Homenaje a Carlos Briones
Anoche tuvo lugar, en el foyer del Museo de Antropología "David J. Guzmán", un homenaje al economista Carlos Briones, director, en el momento de su muerte, del Programa El Salvador de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO). Hubo, desde luego, una serie de discursos, en su mayoría emotivos, acerca de Carlos y su brillante trayectoria como economista, a cargo de personas como Héctor Dada --actual ministro de Economía y fundador del Programa, por cierto junto con mi padre--, el actual director de FLACSO, Carlos Ramos, y, si no me equivoco, del director regional de la institución, con sede en Costa Rica, quien entregó una placa conmemorativa a la familia. Hubo también un video con aspectos y testimonios sobre la vida y obra de Carlos y, lo más importante, cerca de un centenar de sus amigos y compañeros reunidos bajo el mismo techo.
Después, una recepción bien agradable y muy al estilo de Carlos: un buen trío de jazz tocando buenas versiones de buenos estándares ("My Funny Valentine", "All Blues", algo de Paquito de Rivera...) y una generosa cantidad y calidad de fiambres, quesos, aceitunas y vinos. Y los amigos conversando animadamente: una celebración de la vida más que la conmemoración de una muerte.
Para mí fue importante asistir al homenaje; estaba en el hospital, recién salido de mi quinta operación, cuando Carlos murió, el 24 de octubre del año pasado. La operación fue el 22, y apenas me dieron de alta el 9 de diciembre. Creo en la importancia de ciertos rituales, y fue triste no poder asistir a su velorio ni a su entierro. Hasta me entró un poco de culpa estúpida: el 24 de octubre es el día de San Rafael, y no es grato que un amigo muera el día del santo de uno.
La impresión fue más fuerte aún porque un par de noches antes de que me internaran Carlos me llamó por teléfono para conversar de cualquier cosa. Le dije que estaba enfermo, y ya sospechaba que se trataba de algo grave. Él desde luego me dio su solidaridad y me pidió que lo mantuviera informado, que cualquier cosa que necesu¡itara, etcétera. Según sé ahora, unos días después enfermó él, y un mal diagnóstico lo llevó a complicaciones y a una muerte fulminante, a los 54 años de su edad.
Mi amistad con él no fue larga, pero sí intensa y en general divertida; creo que compartíamos el estilo de sentido del humor, algo no muy fácil --intuyo-- para ninguno de los dos. Lo conocí en 1999, cuando él trabajaba en el Ministerio de Educación y se encargaba --entre otras cosas-- del rediseño de la PAES. Yo estaba en Vértice y seguí de cerca el proceso, además de trabajar en otros temas que manejaba el equipo de Evelyn Jacir, un equipo de lujo que integraban, entre otros, el antropólogo Ernesto Richter (fallecido hace unos años), director del programa Escuela 10, y Rafael Guidos Béjar, sociólogo y economista, quien trabajó con mi padre durante varios años y de quien, con orgullo, heredé la amistad. (Anoche tuvimos una buena plática; tenía tiempo de no verlo.)
En 2005, ya como director de FLACSO, tuvo la idea de un libro que relatara el inicio de la guerra en El Salvador, pero que se tratara de una crónica en lugar de un libro académico, y se le ocurrió que yo era la persona adecuada para hacerlo. De allí salió Tiempos de locura. El Salvador 1979-1981. Le pedí un año y medio para hacerlo; me dio siete meses. Y siete meses fueron, porque quería presentarlo el 10 de enero de 2006, el día del 25 aniversario de la "ofensiva final" de 1981.
Hicimos una apuesta: le dije que la edición se acabaría en tres semanas. A él le pareció exagerado. Lo que había de por medio era una buena cena. La edición se agotó en dos semanas, y él pagó con gusto la apuesta.
Durante los siete meses de elaboración de la primera edición recibía llamadas de él todos los días, a veces dos o tres, para saber cómo avanzaba, si hacían falta materiales, cómo iban las entrevistas, etcétera. Quizá pudiera resultar desesperante para otra persona; yo me la pasaba bien con las pláticas. Para la segunda edición aumentada, que comenzamos a trabajar mientras la primera se imprimía, se involucró más activamente: gracias a él conseguimos acceso al primer diario de Ignacio Ellacuría, bajo custodia de la Compañía de Jesús, y un par de personas más accedieron a que las entrevistara, como Román Mayorga Quiroz, ex rector de la UCA y ex miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno formada el 15 de octubre de 1979, luego exiliado en Venezuela y actual embajador de El Salvador en ese país. También me consiguió algunas fuentes que prefirieron guardar el anonimato y qué sé yo. Fue al mismo tiempo director del proyecto y asistente, algo que parecerá incompatible para quien no conociera a Carlos. (Aquí, entre paréntesis, debo reconocer también la ayuda del historiador y poeta Heriberto Montano, quien me ayudó en la consecución de documentos de época. Falleció también hace tres años, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica, o mal de Lou Gehrig.)
Hubo varios proyectos de los que hablamos después de Tiempos de locura. (Comercial: aún pueden encontrarse ejemplares de la tercera edición en las farmacias Las Américas y en La Ceiba. Aunque no difiere básicamente de la primera edición, está mucho mejor documentado y más bonito. Y vale lo mismo que la primera edición, o sea $8.50. De nada.) La idea era tomar puntos clave de la historia de la guerra salvadoreña y, sobre todo, de sus intríngulis e implicaciones políticas. Por los motivos que fuera, los proyectos --que estaban ya delineados-- no llegaron a concretarse.
Y hay más, pero con eso basta por ahora. Estoy tranquilo después de haber realizado mi ritual de despedida de Carlos, y que haya sido en un ambiente festivo. Ojalá que, cuando me toque, mis amigos y mi familia hagan algo así, alegre, con buenas vibras y, de ser posible, buena música y buena comida.
Después, una recepción bien agradable y muy al estilo de Carlos: un buen trío de jazz tocando buenas versiones de buenos estándares ("My Funny Valentine", "All Blues", algo de Paquito de Rivera...) y una generosa cantidad y calidad de fiambres, quesos, aceitunas y vinos. Y los amigos conversando animadamente: una celebración de la vida más que la conmemoración de una muerte.
Para mí fue importante asistir al homenaje; estaba en el hospital, recién salido de mi quinta operación, cuando Carlos murió, el 24 de octubre del año pasado. La operación fue el 22, y apenas me dieron de alta el 9 de diciembre. Creo en la importancia de ciertos rituales, y fue triste no poder asistir a su velorio ni a su entierro. Hasta me entró un poco de culpa estúpida: el 24 de octubre es el día de San Rafael, y no es grato que un amigo muera el día del santo de uno.
La impresión fue más fuerte aún porque un par de noches antes de que me internaran Carlos me llamó por teléfono para conversar de cualquier cosa. Le dije que estaba enfermo, y ya sospechaba que se trataba de algo grave. Él desde luego me dio su solidaridad y me pidió que lo mantuviera informado, que cualquier cosa que necesu¡itara, etcétera. Según sé ahora, unos días después enfermó él, y un mal diagnóstico lo llevó a complicaciones y a una muerte fulminante, a los 54 años de su edad.
Mi amistad con él no fue larga, pero sí intensa y en general divertida; creo que compartíamos el estilo de sentido del humor, algo no muy fácil --intuyo-- para ninguno de los dos. Lo conocí en 1999, cuando él trabajaba en el Ministerio de Educación y se encargaba --entre otras cosas-- del rediseño de la PAES. Yo estaba en Vértice y seguí de cerca el proceso, además de trabajar en otros temas que manejaba el equipo de Evelyn Jacir, un equipo de lujo que integraban, entre otros, el antropólogo Ernesto Richter (fallecido hace unos años), director del programa Escuela 10, y Rafael Guidos Béjar, sociólogo y economista, quien trabajó con mi padre durante varios años y de quien, con orgullo, heredé la amistad. (Anoche tuvimos una buena plática; tenía tiempo de no verlo.)
En 2005, ya como director de FLACSO, tuvo la idea de un libro que relatara el inicio de la guerra en El Salvador, pero que se tratara de una crónica en lugar de un libro académico, y se le ocurrió que yo era la persona adecuada para hacerlo. De allí salió Tiempos de locura. El Salvador 1979-1981. Le pedí un año y medio para hacerlo; me dio siete meses. Y siete meses fueron, porque quería presentarlo el 10 de enero de 2006, el día del 25 aniversario de la "ofensiva final" de 1981.
Hicimos una apuesta: le dije que la edición se acabaría en tres semanas. A él le pareció exagerado. Lo que había de por medio era una buena cena. La edición se agotó en dos semanas, y él pagó con gusto la apuesta.
Durante los siete meses de elaboración de la primera edición recibía llamadas de él todos los días, a veces dos o tres, para saber cómo avanzaba, si hacían falta materiales, cómo iban las entrevistas, etcétera. Quizá pudiera resultar desesperante para otra persona; yo me la pasaba bien con las pláticas. Para la segunda edición aumentada, que comenzamos a trabajar mientras la primera se imprimía, se involucró más activamente: gracias a él conseguimos acceso al primer diario de Ignacio Ellacuría, bajo custodia de la Compañía de Jesús, y un par de personas más accedieron a que las entrevistara, como Román Mayorga Quiroz, ex rector de la UCA y ex miembro de la Junta Revolucionaria de Gobierno formada el 15 de octubre de 1979, luego exiliado en Venezuela y actual embajador de El Salvador en ese país. También me consiguió algunas fuentes que prefirieron guardar el anonimato y qué sé yo. Fue al mismo tiempo director del proyecto y asistente, algo que parecerá incompatible para quien no conociera a Carlos. (Aquí, entre paréntesis, debo reconocer también la ayuda del historiador y poeta Heriberto Montano, quien me ayudó en la consecución de documentos de época. Falleció también hace tres años, víctima de una esclerosis lateral amiotrófica, o mal de Lou Gehrig.)
Hubo varios proyectos de los que hablamos después de Tiempos de locura. (Comercial: aún pueden encontrarse ejemplares de la tercera edición en las farmacias Las Américas y en La Ceiba. Aunque no difiere básicamente de la primera edición, está mucho mejor documentado y más bonito. Y vale lo mismo que la primera edición, o sea $8.50. De nada.) La idea era tomar puntos clave de la historia de la guerra salvadoreña y, sobre todo, de sus intríngulis e implicaciones políticas. Por los motivos que fuera, los proyectos --que estaban ya delineados-- no llegaron a concretarse.
Y hay más, pero con eso basta por ahora. Estoy tranquilo después de haber realizado mi ritual de despedida de Carlos, y que haya sido en un ambiente festivo. Ojalá que, cuando me toque, mis amigos y mi familia hagan algo así, alegre, con buenas vibras y, de ser posible, buena música y buena comida.
3 comentarios:
"Estoy tranquilo después de haber realizado mi ritual de despedida de Carlos, y que haya sido en un ambiente festivo. Ojalá que, cuando me toque, mis amigos y mi familia hagan algo así, alegre, con buenas vibras y, de ser posible, buena música y buena comida"... Anotado.
Bueno... Tampoco hay prisa...
Disculpá mi ignorancia qué es un foyer? Se oye lindo. Yo también hubiera querido cerrar círculos y aún no lo hago. Pero a mi manera, hice un altar de muertos el 2 de noviembre por estos lados.
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