3 de abril de 2009

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Carlos "El Famoso" Hernández nació en California en 1971, de padres salvadoreños, dice la Wikipedia. Tras una buena --y un tanto larga-- carrera en los superplumas, en febrero de 2003 ganó el campeonato mundial por la Federación Internacional de Boxeo, la hermana menos querida de las organizaciones pugilísticas.
Fue el primer salvadoreño --sí, es salvadoreño por nacimiento, en virtud de que sus padres son salvadoreños-- en ganar cualquier campeonato mundial de box. En la emoción, y en lo que defendía con éxito su título contra Steve Forbes, ex campeón mundial a su vez en la misma categoría, el presidente de la república bautizó con su nombre todo un complejo deportivo. Unos meses después Hernández perdía el título en una pelea de unificación con el Consejo Mundial de Boxeo contra el mexicano Erick Morales, y no volvió a alzar cabeza. Anunció su retiro en 2006, pero ha seguido boxeando, con suerte irregular, contra rivales que están por debajo de su capacidad original; claro: a los 38 años uno ya no debería estar boxeando, y muy pocos han llegado a esa edad haciendo cosas serias en el pugilismo profesional. (Ni Muhammad Alí, vaya.)
Por los mismos días en que se bautizó la Ciudad Deportiva con el nombre de Hernández, el venerable estadio Flor Blanca recibió el de Jorge "El Mágico" González, una ya antigua gloria local.
Si uno observa la carrera del Mágico encontrará dos cosas: un talento extraordinario --que puede entreverse en algunos videos en YouTube--, que lo llevó a jugar en la selección nacional y en el Cádiz, y su terrible irresponsabilidad en su formación y conservación como futbolista: no asistía a los entrenamientos, se la pasaba de juerga y --según la eterna Wikipedia-- se vanagloriaba de eso:
Reconozco que no soy un santo, que me gusta la noche y que las ganas de juerga no me las quita ni mi madre. Sé que soy un irresponsable y un mal profesional, y puede que esté desaprovechando la oportunidad de mi vida. Lo sé, pero tengo una tontería en el coco: no me gusta tomarme el fútbol como un trabajo. Si lo hiciera no sería yo. Sólo juego por divertirme.
Excluido del Cádiz, éste volvió a aceptarlo tras su paso por otro equipo, pero no por mucho tiempo. Intentó unos meses en Italia y, tras una acusación de intento de violación, volvió a El Salvador para jugar con el FAS, hasta su retiro.
Siempre que alguien me ha hablado del Mágico, vienen los peros: "Lástima que..." y "Si hubiera...", que se resuelven con un "Así es él." El "lástima que..." es ampliamente conocido, quizá tanto o más que sus logros; el "si hubiera..." incluye que, con un poco de disciplina, quizá "hubiera" llegado a ser tan grande como Maradona --junto con quien jugó un partido, ambos ya bastante golpeados por la droga, el alcohol y esas cosas-- y quizá como el mismo Pelé. Y es probable: lo que muestran los videos es un talento en bruto que pocas veces se ha visto, pero que nunca se desarrolló. En fin, "así es él", y se le acepta o no se le acepta.
A lo que voy es a que, oficialmente, con el bautizo de dos centros deportivos importantes de El Salvador, el gobierno --además de un poco de demagogia-- puso a dos personajes azarosos como ejemplo y parámetro de lo que debería ser el deporte nacional: un "hermano lejano" (detesto el término) cuya carrera como campeón duró unos meses y un "hermano local" que se vanagloria de su irresponsabilidad hacia su disciplina, que practicó sin disciplina. La lectura que se puede dar a esos bautizos no es de lo más acertada: no importa la constancia y el trabajo si se logra hacer "algo" que le dé a uno un nombre. Por mi parte, el estadio sigue llamándose Flor Blanca, y creo que para muchos también, y espero que no sea por simple costumbre.
En el mundo de las artes tenemos también un icono inexpugnable que, en lo personal, no me llena de orgullo. Se trata de Consuelo Suncín de Saint-Exupéry. (Nótese el "de", y el título de condesa que viene pegado a él.)
Cada cierto tiempo alguien se acuerda de ella y se hacen notas periodísticas, pequeños o grandes homenajes, mesas redondas, se desempolvan ensayos y se la recuerda con admiración ciertamente provinciana.
Consuelo Suncín no descubrió ninguna vacuna contra ninguna cosa. Tampoco luchó --digamos-- en la Resistencia Francesa, y lo único que escribió fueron dos libros de memorias, es de suponerse que con alguna ayuda, porque sus dotes literarias tampoco fueron de lo más destacable.
Básicamente, para obtener fama y admiración, Consuelo Suncín hizo dos cosas (o muchas, pero reductibles a dos categorías):
1. Estar casada con el cronista guatemaltecto Enrique Gómez Carrillo y con el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry.
2. Visitar las camas de varios personajes importantes de la literatura universal, incluso en las épocas de su matrimonio con los anteriores.
Recuerdo que, cuando era niño, la condesa llegó a El Salvador un par de veces y fue recibida con todo el boato que merece una condesa, además de que ofreció conferencias acerca de... bueno... de sus cosas. Una heroína bastante paradójica en una sociedad tan conservadora como la Buena Sociedad salvadoreña de la época, y una admiración oficial --hasta la fecha-- bastante inexplicable.
El mito dice que, sin ella, Saint-Exupéry no hubiera escrito El principito, o no le hubiera quedado igual: Consuelo Suncín está "representada" en el libro por la caprichosa rosa, que es el eje temático del libro. En lo personal estoy seguro de que el libro hubiera salido y hubiera quedado igual de bien con o sin ella; los escritores no necesariamente piensan ni funcionan como suponen los apologistas de señoras inquietas.
Supongo que un país necesita de símbolos y de héroes, y más bien de parámetros, que le den algún rumbo, algo que lo unifique y lo enorgullezca. Me parece que estos tres en particular no son los más afortunados. La lista podría ser mayor, y más compleja, pero me parece que por hoy ya estuvo bien de herejías.

4 comentarios:

Luis Hernández dijo...

Mágico no "pudo ser grande", fue grande. La verdad es que según palabras de Maradona, el pecado del Mágico, fue haber nacido en un país tan pequeño como El Salvador.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

El Mágico pudo ser Dios --cargo que ostenta Pelé, sin duda--. Estuvo en España como figura principal, y no se desarrolló.
Fue grande para un país pequeño. Pero ser de un país pequeño no empequeñece a nadie, y menos con los chances que tuvo el Mágico.
Claro que era del FAS, ejem, y eso lo hace más grande aún :)

Gabriel Otero dijo...

Originalmente era "el Mago" lo de Mágico es apodo de los españoles. Y no fue grande, fue muy talentoso (don tirado a la basura), si uno se dedica a un deporte profesional vive para ello y de ello vive. Lo que es indudable es que en su medianía ha sido el mejor futbolista salvadoreño de todas las épocas.

GO

Ricardo Hernández Pereira dijo...

Creo que es como tú siempre dices, y es algo que lo he comprobado en este último año: disciplina!!!
P.D. Pero cuando hay verdadera PASIÓN por lo que se hace no hace falta.