Aquellos cuadros medios
No sé en otros países ni en otras organizaciones, pero en las FPL que me tocaron en suerte, en México, había de todo. En general --lo veo ahora-- predominaba la gente buena que creía en lo que hacía y en la posibilidad de un mundo mejor, que sería posible si cada uno hacía su parte desde su pequeña trinchera.
En los cuadros medios, los que manejaban pequeñas comunidades, me tocó ver a la gente más oscura de la militancia. Mientras más arriba o más abajo estaba la gente con la que hablaba, más posibilidades había de encontrar personas convencidas, honestas e inteligentes, con las humanas salvedades de siempre. Era en la mitad de la estructura partidaria donde algo pasaba, y no siempre era bueno.
Al lado de personas efectivas en su trabajo, había ineptos que cubrían sus carencias con malos modos o echando toda la carga sobre la espalda de los militantes: éstos debían decidir qué se hacía, cómo se hacía, etcétera. Y lo hacían bien, con todo y los maltratos del "compañero responsable", precisamente porque creían en lo que estaban. Luego había los que utilizaban fondos de la organización para vestirse bastante mejor que el promedio de los compañeros, para comer en buenos lugares y pasarse el exilio lo más suavemente posible. El pretexto era que tenían que hacer ciertos contactos, moverse en ciertos círculos --casi nunca era cierto-- y debían estar un poco mejor que los demás, reloj incluido. Y así una gama de lo más variada, y los militantes de base en lo suyo, que no siempre coincidía, para bien, con lo que los cuadros medios decían que querían; mientras se llevaran los créditos de un buen trabajo, no tenían nada que objetar.
Pero había una raza de lo más abyecta: la de los sádicos. Eran pocos, pero eran, y se las arreglaban para que su influencia se extendiera a los ámbitos aledaños a su zona de influencia.
En su trato con los militantes eran generalmente suaves, pero los mantenían siempre en vilo. La amenaza constante era la expulsión de la organización, algo que sonaba terrible para cualquiera: la mayor parte, junto con sus familias, dependía de la organización para tener un techo, para comer, para tener contacto con otras personas; eran ilegales que en la organización encontraban refugio en muchos sentidos. Pero, por encima de eso, la expulsión significaba que estaban fuera del proceso revolucionario por el que muchos habían dejado hermanos o padres muertos, el país, que se desconocía un trabajo honesto, todo lo que significa una decisión personal extrema en un momento extremo.
Y estos cuadros medios lo disfrutaban. Jugaban con los militantes al gato y al ratón, los ponían contra la pared con reglas escritas o que se inventaban según la ocasión; y, si uno trataba de salirse del rincón mediante una discusión sensata, venía lo de la compartimentación: "Por razones de seguridad no le puedo decir lo que se acordó en tal reunión, pero, dado el caso, puede ameritar incluso la expulsión", o "Hay medidas compartimentadas que no puedo discutir con usted, pero el asunto está como yo le digo y tiene que acatar." Y, en general, la gente acataba, y trabajaba igual que siempre, pero con miedo, lo que significaba un ambiente bien denso y un gasto innecesario de energías.
Uno podía protestar, desde luego, y el protocolo indicaba que podía comunicarse con la instancia superior a través de un escrito. Pero ese escrito tenía que pasar a través del cuadro medio del que uno se estaba quejando, o sea que daba junto con pegado. Si se intentaba llegar a través de otro cuadro medio, lo más probable era que el escrito llegara a las manos del implicado y se quedara en el archivo. Y las cosas se ponían peor para el que protestaba.
En otras partes, en otros ámbitos, me ha tocado ver al cuadro medio sádico de voz suave y sonrisa apenas insinuada, que juega con el pequeño poder que le ha tocado recibir. Juegan a lo mismo, y son capaces de crear, para su placer, grandes cantidades de angustia en las personas que se encuentran bajo su responsabilidad. Y lo disfrutan. La idea gráfica es la de alguien que se la pasa muy bien poniéndole el pie en la cara a gente que está en el lodo, por el placer de hacerlo. Habrá un montón de motivos psicológicos de por medio, pero el resultado final es su disfrute.
Lo que siempre me pregunté es si la gente que está por encima de ellos --con la que son necesariamente serviles-- los tiene allí porque son como son o porque creen que son de otro modo. Quizá haya motivos que parecen válidos para sus jefes, o sea los cuadros superiores: ya cambiará cuando tenga mayor experiencia, es que a veces no sabe cómo tratar a la gente, tiene su carácter, la gente bajo su mando hace un buen trabajo, etcétera.
Aquí, desde fuera y desde abajo, lo que he visto es a personas que usan cualquier cuota de poder que tenga para su autogratificación. Si les pagan, mejor; si no, seguro lo harán gratis.
Eso sí: siempre, en serio, tienen altos ideales o misiones que cumplir, cosas que son más grandes que ellos y que sus subordinados. Y ya se sabe las bajezas que se han cometido y se siguen cometiendo en nombre de los ideales más altos.
(Las cosas que recuerda uno, casi treinta años después, un lunes por la mañana...)
En los cuadros medios, los que manejaban pequeñas comunidades, me tocó ver a la gente más oscura de la militancia. Mientras más arriba o más abajo estaba la gente con la que hablaba, más posibilidades había de encontrar personas convencidas, honestas e inteligentes, con las humanas salvedades de siempre. Era en la mitad de la estructura partidaria donde algo pasaba, y no siempre era bueno.
Al lado de personas efectivas en su trabajo, había ineptos que cubrían sus carencias con malos modos o echando toda la carga sobre la espalda de los militantes: éstos debían decidir qué se hacía, cómo se hacía, etcétera. Y lo hacían bien, con todo y los maltratos del "compañero responsable", precisamente porque creían en lo que estaban. Luego había los que utilizaban fondos de la organización para vestirse bastante mejor que el promedio de los compañeros, para comer en buenos lugares y pasarse el exilio lo más suavemente posible. El pretexto era que tenían que hacer ciertos contactos, moverse en ciertos círculos --casi nunca era cierto-- y debían estar un poco mejor que los demás, reloj incluido. Y así una gama de lo más variada, y los militantes de base en lo suyo, que no siempre coincidía, para bien, con lo que los cuadros medios decían que querían; mientras se llevaran los créditos de un buen trabajo, no tenían nada que objetar.
Pero había una raza de lo más abyecta: la de los sádicos. Eran pocos, pero eran, y se las arreglaban para que su influencia se extendiera a los ámbitos aledaños a su zona de influencia.
En su trato con los militantes eran generalmente suaves, pero los mantenían siempre en vilo. La amenaza constante era la expulsión de la organización, algo que sonaba terrible para cualquiera: la mayor parte, junto con sus familias, dependía de la organización para tener un techo, para comer, para tener contacto con otras personas; eran ilegales que en la organización encontraban refugio en muchos sentidos. Pero, por encima de eso, la expulsión significaba que estaban fuera del proceso revolucionario por el que muchos habían dejado hermanos o padres muertos, el país, que se desconocía un trabajo honesto, todo lo que significa una decisión personal extrema en un momento extremo.
Y estos cuadros medios lo disfrutaban. Jugaban con los militantes al gato y al ratón, los ponían contra la pared con reglas escritas o que se inventaban según la ocasión; y, si uno trataba de salirse del rincón mediante una discusión sensata, venía lo de la compartimentación: "Por razones de seguridad no le puedo decir lo que se acordó en tal reunión, pero, dado el caso, puede ameritar incluso la expulsión", o "Hay medidas compartimentadas que no puedo discutir con usted, pero el asunto está como yo le digo y tiene que acatar." Y, en general, la gente acataba, y trabajaba igual que siempre, pero con miedo, lo que significaba un ambiente bien denso y un gasto innecesario de energías.
Uno podía protestar, desde luego, y el protocolo indicaba que podía comunicarse con la instancia superior a través de un escrito. Pero ese escrito tenía que pasar a través del cuadro medio del que uno se estaba quejando, o sea que daba junto con pegado. Si se intentaba llegar a través de otro cuadro medio, lo más probable era que el escrito llegara a las manos del implicado y se quedara en el archivo. Y las cosas se ponían peor para el que protestaba.
En otras partes, en otros ámbitos, me ha tocado ver al cuadro medio sádico de voz suave y sonrisa apenas insinuada, que juega con el pequeño poder que le ha tocado recibir. Juegan a lo mismo, y son capaces de crear, para su placer, grandes cantidades de angustia en las personas que se encuentran bajo su responsabilidad. Y lo disfrutan. La idea gráfica es la de alguien que se la pasa muy bien poniéndole el pie en la cara a gente que está en el lodo, por el placer de hacerlo. Habrá un montón de motivos psicológicos de por medio, pero el resultado final es su disfrute.
Lo que siempre me pregunté es si la gente que está por encima de ellos --con la que son necesariamente serviles-- los tiene allí porque son como son o porque creen que son de otro modo. Quizá haya motivos que parecen válidos para sus jefes, o sea los cuadros superiores: ya cambiará cuando tenga mayor experiencia, es que a veces no sabe cómo tratar a la gente, tiene su carácter, la gente bajo su mando hace un buen trabajo, etcétera.
Aquí, desde fuera y desde abajo, lo que he visto es a personas que usan cualquier cuota de poder que tenga para su autogratificación. Si les pagan, mejor; si no, seguro lo harán gratis.
Eso sí: siempre, en serio, tienen altos ideales o misiones que cumplir, cosas que son más grandes que ellos y que sus subordinados. Y ya se sabe las bajezas que se han cometido y se siguen cometiendo en nombre de los ideales más altos.
(Las cosas que recuerda uno, casi treinta años después, un lunes por la mañana...)
1 comentario:
Rafa: por lo general uno se acuerda de lo que le ha tocado vivir.
He contado lo mío en mi blog hace ya unos años. Siempre me ha resultado raro que se me acusara de ser trotskista, maoísta e incluso titista al mismo tiempo o alternativamente. Llegué a ser hasta agente de una potencia enemiga.
Todos los que me acusaban de eso, caminan ahora confortablemente en las aguas tranquilas del apolitismo o en el andén de enfrente.
De seguro pasa lo mismo con “tus cuadros medios”.
Un abrazo.
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