Corazonadas, correcciones y ripios
Estoy revisando la primera parte de una novela que empecé en octubre pasado, y de la que he hablando aquí incluso más de la cuenta, con fotos de cuadernos franceses y todo.
Hace dos o tres meses traté de darle una revisión a fondo y simplemente no pude. La rechacé. No me gustó el modo en que estaba escrita, con todo y que lo demás --la historia, los personajes-- me encantaba. (Se está armando un mundo rarísimo, de ésos en los que a uno no le gustaría vivir, aunque nunca estaría de más conocer.) Ponía una corrección y pensaba que había que refrasear el párrafo completo, y, según mi estilo de corrección, eso equivalía a la larga a reescribir todo, algo que no podría hacer: el momento de "crear" ha pasado, y sólo queda aceptar lo que hay o desecharlo (con hartas posibilidades de que después se pueda pedacear y sirva para algo más).
El lunes pasado me puse, pues, a checar otra vez el texto. Había correcciones en una versión impresa, que me parecieron adecuadas, pero me di cuenta de que había muchas que eran innecesarias o imprecisas, y que mucho del texto original estaba bien. Así que me puse a revisar en pantalla y, sí, salvo algunas repeticiones innecesarias --hay otras necesarias--, me pareció un texto sólido. Me había pasado algo que he visto a cada momento en los compañeros de La Casa: cambió mi modo de narrar, mi registro, los temas son nuevos, los personajes están armados de otro modo, y rechacé el texto porque no se parece a nada que haya escrito antes. Después de dejarlo reposar un rato más o menos largo, pude verlo más en perspectiva, e incluso disfrutarlo.
Le conté a Thierry Davo un poco de esto, y entre otras cosas me contestó:
A veces me pasa que reviso cuadernos antiguos o últimos borradores y me pregunto: "¿Por qué quité esta parte, si estaba muy bien?" Buenos pasajes, buenas frases, cosas que podrían enriquecer la trama y, zaz, me doy cuenta de que las he quitado. Después reviso el producto final y me doy cuenta de que, si hubiera dejado esos pasajes y frases, la novela hubiese quedado floja, o hubiese habido pequeñas contradicciones que, en el conjunto, hubieran dado una sensación de "no realidad". Cosas muy buenas que sin embargo eran ripio, pues. De algunos de estos ripios han salido cosas, como el cuento "El cubano", que a Thierry le gusta y a mí no demasiado, que se publicó el año pasado o antepasado en la antología Tiempo de narrar, de Francisco Alejandro Méndez, en Piedra Santa, de Guatemala. De uno de esos "ripios" salió Los héroes tienen sueño, de un trozo que eliminé de De vez en cuando la muerte. Y ambas vienen de una pésima novela que escribí por allá de 1986, que era un ripio toda ella.
Curiosamente, aunque me cueste mucho más escribirlos que las novelas, es en los cuentos donde me siento con más libertad, y donde uso más la intuición que la... uh... censura. Quizá, como no es lo mío, me tomo licencias que no me tomaría en una novela, y me arriesgo a cosas que jamás dejaría pasar en una novela. No es que no los corrija; al contrario, me siento más inseguro y trato de que queden lo más ajustados que se pueda; pero me permito giros bruscosen los personajes, quiebres en la estructura, lo que sea. Los cuentos --si es que son cuentos-- me sirven como laboratorio de pruebas para las estructuras más grandes y abiertas.
Cuando empecé la novela que llevo en marcha, decidí que iba a contar algo, y punto. Revisé poco, solté mucho, dejé que el ambiente interactuara más activamente con los personajes. Esto último no fue difícil; me puse a narrar en tercera persona. Hasta ahora lo predominante en mí ha sido la primera persona, y el ambiente ya llega filtrado y procesado por el personaje. No es que sea más fácil o difícil; es diferente. (En segunda persona pasa algo parecido: el personaje narrador la hace de interlocutor o de juez, y no sólo está filtrado el ambiente, sino también el propio personaje principal. Instrucciones para vivir sin piel funciona así.) Y por primera vez no me he aburrido escribiendo en tercera persona, aunque después viniera el rechazo inicial y, ahora, la aceptación.
Hoy Krisma me hizo un cuestionamiento interesante: ¿cuál es la tecnología que se usa en el mundo que estoy armando, en especial en vista de que se usan recursos de la ciencia ficción? De que la hay, la hay, cómo no, pero es terriblemente limitada para ocurrir dentro de... no sé... cien o doscientos años. Y es más interesante porque, aunque no puedo vivir mucho tiempo lejos de una computadora, y buena parte de lo que hago tiene que ver con ella --internet, elaboración de música, cosas de video, lo que sea--, en mis relatos la tecnología ocupa un papel muy secundario. Sólo en Trece, por ejemplo, se habla de una computadora... que el personaje central nunca enciende. En Los años marchitos el protagonista, un actor de radioteatros, tiene un aparato de radio, pero tampoco lo escucha, y ve con desagrado la posibilidad de comprar un televisor. Y así. A la hora de escribir soy bastante reaccionario en materia tecnológica.
El cuestionamiento me hizo tener que armar cosas de ese mundo que intuía, y que he estado usando, pero que no había racionalizado. Hay cosas que quizá no vaya a ver con claridad, porque es un mundo muy complejo y uno apenas alcanza a ser testigo de los resultados de acciones de personajes poderosos que ni siquiera aparecen en escena, pero creo que es allí donde tendré que aplicar las "corazonadas" de las que habla Thierry, y dejar que las cosas pasen porque pasan.
Igual no voy a dejar que el texto "se afloje". No me lo perdonaría. Pero ya sé por qué en ese mundo la tecnología es tan limitada. Y es parte del encanto de la novela, si alguno tiene.
Hace dos o tres meses traté de darle una revisión a fondo y simplemente no pude. La rechacé. No me gustó el modo en que estaba escrita, con todo y que lo demás --la historia, los personajes-- me encantaba. (Se está armando un mundo rarísimo, de ésos en los que a uno no le gustaría vivir, aunque nunca estaría de más conocer.) Ponía una corrección y pensaba que había que refrasear el párrafo completo, y, según mi estilo de corrección, eso equivalía a la larga a reescribir todo, algo que no podría hacer: el momento de "crear" ha pasado, y sólo queda aceptar lo que hay o desecharlo (con hartas posibilidades de que después se pueda pedacear y sirva para algo más).
El lunes pasado me puse, pues, a checar otra vez el texto. Había correcciones en una versión impresa, que me parecieron adecuadas, pero me di cuenta de que había muchas que eran innecesarias o imprecisas, y que mucho del texto original estaba bien. Así que me puse a revisar en pantalla y, sí, salvo algunas repeticiones innecesarias --hay otras necesarias--, me pareció un texto sólido. Me había pasado algo que he visto a cada momento en los compañeros de La Casa: cambió mi modo de narrar, mi registro, los temas son nuevos, los personajes están armados de otro modo, y rechacé el texto porque no se parece a nada que haya escrito antes. Después de dejarlo reposar un rato más o menos largo, pude verlo más en perspectiva, e incluso disfrutarlo.
Le conté a Thierry Davo un poco de esto, y entre otras cosas me contestó:
Si puedo ayudarte en algo, aunque no me gusta criticar a mis amigos, un consejo sería el siguiente: no te censures demasiado. En varias oportunidades he preferido tus corazonadas a tus correcciones.Creo que Thierry es un tanto duro con eso de que quizá me "censure" demasiado, pero hay algo cierto, aparte del hecho de que conoce mi obra mucho mejor que yo: no hay un solo texto mío en el que, salvo errores de dedo o de edición, no pueda explicar por qué está allí cada palabra y cada coma. Eso es especialmente así en mis novelas "no policiales" (Terceras personas, Trece, Instrucciones para vivir sin piel, Breve recuento de todas las cosas). A eso lo llamo "control de texto", y no quiere decir que todo sea... uh... perfecto, sino que cada cosa está adecuada al texto en sí mismo, en especial al modo en que funcionan los personajes. A veces la sintaxis está chueca, a veces hay muchas repeticiones, o muy pocas; a veces se explica todo en detalle, a veces no se explica nada. Cada texto da la pauta.
A veces me pasa que reviso cuadernos antiguos o últimos borradores y me pregunto: "¿Por qué quité esta parte, si estaba muy bien?" Buenos pasajes, buenas frases, cosas que podrían enriquecer la trama y, zaz, me doy cuenta de que las he quitado. Después reviso el producto final y me doy cuenta de que, si hubiera dejado esos pasajes y frases, la novela hubiese quedado floja, o hubiese habido pequeñas contradicciones que, en el conjunto, hubieran dado una sensación de "no realidad". Cosas muy buenas que sin embargo eran ripio, pues. De algunos de estos ripios han salido cosas, como el cuento "El cubano", que a Thierry le gusta y a mí no demasiado, que se publicó el año pasado o antepasado en la antología Tiempo de narrar, de Francisco Alejandro Méndez, en Piedra Santa, de Guatemala. De uno de esos "ripios" salió Los héroes tienen sueño, de un trozo que eliminé de De vez en cuando la muerte. Y ambas vienen de una pésima novela que escribí por allá de 1986, que era un ripio toda ella.
Curiosamente, aunque me cueste mucho más escribirlos que las novelas, es en los cuentos donde me siento con más libertad, y donde uso más la intuición que la... uh... censura. Quizá, como no es lo mío, me tomo licencias que no me tomaría en una novela, y me arriesgo a cosas que jamás dejaría pasar en una novela. No es que no los corrija; al contrario, me siento más inseguro y trato de que queden lo más ajustados que se pueda; pero me permito giros bruscosen los personajes, quiebres en la estructura, lo que sea. Los cuentos --si es que son cuentos-- me sirven como laboratorio de pruebas para las estructuras más grandes y abiertas.
Cuando empecé la novela que llevo en marcha, decidí que iba a contar algo, y punto. Revisé poco, solté mucho, dejé que el ambiente interactuara más activamente con los personajes. Esto último no fue difícil; me puse a narrar en tercera persona. Hasta ahora lo predominante en mí ha sido la primera persona, y el ambiente ya llega filtrado y procesado por el personaje. No es que sea más fácil o difícil; es diferente. (En segunda persona pasa algo parecido: el personaje narrador la hace de interlocutor o de juez, y no sólo está filtrado el ambiente, sino también el propio personaje principal. Instrucciones para vivir sin piel funciona así.) Y por primera vez no me he aburrido escribiendo en tercera persona, aunque después viniera el rechazo inicial y, ahora, la aceptación.
Hoy Krisma me hizo un cuestionamiento interesante: ¿cuál es la tecnología que se usa en el mundo que estoy armando, en especial en vista de que se usan recursos de la ciencia ficción? De que la hay, la hay, cómo no, pero es terriblemente limitada para ocurrir dentro de... no sé... cien o doscientos años. Y es más interesante porque, aunque no puedo vivir mucho tiempo lejos de una computadora, y buena parte de lo que hago tiene que ver con ella --internet, elaboración de música, cosas de video, lo que sea--, en mis relatos la tecnología ocupa un papel muy secundario. Sólo en Trece, por ejemplo, se habla de una computadora... que el personaje central nunca enciende. En Los años marchitos el protagonista, un actor de radioteatros, tiene un aparato de radio, pero tampoco lo escucha, y ve con desagrado la posibilidad de comprar un televisor. Y así. A la hora de escribir soy bastante reaccionario en materia tecnológica.
El cuestionamiento me hizo tener que armar cosas de ese mundo que intuía, y que he estado usando, pero que no había racionalizado. Hay cosas que quizá no vaya a ver con claridad, porque es un mundo muy complejo y uno apenas alcanza a ser testigo de los resultados de acciones de personajes poderosos que ni siquiera aparecen en escena, pero creo que es allí donde tendré que aplicar las "corazonadas" de las que habla Thierry, y dejar que las cosas pasen porque pasan.
Igual no voy a dejar que el texto "se afloje". No me lo perdonaría. Pero ya sé por qué en ese mundo la tecnología es tan limitada. Y es parte del encanto de la novela, si alguno tiene.
2 comentarios:
La pistola. Escuadra o revólver. No están MUY presentes en tu obra (eres menos sanguinario que Shakespeare) pero sí está presente,y con todo y detalles. No está muy presente la pistola, pero cuando está ... uyyyy.... sí que está. Y en efecto, es el único objeto tecnológico presente en tu obra. Thierry (siempre firmo aunque sepas quién escribe, porque esto de conectarme como anónimo me produce escalofríos)
Maestro Ochoa,
Me gustaria saber donde puedo obtener una copia de su obra, y si puedo obtenerla directamente.
Rigo
deejayrig@yahoo.com
gracias.
Publicar un comentario