Testosterona, poesía y credenciales
Anoche un amigo me envió un correo que a su vez le había enviado otro amigo, y a éste quién sabe quién más, y así sucesivamente. En él se habla de mí (lo pongo al final para que quede registro), y creí que se trataba de uno de esos correos apócrifos que luego circulan por allí, producto de gente ociosa y material de regocijo. Casi al final me enteré de que fue escrito por Álvaro Rivera Larios, colaborador habitual de El faro, y que en serio se quiere pelear conmigo. Lo raro es que, con toda la testosterona que libera, haya regado el correo por todas partes y no me lo haya enviado también a mí; no creo que le fuera tan difícil conseguir mi dirección electrónica; una muestra de delicadeza --o de valor-- hubiese sido hacer que me enterara directamente de las cosas feas que anda diciendo de mí.
El correo tiene que ver con varios posts que he escrito últimamente acerca de poesía, y su desacuerdo con ellos. Al respecto publicó una nota en El faro, que puede encontrarse en este link. Desde entonces quería discutir conmigo, pero la verdad no veo punto de discusión por ninguna parte. (Álvaro lee en un post mío una respuesta a su nota. Es pretencioso de su parte suponer que mi vida social --e incluso antisocial-- lo tiene como centro de mi atención.) No veo motivos de discusión o polémica con él, por los motivos que paso a exponer:
1. No conozco sus credenciales académicas, quizá porque no las tiene, como es obvio desde sus notas. Las que he leído, muy pocas, son desarticuladas y contradictorias, con algunas citas mal digeridas de autores que con mayor provecho estarían en otra parte. Creo que puede esperarse bastante más de alguien que haya pasado por una universidad, de preferencia por la parte de adentro, y mejor aún si ha recibido clases.
2. No lo puedo ver como periodista. En su nota y en su poco amable carta es evidente que distorsiona lo que dije, o de plano no lo entendió. No sabe manejar la información, pues, y, a falta de rigor, se pone a insultarme. Ya alguna vez, en una discusión en un foro de internet, una polémica acerca de Dadá terminó con insultos a mi esposa, que no tenía nada que ver con el asunto. (Guardo los registros y los he leído un par de veces por simple y malsana diversión.) No controla sus emociones a la hora de ponerse a discutir, y eso no es sano cuando uno anda en el oficio periodístico. Sus razones tendrá Carlos Dada para tenerlo en la lista de colaboradores de El faro, y no pienso cuestionarlas.
3. Como crítico, sospecho que no tiene mucha formación, y la que pudiera tener la usa con mal arte. Hace valoraciones acerca de mi trabajo literario cuando no ha leído un solo libro mío (comprobado), y se mete a discutir mis comentarios acerca de una antología (Una madrugada del siglo XXI, de Vladimir Amaya) que no conoce ni puede conocer por simple cuestión geográfica (vive en España).
4. Se supondría, entonces, que estaría discutiendo con un escritor, pero tampoco de eso tiene credenciales. Las credenciales de un escritor, para discutir en serio con otro, son sus libros, y que yo sepa no ha publicado nada, ni de poesía ni de ninguna otra cosa. No veo algo que pueda contraponer a mi "modesta novelística" (uso sus palabras) ni a ninguna otra cosa de las que yo haya podido ir dejando por la vida.
No hay un territorio de encuentro o de desencuentro. ¿Qué puedo discutir con él que no sea, al menos para mí, una pérdida de tiempo y de energías?
Como le dijo un amigo muy querido en los comentarios de otro blog: si tiene un problema de autoestima que me involucre, que lo arregle él solo. Francamente no me interesa servirle como terapia; tengo cosas más interesantes de las cuales ocuparme.
Reproduzco la carta para quienes tampoco la conocieron, que por lo que imagino deben ser pocos aparte de mí. Las posdatas son obviamente de él mismo; mis hormonas las uso para cosas más productivas. (¡Valeria ya va a cumplir seis años!)
Es sorprendente cómo Rafael Menjivar transforma un debate serio en un pleito de mesón, en un “enseñáme el tamaño de tu obra para ver cuánto valen tus ideas”, en un “mi papá es policía y el tuyo no, vaya”. Es triste, pero es así. No sugiero que en un debate estén prohibidas hasta cierto punto las malas artes, pero después del golpe bajo hay que ofrecer buenas ideas. Lamentablemente no es así. La rabia de Menjivar no viene acompañada por ideas de calado, es rabia a secas (de nuevo les recomiendo que hagan una instructiva visita a su blog Tribulaciones y Asteriscos).
Nuestro autor, al que sus pequeños triunfos literarios lo han vuelto infalible, ha pasado de la ficción narrativa a la narrativa histórica: se ha empeñado en contarnos la historia reciente de la literatura salvadoreña como si fuese el argumento de una mala película en la que hay buenos y malos. Los buenos son los poetas jóvenes, y un narrador viejo que los defiende, y los malos, que son muy malos y muy tontos, son unos escritores resentidos, mediocres y reaccionarios que se oponen rabiosamente a los nuevos creadores y a los nuevos aires estéticos que estos promueven (aires de cambio formal que sólo Menjivar ¡qué casualidad¡ comprende). Esta sería la historia literaria reciente de El Salvador, según Menjivar. Como guionista no es muy original que digamos. Pero él jura que pocos comprenden una trama tan sutil. A todas luces, su propuesta interpretativa es un homenaje a los trazos gruesos y simplistas. Al final, desfigura los caminos que se cruzan en nuestra historia literaria más reciente; ignora las diferentes corrientes que chocan y que al chocar se transfiguran; le roba sutileza a los diferentes personajes y los matices de sus tratos y contradicciones; pierde la visión matizada del conjunto y la diluye en unos trazos simples y artificialmente belicosos.
Si de algo debemos huir todos, los jóvenes y lo que ya no somos jóvenes, es de estos esquemas narrativos donde sólo enfrentan dos campos o fuerzas simples. A la historia, no sé por qué, siempre le da por demostrar que es más compleja. Las tramas binarias se tragan los matices y tornan invisibles otras fuerzas y otros fenómenos que intervienen en los problemas. Los esquemas binarios son típicos del peor pensamiento salvadoreño y sobra decir que han hecho muchísimo daño.
Hay quien plantea falsos problemas y se saca de la manga una imagen localista, cerrada y premoderna de la tradición poética salvadoreña de los últimos años. Que yo sepa, desde los años cincuenta del siglo pasado, existe una zona de nuestra tradición que se abre al mundo y que desarrolla una crítica radical de la herencia literaria recibida. Roque Dalton hizo un balance de sus mayores e hizo una reinterpretación moderna y radical de nuestra cultura. A partir de entonces, las generaciones subsiguientes siempre han visto con sospecha las “herencias literarias oficiales”. Dalton hizo una crítica de la tradición y dejó la impronta, en nuestra cultura, de una tradición moderna, radical y crítica.
Entre nosotros, al menos como principio racional explicito, ya no es una norma la imitación dócil de los autores del pasado, sean buenos o sean malos. Quedan resabios localistas, pero en general, desde hace más de medio siglo se ha ido abriendo paulatinamente el diálogo con poetas de otros países. Dalton y Kijadurías ya son un producto de ese diálogo y algo significa, digo yo, que dos de las cabezas más influyentes de nuestra tradición poética moderna sean voces cosmopolitas, voces abiertas.
El presente de nuestra poesía, que seguro tiene sus propios rasgos, ya es un capítulo de la historia moderna de nuestra literatura. Si necesitamos dibujar sus perfiles, en contraste con el pasado más reciente, no conviene hacerlo desfigurando las connotaciones y complejidades de dicho pasado. A quienes les gustan las historias emotivas y maniqueas les incomodará mi reflexión. Dalton, uno de los poetas a los que se pretende negar, era cosmopolita. Dalton, también, era partidario de cuestionar y abrir al mundo las herencias literarias localistas y oficiales. Esos rasgos de Dalton no lo alejan de los últimos poetas, más bien lo acercan, pero entonces ¿Cuál es el problema? ¿Cómo negar a quien se les parece? ¿Cómo romper con un autor que ya pertenece a la tradición de la ruptura?
En una historia simplista de jóvenes buenos y renovadores y de viejos malos y reaccionarios, estas últimas preguntas sobrarían.
En lo personal, creo que superar a Dalton hasta cierto punto es un falso problema. Creo que el problema es cómo acomodarlo en un panorama literario más complejo y menos asediado por las urgencias éticas. La realidad es que, en los hechos y ya desde hace años, se ha vuelto leve en nuestras letras el peso de aquel Dalton simplificado que tanto circuló en los años 70 y 80 del siglo XX. Ese Dalton ya no pesa en obras como las de Carlos Santos, René Rodas y Miguel Huezo Mixco y estos poetas pertenecen a la generación de los 70/80. Los poetas maduros también cambian y se mueven y pueden alejarse de sus primeras influencias. Eso explica que nuestro distanciamiento del Dalton simplificado no haya comenzado el día de ayer, comenzó hace diez o quince años y quienes comenzaron a distanciarse de él (si es que alguna vez estuvieron demasiado cerca) ya no eran poetas veinteañeros.
Así que no mezclemos la promoción de los nuevos poetas, tan positiva y urgente, con un relato simplista de nuestra historia literaria de los últimos tiempos.
No hay ningún problema en reconocer la calidad de los jóvenes, ¿Cómo negar el talento de Jorge Galán? ¿Cómo negar el talento de Tomás Andréu? Ni se niega su talento ni se niega su calidad, pero si hacemos un balance generacional bajo la luz de la ruptura literaria, no hay más remedio que abordar el problema filosófico de “lo nuevo” y no hay más remedio que investigar y valorar sin prejuicios la historia más reciente de nuestra literatura, lejos de las imágenes maniqueas que algunos proponen.
Lo único que demuestra Menjivar es su vieja, sobada y correosa confusión acerca del ejercicio de la crítica y el trabajo creativo en literatura. Ambos se relacionan, pero no hasta el grado de ser lo mismo o de ser el desarrollo de la misma facultad. Muchos escritores con talento no pasan de ser meros divulgadores de las ideas estéticas y literarias de su tiempo. Muchos escritores con talento han sido jueces literarios mediocres. Baudelaire, Eliot, Borges y Octavio Paz son las excepciones que confirman la regla.
Ni Aristóteles ni Kant, personajes que han influido en el lenguaje con el cual formulamos los problemas estéticos, fueron poetas o artistas profesionales. Formaron parte, eso sí, de un público cultivado, buen degustador de las artes y atento a sus problemas.
Pero si los conceptos que el filósofo griego acuñó (para el análisis, diferenciación y ubicación de la música, la lírica y el teatro) los tuviésemos que aceptar sólo si se demuestra que Aristóteles, además de “pensar” sobre el arte, era también un buen artista, no tendríamos más remedio que despreciar su teoría (el brillante Menjivar razonaría así: “Si los poemas de Aristóteles son malos, no tiene derecho de hablar sobre arte y, por lo tanto, no vale la pena leer su poética”). De Kant, que tanto ha influido en la teoría del arte por el arte, se dice que tuvo un gusto convencional y que no era precisamente un buen prosista.
Las opiniones de Menjivar no las respalda su modesta novelística. Ignoro cuál novela suya ofrece Menjivar como prueba de que es cierto ese juicio suyo que predica la inexistencia de una tradición poética en El Salvador. A lo mejor piensa que la presunta calidad de su obra es suficiente razón para justificar todas sus opiniones sobre el asunto, incluso las equivocadas. Las opiniones puntuales acerca de un tema tan complejo como las semejanzas, diferencias y calidades de dos generaciones literarias, Menjivar tendría que validarlas, no ofreciendo su obra como evidencia probatoria y legitimadora, sino que ofreciendo buenos argumentos, planteando bien el tema y ofreciendo ejemplos pertinentes para fundamentar sus juicios. De la forma tan simplista con que Menjivar formula el problema de los poetas jóvenes, yo podría deducir que es un mal novelista, pero las cosas no son así. Ni la buena ni la mala calidad de la prosa de Menjivar sirven para respaldar sus opiniones sobre la poesía joven. Tampoco sus buenas opiniones, si las tuviera, me servirían como criterio para establecer la posible calidad de su obra narrativa. Entre la calidad literaria de un autor y la calidad de su juicio crítico sobre la literatura no se dan relaciones simétricas o de igualdad. George Steiner, por ejemplo, ha sido uno de los grandes críticos literarios del siglo XX, pero no lo ha sido por la calidad de su narrativa. Si la prosa artística que Steiner a veces escribe fuese la prueba, la evidencia, que demostrase la validez de sus opiniones críticas, lo más seguro es que esas opiniones críticas ahora no gozarían de mucha consideración. Un narrador discreto puede ser un gran crítico (el caso de Steiner lo demuestra). Otro novelista discreto (en el caso de Menjivar) con sus opiniones demuestra dos cosas: a) que lo suyo son las valoraciones puntuales de textos puntuales, pero no las visiones críticas de conjunto y b) que no es un polemista bien dotado.
Otra cosa es que algunos, aprovechando su prestigio literario, quieran presumir de hondura crítica cuando sólo son divulgadores de ideas. Y divulgar ideas (repetir a Eliot, por ejemplo) es un papel loable al que yo me sumo, es necesario. Pero en el país de los ciegos, algunos simples y tuertos divulgadores de ideas se creen con derecho a que los traten como a reyes del pensamiento.
Deberíamos recetarnos, por lo tanto, una dosis diaria de modestia, de autocrítica frente al espejo. Citar a Eliot y a Pound, al mismo tiempo que se promueven esquemas explicativos binarios es una contradicción reveladora. No basta con citar a Eliot, si se piensa de forma simplista. Eliot utilizaba mucho el “si, pero” y el “sin embargo”. Eliot era un hombre cuyo estilo de pensamiento no se caracterizaba por encorsetar en un guión elemental y maniqueo los matices y complejidades de un problema.
Aquí, seamos honestos: como promotor literario, Menjivar es una joya. La divulgación de ideas y técnicas literarias es una labor que ha desempeñado de forma loable, lamentablemente esa labor no le concede el estatus de árbitro infalible y lúcido, lo siento. Uno debe tirar con el peso de su propia sombra, sin autoengaños.
Dejando de lado la pequeña y triste soberbia del campeón del barrio, en mi artículo (Rebelión y guerras literarias, Elfaro.net) hay una serie de razonamientos que ponen en tela de juicio los argumentos de Menjivar acerca de la tradición y de la joven poesía. El marco interpretativo que utiliza para ubicar a los nuevos creadores es una variante maniquea del viejo y ya cuestionado modelo de los enfrentamientos y diferencias generacionales. La categoría de “generación” -en la crítica- si se utiliza mal, deja sin explicar a los autores marginales, a los que no salen en la foto de grupo, a los que tienen una evolución más lenta y acaban eclosionando veinte o treinta años después (el caso de Antonio Gamoneda en España, a quien casi nadie identifica con los poetas de “su generación”). Pero volviendo a Menjivar, en su crispado escrito de respuesta (véase su blog Tribulaciones y Asteriscos) no hay una sola palabra que vaya hasta el fondo del problema que se debate. Mis objeciones merecían una réplica razonada. Pero hay personas a las que les interesa más cuidar la imagen de su lastimado ego, que bajar hasta la arena del debate con buenos argumentos. Menjivar, que no maneja con arte la falacia ad hominem, se ha preocupado más de atacarme sin estilo que de enfrentar mis razones con mejores ideas, de esa forma se autorretrata intelectualmente. Triste, digo yo. Bastante pequeño.
PD/ Invito a Menjivar a que me ataque de forma más inteligente, es decir, puede darme algún golpe mafioso en el estomago (no me sorprendería), pero después tendría que atacar mis argumentos y eso es lo que interesa, al fin y al cabo, después de un buen combate dialéctico: los argumentos que sobreviven. No sólo se discute para ganar a cualquier precio, se discute para aprender.
PD/ Le concedo la licencia de que no pronuncie mi nombre, es tan poético ese silencio.
El correo tiene que ver con varios posts que he escrito últimamente acerca de poesía, y su desacuerdo con ellos. Al respecto publicó una nota en El faro, que puede encontrarse en este link. Desde entonces quería discutir conmigo, pero la verdad no veo punto de discusión por ninguna parte. (Álvaro lee en un post mío una respuesta a su nota. Es pretencioso de su parte suponer que mi vida social --e incluso antisocial-- lo tiene como centro de mi atención.) No veo motivos de discusión o polémica con él, por los motivos que paso a exponer:
1. No conozco sus credenciales académicas, quizá porque no las tiene, como es obvio desde sus notas. Las que he leído, muy pocas, son desarticuladas y contradictorias, con algunas citas mal digeridas de autores que con mayor provecho estarían en otra parte. Creo que puede esperarse bastante más de alguien que haya pasado por una universidad, de preferencia por la parte de adentro, y mejor aún si ha recibido clases.
2. No lo puedo ver como periodista. En su nota y en su poco amable carta es evidente que distorsiona lo que dije, o de plano no lo entendió. No sabe manejar la información, pues, y, a falta de rigor, se pone a insultarme. Ya alguna vez, en una discusión en un foro de internet, una polémica acerca de Dadá terminó con insultos a mi esposa, que no tenía nada que ver con el asunto. (Guardo los registros y los he leído un par de veces por simple y malsana diversión.) No controla sus emociones a la hora de ponerse a discutir, y eso no es sano cuando uno anda en el oficio periodístico. Sus razones tendrá Carlos Dada para tenerlo en la lista de colaboradores de El faro, y no pienso cuestionarlas.
3. Como crítico, sospecho que no tiene mucha formación, y la que pudiera tener la usa con mal arte. Hace valoraciones acerca de mi trabajo literario cuando no ha leído un solo libro mío (comprobado), y se mete a discutir mis comentarios acerca de una antología (Una madrugada del siglo XXI, de Vladimir Amaya) que no conoce ni puede conocer por simple cuestión geográfica (vive en España).
4. Se supondría, entonces, que estaría discutiendo con un escritor, pero tampoco de eso tiene credenciales. Las credenciales de un escritor, para discutir en serio con otro, son sus libros, y que yo sepa no ha publicado nada, ni de poesía ni de ninguna otra cosa. No veo algo que pueda contraponer a mi "modesta novelística" (uso sus palabras) ni a ninguna otra cosa de las que yo haya podido ir dejando por la vida.
No hay un territorio de encuentro o de desencuentro. ¿Qué puedo discutir con él que no sea, al menos para mí, una pérdida de tiempo y de energías?
Como le dijo un amigo muy querido en los comentarios de otro blog: si tiene un problema de autoestima que me involucre, que lo arregle él solo. Francamente no me interesa servirle como terapia; tengo cosas más interesantes de las cuales ocuparme.
Reproduzco la carta para quienes tampoco la conocieron, que por lo que imagino deben ser pocos aparte de mí. Las posdatas son obviamente de él mismo; mis hormonas las uso para cosas más productivas. (¡Valeria ya va a cumplir seis años!)
Es sorprendente cómo Rafael Menjivar transforma un debate serio en un pleito de mesón, en un “enseñáme el tamaño de tu obra para ver cuánto valen tus ideas”, en un “mi papá es policía y el tuyo no, vaya”. Es triste, pero es así. No sugiero que en un debate estén prohibidas hasta cierto punto las malas artes, pero después del golpe bajo hay que ofrecer buenas ideas. Lamentablemente no es así. La rabia de Menjivar no viene acompañada por ideas de calado, es rabia a secas (de nuevo les recomiendo que hagan una instructiva visita a su blog Tribulaciones y Asteriscos).
Nuestro autor, al que sus pequeños triunfos literarios lo han vuelto infalible, ha pasado de la ficción narrativa a la narrativa histórica: se ha empeñado en contarnos la historia reciente de la literatura salvadoreña como si fuese el argumento de una mala película en la que hay buenos y malos. Los buenos son los poetas jóvenes, y un narrador viejo que los defiende, y los malos, que son muy malos y muy tontos, son unos escritores resentidos, mediocres y reaccionarios que se oponen rabiosamente a los nuevos creadores y a los nuevos aires estéticos que estos promueven (aires de cambio formal que sólo Menjivar ¡qué casualidad¡ comprende). Esta sería la historia literaria reciente de El Salvador, según Menjivar. Como guionista no es muy original que digamos. Pero él jura que pocos comprenden una trama tan sutil. A todas luces, su propuesta interpretativa es un homenaje a los trazos gruesos y simplistas. Al final, desfigura los caminos que se cruzan en nuestra historia literaria más reciente; ignora las diferentes corrientes que chocan y que al chocar se transfiguran; le roba sutileza a los diferentes personajes y los matices de sus tratos y contradicciones; pierde la visión matizada del conjunto y la diluye en unos trazos simples y artificialmente belicosos.
Si de algo debemos huir todos, los jóvenes y lo que ya no somos jóvenes, es de estos esquemas narrativos donde sólo enfrentan dos campos o fuerzas simples. A la historia, no sé por qué, siempre le da por demostrar que es más compleja. Las tramas binarias se tragan los matices y tornan invisibles otras fuerzas y otros fenómenos que intervienen en los problemas. Los esquemas binarios son típicos del peor pensamiento salvadoreño y sobra decir que han hecho muchísimo daño.
Hay quien plantea falsos problemas y se saca de la manga una imagen localista, cerrada y premoderna de la tradición poética salvadoreña de los últimos años. Que yo sepa, desde los años cincuenta del siglo pasado, existe una zona de nuestra tradición que se abre al mundo y que desarrolla una crítica radical de la herencia literaria recibida. Roque Dalton hizo un balance de sus mayores e hizo una reinterpretación moderna y radical de nuestra cultura. A partir de entonces, las generaciones subsiguientes siempre han visto con sospecha las “herencias literarias oficiales”. Dalton hizo una crítica de la tradición y dejó la impronta, en nuestra cultura, de una tradición moderna, radical y crítica.
Entre nosotros, al menos como principio racional explicito, ya no es una norma la imitación dócil de los autores del pasado, sean buenos o sean malos. Quedan resabios localistas, pero en general, desde hace más de medio siglo se ha ido abriendo paulatinamente el diálogo con poetas de otros países. Dalton y Kijadurías ya son un producto de ese diálogo y algo significa, digo yo, que dos de las cabezas más influyentes de nuestra tradición poética moderna sean voces cosmopolitas, voces abiertas.
El presente de nuestra poesía, que seguro tiene sus propios rasgos, ya es un capítulo de la historia moderna de nuestra literatura. Si necesitamos dibujar sus perfiles, en contraste con el pasado más reciente, no conviene hacerlo desfigurando las connotaciones y complejidades de dicho pasado. A quienes les gustan las historias emotivas y maniqueas les incomodará mi reflexión. Dalton, uno de los poetas a los que se pretende negar, era cosmopolita. Dalton, también, era partidario de cuestionar y abrir al mundo las herencias literarias localistas y oficiales. Esos rasgos de Dalton no lo alejan de los últimos poetas, más bien lo acercan, pero entonces ¿Cuál es el problema? ¿Cómo negar a quien se les parece? ¿Cómo romper con un autor que ya pertenece a la tradición de la ruptura?
En una historia simplista de jóvenes buenos y renovadores y de viejos malos y reaccionarios, estas últimas preguntas sobrarían.
En lo personal, creo que superar a Dalton hasta cierto punto es un falso problema. Creo que el problema es cómo acomodarlo en un panorama literario más complejo y menos asediado por las urgencias éticas. La realidad es que, en los hechos y ya desde hace años, se ha vuelto leve en nuestras letras el peso de aquel Dalton simplificado que tanto circuló en los años 70 y 80 del siglo XX. Ese Dalton ya no pesa en obras como las de Carlos Santos, René Rodas y Miguel Huezo Mixco y estos poetas pertenecen a la generación de los 70/80. Los poetas maduros también cambian y se mueven y pueden alejarse de sus primeras influencias. Eso explica que nuestro distanciamiento del Dalton simplificado no haya comenzado el día de ayer, comenzó hace diez o quince años y quienes comenzaron a distanciarse de él (si es que alguna vez estuvieron demasiado cerca) ya no eran poetas veinteañeros.
Así que no mezclemos la promoción de los nuevos poetas, tan positiva y urgente, con un relato simplista de nuestra historia literaria de los últimos tiempos.
No hay ningún problema en reconocer la calidad de los jóvenes, ¿Cómo negar el talento de Jorge Galán? ¿Cómo negar el talento de Tomás Andréu? Ni se niega su talento ni se niega su calidad, pero si hacemos un balance generacional bajo la luz de la ruptura literaria, no hay más remedio que abordar el problema filosófico de “lo nuevo” y no hay más remedio que investigar y valorar sin prejuicios la historia más reciente de nuestra literatura, lejos de las imágenes maniqueas que algunos proponen.
Lo único que demuestra Menjivar es su vieja, sobada y correosa confusión acerca del ejercicio de la crítica y el trabajo creativo en literatura. Ambos se relacionan, pero no hasta el grado de ser lo mismo o de ser el desarrollo de la misma facultad. Muchos escritores con talento no pasan de ser meros divulgadores de las ideas estéticas y literarias de su tiempo. Muchos escritores con talento han sido jueces literarios mediocres. Baudelaire, Eliot, Borges y Octavio Paz son las excepciones que confirman la regla.
Ni Aristóteles ni Kant, personajes que han influido en el lenguaje con el cual formulamos los problemas estéticos, fueron poetas o artistas profesionales. Formaron parte, eso sí, de un público cultivado, buen degustador de las artes y atento a sus problemas.
Pero si los conceptos que el filósofo griego acuñó (para el análisis, diferenciación y ubicación de la música, la lírica y el teatro) los tuviésemos que aceptar sólo si se demuestra que Aristóteles, además de “pensar” sobre el arte, era también un buen artista, no tendríamos más remedio que despreciar su teoría (el brillante Menjivar razonaría así: “Si los poemas de Aristóteles son malos, no tiene derecho de hablar sobre arte y, por lo tanto, no vale la pena leer su poética”). De Kant, que tanto ha influido en la teoría del arte por el arte, se dice que tuvo un gusto convencional y que no era precisamente un buen prosista.
Las opiniones de Menjivar no las respalda su modesta novelística. Ignoro cuál novela suya ofrece Menjivar como prueba de que es cierto ese juicio suyo que predica la inexistencia de una tradición poética en El Salvador. A lo mejor piensa que la presunta calidad de su obra es suficiente razón para justificar todas sus opiniones sobre el asunto, incluso las equivocadas. Las opiniones puntuales acerca de un tema tan complejo como las semejanzas, diferencias y calidades de dos generaciones literarias, Menjivar tendría que validarlas, no ofreciendo su obra como evidencia probatoria y legitimadora, sino que ofreciendo buenos argumentos, planteando bien el tema y ofreciendo ejemplos pertinentes para fundamentar sus juicios. De la forma tan simplista con que Menjivar formula el problema de los poetas jóvenes, yo podría deducir que es un mal novelista, pero las cosas no son así. Ni la buena ni la mala calidad de la prosa de Menjivar sirven para respaldar sus opiniones sobre la poesía joven. Tampoco sus buenas opiniones, si las tuviera, me servirían como criterio para establecer la posible calidad de su obra narrativa. Entre la calidad literaria de un autor y la calidad de su juicio crítico sobre la literatura no se dan relaciones simétricas o de igualdad. George Steiner, por ejemplo, ha sido uno de los grandes críticos literarios del siglo XX, pero no lo ha sido por la calidad de su narrativa. Si la prosa artística que Steiner a veces escribe fuese la prueba, la evidencia, que demostrase la validez de sus opiniones críticas, lo más seguro es que esas opiniones críticas ahora no gozarían de mucha consideración. Un narrador discreto puede ser un gran crítico (el caso de Steiner lo demuestra). Otro novelista discreto (en el caso de Menjivar) con sus opiniones demuestra dos cosas: a) que lo suyo son las valoraciones puntuales de textos puntuales, pero no las visiones críticas de conjunto y b) que no es un polemista bien dotado.
Otra cosa es que algunos, aprovechando su prestigio literario, quieran presumir de hondura crítica cuando sólo son divulgadores de ideas. Y divulgar ideas (repetir a Eliot, por ejemplo) es un papel loable al que yo me sumo, es necesario. Pero en el país de los ciegos, algunos simples y tuertos divulgadores de ideas se creen con derecho a que los traten como a reyes del pensamiento.
Deberíamos recetarnos, por lo tanto, una dosis diaria de modestia, de autocrítica frente al espejo. Citar a Eliot y a Pound, al mismo tiempo que se promueven esquemas explicativos binarios es una contradicción reveladora. No basta con citar a Eliot, si se piensa de forma simplista. Eliot utilizaba mucho el “si, pero” y el “sin embargo”. Eliot era un hombre cuyo estilo de pensamiento no se caracterizaba por encorsetar en un guión elemental y maniqueo los matices y complejidades de un problema.
Aquí, seamos honestos: como promotor literario, Menjivar es una joya. La divulgación de ideas y técnicas literarias es una labor que ha desempeñado de forma loable, lamentablemente esa labor no le concede el estatus de árbitro infalible y lúcido, lo siento. Uno debe tirar con el peso de su propia sombra, sin autoengaños.
Dejando de lado la pequeña y triste soberbia del campeón del barrio, en mi artículo (Rebelión y guerras literarias, Elfaro.net) hay una serie de razonamientos que ponen en tela de juicio los argumentos de Menjivar acerca de la tradición y de la joven poesía. El marco interpretativo que utiliza para ubicar a los nuevos creadores es una variante maniquea del viejo y ya cuestionado modelo de los enfrentamientos y diferencias generacionales. La categoría de “generación” -en la crítica- si se utiliza mal, deja sin explicar a los autores marginales, a los que no salen en la foto de grupo, a los que tienen una evolución más lenta y acaban eclosionando veinte o treinta años después (el caso de Antonio Gamoneda en España, a quien casi nadie identifica con los poetas de “su generación”). Pero volviendo a Menjivar, en su crispado escrito de respuesta (véase su blog Tribulaciones y Asteriscos) no hay una sola palabra que vaya hasta el fondo del problema que se debate. Mis objeciones merecían una réplica razonada. Pero hay personas a las que les interesa más cuidar la imagen de su lastimado ego, que bajar hasta la arena del debate con buenos argumentos. Menjivar, que no maneja con arte la falacia ad hominem, se ha preocupado más de atacarme sin estilo que de enfrentar mis razones con mejores ideas, de esa forma se autorretrata intelectualmente. Triste, digo yo. Bastante pequeño.
PD/ Invito a Menjivar a que me ataque de forma más inteligente, es decir, puede darme algún golpe mafioso en el estomago (no me sorprendería), pero después tendría que atacar mis argumentos y eso es lo que interesa, al fin y al cabo, después de un buen combate dialéctico: los argumentos que sobreviven. No sólo se discute para ganar a cualquier precio, se discute para aprender.
PD/ Le concedo la licencia de que no pronuncie mi nombre, es tan poético ese silencio.
10 comentarios:
Nunca debatas con alguien que ni siquiera puede tildar tu apellido. Creo que tampoco que entendió tu punto de vista.
Eso sí es triste.
:(
Saludos
PD. Aquí te tengo el libro de Hernán Casciari. Lo acabo de encontrar :P
el guey este esta del nabo!!
no mames!! ya consiguete enemigos decentes.
neta me aburri horrores.
se lo voy a leer a aisha para que se duerma.
saludos
Le voy a dar un premio al que lee eso de un solo tiro... que valor el tuyo de poner eso tan largo y aburrido...jejejeje mi hija me dijo que lo leia y dijo: 1, 5 ,9, 7...jejeje asi cuenta ella, creo que le dio la interpretacion adecuada (no es que no quiera tildar, no se como puercas se pone en mi maquina)
Emmanuel Pocasangre
jajaja nunca pense que en pleno siglo XXI hubieran tipos con ese ego...xD
pobrecito necesita llamar la atencion!!!
tu obra aplasta a quien sea
Don Fulano (Mr. Larios) No siga intentando mojar los manantiales, las abuelitas dicen: "al agua querés mojar". No es que Rafa "se la lleve de" Es que él tiene un cúmulo de conocimientos que entiende, interpreta y materializa en sí mismo o en otros. Rafa: usted no puede comunicarse con el tipo porque él no entiende sus códigos, no existe igual formación ni mucho menos "talento de". Él, para más o menos captar algo de lo que usted dice, tendrí que por lo menos -tal vez así- "nacer de nuevo".
HAY REACCIONARIOS Y
VILLANOS CON NOMBRE Y APELLIDO
No es ningún invento que hay viejos "reaccionarios" y tampoco que algunos personajillos investidos de vacas sagradas dados a la zancadilla, la trampa y el trinquete -la subcultura guanaca-, que al agotarse su impulso creativo -a saber que otras causas-,montan una cruzada contra cualquier novel que asome la cabeza. Aquí no escribiré los nombres, pero que los hay los hay, y cuando escriba mis "memorias literarias" contaré esas acres anécdotas, por ahora adelanto un breve relato:
A inicios de los años 90 cierta editorial me pidió un libro para publicar, yo les propuse editar una antologia colectiva de poemas y cuentos que daban testimonio de los frentes de guerra -mi criterio no era que los autores de la compilación iban a deslumbrar con dotes literarias-, así que pronto apareció un personaje en la editorial y dijo: ese libro no debe ser publicado, porque no tienen calidad literaria, eso lo dice fulano de tal, que es vaca sagrada.
Cuando los de la editorial me dijeron que tenían objeciones, les respondí: 1, si dudan de la calidad literaria consulten alguien experto, 2, ¿ustedes son independientes o reciben orden de esa vaca sagrada?
Finalmente fueron a consultar a la doctora Matilde E. López, y cuando ella leyó el libro les dijo: publiquen este libro de inmediato. El libro fue presentado por la dra M. E. López en el teatro nacional, la pequeña sala se hizo elástica con el público.
Pero las zancadillas no terminaron ahí, todavía hasta un par de años atrás, los personajillos y ciertas vacas sagradas dejaron huellas en el sendero editorial.
Es evidente que quienes escriben buscando la gloria, olvidan el rigor y la consecutividad, la ética y otros elementos, y se quedan a descalificar a los jóvenes o noveles y a todo aquel escritor independiente que aparezca con una propuesta novedosa
Otros personajillos se dedican a atacar de modo agresivo buscando notoriedad, para esconder la mediocridad o la nulidad.
SOBRE LA ANTOLOGIA DE LOS JOVENES
Se les critica tambien que es autopublicación, pues, no está demás decir que en muchas universidades suramericanas, las autopublicaciones son bien recibidas en las cátedras de letras, en Europa por lo común son los mismos poetas quienes publican sus libros, luego son retomados por las grandes editoriales.
LOS BUENOS Y MALOS LIBROS
prefiero leer un libro mal escrito pero que me emocione, a leer un libro técnicamente bien escrito pero que no me deja avanzar más allá de la página cinco.
un abrazo para Rafael y los jóvenes poetas:
Walter Irahner
Un abrazo para el coro de amigos que te aplauden.
Bien, la carta fue enviada a dos personas que vos conoces, precisamente para que te la entregaran.
Dicho esto, mano, ya no pierdo el tiempo. Ya dije lo que tengo que decir.
Saludos.
Álvaro Rivera Larios
chale!!!!!! ahora hasta me manda abrazos el guey este!
pues cuando robamos juntos?
de lejitos carnal no me vayas a pegar tu necesidad de atencion.
Eduardo Menjívar
Álvaro: ¡Mira qué coincidencia! La carta me llegó a través de dos personas a las que conocía, pero tú no. Así como lo describes es como se arman las cadenas pobrediablescas; no eres el primero que me mete en una. Para la próxima pídeles mi correo a esas dos personas y así no quedas como... uh... bueno, mal.
Y qué bueno que ya no quieras perder el tiempo; es un avance. Ahora falta que decidas no hacérselo perder a los demás, por ejemplo con tus notas.
Y en serio: lee las cosas antes de opinar acerca de ellas. Quizá así alguna vez le atines a algo.
Los Demás: Gracias por escribir.
Rafael, no es que te la piques de vergón, SOS VERGÓN.
Y si eso es lo que le incomoda al caballero atacante, pues ni modo.
y como dice mi abuelito
¿Porqué ladran los perros?
Pues, porque voy pasando!.
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