Quién puso el bomp
Cada cierto tiempo, cuando regresaba del kínder con mi madre, ella se metía en una pequeña venta de discos que quedaba en la Segunda Avenida --la que ahora se llama Monseñor Romero-- y le preguntaba a la dependienta: "¿Ya llegó?" La mayor parte de las veces ésta le decía que no, pero entre las pocas veces en que veía sonreír a mi madre estaban cuando le contestaba que sí. Pagaba un poco menos o un poco más de un colón y le daban un disco de 45rpm en su sobrecito de cartón o de papel kraft.
"Te compré un disco nuevo", me decía, y desde ese momento empezaba a aburrirme, porque ya sabía lo que seguía: horas y horas de oír las mismas canciones, lado A y lado B, en la ya vieja radiola que el abuelo le había regalado cuando cumplió 15 años, en 1950, y que pasaría a mi poder cuando cumplí los 9, en 1968, una Phillips que ahora está a mi lado mientras escribo. Se quedó en casa de la abuela durante los 27 años en que estuve fuera. En 1986 se cayó durante el terremoto y tuvo algún daño. La recuperé en 1999, y no sé si funcione. Otrosí: yo estudiaba en el kínder José Gustavo Guerrero, a un par de cuadras de la Alcaldía. Para ese entonces el edificio ya se caía a pedazos. Cuando regresé a El Salvador fue de lo primero que quise ver, y seguía cayéndose a pedazos. Creo que se cayó completo, por fin, durante los terremotos de 2001. Pasé varias veces por allí y habían quitado el letrero, estaba cerrado y listo, adiós otro pedazo de historia. (La radiola pasó a mi poder cuando mis padres compraron un aparato con tornamesa y bocinas Fischer y un amplificador del que no recuerdo el nombre, pero se suponía que era de lo mejor. Todavía deben estar en Costa Rica.)
Los discos que mi madre "me regalaba" eran los sencillos de Los Beatles. Los primeros recuerdos musicales más o menos conscientes que tengo son de "Love Me Do", "Listen", "She Loves You" y "I Want To Hold Your Hand". Y más: las de Little Richard (un LP que también era mío, ejem), varias de los Teen Tops ("Quién puso el bomp"), de Manolo Muñoz ("El gato twist", "La gallinita Josefina"), "Las dieciséis toneladas", con Alberto Vázquez, y un montón más. También eran míos. Todo lo que sonara a rocanrol o a música en inglés era mío. Desde luego que no podía agarrarlos, y mucho menos ponerlos en el aparato. Tampoco decidir cuándo podía oírlos. Me decía: "Voy a ponerte tus discos", los ponía, se sentaba en una silla a escuchar sonriendo y yo tenía que estar cerca. Y cómo olvidar a Chubby Checker: "The Twist" (lado A) y "Slow Twisting" (lado B, una de mis favoritas de todos los tiempos).
Lo que pasaba era que, a sus poco menos de 30 años --nació en 1935-- mi madre era "una señora", y lo había sido desde los 22. Uno ve las fotos de antes y después de la boda y el cambio es radical: de ser una joven común y sonriente había pasado a convertirse en "señora de", y su modo de vestirse, maquillarse, comportarse, ser, era el de una adulta muy adulta, o lo que se entendía como tal. Demasiado peso para alguien tan joven, pero así se estilaba. Y las señoras no oían "eso".
Alguna vez, muchos años después, lo hablamos y, sí, le avergonzaba un poco o un bastante su gusto no sólo por Los Beatles, sino también por Paul Anka, Gene Vincent, Frankie Valli, por las películas de Frankie Avalon y Anette Furnicello (sí, también me las vi completas) y qué sé yo. Entre las grandes limitaciones de mi padre estaba la música; sólo entendía cosas hasta cierto punto, y de allí en adelante todo era ruido. Aunque aprendió a ser tolerante --vamos: después de todo era un muchacho de un barrio muy pobre de Santa Ana--, lo de los tamborazos y las guitarras eléctricas no lo ponía especialmente bien, y mi madre tenía el pretexto ideal: "Son los discos del niño, si quieres los quito", o "Niño, ¿no ves que esa música no le gusta a tu papá?" Y otro etcétera.
Entre los discos que eran oficialmente de mi madre, y que también le gustaban, había unos de Gloria Lasso, Mona Bell, María Victoria (sí, también me vi la serie completa de las aventuras de Paquita), y alli podía irme para otro lado a jugar o a perder el tiempo, que no son lo mismo. Por las noches, programas de variedades, como el que dirigía Rubén Zepeda Novelo y otros que no recuerdo, o que vendrían después. (Hasta allí no tenía más de seis años.) Le encantaban los programas de variedades. Vaya: hasta una semana antes de morir, no se perdió Sábado gigante, y veía Rojo. Fama / Contrafama, La Academia y cuanta cosa en la que hubiera gente cantando y bailando, y se sabía los nombres de todos los participantes como se sabía --no miento-- los de todos los jugadores de los equipos de fut de América Latina y Europa de los últimos cincuenta años y los resultados de las Copas de Oro, Eurocopas y cuanto torneo de fútbol haya inventado Dios. (Sí, Dios es cruel.)
Ya cuando yo era adulto --o tenía la edad para serlo-- me dediqué a hacerle de pusher musical de mi madre. Eso empezó a ocurrir antes de que internet solucionara todo. Un día puse Legend, de Bob Marley, y se enamoró de Bob Marley. Le conseguí todo lo de Bob Marley. Luego, yo tenía por allí un par de canciones de Fela Kuti, a.k.a. Mr President, y le gustó. A conseguirle todo lo de Fela Kuti, o todo lo que le pude conseguir, que fueron como cuatro horas de música. Y todo lo de Chubby Checker. Y todo lo de Los Beatles. Bueno, no todo: sólo hasta Revolver. De allí en adelante se perdía. A mí me pasó también. Hasta antes de 1980 no escuchaba de Los Beatles más que los primeros álbumes, con la excepción del Blanco, que me regalaron en dos cassettes. El Pimienta y el Magical apenas los oí por primera vez alrededor de 1987; Let it be, quizá en 1978 o 1979.
A veces me llegaba con peticiones raras. A mi padre, por ejemplo, le armé una vez un cassette con quince versiones de "Summertime" y otras tantas de "St. Louis Blues". En la época en que ya tenía mi primer quemador de CDs, ella me pidió un disco completo con puras versiones de "Lágrimas negras". Y "Lágrimas negras" it was: más de 20 versiones, desde Miguel Matamoros hasta Cesárea Evora con Compay Segundo, pasando por Pablo Milanés y algunas de grupos modernos, más cerca del rap que del son. Del montón de discos que llegó a tener era su favorito; lo oía por lo menos una vez al día, así de fanática podía ser de la música.
En los últimos días he estado oyendo los "Top 100" anuales de Billboard, de 1960 a 1975 (en este instante estoy con "Raindrops", con Dee Clark, de 1961), y entre todos ellos brincan algunos de los discos que "eran míos", y siento una extraña tranquilidad. Oigo "Runaway", cosas de The Partridge Family, desde luego Elvis, "Who Put the Bomp" (es mi canción favorita absoluta, perdonarán), y me doy cuenta de que las pocas veces en que podía estar totalmente bien con mi madre eran cuando estábamos oyendo música, esa música, en silencio, y creo que me gustaba verla sonreír, y por eso la llenaba de discos.
Había otros momentos especiales: cuando cantábamos juntos. No ocurría a menudo, pero ocurría. Fue mi padre quien me enseñó mis primeras cosas de música; él tocaba la armónica, y bien. Tenía siempre varias de madera, de las baratas, y una en una cajita que sólo sacaba de tarde en tarde, sin terminar de entenderla. Cuando aprendí a tocar las otras, me la regaló: era una Honner "Larry Adler", cromática, que en unos meses manejé de manera aceptable. Yo tenía entre diez y doce años. Mi padre o mi madre tocaban la guitarra y yo tocaba la armónica y cantábamos a dos o tres voces. El problema es que ellos sólo manejaban algunos acordes; mi padre, La, Re y Mi, y en una de ésas el "círculo de Do". Mi madre se sabía algunos más, y se puso a tomar clases de guitarra para ampliar horizontes. En el ínterin, empecé a aprender los acordes que se sabía mi padre, y luego ella me fue enseñando lo que aprendía en el día. A eso de los 12 empecé con la guitarra clásica, y ella siguió con las clases para acompañar canciones, y nos fuimos complementando. Al final mi hermano Mauricio arruinó la Honner y ya era a tres guitarras, o a dos si mi padre no se sabía los acordes. Llegamos a armar un grupo musical con arreglos vocales que yo hacía con mis pocos conocimientos de armonía y contrapunto. Sonaba bien. Después Ana y Mauricio, mis hermanos, aprendieron a su vez a tocar guitarra, y algo de percusión le enseñé a Mauricio, por si las dudas. (Terminó de sociólogo e historiador; ni modo.)
Me aprendí algunas de las canciones de "mis discos", de preferencia en las versiones en español, y las cantaba mientras mi madre oía más o menos con la misma sonrisa que cuando se trataba de Enrique Guzmán o Manolo Muñoz. A veces ella cantaba, pero en general prefería oír y ponerse a pensar en cosas de las que nunca le pregunté.
Ahora acaba de pasar "Will You Still Love Me Tomorrow?", con las Shirelles. Creo que aquí le corto. Todavía tengo varios cientos de canciones por escuchar.
(El jazz me fascina, sí, y quizá me llegue mucho más adentro que los rocanrolitos y baladas de principios de los sesenta. Con el jazz soy feliz; con los rocanrolitos soy feliz como niño. Y es rico ser feliz como niño de tarde en tarde. La adultez aburre un poco.)
"Te compré un disco nuevo", me decía, y desde ese momento empezaba a aburrirme, porque ya sabía lo que seguía: horas y horas de oír las mismas canciones, lado A y lado B, en la ya vieja radiola que el abuelo le había regalado cuando cumplió 15 años, en 1950, y que pasaría a mi poder cuando cumplí los 9, en 1968, una Phillips que ahora está a mi lado mientras escribo. Se quedó en casa de la abuela durante los 27 años en que estuve fuera. En 1986 se cayó durante el terremoto y tuvo algún daño. La recuperé en 1999, y no sé si funcione. Otrosí: yo estudiaba en el kínder José Gustavo Guerrero, a un par de cuadras de la Alcaldía. Para ese entonces el edificio ya se caía a pedazos. Cuando regresé a El Salvador fue de lo primero que quise ver, y seguía cayéndose a pedazos. Creo que se cayó completo, por fin, durante los terremotos de 2001. Pasé varias veces por allí y habían quitado el letrero, estaba cerrado y listo, adiós otro pedazo de historia. (La radiola pasó a mi poder cuando mis padres compraron un aparato con tornamesa y bocinas Fischer y un amplificador del que no recuerdo el nombre, pero se suponía que era de lo mejor. Todavía deben estar en Costa Rica.)
Los discos que mi madre "me regalaba" eran los sencillos de Los Beatles. Los primeros recuerdos musicales más o menos conscientes que tengo son de "Love Me Do", "Listen", "She Loves You" y "I Want To Hold Your Hand". Y más: las de Little Richard (un LP que también era mío, ejem), varias de los Teen Tops ("Quién puso el bomp"), de Manolo Muñoz ("El gato twist", "La gallinita Josefina"), "Las dieciséis toneladas", con Alberto Vázquez, y un montón más. También eran míos. Todo lo que sonara a rocanrol o a música en inglés era mío. Desde luego que no podía agarrarlos, y mucho menos ponerlos en el aparato. Tampoco decidir cuándo podía oírlos. Me decía: "Voy a ponerte tus discos", los ponía, se sentaba en una silla a escuchar sonriendo y yo tenía que estar cerca. Y cómo olvidar a Chubby Checker: "The Twist" (lado A) y "Slow Twisting" (lado B, una de mis favoritas de todos los tiempos).
Lo que pasaba era que, a sus poco menos de 30 años --nació en 1935-- mi madre era "una señora", y lo había sido desde los 22. Uno ve las fotos de antes y después de la boda y el cambio es radical: de ser una joven común y sonriente había pasado a convertirse en "señora de", y su modo de vestirse, maquillarse, comportarse, ser, era el de una adulta muy adulta, o lo que se entendía como tal. Demasiado peso para alguien tan joven, pero así se estilaba. Y las señoras no oían "eso".
Alguna vez, muchos años después, lo hablamos y, sí, le avergonzaba un poco o un bastante su gusto no sólo por Los Beatles, sino también por Paul Anka, Gene Vincent, Frankie Valli, por las películas de Frankie Avalon y Anette Furnicello (sí, también me las vi completas) y qué sé yo. Entre las grandes limitaciones de mi padre estaba la música; sólo entendía cosas hasta cierto punto, y de allí en adelante todo era ruido. Aunque aprendió a ser tolerante --vamos: después de todo era un muchacho de un barrio muy pobre de Santa Ana--, lo de los tamborazos y las guitarras eléctricas no lo ponía especialmente bien, y mi madre tenía el pretexto ideal: "Son los discos del niño, si quieres los quito", o "Niño, ¿no ves que esa música no le gusta a tu papá?" Y otro etcétera.
Entre los discos que eran oficialmente de mi madre, y que también le gustaban, había unos de Gloria Lasso, Mona Bell, María Victoria (sí, también me vi la serie completa de las aventuras de Paquita), y alli podía irme para otro lado a jugar o a perder el tiempo, que no son lo mismo. Por las noches, programas de variedades, como el que dirigía Rubén Zepeda Novelo y otros que no recuerdo, o que vendrían después. (Hasta allí no tenía más de seis años.) Le encantaban los programas de variedades. Vaya: hasta una semana antes de morir, no se perdió Sábado gigante, y veía Rojo. Fama / Contrafama, La Academia y cuanta cosa en la que hubiera gente cantando y bailando, y se sabía los nombres de todos los participantes como se sabía --no miento-- los de todos los jugadores de los equipos de fut de América Latina y Europa de los últimos cincuenta años y los resultados de las Copas de Oro, Eurocopas y cuanto torneo de fútbol haya inventado Dios. (Sí, Dios es cruel.)
Ya cuando yo era adulto --o tenía la edad para serlo-- me dediqué a hacerle de pusher musical de mi madre. Eso empezó a ocurrir antes de que internet solucionara todo. Un día puse Legend, de Bob Marley, y se enamoró de Bob Marley. Le conseguí todo lo de Bob Marley. Luego, yo tenía por allí un par de canciones de Fela Kuti, a.k.a. Mr President, y le gustó. A conseguirle todo lo de Fela Kuti, o todo lo que le pude conseguir, que fueron como cuatro horas de música. Y todo lo de Chubby Checker. Y todo lo de Los Beatles. Bueno, no todo: sólo hasta Revolver. De allí en adelante se perdía. A mí me pasó también. Hasta antes de 1980 no escuchaba de Los Beatles más que los primeros álbumes, con la excepción del Blanco, que me regalaron en dos cassettes. El Pimienta y el Magical apenas los oí por primera vez alrededor de 1987; Let it be, quizá en 1978 o 1979.
A veces me llegaba con peticiones raras. A mi padre, por ejemplo, le armé una vez un cassette con quince versiones de "Summertime" y otras tantas de "St. Louis Blues". En la época en que ya tenía mi primer quemador de CDs, ella me pidió un disco completo con puras versiones de "Lágrimas negras". Y "Lágrimas negras" it was: más de 20 versiones, desde Miguel Matamoros hasta Cesárea Evora con Compay Segundo, pasando por Pablo Milanés y algunas de grupos modernos, más cerca del rap que del son. Del montón de discos que llegó a tener era su favorito; lo oía por lo menos una vez al día, así de fanática podía ser de la música.
En los últimos días he estado oyendo los "Top 100" anuales de Billboard, de 1960 a 1975 (en este instante estoy con "Raindrops", con Dee Clark, de 1961), y entre todos ellos brincan algunos de los discos que "eran míos", y siento una extraña tranquilidad. Oigo "Runaway", cosas de The Partridge Family, desde luego Elvis, "Who Put the Bomp" (es mi canción favorita absoluta, perdonarán), y me doy cuenta de que las pocas veces en que podía estar totalmente bien con mi madre eran cuando estábamos oyendo música, esa música, en silencio, y creo que me gustaba verla sonreír, y por eso la llenaba de discos.
Había otros momentos especiales: cuando cantábamos juntos. No ocurría a menudo, pero ocurría. Fue mi padre quien me enseñó mis primeras cosas de música; él tocaba la armónica, y bien. Tenía siempre varias de madera, de las baratas, y una en una cajita que sólo sacaba de tarde en tarde, sin terminar de entenderla. Cuando aprendí a tocar las otras, me la regaló: era una Honner "Larry Adler", cromática, que en unos meses manejé de manera aceptable. Yo tenía entre diez y doce años. Mi padre o mi madre tocaban la guitarra y yo tocaba la armónica y cantábamos a dos o tres voces. El problema es que ellos sólo manejaban algunos acordes; mi padre, La, Re y Mi, y en una de ésas el "círculo de Do". Mi madre se sabía algunos más, y se puso a tomar clases de guitarra para ampliar horizontes. En el ínterin, empecé a aprender los acordes que se sabía mi padre, y luego ella me fue enseñando lo que aprendía en el día. A eso de los 12 empecé con la guitarra clásica, y ella siguió con las clases para acompañar canciones, y nos fuimos complementando. Al final mi hermano Mauricio arruinó la Honner y ya era a tres guitarras, o a dos si mi padre no se sabía los acordes. Llegamos a armar un grupo musical con arreglos vocales que yo hacía con mis pocos conocimientos de armonía y contrapunto. Sonaba bien. Después Ana y Mauricio, mis hermanos, aprendieron a su vez a tocar guitarra, y algo de percusión le enseñé a Mauricio, por si las dudas. (Terminó de sociólogo e historiador; ni modo.)
Me aprendí algunas de las canciones de "mis discos", de preferencia en las versiones en español, y las cantaba mientras mi madre oía más o menos con la misma sonrisa que cuando se trataba de Enrique Guzmán o Manolo Muñoz. A veces ella cantaba, pero en general prefería oír y ponerse a pensar en cosas de las que nunca le pregunté.
Ahora acaba de pasar "Will You Still Love Me Tomorrow?", con las Shirelles. Creo que aquí le corto. Todavía tengo varios cientos de canciones por escuchar.
(El jazz me fascina, sí, y quizá me llegue mucho más adentro que los rocanrolitos y baladas de principios de los sesenta. Con el jazz soy feliz; con los rocanrolitos soy feliz como niño. Y es rico ser feliz como niño de tarde en tarde. La adultez aburre un poco.)
7 comentarios:
Música, música, música...una de las razones importantes por las que nos levantamos todas las mañanas.
Lindo Post Rafael. Tengo un excelente recuerdo de nuestra sesión jazzera junto a Erika. La siguiente vez que estes por acá, tendremos una sesión beatlera; me encantó tu recuerdo del tema "Listen" que en realidad es "Do you want to know a secret"
P.D. "Trane lives"
Si viera que es hermoso leer sus post. Gracias por los recuerdos compartidos. A veces los recuerdos se los guarda una en cualquier bolsa, y cuando se sacan no son más que hojas secas. Este, no es el caso. Que lindo ha sido leerlo.
Rico post Rafa,sobre todo por el toque de nostalgia...se lee y se siente el musico que llevas dentro.
De vez en cuando te leo y hasta ahora me anime a postear...
No sabia, aunque debi imaginarme, que Beatleaste en tu infancia...mucho menos que soplaste una Larry Adler...a ver cuando Sabineamos un sabado de estos...por cierto Saludos a los del Taller de Video.
Bonito este post, yo recuerdo el negocio sobre la segunda avenida sur (crecí en el Barrio Candelaria, media cuadra abajo del Cine Apolo)el nombre del establecimiento era "DISCOLITO" y mi madre en su juventud a go-go en los sesentas, iba a escuchar discos con los audífonos que allí prestaban, mientras se consultaba la cubierta de estos. Otra epoca, otra ciudad, otro país...
Nicolás: Bueno, también está la comida... (Estuvo muy bien el sushi, a todo esto. Gracias.)
And trane didn't take de A train. Too bad...
Bird rulz!
Anónimo: Gracias :)
Pablo: Trae tu guitarra, ¿no? Y de paso a ver si nos acordamos de las canciones de Sabina completas, je.
La Larry Adler era de doce agujeros, más los cromáticos. No sabes lo que puede caber en tan poco espacio... Cuando ahorré para comprarme una de 16, preferí gastármelo en discos. El segundo que me compré fue El lado oscuro de la luna. El primero fue Captain Fantastic. Me puse a cortar café para ganar lana y comprar la Larry Adler, invitar a mi novia al cine y cosas así. Terminó todo en discos, y mi novia se llamaba Patricia.
Roberto: Si no me equivoco, Discolito se llamaba así porque era de Lito Barrientos. Hasta hace uos seis o siete años seguía el rótulo en su lugar, y un día nomás desapareció. Al lado había una venta de revistas y cómics nuevos y usados, de la que era cliente frecuente. En Discolito acompañaba a la abuela Mina a comprar los de Agustín Lara, Los Panchos, etcétera. Con el tío Mauricio iba a Kismet a comprar de Tom Jones, Engelbert Humperdink y los que le gustaban a él. Siempre salía con alguno para mí también.
Por allí tengo en un cuaderno un post sobre helados, mi otro vicio. (Sorbetes, pues.) Cuando encuentre el cuaderno lo pongo. Me tocó ir a La Campana, Don Pedro, Rudy's y no sé cuántos más. ¡Y las hamburguesas! El Hamburger House es inolvidable...
Mejor sigo trabajando o voy a engordar otra vez. Tanto que me ha costado bajar de peso.
¡Cuántas cosas nos puede recordar una (aparente) simple canción! Un bonito post. Nunca me había puesto a pensar en todo el peso que llevaban esas mujeres jóvenes que de repente se tenían que comporta como las "señoras de".
Rafael, te felicito por tu blog. Lo encontre de casualidad porque estoy haciendo un trabajo bibliografico sobre mi tatarabuelo, el Dr. Jose Gustavo Guerrero, y queria averiguar si aun existia el Kinder. Por lo visto, se destruyo... me da una profunda tristeza. Pero al mismo tiempo me alegra ver que produjo a la larga al menos a un buen alumno, felicidades por lo que escribes!
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