco años después. Ya ajusté el nivel de volumen (es decir: lo desajusté para que se oiga parejo, aunque legalmente no lo esté) y ya le di algo de profundidad al sonido, que estaba muy seco. Cuando esté inspirado voy a tratar de moldearlo un poco más; hay por allí unos buenos plugins con los que he estado experimentando, que me han dado buenos resultados en otro tipo de archivos.
Mientras, he soñado con voces viejas, y a veces siento que en el ruido que estoy quitando se esconde el mensaje verdadero, cualquier mensaje verdadero. Y quizá sea así: el sonido ambiental tiene también su historia, y también algo que decir, pero en grabaciones tan dañadas es sólo un estorbo. Lástima que uno nunca sea tan racional para soñar.

12 de septiembre de 2005

Altura y pelos

Desde hace días tengo muchas cosas que contar, pero me falta la vocación temporal para hacerlo. Es de esas épocas en que todo va pasando y uno no piensa en ello de manera demasiado compleja, y no está para descifrar devenires, sino para devenir. Llego al blog, pongo "Create", espero unos minutos y, puf, mejor cierro el Netscape porque algo está pasando, va a pasar o dejó de pasar y me llevó la atención y la gana hacia otra cosa.
Hoy lo más importante es que estuve recordando un poema de César Vallejo, uno de los mejores quizá, y con uno de los peores títulos ("Altura y pelos") en la historia de la humanidad y razas circunvecinas. Lo transcribo a falta de otra cosa:

¿Quién no tiene su vestido azul?
¿Quién no almuerza y no toma el tranvía,
con su cigarrillo contratado y su dolor de bolsillo?
¡Yo que tan sólo he nacido!
¡Yo que tan sólo he nacido!

¿Quién no escribe una carta?
¿Quién no habla de un asunto muy importante,
muriendo de costumbre y llorando de oído?
¡Yo que solamente he nacido!
¡Yo que solamente he nacido!

¿Quién no se llama Carlos o cualquier otra cosa?
¿Quién al gato no dice gato gato?
¡Ay, yo que sólo he nacido solamente!
¡Ay, yo que sólo he nacido solamente!

11 de septiembre de 2005

Primer video

Esta semana, de todo. Lo más interesante fue que el miércoles, después de dos meses y medio de taller de guiones, terminamos de editar el primer video de ficción producido por La Casa del Escritor. Bueno, hoy discutimos que hay que arreglarle un par de segundos de audio; nada serio. Dos minutos de trabajo y listo.
La idea del taller no es sólo aprender a hacer los guiones, sino también ver para qué sirven. Recursos, sólo los que tengamos entre nosotros: tres cámaras de video (una de Rebeca Torres, una prestada y una con el motor arruinado), un par de trípodes (uno de ellos de quince centímetros de alto debido a un accidente), un micrófono de largo alcance que se nos olvidó llevar a la filmación, una computadora decente, un par de programas y buena voluntad. No es que no podamos conseguir más; es que el trabajo del guionista, entre otras cosas, tiene que ver con adaptarse a los medios que haya a disposición, y nada mejor que comenzar "a valor mexicano", con lo que haya, sea lo que sea.
No teníamos iluminación buena, así que el video salió un tanto granuloso. No había modo de arreglarlo, y entonces hicimos lo más lógico: ensuciarlo más. Una carencia se convirtió en una característica. Los colores eran opacos; los viramos a azul. La música quedó sensacional, modestia aparte.
El guión lo hizo Nelson Ochoa, con 18 años recién cumplidos, y él fue el protagonista principal. Como faltó Osmín Magaña, que debía hacer un papel, lo sustituyó Salvador Canjura, y yo aparezco como voz en off en la última escena. Rebeca dirigió e hizo las tomas principales, yo me aventé la cámara secundaria, y listo. Una botella de catsup sirvió como sangre.
El video dura tres minutos. Ya hay otro al que hay que ponerle las voces (que van en off), ya están las voces de un tercero (que Carlos Guardado complementará con quince segundos de dibujos animados) y tenemos como cuatro guiones más, que ojalá podamos filmar en las próximas dos semanas. Sí, nosotros mismos estamos actuando, haciendo voces, efectos de sonido, música, todo. Carlos está haciendo otro también de dibujos animados, y quizá el miércoles o jueves filmemos un guión de Ricardo Hernández, si la actriz, una estudiante de derecho con la que ya trabajé junto con Rebeca, puede aparecerse.
Después vendrá la segunda ronda de guiones y haremos una producción un tanto más compleja. Y luego un cortometraje de quince o veinte minutos. Luego, el próximo año, guión radiofónico; el resultado deberá ser una serie o una radionovela, aún no lo decidimos.
La idea es, además de aprender a hacer guiones, divertirnos y demostrar que puede trabajarse en cosas de buena calidad con pocos recursos, y con un presupuesto muuuy cercano a cero.
Los resultados se pasarán por Canal 10 en febrero.

7 de septiembre de 2005

Cita y catedráticos de andar por casa

Estoy leyendo la revista Cultura dedicada a Roque Dalton. Empieza con algunos artículos de RD acerca de escritores y libros, y encuentro un párrafo sobre Juan Gelman y su libro Gotán que leo varias veces para asegurarme de que las palabras son las que son:

Por ejemplo, ¿podría decirse en aras del elogio, que en Gotán está incluido el único gran poema que se ha escrito hasta ahora para Fidel Castro? Es más, ¿que dicho poema esté tan rigurosamente perfilado que hará difícil para los poetas incorporar la figura de Fidel a su obra sin repetir a Gelman? Creo yo que esta consideración, de por sí, alude objetivamente a la trascendencia del libro de Juan Gelman.

Hay un catedrático salvadoreño que desde hace unos diez años está -o dice que está- recopilando el trabajo crítico de Roque Dalton y haciendo un estudio acerca de sus ideas literarias, sus influencias académicas y todo eso. Ha usado esa investigación, que hasta ahora nadie ha visto, para conseguir cátedras, participar en mesas redondas y publicar artículos bastante malos en varios lugares, y se ampara en su "expertitud" en el trabajo crítico de RD para ponerse de lo más soberbio. Curiosamente, en sus artículos nunca habla de la obra crítica de RD, y tampoco en sus ponencias (no he estado en ninguna de sus clases y de eso no podría hablar). Hace unos años se autopublicó un libro de cuentos. La portada quedó bonita y el papel es de muy buena calidad; lo demás es torpe. También es curioso que su nombre no aparezca entre los veinte o veintiún autores que aparecen en Cultura hablando de RD. Tengo que preguntar a qué se debe tan evidente ausencia, y quizá protestar.

2 de septiembre de 2005

Cultura 89



Pues bien, después de un buen par de años, por fin vuelve la revista Cultura, que tanta falta hacía. Entre pronósticos y diagnósticos de muerte, malentendidos, campañas de prensa más o menos inútiles y de dudoso fundamento, poco ruido (y pocas nueces) de artistas, de proyectos alternativos que terminaron en cosas más feas de las que acusaban a Cultura, la revista viene con un semi monográfico de Roque Dalton en el que hay de todo y para todos, y -según me dicen- una parte dedicada a otras cosas, como narrativa, libros, poesía y cosas así. Qué bueno, porque los monográficos a secas son de lo más aburridos, y así le dan de otros sabores a los lectores. La noticia la da El diario de hoy en su sección de cultura.
Por allí viene un texto mío titulado "Un artículo levemente odioso", que escribí a finales de 1998 para el libro Otros Roques. La poética múltiple de Roque Dalton, armado por Rafael Lara Martínez y Dennis Seager y publicado por la University of the South Press, de Nueva Orleans. También se publicó en una revista hundureña, en una de El Salvador y creo que en otra chilena.
El artículo es larguísimo y habla acerca del mito de RD desde varias perspectivas: su influencia sobre los poetas jóvenes salvadoreños de la guerra, la caducidad o permanencia de su obra, sus influencias, qué sé yo. Viéndolo ahora, me parece que tiene detalles mejorables, como las publicaciones a los que los salvadoreños tuvieron a su disposición durante la guerra. Lo escribí un año antes de regresar a El Salvador, después de 27 años de ausencia, y eso puede servir de pretexto para justificar un par de imprecisiones. En general está bien, en especial en un aspecto: los que han alabado el martirologio de RD y han alabado su obra incondicionalmente han hecho que RD se convierta en un santón que a estas alturas provoca bostezos y rechazos de muchos jóvenes a quienes no les interesa su vida ni sus posiciones políticas, sino su poesía... y la poesía que sus sacerdotes alaban no es precisamente la mejor, y mucha es francamente mala. Las mejores obras de RD (como "Los extranjeros", "Esbozo de adiós" y sus poemas de amor) son ocultadas o ignoradas por "académicos" y "poetas" que, con suerte, no habrán pasado de leer los Poemas clandestinos y algún artículo laudatorio antes de convertirse en expertos.
Por suerte, junto con Cultura se presentará el primer tomo de las obras poéticas completas de RD, y ojalá salgan pronto los otros dos tomos. Eso colocará a Dalton en el lugar que le corresponde y pondrá sus trabajos en perspectiva. También saldrá pronto la obra poética completa de Hugo Lindo, quizá el poeta más grande que haya tenido El Salvador hasta ahora, también ocultado en nombre de RD, la ideología y otras cosas que nada tienen que ver con la poesía.
Es una lástima que deba trabajar el sábado próximo y no pueda estar en la presentación. Ya estará el lunes, que es mi día de descanso, para ir por un par de ejemplares a la Dirección de Publicaciones de Impresos, así como del primer tomo de su poesía, y de paso para platicar un rato con Carlos Clará, editor de la DPI y excelente poeta que, precisamente, viene más de la línea de Hugo Lindo que de la de Roque Dalton.

28 de agosto de 2005

Malpica, Parra y Hernández



A Toño Malpica (alias Antonio Malpica Mauri, a la derecha en la foto) lo conocí hará unos diez años a través de Spin, el mítico boletín electrónico mexicano de Javier Matuk y Jorge Kobeh, tristemente absorbido hace unos años por Terra. Allí, de hecho, conocí a algunos de los que son mis mejores amigos, y a otros que dejaron de serlo y extraño. Desde el principio resultó obvio que el tipo era brillante, y además tocaba el piano muy bien. Armamos una banda de jazz mezclado con rocanrol, blues y lo que se atravesara en el momento, y llegamos a tener ratos memorables, quizá no tanto en lo musical (aunque es un mago de la armonía) como en la sensación de hacer algo divertido y digno de recordarse con una sonrisa.
A veces Toño mandaba algunos relatos a alguno de los foros de Spin, a los que no muchos les dedicaban más de algún comentario casual tipo "vas bien", "me gustó" y "sigue así". Tenía un talento indudable, pero no enviaba lo suficiente para ver qué tanto. De repente presentó una pieza de teatro que se llamaba Séptimo round, que había escrito junto con su hermano Javier. La vi por lo menos seis veces, y llegó a ponerme más de un nudo en la garganta. Seguí su trayectoria a través de internet, y me enteré de que había estrenado otras piezas de teatro, que se había metido de cabeza en la novela y que ganado varios premios de literatura, curiosamente bien merecidos. Lo vi en mayo pasado en México, y ahora vino a la Feria del Libro Centroamericano en calidad de invitado. Y sigue siendo el Toño de siempre: callado, algo tímido, siempre brillante y con el comentario preciso en el momento exacto. Traté de conseguir un piano para ver si tocábamos un rato, pero no fue posible, así que nos dedicamos a platicar de todo junto con los otros dos invitados mexicamos a la FILCEN, que aparecen en la foto.
El que está en la cabecera es Eduardo Antonio Parra, cuentista, responsable de la edición para 2004 de Los mejores cuentos mexicanos, de Joaquín Mortiz, en la que (gracias, gracias) me incluyó. No lo conocía en persona, y fue una buena oportunidad para darle las gracias. Lamento decir que de él he leído sólo dos cuentos, pero quedó en dejarme una novela antes de regresar a México, mañana lunes.
Y el de la izquierda es Jorge Hernández. Voy a dedicar un rato a buscar sus textos, porque me avergüenza no conocerlos. Sé algo: cuenta unos chistes que no sé si sean buenísimos, pero uno no puede dejar de reírse. Su modo de vivir el sentido del humor se agradece.
La borrachera estuvo buena, con más de cinco litros de coca de dieta y varias cervezas para Toño. Tenían ganas de probar las pupusas y, bajo su cuenta y riesgo, compramos un montón donde la Delmi, la mejor pupusería de Los Planes según yo; al menos puedo estar confiado de que no se van a morir de alguna cosa en el estómago. Y, claro, muy a la mexicana, estuvimos platicando como hasta las tres y tantas de la mañana. Salvador Canjura (que tiene el blog Tierra de collares) estaba con nosotros (apenas se ve un trozo de su pierna en el ángulo inferior derecho) y se ofreció a regresarlos a su hotel.
Me alegra reiterar mi amistad con Toño y contar, ahora, con la de Eduardo y Jorge. Ya habrá vida para alguna otra noche como ésta.

Epílogo.


De repente veo este blog y me doy cuenta de que el link al boletín electrónico El ojo de Adrián sigue allí, y que ya no quiero que siga. Pienso en Mayra Barraza y René Rodas ("el editor") y me digo: sí, se han portado autoritarios y hasta orwellianos, pero a lo mejor es una iniciativa cultural que es necesario que permanezca, a lo mejor el intolerante soy yo, porque ya ha ocurrido, y un espacio cultural es un espacio cultural. Y aunque ya no esté con ellos ni recomiende la publicación ni la retransmita a otros amigos, un modo de apoyarlos es dejar aunque sea el link, y allá su conciencia y su ética. Y de repente recuerdo a René Rodas haciendo lo que hizo cierta vez, diciendo lo que dijo, y por lo cual le comuniqué que ya no vivía en mi casa desde ese preciso momento -una noche más bajo el mismo techo que mi hija Valeria era intolerable-, y me dije: al carajo, éste es mi blog y pongo los links que quiera y los quito a discreción.
Estoy amenazado -con puras insinuaciones, y desde luego sin firma- con recibir un par de golpes en El ojo de Adrián 4 y 5. Lástima por Mayra; no necesita de eso para ser quien es.

23 de agosto de 2005

Definición de novela

Hace un rato Claudia Hernández me pidió una definición de novela. Le di ésta:
Una novela es una narración larga. Se escribe como Dios da a entender, y Dios no existe.
Después mejor le mandé la traducción que hice de Aspectos de la novela, de E.M. Foster. Tiene una definición de novela igual de mala que la mía, pero al menos la desarrolla en ciento y tantas páginas.

El ojo y yo. (Epílogo.)

Resulta que en medio de la discusión acerca del anonimato de los editores de El ojo de Adrián el tema se resolvió, conmigo, de la manera más sencilla: hoy por la mañana descubrí que Mayra Barraza, quien maneja el foro Arte con voz en Yahoogroups, me había borrado de la lista justo cuando le pedí que declarara si ella formaba parte del cuerpo editorial de la revista, y luego de reproducir los comentarios que hizo Thierry Davo en el post que está debajo de éste y en el blog de Jacinta Escudos.
La pregunta a Mayra era retórica: todos los colaboradores sabemos que ella y el poeta René Rodas son "el editor", pero no lo admiten públicamente, y por lo tanto no hay modo de reclamarles nada ni de centrar responsabilidades. Lo paradójico es que Rodas trabaja con David Escobar Galindo, en la universidad José Matías Delgado, y él (David) es el primer atacado en el editorial que provocó las protestas de más de un colaborador. (Somos al menos cinco los que pedimos que hubiera un responsable de la revista, con nombre y apellido.) Y precisamente ayer Mayra envió al foro una invitación a una exposición de "libro arte" que se realizará en la Feria del Libro, en la que ella participará. Lo primero que se dice en la invitación es que la exposición está patrocinada por CONCULTURA, el organismo al cual atacan con más fuerza en los editoriales y en la sección de "humor".
Es obvio que "el editor" seguirá anónimo, y que cualquier cosa que diga acerca de los motivos para permanecer así será sospechosa o parcial. Y es obvio que lo que exigen de los demás no es precisamente lo que están dispuestos a dar, entre otras cosas eso que los mexicanos llaman "valor civil". Lástima, porque era una muy buena idea, y Mayra hasta ahora ha sido una persona bastante recta, con una gran credibilidad y una obra más que respetable.

20 de agosto de 2005

Respuesta del editor de El Ojo de Adrián

Recibí esta mañana la respuesta del editor de El ojo de Adrián. Me encantó: me acusa en el primer párrafo de retirarme para no quedar mal en Concultura (donde trabajo) y de tener más de un salario (que no lo tengo), asume la responsabilidad del editorial, pero no acepta que haya caído en el libelo ("Yo no fui, y Teté tampoco"), y de paso se sigue escudando en el anonimato ("Pégale, pégale a quien puedas, porque a nosotros no nos encuentras"). La Mara Cultural Salvatrucha, ni más ni menos.
Lo bueno es que, si reproducen la respuesta junto con mi carta, no hará falta que entre en discusiones. La carta explica todo.
Aquí va la carta del editor:

Estimado Rafael:
Entendemos que por sus numerosos compromisos salariales tenga que distanciarse publicamente del Ojo, aunque nos parezca innecesario. Claramente se establece en el Ojo que los editoriales y textos no firmados son responsabilidad exclusiva del Ojo.
Acusa al editorial de caer en el libelo y en ataques personales. Debemos aclarle que mencionar los nombres de artistas y clasificarles de acuerdo a sus posturas artisticas de ninguna manera consiste en denigrarlos o atacarlos personalmente, a no ser por supuesto que usted considere que esa clasificacion sea por si sola denigrante. Decir que el Dr David Escobar Galindo propone un arte universal en defensa de la belleza, la justicia y la verdad para muchos podria ser considerado un halago.
Por este medio le confirmamos su carta ha sido recibida y sera publicada en la seccion correspondiente del Ojo 4 con copia de esta respuesta.
Atentamente,
EE

16 de agosto de 2005

46

Pues sí, mañana miércoles 17 de agosto cumplo 46 años. Como hombre moderno que soy, tengo una reunión de coordinadores de casas de la cultura a las 8:30, que termina a la 1:30. Luego me queda tiempo para comer e ir a otra reunión a las 3:00, que termina no sé a qué hora (no más de las 5:00, supongo), y a partir de entonces podría celebrar.
Soy injusto: rara vez tengo reuniones, y menos de las maratónicas. Nada más que ésta tocó mañana. Además, en la segunda se va a tratar de unos diseños que van a donar para construir unas instalaciones en la parte posterior de La Casa del Escritor, y hay que precisar detalles, espacios, cosas así. Ya hay contactos para donación de materiales de construcción, y también para conseguir mano de obra. O sea que bien lo vale.
Quizá extraño un poco los tiempos en los que uno cumplia años desde que despertaba y se la pasaba cumpliendo años todo el día, y en medio le daban a uno regalos, y recibía llamadas y visitas y un almuerzo y una cena y todo eso, hasta que quedaba con la panza llena y el corazón contento. Igual un par de los peores días de mi vida han caído en mi cumpleaños, así que no tendría que añorar nada.
Y de hecho no añoro, únicamente pospongo. El jueves Krisma tiene que dar clases por la mañana y recibirlas por la tarde. El viernes, si otra cosa no sucede, nos iremos a comer una buena pasta a Tre Fratelli, y después al cine y después ya veremos, siempre y cuando consigamos con quién dejar a Valeria.
Cada vez está más interesante Valeria. Por eso es bueno que pase el tiempo y que haya que medirlo por cumpleaños y navidades y fiestas patrias.

15 de agosto de 2005

Carta al editor de El ojo de Adrián

Hace un rato envié una carta al editor de la revista electrónica El ojo de Adrián, que reproduzco sin comentarios.

Responsables de

El Ojo de Adrián.

Cuando se planteó el proyecto de El ojo de Adrián, ofrecí mi colaboración porque me pareció importante que hubiera una publicación alternativa e incluyente que reuniera a artistas de diferentes disciplinas y tendencias. Desde el principio noté algo que he señalado en varias ocasiones: en ninguno de los tres números que se han publicado hasta ahora se hace constar quiénes son los responsables de la publicación.
Me parece que, al amparo de este anonimato, se han hecho ataques serios y personales que sólo podrían sostenerse con una firma que los avalara. La impresión que da es que todos los que hemos colaborado con El ojo de Adrián estamos de acuerdo con lo que se dice en el editorial, y no es mi caso. Me parece que en el número tres se ha llegado al libelo y, a falta de un responsable de la publicación, pareciera que comparto lo que allí se dice. Sólo soy responsable de lo que firmo, y el eventual director, editor o responsable, quien sea, lo será de las notas no firmadas, como en cualquier medio de prensa.
Les comunico, entonces, que mientras no haya constancia de quiénes se responsabilizan de la publicación, dejaré de colaborar con ustedes. Espero que se trate sólo de una pausa breve, y espero también que, por coherencia con lo que han declarado desde el principio, publiquen esta carta en la sección correspondiente.

Rafael Menjívar Ochoa.
Escritor.

12 de agosto de 2005

Sin City y otras psicosis

Siempre creí que Frank Miller, el autor de los emblemáticos Return of the Dark Knight (me gusta la traducción del título como "El regreso del caballero oscuro") y Sin City, era un tipo por lo menos sesentón, tirándole a más, como varios de los maestros indudables del cómic. En su biografía resulta que nació en 1957, lo cual no lo convierte en un pollo, pero sí en uno de los historietistas más jóvenes que han influido en la historieta moderna: a él le tocó replantear a Batman y su universo como lo conocemos ahora, en la serie Año Uno, de 1986, aunque originalmente se presentó como una serie autocontenida, sin relación con el canon. El aporte de Miller fue definir el perfil psicológico del hombre murciélago y sus ad láteres, y la perversa relación entre Bruce Wayne -y su monstruo enmascarado- con lo que pasa en Ciudad Gótica, psicópatas incluidos. (Se habla un poco del tema en el post Por fin Batman.)
Cuando se anunció la película Sin City sentí una mezcla de alegría y frustración anticipada, porque ya se sabe que las cosas del cómic pasadas al cine no siempre son lo que deben ser, y Sin City es de lo más difícil de reproducir fuera del cómic. Para frustraciones, allí están el Juez Dredd, que es algo muy parecido a un desperdicio de recursos; hasta cierto grado, los Batman de Tim Burton, y sin duda los prescindibles de Schumacher (Batman inicia es otro cantar). Curiosamente, Daredevil, con Ben Affleck, estuvo bastante bien, y no sé si sea coincidencia que uno de los principales guionistas del cómic haya sido Frank Miller.
No pude esperar el estreno de la película. Hace un par de días conseguí una copia, en resolución aceptable, por métodos alternos (ejem), con desconfianza porque no veía a Robert Rodríguez dirigiendo algo así. El mariachi y Desperado no son las películas que voy a ver cada tres o cuatro meses, ni Spy Kids 2 y 3 (aunque la pasé bien con esta última). Once upon a time in Mexico, me divirtió de lo lindo y la he visto como cinco veces, pero no auguraba automáticamente un buen destino para Sin City. Y me alegro de que mi desconfianza fuera infundada.
Para empezar, Sin City se convierte en un nuevo hito para el cine negro: jamás el género había llegado a tanto. (Mis principales modelos hasta ahora eran Blood simple, de los hermanos Coen; Deep Cover, con Laurence Fishburne y Jeff Goldblum, y algunos clásicos, como D.O.A., en su versión de 1950. No es de despreciarse El último boy scout, del que ya se ha hablado aquí.) Luego, se convierte en un parámetro para el cine, punto. Jamás el cine había llegado a tanto en su relación con el cómic, en su relación con el mundo, en su relación con los personajes y en su relación consigo miso. George Lucas le pegó a algo cuando bautizó como Industrial Light and Magic su empresa de efectos especiales. Eso es el cine: luz y magia (lo industrial es opcional), y Rodríguez le atinó con fuerza. No es gratuito, sin embargo, que Frank Miller aparezca como codirector de la película. Y sí me parece raro que Tarantino aparezca como director invitado: dentro de toda la psicosis que rezuma la película (los buenos sólo se diferencian de los psicópatas en que matan a pura gente mala, porque sus métodos son más o menos los mismos y sus cabezas funcionan más o menos igual), hay un buen gusto visual y en el desarrollo del guión del que Tarantino carece. Quizá un par de las escenas de descuartizamiento, que están a punto de ser excesivas; quizá más, pero Frank Miller logró neutralizar el mal gusto inherente a Tarantino. (No digo que sea malo. Digo que hay mal gusto en todo lo que hace; es su sello.) Quizá Rodríguez sienta un especial aprecio por Tarantino, por su ayuda en Once upon a time in Mexico, y especialmente en Desperado. No sé, y en todo caso el resultado es magnífico. Podría ponerme lírico y empezar a decir ambigüedades, como crítico cualquiera, y no me acercaría a la maravilla que es Sin City. Mejor véanla.
Ah: las actuacines de Bruce Willis, Mickey Rourke, Elijah Wood (¡sí, Frodo como uno de los más terribles psicópatas en un mundo de psicópatas!) y Michael Madsen, de lo mejor. Personal de lujo para una película de lujo.

* * *

Otra película que vi, por casualidad y por el cable, fue la versión de D.O.A. protagonizada en 1988 por Dennis Quaid y Meg Ryan. De la versión original se habla en un post anterior, y sigue estando entre mis favoritas del cine negro. La nueva versión... Híjole... No sabía que existía, y es una pena no haberme quedado en la ignorancia.
Si se habla de recursos, actuaciones, lo que sea, la anterior no tiene nada que hacer con ésta. Está muy bien planteada y muy bien hecha, con los recursos adecuados. Pero eso no hace una buena película. Al final no se sabe qué pasó, porque el tipo no cae brusca y totalmente muerto frente a los policías en la última escena, sino que camina de espaldas al espectador hacia un equivalente rectangular de la luz al final del túnel.
Un problema de esta D.O.A. tiene que ver con la definición del género negro. Para ser simples, se trata de historias que se mueven dentro del mundo del crimen, o de gente que cae en él como langosta en una sopa de res. Ese fue el planteamiento de los padres fundadores, Dashiell Hammett y Raymond Chandler, que este último explica muy bien en el prólogo y el epílogo de El simple arte de matar. La "nueva" versión parece un regreso a las novelas y películas en las que hay un misterio que resolver, y en las que el asesino es el asesino porque fue el único que tuvo la oportunidad de entrar en la biblioteca o porque mató a los demás y fue el único que quedó vivo, el muy estúpido. (Fue el caso.) Aghatha Christie y familia pueden llegar a ser terriblemente repetitivos, aburridos y tramposos, y hay mucho de eso aquí.
Otro problema es el planteamiento mismo: el personaje central tiene 24 horas para averiguar quién lo asesinó con un veneno radioactivo. En la versión original, uno siente el reloj sobre la cabeza del personaje, y sufre porque al pobre tipo lo traen de un lado a otro, lo tirotean, lo persiguen, le hacen de todo, y no tiene tiempo más que para resolver el crimen y entregarse a la policía. En la versión de Dennis Quaid no hay esa sensación. Hasta le alcanza el tiempo para tener un micro affair con Meg Ryan, echarse una siesta y escribirle una nota en la que le da las gracias. No es gratuito que se use la palabra thriller para hablar del género: la angustia es consustancial a las historias del crimen. Incluso cuando no hay angustia ésta se encuentra allí, agazapada.
Y, por Dios, uno no mata a tanta gente para quedar como el autor de la novela de un escuincle de 18 o 19 años, así sea Mishima, y lograr prestigio como profesor de literatura, que es lo que mueve al asesino en la versión de Quaid.
En el cable la están presentando como Muerto al llegar. Ustedes saben si la quieren ver.

* * *

Y anoche vi Casablanca por muchésima vez. Qué maravilla. La parte donde empiezan a cantar La Marsellesa para callar a los nazis no tiene desperdicio. Ni toda la película.
¿Se ha dado cuenta, por ejemplo, que cuando Laszlo y la Bergman están juntos siempre hay algo entre ellos? Una lámpara de techo, una sombra de la pared, lo que sea. Y cuando Laszlo se sube a cantar la Marsellesa (con el vieto bueno de Rick a los músicos de la banda, why of course) uno sabe por qué la Bergman se casó con él, y por qué nunca lo va a dejar. Nunca de los nuncas. Y si se queda con Rick lo va a abandonar como en París para irse con Laszlo, así no lo quiera.
El DVD trae escenas borradas y un par de bloopers, sin el sonido original. Para un fan abyecto vale la pena el gasto, cómo no.

* * *

Otrosí: Con eso del género negro, puse aquí "Cimitero d'automobili", la traducción de Attilio Aleotti a mi cuento "Cementerio de carros", que aparece aquí en su versión en español.

11 de agosto de 2005

Siempre la ficción

En un post anterior, titulado Verdades y simulaciones, se me ocurrió que podía escribirse un libro acerca de uno mismo, estrictamente acerca de la vida de uno mismo, sin caer en el melodrama, la ñoñez o el heroísmo barato, asignándole la vida de uno a un personaje que tuviera las mismas características, paso a paso y arruga a arruga, pero que funcionara como un personaje de ficción. (No era de escribir una autobiografía, porque esas cosas a mí no mucho, sino una novela en la que no hubiera ficción, aunque pensándolo bien la forma literaria ya implica ficción en sí misma.) La idea es que, al escribir sobre uno mismo, uno tiende a justificarse o a ponerse en un plan en el que no estuvo en el momento en que pasaron las cosas, y es porque el ego se siente lastimadito cuando no hay justificación para ciertas cosas, tristes, sórdidas o ridículas.
Lo intenté por las fechas en que escribí el post en cuestión. Armé personajes, les asigné características bien estrictas, los puse a actuar y yo me puse a transcribir lo que hacían. A eso de las veintitantas cuartillas me trabé. No porque no hubiera material suficiente, ni porque los personajes no funcionaran, sino porque me di cuenta de que saldría un libro de lo más aburrido: repetitivo, freudiano (en el peor sentido: el que le han dado los freudianos, no Freud), lleno de efectismo para dar fuerza a ciertas cosas...
Obviamente es una incapacidad mía, o quizá por eso es que hay tantas novelas melodramáticas, ñoñas o baratamente heroicas que hablan acerca de las vidas de sus autores, procesándolas a través de personajes ad hoc. (Nunca he sabido qué tienen que hacer los ápices en esa frase hecha. Por cierto, "frase hecha" es también una frase hecha.) Lo que siento es que a partir de cierto punto hace falta meterle ficción al asunto, o el resultado será flojo o -como casi toda autobiografía- bastante falso.
Hay una autobiografía, por cierto, que es una maravilla: Kill-out (¿o era Kill-off?), del maestro Jim Thompson, novelista negro de personajes excepcionales, a quien le debo más de un punto y coma. (No se pierdan Pop. 1280, traducido como 1280 almas, ni Texas by the Tail, traducido simplemente como Texas.) Allí hay un personaje de vida real que puede convertirse a sí mismo en un personaje de ficción excepcional, y plantearse magníficamente. El problema -de ésa y de otras autobiografías- es que llega un momento en que no hay tensión narrativa: la vida real no es tan interesante como la vida de la ficción, y uno tampoco tiene tanto que contar, así sea Jim Thompson, que las vivió todas.
Así que me pongo a hacer lo mío y voy a ver cómo voy a usar el material que ya llevo escrito. Tendré que esperar, eso sí, a terminar un libro un tanto más urgente que tengo entre manos, algo sobre la historia "reciente" de El Salvador (en realidad la de hace 25 años) que me han encargado. Hace como cuatro años que dejé el periodismo por enésima vez, y me siento contento haciendo lo que estoy haciendo. Tanto así que el primer capítulo, que debía tener unas 30-35 cuartillas, quedó como en 90, y 75 de ellas son de texto propio (lo demás son citas). Del segundo y del tercero ya van 50 de cada uno. Para un libro que debía tener "unas 300 cuartillas" no está mal.
Nunca he escrito algo tan largo. Mi primera novela, Historia del traidor de Nunca Jamás, anda en las 60 cuartillas, por ejemplo, y Los héroes tienen sueño en setenta. Mis récords son De vez en cuando la muerte, con doscientas cuatro. y Réquiem para una señora sin canas, con ciento noventa. Por eso es que no puedo participar en concursos: piden 200 o 250, y no me da el pellejo para tanto.
Ya me dispersé. Cambio y fuera.

7 de agosto de 2005

La gota y el dolor

Ayer amanecí con un ataque de gota. La padezco desde que tenía 26 años, así que no vengan con eso de la vejez. Soy abstemio de tiempo completo y desde siempre; tampoco es el alcohol. Como poca carne, aunque en los últimos días... bueno... tampoco he comido tanta. Ácido úrico, en todo caso, y duele como el diablo. El concepto es bien sencillo: cristales de ácido úrico se concentran en una articulación, generalmente en una mano o un pie. Y ya. En la práctica, un punto del tamaño de la cabeza de un alfiler duele como todo un ejército de muelas bien dañadas.
Un poco de la Colchicina que mi madre me trae de Costa Rica (aquí en El Salvador no se consigue, y lo que hay no pega tan fuerte), un par de analgésicos de caballo y un masaje en el pie con Cofal han menguado bastante el asunto, y ya para mañana sólo quedará algún nervio exacerbado. Me ha ido bien: cierta vez en México, en 1998, un ataque llegó a durarme tres semanas, y de verdad que parecía estar en un Apocalipsis del tamaño de un Aleph.
Con eso de que me gustan los males psicosomáticos, hace unos años una novia que andaba en lo de las medicinas alternativas me regaló un libro, Tú puedes sanar tu vida, de Louise Hay, en una época en que tuve un ataque especialmente fuerte de gota y la migraña no me dejaba ni sudar, sin contar con un par de gripes espantosas y algunas cosas más. (Esa novia no iba a gastar en regalarme un libro, o cualquier cosa, si no hubiera visto que iba en serio.) Fue por el tiempo en que decidí salir de México y, por cierto, tronar con esa novia, después de tres años de altibajos.
En el libro busqué la sección dedicada a la gota y decía que la provoca el temor a avanzar, el miedo al futuro. Me pareció bastante lógico en el momento pues, ciencia aparte, la mayor parte de los ataques memorables han coincidido con decisiones bastante duras que tienen que ver con el futuro. Lo que pasa es que no hay modo de saber: uno siempre está tomando decisiones bastante duras que tienen que ver con el futuro, y no se la pasa cojeando por el mundo. Igual la migraña puede dar -en la lógica de Hay- porque uno no quiere pensar, y el dolor de espalda porque el peso del mundo. (Para la gripe no se me ocurre nada, y no tengo el libro de Hay a la mano.) Igual es el ácido úrico, una hernia de disco y falta de vitamina C. En toco caso, cada vez que siento que puede venir la gota, me veo en el espejo y digo: "¿Miedo al futuro? Naaa." A veces funciona.
De lo que quería hablar era del dolor de la gota, parecido a la ira de Dios, pero más agudo. En 2000, cuando murió mi padre, escribí un ensayo que se publicó en Costra Rica y El Salvador, y hubo una parte relativa al dolor que transcribo aquí. Hablaba del dolor del alma, pero cuando escribí esos párrafos sólo se me ocurrió la gota como medida posible.

El dolor es egoísta. Siempre. Sin excepciones.
El doliente no puede pensar más que en sí mismo. Por eso es tonto esperar que los suicidas tengan compasión de sus familias (“Su hija lo encontró, pobre niña, por qué no pensó en ella”), o que los depresivos terminales hagan algo más que ver la pared, o que los bebés con cólico dejen de llorar, llorar, llorar.
Puede no ser egoísta cierta aceptación de sufrir dolor, digamos, por una causa noble: el héroe que salva a una o tres o cuatro personas del incendio, la madre que protege al hijo con su cuerpo en la erupción del Etna. O trabajar excesivamente para que las cosas mejoren –la situación económica propia, la miseria de tanta gente–, sin importar las consecuencias ni el cansancio que, de verdad, en algún momento dejará de sentirse.
Pero llegado el dolor sólo hay egoísmo y retraimiento. Por eso detesto a los mártires profesionales: necesitan de los peores dolores o del deseo de las peores torturas para que su vida tenga sentido, y cada vez que dicen “Estoy dispuesto a...” sienten el dolor anticipadamente y se retuercen de placer. El pueblo, o la religión, o la patria –siempre una generalidad: ¿cómo puede individualizar un egoísta?– son el motivo declarado de su dolor futuro, que sin embargo disfrutan de antemano. Para el mártir el dolor no es un riesgo: es un objetivo.
Los que verdaderamente “están dispuestos a...” no se andan con justificaciones: simplemente hacen lo que tienen que hacer, y saben que todo tiene un precio; si pueden, se abstendrán de pagarlo. No son gente enferma: son gente que vive a secas, al igual que la gente que “no está dispuesta a...”, esa mayoría respetable.


Mi madre ha pasado por varios dolores extremos. Dice que el de parto es fuerte, pero que uno sabe que va a pasar en algún momento, y que uno puede hacer cosas para que pase. El cólico nefrítico, el peor, paraliza y llega un momento en que desaparece, de tan agudo que es. El de la gota -sí, lo heredé de ella-, según su definición, es "exquisito". El simple roce de una sábana de seda hace que uno se retuerza, un cambio de posición parece una explosión nuclear, el toque de una mano hace que uno vea rojo y pierda todo rastro de racionalidad. Y se mantiene constante durante horas y horas y horas, sin aumentar ni disminuir, pero no hay modo de olvidarlo o de lanzarlo a un rincón de la mente. Eso cuando no comienza a palpitar...
Mi madre no es una persona especialmente expresiva, pero cuando habla de dolores es una verdadera sibarita. Tampoco es que sea masoquista. ¿Qué sé yo lo que es mi mamá?

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Nota bene: recién publicado este post, cuando vi la fecha, me di cuenta de que hoy es el quinto aniversario exacto de la muerte de mi padre, y que sin pensarlo agarré el artículo sobre el dolor y puse aquí un fragmento. Con razón tuve una gripe la semana pasada, y estuve un par de días malo de la panza y qué sé yo... Silvia Castellanos, mi madre honoraria y médica de la familia, habla de los síndromes de aniversario y dice que después de la pérdida de alguien, durante años, pasan cosas en los días cercanos a la efemérides. Parece cierto. Había olvidado que mi padre murió en agosto, el día 7 para se precisos, y que ha sido uno de los peores días de mi vida. En honor suyo, voy a poner en mi otra página el ensayo completo que escribí en aquel entonces, publicado por la revista Forja de Costa Rica en su número de septiembre de 2000 y por Alkimia de El Salvador en diciembre.
Qué raro es uno...