15 de marzo de 2010

Límites

Cuando uno se encuentra ante la posibilidad de hablar acerca de su "experiencia cercana a la muerte", ve que hay de dos: lo hace a manera de aparecer como héroe o en tono de víctima. La verdad es que ninguna de las dos se me antoja y, si se piensa bien, no hay mucha diferencia entre ambas perspectivas.
Quizá sea más fácil si la dicha experiencia tiene que ver con un autobús a cien por hora que pasó a cinco centímetros de la nariz de uno, pero el tema no da para mucho rato. Da para más si uno saca referencias médicas de todas partes, expone el caso como ante un tribunal y, después de impresionar un poco al público, declara: "Bueno, pues eso me pasó a mí." Y luego las anécdotas, claro, que dan para mucho más.
De mi particular y cada vez menos reciente "experiencia cercana a la muerte" me quedan varias cosas, como el significado preciso --es decir físico-- del concepto "trauma": el golpe emocional, el moretón --incluso la mutilación-- en la psique que se convierte en algo más poderoso que cualquier razón, que puede sustituir a la razón y contra lo que, en fin, hay que pelear porque no queda de otra; la alternativa es el miedo constante y la fragmentación de uno mismo en... No sé en qué. No he llegado hasta allí.
Uno sabe que llegó hasta cierto punto, que rozó el límite, pero que hay otro límite más adelante, y que ése era o es el definitivo. Uno sobrevivió por ciertos motivos, físicos y psicológicos, pero hizo falta muy poco para llegar al límite real, el punto desde el cual no se puede retroceder. (No sé si sea cierto, pero debe existir un punto desde el cual no se puede retroceder. Lo he visto en gente cercana --o he creído verlo-- que regresó de "allá" o que no pudo regresar.)
Y los límites no son muy precisos, y no se trata, digamos, de tener fuerza de voluntad, o no en mi caso; estuve casi inconsciente durante más de una semana y sólo había espacio en mi cabeza para pequeños pensamientos, casi slogans, a veces una sola palabra que lo ocupaba todo, a veces una imagen o un sonido. Varios médicos me desahuciaron un par de veces --otros no, y se lo agradezco--, según me enteré después, y no encuentro otro motivo para seguir vivo que, como dije hace algunos posts, no se me haya dado la gana morirme. Claro que eso me costó bajar más de treinta libras en unos cuantos días; todavía agradezco que las dietas no hayan sido tan efectivas, porque las reservas fueron vitales. (He recuperado veinte libras hasta la fecha, y no me parece que vaya a ser muy fácil engordar. Ah, las veleidades de uno...)
Ya puesto en la realidad actual, uno aprende las cosas del modo difícil, y puede verse desde diferentes perspectivas. Por ejemplo, tardé casi un mes en aprender de nuevo a caminar, luego de tres meses de estricta cama. Uno puede pensarlo como algo humillante, como algo triste, como algo simplemente necesario, como algo divertido (de que los hay, los hay), como algo después de todo interesante. Por el tipo de operaciones que me hicieron, sé que ya no podré caminar "como antes", y allí viene otro factor: uno acepta o no acepta lo que le tocó. Puedo negar mi condición, pero eso no hará que se revierta; el "como antes" no es una opción, y considerarlo como tal sólo puede llevar a la amargura. Y no es ya asunto de decir "estoy vivo, eso es lo que importa", sino simplemente no cuestionárselo y aprender a vivir con eso como se aprende a usar palillos chinos porque se acabaron los tenedores. (¿Comer con las manos? Bue... Hay cosas que sí, hay cosas que no. En lo personal prefiero que haya algo entre mis manos y la boca, aunque no descarto los tacos y las pupusas y hasta ciertos tipos de comida menos... uh... folklóricos como susceptibles de ser comidos a mano limpia.)
Otro límite que uno no puede controlar es la velocidad de la recuperación. Casi un año, me han dicho los médicos, y se está cumpliendo. De un día a otro, de una semana a la siguiente, la mejoría no es evidente. Me doy cuenta de que hace un mes no podía hacer cosas que ahora me cuestan apenas un poco. Cada vez tengo más energías, y escribir este post no me dejará tirado en cama durante todo el día siguiente. Trabajar es menos difícil; había un montón de dolores --tenía todo un catálogo, y aún hay varios en existencia-- que no me dejaban pensar más que en ellos, y tenía que invertir una cantidad terrible de energía en concentrarme y hacer lo que debía hacer. Y apenas van tres meses desde que salí del hospital...
A veces me pongo trágico mientras veo la tele. Veo algo y digo: "Eso nunca podré hacerlo." Y me doy cuenta de que nunca lo he hecho, o nunca lo hice bien, y no me queda más que reírme. ¿Cómo extrañar lo que nunca se ha tenido? (Ésa es una buena fórmula para los que desearon una mejor niñez o se lamentan por las decisiones que los llevaron a un lugar que no les gusta.)
Y, en fin, uno descubre que no es el superhéroe de ninguna película, ni siquiera de la suya en particular. Y eso puede ser doloroso si no se lo toma uno con el humor necesario.
Lo otro es que la sensación física de la muerte, el miedo físico e involuntario, el trauma, va desapareciendo poco a poco, a fuerza de repeticiones. Uno va olvidando. Y lo que va olvidando es lo más fuerte que le pasó en su vida, lo más terrible, lo inolvidable. Aún no sé si sea lo más conveniente o no; sé que es lo que me ha estado ocurriendo. O quizá uno sólo se acostumbra y asimila su "experiencia cercana a la muerte" como cualquier cena de Navidad que terminó en pleito o qué sé yo.
Sí, sé que no estoy diciendo de qué estuve enfermo y qué es lo que me puso donde estoy. En realidad no es importante, y los amigos lo saben porque deben saberlo: muchos llegaron a verme en los peores ratos, y quizá en buena medida estoy vivo gracias a su presencia. Sólo estoy haciendo un poco de terapia y poniendo en palabras algunas ideas que me han ocupado en los últimos meses. Quisiera escribir sobre otros temas, porque no soy héroe ni víctima. Quisiera hacerlo pronto. Quisiera que este mi diario personal no se quedara empolvado durante tanto tiempo, porque es importante para mí. Quisiera muchas cosas. Al menos ya sé que me queda otro poco de tiempo --espero que mucho-- para poder seguir en lo mío, que es escribir. (¿En serio es tan importante escribir? Es lo que estoy tratando de averiguar también. Al menos ya sé cómo terminar una novela que tengo pendiente; debo decidir si la termino o no. Pero no sólo yo; también mi cuerpo, que está tan raro desde hace unos meses. Ya veré cómo reconciliarme con él. Ahora acabo de tomarme mis medicinas; por algo se empieza.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias mi Rafita por escribir, me da gusto escucharlo por medio de leer su blog. Fue sustentador verlo, ya lo extrañaba demasiado. Un abrazo muy fuerte y se merece recuperarse pronto, es decir, BIEN.
Saludos a Krisma y mi Vale.