30 de junio de 2008

Octavo día

Domingo.
Business as usual, que en La Casa del Escritor siempre significa business as unusual. La de arriba la tomé yo, y está totalmente posada, para qué nos hacemos. La de abajo la tomó Krisma y ya estamos trabajando, o lo que sea que hagamos. Nótense la coca de dieta y el pan dulce. (Agua para mí.)

En las fotos de abajo, la representación de un emo (Herberth Cea recuerda que el término viene de emotional hardcore) realizada por Ingrid Umaña. El guión es de Loida Pineda.

1. Un emo triste.

2. Un emo muy triste.

3. Un emo tristísimo.
Hazel Vargas --de quien hablé aquí hace unos días-- me contó que, en una clase o taller o algo para adolescentes, un muchacho que había pasado a exponer un tema, sin más ni más, sacó una navaja y se hizo un corte profundo en el brazo izquierdo, así de la nada, sin siquiera cambiar la expresión ni dejar de hablar. Hazel de inmediato avisó para que llamaran un médico, y el chavo seguía hablando. Cuando revisaron al chavo encontraron que tenía montones de cicatrices similares en el brazo, y al parecer no era el único en el salón. El que entienda, por favor, que me explique.
Comentamos acerca de las peleas callejeras entre punks, darketos y emos en México, y llegamos a la conclusión de que "ésos" no son emos: un verdadero emo simplemente se dejaría golpear, sin tratar de defenderse. Claro que siempre hay tendencias y tendencias, como en el trostkismo y en el arte --ceja alzada-- conceptual. Otra de las cosas que me gustaría que me explicaran. (No lo de las tendencias, sino... Bueno, sí, también lo de las tendencias y el arte conceptual.)

Por la noche, Valeria conversa por teléfono con su hermana Eunice.
Ayer platicamos con Eunice acerca de mi viaje a Costa Rica, del estado de su abuela --mi mamá en este caso; tiene otra por parte de mamá-- y de la versión de Los Simpson de Carmen, de Bizet, entre otros temas.
Life goes on, pues.

29 de junio de 2008

Séptimo día

Hace casi ocho años, el siete de agosto de 2000, murió mi padre y estuvo en la capilla de la funeraria Montesacro. Thierry Davo andaba por Costa Rica. Nos habíamos visto en San José, donde me había pasado un mes cuidando a mi padre. Después viajó a El Salvador. Una semana después estábamos en la funeraria junto con otros amigos.

Unos kilómetros arriba está el cementerio Montesacro, donde se encuentra enterrado mi padre, y había que ir a saludarlo. La tumba está un poco descuidada, porque mi madre no habrá podido ir por alli para limpiarla, ponerle flores y adornos que acostumbra --o acostumbraba-- cambiar cada semana. Le quité algunas hierbas, limpié la placa y me puse a ver desde allí lo que pasaba en el cementerio, además de nada.

Una mujer entre los árboles.

Una muchacha muy larga caminando por la avenida.

Luego empezó a llegar gente y más gente, carros y más carros, y una carroza fúnebre; había un entierro a unos cincuenta metros.
No estaba para cosas ajenas y me puse a leer Trece en la edición de F&G. Mi padre no llegó a verlo publicado --la primera edición salió en 2003--, ni siquiera vio a versión final, pero leyó una copia electrónica que le envié del último borrador.
Y así durante un buen rato. A veces, desde que yo era niño hasta casi su muerte, nos sentábamos juntos a leer, cada uno por su lado, sin hablar. Fue bueno hacerlo de nuevo.
Es hora de regresar a El Salvador.

28 de junio de 2008

Sexto día

Lluvia, lluvia, lluvia. Mucha, hasta eso de las cuatro de la tarde.
Aproveché para quedarme en casa de Sary trabajando en los pendientes (son varios) y ver qué libros he comprado, cuáles faltan y cómo diablos los voy a meter en la maleta. Ya mañana me preocuparé por eso, o pasado.
Sebastián llamó a las seis y cuarto de la tarde, que ya venía para acá, para ir a ver a mi madre. La vi el lunes, y el temor fue que se viera diferente a apenas cuatro días atrás; hay momentos en que las personas cambian muchísimo, de un día para otro, de una hora para otra, de un segundo al siguiente, y no necesariamente son buenos cambios.
Eso ocurrió. Cuatro días después fue como si hubieran pasado cinco años sin verla, y el tiempo hubiera tenido poca clemencia.
Nos enseñó un montón de cajas de cartón que hay detrás de la puerta: suero para las diálisis, lo necesario para una semana. Mañana o el lunes, nos dice, le llevarán lo que falta para completar un mes. Voy y saco uno de los sueros. Dextrosa. Nos cuenta que le han puesto un tubo que va al peritoneo y por allí entra el suero. Después lo sacan. Un rato después, va de nuevo. Hasta tres veces al día. Le han hecho exámenes y no están bajando los niveles de toxinas. El médico le dice que en un mes de tratamiento se sabrá qué hacer.
Yo creí que le hacían las diálisis de caballo, de ésas en las que sacan sangre por un lado y la meten por el otro. No. Los riñones ya no funcionan para nada, pero no aguantaría una diálisis así dice. Tampoco un trasplante. "Hay otros métodos para limpiar el organismo", asegura, y no pregunto cuáles; me suena a que la dextrosa es más un paliativo que un remedio, pero qué voy a saber yo de medicina.
El viaje de la puerta a la recámara dura tres o cuatro minutos, como la vez anterior. Platicamos de cualquier cosa, y nos dice que mi tía Irma vendrá la próxima semana, a cuidarla una temporada. Irma es casi de su edad (tendrá 69 o 70 años), pero es indetenible, llena de energía, y --curioso en la familia-- no hay nada a lo que le pueda ver el lado oscuro.
A los casi veinte minutos Sebastián da la señal de despedida. Los jadeos ya son fuertes e incontenibles.
Por primera vez en la vida, siento que mi madre está conmovida por despedirse de mí. No nos veremos mañana. Le digo que regresaré en algún tiempo, cualquier fecha, en realidad no importa mucho. En una de ésas siento que, si me quedo medio minuto más, se pondrá a llorar. Y estaría bien si fuéramos otros, pero somos quienes somos, y salgo de su cuarto adelante de Sebastián.
Mientras estábamos allí se oyó el teléfono en el departamento de mu hermana Ana. Nadie contestó. En la cochera estaba el carro de mi hermano (que antes fue de mi madre y antes de mi padre). No me fijé si había luz en la planta alta.
Le pedí a Sebastián que no regresáramos de inmediato a casa de Sary. No quería asimilar la situación, para la que estoy preparándome desde hace tres años, sino el ataque de emocionalidad que sentí de parte de mi madre. Fuimos a un minisúper, compré cualquier cosa para cenar, y luego nos quedamos unos minutos fuera de casa de Sary, comentando con pocas palabras lo que acabábamos de ver, de oír, de sentir. Sebastián siempre fue de pocas palabras, pero bastante acertadas.
Necesito platicar con mi padre un rato. En este mundo, de preferencia. Ya sé dónde encontrarlo.
Les he pedido a Sary y a Sebastián que me avisen de inmediato "si algo pasa". Sé que lo harán, y me tranquiliza; uno tiene derecho de saber la fecha exacta en la que ocurren ciertas cosas, justo en la fecha en la que ocurren, no después, no mucho después.

27 de junio de 2008

Quinto día

Habíamos quedado de vernos a las 11 de la mañana con Manuel Bermúdez en San Pedro, en el antiguo restaurante Omar Khayyam. No, no ha desaparecido, como me habían dicho, pero ya es otra cosa; se ha convertido en un simple lugar para beber. No es que antes no se bebiera mucho, sino que... no sé... si alguna magia tenía, la perdió. "Encontrémonos allí para que veás", me había dicho Manolo, y tenía razón.
Llegué un poco tarde, y sólo había dos clientes en el proceso de ponerse mal, como el resto de la Calle de la Amargura. De ser un lugar de buen humor, todo aquello se ha convertido en el negocio del ruido fácil, de la risa alterada, del bar por el bar mismo. Manuel apareció a mis espaldas: "¿Todo bien?", me preguntó. Todo bien, sí; sólo había llegado algunos minutos tarde, mil disculpas. "Es que me preocupé porque me dijiste que tu mamá está mal." No, no hay problema. No la he visto, pero ha estado en sesiones agotadoras de terapia. Talvez mañana.
Era muy temprano para almorzar --aunque en algunos lugares de Costa Rica, no sé si en San José a estas alturas, es precisamente la hora del almuerzo--, así que nos vamos a la calle paralela y nos metemos en un pequeño restaurante colombiano a tomar un café --él-- y un agua de arrayán --yo--, y desde luego a platicar y platicar y platicar de literatura, de la política tica, de cómo veo el asunto del FMLN y Funes, de las FARC y el viraje de Chávez, de casi todo.
En ésas estábamos cuando sentí que alguien me tocaba un brazo por la ventana y oí una voz familiar: "Qué pequeño es Chepe", o sea San José. Era Jacinta Escudos que, junto con una amiga, buscaba un lugar para almorzar. Ya debían ser más de las doce. Se fueron después de un par de comentarios y Manuel me dijo que había una exposición ("El jardín de las rocas dormidas") de un amigo suyo (Juan Luis Rodríguez) a la que quería ir, así que a San José. Nos echamos caminando los kilómetros que haya desde San Pedro hasta el Teatro Nacional --donde está la exposición--, y pasamos por algunos lugares importantes para mí. Uno de ellos es el Salón de Patines Music.

En 1974, alguna amiga de mi hermana cumplió años y la/nos invitaron a celebrar la fiesta en el salón de patines, que según recuerdo era propiedad de unos hermanos alemanes jóvenes. Mi comercio con los patines hasta ese momento había sido fatal: a los seis años mi padre me regaló unos patines que dejó junto a mi cama, en la mesa de noche, porque se los había pedido con bastante terquedad; los daban por una pequeña cantidad a cambio de comprar no sé cuántos galones de gasolina en la Esso. Al despertar los vi, a eso de las cinco y media o seis de la mañana, cuando todos dormían. Los tomé, me fui al corredor, me los puse, me paré, agarré impulso y en un segundo tenía roto un buen trozo de boca, con sangre y todo. Fin de la historia y de los patines, hasta el día de esa fiesta.
Quedé encantado por los patines y regresé todos los domingos que pude en el año y medio siguiente, hasta que nos trasladamos a México. Aprendí a patinar bastante bien, a hacer algunas figuras, etcétera. Había concursos individuales, en pareja, en grupo, lo que fuera, pero nunca participé en nada; lo que yo quería era patinar, dar vueltas toda la tarde, en silencio, y sentirme bien. Después me iba caminando hasta San Cayetano, donde vivíamos, con una escala estratégica en la heladería Dos Pinos de Barrio Luján. Nadie entendía por qué caminaba toda esa distancia (quizá tres o cuatro kilómetros, a lo mejor cinco), y era porque resultaba agradable encontrar nuevas rutas y nuevos atajos, nada más. La mayor parte eran terrenos baldíos.
Y allí sigue el salón de patines, pues.


La exposición, bastante bonita. Está formada por pequeñas piezas de piedra medio talladas, medio armadas, medio al natural. (Sí, en el arte puede haber tres medios que formen una unidad, nomás hay que saber cómo llegar a eso.) También hay fotos de grandes piezas construidas a la orilla del mar.
Y seguimos hablando de literatura, de política, de todo.
Se me antojó comer arroz con pollo (el plato nacional) y nos fuimos a un lugar donde no lo hacen mal, en la Avenida Central. Mucha más plática, y a la feria del libro.
Compré otro cuaderno (¡lo que es el vicio!) y había una buena oferta de libros. Agarré para empezar la poesía completa de César Vallejo; mi ejemplar, de la misma colección, después de más de diez años de andar recorriendo mundo, está hecho una desgracia. Luego estaba la poesía completa de José Gorostiza. Va. Luego estaba la obra completa de Oliverio Girondo, que a Krisma le gusta bastante. También. Y lo último --ya por falta de efectivo-- fue uno con Los siete locos y Los lanzallamas, de Roberto Arlt. Tuve que dejar Adán Buenosayres, de Leopoldo Marechal.
Y más plática.
Hablamos de los novelistas ticos, y no voy a reproducir nada para no herir sensibilidades, pero me recomendó Te llevaré en mis ojos, de Rodolfo Arias Formoso, que fui a comprar de inmediato, tarjetazo de por medio. A Rodolfo lo conocí hace algunos años y me regaló su libro Vámonos para Panamá, bastante divertido. Empecé a leer Te llevaré... nomás llegué a casa de Sary y, sí, me está gustando.
A eso de las siete me llamó Sebastián. Había hablado con mi madre. Le dijo que había tenido un día bastante malo, lo cual en ella equivale a un día verdaderamente malo, porque no se queja ni aunque se le estén saliendo los ojos del dolor. Mañana a las seis iré a verla de nuevo, que a eso he venido.
Plática larga con Krisma a través del chat y a dormir. Tengo trabajo pendiente, y a eso me dedicaré el sexto día, me parece.

26 de junio de 2008

Cuarto día

Miércoles.
¿Se han dado cuenta de que a veces hay "herramientas" que no sirven para lo que se utilizan y sin embargo se siguen utilizando? No porque no haya más o porque sean ideales, sino por costumbre, porque el canon así lo obliga, por lo que sea; bien podría inventarse otras, pero los paradigmas pueden más que la realidad. No, no estoy hablando de política...

...sino de los banana split. Durante décadas y décadas se ha usado el mismo trastecito para poner el banano, las tres bolas de helado, el topping, la crema chantilly y lo demás, y es casi labor de cirujano que no se derrame nada en el proceso de comérselo. El trastecito en cuestión siempre ha sido del mismo tamaño, y hay una ecuación que nos hace pensar: banana split = trastecito.
No soy un experto en el asunto, aunque los centenares de banana splits que me he comido bien me convierten en un power user. Con la invención de los desechables mejoró un poco: los hicieron un poco más anchos en el fondo, un poco más profundos, algunos incluyen un espacio especial para el banano, etcétera. Pero el helado tarde o temprano sigue derramándose en unos minutos, cuando empieza a derretirse, y además uno tarde o temprano cae en una heladería en la que se usa el trastecito de vidrio, y uno no sólo lo acepta, sino que hasta lo ataca la nostalgia de cuando todo era de vidrio, los drive-ins (¡qué manchaderos se armaban en los carros!; mi madre se enojaba cuando íbamos al Don Pedro y a Rudy's y pedía banana split), Kennedy en las portadas de Life (vivo o muerto) y las fotos excelentes de la guerra de Vietnam en interiores.
El problema no tendrá trascendencia en los países más fríos, donde sólo se derramará la mermelada o qué sé yo, pero creo que la humanidad debería reconsiderar lo que hace con una de sus creaciones más populares; es momento de renovarse y poner los banana split en otros trastes.
No es que comerme un banana split fuera lo más trascendente del día, sino que tengo poco tiempo para escribir --hoy jueves-- antes de ir a ver a Manuel Bermúdez. Otro día contaré lo de las vacas, no creo que sea importante el almuerzo en el McDonalds --cada vez hacen más pequeños y con menos ganas los McFlurrys, por cierto, otro fenómeno que podría incluirse en el estudio del tema anterior--, y la caminata por el centro de San José fue más bien rutinaria.

Manuel Bermúdez es el que aparece a la izquierda de la foto, y por primera vez lo veo con tan poco pelo. Es un excelente periodista y su especialidad es la literatura; sabe de todo, ha leído todo, ha entrevistado a todos, y desde hace un par de décadas lo publica en el periódico Universidad, en la revista Forja y en el suplemento Libros, lo mejor que hay en el ámbito cultural tico y casi me arriesgaría a decir que centroamericano. Digamos que es lo que un buen periodista cultural debería aspirar a ser alguna vez. Le pasé varios libros (Trece, Cualquier forma de morir, Las flores y Viaje al imperio de las ventanas cerradas) para tenerlo actualizado y platicamos un rato siempre insuficiente, por lo que quedamos de vernos el día cinco.
Él fue uno de los dos presentadores del nuevo libro de Jacinta Escudos (ella aparece al centro, desde luego), junto con Ana Cristina Rossi (diré que es la chava de la derecha por rutina, porque ya no quedan más posibilidades en la foto). Allí están preparando cómo iba a ser lo de la presentación, más o menos cuál sería la dinámica de los presentadoras y Jacinta, como siempre toca, a improvisar.

El libro de Jacinta se llama El diablo sabe mi nombre. Ya tengo mi ejemplar autografiado, para mí y para Krisma. Hablaré de él cuando lo lea; lo poco que he visto indica que vale la pena de meterse en él.
Aquí aparecen el editor del sello Uruk y Manlio Argueta blandiendo unos carteles como en campaña electoral. El cartel donde está Jacinta tiene algo importante: aparece Boni, su gata fallecida hace ya año y medio, a quien aún extraña. Le cuesta mencionarla sin que le tiemble la voz, y no es para menos después de más de una década años de haber estado juntas.

En la presentación, Manolo y Ana Cristina hicieron preguntas rarísimas, de ésas que los escritores no sabemos muy bien cómo contestar, pero Jacinta se las arregló bien. Ambos habían leído el libro con gran minucia, y empezaron a hacer interpretaciones de todo tipo con respecto a los textos, que a veces iban más allá de lo que Jacinta había puesto o "quería decir". Lo que uno "quiere decir" generalmente no viene entre líneas ni está en las referencias cruzadas, sino en el texto puro y simple: está allí escrito y es evidente. El mensaje es el texto. Pero fue divertido, como siempre lo es, con todo y la cara de "¿qué diablos está diciendo Manolo?" que tiene Jacinta en la foto.
Quedó claro, eso sí, que se trata de un buen libro, que Jacinta sabe su oficio y que lo voy a leer hoy por la noche.

Esta foto me gustó.

Después vino el vino y las boquitas, pláticas entre amigos, etcétera. En esta foto aparecen Manlio Argueta y Sebastián Vaquerano, ex director de EDUCA y ahora dueño de su propia editorial, Legado. A ambos los conozco casi desde siempre, y les pregunté que cuándo se habían conocido ellos. Hicieron cuentas: 1959, cuando Manlio regresó a El Salvador de su primer exilio, a los 24 años; Sebastián tenía 14. (Yo estaba por nacer.) Estuvieron recordando los detalles y fue bien agradable saber un poco más de las historias de la gente a la que uno quiere.

Después, cena para celebrar en un restaurante chino en el centro de San José. Sensacional. Me tocó presentar, porque no se conocían aunque se habían cruzado muchas veces, a Jacinta y a Carlos Aguilar, editor de Perro Azul. Aunque allí todos se ven serios, nos la pasamos muy divertidos durante un buen par de horas largas. (El que no está en la silla más cercana soy yo.)
Tampoco pude ver a mi madre. Sigue en la rutina de ir al hospital para revisiones, etcétera. Mis hermanos no dan señales de vida. Al rato tengo que llamar a Sebastián para ver si hoy sí, o si será mañana, o pasado mañana. Lo malo es que se me acaba el tiempo del boleto y debo regresar a lo mío.
Ah, qué partes más raras tiene la vida.

25 de junio de 2008

Tercer día (y el mentiroso)

Martes, pues.
Logré dormir bien; sólo desperté una vez, contra las cuatro o cinco de la noche anterior. La temperatura está mucho más fresca en San José, y todo tan húmedo como siempre. Normal.
Me pasé la mañana en casa, y a eso del mediodía platicamos un rato con Krisma acerca de lo que sí, de lo que no, de lo que pasa y no pasa, de lo que habla la gente por el chat cuando tiene cosas importantes que hablar. La idea era ir a almorzar fuera, y después ir a buscar amigos, pero conversamos hasta casi las dos. Por suerte aquí todo es cerca, y en diez minutos estaba a unos pasos de la UCR.

Allí, cerca de la rotonda Bethania, Carlos Aguilar tiene la editorial Perro azul, que ha lanzado la mayoría de los títulos más interesantes de poesía de jóvenes en Costa Rica. Platicamos apenas unos minutos, porque yo tenía una cita a las tres del otro lado de la UCR, y seguro me iba a perder, así que quería irme con tiempo. Quedamos de vernos en la presentación del libro de Jacinta Escudos, el miércoles a las seis y media.
Entre otras cosas conversamos de la fotógrafa Ángela Mejías, a quien conocí en Biarritz, y él en Costa Rica. Estuvimos de acuerdo en que es una mujer sensacional. Por la mañana, ni más ni menos, chateé un rato con ella; está en Perú, haciendo un trabajo sobre niños marginados. (Si no recuerdan quién es Ángela, aquí hay una foto de ella.)

Y atravesé la UCR Siempre me ha gustado caminar por allí. En la biblioteca Carlos Monge tomé una foto mientras llegaba la persona a la que esperaba, porque me adelanté algunos minutos.

Esa persona era Hazel Vargas. Es filóloga, maestra y hasta tuvo una carnicería, según me contó. Fue decana de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional de Heredia y un montón de cosas más. Y es una lectora inteligente y no tiene fondo cuando se trata de cosas nuevas. Como tenía varios años de no verla, la actualicé con los libros de Krisma y míos. Aquí aparece leyendo La era del llanto. No, no posó para la foto; de verdad le gustó, o sea que es de fiar. Ella me dio, hace unos años, una muy buena e interesante interpretación de Terceras personas. Creo que es de las pocas personas que entendió de primera intención de qué se trataba; es un libro rarísimo y, si me preguntan, mi favorito entre los que me ha tocado escribir.
Yo no había almorzado, así que allí estamos en el Friday's cercano a la UCR. Conversamos durante unas tres horas, y quizá vaya mañana también a la presentación del libro de Jacinta.

Y aquí está uno de los héroes anónimos del mundo de los libros centroamericanos, Estuardo, el diseñador de las portadas de F&G Editores, posando frente a algunas de sus obras. El tipo es sensacional en eso. Sabe su chamba. Tenía que haberlo puesto en el post de ayer, pero olvidé tomar fotos, mísero de mí.

Y ayer tampoco puse a Roberto Laínez, quien está como responsable del stand de la Cámara Salvadoreña del Libro. Platicamos un rato, nos fuimos a echar un Camel y después me fui a ver libros.
Compré un libro grande y gruesote de cuentos para la Vale. Vienen como veinte, excelentes para la hora de dormir. Me regalaron uno de Sturgeon, que siempre me ha gustado como escribe, y compré uno de comida tica, de Atlántico, de la meseta y de la costa del Pacífico. La edición es horrible, pero las recetas están buenas. Y compré un ejemplar de Las flores, de Denise Phé-Funchal, para regalarle a Sary Montero; es también una lectora voraz y bastante crítica, y tendrá con qué divertirse.

En el stand de El Salvador, por cierto, tenían Berlín. Años Guanacos, de David Hernández, y hubo una tentación que no pude resistir: ver su biobibliografía. Mi ejemplar lo regalé o lo perdí o algo igual de sano, y me quedé con la duda de si habría puesto que se ganó el premio que me gané yo, el "Valle Inclán" de novela de 1990. Y, sí, allí está, o sea que no ha sido error de los periodistas, sino mentira suya, porque no creo que Alfaguara pusiera el texto sin consultarle.
Pero él dice que se lo ganó en 1989 con Salvamuerte. Y resulta que el libro fue finalista de ese concurso en 1990, o sea que al dato falso (que él se lo ganó) se añade uno falsísimo (que fue en 1989, un año antes de que concursara). Para quien no haya leído la historia, está en este link, después de los apóstrofos, por supuesto. Allí se reproduce el acta del jurado.
Hasta ahora le había dado el beneficio de la duda; quizá los periodistas lo malinterpretaron, etcétera. Ahora sé que se atruibuye a propósito algo que sabe que no es de él. No sé qué necesidad tenga para que le sea necesario mentir de ese modo. Quizá no lo querían de chiquito, o quizá de grande siguen sin quererlo. Debería solucionar ese problema.
Sé que lo han invitado a la feria del libro de Guatemala. Ojalá que ahora sí pueda llegar; es necesario aclarar eso. Por mi parte lo haré con Mari Carmen Deola, la editora de Alfaguara; es correcto que lo sepa a quién publica.
Y, bien, en este tercer día tampoco tomé fotos de mi madre. Ni mañana. Ni el sábado. No sería correcto. Quizá ponga una de cuando era joven y tenía toda la vida por delante. Son lindas esas fotos. Cuando regrese a El Salvador lo haré; no las traigo en mi Vaio que, según diversos testimonios, es verde.

24 de junio de 2008

Segundo día

Lunes, pues.
La idea era salir temprano al centro de San José, comprar algunas cosas, ir a la Feria del Libro Centroamericano, almorzar por allá, comprar algunos libros y regresar a las seis para ir con Sebastián a ver a mi madre. Quizá fuera que era lunes, mi día de descanso regular, cuando me dedico a recuperarme de lo que haya pasado en la semana, especialmente el domingo; quizá fuera que estaba cansado de tanta tensión por lo que he venido a hacer. Dormí por pedazos, estuve un rato conectado a internet, me dormí a eso del mediodía, justo cuando pensaba en salir a la calle, y desperté a las dos de la tarde, o un poco más. Me bañé de nuevo, fui a cambiar unos dólares a un banco que abre a la una de la tarde (el Banco Nacional; creo que cierra a las cinco o seis), a tres cuadras de casa de Sary.

Sary Montero, ni más ni menos, con su respectivo ejemplar de Trece. Es amiga y hermana desde 1974, cuando entró a la maestría en sociología que fundaron mi padre, Eugenio Rodríguez, Ernesto Richter, Edelberto Torres-Rivas y varios más que aún viven.

Creí que en Costa Rica no pasaban cosas así, pero ya pasan: el guardia sólo permite que entre una persona a la vez, hace que saque todo lo que tenga en los bolsillos y le pasa un detector de metales de mano. Luego la bolsa: que la abra, mira todos los compartimientos, pase adelante, y entonces deja entrar al que sigue. Muy amable, y hasta dan ganas de seguir enseñándole bolsillos, bolsitas y quitarse los zapatos de tan simpático. Pero pues no; hay que ir a la FILCEN, y sólo sigo sus instrucciones para no perder tiempo ni hacérselo perder.
Después de cambiar dinero, tomo un taxi que me lleva al antiguo edificio de Aduanas, donde es la feria. Me habían advertido que el taxi es carísimo, pero no pasa de dos dólares con centavos por una dejada que en El Salvador cuesta cuatro o cinco. "¿Va a la Feria del Libro?", me pregunta el taxista, y me comenta que quizá se dé una vuelta después. Sólo en Costa Rica.
La misión es encontrar, antes que nada, el stand de F&G Editores, porque necesito ver un ejemplar de Trece. En la mismísima entrada veo algunos libros guatemaltecos, de Piedra Santa y de F&G, y alguien me toca el hombro, me vuelvo y veo la cara sonriente de Estuardo, el diseñador de las portadas. Resulta que Raúl Figueroa se regresó por la mañana a Guatemala, pero me dejó diez ejemplares de Trece. Antes de que saque el paquete miro el libro exhibido. Me dice Estuardo que ya se vendieron varios ejemplares (sirve de texto en el doctorado de literatura centroamericana de la Universidad Nacional, la UNA, de Heredia), y también de Cualquier forma de morir. Allí cerquita está Las flores, de Denise, y me da mucho orgullo verlo, azul, bonito y bueno. Me cuenta Estuardo que el viernes mandaron a producción Los locos mueren de viejos, de Vanessa Núñez, y El sueño de Mariana, de Jorge Galán, y que estarán listos para la feria de Guatemala, dentro de un mes.
En ésas estamos y oigo otra voz conocida. Es Roberto Laínez, quien vino a cargo de los libros enviados por la Cámara Salvadoreña del Ídem. Les habían dicho que sólo podían enviar para exhibición, pero fueron los únicos que cumplieron; las cámaras de todo Centroamérica tienen libros a la venta, así que a Roberto ya le ha tocado lidiar con más de un cliente que se enoja porque quiere que le vendan un libro en especial, etcétera. Salimos a fumarnos un cigarro y a platicar, y luego me voy a dar una vuelta por la feria.
Compro un cuaderno muy bonito, adornado con partituras de Bach. Luego, un libro de princesas para Valeria, faltaba más. Krisma me ha encargado cosas de Eliot y de Virginia Woolf, pero no hay; recuerdo haber visto en Sophos, en Guatemala, así que tendrá que esperar un mes. Pero hallo otro de los posibles encargos: no sólo la poesía completa de Eunice Odio, sino todas sus obras, en tres tomos, bonita edición, coeditada por la UNA y la Universidad de Costa Rica. El encargado me dice que en ese momento están presentando un libro de la UNA: el Diccionario de la literatura centroamericana, con biografías de un montón de escritores. Veo que la lista de autores la encabeza Carlos Cañas Dinarte, de cuyo diccionario salvadoreño me "autoexcluí" hace un tiempo, así que de puro morboso busqué mi ficha y, sí, allí estaba. Hay cosas imprecisas, hay otras que faltan, otras que ya no hago, pero parece que de ese diccionario no estoy "autoexcluido". Tendrá que ver que también esté entre los autores Francisco Méndez, quien me incluyó hace poco en una antología centroamericana, o quizá Carlos ya me quiera otra vez. (Se le quitará cuando aparezca la tercera edición de Tiempos de locura, pero ése ya es otro problema.) Compro el diccionario y alguna otra cosa más, etcétera.
Regreso al stand de Guatemala y me encuentro con Óscar Núñez, periodista, escritor y viejo compañero y amigo. Lo conocí en México en 1981, y desde entonces nos hemos encontrado y escrito irregularmente. La última vez que nos vimos fue en la FILCEN de Guatemala, donde presentaba una novela. Ahora, como reportero de AFP, andaba viendo qué notas sacaba de la feria. Abrazo, plática y todo lo demás, y apareció Rodrigo Soto, con quien me encontré en Lyon en octubre pasado. Lo he hallado en Guatemala también, alguna vez en El Salvador, e incluso en Costa Rica, lo que son las cosas, siendo --como es-- totalmente tico. Ya nos estábamos despidiendo (Sebastián pasaría por mí a las seis a casa de Sary) cuando me dio una noticia que me puso triste: otro amigo, Hermann Stephen --bien tico también, como su nombre lo indica-- , traductor entre varias otras cosas, murió hace unos meses. Se acostó porque se sentía un poco mal, se durmió, le dio un derrame y listo. Una muerte muy de acuerdo con él, que era pausado, de una inteligencia aguda pero muy bien centrada, una voz y un tono tranquilizadores.
Sebastián ya me esperaba en casa de Sary. Les di, desde luego, un ejemplar de Trece a cada uno. Ambos lo han leído ya. Sebastián, que dirige su propia editorial, Legado, vio el libro con ánimo de lupa y declaró que es una muy bonita edición.


Sebastián Vaquerano, director de la editorial Legado. Fue director de EDUCA (Editorial Universitaria Centroamericana) durante una buena pila de años, creo que catorce, en dos periodos, y fue digno discípulo y sucesor de Ítalo López Vallecillos, su fundador. Sus ediciones son bastante hermosas, y tiene quizá la más bonita que haya visto de Cuentos de barro, de Salarrué. Además, es mucho más que mi hermano mayor.



Y ya pasan unos minutos de las seis, así que vamos a casa de mi madre.
Cuando joven, mi madre medía poco menos de 1,60, y mi padre un poco más. Hace dos años y medio, cuando la vi por última vez, andaba en el 1,53 o algo así; setenta años son setenta años. Hoy apenas rebasa el metro con cuarenta, y está delgada y encorvada de un modo que no creí posible en ella. Su voz parece llegar de muchos años en el futuro. Camina con bastón, y tardamos tres o cuatro minutos en llegar a su recámara, con ella por delante. No son más de doce metros, pero los sufre como si fueran miles a no sé cuántos kilómetros por hora.
Platicamos no más de quince minutos. Estuvo todo el día en el hospital, en exámenes, y no le hicieron las diálisis. Sí, las diálisis. No es una al día, sino tres. No es que una tarde cuatro horas, como había entendido, sino que son tres de hora y media cada una. Mañana tiene que pasarse de nuevo todo el día en el hospital. No nos dice muy bien qué tiene, pero es algo así como que la sangre se le sigue llenando de cosas y el tratamiento no funciona como debería.
Está lúcida. Totalmente lúcida. Su respiración se había tranquilizado, pero en unos minutos empieza a jadear con cada palabra que decimos, y más con cada palabra que logra decir. Es hora de irse. Oigo a mi hermana en el departamento de al lado; hace unos años, después de que murió mi padre, la casa se dividió en dos, y luego se construyó una segunda planta, donde vive mi hermano. Arriba no había luz y su carro no estaba en el garaje.
Me dice que la llame a eso de las seis de la tarde, para saber cuándo podemos vernos. Creo que sólo será una plática telefónica corta la que tengamos; tampoco le harán las diálisis, supongo, y estará más cansada aún.
Los planes son buscar a algunos amigos, como Carlos Aguilar, Adriano Corrales, Américo Ochoa... Espero encontrarlos. Ir a la feria de nuevo, claro, la feria. Hubo stands que no pude ver por la prisa. Tomar algunas fotos para poner por aquí, porque nunca están de más algunas fotos, y esperar que haya un tercer día.

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Mañana miércoles es la presentación del nuevo libro de Jacinta Escudos. Estaré allí y le llevaré la semita que le envió Salvador Canjura. Le daré también un ejemplar de Trece. Para ese mismo día, quizá para el jueves, se espera la llegada de Tiempos de locura, tercera edición, recién salido de la imprenta. La vida y los libros siguen su marcha, como en aquella candente tarde de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo. (Para más informes, leer aquí.)

23 de junio de 2008

Primer día

El avión llega al aeropuerto Juan Santamaría a las 2:47 de la tarde. Hace un calor de los demonios, peor que el de El Salvador a cualquier hora en cualquier momento de las últimas semanas. La humedad es también insoportable, y la presión atmosférica me oprime la cabeza. Seguro va a llover: ¿cuándo no llueve en San José?
Hoy no llueve en San José.
Paso Migración en un par de minutos y voy por mi maleta: vieja, de cuero puro, hermosa, con raspones por todas partes. (Habrá que hablar de ella alguna vez. Ahora no.) Camino hacia la aduana y me incorporo a una fila. Llego después de una pareja de españoles treintones y serios, pero antes de dos niños que empujan una plataforma con rueditas que carga todas las maletas de la familia, excepto los equipajes de mano de los padres. Uno de ellos, el mayor, empieza a gritar cosas que no entiendo, y a empujar la plataforma contra mi maleta. Quiere dar a entender que me metí en la fila cuando no debía --es decir antes que él-- y que yo tenía que apartarme para que él pasara.
Sus papás le dicen que se tranquilice, que no hay problema, y grita más y más en algo que no es español, o no merecería serlo. Me aparto y tampoco pasa. El niño --diez, once, quizá doce años mal crecidos-- sólo quiere joder, y lo hace durante los tres o cuatro minutos que tardamos en llegar a la banda sinfín donde hay que poner el equipaje para los rayos X. (Desde hace años sé que en Costa Rica tienen cruzada en contra de la comida salvadoreña. Salvador Canjura le ha enviado dos semitas a Jacinta Escudos, y supongo que hay altas posibilidades de que las decomisen. Nada. Igual que en Comalapa no se dieron cuenta, o no les importó, que yo pasara una carterita de cerillos. Se me olvidó tirarla, como siempre hago cuando viajo, y aquí la tengo. Quizá no tengo cara de sospechoso, algo que nunca ha dejado de ofenderme.)
Primero llegan los padres a la banda sinfín y le dicen "Ya" al niño. No es un "Ya" para que se quede tranquilo, sino para que ponga las maletas donde corresponde. No me miran. Están avergonzados del lío que arma el angelito. Éste grita: "'¡Vamos primero! ¡Vamos primero!", y casi atropella a un par de personas que están también en la fila, a un lado de mí, y a otros que iban antes de sus padres. "¡Yo pongo las maletas! ¡Yo las pongo!", dice, y tiene unos ojos de furia tal que los padres lo dejan hacer. Está a punto de tirar cada maleta, que le queda grande, y se hace daño con los golpes que se da con el equipaje y contra la banda. Pienso que quizá sea la primera vez que la familia sale de viaje tan lejos, y ninguno sabe cómo comportarse. (El otro niño, de unos nueve o diez años, lo hace muy bien. Sonríe viendo todo lo que hay a su alrededor, o sea no mucho, y se nota contento: "Así que esto es el extranjero...") Dejo pasar a una señora mayor mientras el niño esgrime una sonrisa de "le gané al imbécil de la barba" y los padres del niño no se atreven a ver a nadie. Pasan las maletas de la señora, pasan las mías --con la semita y la Vaio verde incluidas--, en dos minutos estoy fuera. Apenas pasan de las tres.
Afuera hay una pequeña masa de gente entre la que no distingo a Sebastián, quien quedó de pasar por mí. Por lo menos una docena de taxistas me ofrece llevarme, digo que no, gracias, y me dicen: "Bienvenido a Costa Rica", muy sonrientes, de a uno por uno, como si hicieran fila.
Poco a poco la gente empieza a irse y se vacía la puerta de llegada. Sólo quedamos los taxistas y yo. Uno me dice que me lleva por 22 dólares, que generalmente cobran 25. Es falso: Sary --con quien me hospedo-- me ha dicho que la tarifa es de 17. Pienso en irme en taxi cuando dan las 3:35, pero sonrío: Sebastián es bastante distraído y no tiene demasiada noción del tiempo. Estoy seguro de que aparecerá. Y aparece, casi a las cuatro, tan cálido como siempre. Lo conozco desde los 6 o 7 años de mi edad; es como un hermano mayor --tiene 62 o 63 años-- a quien soy capaz de seguir ciegamente. Él me llamó de urgencia y me dijo:
--Tenés que venir, chato --así me decía mi padre que, como Sebastián, tenía una nariz portentosa--. Aquí te explico bien.
Antes de ir con Sary pasamos por su casa, para almorzar. En el avión nos han dado una empanadita de champiñones a medio calentar y unas galletitas de las que los niños muy pequeños se llevan al kínder cuando sus papás no los quieren mucho. Una buena dosis de filete de pescado con arroz y me explica de qué va la cosa. Y no va bien.
Llama por teléfono a casa de mi madre. La idea es llegar a eso de las seis a visitarla durante algunos minutos. No se la puede visitar durante más tiempo. Primero por el agotamiento de ella. Luego, porque han acomodado la casa con medidas de higiene especiales. Todo está muy limpio, y hay que limpiarlo igual de bien cada día, por lo menos una vez; la ropa de cama se cambia a diario, no hay que acercarse mucho a menos que. Todo eso.
Regresa de hablar por teléfono y me dice que no podremos ir. En ese momento, y desde hace un buen par de horas, una médica amiga está haciéndole una diálisis. Todavía no han terminado, ni terminarán pronto. ¿Diálisis en casa? Ésa es nueva. Y más: mis hermanos Mauricio y Ana son quienes se la hacen diariamente. Tengo que ver eso; yo me quedé en que los aparatos para la diálisis son grandes, complicados, etcétera. ¿Mañana podremos ir? Sí, pero hasta las seis de la tarde. Se pasará todo el día en el hospital. Tienen que hacerle unos exámenes para ver cómo está funcionando su corazón. Si no está demasiado agotada, podremos ir.
Algo así le pasó a la abuela Mina. Los riñones empezaron a dejar de funcionarle y todo lo demás se le deterioró. Hasta un par de años antes había tenido un corazón de toro, y de pronto se le volvió de gorrión. Un día entró en coma y el corazón se le apagó. Bueno, se le apagó la segunda vez que entró en coma; la primera revivió, arregló unos asuntos que había dejado pendientes, fue a verme un domingo a La Casa, le regalé una flor de izote, cenó eso, durmió, almorzó de lo mismo y por la tarde entró de nuevo en coma. Murió al sábado siguiente. Un buen corazón, después de todo.
Vamos a casa de Sary. Vive a cuatro cuadras de donde viven mi madre y hermanos. (Lorena vive en El Salvador y no es hija suya, pero está enterada del asunto, como debería ser.) Pienso en que quizá pueda ir a la Feria del Libro Centroamericano, que se celebra desde el sábado en el viejo edificio de Aduanas. No tengo colones ticos, y además comenzamos a conversar con Sary, se pasa el tiempo y yo comienzo a relajarme y relajarme y, cuando se va Sebastián, después de un rato de plática, sólo quiero irme a dormir.
Es imposible. Hace un calor terrible, y la humedad, y la presión atmosférica. Tiene que llover. Pero no llueve. Leo unas páginas de Palinuro de México, que desde luego Sary tiene en su biblioteca, caigo dormido y unos minutos después el calor me saca de la cama. Agarro la Vaio --que hace unos párrafos señalé que es verde-- y me conecté al DSL; Sary tenía ya un buen rato dormida, y apenas eran las 9:30. Encontré a Krisma y platicamos hasta las once. Ella se hizo cargo del taller y me dio las nuevas, que como siempre fueron buenas; es sorprendente cómo aún pueden pasar cosas... uh... precisamente sorprendentes en un taller que ya lleva seis años funcionando. Casi seis. Valeria no se había dormido, y se puso también a estrenar las letras que se ha aprendido desde que le compramos, para su cumpleaños, una computadora de juguete. Puso la O de Oso, la P de Papá, la K de Krisma, la V de Valeria... Después armó algunas palabras pequeñas con la ayuda de Krisma. No creo que las olvide.
Se fueron a dormir a eso de las once y aquí aún no llovía.
Me puse a leer y a fumarme algunos de los Camel que compré en puerto libre. Algo de lo que más disfruto en la vida son los Camel. También los Lucky Strike, pero sólo había light o en cajas de cinco paquetes, y no quería tantos. Compré dos paquetes de Camel, y todavía llevaré un montón de cajetillas a El Salvador, cuando regrese. Sary fuma Marlboro light, pero los Camel le gustaron --no los había probado-- y, en fin, quizá sean menos los que lleve, pero puedo comprar más. Salen más baratos que los Marlboro rojos en El Salvador.
Llovió a eso de las tres de la mañana. Antes me di un baño para tratar de dormir y, sí, lo logré finalmente, pero estuve despertándome durante toda la noche. Soñé imágenes que eran ideas que eran figuras geométricas que eran la cobija que eran la lluvia que estaba cayendo. (Paró de llover a eso de las siete.)
Iré al centro a cambiar unos dólares y a comprar un par de cosas que me encargó Krisma. Después iré a la Feria del Libro; por fin veré cómo quedó Trece. Me dijo Raúl Figueroa Sarti, director de F&G Editores, que me traería algunos ejemplares.
Diálisis en casa... Hay que ver eso. Me pregunto si sería capaz de hacerla.

19 de junio de 2008

Claramount

Apareció en El diario de hoy una esquela en la que se anuncia la muerte del coronel Ernesto Claramount, quien fuera candidato de la Unión Nacional Opositora en las elecciones presidenciales de 1977. Después de un fraude más bien escandaloso, se le dio la victoria electoral al Partido de Conciliación Nacional, lo que orilló una manifestación en la Plaza Libertad que terminó en matanza por parte de la Guardia Nacional. De allí surgieron las Ligas Populares 28 de Febrero, ligadas al Ejército Revolucionario del Pueblo (LP-28).

Claramount corría por la Unión Nacional Opositora, formada por el Partido Demócrata Cristiano, el Movimiento Nacional Revolucionario y el Partido Comunista a través de la Unión Democrática Nacionalista. La idea de llevar a un militar, según me contaba Rubén Zamora en una entrevista que le hice para Tiempos de locura (para vicepresidente iba Antonio Morales Erlich), era ganar simpatía entre militares democráticos, pero el efecto fue el contrario: se tomó a Claramount como un traidor al ejército y si no dejaron ganar a Napoleón Duarte en las elecciones de 1972, menos lo dejarían a él. Quizá fue una de las últimas oportunidades que hubo de frenar la guerra, o por lo menos el estado de ánimo que llevó a la guerra. Para 1979 era políticamente posible detenerla, pero anímicamente ya no había modo; se habían acumulado demasiadas cosas en los ánimos de la gente y, con el triunfo de Nicaragua mediante, era imposible parar.
Con respecto a esto, hay algo que le he preguntado a mucha gente, de todos los signos políticos, de varias ideologías, que ocuparon cargos de todo tipo en esa época, y no han sabido contestármelo: ¿por qué, en enero de 1981, no se logró que el pueblo se levantara y diera el hachazo final? La respuesta racional es la falta de organización de las agrupaciones del FMLN, la desarticulación del movimiento de masas, la carencia de organismos partidarios, la fuerza de los cuerpos represivos y de seguridad... Pero es mucho más que eso.
En los años anteriores, militantes y no militantes salieron a la calle, murieron en manifestaciones, participaron en huelgas, le dieron el frente a los fusiles que los mataban. Un poco más de eso, y no mucho más que un poco, y hubieran podido tirar el sistema completo. ¿Por qué no pasó?
Allí es donde en muchos sentidos se me mueve el tapete. Mientras fue un movimiento político, apoyado por grupos armados, todo bien, y hacia adelante; en el momento en que se vio como real la toma del poder por organizaciones que se declaraban radicales, las masas se echaron para atrás. Y lo mismo ocurrió de nuevo en 1989, con un plus: la derecha ganó las primeras elecciones limpias de nuestra historia, con todo y el sabotaje de la guerrilla. (Después podremos hablar de otras, pero ésas fueron limpias.)
Hace años conversaba con Eduardo Sancho al respecto, y le decía que el gran problema del FMLN --de sus organizaciones, en realidad-- fue que quiso crear "algo nuevo", cambiar la mentalidad de la gente, cambiar el mundo, y en realidad lo que el pueblo quería era más básico: no pasar hambre, que los niños no se murieran de simples diarreas, que la Guardia no se dedicara a matar por el simple hecho de que podía hacerlo, tener algo de tierra, poder sindicalizarse, etcétera. No muy en el fondo el pueblo salvadoreño siempre ha sido terriblemente conservador, y la opción de la lucha contra el sistema se daba en la medida en que no quedaba de otra, y que ya no había mucho que perder; de todos modos los hijos iban a morir de diarreas, la Guardia iba a llegar a matar a inocentes, los sueldos seguirían siendo malísimos, etcétera. La lucha a través de los mecanismos de la izquierda podían llevar a algo, como llevaron, pero había un punto del que a gente no estaba dispuesta a pasar.
Creo que el Partido Comunista siempre reflejó ese conservadurismo, aunque no siempre de manera oportuna. Por ejemplo, en 1932 estaba "trabajando" con los campesinos que se insurreccionaron, pero no guiaron la insurrección, ni mucho menos: ésta se cocinaba desde años atrás, incluso antes de la fundación del PC. La apuesta del PC en ese momento eran las elecciones, en las que estaba involucrado mientras ocurría la insurrección y la masacre, y desde luego le hicieron fraude: fueron anuladas todas las casillas en las que había candidatos suyos.
Apenas 76 años después de su primera participación en elecciones tiene posibilidades de llegar al poder, y ni siquiera con un candidato propio ni con un programa salido totalmente de sus manos, y lo mismo hubiera ocurrido en 1972 con Duarte y en 1977 con Claramount. Lo importante era estar en el aparato de poder, y lo logró un par de veces, de manera limitada y no por mucho tiempo (tras el golpe de 1960 y tras el de 1979: cinco meses y medio en total).
Otra cosa que me llama la atención es que, para su frente "abierto", la UDN, escogiera el apellido de "nacionalista". No nacional, que puede ser descriptivo, sino "nacionalista", que es ya ideológico, algo por completo contrario a los principios marxistas: el movimiento comunista nació como un instrumento internacional y solidario. ARENA hubiera podido también llamarse UDN si no le hubieran ganado el nombre. Y no lo digo en plan irónico, sino bastante en serio, y es un modo de recalcar el conservadurismo de la línea de la izquierda que maneja el FMLN en este momento. (Así Sánchez Cerén haya sido de las FPL, su cercanía en todo sentido al PC fue y ha sido notable.)
Suena extraño eso de "izquierda conservadora", pero es lo que hay. Pienso en el Partido Revolucionario Institucional de México: en el momento en que se institucionaliza como partido de estado, deja de ser revolucionario. Muchas veces, creo que desde Adolfo López Mateos (1958-1964) hasta por allí de López Portillo (1976-1982), se hicieron actos y fiestas celebrando que los objetivos de la revolución se habían logrado, y que de allí para adelante ya no había mucho más que hacer, excepto cosechar lo sembrado. Y era cierto, pero no lo cosecharon los labradores, precisamente...
No sé muy bien a qué viene todo esto. Quizá sólo son reflexiones sueltas a partir de la esquela de Claramount, a quien le tocó estar en medio de un punto de quiebre de los tantos que ha habido en la historia salvadoreña, y no el menos importante.
Otra cosa que nunca entendí: ¿por qué el PDC se alió con el MNR y el PC para las elecciones de 1972 y 1977, además de las municipales y legislativas? Nunca fue un partido de izquierda, y el MNR y el PC eran considerados "comunistas" --en la acepción más básica que usa la derecha--, lo que significaba problemas con el ejército, una posible menor votación y seguras pugnas dentro de la alianza. El PDC por sí solo hubiera llegado más lejos, en sus buenos tiempos --ahora no llega a la esquina si no lo llevan de la mano, y aun así--, que en esa compañía. Quizá en esas épocas había la noción honesta de que era importante la unión de fuerzas disímiles para llegar a objetivos comunes, algo tan simple que a nadie se le ocurre, a estas alturas, que pueda funcionar o que quiera tratar de que funcione.

18 de junio de 2008

Presentación de Eleazar Rivera

Mañana 19 de junio se presenta. en el Centro Cultural de España, el libro Ciudad del contrahombre, de Eleazar Rivera, que ganó certamen internacional de poesía joven de editorial La Garúa, de Barcelona, en 2007. El poemario ganador viene complementado con otra unidad del mismo autor, Noctambulario, o sea que son dos libros por el precio de uno.


La primera edición del premio de La Garúa se la ganó la también salvadoreña Krisma Mancía, que entre otras cosas trabaja de mi esposa (¡seeee!), con Viaje al imperio de las ventanas. En medio de los dos premios, Jorge Galán se ganó el Adonais, también en España, con su poemario Breve historia del alba.

17 de junio de 2008

Boris, la mesa y el sol

El día en que murió Boris estuve acompañándolo por ratos. Fue un proceso lento, pero tranquilo. Todavía unos minutos antes de morir, le hablé y movió un poco la cola, con todo y que estaba inconsciente desde hacía horas.
Salí del cuarto y vine al estudio por un cigarro y, de pronto, vi por la ventana cómo se caía la mesa de piedra que estaba en medio del jardín. Estaba bien colocada, pero comenzó a ladearse y se cayó muy despacio. "Ya murió Boris", pensé. Fui a verlo y, sí, estaba muerto.

Sería fácil --aun considerando su peso-- levantar la mesa y ponerla como estaba, y siempre decimos con Krisma que lo haremos, sí, quizá el sábado que vengan los compañeros del taller de video, a lo mejor hoy en la tarde entre ella y yo, quizá mañana. Pero por algún motivo la hemos dejado allí, así, como el día en que murió Boris, sin tratar de explicarnos muy bien por qué.

Boris está enterrado afuera de casa, en el jardín que está escaleras abajo. Ese arbolito que se ve en medio es él.

Y esto es lo que se ve a través de mi ventana en el momento de escribir este post. No termino de acostumbrarme a tanto verde y a tanta luz después de muchos años de vivir entre el cemento, el smog y los días nublados.
Un día íbamos con Alain Mala por la carretera y me mostró el cielo que se veía adelante: poca luz, nublado y húmedo. "Ésta es la Bretaña --me dijo casi como disculpándose--. Es hermosa, pero un poco triste." Y no me pareció triste; me pareció hermosa, nada más.
Algo tenemos el sol y yo que, que no nos llevamos muy bien. Curioso, porque soy signo Leo, y mi... uh... planeta es el sol. Quizá fue porque nací al mediodía: ¿a quién se le ocurre? (Sí, mi ascendente es Escorpio.)
Salchichas. Ayer compré unas salchichas tipo alemán. Eso vamos a almorzar. Voy a cocer unas papas para acompañarlas.

15 de junio de 2008

¿Qué sale si se mezcla FMLN y ARENA?

Subí a comprar unas cosas a Los Planes y bajé caminando, para hacer un poco de ejercicio y porque había una foto que quería tomar:

Los del FMLN escribieron, obviamente, FMLN, y los de ARENA taparon el rótulo de manera más bien ingeniosa. Hay que determinar si quisieron poner "AMÉN" o "AMEN". En el primer caso, es casi un reconocimiento de derrota, o una buena ironía; en el segundo, un consejo que nunca está de más seguir.

Tanta gente que trata de salir de allí y otros se ponen a anunciarlos... Nunca falta alguien que sobre, como diría Aniuxa.

Una de la Vale, de hace algunos días.

14 de junio de 2008

Cosas de La Casa

Esta semana estuvo bien para La Casa: se anunció que Aniuxa va a publicar su primer libro de cuentos en la colección Nueva Palabra y René Figueroa (el nuestro) se ganó los Juegos Florales de Santa Ana. Y ya hay fecha para la presentación de la primera novela de Vanessa Núñez, Los locos mueren de viejos. Será el 28 de julio en la Feria del Libro de Guatemala. Se presentará junto con otra de Jorge Galán (El sueño de Mariana) y una mía (Trece), o sea tres salvadoreños por el precio de uno y en la misma editorial, F&G Editores.
Felicidades a los tres, pues.

13 de junio de 2008

Algunas lecturas

Hace unos siete años Claudia Hernández me dio Antes del fin, el que se suponía sería el último libro de Ernesto Sabato, en razón de su edad. Se publicó en 1997, y para ese entonces Sabato ya tenía 86 años --hoy anda en los 97, y contando. Lo agradecí, claro, pero apenas esta última semana me puse a leerlo; no es un escritor al que me guste acercarme con frecuencia.
Fue quizá por allí de 1980-81 que leí El túnel por primera vez, y me dejó de muy mal humor. Me dejó así porque me obligué a leerlo hasta el fin, de un solo tirón, y porque me habían dicho que era una maravilla de libro, etcétera, que es lo mismo que me siguen diciendo ahora.
Lo que me pasó fue que no entendí nada. No me refiero a que sea un libro difícil, sino que simplemente no me interesaba --y sigue sin interesarme-- lo que viene allí dentro: Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne, no supe muy bien por qué; María Iribarne, todos los personajes y toda la situación y todas las disquisiciones acerca de la vida, la muerte y lo que haya en medio o en el proceso de pasar de una a la otra. En otras palabras, no me llena su sentido trágico de la vida. Vaya: de que la vida sea una tragedia, vaya y pase, y cada quién en lo suyo. Pero no encontré las raíces del conflicto, el conflicto mismo, sólo la gana de Castel de sentirse mal y de matar a María Iribarne, cuya muerte no lloré ni me impresionó ni nada. (No es porque la anuncie desde el primer párrafo; García Márquez lo hace en Crónica de una muerte anunciada y, cuando por fin lo acuchillan, en la última página --¡y aún sigue vivo!--, uno dice: "¡Mataron a Santiago Nassar!" O sea: hay niveles.)
Años después, avergonzado porque no me había gustado, lo leí de nuevo con mente más clara y abierta y tratando de no tener prejuicios. Lo que me pasó fue que me aburrí. Hace unos días, en plan de lo mismo, traté de nuevo y sigo viendo que no me interesa, pero ya no me da vergüenza reconocerlo. Nomás Sabato y yo somos incompatibles.
Porque ya antes, en 1975, había tratado de leer Sobre héroes y tumbas y, sí, logré terminar "Informe sobre ciegos", y de los demás leí pedazos salteados. Me pareció que me había gustado, oque algo me quedaba, aun sin entender la fobia del personaje hacia los ciegos. En 2000 traté de leer otra vez "Informe sobre ciegos", en una edición que publicó EDUCA con sólo esa parte de Sobre héroes..., y me pasé media tarde de lo más aburrida.
En 1985 le tocó el intento a Abaddón el exterminador. Hubo partes que me interesaron, como algunas donde aparece Quique --en especial el día en que se queda solo durante un rato; es bien conmovedora--, pero del resto, no mucho, y de lo de Quique apenas tengo recuerdos sueltos, y más bien sensaciones no muy pronunciadas. Lo mismo: traté de leerla una segunda vez, y hasta una tercera. No pude. Nomás no.
Con Antes del fin me pasó que vi a los personajes de las novelas de Sabato, pero sin procesar. Es decir: lo vi a él tan desnudo como se puede estar en un libro de memorias, y lo que vi fue que mi problema con sus novelas es que muchos de sus personajes no están muy bien armados porque son él (en Abaddón más explicitamente), y él me parece muy poco interesante, aparte de algunos rollos anecdóticos.
En Antes del fin se la pasa hablando de la miseria humana, de cómo "todo" en la vida es horror, angustia, miedo, miseria, y que el sólo hecho de vivir ya es doloroso y nos hace dignos de lástima. Y que me perdonen los que piensan lo mismo, pero soy incapaz de ver la vida así.
Habla en especial de los niños que mueren de hambre, de los niños maltratados, de los niños siempre, y de las cosas terribles que les pueden pasar. También de la estupidez de los adultos, de la soberbia de los que detentan el poder. Todo lo que ya sabemos. Y es cierto, hay de eso en la vida, y hay cosas peores, pero eso no es la vida, y siempre hay modos de al menos morir en el intento, como un Leónidas un poco menos musculoso, pero qué diablos. Y serán muy sus memorias, y tendrá derecho a decir lo que quiera, pero lo que veo es que su literatura no es muy diferente, excepto por el hecho de que arma ficciones con él regulando lo que pasa y lo que no, y sin lograr crear un mundo en que "eso", el sentido trágico de la vida, sea vital. Nomás no entiendo de dónde le sale tanta angustia y esa gana de ver el mundo tan feo.
Hay una parte en la que habla de la muerte de su hijo Jorge, y uno dirá: bueno, de allí le viene la depresión. Pero no. Siempre ha pensado lo mismo. Las partes en las que habla de cómo deja la ciencia --era un gran científico-- por la literatura tampoco las entiendo; no veo que una cosa y otra sean excluyentes, y hasta podrían ser complementarias.
Terminé de leer el libro por disciplina, algo que ya no hago con mucha frecuencia: me gusta o no, lo leo o no, y a otra cosa. Quizá fue para poder decir que tengo al menos dos libros terminados de Sabato; ya suficiente problema ha sido que no me haya gustado El túnel y se vean obligados a decirme: "¡Pero cómo! ¡Si es un librazo! ¡A mí me reveló muchas cosas! ¡Lo he leído toneladas de veces!"
Para quien quiera leer un poco de Sabato o acerca de él, o al menos enterarse un poco, aquí hay una página con lo necesario. Para mí es mucho más que suficiente.
Ah: también traté de leer La resistencia, que regalaron en el periódico argentino El Clarín, en formato PDF, poco antes de su salida en papel. Tampoco. Sí debe ser un rollo de compatibilidad, porque el viejo de verdad que ni siquiera me cae mal, y hasta lo admiro por todo lo que hizo cuando la comisión de investihación de crímenes durante la guerra sucia, su militancia de juventud, su capacidad científica que dejó por... bueno... allí es donde empiezan mis problemas.

* * *

Otro libro que tenía desde 2000, sin atreverme a abrirlo, era Los dos Borges, del chileno Volodia Teitelboim, biógrafo entre otros de Huidobro, Neruda y Gabriela Mistral. Fue de los que me traje cuando murió mi padre, más porque trataba de Borges que porque me gusten las biografías. Le huyo todo lo que puedo a las biografías, y un poco más a las memorias, pero en estos días me agarró por allí, y me friego.
Hay varias cosas que me molestan de las biografías. La principal es que muchos de los biógrafos llegan a considerarse a sí mismos casi de la altura de los biografiados, por el simple hecho de saber --o de creer que saben-- Todo Lo De Su Vida. La otra es la tendencia a la loa no muy sana, a la desmitificación o, peor, las dos cosas al mismo tiempo.
Los dos Borges va un paso más allá: Teitelboim se lanza a descifrar el alma del escritor argentino a partir de cartas, datos, los testimonios de otros, etcétera. Recordé el episodio de la flautita de Hamlet --que transcribí aquí hace algún tiempo--, y sentí un mucho de vergüenza ajena cuando leí las partes dedicadas al asunto de la sexualidad de Borges, de su famoso viaje a Chile donde fue condecorado por Pinochet, de su dependencia de su madre, doña Leonor Acevedo, y de cómo todo eso se "refleja" en su obra. ¿A mí qué demonios me importa su relación platónica y desesperada con una chava que en realidad buscaba algo de... no sé muy bien qué, pero estaba jugando bien chueco con él? ¿Y qué me interesa lo que Teitelboim piense acerca de alguien que con mucho lo supera, nos supera, y es uno de los parámetros fundamentales de la literatura, etcétera?
No terminé el libro. Lo que hice fue agarrar capítulos al azar. Algunos los leí completos, otros no. De Borges me interesa Borges.

* * *

Casi nunca hablo de cosas que no me gustan; ésta ha sido una de las pocas excepciones. Y no voy a seguir por ese camino por el momento.
Krisma y yo somos fans del blog Orsai, de Hernán Casciari, y lo leemos cristianamente y comentamos cada entrada mientras nos reímos.
Hace un par de semanas, Krisma encontró su libro Más respeto, que soy tu madre, y lo leímos al mismo tiempo, en diferentes horarios.
--¿Vas a leer el libro?
--Ahora no, tengo que hacer.
--Entonces lo agarro yo.
Y no es que tardáramos demasiado. Aunque estaba terminando de escribir un libro, tenía la chamba de La Casa y en los ratos libres saqué una chamba extra, me lo eche en tres sentadas, literalmente, y Krisma en otras tantas. Mientras yo me dedicaba a otra cosa, de repente oía las carcajadas, le preguntaba qué pasaba y me leía un trozo. Luego yo le leía alguno, hubiera ya pasado por él o no, y así.
Hay varios asegunes. El más grave, creo, es que, como lo lanzó editorial Grijalbo, se trató de "adaptar" al público mexicano, y de repente se habla del América y del Guadalajara --no del Boca y el River, o lo que sea--, de los gobiernos de Fox y Zedillo y qué sé yo. Hay argentinismos que se han sustituido por mexicanismos, y se ven los parches en el texto.
Lo otro es que se presenta como una novela, surgida del blog Diario de una señora gorda. Y, sí, hay una línea central, los personajes se mantienen y sostienen, hay una trama básica, etcétera, pero no le encuentro la estructura de novela, y de hecho no me hizo falta. Lo que vi fue un divertimento escrito del modo en que se escribe en un blog: de manera lineal, más o menos lo que a uno se le va ocurriendo, más o menos de manera premeditada.
Me la pasé muy bien, y eso es lo que me interesa. Lo demás es lo de más.

* * *

Le di una buena leída a la revista Cultura 97-98 (o sea la anterior a la que está en circulación en estos días; de hecho ambas, y varias decenas más, se pueden encontrar en la Dirección de Publicaciones e Impresos), y me parece que es bien importante para estar un poco más ubicados con respecto a las líneas que ha seguido la literatura salvadoreña.
El número está dedicado a la generación Piedra y Siglo, un poco posterior en el tiempo a la Comprometida, pero no está enfocada desde el punto de vista académico, sino literario, que es lo que importa.
Buena parte de la revista está conformada por una antología bastante extensa y representativa de cada uno de los integrantes del grupo, además de algunos trabajos críticos --hechos por escritores--, recuerdos, semblanzas, etcétera. Un muy buen trabajo para ubicar a un grupo del que se habla mucho, pero del que poco se conoce. Creo que era una deuda pendiente para todos, y allí está. Y no hay mejor material de discusión que la obra misma.

* * *

Pedro Geoffroy Rivas, a pesar de que todo el mundo habla de él, es uno de los tantos olvidados de la poesía salvadoreña. Aquí se conoce Los nietos del jaguar y la antología que publicó la DPI en la Biblioteca Básica con el mismo nombre. Quizá su poema-poemario Vida, pasión y muerte del antihombre sea lo más conocido --y allí está de lo mejor de su obra--, y ello se debe al verso "Pobrecito poeta que era yo, burgués y bueno...", que sirvió como título para la novela de Roque Dalton.
La publicación de la poesía completa de Geoffroy, bajo el título de El surco de la estirpe, es otra de las grandes deudas que la DPI en particular, y el país en general, tenía con uno de nuestros mejores poetas. La mayor parte de sus libros se publicó en México, donde pasó exiliado un par de décadas, y no habían visto la luz por acá. Ni la oscuridad, si a ésas vamos. Nomás no se conocían. El trabajo de búsqueda y recopilación de Rafael Lara Martínez es bastante valioso.
Luego estuvo lo de la ideología. Geoffroy pertenecía a una familia oligárquica, y se convirtió en militante comunista por las épocas de la insurrección y masacre de 1932. Su clase, desde luego, abjuró de él. De regreso de México, la gente del Partido Comunista comenzó a presionarlo por... uh... supongo que por oligarca, porque pequeñoburgués no era, y él los mandó al carajo. Resultado: fue declarado traidor por la izquierda, ya lo era para la derecha y su obra fue medida por eso, no por su calidad.
Entre otras cosas se le acusa de plagiario de Neruda. Eso de acusar de plagio a la gente al parecer es un buen recurso para joderle la vida sin necesidad de tener razón.
Y, sí, algunas de sus cosas se parecen a las de Neruda, concretamente a las que éste escribiría unos años después; basta con checar fechas y cotejar obras para darse cuenta. No digo que Neruda lo plagiara a él, sino que había un modo de escribir y entender la poesía que flotaba en el ambiente, y ambos lo tomaron. Me parece que en muchos sentidos --coherencia, estructura, propósito-- Geoffroy llegó a hacerlo mejor, modestia y molestias aparte.
La obra de Geoffroy no es muy extensa, así que cabe en uno de los tomotes de la colección Orígenes. Aún faltan, por cierto, dos de los tomos de la poesía completa de Hugo Lindo, que para mi gusto es el poeta salvadoreño que más alto ha llegado en materia de hallazgos estéticos. Mi libro favorito es Sólo la voz. Es una maravilla.

* * *

Recuerdo que, cuando la Asamblea Legislativa nombró a Roque Dalton "hijo meritísimo" --¡qué título tan feo y tan gramaticalmente incorrecto!--, mucha gente de izquierda puso el grito en el cielo, con todo y su supuesto ateísmo. Veían en el hecho un modo de la derecha de tratar de quitarle a la izquierda a una de sus banderas, a uno de sus mártires, etcétera. Por ese entonces yo aún estaba en México, y me pareció excelente: en la medida en que desaparezcan las consideraciones ideológicas alrededor de Dalton, en la medida en que deje de ser dogma de fe en el cual la calidad de la poesía es lo menos importante, mayor oportunidad tendremos de ver cuáles son sus verdaderos aportes, y por allí habrá pistas que seguir, no sólo temáticas y actitudes no muy bien asimiladas.
Cuando la DPI --la editorial "oficial"-- se dio a la tarea de publicar su poesía completa, me pareció que era de lo mejor que se podía hacer. Muchos de los que hablan de Roque Dalton lo hacen a partir de un par de libros nada más (y no siempre los mejores), e ignoran una carrera no muy larga, pero sí bastante tumultuosa y llena de azares, poéticos y de los otros.
Algo de lo más interesante es que la edición se ha armado, en parte, según el "mapa" que el propio Dalton trazó en 1973, poco antes de venir a El Salvador, donde moriría asesinado dos años después, cuatro días antes de cumplir los cuarenta. Muchos poemas y partes que han sido emblemáticos él simplemente los eliminó --en la edición de la DPI se conservan en apartados especiales dedicados a comparar la antología del propio Dalton con las ediciones príncipe--, y allí hay una lección que no se puede obviar.
Me han dicho que están trabajando a marchas forzadas para publicar el tomo tercero lo antes posible. Tener en las manos, de un tirón, lo que llevó veinticinco años escribir es importante, y la discusión literaria que pudiera surgir puede serlo aún más.

10 de junio de 2008

Cámaras, fotos y abrazos

Las cámaras que --aún-- tenemos comenzaron a fallar: una Cybershot que compramos hace ya varios años y una Kodak EasyShare que compré de emergencia en Francia, después de una del Hombre Araña con la que no iba a tomar fotos de Nôtre Dame, me van a perdonar.
A la Cybershot le agarró primero por quedarse trabada a medio camino entre encender y tomar la foto. La mandamos a arreglar, pero sólo funcionó unas semanas. Ahora sólo es posible ver las fotos que hay en el memory stick, pero de tomar cosas, nada; nomás no enciende. Ya veremos si aún está en garantía o qué, porque costó un buen dinero.
La Kodak empezó a hacer tonteras. Por ejemplo, en la foto del escarabajo que tomamos, se llenó de rayitas horizontales; luego se puso bien, luego más rayitas horizontales y ahora nada más toma fotos absolutamente en blanco.

Y pues no es onda de andar tomando fotos con rayitas horizontales, o de plano fotos sin foto, por esos caminos del Señor o de quien sean los caminos.
Así que aprovechamos que cobré una lana extra, de un trabajo que hice, para:
1. Celebrar el cumpleaños de Valeria. (Cumple cuatro años el miércoles, pero lunes y martes es el día de mi descanso.)
2. Irnos a comer rico con el pretexto del cumpleaños de Valeria.
3. Comprarle un regalo de cumpleaños. Lo difícil fue explicarle que está cumpliendo cuatro años, y que por eso la comida y el regalo. No sé si haya entendido muy bien el concepto, pero no estaba descontenta. Lo que pasa es que siempre que salimos nos vamos a comer algo rico (pizza es el colmo de la delicia para Vale, y las sopas de Sanborns), siempre le compramos alguna cosa (de ropa a algún juguete, según) y eso de los cumpleaños no es mucho nuestro rollo, aunque los celebramos de algún modo.
4. Comprar una cámara nueva. Eso de no tener cámara es como estar medio ciego, y la del celular es bastante boba. No está mal para una emergencia, pero no es para andar tomando fotos más o menos importantes.

Así que nos fuimos a Radio Shack, aprovechando que está al lado del Banco Cuscatlán de Metro, para ver si encontrábamos una cámara buena, bonita y sobre todo barata. Nos decidimos por una Samsung L100, compacta, de 8.2 megapixeles y no demasiado cara. Tiene una batería de litio con no sé qué, mucho más cómoda que andar recargando pilas AA o gastando en alcalinas. Tiene una buena duración, según el manual, y con la poca carga que tenía la batería tomé la primera foto, que fue desde luego a Krisma.
Todavía alcanzó para tomar algunas más, como ésta en la que estoy con Vale y, claro, con la caja de la cámara.

Y allí está el regalo de cumpleaños de Valeria: una compu de juguete que sirve para aprender las letras, para armar palabras, para poner música y bailar y no sé cuántas monerías. La otra opción era un triciclo, pero la verdad a esas cosas no les hace mucho caso. Tiene un carrito de plástico que le regalaron, y lo usa para guardar cosas, subir a sus animales de juguete y a veces dar algunas vueltas de algunos metros, antes de irse a colorear o a tratar de hacer letras.

Aquí, Krisma y Natasha en el estudio. Nótense los zapatos puestos en lugares en los que no estorben demasiado, de preferencia que no sean los pies. La compu de Krisma, que debería estar al fondo, ya se quedó obsoleta y no está funcionando bien. Voy a cambiarla a Windows Me, y seguro será un buen procesador de textos y servirá para internet y correo y eso; mientras, está usando la mía, y en su escritorio, muy discreta, está mi Vaio (verde) desde la cual, por cierto, escribo este post.
Y mi compu también se está quedando viejita. Hace unos meses compré en Los Ángeles un disco duro externo, bastante barato, un FreeAgent de 320 gigas, y la máquina no supo muy bien qué hacer con él. Lo conecté a la Vaio y hago backups y lo que sea desde las dos computadoras, pero tengo que puentear con la Vaio (que es verde, insisto) las cosas de la de escritorio. Tampoco supo qué hacer con la nueva cámara. La ve, la reconoce, abre directorios, pero no es capaz de identificar todas las fotos y copiarlas. Así que otra vez a la Vaio (verde, ejem), y ya veré cuándo puedo comprarme una compu un poco más moderna y que aguante la tecnología que va saliendo.

Otras fotos, otros abrazos

Y, en fin, el sábado fue el almuerzo para platicar con Nathaly. No llegó mucha gente, porque la mayor parte trabaja, pero el domingo la susodicha tenía que ir con unos tíos. Para ese momento ya se había ido Ana Escoto, yo estaba no se dónde, Krisma tomaba la foto y por allí andaría alguien más. La cámara era la de Osmín Magaña. Al rato llegaron los compañeros de danza y nos ayudaron a comernos el mole, que quedó delicioso.


Vale agarrño berrinche por algún motivo, y se le quitó con un abrazo de Krisma.

Y Krisma no agarró berrinche, pero ésta es una de ésas fotos que rara vez se ven. No porque nos abracemos poco --al contrario--, sino porque generalmente uno de los dos está detrás de la cámara.
Martes. Segundo día de mi descanso. Me voy a dormir otro rato.