28 de octubre de 2005

Sobre el triunfo y la literatura

El escritor guatemalteco Mario Roberto Morales publicó en La Insignia un amargo y divertido artículo acerca de la literatura light, con una larga cita acerca de cómo publicar en Alfaguara y hasta ganarse el premio más codiciado de los escritores en español. No se lo pierdan.

26 de octubre de 2005

Blog de Jasmine

La periodista salvadoreña Jasmine Campos acaba de iniciar un blog aquí. Conociéndola, promete estar muy bien. Hay un link en la columna de la derecha para visitarlo.

25 de octubre de 2005

Homenajes involuntarios

Algunos homenajes llegan en frascos extraños, pero no son los peores, y generalmente resultan los más divertidos.
Por ejemplo, hay un foro en Yahoo, formado por varia gente interesante (a varios de ellos los quiero un montón, y hasta soy correspondido), en el cual se puede hablar de todo y puede entrar todo el mundo, y sólo tiene una restricción: soy el único que no puede suscribirse. De los motivos, impuestos por tres o cuatro personas, quizá hable alguna vez; en general son mezquinos, y ése es el encanto: todo lo que se haga en ese foro tiene que ver conmigo, así nadie me mencione (porque también está prohibido mencionarme). Mi ego de Leo con ascendente Escorpio se infla a niveles de estallido.
Ése es un homenaje permanente, pero hay otros un tanto más coyunturales. Por ejemplo, hace una semana, en su programa Universo crítico, de Canal 10 Geovani Galeas entrevistó a Federico Hernández Aguilar, presidente de Concultura, y a Luis Alvarenga, director de la revista Cultura, y se puso bien raro con respecto a mí. (Y pensar que hace un par de meses nos echaron juntos de una cantina... Hablo en serio. A él con su cerveza y a mí con mi coca de dieta.) Protestó porque en el número 89 vienen dos trabajos míos (no uno solo, como a los demás autores): un ensayo sobre Roque Dalton titulado Un artículo levemente odioso (el número estaba dedicado a RD) y el texto Espejos. (Necesito actualizar mi otro blog pero no he tenido ganas.) El primero se publicó en Nueva Orleans, en una antología de ensayos preparada por Rafael Lara Martínez y Dennis Seager, y el segundo --como se ha dicho aquí hasta el cansancio-- en Los mejores cuentos mexicanos 2004. Hubo tres argumentos de Geovani que me encantaron:
1. Que Espejos no es un cuento.
2. Que iba a necesitar leer no sé cuántos libros de filosofía para entenderlo.
3. Que habiendo tantos narradores en El Salvador, ¿por qué publicar un texto mío precisamente?
En el primer punto estoy de acuerdo con Geovani: eso no es un cuento, y tuve a bien decírselo a Eduardo Antonio Parra, el compilador, y antes de eso a quienes lo publicaron en la revista Castálida, de donde salió para la antología. Lo dije también en este post, y si Geovani quiere estoy dispuesto a protestar junto a él donde sea necesario y a firmar lo que sea preciso para que nadie lo considere un cuento.
En lo de los libros de filosofía está el verdadero homenaje, que acepto con tanta humildad como me es posible --poca, si somos francos--, porque no consulté uno solo para escribirlo o corregirlo, de filosofía ni de nada. Lo que pasó fue que un día de diciembre de 2o01, aprovechando las vacaciones, me encerré en un cuarto vacío de la casa donde vivía, con un cuaderno, una mesita y dosis industriales de coca de dieta y cigarros y me puse a darle a la pluma. (Sí, salía a comer y al baño; espero que no sea tomado en mi contra.) Una semana y media después estaba listo el borrador, y me pasé el año siguiente corrigiéndolo junto con otros textos: Trece, Instrucciones para vivir sin piel y lo que llevaba de Breve recuento de todas las cosas, en el que no avancé mucho. (Lo terminé hará cosa de un año.) En 2003 mi amigo Hugo Ortiz me pidió "algo" para publicar en Castálida, se lo envié con la advertencia de que no era un cuento, lo puso en el número de diciembre de 2003 y de allí lo agarraron para la antología. Nada tenebroso, oculto ni terriblemente egomaniaco, sólo el proceso natural de todo texto.
De hecho creí que no se publicaría, porque no tenía esa intención y porque en efecto es rarísimo. Por esos días estaba bien malo de los nervios, en las secuelas de la muerte de mi padre, y tenía ataques de pánico y me despertaba a gritos en las noches y cosas así. Todo el síndrome de estrés postraumático. Espejos fue un modo de entender algunas cosas, y de algo habrá servido, aunque la solución fue un tanto más brusca: unos meses después mandé todo al diablo y volví a empezar.
La pregunta de que "habiendo tantos narradores en El Salvador" por qué me publican a mí trae incluido su propio antídoto: soy uno de esos tantos narradores, y en algún momento iban a publicarme, supongo. La respuesta de Luis Alvarenga fue más parca, pues él es bien parco: "Porque es bueno."
En el fondo supongo que Geovani lamenta que no hayan publicado un texto suyo acerca de Roque Dalton, porque se considera uno de los especialistas del tema. O un cuento, en su defecto, y cree que le quité el espacio. No sé los motivos de los editores, y no está entre mis fueros saberlo. No conozco ningún cuento de Geovani y no podría decir si es tan bueno como los de los "tantos" narradores que hay en el país. (En realidad somos bien poquitos. No me atrevo a contar con una mano porque me da miedo de que me sobren dedos.) Lo que le puedo asegurar es que no fue mi intención que publicaran dos textos míos en Cultura (¡dos!), y de habérmelo dicho me hubiera opuesto, para no herir susceptibilidades. Me pidieron materiales, envié algunos que tenía listos (varios ya publicados) y ellos sabrán cómo los distribuyen. Francamente lo que me dio más gusto fue que pusieran tres poemas de Teresa Andrade, una de las "poetas niñas" de La Casa; fue un orgullo aparecer junto a ella.
Por de pronto, me gusta que hablen mal de mí en la tele, frente a un montón de gente, y mientras más acusaciones me hagan, mejor. Me hace sentir más sexi.

24 de octubre de 2005

Sobre Tierces Personnes

Horacio Castellanos Moya me envió un link a la revista francesa Télérama, donde viene una pequeña reseña de Tierces Personnes (que es lo mismo que Terceras personas, pero traducida por Thierry Davo; hace maravillas Thierry con eso de cambiar las cosas de idioma). Mencionan a Horacio, y me parece bien; es el parámetro que tienen más claro en Europa con respecto a El Salvador. Me dice, como consuelo, que en todas las reseñas de lo suyo citan siempre a Rodrigo Rey Rosa.
Aquí va la notita. Y no me apellido Ochoa, sino Menjívar, pero bue... La intención siempre cuenta.


Tierces personnes
de Rafael Menjívar Ochoa

Rafael Menjívar Ochoa est salvadorien. Comme son ami Horacio Castellanos Moya il a dû s'exiler: le Salvador est, selon eux, un pays spécialement conçu pour être quitté. La politique y est synonyme de guérilla, menaces, tortures. Le genre d'endroit arfait pour y faire naître une littérature de résistance, hantée de cauchemars. Après L'Histoire du traître de jamais plus et Instructions pour vivre sans peau -titres hallucinants!-, Ochoa poursuit avec Tierces Personnes une écriture poétique, violente. Se croisent ici des «visages de bois», des vieux aux dents vertes, des tableaux qui se mettent à vivre... Ochoa livre ses obsessions -réclusion, solitude, folie- en quelques lignes époustouflantes. La tendresse n'est pas très loin, mais la garce se tient toujours à l'écart.

Martine Laval

Traduit de l'espagnol (Salvador) par Thierry Davo, éd. Cénomane (tél.: 02-43-24-21-57), 10 €.

A lire de Horacio Castellanos Moya, aux éd. Les Allusifs : Le Dégoût, La Mort d'Olga María et L'Homme en arme.

Día de San Rafael

Hoy es día de San Rafael. Dan ganas de decir: "¡Qué cosa que le pongan a un día el nombre de uno!"

23 de octubre de 2005

Charlie Parker


Hasta por allí de los 17 años, lo que conocía de jazz era lo que casi por casualidad me había caído, sin buscar demasiado porque entonces, señores, el rock era la ley. (Había buen rock, hay que reconocerlo.) A mí padre le gustaba Louis Armstrong y había un par de discos en casa, además de algunos cassettes grabados que me habían pasado aquí y allá. Mi favorito era Louie and the Good Book, que me grabó un amigo francés que vivía en Costa Rica. Me lo acabé de tanto oírlo y no lo volví a conseguir. También había oído algunas cosas de jazz francés, por supuesto el disco de la jeringa en el que venía "The Man with the Golden Arm" y algunas de las cosas del concierto de Atlanta de Ray Charles en 1959, en el que presentó "Tell Me What'd I Say". Y varios que fueron fundamentales: la serie Play Bach, de Jacques Loussier. Porque por encima del rock, el jazz y lo que sea siempre está Bach, que inventó la música. (Es literal. Oigan El clavecín bien temperado, y después lo que sea. Allí viene.)
Cuando nos fuimos a México, en 1976, descubrí que había un par de emisoras que pasaban cosas de jazz más bien light. De repente se alocaban en las madrugadas y pasaban conciertos de Ella Fitzgerald con Count Basie, de Toots Teelemans con su quinteto (nada que ver con las cosas más bien complacientes de él que pasaban de día), Bill Evans, Chick Corea, qué sé yo. Aun así, el rock seguía siendo lo más importante.
Hasta que en 1978 nos pasamos a vivir a Coyoacán. Había una pequeña librería a la que nadie iba, y que tenía algunos libros buenos y, sobre todo, una gran vitrina llena de cassettes de jazz. La librería en cuestión quebró y después se convirtió en El Parnaso; la vitrina tenía casi todo lo de Pablo Records, y que yo sepa era el único que los compraba, un par cada vez que cobraba algún dinero extra.
El primero fue uno que se llamaba This one's for Blanton, en el que sólo tocaban Duke Ellington y Ray Brown. Era diferente a todo lo que había oído hasta entonces: una formación de dos personas, sin siquiera batería, y no había silencios incómodos ni parecía que hiciera falta más. Lo oía y lo oía y no entendía por qué se oía tan bien, si un piano y un bajo son apenas la mitad de una sección rítmica que se precie de serlo (si la guitarra y la batería son la otra mitad). Sabía quién era Duke, pero no Ray Brown. En las siguientes compras me di cuenta de que ese disco era parte de lo que Norman Granz, el dueño de Pablo y el mítico productor de Verve Records, buscaba: la combinación de formaciones extrañas con músicos extraordinarios. Así oí, en los meses y años que siguieron, cosas como Dizzie Gillespie y Oscar Peterson haciendo duelos de velocidad, Ray Brown y Niels Pedersen en un duelo de bajos, a Ella Fitzgerald con Joe Pass o Peterson sin una orquesta detrás, que era lo que se esperaba de ella, a Basie en pequeños ensembles. (No se pierdan los dos volúmenes de Basie's Jam. Tampoco toda la serie de conciertos en Montreaux.) Etcétera.
Y en todas partes encontraba referencias de Charlie Parker, pero ninguno de sus discos. O mejor: sí, llegué a ver discos de Charlie Parker en la Sala Margolin, pero los precios eran impagables para mi sueldo de periodista raso. Eran las épocas en que en México todo tenía unos impuestos pavorosos y no había modo. En serio, no había modo.
Así que me tenía que conformar con leer lo que Cortázar escribía de él, y para entonces ya sabía que Ray Brown había tocado en su banda, así que lo oía en el Modern Jazz Quartet, en discos prestados, y también el par en el que aparece Joe Pass; sabía de Dizzie, y quería creer que sus cosas en solitario tenían que ver con lo que tocaba con él; algo había oído de Theolonius Monk y nada de Charles Mingus, Max Roach, Ed Thigpen o Red Rodney. Tenía alguna antología en la que venían cosas de Herb Ellis, y me enamoré a primera oída de su guitarra. (Si consiguen el disco Two for the Road, de Joe Pass con Herb Ellis, cómprenlo. No tiene desperdicio.) Conseguí un disco de Miles Davis con Milt Jackson en los tiraderos de Tepito, y más de las combinaciones extrañas de Pablo Records.
Hasta que un día la amiga de una novia que tenía un tío me pasó unos cassettes grabados de los discos originales con varios discos de Charlie Parker en sus diferentes etapas, y el mundo cambió. Y siguió cambiando cuando tuve algo de dinero para empezar a comprar los originales, por allí de 1986; coincidió con que los impuestos para las cosas importadas comenzaron a bajar en México, gracias a o por culpa de Miguel de la Madrid, como se le quiera ver, y a que conseguí un trabajo mejor pagado, como guionista de historieta.
Charlie Parker me pone de buen humor, en especial cuando toca con Dizzie al lado. En su época con Miles me resulta demasiado sórdido, y necesito de un estado de ánimo especial para oírlo. Con Red Rodney es correcto, terriblemente correcto, y a veces brillante. Y con orquesta de cuerdas... bueno... Lo importante es darse cuenta de que, a pesar de todos esos instrumentos y coros, Charlie Parker es Dios.
En los últimos años han aparecido discos y recopilaciones bastante buenas. Me gusta la colección de Savoy, que tenía desde 1990 pero perdí, y acabo de conseguir A Studio Chronicle 1940-1948, un poco menos ordenado y con menos takes, pero bien bueno, cómo no. Lo interesante de éste es que vienen las grabaciones dietéticas en las que participó Charlie Parker, acompañando a cantantes que el tiempo se tragó. En especial me dio gusto oír "I'll Always Love You All the Same", en la que participan Charlie Parker, Dizzie, Mingus, Monk, Ellis y no recuerdo quién a la batería, talvez Max Roach. Tampoco recuerdo el nombre del cantante, que pagó por el disco, y que se vendió horrores... gracias al lado B, que les dejó a los de la banda para que hicieran lo que quisieran. De allí salió el Be-bop.
Del Bop me gusta la idea de llevar las cosas al límite de la resistencia humana, al menos en sus inicios, y esos temas que no se pueden tararear de primera intención, llenos de síncopas y contratiempos. Cuando oí "Donna Lee", "Be-bop" y "Cherokee" por primera vez envidié a ese montón de locos que dejaban pedazos de vida en ser felices a 240 o más golpes por minuto. Y el humor, sobre todo el humor.
Curiosamente Duke dijo, en un principio, que "eso" no era jazz, y creo que ni siquiera música. Era obvio: ese montón de jovencitos irreverentes estaban rompiendo con lo que él había creado, el swing, llevándolo a niveles absurdos. Por eso ahora aprecio de manera especial aquel primer cassette que compré de Pablo Records, de Duke tocando con Ray Brown: eran dos generaciones que se ponían a ser felices haciendo lo mismo, porque nunca dejó de ser lo mismo.
Está la polémica acerca de quién creó el Bop, si Dizzie o Parker o alguien más. En realidad no importa. Después de veinte años de estar oyéndolo siempre, sé que sin Parker el mundo no sería el mismo y quizá, con todo y lo trágico de su vida, o gracias a ello, no habría ciertas dosis de felicidad que siempre hacen falta para salir a la puerta.

En ambas fotos, Charlie Parker con Dizzie Gillespie.

18 de octubre de 2005

Otro poeta niño

Alberto Quiñónez es otro de los poetas niños de La Casa del Escritor (ya había hablado de ellos aquí). Hace unas semanas cumplió los 18 años y trabaja con nosotros desde diciembre de 2004, junto con Herberth (que lee estas líneas) y Claudia, de quienes hablaremos otro día. Estudia economía en la Universidad Nacional y está trabajando en dos poemarios al mismo tiempo: un poema largo, bastante complejo y... uh... cósmico --bien impresionante-- y otro de poemas más o menos cortos y, en relación con los otros, sencillos. Aquí va uno de sus poemas sin título:

El ocaso es tan sólo una puerta cerrada
reina puerta entre las puertas
Abruma el frío:
el árbol es oscuro y cuelgan los cadáveres de las horas
y esos inocentes papeles con dibujos de la infancia

¿Es el sol indefectible?

El mañana es una idea demasiado antigua
es un harapo que envuelve el corazón en un invierno crudo
es un juego de dados
es el azar desnudo
es la rifa de tus huesos planos

Y la noche te revienta los labios con su sequedad de garganta muerta
y entra en las habitaciones hasta caminar sobre ella misma
y tanta oscuridad que no sabemos nuestro nombre
y tanta sombra que nos hace olvidar que estamos presos tras el color gris de las cosas
que somos el silencio que ha muerto
y tanto más ruido aun que Dios quedó callado
que la lluvia pesa tanto como un pie perdido
que de la faz de tu adorado infierno seremos la especie que muera primero
que somos la vida caduca de un ser que no ha vivido
porque siempre hay un dios que no merece vivir en los templos
y siempre los gritos hieren más que el frío
y talvez mueres
pero es como si estuvieras callado
pero es como si estuvieras dormido

17 de octubre de 2005

Little Shop of Horrors

Acabo de ver Little Shop of Horrors, la versión de 1986 de Frank Oz (el que hizo los Muppets junto con Jim Henson, y que también creó y actuó a Yoda Star Wars, entre otras cosas). ¡Qué maravilla! Me gusta sobre todo la música. Si me dedicara a eso, es el tipo de rocanrol que me gustaría tocar.
La vi casi en estreno, o sea hace muchos años, y sólo una vez; no creo que me divirtiera tanto como hoy. No recordaba que el dentista es Steve Martin, y por allí aparece Jim Belushi en un papel muy secundario. Recordaba a Bill Murray haciéndola de masoquista que asedia al dentista sádico. Rick Moranis nunca me ha caído especialmente bien, y menos en las de Ghostbusters (que sin embargo me encantan; la llegada del Titanic en la 2 no tiene desperdicio), pero allí no me molesta para nada. La que me conmueve es la actriz Ellen Green en el papel de Audrey, especialmente cuando canta la canción en la que sueña con tener una vida burguesa y tranquila en los suburbios, con un par de hijos, un televisor de 12 pulgadas, lavadora y secadora y a Seymour cortando el pasto los fines de semana. Lo que para muchos podría ser el paradigma del aburrimiento para ella es la felicidad total, en especial con su novio el dentista, que la llena de ojos morados y esguinces diversos en cada cita. Impresionante también la canción donde hablan de lo que es vivir en ese barrio triste del centro de la ciudad, al que sólo se puede llegar en el subterráneo. (Al fondo de la escenografía, sin embargo, se ven puentes elevados para el tren.)
El disco sí lo tengo desde hace años, y lo oigo sistemáticamente, al igual que el de la versión teatral de The Rocky Horror Picture Show, otro portento del rocanrol y, quizá, del cine. En ambas versiones Tim Curry hizo su gran papel, el de travesti de Transilvania. Excepto en su papel de demonio en Legend, no le he visto papel interesante. Quizá el de Richelieu en la versión de Los Tres Mosqueteros protagonizada por Charlie Sheen, Chris O'Donnell, Kiefer Sutherland y Oliver Platt; este último hace un excelente Porthos. En The Rocky Horror aparece rambién Susan Sarandon en uno de sus primeros papeles importantes, y hasta ese momento el de más éxito. Había aparecido ya en la tercera o cuarta versión de Primera plana, con Jack Lemmon, quizá la mejor que se hizo.
Más de rocanrol: creo que uno de mis problemas familiares es que me gusta ver, de tarde en tarde, Cry Baby, con Johnny Depp, que parece no gustarle a nadie más en el universo. Traci Lords hace un papel divertidísimo de chava lumpen en busca de acción y de Johnny Depp (algo habrá aprendido de su etapa de actriz porno menor de edad), y a Iggy Pop le sale muy bien el de tío Belvedere. La música es de lo mejor.
No he visto la versión de 1960 de The Little Shop of Horrors. Vi en IMDB que allí apareció Jack Nicholson, ¡más joven que en Easy Rider! No creí que eso fuera posible... Después vino Chinatown, de Polanski, y allí la cosa cambió para él y para el cine, aunque los papeles fuertes se los llevaron Faye Dunaway y John Houston, para mi gusto.
Me encanta el cine. Por eso voy a cambiar de canal; están pasando Farenheit 911, de Michael Moore, y sólo tengo paciencia para verla una vez en los próximos dos o tres años. Y no tiene rocanrol.

Mi hermana Lorena

Mi padre, en su última temporada de vida, se la pasó metido en un viaje constante de morfina, para calmarle los dolores del cáncer en la columna vertebral. A ratos estaba tan lúcido que uno no podía creérsela. Eran los momentos más emotivos. A ratos hablaba de una cosa para referirse a otra (por ejemplo, hablaba de pollos para referirse a asuntos de literatura) y, si uno encontraba los símiles adecuados, podía llevar con él una conversación totalmente racional, lógica y hasta divertida. Mis hermanos Ana y Mauricio no entendían muy bien de qué se trataba y lo tiraban de a loco, y mi padre se desesperaba porque necesitaba hablar de cosas importantes con sus hijos. Y hablamos, cómo no. Había un tercer estado en el que se ponía a decir cosas raras. En el segundo estado, por ejemplo, hablaba de "el niño", y se refería a mí. A mis hermanos siempre se refirió por sus nombres. Pero en algunos de sus delirios empezó a preocuparse por "los niños", y no eran ni mis hermanos ni yo. Su angustia era tal que lo mejor era cambiarle el tema o adelantarle la dosis siguiente.
Dos días después de su muerte me cayó el veinte. Agarré a Sebastián Vaquerano, otro de mis hermanos mayores adoptivos (a él y a Thierry Davo está dedicada mi novela Los héroes tienen sueño; hago la aclaración de "adoptivo" por el tema de esta nota), y casi lo puse contra la pared:
-¿Mi padre tiene otros hijos?
Con algo de incomodidad, porque esas cosas siempre dan incomodidad y no deberían, me dijo que una vez le había hablado de una hija, pero sin profundizar en el tema. Me mandó con otros amigos en El Salvador que seguramente sabrían, Santiago Ruiz (padrino de mi hermano Mauricio) y Blanqui, su esposa. Santiago no sabía nada, pero me dio los nombres de otras personas, que tampoco tenían mucha idea, excepto una, que me dio un apellido: Santillana. Si tenía otros hijos, sería con ella. En esos días murió Blanqui, que me dijo por teléfono que podía darme información, y quedé en las mismas.
Hablé con mis tíos Posada Menjívar y ellos no sabían nada, o eso dijeron. La que sí sabía, y no quiso decirme nada, fue la tía Corina, hermana mayor de mi padre. Se le metió que no iba a hablar y no iba a hablar, y no habló.
Y pasaron tres años, en los que me topé con una especie de conspiración de silencio de muchas personas. Unas me mandaban a otras, y ésas de regreso a las anteriores. Busqué en el directorio telefónico y había más gente de apellido Santillana de lo que pensaba, y no era cuestión de preguntar: "Oiga, busco a una señora que no sé cómo se llama que tuvo por lo menos una hija con mi padre, Rafael Menjívar Larín." Yo, francamente, me hubiera colgado el teléfono, fuera o no la señora en cuestión. Pensé en publicar una columna en El diario de hoy (trabajaba en Vértice por esos días) en el plan de "Se buscan hermanos", pero para muchos (includidos ellos) hubiera resultado incómodo, me parece.
Un día, cuando íbamos a inaugurar La Casa del Escritor, llegó la poeta Nora Méndez y se puso a hablar de manera misteriosa, con rodeos y como queriendo decirme algo. Al final lo soltó:
-Tenés una hermana y yo la conozco.
-¿Se apellida Santillana? -le pregunté sin pensarlo.
Lorena Santillana, me dijo. (Se llamaba Menjívar Santillana, pero por cuestiones legales su madre hizo un juicio de patria potestad y le cambió el nombre.) La conocía desde 1988 o 1989, y habían tocado y cantado juntas en el grupo Nueva América, que según me dicen fue muy importante en los últimos años de la guerra. Unos días antes habían ido ambas a la Dirección de Publicaciones e Impresos y ella (Nora) se había puesto a platicar con Carlos Clará y salí al tema. Vieron cómo Lorena se ponía incómoda. Cuando ya se iban, Nora le preguntó qué le pasaba, y le contestó:
-Es mi hermano.
Nora recordó que hacía años le había contado que mi padre era su padre, que lo había visto varias veces, pero que no lo recordaba; después había salido al exilio y nunca había vuelto a verlo.
Así que le dije a Nora que quería conocerla, que hablara con ella y, si aceptaba, que por favor me llevara. La llamó y no sé qué le habrá dicho (creo que no le advirtió muy bien de qué se trataba; Lorena le había dicho que no me contara nada), pero llamé a Krisma y los tres salimos en ese momento para Mejicanos. Media hora después entrábamos en su casa.
Conmoción general. La mamá de Lorena, Emma Santillana, parecía a punto de desmayarse. Lorena estaba rígida, como a punto de que le pasara un camión encima. Sus hijas no entendían nada. Boni, su esposo, a la expectativa. La reconocí de inmediato, porque se parece mucho a la tía Margo (la otra hermana de mi padre) y a la tía Emma (su prima hermana). La abracé y le dije "Tengo tres años buscándote."
En ese momento estaban a punto de salir; su hija mayor, Silvana, iba a tocar con un concertino de la Sinfónica Juvenil. (Es violinista. Es la que va al frente en la foto.) Lorena les dijo: "Vayan ustedes. Yo me encargo de esto." Y empezamos a hablar y a hablar y a hablar.
Al par de horas regresaron los demás. La señora Emma ya estaba más tranquila e intercambiamos algunas frases agradables. Las niñas me enseñaron lo único que tenían de mi padre: una copia de la primera edición de Reforma agraria en Guatemala, Bolivia y Cuba, publicado en 1969. "Éste es mi abuelito", me dijo Silvana, y me mostró la foto de mi padre en la contraportada. En ella tenía 30 años, quizá menos.
Terminamos comienzo pizza y riéndonos como viejos hermanos (y tíos y sobrinos y cuñados todas las combinaciones posibles), y cantando y tocando guitarra (Lorena, Boni y yo), violín (Silvana) y cello (Andrea). Quedamos que al día siguiente, que era sábado, irían a mi casa a comer y a seguir platicando.
Lo que es la genética: todos los de la familia Menjívar Ochoa tocamos por lo menos un instrumento, mi padre incluido; mi hijo es guitarrista, mi hija Eunice estudia canto, y entre los Santillana no hay nadie que le haga a la música. Lorena y sus hijas se han dedicado o se dedican a la música. Lorena también es licenciada en letras; dejó la carrera de medicina a medio camino para dedicarse a lo que le gustaba. Se gana la vida dando clases de literatura, precisamente. (Eso sí, viene de una larga tradición de maestros por el lado materno. Y la docencia era lo que mi padre más disfrutaba.)
Andrea, su hija mediana, es idéntica a mi abuela Carmen. Idéntica. Físicamente, la mirada, todo, pero en niña. Silvana se parece muchísimo a mi primo René, y tiene rasgos de mi padre. Fue impresionante ver también en Lorena gestos característicos de mi padre. De repente nos poníamos a mover las manos del mismo modo y a pararnos así y asá como si hubiéramos ensayado. Allí descubrí que no todo es imitación, y que quién sabe cómo se transmitan las cosas.
De eso hace exactamente dos años, un 17 de octubre como hoy. La foto la tomé en la casa donde vivía en ese entonces (que perteneció al cuentista Álvaro Menen Desleal, uno de mis maestros) el día 18. Hace poco menos de un año nació Javier, su hijo. Es un niño grandote y bien sano.
Lorena tiene ahora 37 años, nueve menos que yo, seis más que Mauricio, cuatro menos que Ana. Nos vemos poco, porque vivimos en extremos opuestos de la ciudad; yo ando en el exceso de trabajo y ella anda en eso de que Javier crezca como debe crecer, con hija adolescente, hija preadolescente, un marido que es una joya y todo lo que hace una vida. Igual nos hablamos por teléfono y nos mandamos correos electrónicos. Al rato la voy a llamar por nuestro segundo aniversario.
En mis pesquisas me llegaron noticias de que hay por lo menos dos hijos más de mi padre, hermanos míos por lo tanto. (Ellos son "los niños" de los que hablaba con angustia en sus delirios de morfina.) No he logrado ubicarlos, pero me gustaría conocerlos. Si alguien de los que lee esto sabe algo, por favor hágamelo saber.
Sé algo: mi padre, por los motivos que fuera, se privó de conocer y enorgullecerse de gente buena. Lástima por él.

15 de octubre de 2005

Post número 100

Mal que bien, éste es el post número 100 de este blog en poco menos de un año. No he revisado el blog, y si lo hago me daré cuenta de algo que ya sé: hay muchas cosas de las que deseo hablar (casi desesperadamente) y sin embargo he omitido. Por ejemplo algunos de mis muertos y de mis vivos. La abuela Mina, digamos, una de las tres personas más importantes de mi vida (además de mis hijos y mi esposa), que murió en abril del año pasado y de la que no he dicho nada a nadie excepto "Se murió", si acaso me preguntan. O mis otras dos personas más importantes, que también están muertas. (De una, mi padre, ya dije algunas cosas.) O mi hermana Lorena, a quien conocí hace dos años, que goza de cabal salud junto con sus tres hermosos hijos y su marido el Boni, excelente tipo si alguna vez los hubo, y que ha logrado por fin darme una sensación de tranquilidad cuando pienso en mi familia más cercana. Por ejemplo muchos otros que no menciono quizá porque son míos, y quisiera que sólo fueran míos, como de seguro siente cierto tipo de niño que alguna vez fui.
Pero éste es el post número 100, y voy a hablar de alguien importante.
Resulta que ayer fui a un recital del IV Festival Internacional de Poesía donde se presentaba Vilma Osorio, poeta de La Casa del Escritor, de la que todos estamos orgullosos, cómo no. Hace un par de meses terminó un poemario, el primero, llamado Fijación de la costumbre, de una sencillez, una limpieza y una profundidad impresionantes no sólo para sus 24 años y el año y medio que se mató para terminarlo, sino porque así es. Aquí va uno de sus 31 poemas sin título:

Ocho septiembres han rozado mis mejillas
y tu presencia se desvanece.
Sobre mi hombro, una mano ligera.
Te busco y ahí estás,
a tres metros de extrañarte.

Hubo otros poetas de varios países (ella era la única de El Salvador), y un par me recordaron a Asurancéturix, el bardo de la aldea de Astérix. En algún momento me reí pensando que yo era el herrero del pueblo pegándoles con el martillo y gritando: "¡No cantarás! ¡No! ¡No cantarás!" Pero estaba cuidando a Valeria, que se portó bastante bien, y sólo intercambié algunas miradas con Krisma de ésas que sólo las parejas entienden.
El recital fue en la Sala Nacional de Exposiciones, la pequeña belleza que está en el Parque Cuscatlán, donde hay una exposición de Benjamín Cañas. Sólo había visto su obra en folletos, libros, periódicos e internet, y nada que ver. El hombre es grande, y más cuando se ve su obra en directo.
Después del recital, la poeta María Cristina Orantes, organizadora del Festival, nos invitó a que visitáramos, a un lado de la Sala, el monumento a los desaparecidos y asesinados durante la guerra, que promovió y realizó el Museo de la Palabra y la Imagen, entre otras instituciones.
Desde que se inauguró el monumento, no recuerdo hace cuánto tiempo (¿un año?, ¿menos?), decidí que iría al día siguiente. O al siguiente. O al siguiente, y así se pasó el tiempo. Había varios amigos a los que quería saludar, que están entre los más de 36,000 inscritos en mármol con letras perfectamente legibles y parcas. En el fondo, supongo, no quería terminar de darlos por muertos. Es más: cuando estaba en el recital ni siquiera recordaba que el monumento estuviera allí. Así que dije "Qué diablos" y fui de una vez. (Supongo que regresaré.)
El primer nombre que busqué fue el de Roberto Franco, titiritero, secuestrado en noviembre o diciembre de 1983 frente al Teatro Nacional. Se dijo que su cadáver había aparecido en alguna carretera al mar, pero nadie logró identificarlo.
Lo conocí en 1979, cuando llegó a México para presentarse en las festividades del cuarto aniversario del Bloque Popular Revolucionario, que se realizarían en la UNAM, la Carpa Geodésica y creo que en Antropología. Su llegada fue divertida, si no trágica. Roberto nunca había salido muy lejos y en una de ésas los del Bloque le dicen: "Vaya al Distrito Federal y busque al doctor Rafael Menjívar", o sea mi padre. Ni una dirección, ni un teléfono, nada. Tres o cuatro horas después estaba platicando con mi padre, que en un principio estaba de lo más desconfiado; siempre nos mandaban orejas, algunos burdos, algunos un tanto menos. Roberto le pareció uno de ellos, y allí va una anécdota para saber por qué: cuando la Guardia Nacional tomó el local del Taller de los Vagos --al que él pertenecía--, lo dejaron entrar, caminar por toda la casa y salir de la casa sin hacerle una sola pregunta. Mucho tuvo que ver la presencia de ánimo de Roberto, pero si los propios guardias lo confundieron, cuantimás mi padre, que era un simple economista.
En fin, Roberto necesitaba a alguien que lo acompañara con la guitarra en sus presentaciones, y ése fui yo. Trabajar con él fue de las cosas más divertidas que me han pasado. Tenía dos títeres principales: la rana Aurora (roja y de pelo amarillo, los colores del Bloque) y la rana Mateo, verde como cualquier rana. Sabía su oficio y fue todo un éxito. Los del grupo de teatro Sol del Río 32 acababan de llegar también a México y estaban hospedados con la gente de El Galpón, de Uruguay. Roberto los localizó quién sabe cómo, me los presentó y allí empezó una larga amistad con Leo Argüello (quien debería actualizar su base de datos en IMDB), uno de mis hermanos mayores, que debe estar leyendo esto.
En medio de la santurronería de mucha gente del Bloque, un día me dijo Roberto que nos fuéramos de parranda, pero de esas parrandas de verdad, de preferencia que termináramos tirados con tres o cuatro adolescentes (yo lo era; tenía 19 años; él andaría por los 28-29), en total promiscuidad, sin recordar ni siquiera cómo habíamos vomitado tanto, etcétera. Nos fuimos a la Zona Rosa, aparecieron las adolescentes discotequeras, dispuestas a todo, y nos dimos cuenta de que no servíamos para eso. Nada más no servíamos para eso. Así que terminamos a las cuatro de la mañana comiendo un delicioso asado en algún lugar que ahora de seguro ya no existe, hablando de literatura, teatro y qué sé yo, él con no más de dos cervezas entre pecho y espalda y yo con un agua de tamarindo.
Llegó varias veces al Defe, y a veces se escapaba de sus responsables para ir a vernos. Una de ésas coincidió con el cumpleaños de mi hijo Eduardo. Eso debió ser en 1981 o 1982. Fue a la tienda, compró un montón de refrescos de todos tipos (ya teníamos el pastel), montó el teatrino y salió a la calle a invitar a todos los niños que pasaran para que fueran a la función. Y desde luego que fue una función para niños, pero usó a la rana Aurora, la que servía para amenizar los mítines del Bloque. Es uno de los cumpleaños que mi hijo recuerda con más cariño, y cómo no: al rato teníamos como treinta o cuarenta niños corriendo por todas partes y pastel embarrado en todos los muebles.
Casi a finales de 1983 llegó a México Homero López, quien regresaba de terminar sus estudios de teatro en Kiev. Roberto se había criado con él en San Ramón, y de inmediato fue a verlo. Para ese entonces ya se había retirado de la política, tras la muerte de Cayetano Carpio (a mí me habían expulsado en 1982, antes de todo ese relajo). Me dijo que quería irse para allá con su hijo, que qué posibilidades de trabajo había, todo eso. Empezamos a hacer contactos y, sí, había buenas posibilidades. Quedamos en que regresaría definitivamente entre diciembre de 1983 y enero de 1984, que podía quedarse en casa mientras se estabilizaba.
Volvió a arreglar lo que hubiera que arreglar y un mes después lo agarró un escuadrón cuando iba al Teatro Nacional, donde trabajaba.
Además de actuar en mítines y de armar talleres y presentaciones en zonas marginales y en tomas de fábricas, Roberto era parte de los grupos de choque del BPR, y también combatiente urbano de las FPL. A él le tocó estar, armado, en la masacre del entierro del arzobispo Romero, disparando hacia el Banco Hipotecario (ahora Biblioteca Nacional, lo que son las cosas) y en muchas otras.
Un día le pregunté por qué arriesgarse tanto, si lo más importante era que se dedicara a los títeres. "Te podría decir que por conciencia de clase --me contestó--, porque es cierto. Te podría decir que por ideales. La verdad es que soy aventurero. Me gusta la adrenalina."
Ayer, al ver el nombre de Roberto Franco en el monumento, sentí tranquilidad. Allí está. El hecho de que esté allí es excelente; pude platicar con él después de 22 años, y la sonrisa todavía no me la quitan.

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Nota bene: Busqué, y no encontré, a dos amigos más: Benjamín Valiente Alvarez y Ana María Gómez. Quizá no busqué bien. Quizá no los pusieron porque eran gente organizada. Igual ambos fueron asesinados; no murieron en combate. Allí estaba también Juan Chacón, secretario general del Bloque, de quien hay algunas anécdotas de cuando llegaba a casa. Y Enrique Alvarez Córdova, gran amigo de mi padre. El nombre del arzobispo Romero se está desgastando; se ve que todos los que llegan lo acarician con un dedo, y ese dedo colectivo está erosionándolo. Pero erosionarán la inscripción del nombre, no el nombre.

14 de octubre de 2005

Prepotencia de trabajo

"El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y "que los eunucos bufen".
El porvenir es triunfalmente nuestro.
Nos lo hemos ganado con sudor de tinta y rechinar de dientes..."
(Tomado de La jornada semanal, de México.)

* * *

A Roberto Arlt lo conocí gracias a Nicolás Doljanin, gran amigo argentino y más salvadoreño que muchos de nosotros, quien decía que estaba bien mi obsesión por Borges, pero que también estaban los de Boedo. (Me dice Salvador Canjura, quien estuvo en Buenos Aires hace unas semanas, que Nico vive a unos pasos de la calle de Boedo, muy cerca de donde Arlt y compañía se reunían para hablar de literatura, para hacerla y para bronquearse con los de Florida.) Lo primero que leí de él fue El jorobadito, que a mis veintiún años era lo más conmocionante que me hubiera pasado por las manos, Sade incluido; después de todo Sade es, en el fondo, un humorista, y es imposible no terminar con un ataque de risa después de algunas escenas de Los 120 días de Sodoma o Juliette. (Justine me cae mal. Es tonta, la pobrecita. Su incapacidad de quedarse callada podrá estar bien para el santoral, pero no para quince minutos en las calles de cualquier ciudad mediana. Y ya no digamos su poquísima capacidad de adaptación al medio ambiente. Me gusta que la haya partido literalmente un rayo.) Después siguieron Los lanzallamas, Los siete locos y más.
Quizá lo más importante de los personajes de Arlt sea que, así de grotescos y abiertos (impúdicamente abiertos) como son, tienen todo lo que cualquiera de nosotros teme ser, pero es. Son personajes que no están limitados por prejuicios, convenciones ni etiquetas, y actúan como hablan y hablan lo que actúan. Quizá sean lo más cercano a los personajes siempre dolorosos de Dostoyevski, pero sin la nieve y sin la grandeza. Refraseo: los personajes de Arlt son tan pequeños y tan abyectos que allí está su grandeza; los de Dostoyevski son grandes a secas, aunque su vida sea intrascendente.
Y Arlt es el ejemplo del tipo que escribe mal, muy mal, pero que no puede dejar de leerse. A veces sus frases son dolorosamente básicas o imprecisas, dolorosamente feas. Y, no, no es parte de su encanto: a pesar de ello, Arlt es magnífico.
Dice Piglia en algún lugar que Arlt se crió con las malas traducciones del francés de las ediciones de principios del siglo XX, y que creyó que "eso" era el lenguaje literario, y lo ejerció a conciencia. (O a inconciencia.) Puede ser. Sé que la prudente perfección de Borges me llena más, pero sin Arlt --su némesis, acaso-- la vida estaría incompleta y no sería lo que debe ser.
"El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo." Me gusta. Así debería funcionar el mundo.

* * *

Gracias a Nico, por cierto, conocí a Marechal, a Macedonio Fernández (un loco espléndido) y a Girondo. Y a otros: San Agustín, Nietszche (que me parece abominable), a Spinoza y a una serie de teólogos y filósofos de lo más dispares, que en la cabeza de Nico tenían una continuidad pasmosa. Con él aprendí mucho del azaroso oficio de pensar, y no ha pasado un día de los últimos 25 años en que no se lo agradezca. (Bueno, sí, a lo mejor han pasado algunos días en que no se lo he agradecido, pero la actitud general es de reconocimienro y respeto.)

13 de octubre de 2005

Harold Pinter, Nobel de Literatura 2005

Otro más al que no he leído, y van un montón.
Del Nobel británico anterior, William Golding (a reserva de que hubiera otro y no me haya dado cuenta; es bastante probable) leí El señor de las moscas, que disfruté. Traté con otros libros suyos, pero me aburrieron. Bernard Shaw me sigue encantando, en especial los prólogos a sus obras de teatro. Beckett tiene lo suyo, cómo no. Eliot es mi gran poeta, por encima incluso de Vallejo y García Lorca, que ya pegan fuerte. A Yeats lo leí de adolescente y fue muy importante para mí, pero después le perdí la gracia. Por allí tengo unos ensayos suyos que hojeo de vez en cuando. Kipling sigue siendo un maestro. Y Winston Churchill... Bue... Le hubieran dado el de Química. (Ya revisé. Sí, hay un británico entre Golding y Pinter, Seamus Heaney, irlandés, ganador en 1995. Otro a la lista de no leídos.)
El Comité Nobel dice aquí que Pinter es dramaturgo, luchador por los derechos humanos, tuvo una etapa inicial de "realismo psicológico", luego se volvió más lírico y es el autor de teatro más representativo de la segunda mitad del siglo XX.
Tiene un sitio oficial aquí. Página lenta y le hace falta una actualización. Me imagino que hoy mismo se pondrá en ésas; un Nobel es como para ponerlo en una página web.

Arabe de Nueva York y Día de la Raza

Cuando llegué a Arizona, en abril de 1999, estaban estrenando dos películas: Matrix, que es una maravilla, y Episodio 1. La amenaza fantasma, que me gustó bastante, aunque después lamenté las secuelas de ambas: qué manera de arruinar buenas ideas.
Me puse a platicar con una amiga acerca del cine de acción y de ciencia ficción y de nuestros favoritos. Le mencioné Independence Day (la vi anoche por enésima vez) que, aparte del plomoso discurso de Bill Pullman (el presidente de Estados Unidos), es bastante buena, divertida, bien armada, bien actuada, buenos efectos especiales, lo que sea. Y me dijo mi amiga: "Además es una película muy importante. Por primera vez en el cine, un negro y un judío salvan al mundo."
Tardé un rato en entender lo que decía. Para mí la película era una película, y los personajes (igual que los actores) eran en efecto un negro (Will Smith) y menos obviamente un judío (Jeff Goldblum). De Will Smith sabía que era negro desde que hacía The Fresh Prince (seguro lo era desde antes, pero allí lo vi por primera vez); de Goldblum no tenía ni idea de que fuese judío, aunque su personaje se apellida Levinson y tiene un papá que usa palabras en yiddish y alemán.
No me acordé en el momento de todo el rollo que hubo para que se permitiera a los negros actuar en papeles protagónicos, y todos los estereotipos con respecto a los judíos, japoneses, chinos, etcétera, en las películas y dibujos animados. Sólo le dije que me parecía que estaba poniendo énfasis en algo que no era importante, que la película era buena y listo, que había por allí un toque de racismo reverso. Y entonces se enojó y dijo que "nosotros" éramos racistas con "los indios", y que no teníamos nada que recriminarles a "ellos" (los anglos, supongo). He tenido que ver Independence Day varias veces antes de lograr recuperarle el gusto y no pensar en que Will Smith es negro y Jeff Goldblum judío, sino gente que hace cosas en una película de ficción. Y encontré que "allá" siempre hay un "ustedes" y un "nosotros" determinado por cosas que no tienen que ver ni siquiera por el origen geográfico.
Por ejemplo, tres años después regresé a dar unas pláticas y unos talleres en la Northern Arizona University y, después de un par de sesiones, salí a fumar un cigarro afuera del Departamento de Lenguas Modernas. Se me acercó una maestra que había estado en una de las pláticas y me preguntó que de dónde era. Le dije que venía de El Salvador, que había vivido mucho tiempo en México y algunos años en Costa Rica, además de una temporada de vagancia que incluyó Arizona. Me dijo que no me preguntaba dónde había vivido, sino de dónde eran mis antepasados, y por lo tanto de dónde era yo, qué era yo. Le pedí que adivinara, y sin dudarlo dijo: "Árabe de Nueva York." (Hacía unos meses había pasado lo de las torres gemelas, así que algo incómodo se me atravesó en algún lado.)
No conozco Nueva York; era mi objetivo en 1999, pero tuve que regresar a El Salvador porque mi padre enfermó en Costa Rica. (Yo me entiendo.) Le dije que tenía algo de árabe, para empezar el apellido; por el lado de mi abuela materna, un trozo de francés; por el lado de mi abuelo paterno, español e indígena; por el lado de mi abuela materna, mucha sangre negra y el pelo rizado; por el lado de mi abuelo materno, los ojos claros y la piel blanca, porque era de Chalatenango, y mi padre tenía unos rasgos orientales que quién sabe de dónde saldrían.
"¡Ah! -dijo triunfante la maestra-. ¡Latino!"
Y, sí, latino. A partir de ese momento ella mostró más confianza y se lanzó a una conversación fluida, y hasta se atrevió a tocar temas que no tocaría con negros, judíos o árabes de Nueva York.
Ayer fue Día de la Raza, Día de la Hispanidad o algún eufemismo similar. Se me ocurrió escribir algo sobre el tema, pero qué diablos: uno se pone raro cuando trata de hablar de su origen mítico, que siempre será falso y siempre llevará a conclusiones bobas. Imagino que debe ser difícil vivir en un lugar en el que la raza es un tema con el que se vive a todas horas, y que tiene consecuencias prácticas constantes, por ejemplo en los temas de conversación casual.

12 de octubre de 2005

¿García Márquez gratis?

Resulta que hay un semanario salvadoreño llamado El independiente, como la vieja publicación de Jorge Pinto, tantas veces destruida, bombardeada (física y moralmente), ametrallada, etc., entre los años setenta y ochenta. Me llegó un boletín, fui a ver, y resulta que están regalando libros electrónicos. El de esta semana es ni más ni menos que Memorias de mis putas tristes, de Gabriel García Márquez, en formato PDF, con la portada de editorial Norma. Anuncian que dentro de dos semanas regalarán El zorro, de Isabel Allende.
Hay de dos: o al semanario le va muy bien (hay una edición impresa) en ventas y publicidad, y por eso puede pagar derechos de autor que se antojarían altísimos, o se trata de un caso bien extraño de piratería. Extraño porque se ejerce de frente, con los teléfonos del semanario en la página de contacto, direcciones electrónicas, dirección física, todo... excepto el nombre del editor, un tema que en este blog se ha vuelto cuestión de principios.
Bajé el libro para ver si está completo. Y, sí, está completo. Quería ver si había alguna aclaración de Norma, algo de publicidad, un agradecimiento o aclaración, lo que fuera. Y no. Ni siquiera le pusieron página legal, ni advertencia de que no se permite la reproducción parcial o total, etcétera, algo que hasta los libros pirata hacen constar.
Al pie de la página web de El Independiente se lee:
Semanario El Independiente - Todos los derechos reservados © 2005.
República de El Salvador. Centroamérica.
O sea que sí tienen idea de lo que es el copyright...
No sé si se me antoja leer el contenido del semanario, y menos suscribirme a la edición impresa. Será lo que sea, pero hasta la piratería debería tener una ética.