Convalecencia y año nuevo
Me he dedicado con demasiado empeño a la convalecencia, esto es: mucho reposo (incluye pasarse horas y horas frente a la tele, en ese sofá delicioso que compramos gracias a la sana insistencia de Krisma), algo de ejercicio (tuve que reaprender a caminar después de casi tres meses sin salir de la cama) y comida incluso en exceso (me gasté toda la grasa y parte de los músculos en recuperarme de las cinco operaciones).
En general, me paso un día completo en casa y al siguiente salgo a alguna parte. La vez que caminé unos doscientos metros fue extenuante; dos días después fue un kilómetro y medio, y lo soporté tan bien como los diez o doce pasos cortos que logré dar el primer día que me puse de pie. Ahora ya he podido ir al supermercado un par de veces, yo solo, sin pagar con más de una hora de siesta. Incluso el 31 de diciembre, además del viaje al súper, me hice cargo de cocinar una parte de la cena, y no me pesaron las horas que me pasé de pie preparando el relleno y ayudándole a Krisma con el pavo. El día 3 comenzaré a trabajar en forma en el taller de La Casa, que nunca dejó de impartirse (gracias, compañeros), y quiero estar en la mejor forma posible. No será la forma ideal, pero en serio que no será tan mala como la de hace tres semanas y media, cuando tuvieron a bien darme de alta.
Lo que me falta aún es retomar la costumbre de escribir y leer, y debo hacerlo también lo más pronto posible. No sólo por las cosas que tengo pendientes en la Secretaría de Cultura, ni porque sea parte fundamental del oficio, sino por simple salud. Casi no escribí –excepto algunas páginas en noviembre– durante el tiempo que estuve en el hospital, y menos leí. Además de sanar, me dediqué a pensar y pensar y más pensar, y creo que me he cargado demasiado de cosas que debo soltar. La prueba es que en los últimos días me ha pescado un insomnio infame –todos los insomnios lo son– y una tensión que no se quita con té de manzanilla (compré una caja con cien sobres, por cierto) ni con las pastillas que me dejaron para esos menesteres.
El problema es que no sé qué escribir. Tengo un montón de textos a medias y proyectos pendientes, pero no he tenido ánimos de revisarlos. Más que ánimos, ganas. Y, más que eso, creo que antes de seguir con los pendientes tengo que soltar cosas nuevas relacionadas con mi reciente temporada en el infierno. Y allí es donde la puerca tuerce el rabo: hay temas de los que me da miedo escribir. No porque alguien se vaya a enterar, sino por el hecho de que ocurrieron, e invocarlos es volver a vivirlos, y no quiero; aún no he sanado por completo. Sería hablar de algo que aún me está pasando, o que podría volver a pasarme con un simple descuido. Podría tomarlo por el otro lado: en vez de una invocación, se trataría de un exorcismo. Quizá. Pero no se trata de tenerlo claro racionalmente, sino que se me mueven palanquitas irracionales que quizá no podría poner de nuevo en su lugar. Está por verse; aún están muy cerca los demonios.
Lo que sé es que llegué a 2010 (en algún momento pareció que no lo lograría). Y hay planes y asuntos que echar a andar, y espero que la energía alcance para todo. Y, en fin, estoy en la mañana de un sábado 2 de enero pensando que habría que poner un post acerca del año nuevo y los buenos deseos para todos. Y claro que tengo buenos deseos para todos, porque de otro modo no tendría chiste, pero tengo sobre todo un agradecimiento muy especial hacia los amigos, que son más de los que pudiera creer y cuyo cariño y solidaridad me ayudaron a vivir. (A Krisma mis agradecimientos se los doy aparte, perdonarán.)
Veamos, pues, qué sigue.
En general, me paso un día completo en casa y al siguiente salgo a alguna parte. La vez que caminé unos doscientos metros fue extenuante; dos días después fue un kilómetro y medio, y lo soporté tan bien como los diez o doce pasos cortos que logré dar el primer día que me puse de pie. Ahora ya he podido ir al supermercado un par de veces, yo solo, sin pagar con más de una hora de siesta. Incluso el 31 de diciembre, además del viaje al súper, me hice cargo de cocinar una parte de la cena, y no me pesaron las horas que me pasé de pie preparando el relleno y ayudándole a Krisma con el pavo. El día 3 comenzaré a trabajar en forma en el taller de La Casa, que nunca dejó de impartirse (gracias, compañeros), y quiero estar en la mejor forma posible. No será la forma ideal, pero en serio que no será tan mala como la de hace tres semanas y media, cuando tuvieron a bien darme de alta.
Lo que me falta aún es retomar la costumbre de escribir y leer, y debo hacerlo también lo más pronto posible. No sólo por las cosas que tengo pendientes en la Secretaría de Cultura, ni porque sea parte fundamental del oficio, sino por simple salud. Casi no escribí –excepto algunas páginas en noviembre– durante el tiempo que estuve en el hospital, y menos leí. Además de sanar, me dediqué a pensar y pensar y más pensar, y creo que me he cargado demasiado de cosas que debo soltar. La prueba es que en los últimos días me ha pescado un insomnio infame –todos los insomnios lo son– y una tensión que no se quita con té de manzanilla (compré una caja con cien sobres, por cierto) ni con las pastillas que me dejaron para esos menesteres.
El problema es que no sé qué escribir. Tengo un montón de textos a medias y proyectos pendientes, pero no he tenido ánimos de revisarlos. Más que ánimos, ganas. Y, más que eso, creo que antes de seguir con los pendientes tengo que soltar cosas nuevas relacionadas con mi reciente temporada en el infierno. Y allí es donde la puerca tuerce el rabo: hay temas de los que me da miedo escribir. No porque alguien se vaya a enterar, sino por el hecho de que ocurrieron, e invocarlos es volver a vivirlos, y no quiero; aún no he sanado por completo. Sería hablar de algo que aún me está pasando, o que podría volver a pasarme con un simple descuido. Podría tomarlo por el otro lado: en vez de una invocación, se trataría de un exorcismo. Quizá. Pero no se trata de tenerlo claro racionalmente, sino que se me mueven palanquitas irracionales que quizá no podría poner de nuevo en su lugar. Está por verse; aún están muy cerca los demonios.
Lo que sé es que llegué a 2010 (en algún momento pareció que no lo lograría). Y hay planes y asuntos que echar a andar, y espero que la energía alcance para todo. Y, en fin, estoy en la mañana de un sábado 2 de enero pensando que habría que poner un post acerca del año nuevo y los buenos deseos para todos. Y claro que tengo buenos deseos para todos, porque de otro modo no tendría chiste, pero tengo sobre todo un agradecimiento muy especial hacia los amigos, que son más de los que pudiera creer y cuyo cariño y solidaridad me ayudaron a vivir. (A Krisma mis agradecimientos se los doy aparte, perdonarán.)
Veamos, pues, qué sigue.
6 comentarios:
Rafa:
Lo primero es desearte que el año que se nos fue encima sin que nos dieramos cuenta y que según una teoría de trasnochada he declarado el verdadero inicio del Siglo XXI, sea para vos de gran provecho.
Lo segundo es que hay que darle tiempo al tiempo y te recuerdo que vicios como andar en bicicleta nunca se olvidan, mucho menos eso de escribir y leer (título de un librito de Masferrer), vicios estos poco compartidos, según don Alberto, por muy pocos en nuestro paísito.
Tercero, un abrazo fuerte.
Carlos.
Una alegría tenerte en este 2010 Rafa.
Cuando pueda llego a La Casa, ya me hace MUCHA falta.
Rafael, sigue descansando y llenándote poco a poco de todo lo que se te había derretido en estos tres meses. Camina, come, comparte con Krisma y Valeria, así se te irán recargando las baterías. Lee si tienes ganas, escribe si tienes ganas y sino no. Llenate primero de energía: el resto seguirá. Un abrazo y feliz año nuevo.
Rafael, espero que el vicio de vivir no se te cure pues asi qualquier infierno se hace comedia al enfrentarlo.
Solo de imaginar ese sofá me dio envidia... un buen año para ti
He leído tu texto muchas veces a lo largo de estos últimos doce días y cada vez noto énfasis diferentes en tus palabras.
Feliz año y no sabes que bueno es volver a platicar contigo.
Deseos infinitos de más salud y muchos, muchos proyectos.
Abrazos fraternos
Lya.
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