20 de junio de 2010

Ser escritor y punto

Este domingo apareció en el suplemento Séptimo sentido, de LPG, un... uh... reportaje titulado "Ser escritor en El Salvador", de Brian Velasco, quien estuvo en casa para entrevistarnos a Krisma y a mí. Empezamos mal: a Krisma le dijo que trataría acerca de su obra, con comentarios de otros escritores, y me imaginé que, como su esposo, sería parte de esos otros escritores.
Lo que me encontré, como resultado final, fue una nota --puede hallarse en este link-- que trata acerca de escritores que no han podido publicar su obra en editoriales establecidas y han decidido autopublicarse, con resultados más bien malos, como es siempre de esperarse. El tema es para mí, digamos, sensible: siempre he creído que la autopublicación es uno de los actos menos honestos que puede cometer un escritor, pues está violentando un proceso natural: si el libro es bueno, se publicará solo, o con muy poca dificultad, todo es cosa de encontrar al editor adecuado. Está la ya trillada analogía: autopublicarse es como otorgarse a sí mismo un título que uno no se ha ganado. La diferencia es que en otros oficios o profesiones hay gente que puede morirse o ir a la cárcel si uno se da un título a sí mismo, mientras que en literatura todo se remite a un montón de papel sin mucho valor metido debajo de la cama, con pocas posibilidades de que salga de allí a menos que uno lo regale o lo use para cosas como encender chimeneas --hay muy pocas en El Salvador y otros materiales más adecuados para encender fuego-- o ajustar las patas de algunas mesas --no hay gente que vaya a pagar no sé qué cantidad de dólares existiendo los pedacitos de cartón o las páginas dobladas de un diario, y aún queda la posibilidad de recortar las otras tres patas.
El reportaje comienza hablando de diez escritores que están en la librería La Casita tomando café, esperando que alguien llegue a comprar sus libros --autoeditados-- y les pidan una firma. Cita a dos de ellos: uno que tiene el pseudónimo de Caralvá y a David Ernesto Panamá. Por el modo en que está planteado el reportaje, da la impresión que Krisma y yo estamos entre ellos, y quizá sea eso lo que más me molesta. No conozco a ninguna de las personas que cita, hace cosa de dos años y medio que estuve en la última firma de libros, en París (acababan de publicar por allá Breve recuento de todas las cosas), y muy rara vez tomo café (la última vez fue en uno de los Cofee Cup de Metrocentro con el poeta Ricardo Lindo, y fue agradable felicitarlo en persona por su libro Bello amigo, atardece..., publicado por Índole Editores.)
Por mi parte, desde que publiqué mi primer libro, a los 25 años y hace 25 años, nunca he puesto un peso para publicar nada mío. Incluso me han dado regalías, que han servido para comprar ropa, algunos electrodomésticos, me han ayudado a sobrevivir en alguna crisis económica (pasó con el premio EDUCA para Historia del traidor de Nunca Jamás, como está dicho en algún recoveco de este blog) y hasta han pagado alguna buena cena, pero no mucho más.
Es claro que muy pocos escritores profesionales viven de sus regalías, y que no vivir de sus regalías no les quita lo profesionales. Simplemente uno trata de vivir de otras cosas, lo más cercanas que se pueda al oficio. En mi caso he trabajado como traductor, editor de revistas y libros, he escrito tesis ajenas (sí, el lado oscuro), artículos, guiones de historieta y televisión; en la Secretaría de Cultura (antes CONCULTURA) he trabajado en cosas que un escritor debería saber y ejercer, y así sucesivamente. Mientras, se han ido acumulando libros publicados en varios países --incluido El Salvador--, y mi placer es, de tarde en tarde, agarrar alguno y leerlo como si alguien más lo hubiese escrito; mi onda con la literatura es, precisamente, escribir los libros que nadie ha escrito y que me gustaría leer alguna vez, y por eso me paso años trabajando en ellos en el tiempo que me deja... bueno... todo lo demás.
No me quejo de lo que me ha tocado. He tenido la oportunidad de publicar en un par de editoriales grandes, y no lo he hecho porque las condiciones me han parecido terriblemente injustas, y se trata de divertirse, no de convertirse en apéndice de nadie o de nada. He preferido las editoriales pequeñas y me la he pasado bien, tengo ediciones muy bonitas y puedo cumplir con mi papel, que es escribir. Porque uno es escritor para escribir, no para editar, publicar, imprimir y vender sus libros; hay gente que se encarga de eso.
No veo, por otra parte, la importancia que le dan en la nota a ciertos detalles acerca de mí, por ejemplo que soy "alto" (1.76 no es para tanto), de ojos verdes y barba poblada (ya me la recortaré este fin de semana, o mañana); que me cuesta caminar y sentarme a causa de mi enfermedad (sobre la cual no me preguntaron), lo que no es tan así: estoy en una larga convalecencia y buena parte de eso se va a revertir, buena parte no, y así las cosas.
Creo en la buena intención del reportero al escribir su nota. Creo también que debería informarse mejor antes de escribir sobre cosas de las que no sabe mucho y, sobre todo, ser ético a la hora de decirle a la gente acerca de qué tratará el reportaje que esté escribiendo. Si me lo hubiera dicho, no hubiera aceptado, simplemente y sin problemas. Como la conozco, puedo decir que Krisma hubiese hecho lo mismo.
En fin, me molesta servir como relleno en una nota que trata de algo que no he ejercido, ni pienso ejercer. Me tomo en serio el oficio.

7 de junio de 2010

Aquellos cuadros medios

No sé en otros países ni en otras organizaciones, pero en las FPL que me tocaron en suerte, en México, había de todo. En general --lo veo ahora-- predominaba la gente buena que creía en lo que hacía y en la posibilidad de un mundo mejor, que sería posible si cada uno hacía su parte desde su pequeña trinchera.
En los cuadros medios, los que manejaban pequeñas comunidades, me tocó ver a la gente más oscura de la militancia. Mientras más arriba o más abajo estaba la gente con la que hablaba, más posibilidades había de encontrar personas convencidas, honestas e inteligentes, con las humanas salvedades de siempre. Era en la mitad de la estructura partidaria donde algo pasaba, y no siempre era bueno.
Al lado de personas efectivas en su trabajo, había ineptos que cubrían sus carencias con malos modos o echando toda la carga sobre la espalda de los militantes: éstos debían decidir qué se hacía, cómo se hacía, etcétera. Y lo hacían bien, con todo y los maltratos del "compañero responsable", precisamente porque creían en lo que estaban. Luego había los que utilizaban fondos de la organización para vestirse bastante mejor que el promedio de los compañeros, para comer en buenos lugares y pasarse el exilio lo más suavemente posible. El pretexto era que tenían que hacer ciertos contactos, moverse en ciertos círculos --casi nunca era cierto-- y debían estar un poco mejor que los demás, reloj incluido. Y así una gama de lo más variada, y los militantes de base en lo suyo, que no siempre coincidía, para bien, con lo que los cuadros medios decían que querían; mientras se llevaran los créditos de un buen trabajo, no tenían nada que objetar.
Pero había una raza de lo más abyecta: la de los sádicos. Eran pocos, pero eran, y se las arreglaban para que su influencia se extendiera a los ámbitos aledaños a su zona de influencia.
En su trato con los militantes eran generalmente suaves, pero los mantenían siempre en vilo. La amenaza constante era la expulsión de la organización, algo que sonaba terrible para cualquiera: la mayor parte, junto con sus familias, dependía de la organización para tener un techo, para comer, para tener contacto con otras personas; eran ilegales que en la organización encontraban refugio en muchos sentidos. Pero, por encima de eso, la expulsión significaba que estaban fuera del proceso revolucionario por el que muchos habían dejado hermanos o padres muertos, el país, que se desconocía un trabajo honesto, todo lo que significa una decisión personal extrema en un momento extremo.
Y estos cuadros medios lo disfrutaban. Jugaban con los militantes al gato y al ratón, los ponían contra la pared con reglas escritas o que se inventaban según la ocasión; y, si uno trataba de salirse del rincón mediante una discusión sensata, venía lo de la compartimentación: "Por razones de seguridad no le puedo decir lo que se acordó en tal reunión, pero, dado el caso, puede ameritar incluso la expulsión", o "Hay medidas compartimentadas que no puedo discutir con usted, pero el asunto está como yo le digo y tiene que acatar." Y, en general, la gente acataba, y trabajaba igual que siempre, pero con miedo, lo que significaba un ambiente bien denso y un gasto innecesario de energías.
Uno podía protestar, desde luego, y el protocolo indicaba que podía comunicarse con la instancia superior a través de un escrito. Pero ese escrito tenía que pasar a través del cuadro medio del que uno se estaba quejando, o sea que daba junto con pegado. Si se intentaba llegar a través de otro cuadro medio, lo más probable era que el escrito llegara a las manos del implicado y se quedara en el archivo. Y las cosas se ponían peor para el que protestaba.
En otras partes, en otros ámbitos, me ha tocado ver al cuadro medio sádico de voz suave y sonrisa apenas insinuada, que juega con el pequeño poder que le ha tocado recibir. Juegan a lo mismo, y son capaces de crear, para su placer, grandes cantidades de angustia en las personas que se encuentran bajo su responsabilidad. Y lo disfrutan. La idea gráfica es la de alguien que se la pasa muy bien poniéndole el pie en la cara a gente que está en el lodo, por el placer de hacerlo. Habrá un montón de motivos psicológicos de por medio, pero el resultado final es su disfrute.
Lo que siempre me pregunté es si la gente que está por encima de ellos --con la que son necesariamente serviles-- los tiene allí porque son como son o porque creen que son de otro modo. Quizá haya motivos que parecen válidos para sus jefes, o sea los cuadros superiores: ya cambiará cuando tenga mayor experiencia, es que a veces no sabe cómo tratar a la gente, tiene su carácter, la gente bajo su mando hace un buen trabajo, etcétera.
Aquí, desde fuera y desde abajo, lo que he visto es a personas que usan cualquier cuota de poder que tenga para su autogratificación. Si les pagan, mejor; si no, seguro lo harán gratis.
Eso sí: siempre, en serio, tienen altos ideales o misiones que cumplir, cosas que son más grandes que ellos y que sus subordinados. Y ya se sabe las bajezas que se han cometido y se siguen cometiendo en nombre de los ideales más altos.
(Las cosas que recuerda uno, casi treinta años después, un lunes por la mañana...)

4 de junio de 2010

La Casa y yo

La Secretaría de Cultura dio a conocer hoy un comunicado acerca del destino de La Casa del Escritor, y de paso el mío. Lo transcribo a continuación:


SEC redimensiona la Casa del Escritor

La Secretaría de Cultura de la Presidencia (SEC) convertirá la Casa del Escritor, en los Planes de Renderos, en un centro literario enfocado a preservar la memoria de su antiguo dueño: Salarrué.
La propuesta pretende dinamizar el espacio de la casa y convertirla en un verdadero centro cultural. Esto implica descentralizar el trabajo de los talleres literarios. Desde su fundación, en el año 2003, el Taller de la Casa del Escritor funciona únicamente desde Los Planes de Renderos. La SEC pretende que los talleres se multipliquen en todo el país, con distintas sedes, para aprovechar la efervescencia de escritores emergentes y el interés por aprender a moldear el oficio de la literatura.
La SEC está interesada en plantear una museografía que respete y reviva los espacios en los que el escritor convivió con su esposa Zelie Lardé y sus hijas María, Maya y Olga. Desde su inauguración, en el año 2003, el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI) apoyaba a la institución con una exposición de fotografías, escritos y objetos personales de Salarrué.
La Casa había presentado filtraciones de agua, goteras y otros problemas estructurales que las gestiones anteriores no habían solucionado. Actualmente, la Dirección Nacional de Patrimonio Cultural está restaurando y reparando los daños. Este proceso durará un máximo de dos meses y al terminar, la casa estará lista para convertirse en la casa de Salarrué.
El director de la Casa desde 2003, el escritor Rafael Menjívar Ochoa se convertirá en asesor de la Dirección de Publicaciones e Impresos, dependencia de la Secretaría de Cultura en la que se aprovecharán su talento y experiencia y tendrá mayor incidencia en las actividades literarias de la institución. La nueva dirección será anunciada después del proceso de recuperación del inmueble.