28 de julio de 2005

Por fin Batman

Uno de los personajes más fascinantes de la ficción es Batman, el vigilante pscópata que sale todas las noches a buscar al hombre que mató a sus padres un cuarto de siglo atrás, y regresa todas las mañanas sin haberlo encontrado.
A Batman no lo mueve la sed de justicia, ni siquiera la idea abstracta de justicia: lo mueven la obsesión y el miedo. No tiene poderes más allá de su extraordinaria fuerza física, su preparación para el combate, su voluntad de sobrevivencia y la necesidad visceral de que ya nadie muera, de que ya nada malo pase, de que todos puedan vivir en paz: Batman es apenas un niño asustado vestido de monstruo.
Bruce Wayne es otra cosa. Quizá él sí piense, en la burbuja de cristal en que lo mantiene Alfred Pennyworth, su mayordomo, que "hay que hacer algo" para que Ciudad Gótica -de la que es dueño- funcione un poco mejor; lo piensa como podría pensarlo un filántropo, no como el superhéroe que no es. Su modo de combatir "el crimen" es la ciencia, la tecnología... y mantener a Batman, su demonio, equipado con lo necesario para que haga el trabajo sucio.
El punto de reunión entre Batman y Wayne es la baticueva. Allí Wayne, el científico genial, planea lo que hará Batman, el niño sufriente e hipertrofiado. No hay comunicación directa entre ambos; Alfred es quien pasa los recados, y quien de algún modo logra mantener el equilibro entre las partes de ese ente desequilibrado. (En algún momento Wayne y Batman, mientras el primero se pone el traje, pueden llegar a coincidir en el mismo cuerpo, pero creo que ambos vuelven la cara hacia otro lado, con vergüenza de sí mismos y de su alter ego.)
Desde uno de sus encuentros con Szaz, el asesino serial, cuando casi lo mata a golpes, Batman se dio cuenta de algo: no puede matar. No porque no lo desee -lo desea con toda el alma: otro motivo de sufrimiento-, ni porque tenga un especial respeto a la vida: si mata no podrá detenerse, y será igual que los criminales a los que combate, en especial a uno, al asesino sin rostro de Thomas y Martha Wayne, sus padres. Y él no quiere ser como el asesino de sus padres, así de simple.
Se menciona más arriba un hecho clave: Bruce Wayne es el dueño casi absoluto de Ciudad Gótica. Es su ciudad en el sentido económico, y también en el moral. Ciudad Gótica es uno de los engendros más portentosos de la irracionalidad urbanística, herencia de la Metrópolis de Fritz Lang: autopistas con estatuas a la altura de un piso 25, y debajo un vacío que marea; rostros ciegos de pìedra que se asoman por las ventanas, callejones que llevan a callejones que llevan a callejones que no llevan a ninguna parte, cines que aún exhiben La marca del Zorro, con Douglas Fairbanks, la película que vieron Bruce y sus padres el día en que mataron a éstos; una cantidad imposible de criminales psicópatas que persiguen a Batman por el placer de perseguirlo, con todas esas perversiones de la arquitectura como escenario... Ciudad Gótica es, ni más ni menos, el mapa de la mente de Wayne y el lugar donde a Batman no le queda más que perderse, asustado, siempre asustado. El eje de todo ese laberinto es el asilo Arkham, dirigido por un psiquiatra esquizofrénico: en Ciudad Gótica los criminales no van a la cárcel, sino a Arkham.
Sólo hay, en medio de ese pandemónium, un ser racional, que trata de mantener las cosas en un nivel mínimo aceptable: James Gordon, el comisionado de policía, otro ser sufriente pero al menos consciente de sus dolores. Gordon es la conciencia de Ciudad Gótica. Sabe que Batman es un criminal disfrazado de otra cosa, sabe que Batman es Wayne desdoblado, sabe que Batman es el único que tiene el poder de poner las cosas en orden al menos provisionalmente, porque Ciudad Gótica es un reflejo de su mente y de su corazón. Entre ambos hay una especie de amistad, y más parece que Gordon hace las veces de padre de Batman -no de Wayne; para él está Alfred- y que Batman es para Gordon lo que a él mismo le gustaría ser si no tuviera todos esos principios. (El bien y el mal vestidos de murciélago.)
Y por fin existe una película que se acerca bastante a esta idea trazada en las épocas originales de la serie (los números de Detective Comics de los años cuarenta), que se perdió en los años sesenta y setenta y que en 1980 DC Comics retomó con Año uno y Año dos, los emblemáticos capítulos de la saga del murciélago. (Comienzan, precisamente, con la llegada de Gordon a Ciudad Gótica: él es el relator oculto de la saga.)
Las dos películas de Batman filmadas por Tim Burton tenían lo suyo, como todas las películas de Burton. Lo más importante de ellas fue la ambientación, el trazo de Ciudad Gótica, la ciudad irracional y macabramente bella en la que se mueve Batman. El Comodín, Gatúbela y en especial el Pingüino fueron hallazgos notables. El problema fue Michael Keaton: es un muy buen Batman, pero como Bruce Wayne deja que desear. Alfred Pennyworth es sensacional.
La tercera no vale mucho la pena mencionarla. El director Schumacher no entendió de qué se trataba, y Val Kilmer otro tanto. Al ver a Batman sonriendo dan ganas de salirse del cine, y ese amor por la psicoanalista no viene al caso. Batman no puede enamorarse, punto. El hallazgo fue Dick Grayson, el primer Robin, que Chris O'Donnel interpretó bastante bien. Los trajes son de lo menos adecuados: no son las armaduras de guerreros, sino modelos de algún desfile de modas gay. (Nada contra los desfiles de moda gay; sólo que Batman es otra cosa, pese a lo que insinuara la pésima serie televisiva de los sesenta, con Adam West y Burt Ward, y los cómics de la época, que se adaptaron a la imagen.)
La cuarta película, con George Clooney, tuvo también cosas buenas. Ciudad Gótica ya es Ciudad Gótica, desquiciada y absurda. Clooney es un excelente Bruce Wayne... y un pésimo Batman. El Doctor Hielo no está mal, Hiedra Venenosa se queda corta y la Batichica no se la cree nadie. (Además, la Batichica original es Barbara Gordon, la hija del comisionado, no una eventual sobrina de Alfred. El Comodín la deja paralítica de un balazo y se convierte en Oráculo.)
En fin, aunque menos espectacular que las anteriores, Batman inicia por fin le hace honor al antihéroe por excelencia. El papel de Gary Oldman como el comisionado Gordon es de lo más notable, aunque Michael Caine no era, ni de lejos, el actor para el papel de Alfred, más allá de su acento inglés. La idea del batimóvil como un vehículo experimental de guerra es novedosa y bastante creíble. Quizá la introducción del personaje interpretado por Morgan Freeman se deba a la debilidad del personaje de Alfred; en todo caso encontraron un equilibrio que permitió que Batman fuera quien es... y también Bruce Wayne.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Excelente comentario sobre la película, Rafa! Como decís, aunque las cintas de Burton tienen su encanto, esta nueva versión es superior. Es la que mejor ha logrado equilibrar los mundos de Bruce Wayne y el murciélago.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Es un personaje asombroso. Me da mucha envidia Bob Kane por haberlo inventado.
Saludos.

Anónimo dijo...

Me parece interesante los que nos comentas sobre la película.
es cierto, el balance entre Batman y Bruno Díaz (de vez en cuando vale recordar las traducciones al castellano) es interesante, pero todavía es un pésimo playboy. Por último, ¿Quién podría haber sido un buen Alfred?

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Aldebarán:
No sé quién hubiera sido un buen Alfred en la actualidad. Michael Gough, quien hizo el papel en las cuatro de Batman dirigidas por Burton y Schumacher, es extraordinario. Pero ahora tiene 88 años (tenía 78 cuando Batman Forever; nació en 1917, según IMDB), y ya es demasiada edad para esos trotes. Quizá el propio Gary Oldman, que da para todo, aunque como Gordon es magnífico.

Unknown dijo...

En cuál de las películas sale la sobrina de alfred como batichica