11 de agosto de 2005

Siempre la ficción

En un post anterior, titulado Verdades y simulaciones, se me ocurrió que podía escribirse un libro acerca de uno mismo, estrictamente acerca de la vida de uno mismo, sin caer en el melodrama, la ñoñez o el heroísmo barato, asignándole la vida de uno a un personaje que tuviera las mismas características, paso a paso y arruga a arruga, pero que funcionara como un personaje de ficción. (No era de escribir una autobiografía, porque esas cosas a mí no mucho, sino una novela en la que no hubiera ficción, aunque pensándolo bien la forma literaria ya implica ficción en sí misma.) La idea es que, al escribir sobre uno mismo, uno tiende a justificarse o a ponerse en un plan en el que no estuvo en el momento en que pasaron las cosas, y es porque el ego se siente lastimadito cuando no hay justificación para ciertas cosas, tristes, sórdidas o ridículas.
Lo intenté por las fechas en que escribí el post en cuestión. Armé personajes, les asigné características bien estrictas, los puse a actuar y yo me puse a transcribir lo que hacían. A eso de las veintitantas cuartillas me trabé. No porque no hubiera material suficiente, ni porque los personajes no funcionaran, sino porque me di cuenta de que saldría un libro de lo más aburrido: repetitivo, freudiano (en el peor sentido: el que le han dado los freudianos, no Freud), lleno de efectismo para dar fuerza a ciertas cosas...
Obviamente es una incapacidad mía, o quizá por eso es que hay tantas novelas melodramáticas, ñoñas o baratamente heroicas que hablan acerca de las vidas de sus autores, procesándolas a través de personajes ad hoc. (Nunca he sabido qué tienen que hacer los ápices en esa frase hecha. Por cierto, "frase hecha" es también una frase hecha.) Lo que siento es que a partir de cierto punto hace falta meterle ficción al asunto, o el resultado será flojo o -como casi toda autobiografía- bastante falso.
Hay una autobiografía, por cierto, que es una maravilla: Kill-out (¿o era Kill-off?), del maestro Jim Thompson, novelista negro de personajes excepcionales, a quien le debo más de un punto y coma. (No se pierdan Pop. 1280, traducido como 1280 almas, ni Texas by the Tail, traducido simplemente como Texas.) Allí hay un personaje de vida real que puede convertirse a sí mismo en un personaje de ficción excepcional, y plantearse magníficamente. El problema -de ésa y de otras autobiografías- es que llega un momento en que no hay tensión narrativa: la vida real no es tan interesante como la vida de la ficción, y uno tampoco tiene tanto que contar, así sea Jim Thompson, que las vivió todas.
Así que me pongo a hacer lo mío y voy a ver cómo voy a usar el material que ya llevo escrito. Tendré que esperar, eso sí, a terminar un libro un tanto más urgente que tengo entre manos, algo sobre la historia "reciente" de El Salvador (en realidad la de hace 25 años) que me han encargado. Hace como cuatro años que dejé el periodismo por enésima vez, y me siento contento haciendo lo que estoy haciendo. Tanto así que el primer capítulo, que debía tener unas 30-35 cuartillas, quedó como en 90, y 75 de ellas son de texto propio (lo demás son citas). Del segundo y del tercero ya van 50 de cada uno. Para un libro que debía tener "unas 300 cuartillas" no está mal.
Nunca he escrito algo tan largo. Mi primera novela, Historia del traidor de Nunca Jamás, anda en las 60 cuartillas, por ejemplo, y Los héroes tienen sueño en setenta. Mis récords son De vez en cuando la muerte, con doscientas cuatro. y Réquiem para una señora sin canas, con ciento noventa. Por eso es que no puedo participar en concursos: piden 200 o 250, y no me da el pellejo para tanto.
Ya me dispersé. Cambio y fuera.

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