Paquete de por allá
Desde 1997 o 1998 no compraba en Amazon.com, y muy pocas cosas --boletos de avión y algún software-- pagaba por internet.
Mi experiencia era mala. No por los de Amazon, que siempre han sido muy correctos, sino por el correo mexicano. Hubo paquetes que llegaron abiertos, se robaron un par (no sé si eso siga pasando, pero era muy frecuente en aquellos ayeres) y con Barnes & Noble tuve mala suerte: encargué el segundo tomo de los prólogos de Bernard Shaw, me lo cobraron, juraron que lo habían enviado y... el libro no existía. Estaba agotado. No lo tenían ni lo habían enviado. Mandé un par de cartas y, cuando por fin me contestaron, de mala gana y en feos términos me reintegraron el dinero... menos los gastos de un envío que no habían hecho.
Hace poco menos de tres semanas me atreví y pedí algunas cosas; el correo salvadoreño es bastante bueno --o mejor que todos los otros de los que tengo noticia-- y varios amigos compran en Amazon sin problemas.
Y lo que pedi no fueron novedades, ni mucho menos. En onda borgiana, llega un momento en que uno se dedica a releer, y en este caso a reoír y rever. No sé si haya llegado a ese punto, pero aquí está el reporte de lo que me llegó hoy, y que ya estoy disfrutando.
No creo exagerar si digo que Pop. 1280 (traducida como 1280 almas) es la mejor novela negra que se haya concebido, escrito, publicado y leído, y muy, muy cerca de ella pondría El largo adiós, de Raymond Chandler; los cuentos del "Detective de la Continental" y Cosecha roja, de Dashiell Hammett, y desde luego They shoot horses, don't they?, de Horace McCoy, que comentaba por aquí hace unos días. (Hay más: Un ciego con una pistola o Todos muertos o Por amor a Immabelle, de Chester Himes; El cartero llama dos veces, de James Cain, etcétera, pero no llegan a esos niveles ni son tan... uh... paradigmáticas, digamos).
Lo interesante de Pop. 1280 es que rompe con el rollo de que la novela negra es sinónimo de novela detectivesca, como querían Hammett --el creador del género-- y Chandler --su profeta. Ni siquiera debe existir un policía, un patrullero, un curioso que quiere averiguar quién mató al canarito de Mrs. Heavybottom. Y el protagonista, desde Thompson, no tiene por qué ser el bueno de la película, incluso en los difusos márgenes de bien y mal que maneja el género.
El protagonista de esya novela es el sheriff de un pinche pueblo del sur de Estados Unidos, con una población de 1280 personas, como lo señala el cartel que está a la entrada de la calle principal, que seguro es la única. Se acercan las elecciones y él quiere quedar nuevamente, pero sabe que es imposible: no sólo hay un mejor candidato, honesto y con mayor credibilidad, sino que el protagonista --que es quien cuenta la historia en estricta primera persona del singular-- es lo más parecido que hay a un mal tipo. Corrupto, racista, de un machismo asqueroso, vengativo, cínico, sabe que en unos días se le acabarán sus dos mil dólares anuales --"más lo que pueda pescar por allí"--, vivienda gratis en la segunda planta de la corte de justicia y, lo más importante, un baño privado, uno de los muy pocos que existen en el pueblo, con regadera, retrete y todo. Y debe tantas que están a punto de estallarle en la cara, con lo que no sólo perderá los privilegios, sino que puede terminar en la cárcel o, en el mejor de los casos, lejos de allí, sin un centavo y sin saber hacer nada más que cosas feas para ganarse la vida.
Así que se pone a ver cómo ganar unas elecciones imposibles, y para eso usa las calumnias más viles --sabiamente propaladas--, golpea, amenaza, se alía más con el Diablo que con Dios y... bueno... hay que cambiar en el cartel la cantidad de personas que viven en el pueblo, y no precisamente a la alta. Todo ello escrito en un lenguaje ante el cual sólo hay de dos: tirar el libro a la basura o comérselo completo. En mi caso lo he leído media docena de veces, y lo he tenido dos --ésta es la tercera--; la primera se la regalé a mi padre, ya bastante deteriorada, y la segunda aún no me la han devuelto ("Este viernes sin falta, en serio").
En novela negra tengo dos maestros: Rafael Bernal (El complot mongol) y Jim Thompson, por varias de sus novelas. Sus personajes son maravillosos: obsesivos, sin escrúpulos y a la vez inocentes, golpeados hasta el borde de la insensibilidad y sin embargo inteligentes, y sin embargo, en el fondo, buenas personas. Su libro más famoso, Texas by the Tail, es otro de los grandes del género (y no digo "de los grandes clásicos" porque es un libro vivo, y "clasico" a veces suena a polilla instantánea, que me perdone Spielberg). Su autobiografía, Rough Neck, es uno de los libros más desconcertantes que he leído, y quizá más apasionante que la mayoría de sus novelas. En apenas unos minutos ya me leí un par de capítulos de Pop. 1280. Si la encuentran, no la dejen pasar.
Y todos tenemos, desde luego, nuestro lado fresa. Una parte del mío son ciertas películas que veo una y otra y otra vez, hasta que Krisma me dice que ya, que es la tercera vez en la semana y que no acapare la tele. Es el caso de Legalmente rubia. Si está, la pongo y la veo, no importa si está enpezando o va a la mitad. (Todavía no me sale vien el "Bend and Snap", pero qué diablos.) Otra, que me regalaron unos amigos, es The Princess Bride. Otra, Miss Simpatía, la primera. Otra que no veo desde hace un par de años (treinta o más veces han sido suficientes hasta ahora) es El quinto elemento. Ya me pasó la etapa de Aladdin, El rey león, Shrek (1 y 2), Lilo y Stitch y Toy Story, quizá porque allí tenemos las películas y necesito tomarme un aire después de verlas tantas veces.
Pero en un lugar especial está The Breakfast Club, el paradigma del teenage movie gringo de los ochenta. La he llegado a ver tres veces en dos días. (Claro que fue cuando la conocí...), y cada vez la pasan menos por el cable, así que la pedí también.
La historia es simple: cinco chavos totalmente diferentes (un nerd, un "criminal", una chica fresa, un deportista y una... uh... no sabría cómo calificarla) tienen que llegar un sábado a la escuela durate toda la mañana, castigados, y son vigilados --o descuidados-- por un maestro mediocre que a su vez se siente castigado, pero el único poder que tiene sobre los chavos es ser su carcelero.
De manera previsible, los cinco chavos chocan inicialmente y luego van haciendo una amistad bastante particular. Chida película, sin muchas complicaciones, pero de tanta profundidad como uno esté dispuesto a encontrarle. La tradujeron al español como El club de los cinco. No recomiendo ésa ni otras porque ya sé que el political correctness dice que un escritor casi cincuentón, con un chorro de libros publicados por todas partes, debe ser serio y circunspecto e ir más bien por el lado de Rojo, Azul y Blanco, que en general me pudren. Pero igual pueden dejar un rato el cine vietnamita o malgache y ponerse a ver ésta. (No se pierdan la escena del baile en la biblioteca.)
The Rocky Horror Picture Show es otra frecuencia. Filmada en 1975, durante muchos años se mantuvo en los círculos underground no sólo de Estados Unidos, sino de todas partes. Vaya: hay cadenas de cines gringos en las que todavía está prohibido pasarla, y ordenanzas municipales y todo el asunto.
Lo que más me gusta de la película es la música; rocanrolito puro. De hecho me gusta más cómo les quedó la música en la versión original para teatro, pero no me quejo. (Tengo aquí la colección completa de la música de las versiones, como ocho, y las oigo con cierta regularidad. Genial en cualquiera de sus formas.)
La historia es... bueno... muy setentera, si me preguntan. Un travesti del planeta Transilvania (¿?) crea a una criatura que es un fisicoculturista medio estúpido al que bautiza como Rocky. El travesti es, desde luego, el doctor Frank N. Furter, o sea un juego de palabras que tiene que ver con salchichas. A una pareja de recién comprometidos (el papel femenino está a cargo de Susan Sarandon, en su primera aparición protagónica) se le arruina el carro, después de asistir a una boda, y en medio de una tormenta se encuentra con un castillo siniestro donde se hace una reunión de gente de Transilvania para celebrar el nacimiento de Rocky, a quien el doctor Frank N. Furter no quiere precisamente para discutir a Schopenhauer.
En fin, travestismo, bisexualidad, homosexualidad, machismo, lo que sea, son tratados de una manera bastante irreverente --y a veces dolorosamente acertada--, y la música simplemente no tiene madre.
La tenía en videocassette, la perdí y la pirateé también en videocassette, hace unos meses la bajé en formato AVI y, lo lamento, la piratería no fue suficiente, así que la mandé traer.
Comentábamos hace unos meses con Salvador Canjura, Osmín Magaña y Aldebarán que quizá con esta película se abre oficialmente, en el cine, el asunto del entonces llamado "tercer sexo", y se le da el carácter de tema válido para una película, en una época en que las simples insinuaciones resultaban escandalosas. Y sólo con esa desfachatez y ese sentido del humor violentísimo --¡y esa música!-- podía tener el impacto que tuvo y aún tiene. Quizá es un equivalente, mucho más fuerte, a Jesucristo superestrella, prohibida por el papa Pablo VI y denigrada por cuanta asociación católica de damas, caballeros y jóvenes reprimidos se le puso al paso. La diferencia es que JC envejeció, aunque sea un parámetro y uno de los mejores musicales que se han hecho; creo que The Rocky Horror Picture Show sigue vigente.
Ah: creo que Tim Curry, el travesti de Transilvania, debió dedicarse más a cantar que a actuar. No es que actúe mal (una vez hizo un Richelieu espléndido), sino que cantaba terriblemente bien. Años después dio un par de conciertos y ya la voz se le había ido. Lástima.
Apenas unos meses después de la muerte de Charlie Parker, y muy poco antes de su malogrado cumpleaños número 35, el 5 de agosto de 1955, Miles Davis y el vibrafonista Milt Jackson se reunieron con la banda de este último y armaron un disco sin título, que en general pasa desapercibido en la discografía de ambos. Incluso el color de la carátula cambia según la edición; la he visto en verde y amarillo, y a mí me tocó que me llegara la azul. (Era la más barata, qué quieren, y trae exactamente lo mismo que las otras.)
Lo interesante de este disco es que, de un modo tácito, es un homenaje a Charlie Parker y a la vez una ruptura con el maestro., que por cierto no era mucho mayor que ellos.
Los cuatro temas que conforman el disco (y que apenas rebasarán los treinta minutos) comienzan con riffs que ya pronostican el hard bop, en especial Minor March, el tercer tema, pero el desarrollo de las piezas es mucho más libre que en el bop, sin las rígidas y sin embargo deliciosas estructuras fijadas por Parker y Gillespie. (Para ese entonces Dizzy andaba buscando por el lado del jazz latino junto con Chano Pozo.) Es un jazz que en términos del bop tradicional sonará... uh... light, pero en términos de jazz puro es... bueno... jazz puro. Hay por allí algunos vislumbres del cool, que sería lo siguiente que desarrollaría Miles (ya andaba en ésas, pero aún se oía bien tosco). Los solos de él y de Jackson son esplendorosos, y además suenan cuando se les pega la gana, cuando hace falta o cuando se les ocurre. En una de las piezas, por ejemplo, Miles se echa dos solos, y todos felices, y en otra Milt Jackson se pasa de los compases que teóricamente le corresponden, e igual, todos felices.
Y brillante la participación de Jackie McLean en "Dr. Jackle" y "Minor March" en el sax tenor, sobre todo en la segunda pieza, que es de su autoría.
Y, bueno, uno es un organismo simple, pero la simpleza puede tener muchas facetas. Aquí están algunas de las mías.
Luego sigo con unas películas que compré hace poco. También están de no perdérselas. Ahora me voy a cenar unas deliciosas mollejas con arroz que cocinó Krisma.
Mi experiencia era mala. No por los de Amazon, que siempre han sido muy correctos, sino por el correo mexicano. Hubo paquetes que llegaron abiertos, se robaron un par (no sé si eso siga pasando, pero era muy frecuente en aquellos ayeres) y con Barnes & Noble tuve mala suerte: encargué el segundo tomo de los prólogos de Bernard Shaw, me lo cobraron, juraron que lo habían enviado y... el libro no existía. Estaba agotado. No lo tenían ni lo habían enviado. Mandé un par de cartas y, cuando por fin me contestaron, de mala gana y en feos términos me reintegraron el dinero... menos los gastos de un envío que no habían hecho.
Hace poco menos de tres semanas me atreví y pedí algunas cosas; el correo salvadoreño es bastante bueno --o mejor que todos los otros de los que tengo noticia-- y varios amigos compran en Amazon sin problemas.
Y lo que pedi no fueron novedades, ni mucho menos. En onda borgiana, llega un momento en que uno se dedica a releer, y en este caso a reoír y rever. No sé si haya llegado a ese punto, pero aquí está el reporte de lo que me llegó hoy, y que ya estoy disfrutando.
* * *
No creo exagerar si digo que Pop. 1280 (traducida como 1280 almas) es la mejor novela negra que se haya concebido, escrito, publicado y leído, y muy, muy cerca de ella pondría El largo adiós, de Raymond Chandler; los cuentos del "Detective de la Continental" y Cosecha roja, de Dashiell Hammett, y desde luego They shoot horses, don't they?, de Horace McCoy, que comentaba por aquí hace unos días. (Hay más: Un ciego con una pistola o Todos muertos o Por amor a Immabelle, de Chester Himes; El cartero llama dos veces, de James Cain, etcétera, pero no llegan a esos niveles ni son tan... uh... paradigmáticas, digamos).
Lo interesante de Pop. 1280 es que rompe con el rollo de que la novela negra es sinónimo de novela detectivesca, como querían Hammett --el creador del género-- y Chandler --su profeta. Ni siquiera debe existir un policía, un patrullero, un curioso que quiere averiguar quién mató al canarito de Mrs. Heavybottom. Y el protagonista, desde Thompson, no tiene por qué ser el bueno de la película, incluso en los difusos márgenes de bien y mal que maneja el género.
El protagonista de esya novela es el sheriff de un pinche pueblo del sur de Estados Unidos, con una población de 1280 personas, como lo señala el cartel que está a la entrada de la calle principal, que seguro es la única. Se acercan las elecciones y él quiere quedar nuevamente, pero sabe que es imposible: no sólo hay un mejor candidato, honesto y con mayor credibilidad, sino que el protagonista --que es quien cuenta la historia en estricta primera persona del singular-- es lo más parecido que hay a un mal tipo. Corrupto, racista, de un machismo asqueroso, vengativo, cínico, sabe que en unos días se le acabarán sus dos mil dólares anuales --"más lo que pueda pescar por allí"--, vivienda gratis en la segunda planta de la corte de justicia y, lo más importante, un baño privado, uno de los muy pocos que existen en el pueblo, con regadera, retrete y todo. Y debe tantas que están a punto de estallarle en la cara, con lo que no sólo perderá los privilegios, sino que puede terminar en la cárcel o, en el mejor de los casos, lejos de allí, sin un centavo y sin saber hacer nada más que cosas feas para ganarse la vida.
Así que se pone a ver cómo ganar unas elecciones imposibles, y para eso usa las calumnias más viles --sabiamente propaladas--, golpea, amenaza, se alía más con el Diablo que con Dios y... bueno... hay que cambiar en el cartel la cantidad de personas que viven en el pueblo, y no precisamente a la alta. Todo ello escrito en un lenguaje ante el cual sólo hay de dos: tirar el libro a la basura o comérselo completo. En mi caso lo he leído media docena de veces, y lo he tenido dos --ésta es la tercera--; la primera se la regalé a mi padre, ya bastante deteriorada, y la segunda aún no me la han devuelto ("Este viernes sin falta, en serio").
En novela negra tengo dos maestros: Rafael Bernal (El complot mongol) y Jim Thompson, por varias de sus novelas. Sus personajes son maravillosos: obsesivos, sin escrúpulos y a la vez inocentes, golpeados hasta el borde de la insensibilidad y sin embargo inteligentes, y sin embargo, en el fondo, buenas personas. Su libro más famoso, Texas by the Tail, es otro de los grandes del género (y no digo "de los grandes clásicos" porque es un libro vivo, y "clasico" a veces suena a polilla instantánea, que me perdone Spielberg). Su autobiografía, Rough Neck, es uno de los libros más desconcertantes que he leído, y quizá más apasionante que la mayoría de sus novelas. En apenas unos minutos ya me leí un par de capítulos de Pop. 1280. Si la encuentran, no la dejen pasar.
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Y todos tenemos, desde luego, nuestro lado fresa. Una parte del mío son ciertas películas que veo una y otra y otra vez, hasta que Krisma me dice que ya, que es la tercera vez en la semana y que no acapare la tele. Es el caso de Legalmente rubia. Si está, la pongo y la veo, no importa si está enpezando o va a la mitad. (Todavía no me sale vien el "Bend and Snap", pero qué diablos.) Otra, que me regalaron unos amigos, es The Princess Bride. Otra, Miss Simpatía, la primera. Otra que no veo desde hace un par de años (treinta o más veces han sido suficientes hasta ahora) es El quinto elemento. Ya me pasó la etapa de Aladdin, El rey león, Shrek (1 y 2), Lilo y Stitch y Toy Story, quizá porque allí tenemos las películas y necesito tomarme un aire después de verlas tantas veces.
Pero en un lugar especial está The Breakfast Club, el paradigma del teenage movie gringo de los ochenta. La he llegado a ver tres veces en dos días. (Claro que fue cuando la conocí...), y cada vez la pasan menos por el cable, así que la pedí también.
La historia es simple: cinco chavos totalmente diferentes (un nerd, un "criminal", una chica fresa, un deportista y una... uh... no sabría cómo calificarla) tienen que llegar un sábado a la escuela durate toda la mañana, castigados, y son vigilados --o descuidados-- por un maestro mediocre que a su vez se siente castigado, pero el único poder que tiene sobre los chavos es ser su carcelero.
De manera previsible, los cinco chavos chocan inicialmente y luego van haciendo una amistad bastante particular. Chida película, sin muchas complicaciones, pero de tanta profundidad como uno esté dispuesto a encontrarle. La tradujeron al español como El club de los cinco. No recomiendo ésa ni otras porque ya sé que el political correctness dice que un escritor casi cincuentón, con un chorro de libros publicados por todas partes, debe ser serio y circunspecto e ir más bien por el lado de Rojo, Azul y Blanco, que en general me pudren. Pero igual pueden dejar un rato el cine vietnamita o malgache y ponerse a ver ésta. (No se pierdan la escena del baile en la biblioteca.)
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The Rocky Horror Picture Show es otra frecuencia. Filmada en 1975, durante muchos años se mantuvo en los círculos underground no sólo de Estados Unidos, sino de todas partes. Vaya: hay cadenas de cines gringos en las que todavía está prohibido pasarla, y ordenanzas municipales y todo el asunto.
Lo que más me gusta de la película es la música; rocanrolito puro. De hecho me gusta más cómo les quedó la música en la versión original para teatro, pero no me quejo. (Tengo aquí la colección completa de la música de las versiones, como ocho, y las oigo con cierta regularidad. Genial en cualquiera de sus formas.)
La historia es... bueno... muy setentera, si me preguntan. Un travesti del planeta Transilvania (¿?) crea a una criatura que es un fisicoculturista medio estúpido al que bautiza como Rocky. El travesti es, desde luego, el doctor Frank N. Furter, o sea un juego de palabras que tiene que ver con salchichas. A una pareja de recién comprometidos (el papel femenino está a cargo de Susan Sarandon, en su primera aparición protagónica) se le arruina el carro, después de asistir a una boda, y en medio de una tormenta se encuentra con un castillo siniestro donde se hace una reunión de gente de Transilvania para celebrar el nacimiento de Rocky, a quien el doctor Frank N. Furter no quiere precisamente para discutir a Schopenhauer.
En fin, travestismo, bisexualidad, homosexualidad, machismo, lo que sea, son tratados de una manera bastante irreverente --y a veces dolorosamente acertada--, y la música simplemente no tiene madre.
La tenía en videocassette, la perdí y la pirateé también en videocassette, hace unos meses la bajé en formato AVI y, lo lamento, la piratería no fue suficiente, así que la mandé traer.
Comentábamos hace unos meses con Salvador Canjura, Osmín Magaña y Aldebarán que quizá con esta película se abre oficialmente, en el cine, el asunto del entonces llamado "tercer sexo", y se le da el carácter de tema válido para una película, en una época en que las simples insinuaciones resultaban escandalosas. Y sólo con esa desfachatez y ese sentido del humor violentísimo --¡y esa música!-- podía tener el impacto que tuvo y aún tiene. Quizá es un equivalente, mucho más fuerte, a Jesucristo superestrella, prohibida por el papa Pablo VI y denigrada por cuanta asociación católica de damas, caballeros y jóvenes reprimidos se le puso al paso. La diferencia es que JC envejeció, aunque sea un parámetro y uno de los mejores musicales que se han hecho; creo que The Rocky Horror Picture Show sigue vigente.
Ah: creo que Tim Curry, el travesti de Transilvania, debió dedicarse más a cantar que a actuar. No es que actúe mal (una vez hizo un Richelieu espléndido), sino que cantaba terriblemente bien. Años después dio un par de conciertos y ya la voz se le había ido. Lástima.
* * *
Apenas unos meses después de la muerte de Charlie Parker, y muy poco antes de su malogrado cumpleaños número 35, el 5 de agosto de 1955, Miles Davis y el vibrafonista Milt Jackson se reunieron con la banda de este último y armaron un disco sin título, que en general pasa desapercibido en la discografía de ambos. Incluso el color de la carátula cambia según la edición; la he visto en verde y amarillo, y a mí me tocó que me llegara la azul. (Era la más barata, qué quieren, y trae exactamente lo mismo que las otras.)
Lo interesante de este disco es que, de un modo tácito, es un homenaje a Charlie Parker y a la vez una ruptura con el maestro., que por cierto no era mucho mayor que ellos.
Los cuatro temas que conforman el disco (y que apenas rebasarán los treinta minutos) comienzan con riffs que ya pronostican el hard bop, en especial Minor March, el tercer tema, pero el desarrollo de las piezas es mucho más libre que en el bop, sin las rígidas y sin embargo deliciosas estructuras fijadas por Parker y Gillespie. (Para ese entonces Dizzy andaba buscando por el lado del jazz latino junto con Chano Pozo.) Es un jazz que en términos del bop tradicional sonará... uh... light, pero en términos de jazz puro es... bueno... jazz puro. Hay por allí algunos vislumbres del cool, que sería lo siguiente que desarrollaría Miles (ya andaba en ésas, pero aún se oía bien tosco). Los solos de él y de Jackson son esplendorosos, y además suenan cuando se les pega la gana, cuando hace falta o cuando se les ocurre. En una de las piezas, por ejemplo, Miles se echa dos solos, y todos felices, y en otra Milt Jackson se pasa de los compases que teóricamente le corresponden, e igual, todos felices.
Y brillante la participación de Jackie McLean en "Dr. Jackle" y "Minor March" en el sax tenor, sobre todo en la segunda pieza, que es de su autoría.
Y, bueno, uno es un organismo simple, pero la simpleza puede tener muchas facetas. Aquí están algunas de las mías.
Luego sigo con unas películas que compré hace poco. También están de no perdérselas. Ahora me voy a cenar unas deliciosas mollejas con arroz que cocinó Krisma.
4 comentarios:
Que ya no escribe en Centroamerica 21? Me quede esperando su articulo.
miles esmiles, jejejejeje ese es un buen disco de miles.
de peliculas iltimamente he estado mas con las serias me avente jericho por segunda ves y se la preste a ranllus para que se diera un quemon.
tambien vi por 3ra vez band of brothers que no deja de sorprenderme.
saludos por alla
Siempre es mejor el original que la copia, y Miles se merece un original. He visto en Amazon las sesiones completas de Miles y Trane en Columbia...digo, por si acaso...
Un gran saludo desde la capital mas cercana al cielo.
yo recuerdo la pelicula de the rocky horror show jajaja pero no recuerdo ke le haya entendido pues era muy pekeña cuando la veia jajaja beso!!!!
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