29 de enero de 2009

¿Smoke in the water o viceversa?

Hace unos días compramos una cosa de marca Vita que se presentaba como "salchichón mexicano", y eso había que probarlo, porque en 23 años de vivir en México nunca vi algo así, y en sólo tres y medio de vivir en Costa Rica lo vi y comí en muchas partes (casi es el alimento nacional, que me perdonen en arroz con pollo y el gallo pinto). En otras palabras: era un simple salchichón tico, que se puede comprar en cualquier tienda de Costa Rica, nomás que con el apelativo de "mexicano", supongo que como táctica de venta ("Lo hecho en México está bien hecho", decía un slogan de los setenta, y no siempre era cierto), y para hacerlo convincente se le había añadido un montón de chile. Además de la carne de cerdo y de pollo y la fécula de papa, no me asustaron el tropolifosfato de sodio al 0.3%, ni siquiera el eritorbato de sodio como antioxidante. Lo alarmante fue el ingrediente que he resaltado en amarillo, y que con hacer clic a la imagen se podrá leer mejor:

¡Humo líquido! ¿Cómo demonios se consigue humo líquido? Hasta donde sé, es como decir "agua en polvo". ¡Humo líquido! ¿No bastaba con poner a ahumar decentemente al pobre salchichón en lugar de añadirle algo imposible?
Aquí entendí la frase final de los programas de Animaniacs: "Nunca preguntes de qué están hechas las salchichas." Pero la vieja maña de leer todo lo que tenga letras --incluidas las mamás de los trolls cuando están tatuadas-- me ha puesto en un serio problema gastronómico, y sobre todo existencial: ¿en qué mundo el humo puede licuificarse?
(Del salchichón no tomé foto porque nos lo comimos. Una cosa es el humo líquido y otra dejarlo abandonado en el refri. Sabía bien.)

27 de enero de 2009

Fotos de paso

1. Lácteos El Divino Niño, 100% de Oriente.

¿Quesos con olor de santidad? Naaa... (¡Esta foto es para que me la envidie Plaqueta!)

2. Club de Leones.

Esos dos están allí desde que tengo memoria, pero nunca los habían pintado de color tan feo. En algún momento (1970) las Damas Leonas les pusieron una placa, pero ya existían los mismos dos leones machos, uno junto al otro, igualitos, pero uno más bajo y el otro no es leona, en serio.

3. ¡Noches de Gloria!

No, no es un lupanar. Ni siquiera una cervecería. Es un predicador con aires de Ricky Martin a través del cual, claro, Jesús te sanará. (Quién sabe si sea el mismo Jesús de los quesos.)

4. Detalle.

Mi pantalón de mezclilla visto muuuy de cerca.

5. Instituto El Salvador.

Allí estudió mi padre, junto a la iglesia de San Francisco (donde hice la primera comunión, entre otras cosas.)

6. Capilla.

La capilla del Colegio Externado de San José vista desde PriceSmart. Allí estudié yo, y desde ese ángulo no ha cambiado; desde el otro sí, porque el edificio principal del colegio se cayó en el terremoto de 1986. El guardia en la torre de vigilancia es de PriceSmart, y no está allí para que uno no se acerque al colegio. Ah: la arquitectura de la capilla provocó serios escándalos entre la gente bien, por su diseño hereje (vamos, eran los sesentas en un país muy chiquito), y porque fue la primera iglesia que hizo una misa "amenizada" por una banda de rock. Los jesuitas tenían lo suyo...

6. Juan Pablo II y Monseñor Romero.

Ahora hacen esquina, pero, hasta el asesinato de Romero, el papa se encargó de hacerle la vida de cuadritos, y mandó a todo el que pudo para que no siguiera con su prédica. Según un par de teólogos, la iglesia católica prácticamente lo dejó solo y lo convirtió en objeto de cacería: es del que lo pesque. Y pues lo pescaron.

7. Turista en tu propia tierra.

Buena campaña, medios un tanto... uh... paradójicos.

8. Foto movida.

Unos edificios en la zona de la Alcaldía. Viví cerca de allí hasta los ocho años, y pasaba todos los días desde el kinder y, luego, desde un espantoso colegio llamado Corazón de María (la mamá del niño de los quesos, pues).

25 de enero de 2009

"Violeta sigue", un lema genial

Ya el FMLN y seguidores nos han explicado durante esta semana que perder la imperdible alcaldía de San Salvador no sólo no es importante, sino que hasta fue beneficioso para el partido y --por lo tanto-- para todos los salvadoreños. Y pues cómo no creerles, si se dedicaron a eso con tanta consistencia.
No sé a quién se le habrá ocurrido el lema de la campaña, "Violeta sigue", pero era magnífico para lograr el objetivo, es decir perder las elecciones capitalinas. Uno lo leía y lo primero que se preguntaba era: "¿Seguir qué?" Y allí venía la parte genial: uno iba a la página de la candidata, escuchaba sus discursos, oía a sus seguidores más cercanos, y se daba cuenta de lo que había hecho en casi tres años. Y uno quedaba sorprendido: el problema de la basura estaba resuelto, había avanzado terriblemente en el reordenamiento de los vendedores ambulantes, mayor seguridad ciudadana, más zonas peatonales y... bueno... hasta los camiones chinos servían para algo, pues, sin contar con las fotografías junto a Mauricio Funes, que demostraban que todo era cierto: Funes no se va a fotografiar con cualquiera.
Lo sorprendente no era eso, sino que uno se la creía, se metía en el centro --digamos en el parque Hula Hula-- y todo está absolutamente sucio, desordenado, lleno de vendedores, los peatones --como es tradición-- a punto de ser machucados por los autobuses... ¡Genial! El lema "Violeta sigue" tenía entonces sentido dentro de la estrategia --oculta, claro-- de perder la capital.
Claro que uno eso no lo sabía, y se atrevía a preguntar: ¿eso es lo que va a seguir? Y la gente de la campaña contestaba: ¡Pero si ha mejorado un montón! ¡Mira la Plaza Morazán qué bonita está! (Para quien no conozca la Plaza Morazán, está frente al Teatro Nacional y es de este tamañito; y, sí, casi siempre está sin vendedores ambulantes... que se han trasladado a la acera del Teatro Nacional, y hay que estarlos sacando de allí a cada rato.) Y también ¡qué visión de alquilar camiones para recoger la basura porque buena parte de los que tiene la comuna no sirven para nada apenas dos años después de comprados! (Hasta acabo de comprarme un carro chino, para que no digan que es un asunto de racismo, antocomunismo o intolerancia. De nada.)
Hubo gente que no se dio cuenta de la estrategia del FMLN y trató de ganar las elecciones. Después de dos años de dedicarse a la ineficacia de manera consistente, trataron de hacer cosas visibles en seis meses, desesperadamente, y lo que no les resultaba, se lo inventaban. Alguien debió explicarles que el asunto era otro, para que no desperdiciaran esfuerzos, pero seguro temieron que hubiese filtraciones y ARENA se enterara de que perder era una jugada en contra de la derecha.
Así, después de una serie de errores severos por parte del candidato arenero, Norman Quijano (el berrinche de la bandera, lo del nylon, ofender a los electores capitalinos, etcétera), bastó con que éste pintara el portal de La Dalia, hiciera algunas propuestas, denunciara que se habían gastado 100,000 dólares en arreglar un parque que nunca se arregló (el de la colonia Centroamérica) y trajera un metrobús de Guatemala para que ganara la alcaldía. ¡Y ni siquiera sospechó que era un modo del FMLN de arruinarle la vida! ¡Él también cayó en la trampa!
Y todo por una frase magistral: "Violeta sigue."

* * *

Algo que me molestó fue la celebración que hizo ARENA de la victoria en San Salvador (aquí podemos guiñar ojos de manera cómplice: ya sabemos que fue una derrota). Fue que los areneros no pudieron evitar ponerse areneros, y dio la impresión de que la mayoría de electores había votado por Quijano no porque tuviera propuestas --que brillaron por su ausencia en la campaña de Violeta Menjívar, quien por cierto no es mi pariente--, ni porque la alcaldesa fuera un dechado de ineficiencia, sino porque eran antocomunistas y seguían el ideario del mayor Roberto d'Aubuisson. El mensaje era "Les ganamos a los comunistas", cuando en realidad los electores votaron por otras cosas.
Ya que se ubiquen, ¿no? Lo de "Patria sí, comunismo no" y lo de "El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán" es ofensivo a estas alturas de la historia. Ahora que, si lo quieren usar para perder en la que sigue, con la misma genialidad con que el FMLN perdió en ésta, que le sigan por ese lado.
Y gracias a ARENA nos enteramos que el FMLN perdió también Ciudad Delgado y San Martín, en boca del candidato Ávila. A ver cómo le hacen para sacar a "los rojos" de allí, porque los votos los favorecieron a ellos, no a ARENA. A lo mejor ya estaba hablado con el FMLN, pero a éste le falló la estrategia porque los alcaldes han hecho un buen trabajo.

* * *

Y hay algo que he querido decir desde hace meses pero no lo he dicho para que no digan que por mi culpa perdió Violeta: ¡por favor, que alguien presente un recurso ante la Corte Suprema para que su peinado se declare anticonstitucional! O un decreto de la Asamblea, o que lo use sólo en su casa, o algo...

19 de enero de 2009

Paquete de por allá

Desde 1997 o 1998 no compraba en Amazon.com, y muy pocas cosas --boletos de avión y algún software-- pagaba por internet.
Mi experiencia era mala. No por los de Amazon, que siempre han sido muy correctos, sino por el correo mexicano. Hubo paquetes que llegaron abiertos, se robaron un par (no sé si eso siga pasando, pero era muy frecuente en aquellos ayeres) y con Barnes & Noble tuve mala suerte: encargué el segundo tomo de los prólogos de Bernard Shaw, me lo cobraron, juraron que lo habían enviado y... el libro no existía. Estaba agotado. No lo tenían ni lo habían enviado. Mandé un par de cartas y, cuando por fin me contestaron, de mala gana y en feos términos me reintegraron el dinero... menos los gastos de un envío que no habían hecho.
Hace poco menos de tres semanas me atreví y pedí algunas cosas; el correo salvadoreño es bastante bueno --o mejor que todos los otros de los que tengo noticia-- y varios amigos compran en Amazon sin problemas.
Y lo que pedi no fueron novedades, ni mucho menos. En onda borgiana, llega un momento en que uno se dedica a releer, y en este caso a reoír y rever. No sé si haya llegado a ese punto, pero aquí está el reporte de lo que me llegó hoy, y que ya estoy disfrutando.

* * *

No creo exagerar si digo que Pop. 1280 (traducida como 1280 almas) es la mejor novela negra que se haya concebido, escrito, publicado y leído, y muy, muy cerca de ella pondría El largo adiós, de Raymond Chandler; los cuentos del "Detective de la Continental" y Cosecha roja, de Dashiell Hammett, y desde luego They shoot horses, don't they?, de Horace McCoy, que comentaba por aquí hace unos días. (Hay más: Un ciego con una pistola o Todos muertos o Por amor a Immabelle, de Chester Himes; El cartero llama dos veces, de James Cain, etcétera, pero no llegan a esos niveles ni son tan... uh... paradigmáticas, digamos).
Lo interesante de Pop. 1280 es que rompe con el rollo de que la novela negra es sinónimo de novela detectivesca, como querían Hammett --el creador del género-- y Chandler --su profeta. Ni siquiera debe existir un policía, un patrullero, un curioso que quiere averiguar quién mató al canarito de Mrs. Heavybottom. Y el protagonista, desde Thompson, no tiene por qué ser el bueno de la película, incluso en los difusos márgenes de bien y mal que maneja el género.
El protagonista de esya novela es el sheriff de un pinche pueblo del sur de Estados Unidos, con una población de 1280 personas, como lo señala el cartel que está a la entrada de la calle principal, que seguro es la única. Se acercan las elecciones y él quiere quedar nuevamente, pero sabe que es imposible: no sólo hay un mejor candidato, honesto y con mayor credibilidad, sino que el protagonista --que es quien cuenta la historia en estricta primera persona del singular-- es lo más parecido que hay a un mal tipo. Corrupto, racista, de un machismo asqueroso, vengativo, cínico, sabe que en unos días se le acabarán sus dos mil dólares anuales --"más lo que pueda pescar por allí"--, vivienda gratis en la segunda planta de la corte de justicia y, lo más importante, un baño privado, uno de los muy pocos que existen en el pueblo, con regadera, retrete y todo. Y debe tantas que están a punto de estallarle en la cara, con lo que no sólo perderá los privilegios, sino que puede terminar en la cárcel o, en el mejor de los casos, lejos de allí, sin un centavo y sin saber hacer nada más que cosas feas para ganarse la vida.
Así que se pone a ver cómo ganar unas elecciones imposibles, y para eso usa las calumnias más viles --sabiamente propaladas--, golpea, amenaza, se alía más con el Diablo que con Dios y... bueno... hay que cambiar en el cartel la cantidad de personas que viven en el pueblo, y no precisamente a la alta. Todo ello escrito en un lenguaje ante el cual sólo hay de dos: tirar el libro a la basura o comérselo completo. En mi caso lo he leído media docena de veces, y lo he tenido dos --ésta es la tercera--; la primera se la regalé a mi padre, ya bastante deteriorada, y la segunda aún no me la han devuelto ("Este viernes sin falta, en serio").
En novela negra tengo dos maestros: Rafael Bernal (El complot mongol) y Jim Thompson, por varias de sus novelas. Sus personajes son maravillosos: obsesivos, sin escrúpulos y a la vez inocentes, golpeados hasta el borde de la insensibilidad y sin embargo inteligentes, y sin embargo, en el fondo, buenas personas. Su libro más famoso, Texas by the Tail, es otro de los grandes del género (y no digo "de los grandes clásicos" porque es un libro vivo, y "clasico" a veces suena a polilla instantánea, que me perdone Spielberg). Su autobiografía, Rough Neck, es uno de los libros más desconcertantes que he leído, y quizá más apasionante que la mayoría de sus novelas. En apenas unos minutos ya me leí un par de capítulos de Pop. 1280. Si la encuentran, no la dejen pasar.

* * *

Y todos tenemos, desde luego, nuestro lado fresa. Una parte del mío son ciertas películas que veo una y otra y otra vez, hasta que Krisma me dice que ya, que es la tercera vez en la semana y que no acapare la tele. Es el caso de Legalmente rubia. Si está, la pongo y la veo, no importa si está enpezando o va a la mitad. (Todavía no me sale vien el "Bend and Snap", pero qué diablos.) Otra, que me regalaron unos amigos, es The Princess Bride. Otra, Miss Simpatía, la primera. Otra que no veo desde hace un par de años (treinta o más veces han sido suficientes hasta ahora) es El quinto elemento. Ya me pasó la etapa de Aladdin, El rey león, Shrek (1 y 2), Lilo y Stitch y Toy Story, quizá porque allí tenemos las películas y necesito tomarme un aire después de verlas tantas veces.
Pero en un lugar especial está The Breakfast Club, el paradigma del teenage movie gringo de los ochenta. La he llegado a ver tres veces en dos días. (Claro que fue cuando la conocí...), y cada vez la pasan menos por el cable, así que la pedí también.
La historia es simple: cinco chavos totalmente diferentes (un nerd, un "criminal", una chica fresa, un deportista y una... uh... no sabría cómo calificarla) tienen que llegar un sábado a la escuela durate toda la mañana, castigados, y son vigilados --o descuidados-- por un maestro mediocre que a su vez se siente castigado, pero el único poder que tiene sobre los chavos es ser su carcelero.
De manera previsible, los cinco chavos chocan inicialmente y luego van haciendo una amistad bastante particular. Chida película, sin muchas complicaciones, pero de tanta profundidad como uno esté dispuesto a encontrarle. La tradujeron al español como El club de los cinco. No recomiendo ésa ni otras porque ya sé que el political correctness dice que un escritor casi cincuentón, con un chorro de libros publicados por todas partes, debe ser serio y circunspecto e ir más bien por el lado de Rojo, Azul y Blanco, que en general me pudren. Pero igual pueden dejar un rato el cine vietnamita o malgache y ponerse a ver ésta. (No se pierdan la escena del baile en la biblioteca.)

* * *

The Rocky Horror Picture Show es otra frecuencia. Filmada en 1975, durante muchos años se mantuvo en los círculos underground no sólo de Estados Unidos, sino de todas partes. Vaya: hay cadenas de cines gringos en las que todavía está prohibido pasarla, y ordenanzas municipales y todo el asunto.
Lo que más me gusta de la película es la música; rocanrolito puro. De hecho me gusta más cómo les quedó la música en la versión original para teatro, pero no me quejo. (Tengo aquí la colección completa de la música de las versiones, como ocho, y las oigo con cierta regularidad. Genial en cualquiera de sus formas.)
La historia es... bueno... muy setentera, si me preguntan. Un travesti del planeta Transilvania (¿?) crea a una criatura que es un fisicoculturista medio estúpido al que bautiza como Rocky. El travesti es, desde luego, el doctor Frank N. Furter, o sea un juego de palabras que tiene que ver con salchichas. A una pareja de recién comprometidos (el papel femenino está a cargo de Susan Sarandon, en su primera aparición protagónica) se le arruina el carro, después de asistir a una boda, y en medio de una tormenta se encuentra con un castillo siniestro donde se hace una reunión de gente de Transilvania para celebrar el nacimiento de Rocky, a quien el doctor Frank N. Furter no quiere precisamente para discutir a Schopenhauer.
En fin, travestismo, bisexualidad, homosexualidad, machismo, lo que sea, son tratados de una manera bastante irreverente --y a veces dolorosamente acertada--, y la música simplemente no tiene madre.
La tenía en videocassette, la perdí y la pirateé también en videocassette, hace unos meses la bajé en formato AVI y, lo lamento, la piratería no fue suficiente, así que la mandé traer.
Comentábamos hace unos meses con Salvador Canjura, Osmín Magaña y Aldebarán que quizá con esta película se abre oficialmente, en el cine, el asunto del entonces llamado "tercer sexo", y se le da el carácter de tema válido para una película, en una época en que las simples insinuaciones resultaban escandalosas. Y sólo con esa desfachatez y ese sentido del humor violentísimo --¡y esa música!-- podía tener el impacto que tuvo y aún tiene. Quizá es un equivalente, mucho más fuerte, a Jesucristo superestrella, prohibida por el papa Pablo VI y denigrada por cuanta asociación católica de damas, caballeros y jóvenes reprimidos se le puso al paso. La diferencia es que JC envejeció, aunque sea un parámetro y uno de los mejores musicales que se han hecho; creo que The Rocky Horror Picture Show sigue vigente.
Ah: creo que Tim Curry, el travesti de Transilvania, debió dedicarse más a cantar que a actuar. No es que actúe mal (una vez hizo un Richelieu espléndido), sino que cantaba terriblemente bien. Años después dio un par de conciertos y ya la voz se le había ido. Lástima.

* * *

Apenas unos meses después de la muerte de Charlie Parker, y muy poco antes de su malogrado cumpleaños número 35, el 5 de agosto de 1955, Miles Davis y el vibrafonista Milt Jackson se reunieron con la banda de este último y armaron un disco sin título, que en general pasa desapercibido en la discografía de ambos. Incluso el color de la carátula cambia según la edición; la he visto en verde y amarillo, y a mí me tocó que me llegara la azul. (Era la más barata, qué quieren, y trae exactamente lo mismo que las otras.)
Lo interesante de este disco es que, de un modo tácito, es un homenaje a Charlie Parker y a la vez una ruptura con el maestro., que por cierto no era mucho mayor que ellos.
Los cuatro temas que conforman el disco (y que apenas rebasarán los treinta minutos) comienzan con riffs que ya pronostican el hard bop, en especial Minor March, el tercer tema, pero el desarrollo de las piezas es mucho más libre que en el bop, sin las rígidas y sin embargo deliciosas estructuras fijadas por Parker y Gillespie. (Para ese entonces Dizzy andaba buscando por el lado del jazz latino junto con Chano Pozo.) Es un jazz que en términos del bop tradicional sonará... uh... light, pero en términos de jazz puro es... bueno... jazz puro. Hay por allí algunos vislumbres del cool, que sería lo siguiente que desarrollaría Miles (ya andaba en ésas, pero aún se oía bien tosco). Los solos de él y de Jackson son esplendorosos, y además suenan cuando se les pega la gana, cuando hace falta o cuando se les ocurre. En una de las piezas, por ejemplo, Miles se echa dos solos, y todos felices, y en otra Milt Jackson se pasa de los compases que teóricamente le corresponden, e igual, todos felices.
Y brillante la participación de Jackie McLean en "Dr. Jackle" y "Minor March" en el sax tenor, sobre todo en la segunda pieza, que es de su autoría.
Y, bueno, uno es un organismo simple, pero la simpleza puede tener muchas facetas. Aquí están algunas de las mías.
Luego sigo con unas películas que compré hace poco. También están de no perdérselas. Ahora me voy a cenar unas deliciosas mollejas con arroz que cocinó Krisma.

18 de enero de 2009

Besar causa embarazos, güey

...o eso es lo que dice el alcalde de Guanajuato --quitando lo de "güey"--, según una nota publicada hace un par de días en La jornada de México. La nota puede encontrarse en este link, o aquí abajito si no quiere ir tan lejos:

Guanajuato, Gto., 15 de enero. El ayuntamiento de Guanajuato aprobó un bando de policía y buen gobierno que castiga con 36 horas de cárcel o multas hasta de 30 salarios mínimos (más de mil 500 pesos) a quienes pidan limosna, digan palabras altisonantes, vendan en la calle, hagan manifestaciones o se besen.
El acuerdo fue autorizado por los 10 ediles del Partido Acción Acción Nacional y uno del Partido del Trabajo.
También se castigará a los promotores turísticos que se acerquen a los automovilistas, a quienes no usen los puentes peatonales y a los limpiaparabrisas.
El alcalde de Guanajuato, el panista Eduardo Romero Hicks, aseveró que el reglamento no es excesivo ni persecutorio. La finalidad, dijo, es “inculcar valores y civilidad” entre la población, que sepan que “puede haber una sanción. Eso va modificando la conducta. Según el panista, es necesario castigar esas conductas porque “si no lo prohíbes, si no lo contemplas, la gente lo va a hacer”.
También calificó de “lamentable” que la mayoría de la gente use expresiones como “güey” o que los jóvenes se den “unos agarrones de olimpiada” (besos) en la vía pública.
Marco Antonio Figueroa, regidor panista, afirmó que una de las razones para prohibir los besos en la calle es prevenir que las adolescentes de secundaria queden embarazadas.

La dirigencia nacional del PAN se lava las manos
En un comunicado, el Partido Acción Nacional (PAN) informó que se deslinda “terminantemente” de la decisión del ayuntamiento de Guanajuato.
El Comité Ejecutivo Nacional del blanquiazul, señala el texto, reitera su convicción de que “el ejercicio pleno y responsable de las libertades individuales no es sólo un derecho garantizado en el marco jurídico vigente en nuestro país, sino una condición fundamental para la convivencia democrática”.
Mientras, los cuatro regidores priístas del ayuntamiento calificaron el reglamento de “ejercicio epistolar sacado de la Biblia. Regresamos a la Santa Inquicición”.
Además, las autoridades tendrá un amplio margen de discrecionalidad para aplicar multas o privación de la libertad, lo que propiciará represión, abusos y zozobra, advirtió Hernández.
El artículo 86 del bando de policía y buen gobierno prohíbe y sanciona “todas aquellas conductas que bajo la apariencia de mendicidad o bajo formas organizadas impliquen coacción o acoso”.
Los artículos 34 y 36 proscriben “cruzar una vialidad sin utilizar los accesos o puentes peatonales” y “proferir palabras, adoptar actitudes de carácter obsceno en lugares públicos y que ofendan o causen molestia a terceros; realizar tocamientos obscenos en espacios públicos”.
Los artículos 41 y 85 prohíben ofrecer bienes o servicios no solicitados a personas que estén dentro de vehículos.
Esta disposición afectará a por lo menos 900 promotores turísticos de la capital del estado, 200 de los cuales pagaron 500 pesos cada uno al gobierno local por cursos de capacitación.
“Nos entregaron constancias de estudios, gafetes y playeras, y ahora nos quieren dejar sin trabajo. Esto es una burla”, recriminó el promotor turístico Roberto García Méndez.

A todos los alcaldes panistas de Guanajuato se les ocurre cada cosa... Hace unos años se prohibió que las mujeres usaran faldas cortas en las oficinas públicas (supongo que porque eran preludio para los besos que embarazan a las muchachas, o porque uno exclama "¡Ay, güey!" frente a unas buenas piernas), antes prohibieron --entre otros-- un concierto del grupo Black Sabbath en pleno Festival Internacional Cervantino, cuando los señores ya están más cerca de los valses vieneses que del heavy metal, y así.
El comentario de La jornada: "¿Y entonces el Callejón del Beso se convertirá en el Callejón del Preso?"
Las cosas que puede hacer la gente tonta en el gobierno, me cae. Hasta su propio partido lo desautorizó...
Ah: hoy son las elecciones municipales en todo El Salvador. Ojalá no nos toquen muchos de ésos. Que tengan buen día.
(Por suerte no voto en San Salvador, sino en Panchimalco, así que no tendré que ver si gana Norman Quijano o Violeta Menjívar. Pase lo que pase, no es culpa mía.)

17 de enero de 2009

La piel y los brazos extendidos

Thierry Davo me manda una nota acerca de Instrucciones para vivir sin piel, una de las primeras cosas mías que tradujo y la segunda que publicó en 2004 la editorial Cénomane, del nunca lo suficientemente querido Alain Mala. La nota va como sigue:

Rafael, he estado pensando sobre el hombre sin piel caminando desnudo por las aceras de Phoenix con los brazos extendidos. La imagen es impactante y me he preguntado ¿por qué? Mi respuesta cabe en una de estas imágenes, o tal vez en la reunión de las cuatro. Un abrazo.

16 de enero de 2009

Plagios, paráfrasis y guiños

Hace años se me ocurrió hacer unas especies de collages literarios con materiales sacados de revistas de modas, libros "de autoayuda" de los años veinte, citas de autores desconocidos, frases de programas de tele y cosas así. Esos materiales estaban en medio de textos míos, y eran refuerzo o complemento o lo que sea de lo que escribía. Se trataba de juegos, de ejercicios que estaban destinados a divertirme a mí y quizá a mi papá y a algún amigo; tenía entre 16 y 20 años y era mi modo de experimentar y distraerme mientras trataba de aprender a escribir en serio.
Obviamente no eran cosas que estuvieran destinadas a publicarse; la tercera parte o la mitad de lo que estaba allí no era mío, sino de periodistas frívolas (y frívolos), hacedores de milagros, creo que hasta Carreño y Amy Vanderbilt salían a relucir con su onda de buenas costumbres y de etiqueta. Y los textos míos no se bastaban a sí mismos.
Con todo, alguna vez me ofrecieron publicar uno de esos juguetes y estuve tentado a decir que sí. Pero venía el problema: ¿daría o no daría el crédito a los autores o publicaciones que usaba? ¿Tenía derecho --como dicen ahora los... uh... conceptuales-- a "apropiarme" de textos ajenos y a hacerlos pasar por míos? Digamos tomar un trozo de una nota de una revista de modas de los años treinta, que no venía firmada, y no poner el crédito, y quedar como ingenioso por haber inventado algo tan de época de manera tan acertada, etcétera. Era claro que no podía hacer algo así; a eso se le llama plagio, aunque no haya quien reclame. Quizá los autores de los fragmentos "apropiados" no se enteraran, pero yo lo sabría, y me hubiera sentido bien incómodo ante cualquier comentario. O peor: quizá me entrara la paranoia de que me fueran a descubrir, y qué vergüenza. Mal modo hubiera sido de empezar mi carrera.
Lo otro era poner notitas al pie, pero qué pereza. O poner al final del volumen referencias generales en la onda de "algunos fragmentos fueron extraídos de tales revistas, de tales libros y se usaron de manera descarada para darle algo de interés al libro que acaban de leer, si es que lograron acabarlo". Roque Dalton lo resolvió muy bien en Historias prohibidas del Pulgarcito, pero el carácter del libro lo permitía.
Hubo toda una escuela en un país centroamericano --creo que ya lo he comentado por acá-- que se "apropiaba" de un texto ajeno, le hacía pequeños cambios y los... uh... escritores lo firmaban como propio, sin referencia al autor original. Al final, un lector inocente no sabía qué carajos estaba leyendo, cuál era la versión original y allí había un montón de zánganos robándose lo que no era de ellos. El asunto parece no ser privativo de ese país y de esa época; las bases de algunos concursos ponen como una de las bases que la obra debe ser totalmente original y sin trozos de obras ajenas (a reserva de que se cite la fuente, supongo). Por allí he visto libros publicados como totalmente originales que contienen pedazos de textos ajenos, de revistas y libros, sin aclaraciones ni nada. Me imagino que al final el ego gana y la gloria vana y el oropel vacuo hace que los autores y autoras (no lo digo así por corrección política) se queden callados y acepten honores que no les corresponden.
Hay también las paráfrasis. García Márquez levantó su carrera con una paráfrasis de la obra máxima de un premio Nobel, ¡Absalón, Absalon!, de William Faulkner, que en sus manos se convirtió en Cien años de soledad. Por desgracia, muchos años después repetiría la experiencia en Memoria de mis putas tristes, un pálido remake de La casa de las bellas durmientes, del también Nobel (como él y Faulkner) Yasunari Kawabata.
En varios premios de poesía ha pasado que se ha descalificado, e incluso denunciado, a poetas jóvenes que hacen cosas como copiar poemas completos o que ponen algún verso de algún autor conocido en alguna parte. Lo primero es deleznable; lo segundo me parece poco sano, sobre todo si no hay "algo" que diga que el verso, vamos, es de otra persona. El problema es cómo hacerlo: ¿nota al pie, unas cursivas, advertencia al principio o al final? Hasta ahora se ha considerado como plagio, excepto cuando lo hace Eliot en La tierra baldía porque, claro, hay una amplia sección de citas ajenas al final del poema, y el poema es genial.
En lo personal, casi siempre pongo una frase ajena, sólo una, en algún lugar de mis novelas, y es un modo de decir de dónde salió la idea del libro o de esa parte del libro. En Los héroes tienen sueño hay una frase de dos palabras que es de Hemingway, pero que decenas de escritores han puesto en sus libros sin quitárselas a nadie. Nomás que yo la saqué de Hemingway. En la primera parte del Breve recuento de todas las cosas hay un pequeño verso del Canto de guerra de las cosas, de Joaquín Pasos, por algo bien sencillo: allí se me ocurrió escribir una especie de sermón, con un cura --o su equivalente en un libro bien perverso-- parado en un púlpito y hablando de Dios y del Hombre (nunca se dice la Mujer, qué fea cosa) y qué sé yo. No se parece en nada al Canto de guerra, pero de allí salió la idea, y quien conozca lo de Pasos se enterará. (Hasta ahora, Mario Zetino es el único que lo ha notado.) En el primer capítulo Instrucciones para vivir sin piel viene una referencia a un cuento de Claudia Hernández, y es por algo que pasa en uno de los capítulos finales. Si quito las referencias no pasa nada; los libros siguen siendo los mismos. Si las dejo, alguien algún día las encontrará a igual hablará de plagio o de intertextualidad, según su buena o mala leche. Prefiero lo segundo, la verdad; sólo es una frase que da una pista a quien quiera encontrarla. Un guiño muy rápido para ciertos lectores.
Hay un par de novelas inéditas en las que no lo he hecho. Voy a revisarlas y a ver qué pongo.
Pero, en serio, usar fragmentos de otras personas y hacerlos pasar como parte del propio ingenio es una fea costumbre. Sobre todo si alguien se da cuenta y se le ocurre hacerlo público.
No sé a qué viene este post. Me imagino que al desvelo.

15 de enero de 2009

Un día sin

Un día sin auto está bien. Un día sin mexicanos, vaya y pase. Un día a la vez, de acuerdo.

Pero ¿un día sin ketchup? ¿Y en nombre de unas pinches ensaladas? ¿Y así de grande el rótulo, en plena tercera planta de Metrocentro, en la zona de restaurantes, a la vista de los niños?
Hasta preferiría otros seis meses de campaña electoral que ver... uh... eso colgado allí.

14 de enero de 2009

París lineal

Me llegó una invitación para la inauguración, mañana, a las 7:30 de la noche, en la Alianza Francesa, de una exposición fotográfica de Alejandro Funes, el hijo asesinado del candidato presidencial del FMLN, Mauricio Funes.
Mi hijo Eduardo, cuando vivía en El Salvador, tenía un taller de jazz en la UCA, no recuerdo si los miércoles o jueves. A varias de las sesiones llegó Alejandro Funes, quien también tocaba la guitarra. Cuando le conté a Eduardo de la muerte de Alejandro Funes, lo lamentó bastante y se pasó todo un día como bastante meditabundo, y conversamos cosas personales interesantes que no vienen al caso aquí. El taller era en el auditorio principal de la UCA, que Paulino Espinosa les prestaban para eso. Al principio, Alejandro Funes llegaba y sólo se sentaba a ver y escuchar desde las butacas del público. Después Eduardo lo convenció de que se subiera también a tocar al escenario (seguro llevaba su guitarra), y terminó integrándose.
Cuando murió Alejandro Funes yo estaba en Lyon, y su padre llegó a Francia para el funeral el día en que yo presentaba Breve recuento de todas las cosas en una librería de París. No conozco a Funes en persona, pero hubo un intercambio de recados a través de un amigo común. Le mandé mi pésame, y él, según nuestro amigo, recordó que su hijo tocó con el mío. Era un dato que yo sabía, pero había olvidado, y fue triste recordarlo en esas circunstancias.
En fin, nomás quería poner una notita. Si las fotos son como la que aparece en la invitación, será una exposición digna de verse. Me gustará darme una vuelta a la inauguración. (Casi nunca voy a las inauguraciones, pero una vez cada dos o tres años no hace daño. Creo que habrá amigos a quienes saludar.)


* * *


Y hoy se presenta a las 6 de la tarde, en el MUPI, el libro 1932. Rebelión en la oscuridad, de Jeffrey Gould y Aldo Lauria Santiago. Lauria Santiago publicó en la DPI, hace algunos años, el libro El Salvador: Una república agraria, dentro de la Biblioteca de Historia Salvadoreña, un excelente esfuerzo que al parecer se encuentra un poco estancado. Ya se desestancará.
La publicación es del propio Museo de la Palabra y la Imagen, de esos esfuerzos que hace Santiago (a.k.a. Carlos Henríquez Consalvi) y que siempre le salen bien. Y, sí, voy a recordar que el MUPI es el que nos pone la pequeña exposición de cosas de y sobre Salarrué ("El legado de Salarrué") que tenemos en La Casa del Escritor. Gracias.
No sé si pueda ir a la presentación, por cosas de trabajo, pero seguro que me consigo el libro.

11 de enero de 2009

Trece en Séptimo sentido

La revista Séptimo sentido, de La prensa gráfica, publica en su número de este domingo unos fragmentos de mi novela Trece. Pueden encontrarse en este link.
Gracias al equipo de la revista.

10 de enero de 2009

Una de esas madrugadas

Krisma tenía razón: en algún momento el personaje, cerca del el final, hacía algo que tenía que hacer, pero en el texto no estaba justificado. (Voy por un pedazo de queso. Con permiso. Ya.) Un error de novato, pues: uno se hace el mapa completo en la cabeza, y escribe como si todo fuera obvio, como si el lector pudiera ver lo que uno ve. Y pues no. Toda la información --o al menos las pistas-- que el lector necesita para entender un texto deben ir dentro del propio texto, y háganle como quieran. Eso incluye referencias externas que uno pudiera hacer. Por ejemplo, es frecuente leer relatos o poemas en los que el autor o el personaje --y más el autor que el personaje-- hablan de que están oyendo en ese momento una canción, digamos una que está sonando bastante en la radio. Dentro de unos años, o meses, nadie sabrá de qué canción se trata, y en vez de un elemento que dé contexto al texto se tratará de un dato que hace ruido y afloja el relato o el poema o lo que sea. Eso por no hablar de que no sólo mencione la canción, sino que ponga fragmentos, a la espera de que el lector sepa de qué se trata, y que esos fragmentos sean importantes para moverse en el texto. Se mata al animal antes de que nazca, y así para qué se toma uno el trabajo.
Pues algo parecido me pasó: el personaje central del tercer relato del libro que estoy escribiendo hace una llamada de consecuencias serias y por motivos serios, y los motivos no quedan claros, y por lo tanto, en términos prácticos, las consecuencias --si las hay-- serán banales, o inexplicables, o arbitrarias.
(Voy por otro pedazo de queso. Es un provolone que compramos en PriceSmart a precio de Petacones, o menos, y está delicioso. Lo hemos ido comiendo por pedacitos para que dure, pero no le auguro un par de días más.)

Por suerte salvé mi dignidad diciendo que, vaya, apenas era el primer borrador, pero me pasé días pensando en cómo salir del problema,
a) sin afectar significativamente lo que ya estaba escrito,
b) sin que el personaje quede como idiota o como irresponsable --bueno, sí, un poco irresponsable; de eso se trata--,
c) que cumpla con su deber --es policía--,
d) que se vaya con la muchacha pero sin que la muchacha se le escape, y
e) que pegue bien con el cuarto relato, que ya va adelantado.
(Comienzan los problemas: tengo que empezar a escribir el quinto relato antes de terminar el cuarto, para saber de qué va éste. Nada serio.)
Ahora tengo el pretexto de que apenas tengo un segundo borrador, con sus correcciones en la impresión y un largo añadido en el cuaderno. No me gusta cómo resolví el asunto, aunque me servirá como guía; pienso reforzarlo a la hora de pasar las correcciones a máquina. Creo que hay un par de situaciones que se resuelven de manera muy fácil: entre A y B, escogí B, y no C, y lo aecuado es siempre C.
El asunto es que la de hoy fue "una de esas madrugadas", de las que no pasaba desde hacía algún tiempo.
Comencé a corregir hace unos días, pero evitando llegar a la página 14 o 15, que es donde empezaba a ponerse flojo. Vimos Dark Knight (siguió sin gustarme mucho, pero no me dormí como la primera vez que la vi, y la actuación de Heath Ledger es sensacional, lástima), y poco antes de la medianoche me puse a meterle mano al texto. Vi un programa de tele y seguí dándole. Me dormí frente a la tele y me desperté sabiendo qué era lo que tenía que poner en ese lugar. Otro programa de tele y un par de frases que se me habían pasado por alto. Más tele, me quedé dormido, me desperté y a eso de las cinco de la mañana escribí algunas cuartillas en el cuaderno de turno. Me quedé dormido sobre el cuaderno, literalmente, y mejor me fui a la cama a eso de las siete de la mañana, después de apagar la tele, claro.
Una hora después me desperté porque había encontrado la solución --provisional y un tanto floja, ya lo dije-- al texto, y aquí estoy, con los ojos a media asta, decidiendo si empiezo de una vez a transcribir o si me voy a dormir un par de horas más; no tengo trabajo antes de la tarde, así que hay tiempo.
Mientras escribía, claro, me brincó lo de la estructura, que es lo que siempre me brinca cuando escribo. Bien rara, y no había manera de ponerla derechita sin que se perdiera todo lo demás, o sea empezar otra vez, etcétera. Y me acordé de un libro de Anaïs Nin que es una maravilla, Delta of Venus, que leí por última vez hace añísimos, y que de hecho estudié como loco, en especial algunos relatos ("Elena" es lo más notable).
En los mejores relatos, Anaïs Nin no sólo hace que los personajes armen sus historias --que vendría a ser mi modo favorito--, sino que deja que el tiempo mueva a los personajes, que los zarandee o los haga deslizarse o lo que sea. En los relatos, el tiempo corre a diferentes velocidades, según el momento, y no me refiero a rollos técnicos, como el manejo del tiempo narrativo, sino al tiempo mismo. Y la cantidad de tiempo que hay en los relatos de Anaïs Nin es limitado: todo debe ocurrir en un cierto lapso. Agarra un inicio de manera que parece arbitraria y el final es más o menos similar: el reloj llegó a cierto punto, allí se acaba el texto, estén como estén las cosas. Algo así intento hacer con este tercer relato, lo hice un poco con el segundo, y no hay modo de que el cuarto funcione de otra manera.
A la vez recordé un libro de cuentos de Lawrence, El oficial prusiano, y otro de Böll, La confesión. En sus relatos pasan cosas pequeñas, sin trascendencia, que no les importan más que a los protagonistas. Si algo pasa o no pasa, si toman una decisión u otra, el mundo y hasta su entorno más cercano seguirá igual. Y sin embargo hay relatos muy poderosos, y su encanto es precisamente esa banalidad, algo que de seguro le aprendieron a Chéjov.
Ahora estoy trabajando en dos cuadernos al mismo tiempo y en las impresiones de los borradores, y con plumas de dos colores --azul y negro--, además de marcadores de textos para recalcar ciertas partes. A mi lado autista no le gusta, pero hasta es incómodamente divertido andar jalando con todo eso por todas partes.
Me voy a dar un baño caliente, porque no me puedo quitar de la cabeza el rompecabezas en el que estoy metido, y después de nuevo a la cama.
(Y todavía queda un trozo de queso como para dos o tres pequeñas dosis.)

8 de enero de 2009

Relecturas

Pantaleón y las visitadoras es una de las dos novelas que nunca me gustaron del "primer ciclo" de Mario Vargas Llosa. (Primer ciclo: de La ciudad y los perros a La guerra del fin del mundo. Ya hablaremos de eso.) Me siento en minoría, porque es la que más le gusta a la gente que menciona al escritor ex peruano, ahora español, o las dos cosas, o vaya a saber.
Vargas Llosa es un dechado de recursos narrativos. En más de una ocasión he dicho que la novela es ingeniería pura (resistencia de materiales, equilibrio, estructura, etcétera), y me parece que Vargas Llosa es uno de los ingenieros más portentosos que ha dado la novela latinoamericana. Hay otros novelistas que tienen una buena dosis de arquitectos, y además de todo son unos diseñadores sensacionales, como Carpentier y García Márquez. Pero la solidez de Vargas Llosa es incuestionable, y por allí habría que ver un poco qué entendemos por solidez. (No sé si sea el tema de este post.)
Se supone que Pantaleón... debe ser una novela humorística, y para muchos lo será. Digamos que mi idea de diversión, dentro de su propia obra, va más por el lado de La tía Julia y el escribidor, más compleja y elaborada. Quizá el humor no sea el fuerte de Vargas Llosa, no al menos cuando lo hace voluntariamente. O no sé. Éstas son notas en un diario personal, y uno puede poner las barrabasadas que quiera, porque nadie las va a leer; además es un post larguísimo, y quién lee un post tan largo.
La parte interesante del libro es, como en lo de ese "primer ciclo" de Vargas Llosa, sus recursos técnicos. Por ejemplo, el primer capítulo es una obra maestra del armado: diálogos en diferentes lugares y tiempos, colocados como si ocurrieran secuencialmente, como en una narración lineal. El efecto es una sorpresa constante al ver una cadena de causas y efectos a veces lógica, a veces azarosa (bueno, el azar tiene sus lógicas propias, y su orden), y exige un lector atento, un lector "no pasivo". Lo divertido, para mí, no es el tema --la creación de un servicio de prostitutas para los soldados perdidos en la selva--, sino el modo de construir el libro.
Luego se pone un poco más obvio, y se mete en el "género epistolar", siempre efectivo, pero siempre traicionero. (Las obras maestras del "género" serían Drácula, de Bram Stoker, y Las relaciones peligrosas, de Choderlos de Laclos. Si no han leído el primero, corran a la librería y cómprenselo. Es de los mejores libros que habrán leído en su vida. Stoker no era un escritor de grandes ni muchos recursos, pero allí los usa sabiamente.) Se cuenta la historia a través de comunicaciones escitas entre el personaje, los jefes militares encargados del proyecto, los reportes de los jefes de las guarniciones visitadas, las cartas de la esposa de Pantaleón Pantoja (¡qué mal me cae ese nombre para el personaje!; quizá es parte mi aversión a la novela), y en algún momento regresa al recurso del primer capítulo. Poco a poco, para mi gusto, se va perdiendo la sorpresa, la historia --y no el cómo-- se vuelve lo principal, y francamente los enredos de Pantaleón me llegan a parecer rutinarios.
La primera vez que leí Pantaleón... fue por allí de 1979 o 1980. En las últimas semanas he peleado para avanzar en él, y tengo que dejarlo después de unas páginas. Quizá lo que más me guste del libro sea ese culto totalmente alucinado y alucinante en el que está metido la mamá del personaje central, pero tampoco es que me emocione demasiado. (La otra novela que no me gusta del "primer ciclo" de Vargas Llosa es La casa verde. Nunca pude terminar más de algunos capítulos, y lo intenté varias veces a lo largo de varios años. Nada más no me la creo. Vargas Llosa es un escritor que se mueve muy bien en ambientes urbanos, y en ciertas capas de los ambientes urbanos. Se sale a la selva, a la puna y a los pueblos perdidos y algo no termina de checar. Garcia Márquez es otro asunto; se mueve muy cómodamente fuera de las ciudades y en épocas remotas o indefinibles. Como ejemplo, además de casi todo lo que ha escrito, está La mala hora, una novela negra ubicada en plena selva. Y se supone que la novela negra es netamente urbana, y que fuera de la ciudad o de los personajes urbanos no podría funcionar.)
Con Vargas Llosa me pasa también que no puedo releer la mayor parte de sus libros. Empiezo la relectura y resulta que ya me los sé, y simplemente los dejo por la paz, con todo respeto. El respeto se debe a que en la primera lectura aprendí muchísimo; de verdad que es un inmenso almacén de recursos narrativos.
Digamos Conversación en La Catedral. En una primera lectura uno llega a alucinar con la cantidad y la calidad de técnicas narrativas que utiliza. Es imposible dejar de leer y, cuando uno cree que ya no tiene más recursos, cambia de capítulo y también cambia radicalmente el modo de narrar, el registro, el ángulo de visión, lo que sea. El "problema" quizá sea que la historia es siempre muy clara y precisa. Nada queda sin explicar, lo que podría ser una gran ventaja. Pero, en el caso de Conversación..., el modo de narrar es tan particular, tan poderoso, pero a la vez tan... uh... técnico, que en la segunda lectura puede resultar tedioso: uno ya se sabe la historia, que es relativamente simple, y ya antes se había peleado con el modo de narrar, lo había logrado y... pues ya. No hay sorpresa la segunda vez. (Conversación... lo leí por primera vez en 1978 o 1979. Lo intenté en 1999 y mejor se lo regalé a alguien que estaba precisamente en el rollo de buscar recursos técnicos. Y le funcionó.)
Hay un libro de Vargas Llosa que he leído por lo menos una docena de veces: Los cachorros. No deja de sorprenderme. Está narrado en primera persona del singular y plural, en segunda del singular, en tercera de singular y plural, todo a la vez, y da la impresión de que los hechos ya pasaron hace mucho, de que están pasando, de que están a punto de pasar, igualmente a la vez. (Eviten como la lepra la edición anotada de Cátedra. Se la pasa haciendo llamadas al pie para explicar cosas que en el texto vienen perfectamente explicadas.)
Lo que llamo "primer ciclo" de Vargas Llosa se cierra con La guerra del fin del mundo, quizá una de los grandes monumentos de la novela de cualquier época y en cualquier idioma. Y lo mismo: un portento de la ingeniería. Manejar un par de docenas de personajes centrales en un par de docenas de escenarios diferentes, mover a los personajes y llevar la cuenta kilómetro a kilómetro de su viaje a Canudos, que no se pierda un solo detalle, y ese final apoteósico, no puede venir de cualquiera.
Si algo puede reconocérsele a Vargas Llosa de ese "primer ciclo" es su rigor, su precisión y su búsqueda constante de recursos. Un gran maestro, pues.

* * *

Pero algo pasó después de La guerra del fin del mundo, por las épocas en que Vargas Llosa comenzó a involucrarse en política (le tocó perder las elecciones presidenciales contra Alberto Fujimori, en su punto más álgido), y allí empezó su "segundo ciclo", que ya se había prefigurado en ¿Quién mató a Palomino Molero?
Historia de Mayta me pareció una novela muy por debajo de la calidad del Vargas Llosa de --digamos-- La ciudad y los perros, la primera. Bastante descuidada, bastantes cabos sueltos. El Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto, El hablador, Lituma en Los Andes, los compré religiosamente, religiosamente los leí y religiosamente sentí tristeza. De su teatro sólo toleré leer La señorita de Tacna y Kathy y el hipopótamo, que me parecieron malas, pero no estamos hablando de teatro, y quizá a mí lo de la dramaturgia no se me dé.
Me interesó leer La fiesta del chivo, porque trataba acerca de Rafael Leonidas Trujillo, uno de los personajes más cautivadores y grotescos que han dado nuestros trópicos, pero no me atreví a comprarlo. Me llegó en forma de regalo de cumpleaños unos meses después de su aparición, en 2000, y allí volví a ver mucho del viejo Vargas Llosa.
Lo más notable es un hecho nada banal: la historia de Trujillo uno más o menos la conoce, y sabe que al final se va a morir, y se acabò la historia. Pues no: a Trujillo lo matan alrededor de la mitad de la novela, y todavían quedan más de 200 páginas por desarrollar. ¿Qué rayos se puede poner después de la muerte del personaje que justifica la novela? Y Vargas Llosa se las arregla muy bien. Tiene la ventaja de que tras la muerte del dictador dominicano pasaron muchas cosas, como la invasión de Estados Unidos, la entronización de Balaguer (trujillista si los hubo), la persecución de los asesinos y qué sé yo. Pero resolverlo estructuralmente tampoco es para cualquiera.
No había vuelto a tomar el libro desde 2000, y ahora estoy precisamente en la parte en que lo van a matar. Creo que lo voy a terminar con gusto.
Una confesión: me gustó la idea de terminar una novela a la mitad del libro y después seguir con... ¿qué? Así que hace unos años escribí una novela negra, aún inédita, donde me puse a experimentar con eso. El "misterio" se resuelven poco después de la mitad del libro, y después viene el desarrollo de los temas que habían quedado pendientes en los primeros capítulos, y que dentro de la novela habían quedado pendientes desde veinte años atrás. Excepto la idea inicial (cerrar la historia a la mitad) no tiene que ver mucho con Vargas Llosa. Me gustaría saber de dónde sacó él a su vez la idea.
Una aclaración: con todas las barbaridades que quizá esté diciendo, Vargas Llosa me parece uno de los escritores capitales de América Latina. Quizá soy injusto. Lo que intento es ordenar un poco mis ideas.

* * *


Cuando fui a Costa Rica hace unas semanas compré El Aleph, de Borges, junto con un par más de él, a falta de la narrativa completa, que era lo que buscaba. (Igual no me hubiera alcanzado el dinero para comprarla, pero qué diablos.) Lo he leído muchas veces, completo, por pedazos, salteado, como sea, y cada vez encuentro cosas que me sorprenden, desde algunos adjetivos ("el hondo cuchillo de obsidiana") hasta frases completas que he repetido y leído decenas de veces, como el inicio de "El Aleph":
La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita.
También en "El Aleph" viene una de las enumeraciones mejor hechas de la historia, según yo, precisamente cuando Borges se pone a ver la luz que está bajo el escalón número diecinueve en el sótano del primo estúpido de Beatriz Viterbo, Carlos Argentino Daneri.
A ver, una enumeración es... bueno... una enumeración de elementos que dan un ambiente, describen una situación, un contexto o un lugar y... uh... ya. Suena fácil de hacer, pero no lo es. Si la enumeración no es más que eso --una enumeración de cosas que están allí--, el lector se aburre, el texto muere de obviedad y uno, para recuperarse, se pone a leer "El Aleph" por centésima vez, que me ocurre con frecuencia.
En poesía es un poco más evidente. Roque Dalton tiene una pequeña enumeración bastante buena en su poema "Alta hora de la noche":
Cuando sepas que he muerto, di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
Cada uno de los elementos enumerados modifica o complementa a los demás. Entre "flor" y "abeja" hay una relación bastante clara y directa: la flor está allí, llega la abeja y le saca la miel a la flor. Pero con "lágrima" la frase toma un giro inesperado: el resultado o el contexto de lo que pase entre la flor y la abeja es una lágrima, se trata de una escena triste, o que desde cierto punto de vista puede resultar triste. "Pan"... Híjole. La imagen se vuelve aún más compleja: todo lo anterior es, después de todo, el pan de la vida, si queremos verlo de ese modo; o es tan necesario como el pan, o vaya a saber. Y con "tormenta" hay la explosión de algo que empezó como una frase casi bucólica. Borges es excelente para las enumeraciones, pero la de "El Aleph" es de dios mayor:
En la parte inferior del escalón, hacia la derecha, vi una pequeña esfera tornasolada, de casi intolerable fulgor. Al principio la creí giratoria; luego comprendí que ese movimiento era una ilusión producida por los vertiginosos espectáculos que encerraba. El diámetro del Aleph sería de dos o tres centímetros, pero el espacio cósmico estaba ahí, sin disminución de tamaño. Cada cosa (la luna del espejo, digamos) era infinitas cosas, porque yo claramente la veía desde todos los puntos del universo. Vi el populoso mar, vi el alba y la tarde, vi las muchedumbres de América, vi una plateada telaraña en el centro de una negra pirámide, vi un laberinto roto (era Londres), vi interminables ojos inmediatos escrutándose en mí como en un espejo, vi todos los espejos del planeta y ninguno me reflejó, vi en un traspatio de la calle Soler las mismas baldosas que hace treinta años vi en el zaguán de una casa en Frey Bentos, vi racimos, nieve, tabaco, vetas de metal, vapor de agua, vi convexos desiertos ecuatoriales y cada uno de sus granos de arena, vi en Inverness a una mujer que no olvidaré, vi la violenta cabellera, el altivo cuerpo, vi un cáncer de pecho, vi un círculo de tierra seca en una vereda, donde antes hubo un árbol, vi una quinta de Adrogué, un ejemplar de la primera versión inglesa de Plinio, la de Philemont Holland, vi a un tiempo cada letra de cada página (de chico yo solía maravillarme de que las letras de un volumen cerrado no se mezclaran y perdieran en el decurso de la noche), vi la noche y el día contemporáneo, vi un poniente en Querétaro que parecía reflejar el color de una rosa en Bengala, vi mi dormitorio sin nadie, vi en un gabinete de Alkmaar un globo terráqueo entre dos espejos que lo multiplicaban sin fin, vi caballos de crin arremolinada, en una playa del Mar Caspio en el alba, vi la delicada osadura de una mano, vi a los sobrevivientes de una batalla, enviando tarjetas postales, vi en un escaparate de Mirzapur una baraja española, vi las sombras oblicuas de unos helechos en el suelo de un invernáculo, vi tigres, émbolos, bisontes, marejadas y ejércitos, vi todas las hormigas que hay en la tierra, vi un astrolabio persa, vi en un cajón del escritorio (y la letra me hizo temblar) cartas obscenas, increíbles, precisas, que Beatriz había dirigido a Carlos Argentino, vi un adorado monumento en la Chacarita, vi la reliquia atroz de lo que deliciosamente había sido Beatriz Viterbo, vi la circulación de mi propia sangre, vi el engranaje del amor y la modificación de la muerte, vi el Aleph, desde todos los puntos, vi en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo.
"El inmortal" me sigue pareciendo uno de los mejores textos de Borges, y hay algunos que siguen sin gustarme, como "La escritura del dios". Ahora tengo que conseguir Ficciones, que no releo desde hace unos seis o siete años (lo regalé), y Otras inquisiciones, mi favorito. Ya me daré una vuelta por la librería.
Como estoy en el plan de decir herejías, aquí va otra: Borges me parece bastante malo como cuentista si uno se toma en serio el canon. Sus personajes suelen ser acartonados, sus tramas previsibles, sus estructuras bastante flojas, pero ¡qué bueno es! Quizá en su caso no se trate tanto de que uno se ponga a leer un cuento, sino que se pone a leerlo a él jugando con todas las cosas con las que juegue. Lo interesante de Borges es Borges mismo, su modo de reflexionar, su modo de decirnos que somos libres de pensar lo que se nos pegue la gana, y al segundo siguiente jugar con igual fervor y rigor con la idea contraria. Mi texto favorito de él es "Tres versiones de Judas", y mi libro favorito es Otras inquisiciones, quizá porque allí no usa el pretexto de escribir cuentos para decir lo que quiere decir.

* * *

Mi hermano carnal Hugo Martínez Téllez, a pesar de que es un lector voraz y un crítico de los que pocas veces se hacen, me dijo hace ya muchos años que él no escribe acerca de ciertas obras o autores porque le quedan grandes, y el ejemplo que usó fue Gabriel García Márquez. Y es cierto: en general García Márquez es un autor que le queda grande a uno, y sólo le queda leerlo con algo parecido a la veneración, con rasgos que siempre rayan en la envidia. (Quizá por eso tenga tantos imitadores, pobrecitos.)
Mi libro favorito de él es Crónica de una muerte anunciada. Es perfecto. No podría decir otra cosa. Perfecto. Y hasta se da el lujo de iniciar la novela con una doble cacofonía a la que cualquier otro no se hubiera atrevido, pero que en su caso sólo se nota si uno lo ha leído unas quince veces, como es mi caso:
El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 para esperar el buque en que llegaba el obispo.
Durante todo el libro, y desde la primera frase, uno sabe que a Santiago Nasar lo van a matar, punto, y pronto se entera de que serán los hermanos Vicario, y también el motivo. Y lo lee varias veces en cada capítulo. Al final, cuando los hermanos Vicario lo han destazado, Santiago Nasar sigue vivo y caminando y hablando, y uno dice "¡Lo mataron!", y siente un escalofrío, a pesar de que conoce todos los detalles de su asesinato y que, al final, aún no está muerto. Sensacional.
Mi padre decía que para él la novela perfecta de García Márquez es El coronel no tiene quien le escriba, y estructuralmente tenía razón: no hay un solo elemento que sobre o falte, y todo apunta hacia la palabra final, que le revienta a uno en la cara como un globo lleno de... uh... Lean la novela y vean el final. Me parece, sin embargo --perdón, Hugo--, que El coronel... es un arma de un solo tiro: cuando uno ya se sabe la historia y --precisamente-- el desenlace, releer con sorpresa es difícil, quizá innecesario. Pero de que es sensacional, es sensacional.
Mi otro libro "perfecto" es El extranjero, de Camus. Y es todo lo contrario que el de García Márquez: desestructurado, contradictorio, azaroso. La perfección tiene también sus modos y sus lados.
Leí la Crónica por primera vez en 1981, en estreno, en una horrible edición en rústica de Diana. Me costó 90 pesos, una fortuna en ese entonces. La he leído montón de veces, la he comprado un montón de veces y la he regalado otro montón de veces. Hace una semana me la regalaron Mario y Érika porque escribí por aquí que estaba necesitando leerla. Y sí lo estaba necesitando, y ya está, y guau. Gracias, Mario y Érika.

* * *

Y ésta es una de las joyas de la literatura de cualquier tiempo y en cualquier planeta. Su título en inglés es uno de los mejores que conozco, y me hubiera gustado que fuera mío: They shoot horses, don't they?, y lo han traducido como También matan a los caballos (mi favorito) y ¿Acaso no matan a los caballos?, que no es tan bonito pero es mucho más preciso para los efectos de la novela.
Es una novela negra, ambientada en los años treinta o cuarenta, en un concurso de baile, donde lo importante no es quién baila mejor, sino qué pareja resiste más. Y se pasan semanas en la pista de bailes, y el espectáculo consiste en ver caer desmayadas a las parejas, hacer absurdas carreras de resistencia entre descanso y descanso, etcétera. Con mano maestra, Horace McCoy va contando casi día a día cómo se mueve el microuniverso de fracasados, criminales, desempleados, aspirantes a starlettes, las decenas de parejas que se humillan para obtener un premio que seguro no valdrá la pena. El final está narrado desde la primera página, y uno intuye desde allí por qué el libro se titula como se titula.
Va el inicio, en traducción de Josep Rovira Sánchez:
Me puse en pie. Por un instante vi nuevamente a Gloria sentada en aquel banco del muelle. El proyectil le había penetrado por un lado de la cabeza; ni siquiera manaba sangre de la herida. El fogonazo de la pistola iluminaba todavía su rostro. Todo fue de lo más sencillo. Estaba relajada, completamente tranquila. El impacto del proyectil hizo que su cara se ladeara hacia el otro lado; no la veía bien de perfil pero podía apreciar lo suficiente para saber que sonreía. El fiscal se equivocó cuando dijo al jurado que había muerto sufriendo, desvalida, sin amigos, sola salvo por la compañía de su brutal asesino, en medio de la noche oscura a orillas del Pacífico. Estaba muy equivocado. No sufrió. Estaba completamente relajada y tranquila y sonreía. Era la primera vez que la veía sonreír. ¿Cómo podía decir pues el fiscal que sufrió? Y no es verdad que careciera de amigos.
Yo era su mejor amigo. Era su único amigo. Por tanto, ¿qué era eso de que no tenía amigos?

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Y hay más, pero de estos se me ocurrió hablar para abrir el año.

1 de enero de 2009

Cincuenta años...















...y aún contando. Un récord.

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Estoy releyendo La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, en los ratos en que no escribo. He tratado con Pantaleón y las visitadoras, que leí por primera vez por alli de 1977, pero me cuesta, en serio. Es un libro que nunca me gustó. La técnica, como todo lo suyo de esa época, es excelente, pero todo lo demás me parece previsible. Creo que con La fiesta del Chivo, después de su magnífica Guerra del fin del mundo, Vargas Llosa volvió a escribir casi como en los viejos tiempos. Con esa excepción, de Historia de Mayta para acá, puedo vivir sin sus cosas; lo que he leído me ha decepcionado bastante.