Un papá para siempre
El abuelo Alfonso tenía 91 años cuando murió, a finales de 1996, y mi padre tenía 61. La abuela Carmen había muerto año y medio atrás, de una neumonía, pero no seguí el proceso; me avisaron cuando ya estaban en los asuntos del velorio, y no tuve mucho contacto con mi padre en esos días. Sé que debió ser devastador para él, por la relación tan especial que llevaban, pero no hablamos más que algunos minutos. De los últimos días del abuelo sí estuve pendiente, casi a diario, por teléfono, y me perturbaba lo que oía en la voz de mi padre: no muy en el fondo había un niño que estaba a punto de perder a su papá, simplemente.
En una de las pláticas que tuvimos pensé, sin decirlo: "A uno siempre le hace falta su papá, tenga la edad que tenga. Uno no deja de ser niño cuando se trata de su papá." En eso incluía a los que no llegan a conocer a su padre, desde luego, pero mi pensamiento no era tan profundo; pensaba en mi padre viendo cómo el suyo moría de cáncer, y me preguntaba qué pasaría cuando me tocara pasar por lo mismo, como me tocó cuatro años más tarde.
Entre mi padre y el abuelo existía mucho cariño y pocos puntos de encuentro; el abuelo era mecánico automotriz y chofer, siempre quiso que mi padre fuera lo mismo y lo veía con un cierto aire compasivo por haber errado el camino. Mi padre lo quería a secas, y cuando se veían le servía de celestino con algunos tragos de whisky y algunos cigarros --que el abuelo tenía prohibidos, y la abuela se encargaba de que se cumpliera la orden del médico; el hígado le fallaba y tenía enfisema desde los cuarenta y tantos--, bromeaban de todo y, en general, permanecían juntos en silencio. Tampoco era que se vieran demasiado, como yo me veía poco con mi padre, pero hablaban por teléfono de tarde en tarde y a veces mi padre pasaba por El Salvador de algún viaje y se quedaba un par de días para visitar a la familia. En los días de la muerte del abuelo estuvo en El Salvador la mayor cantidad de tiempo desde que lo exiliaron en 1972: quizá un poco más de dos semanas.
Tuve la buena o mala suerte de llamar por teléfono justo en el momento en que el abuelo acababa de morir. La voz de mi padre era desolada y, sí, ratifiqué que uno puede tener la edad que tenga, pero su papá es su papá. Ese día, en México, tenía una tocada con mi banda de... uh... bueno, de lo que fuera, y toqué en honor del abuelo y de mi padre, y quizá nunca lo haya disfrutado tanto.
Hoy se acerca el aniversario de la muerte de mi padre (7 de agosto), y me doy cuenta con mucha sorpresa que han pasado nueve años, que es casi la quinta parte de mi vida que he pasado sin mi papá, y que lo extraño con el mismo desconcierto y casi la misma tristeza del primer aniversario. La vida ha seguido, pero en ese punto en particular hay algo que se estancado, bastante cosas sensibles que no dejan de sentirse frescas, demasiado frescas. Y, desde luego, uno siempre extraña a su papá, y quisiera que siguiera allí, aunque fuera del otro lado de la línea telefónica, aun sin verlo más que una o dos veces al año, con suerte. (Él tenía 65 años cuando murió. Yo estaba a diez días de cumplir los 41.)
Algo he avanzado: ya puedo ver sus fotos y sonreír, y recordar cosas que no sean el momento de su muerte. (El síndrome de estrés postraumático es perro.) Ya puedo soñar con él y despertar contento. Ya puedo hablar de él sin tratar de entender los porqués de tantas cosas; cuando murió quedó fijado en el tiempo, definitivo, y ya no hay defectos y aciertos: está él, nada más, y lo que nos dejó y como nos dejó.
Hay amigos y conocidos que lo mencionan como un gran hombre, que sin duda lo fue; como un intelectual de muchos alcances, que también; como un luchador social de los que ya no se hacen, y es cierto. Pero eso, para mí, es lo de menos. Él era mi papá, y lo extraño como un niño que espera en la ventana de su casa a que llegue, para platicar un rato.
En una de las pláticas que tuvimos pensé, sin decirlo: "A uno siempre le hace falta su papá, tenga la edad que tenga. Uno no deja de ser niño cuando se trata de su papá." En eso incluía a los que no llegan a conocer a su padre, desde luego, pero mi pensamiento no era tan profundo; pensaba en mi padre viendo cómo el suyo moría de cáncer, y me preguntaba qué pasaría cuando me tocara pasar por lo mismo, como me tocó cuatro años más tarde.
Entre mi padre y el abuelo existía mucho cariño y pocos puntos de encuentro; el abuelo era mecánico automotriz y chofer, siempre quiso que mi padre fuera lo mismo y lo veía con un cierto aire compasivo por haber errado el camino. Mi padre lo quería a secas, y cuando se veían le servía de celestino con algunos tragos de whisky y algunos cigarros --que el abuelo tenía prohibidos, y la abuela se encargaba de que se cumpliera la orden del médico; el hígado le fallaba y tenía enfisema desde los cuarenta y tantos--, bromeaban de todo y, en general, permanecían juntos en silencio. Tampoco era que se vieran demasiado, como yo me veía poco con mi padre, pero hablaban por teléfono de tarde en tarde y a veces mi padre pasaba por El Salvador de algún viaje y se quedaba un par de días para visitar a la familia. En los días de la muerte del abuelo estuvo en El Salvador la mayor cantidad de tiempo desde que lo exiliaron en 1972: quizá un poco más de dos semanas.
Tuve la buena o mala suerte de llamar por teléfono justo en el momento en que el abuelo acababa de morir. La voz de mi padre era desolada y, sí, ratifiqué que uno puede tener la edad que tenga, pero su papá es su papá. Ese día, en México, tenía una tocada con mi banda de... uh... bueno, de lo que fuera, y toqué en honor del abuelo y de mi padre, y quizá nunca lo haya disfrutado tanto.
Hoy se acerca el aniversario de la muerte de mi padre (7 de agosto), y me doy cuenta con mucha sorpresa que han pasado nueve años, que es casi la quinta parte de mi vida que he pasado sin mi papá, y que lo extraño con el mismo desconcierto y casi la misma tristeza del primer aniversario. La vida ha seguido, pero en ese punto en particular hay algo que se estancado, bastante cosas sensibles que no dejan de sentirse frescas, demasiado frescas. Y, desde luego, uno siempre extraña a su papá, y quisiera que siguiera allí, aunque fuera del otro lado de la línea telefónica, aun sin verlo más que una o dos veces al año, con suerte. (Él tenía 65 años cuando murió. Yo estaba a diez días de cumplir los 41.)
Algo he avanzado: ya puedo ver sus fotos y sonreír, y recordar cosas que no sean el momento de su muerte. (El síndrome de estrés postraumático es perro.) Ya puedo soñar con él y despertar contento. Ya puedo hablar de él sin tratar de entender los porqués de tantas cosas; cuando murió quedó fijado en el tiempo, definitivo, y ya no hay defectos y aciertos: está él, nada más, y lo que nos dejó y como nos dejó.
Hay amigos y conocidos que lo mencionan como un gran hombre, que sin duda lo fue; como un intelectual de muchos alcances, que también; como un luchador social de los que ya no se hacen, y es cierto. Pero eso, para mí, es lo de menos. Él era mi papá, y lo extraño como un niño que espera en la ventana de su casa a que llegue, para platicar un rato.
2 comentarios:
El Rafa era la descripcion que haces en tu articulo; y muchos mas que eso! Con El Rafa, asi le llame siempre,somos amigos desde 1968, y digo somos porque para mi aun vive!
Recuerdo de una cuenta pendiente con El Rafa, me dijo "tienes que escribir sobre estoshechos dela Universidad en el exilio, porque ustedes estan dando un ejemplo unico a nivel de America Latina" El estar funcionando fuera de la Ciudad Universitaria, y hacerlo por cerca de ocho ciclos educativos. Sufrimos la represion del Gobierno y las Fuerzas Armadas de El Salvador,con detenciones, asesinatos, torturas, congelacion de salarios, suspension de salarios, desapariciones y exilio. Pero continuamos funcionando; claro gracias al estudiantado,al personal administrativo y a los profesores. El Rafa decia que la Universidad no son los edificios y su campus; sino que sus estudiantes, sus profesores y su personala dministrativo. Por eso, sinceramente te digo, has acertado en tu comentario, pero siempre hubo algo mas: Un hombre insigne, un verdadero analista socio-eocomico-politico, un orgullopara nuestro pueblo El Salvador!
Tu papa fue un hombre bien valiente,pues arriesgo "el pellejo"
en esos tiempos tan dificiles.
Cuando el coronel Molina cerro la universidad,lo exiliaron a costa rica, junto con muchas personas.
Villafuerte,el poeta,un dia me conto,que cuando llego la fuerza armada,el estaba en la facultad de derecho, y se salio al jardin, y se quizo disfrazar como jardinero, agarro una cuma y se puso a chapodar...
Pero ya los tenian bien ubicados,se le acerco un hombre de civil con una pistola y le dijo-" para donde vas villafuerte,si te tenemos bien vijiado"- y ahi lo capturaron.
Yo creo que gente como tu papa,a pavimentado el camino hasta lo que tenemos hoy, un gobierno diferente a todos los demas.
Y el cual yo veo,como una transicion a una sociedad mejor para todos.
No la veo como un punto, mas bien, un paso que era necesario dar para salir de una sociedad tan excluyente.
Ojala que los señores del FMNL y todos entiendan la cosa asi.
no es que llego el FMNL Y TIENE QUE PASAR 20 AÑOS EN EL EJECUTIVO para asi instaurar el socialismo del siglo 21 porque a huevo,tiene que ser asi.
Si no que tienen que demostrar que saben gobernar para todos,respetando las leyes,que son las que evitan la anarquia y el totalitarismo.
De lo que estoy seguro,es que tu papa,no estaria contento del estado actual de la UNIVERSIDAD NACIONAL DE EL SALVADOR.
Ahi todo es pleito en estos momentos,se siente el gran desorden y la falta de vision academica,y eso sucede cuando se antepone la PÒLITICA a la ACADEMIA.
tu lector
el vandelium
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