22 de enero de 2010

Mi yo interno y el sindicato

Eso de conocerse íntimamente a uno mismo debería tener sus límites, me parece, y en todo caso establecer hasta dónde quiere uno que lo conozcan los demás. No sólo por una cuestión de natural paranoia ("¡Me persiguen los paranoicos", etc.), sino de pudor. Vaya: uno no necesariamente anda poniendo en su blog fotos de uno mismo encuerado o mostrando la cicatriz en la panza de su última operación. (En realidad mi cicatriz en la panza es de la primera de cinco operaciones por las cuales me tocó pasar.) Pero, bueno, una resonancia electromagnética es una resonancia electromagnética, y el que salga diferente --muy diferente-- a las que pongo por aquí que arroje la primera pelvis.

Lo que sí me parece impúdico es que otros anden hablando de las cosas internas de uno sin mala voluntad, pero también sin informarse. Por ejemplo en sindicato de la Secretaría de Cultura. En una nota que se reproduce en este link, un informante anónimo al que toman demasiado en serio para ser anónimo comete tres errores con respecto a mí, si es que se trata de errores:
1. Que en la Secretaría de Cultura ya me habían dado mi carta de despido. Es falso.
2. Que la secretaria de Cultura, Breni Cuenca, se retractó cuando el sindicato le mostró la lista. No creo que pudiera retractarse de una decisión que no hubiera tomado. Hay un aspecto secundario interesante: no pertenezco al sindicato y no sé si conozca a alguien que sí pertenezca. No tengo que ver con el sindicato, pues, y no porque tenga algo en contra de ellos, sino porque no ha habido ocasión de averiguar quiénes son y qué proponen.
3. Que me iban a despedir a pesar de que yo padecía de un cáncer terminal. Hasta la semana pasada no tenía ningún cáncer terminal. Si sí, voy a demandar a los médicos y, en su defecto, a jalarles los pies cuando me muera. Estuve tres meses hospitalizado, y llevo mes y medio más en una leeeeenta convalecencia, a causa de otra enfermedad que, en efecto, casi fue la última, pero no lo fue. (Acabo de salir de una ligera gripe, por ejemplo.) Se trató de otra cosa y mis amigos, familiares y quienes me lo han preguntado saben de qué se trató. Si los del sindicato hubieran llamado para enterarse, con gusto les hubiera informado. Y también hay una falta de... uh... no digamos de responsabilidad, sino de cortesía, por parte del entrevistador. Cuando dieron a conocer la lista, una reportera de La prensa gráficaz me llamó para preguntarme qué era cierto de lo que decían. Le contesté que nada y listo. En El diario de hoy se publicó una nota en la que se citaba a los voceros del sindicato diciendo que entre los despedidos se encontraba una embarazada y un enfermo terminal. No me imaginé que yo fuera el segundo, y menos la primera; las fotos que reproduzco al principio muestran que no es posible.
En fin, aquí sigo. Ya les dije: cuando me muera, prometo que se van a enterar.

16 de enero de 2010

Algo huele a tabaco en Dinamarca

Un amigo definitivamente inglés me mandó un anuncio de sus años mozos, de cigarros Hamlet. Está para no perdérselo. Por cierto, presume --y lo envidio-- de que ha visto en vivo a Patrick Stewart --el capitán Picard-- en el papel de la Sombra, y hasta ha mandado a traer el DVD. Me imagino a Picard comiéndose un chocolate Hamlet y la historia y la vida cambian, en serio. Ya no se diga fumándose un cigarro de la misma marca, y de paso tosiendo. (¿Alguien imagina a la Sombra tosiendo?)



En México hay unos cigarros marca Raleigh. No sé si lo haya contado por aquí, pero más de uno cayó cuando le dije que era un justo homenaje, porque Raleigh fue quien introdujo el tabaco a América. God bless his boots.

15 de enero de 2010

Algo huele a chocolate en Dinamarca

Faltarían unos chicharrones Ricardo III y que al Prozac le pongan Lady Macbeth como nombre comercial. Otelo sería un buen nombre para el Viagra, y Sueño de una noche de verano para el LSD. Shakespeare da para todo. "¿Me da un cuchillo Shylock? De los pequeños, por favor; es para hacer filetes."
Los chocolates, desde luego, están hechos en México, y valen 35 centavos de dólar. No están tan ricos, pero quién iba a pedir más; nomás por el nombre me compré dos.
Chéquense la descripción:
Tableta con sabor a chocolate rellena con cacahuate / maní, cereal crocante / crujiente y almendras. / Chocolate flavoured bar with peanut, crispy cereal and almond. Políglota y todo.

2 de enero de 2010

Convalecencia y año nuevo

Me he dedicado con demasiado empeño a la convalecencia, esto es: mucho reposo (incluye pasarse horas y horas frente a la tele, en ese sofá delicioso que compramos gracias a la sana insistencia de Krisma), algo de ejercicio (tuve que reaprender a caminar después de casi tres meses sin salir de la cama) y comida incluso en exceso (me gasté toda la grasa y parte de los músculos en recuperarme de las cinco operaciones).
En general, me paso un día completo en casa y al siguiente salgo a alguna parte. La vez que caminé unos doscientos metros fue extenuante; dos días después fue un kilómetro y medio, y lo soporté tan bien como los diez o doce pasos cortos que logré dar el primer día que me puse de pie. Ahora ya he podido ir al supermercado un par de veces, yo solo, sin pagar con más de una hora de siesta. Incluso el 31 de diciembre, además del viaje al súper, me hice cargo de cocinar una parte de la cena, y no me pesaron las horas que me pasé de pie preparando el relleno y ayudándole a Krisma con el pavo. El día 3 comenzaré a trabajar en forma en el taller de La Casa, que nunca dejó de impartirse (gracias, compañeros), y quiero estar en la mejor forma posible. No será la forma ideal, pero en serio que no será tan mala como la de hace tres semanas y media, cuando tuvieron a bien darme de alta.
Lo que me falta aún es retomar la costumbre de escribir y leer, y debo hacerlo también lo más pronto posible. No sólo por las cosas que tengo pendientes en la Secretaría de Cultura, ni porque sea parte fundamental del oficio, sino por simple salud. Casi no escribí –excepto algunas páginas en noviembre– durante el tiempo que estuve en el hospital, y menos leí. Además de sanar, me dediqué a pensar y pensar y más pensar, y creo que me he cargado demasiado de cosas que debo soltar. La prueba es que en los últimos días me ha pescado un insomnio infame –todos los insomnios lo son– y una tensión que no se quita con té de manzanilla (compré una caja con cien sobres, por cierto) ni con las pastillas que me dejaron para esos menesteres.
El problema es que no sé qué escribir. Tengo un montón de textos a medias y proyectos pendientes, pero no he tenido ánimos de revisarlos. Más que ánimos, ganas. Y, más que eso, creo que antes de seguir con los pendientes tengo que soltar cosas nuevas relacionadas con mi reciente temporada en el infierno. Y allí es donde la puerca tuerce el rabo: hay temas de los que me da miedo escribir. No porque alguien se vaya a enterar, sino por el hecho de que ocurrieron, e invocarlos es volver a vivirlos, y no quiero; aún no he sanado por completo. Sería hablar de algo que aún me está pasando, o que podría volver a pasarme con un simple descuido. Podría tomarlo por el otro lado: en vez de una invocación, se trataría de un exorcismo. Quizá. Pero no se trata de tenerlo claro racionalmente, sino que se me mueven palanquitas irracionales que quizá no podría poner de nuevo en su lugar. Está por verse; aún están muy cerca los demonios.
Lo que sé es que llegué a 2010 (en algún momento pareció que no lo lograría). Y hay planes y asuntos que echar a andar, y espero que la energía alcance para todo. Y, en fin, estoy en la mañana de un sábado 2 de enero pensando que habría que poner un post acerca del año nuevo y los buenos deseos para todos. Y claro que tengo buenos deseos para todos, porque de otro modo no tendría chiste, pero tengo sobre todo un agradecimiento muy especial hacia los amigos, que son más de los que pudiera creer y cuyo cariño y solidaridad me ayudaron a vivir. (A Krisma mis agradecimientos se los doy aparte, perdonarán.)
Veamos, pues, qué sigue.