29 de noviembre de 2008

Lo que nunca tuvo ojo

El último lugar en el que viví en México fue un departamento pequeñito, muy bien distribuido, en la calle de José María Tornel, en San Miguel Chapultepec, si mal no recuerdo en el número 9, departamento 302. O sea en un cuarto piso: allá se usa el sistema de planta baja, primer piso, segundo, etcétera. Aún me pasa que voy al tercer piso de un edificio, subo por las escaleras, y después tengo que volver a bajar; antes de darme cuenta estoy un piso más arriba de lo que debería.
Estaba --y aún está-- muy bien ubicado. En la esquina terminaba el Circuito Interior, a dos cuadras comenzaba --y comienza-- Avenida Revolución, que lo lleva a uno hasta el mero sur. Sobre la calle de Pedro Antonio de los Santos, el metro Juanacatlán; cruzando la calle, la colonia Condesa, donde se podía comer muy bien y sin tanto aspaviento como ahora, que se ha convertido en... no sé... un lugar de moda, que a veces tiene que ver poco con pasarla padre. Había de todo a sólo unas cuadras de distancia. Primero que nada, la comida. Sobre el Circuito, un puesto de tacos y consomé de barbacoa que abría las 24 horas, o sea que en las madrugadas de frío, hambre y trabajo encontraba combustible para seguir dándole hasta el amanecer. A unas cuatro cuadras, ya sobre Revolución, dos cafés de chinos también abiertos las 24 horas, y allí nos íbamos con mi hijo Eduardo a platicar durante horas y horas. Las tortas Don Polo a solo media cuadra; recomiendo las de bacalao. Un súper Gigante, donde compraba desde calcetines y películas hasta... uh... comida, pasando por cosas eléctricas y ropa de cama. Tenían una excelente panadería; varios kilos de más se los debía a ella. Y más etcétera, como diez salas de cine y, por si hacía falta, la embajada rusa, que antes había sido soviética. Y enfrente la Casa del Tiempo de la Universidad Autónoma Metropolitana, con una buena librería, cine club, conciertos, todo gratis. Hasta yo toqué una vez allí, cierto sábado o domingo, con una banda de blues que armamos para que mi hijo tuviera su primera presentación en público como guitarrista. Muy emocionante.
Viví allí de 1996 a 1998, que fue cuando salí hacia Costa Rica. Tenía pocos muebles, y dos gatos: Spooky --una mezcla de persa con cualquier cosa-- y Pitusa --a la que le hacía falta lo persa.
Disfruté ese departamento como pocas cosas. Los casi dos años anteriores me las había pasado mal. Gracias al gobierno de Zedillo y al famoso "error de diciembre" de 1994 se cerraron varias de mis fuentes de trabajo, otras bajaron su producción --y por lo tanto lo que me pedían que hiciera--, otras seguían a toda máquina, pero agarraron la mala costumbre de no pagarme. Hasta ahora hay gente que me debe entre 3,000 y 5,000 dólares por traducciones, ediciones, regalías y qué sé yo. A estas alturas es tan incobrable como entonces. Así que tuve que descender a los infiernos: una casa de huéspedes en la calle de --gulp-- Amado Nervo, en Santa María la Ribera. Era sólo un cuarto, con baño comunal. En 1995 me pasé siete meses sin trabajo --lo más que he estado sin trabajo--, con muy pocos ahorros y rascando donde se pudiera para sobrevivir, además de la pensión para Eunice y qué sé yo. Salir de allí fue maravilloso, y el departamento de Tornel fue mucho más que maravilloso.
Tenía internet, claro --uso compus desde 1990 e internet desde 1992--, y en esas épocas de crisis me ayudó trabajar con clientes de fuera del país, en especial de Estados Unidos. Me encargaban un trabajo, lo hacía, me depositaban en Western Union y listo. También trabajé una temportada en la Comisión Federal de Electricidad, con mi hermano Salvador de la Mora, y algunos guiones, más las traducciones... Jauja, ni más ni menos, comparado con los años anteriores.
En fin, que además de las cartas por internet, también me llegaban cartas analógicas, o sea las que se escriben a mano --o a máquina o en compu--, se ponen en un sobre y se entregan en una oficina de correos, que se encarga de distribuirlas. No recibía demasiadas, pero sí un bonito paquetito a la semana, recibos incluidos. Y hasta escribía algunas, lo que es la prehistoria...
Un día llegó una carta dirigida a Ricardo Arjona, pero con mi dirección exacta. Subí a la azotea y le pregunté a la portera que qué era eso.
--Ah, sí, es que el muchacho vivió allí donde vive usted.
--¿Hace cuánto?
--No me acuerdo, fíjese. Como tres años. O dos. O cinco. Siempre le llega correspondencia de todas partes del mundo.
--¿Y qué hago con esto?
--Démela. Yo me encargo de que le llegue.
Para ese entonces yo sabía que existía un cantante Ricardo Arjona, que era guatemalteco, que había muchas chavas que se morían por él y que tenía varias canciones en la radio. No le ponía mucha atención a las letras, y la música me parecía un poco desordenada, para qué más que la verdad. Igual les conté a un par de amigas que allí había vivido Arjona y casi se arrodillaban y acariciaban el piso con las manos. (Un piso de parquet muy lindo.)
Las cartas llegaban --digamos un par al mes; tampoco eran demasiadas-- y cristianamente se las entregaba a la portera, quien además me lavaba y planchaba la ropa. Le puse atención a las letras de algunas de sus canciones y, con excepción de algunas frases aquí o allá, podía vivir sin ellas. La música seguía pareciendome un poco desordenada, pero los arreglos siempre fueron muy buenos. Dejé de ponerle cráneo a sus letras casi de inmediato, cuando oí la de "Señora de las cuatro décadas". Yo ya estaba por llegar a los cuarenta, y me cayó gordo aquello de "Señora, no le ponga años a su vida: póngale vida a sus años, que es mejor". Por una frase ingeniosa estaba diciendo algo harto ofensivo; por otra, eso de darle consejos a las mujeres en las canciones --excepto en los rocarolitos de los cincuenta o sesenta, que están llenos de eso-- me parece de mal gusto, en especial si lo hace un hombre y si este hombre no sabe lo que es tener cuarenta años ni cómo funciona la cosa. (Ahora ya los rebasó; ojalá se haya enterado.) Y, bueno, en esa época salí con chavas que andaban de los cuarenta para arribita, y nada que ver la canción con lo que me mostraba el método empírico.
Un día llegó una carta de Argentina para Arjona, abrí la puerta y la portera estaba barriendo afuera. Antes de dársela le pregunté:
--Oiga, ¿en serio le hace llegar estas cartas a Arjona?
--Sí.
--¿Dónde vive ahora?
--Aquí por... Bueno... Se va por Revolución y... Por allí por el metro Tacubaya, la línea naranja... Allí agarra a la izquierda y...
O sea que no era cierto.
-¿Qué hace con las cartas? --le pregunté.
--Las abro. Viera qué cosas tan bonitas le dicen.
Agarró la carta de Argentina y la abrió allí mismo. A mí se me desgarró algo también, y hasta estuve a punto de decirle cosas feas, pero el morbo pudo más.
Venía una carta escrita con letra torpe. El autor era un tipo de unos treinta años, según los datos que daba, y le deseaba que tuviera buena salud y que siguera llevando felicidad a la gente, que él y su esposa tenían todos sus discos y que los oían constantemente. Una carta muy sencilla. Y también venían estampitas de santos. Como diez o doce. Algunas estaban repetidas --el autor le decía que podía darle algunas a sus amigos--, y otras tenían inscripciones a mano: "Este santo es muy milagroso para tal cosa", "Si llevas este santo en tu cartera no te va a faltar no sé qué", "Este ponlo detrás de tu puerta". Así.
La portera me dio las estampas que no tenían inscripciones y se llevó lo demás, y yo no supe qué hacer con ellas. Las guardé en una gavetita que nunca abría --era de un mueble que más bien era un adorno-- y las olvidé. El día en que limpié el departamento para salir de allí las encontré de nuevo y las tiré a la basura, puedo decir que con un nudo en el pecho. Me parecía que tiraba algo muy importante, que además no era mío.
Ya en El Salvador, mi hijo me dijo que había hecho unas partes en el disco Santopecado, de Arjona, específicamente las de guitarra acústica en los tracks 2, 11 y 12. Y compré el disco, claro; era el primer disco en el que hacía algo, así no le deran créditos: lo contrató una empresa, y esa empresa se quedó con el crédito; le pagaron una lana y hasta a la próxima.
Como por no dejar, le puse atención a las letras de algunas canciones, y decidí que Arjona sigue sin ser para mí. El colmo fueron aquellas frases de "El problema": "Como quitarle una pestaña a lo que nunca tuvo ojo / Como encontrarle plataforma a lo que siempre fue barranco." Espantoso.
En fin, Arjona fue inquilino de aquel departamento como dos o tres inquilinos antes que yo. El anterior era un junior, hijo de papi legítimo, que se la pasaba encerrado con su novia, tomando --quizá algo más-- y comiendo pizza en dosis industriales. Se peleaban todo el día, o las partes menos interesantes del día, supongo. Lo corrieron el día en que rompió uno de los ventanales --sí, tenía unos lindos ventanales-- y estrelló una pizza a medio patio. El problema no fue ése, sino que quería estrellar a su novia en el mismo lugar donde había caído la pizza. Llegó la portera, los vecinos, la policía, lograron que abriera la puerta --buena cerradura, y una madera bien fuerte--, llamaron al papá y adiós con el junior. La ventaja, cuando llegué, fue que en todas las pizzerías me trataban bien; daba el número de teléfono y las que atendían --eran sólo mujeres-- se desvivían por tratarme como cliente VIP. Después les dije que mi nombre era otro, y ya me decían "Don Rafael" después de dar el número de teléfono; igual yo era buen cliente. Lo mismo cuando llamaba a un restaurante japonés para que me llevaran teriyaki o sushi, y en otro que no recuerdo. El tipo en serio comía sólo de eso; yo nomás unas... uh... dos o tres veces por semana, si hemos de ser francos. Quizá cuatro.
La inquilina anterior al junior era una muchacha sola, callada, que no se metía con nadie. Nunca llegó correspondencia a su nombre.

28 de noviembre de 2008

Parker y Sheaffer

La Parker 45 ya tiene sus problemitas después de tres años y medio de acompañarme en más de dos batallas. Hay un par que son cosméticos, como la quemadura de cigarro o como las marcas de dientes, que por cierto no le hice yo, ejem. Puedo vivir con eso. Pero también, en una de ésas, se le hizo una pequeña rajadura justo en el anillo, donde se atornillan las partes principales del cuerpo, lo que significa que se abre a cada momento y que no se puede enroscar. La rajadura casi no se ve porque
1. La foto está muy borrosa.
2. Krisma le puso una gota de pegamento que hasta ahora ha funcionado bien.
El mayor problema es que la punta con la que se escribe ya está bastante desgastada, y a veces suelta más tinta de la que debe, a veces menos, y mancha con bastante frecuencia. Habré escrito con ella unas 170 cuartillas de una novela, como 60 de cuentos, unas 120 más de un rollo que escribí a principios del año pasado, más correcciones y notas por todas partes. Ahora, cuando escribo, el papel "cruje", como si estuviera pasándole un alfiler. Escribe y todo, pero ya está cumpliendo su ciclo vital. La voy a tener en el escritorio para tomar notas, pero no creo que dure mucho si le sigo dando el tren de vida que le he dado.
Así que me fui a buscar plumas fuente, y hay de dos:
1. Son demasiado caras y ostentosas.
2. Son baratas y desbalanceadas.
Sí, por allí tengo una Mont Blanc que me regalaron, una modelo Mozart, negra, que es una delicia, pero ocurrió una desgracia: un día que fuimos al súper se perdió el capuchón. Hace tres años y pico que fui a México pregunté cuánto costaba, y en aquel momento eran 185 dólares sólo por el capuchón. Por mucho menos de la mitad compré la Parker 45, que estaba en oferta; era una edición conmemorativa del modelo aparecido en los años sesenta, fabricado en baquelita y toda la cosa, con los colores de la época.
Y me gusta la Mont Blanc Mozart, pero las otras Mont Blanc no sólo son muuuy caras, sino también terriblememte ostentosas, y de lo que se trata es de escribir, no se presumir.
Cuando era chavo tenía dos plumas fuente: una Parker 45 de ese mismo modelo, pero en color vino, y una Sheaffer pequeñita, bastante práctica. Después de aprender a escribir con lápiz, pasé directamente a la pluma fuente; los lapiceros los usaba en caso de emergencia, y sólo dejé la pluma fuente cuando tenía como 20 años, porque ya no se encontraban, porque eran muy caras para mi presupuesto y porque empezaron a salir las plumas de tinta china y después de gel, que usé desde esa época hasta... bueno... allí tengo varias; a veces me harta la pluma fuente y escribo con ellas.
Después de buscar en Sanborns y Simán, y de no encontrar una pluma que me convenciera, me fui a Office Depot, donde sólo tenían tres modelos. Compré el que me gustó más, y me salió un poco más barata que la Parker 45.

La pluma es un poco pesada (y no es así de borrosa como aparece en la foto), porque es de metal, pero lo importante es el balance. Hace un par de años compré una Parker barata, como en 15 dólares, y es bien cansado hacer con ella algo más que firmar o tomar algunas notas. Es muy liviana, y pesa lo mismo en todas partes. Hay que hacer un cierto esfuerzo para mantenerla en posición de escritura. No es mortal, pero después de un par de horas es escribir llegan a doler los tendones y uno está demasiado preocupado en mantenerla en posición como para preocuparse de lo que escribe. La Sheaffer pesa, pero está bien balanceada; sólo es cuestión de "domarla", porque sólo una computadora personal es tan personal como una pluma fuente; llega un momento en que sólo uno sabe cómo hacerla... uh... cantar, digamos.

Y aquí están las tres: la Parker 45, la de 15 dólares (que igual sirve e igual uso cuando hace falta) y la Sheaffer nueva. La página del cuaderno que se ve en la foto la escribí con ella; se siente bien, aunque aún extraño la otra.
(Y tiene que ser buen papel. Si no, ¿para qué tanta jodedera con la pluma?)

27 de noviembre de 2008

El III de Roque Dalton

No recuerdo si estaba en México, Costa Rica o en Arizona (de 1998 a 1999 tuve un año bastante movido) cuando me enteré de que la Asamblea Legislativa había declarado "hijo meritísimo" --qué horrible gramática la de los diputados-- a Roque Dalton, y me pareció excelente. Me parecieron demasiado obvias, por previsibles, las reacciones de alguna gente de izquierda con respecto al tema: se decía que "la derecha" y "el gobierno" querían quitar "al pueblo" una de sus figuras más importantes, alienarla y apropiársela. En realidad fue la izquierda "reconocida" la que lo asesinó, si me lo preguntan así en crudo. Por eso nunca entendí muy bien los malabares conceptuales de gente que apoyaba al Ejército Revolucionario del Pueblo, leía a Roque Dalton con emoción --y lo reivindicaba como revolucionario-- y le parecía natural que el FMLN tuviera al ERP en su lista de organizaciones. Vaya: hasta era la segunda más poderosa. (Lo que después haya dicho o hecho Villalobos es otro cuento. Cuando estaba en el FMLN era parte de la lista de incuestionables.)
Si algo me gustó de que Dalton fuera "reconocido" por la Asamblea fue precisamente que a su obra se le quitó el carácter de cuco ideológico y se le declaró, simplemente, una obra poética a secas, que es lo que corresponde cuando se trata de literatura. Habrá habido gente a la que se capturó, torturó y quizá hasta se asesinó por el simple hecho de llevar algún libro de Dalton; aún andan por allí --y son legión-- "expertos" en Dalton que por ello, y quizá sin haberlo leído como Dios manda --si hay un dios y si manda en esas cosas--, aún gozan de reputación no sólo académica, sino --sobre todo-- ideológica.
En otras palabras, con la declaratoria de la Asamblea, por la que votaron por igual la derecha, la izquierda, el centro y todo lo demás, se reconocía a Dalton como poeta... uh... digamos nacional y se le quitaba su carácter de bandera política en contra de lo que fuera y de quien fuera.
Cuando anunciaron que la Dirección de Publicaciones e Impresos, la editorial estatal, lanzaría su poesía completa (la de Dalton, se entiende), me pareció mucho mejor aún: por fin habría la posibilidad de leerlo completo, en tres tomos, todo de corrido, y además el reconocimiento se concretaba en algo tangible. Y, más aún, estaría la posibilidad de verlo de manera crítica, y ubicarlo en el lugar literario que le corresponde. No ahora mismo, porque las sensibilidades ideológicas aún están muy... uh... sensibles, y menos en medio de una larga y agotadora --y hasta hace poco ilegal-- campaña electoral. Otro día. Algún día.
Tengo los dos primeros tomos de la poesía completa de Dalton, y los he (h)ojeado con mucho interés; la edición me parece bastante seria y muy bien hecha. Entre otras cosas, resulta interesante cómo algunas de sus cosas que se tienen como mejores, más representativas o más populares (use la acepción que quiera para "populares") fueron las que el propio autor descartó de sus obras completas, que preparó desde antes de viajar a El Salvador, en 1973. Otras se quedaron como estaban, pero no hay un poemario suyo que no haya sufrido cambios, previstos por él mismo, lo que nos da un interesante panorama de lo que Dalton pensaba de su propia obra. (Aun así, se siguen publicando los poemarios "originales", en la UCA y en otros lugares. Supongo que durante mucho rato persistirá la dualidad; es difícil después de más de 30 años cambiar de visión y de costumbres, sin contar los asuntos obvios de derechos de autor.)
Mi opinión es que los "roquianos" le han hecho mucho daño a la poesía salvadoreña. Durante mucho tiempo, por motivos extraliterarios, se le presentó y sigue presentando como el parámetro más elevado e inalcanzable de la poesía nacional, pero los parámetros son netamente ideológicos. Mientras, se olvidó a otros grandes de las letras --como Hugo Lindo, Pedro Geoffroy y Osvaldo Escobar Velado-- y se negó la posibilidad de que hubiera una buena poesía joven si no caía bajo la influencia y el "ejemplo" de Dalton. Han sido treinta años de eso, y ya estuvo suave. Por eso, quizá, las a veces violentas reacciones hacia los poetas más jóvenes que tratan de hacer lo suyo, es decir poesía. Y que conste: creo que Roque Dalton también trataba de hacer lo suyo, y tenía una apuesta poética personal que llevó a cabo con todos sus riesgos y consecuencias, quod erat demonstrandum. Pero no es ni puede ser la única, y no hay nadie que pueda ponerle límites ni cauce a un oficio de libertad.
En fin, que mañana se presenta el tomo III de la poesía de Roque Dalton en la Sala Nacional de Exposiciones, en el Parque Cuscatlán, a eso de las 5:30 de la tarde. Se cierra así parte de un proceso importante, y se abre otro.
Lamento un poco que la DPI no haya llevado un orden adecuado en sus publicaciones; aunque ya salió la poesía de Geoffroy, aún faltan dos tomos de la de Hugo Lindo, entre la cual pueden encontrarse de las mejores páginas que se hayan escrito hasta ahora en la poesía salvadoreña. Ya vendrán en su momento.

26 de noviembre de 2008

Excepciones a las reglas y mentiras con queso

Hace unos días compré en una gasolinera Esso el libro Viaje por las mentiras de la Historia Universal, de Santiago Tarín, más por curiosidad y tacañería que por necesidad. Había un montón de títulos, de todos los grosores, y todos valían $9.95 (lo que de manera incorrecta están llamando "precio único"). El que de verdad necesitaba (y necesito desde hace varios meses) era Crónica de una muerte anunciada, que he comprado, leído y regalado más veces de las recomendables, pero era el más delgado, y el de Tarín el más grueso, y me porté como cualquier lector de best-sellers: mientras más páginas por menos dinero, mejor. Y, bueno, 12,000 ejemplares vendidos en todo el mundo --como señala la portada-- no son Harry Potter, pero es más de lo que ha vendido cualquiera de mis títulos, honor a quien honor merece.
El libro está bien. Se habla de algunos personajes importantes de la historia (Jesús, Aníbal, el rey Arturo) y se mencionan algunos de los mitos surgidos a su alrededor. Por ejemplo, que Cristo no nació en el año 1, ni siquiera en el 4 antes de Cristo (que es lo que se acepta más comúnmente), sino en el 6 antes de Sí Mismo, y que no murió a los 33 años, sino en el año 30, o sea a los 36. Esto le bota a uno parámetros importantes, por ejemplo El hombre que murió, de D.H. Lawrence, que habla de Jesucristo sobreviviente de la cruz, y de cómo puede ser patético un Mesías de 34 años. Me imagino que Kazantzakis conoció el relato de Lawrence, y algo le debía cuando escribió La última tentación de Cristo, que tiene de lo mismo.
Digamos que el libro es menos escandaloso de lo que promete el título. Más bien me da la impresión de que el autor agarra el tema y se pone a jugar con sus personajes y sus mitos favoritos, y los va colocando en su dimensión histórica. En lugar de andar buscando por todas partes, en un montón de fuentes, uno tiene un compendio de personajes mitificados y una bonita confrontación con los datos históricos que se poseen, que en general son pocos e incompletos. Divertido, pues, y siempre se aprende algo, además del tono humorístico que no choca, algo raro y que se agradece; hay gente que puede ponerse pesada cuando se dedica a desmitificar, o dice que está desmitificando.
Pero eso es lo que menos me ha interesado del libro, que llevo a la mitad y que he disfrutado. Lo que me llamó la atención fue el ensayo introductorio del autor acerca de la mentira, donde hay algunas frases que pondré al final. En el ensayo hay aseveraciones sobre un tema que me ha llamado la atención en los últimos tiempos:
...el refranero popular recoge un aserto que provoca que los científicos echen espuma por la boca: "Es la excepción que confirma la regla"; fórmula que permite incluir en un teorema aquel ejemplo que no la cumple. No hay un precepto más bestia y anticientífico que éste: si hay excepción, no hay regla. El método científico difiere notablemente en este sentido de otros, es más modesto de partida, aunque los debates no son siempre pacíficos: el ego se resiente cuando otro expresa un parecer distinto al de uno.
En unos avances de House M.D., el doctor Gregory House aparece diciendo precisamente que, si hay excepción, no hay regla, y es una frase que he estado leyendo y oyendo en diferentes lugares desde hace días; quizá la influencia de la tele sobre la ciencia es más fuerte de lo que uno supone. La pregunta que me hago no es si toda regla tiene excepciones, sino si más bien las reglas están mal enunciadas. Esto es: debe existir un modo de fijar reglas para fenómenos generales y específicos que no tengan excepciones, que sean así siempre, dadas ciertas condiciones.
Por ejemplo, sabemos que el sonido viaja a tal velocidad, excepto cuando lo hace a través del agua o de materia sólida, que cambia según el clima, y en el vacío simplemente no viaja, etcétera. Allí hay una regla mal planteada, porque en realidad se trata de varias reglas que no tienen excepciones, no de una regla llena de ellas.
Igual con el lenguaje. Hay verbos regulares --o sea apegados a "la regla"-- y verbos irregulares. Si uno cuenta bien, ve que los regulares son apenas unos cuantos más que los irregulares, esto es: la regla se traza a partir de un... digamos... 60 por ciento de los verbos, y el 40 por ciento son excepcionales. Y así no funciona la cosa. Hay una regla para ese... digamos... 60 por ciento, y algunas más para los verbos restantes. Lo interesante es que uno de los verbos fundamentales (ser) es irregularísimo, y su verbo gemelo (estar) es tan regular que da pereza. Hasta puede ponerse uno a sacar conclusiones filosóficas y existenciales a partir de eso, y desde luego envidiar o despreciar los idiomas que tienen un solo verbo para ambos conceptos.
Quizá haya mucha herencia del positivismo en el asunto: en unos --relativamente-- pocos enunciados describir el universo, o porciones significativas del universo. Lo soberbio no es decir que no hay excepciones a las reglas, sino reducir cosas complejísimas a fórmulas tan simples que siempre deberán tener excepciones para ser válidas. (Ahora que, si me preguntan, excepción a la regla, lo que se llama excepción a la regla, el embarazo. Y dura poco tiempo.) Y vivir con la certeza de la incertidumbre: ¿en qué momento saltará la excepción que mande al diablo mi aseveración tan bonita?
No es que me guste que el mundo se reduzca a fórmulas, pero a veces es bueno tener una definición a mano, o al menos una certeza. Y, además de algunos principios de Newton y Arquímedes, todo lo demás es Disneylandia: la tierra de lo excepcional. (¡Seee! ¡Me salió la frase de la semana!)
En fin, sigo pensando en el tema, no sé para qué. Supongo que tiene que ver con lo que estoy escribiendo. (Ya empecé el cuarto cuento del libro. Ya desarrollé algunas escenas en la cabeza; ahora es cuestión de ponerlas en papel.)
Vienen algunas citas de Tarín acerca de la mentira:
El filósofo Jean François Ravel ha explicado que la mentira es en sí misma parte de la humanidad y psicólogos y psiquiatras estiman que la mentira es un mecanismo normal de la personalidad. Pero ¿por qué mentimos? Hay muchas razones, todas ellas descritas en la bibliografía sobre la materia. Los que engañan buscan algo material, o satisfacer sus fantasías, o tapar sus carencias. Todo el mundo, en mayor o menor grado, miente para protegerse o para proteger a los demás; se falsea la respuesta por miedo a ser rechazados si somos sinceros, para darnos importancia, para evitar un castigo, para obtener una recompensa que de otra forma sería imposible, para ganar admiración, para tener poder sobre otros, para evitar la vergüenza, para ocultar nuestras inseguridades, para encubrir nuestros desmanes, para exagerar un currículo y acceder a un puesto de trabajo...

...un trabajo en la Universidad de Carolina del Sur aseguró que los mentirosos compulsivos tienen menos materia gris. (Eso está bien, porque en un futuro podemos imaginar los juicios, los debates políticos o las entrevistas con el orador con un casco en la cabeza que se ilumine cuando está intentando dárnosla con queso.)

Y, además, los estudiosos de la mentira han constatado que engañar puede causar en el embaucador un placer, el de sentirse superior al engañado. Esto roza con lo patológico, pero es que también existe una mentira enfermiza, el mentiroso compulsivo, que vive en la creencia de que el mundo elaborado por sus fantasías es real. Los psiquiatras explican que el autoengaño se usa como defensa.

Un filósofo tan reputado como Arthur Schopenhauer escribió un manual llamado Dialéctica erística o el arte de tener razón expuesta en 38 estratagemas, donde facilita consejos para lograr superar en el debate a un adversario, prescindiendo de si se esgrimen los argumentos correctos o no, de si lo que se expone es lícito o no. Entre los ardides que facilita el pensador para vencer en el combate oratorio se incluyen irritar al oponente (y si notamos que se molesta, insistir aún más), establecer las preguntas desordenadamente para confundir al interlocutor, no dejar continuar al otro orador si vemos que va bien enfocado, menospreciar a la gente común dando muchas citas de autoridades para deslumbrar al auditorio y desconcertar al rival con "absurda y excesiva locuacidad".

Jean Gervais, profesor de la Universidad de Quebec, ha dicho que la historia miente más que habla, y es que en no pocas ocasiones se emplea como arma ideológica o como excusa. Los gobiernos aluden a conceptos como seguridad nacional o razón de Estado para escudarse y no dar cuenta de sus actos. Aceptemos que existen estos argumentos, pero también recordemos que cuando se revela la integridad de lo ocurrido hemos visto que a veces, simplemente, se trata de la seguridad del gobernante o de la razón para continuar en el poder. Eso, cuando no se incurre en falsificaciones groseras. Austria condenó al historiador inglés David Irving por negar que existió el Holocausto. Y personajes tan poco dignos de encomio como César Augusto Pinochet o Sadam Hussein levantaron la bandera de la economía o del patriotismo para justificar la persecución de su propio pueblo, para que al final sepamos que su amor a la patria es directamente proporcional a su cuenta corriente.
De un lado está el papel del que mente, pero del otro el del que es engañado, que a veces transige con la farsa por comodidad, aceptando un bien común superior que sirge de actuaciones poco claras.

La verdad absoluta, en la historia, en la ciencia, en la política, en la vida, queda para los otros: para los Pinochos profesionales, a quienes, por mucho que embauquen, mientan o falseen, no les crecerá nunca la nariz.

25 de noviembre de 2008

El diablo sabe su nombre

Mañana a las 6:30 de la tarde, en el Centro Cultural de España, se presentará el libro El diablo sabe mi nombre, de Jacinta Escudos, con la participación de la autora. Espero poder estar por allí para saludarla.
Hoy La prensa gráfica publica una nota acerca de la presentación, que puede encontrarse en este link.

24 de noviembre de 2008

De estampillas y otras matanzas

La semana pasada me llegó una correspondencia, y me dio gusto enterarme, gracias a las estampillas, que hace 82 años comenzó la radiofonía en El Salvador. Hubo otro dato que ya sabía, pero me gustó recordar: que Maximiliano Hernández Martínez fue presidente de El Salvador de 1931 a 1934 y de 1935 a 1944. O sea: las estampillas tienen su parte educativa.
Para ser consistentes con esa vocación pedagógica, en vista de una edición de estampillas no es así nomás, y considerando que Farabundo Martí ya está muy visto, propongo a quien se dedique a esas cosas que la siguiente que se publique sea de Feliciano Ama, el némesis de Hernández Martínez, o sea el líder de la insurrección de enero de 1932 en Izalco y zonas aledañas.
Hay dos fotografías muy llamativas que podrían utilizarse para la estampilla que propongo:

1. Feliciano Ama antes de ser ahorcado por el ejército del cual Hernández Martínez era comandante en jefe (de facto, porque llegó mediante un golpe de estado).
2. Feliciano Ama ahorcado.
Preferiría la primera, para no impresionar a los niños a los que alguien pueda mandarles alguna tarjeta de felicitación de cumpleaños o una tarjeta de Navidad, digamos.
Para los que crean que los niños deben saber desde temprana edad un poco de la historia de su país, y que tienen hígado suficiente para aguantar escenas fuertes (ya ven cosas bastante duras en los programas infantiles de la tele), habría de dos:
1. Proponer que debajo de la cara de Hernández Martínez se pongan treinta mil cuadritos con las caras de los asesinados (aunque según Anderson apenas serían entre ocho y diez mil), a fin de compensar ideológicamente la estampilla.
2. Lanzar una estampilla con una muestra de esos treinta mil, ocho mil o diez mil o los que fueran, como la que sigue:

Así tendríamos dos o varias estampillas interesantes: la del presidente a la que la mayoría de los salvadoreños ahora considera como el mejor que hemos tenido y la de algunos de los que fueron gobernados por él. ¿Podría pedirse menos en estas épocas regidas por el espíritu de los Acuerdos de Paz de 1992?
Igual podrían publicarse algunas más, como una del coronel Monterrosa con El Mozote como fondo, de Mayo Sibrián con alguna bonita estampa del Frente Paracentral de las FPL y qué sé yo. Por favor: no hagan una de Schafik. Es poco fashion. Ni de Hugo Chávez: ya bajó el precio del petróleo y no hay motivo para estar lambisconeándolo. Ni de George W. Bush, otro impresentable.
(Así que 82 años de la radio... Estamos en 2008... 2008 menos 82... O sea que la radio empezó en el país en 1926. Nunca está de más saberlo.)

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He publicado y republicado este post varias veces, porque estaba lleno de errores de dedo y de fechas y qué sé yo, con todo y que estaba viendo los datos en el momento de escribirlo. Moraleja, niños: no escriban cuando están enojados y, si lo hacen, esperen a que se les pase para publicar lo que sea. La cabeza se nubla bieeen feo.

21 de noviembre de 2008

Foro sobre espacios culturales

Mañana, entre las 11 y 12:30, se llevará a cabo en la Casa de las Academias un foro sobre acción cultural autogestionaria, en el que me invitaron a participar para hablar de la experiencia de La Casa del Escritor. Ya sé que La Casa es un espacio institucional, manejado por un ente estatal (Concultura), con lo que en este caso, y por el tema, quedaría como espacio "alternativo" (y de hecho lo es). La convocatoria la hace el Centro Cultural de España.
También estarán Miguel Ángel Ramírez, Paola Lorenzana y Blanca Estela del Castillo. Nos vemos por allá.

20 de noviembre de 2008

¿En Cuba?

En 1974 el gobierno de Cuba invitó a mi padre a visitar la isla en su calidad de "rector en el exilio" de la Universidad de El Salvador. Aceptó de inmediato; si había un lugar que quisiera conocer era Cuba. La invitación incluía a mi madre.
Se armó toda una "leyenda" para su viaje. Se diría que iban a México durante una o dos semanas (no recuerdo el tiempo que estuvieron allá); la visa se las darían en un papelito aparte, para que no apareciera en el pasaporte (en ese entonces los pasaportes salvadoreños traían un sello en el que se decía que no podría usarse para viajar a varios países, entre ellos la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, China, Mongolia y Cuba), y tratarían de que en el aeropuerto de la Ciudad de México, donde harían escala, los agentes de Gobernación no les tomaran las acostumbradas fotos que se les tomaban a todos los que iban a Cuba: usarían lentes oscuros, mi madre un pañuelo que le cubriera la cabeza y todo lo que se pudiera, etcétera. Hasta practicaron, aunque sabían que era por lo menos ingenuo.
No recuerdo si se quedaría con nosotros la abuela Mina o la abuela Carmen; mi hermano Mauricio para ese entonces tendría tres años, mi hermana Ana estaría en los 11 y yo en los 14 o 15; no sería el mejor cuidador para ellos, y garantizo que tampoco pretendía serlo.
Regresaron emocionados. No era que el socialismo fuera lo mejor que hubieran visto, sino que se trataba de otra concepción de vida, del proyecto de algo nuevo. Había esperanzas. Los problemas por los que pasaba la isla eran serios, pero ni de cerca se parecían a la miseria extrema que vivía El Salvador por ese entonces; había un principio básico de igualdad que podía desarrollarse y llegar a buen camino si todo funcionaba como las autoridades prometían y como la población a la que tuvieron acceso deseaba. La cereza del pastel --además de unos discos excelentes de música, incluidos varios de Pablo Milanés, Noel Nicola y Silvio Rodríguez, entonces desconocidos en estos países-- era una foto que ambos se tomaron con Fidel Castro, durante una plática que el comandante tuvo con los rectores centroamericanos que habían asistido a la reunión a la que, precisamente, habían invitado a mi padre. (La abuela Mina quemó la foto, junto con otras cosas, varios años después. Por motivos medio complicados, a finales de 1975 la foto se quedó en El Salvador. La abuela la puso detrás de una estampa grande del Sagrado Corazón de María, en su cuarto. La Guardia Nacional la cateó varias veces, y le divertía que los guardias se persignaran cuando pasaban frente a la estampa. Un día los nervios pudieron más, dejó de divertirse y después de un cateo quemó la foto.)
Por allí de septiembre u octubre de 1975 me avisaron que nos iríamos de Costa Rica, y que había dos posibles destinos: México o Cuba. ¿Dónde pensaba que debíamos irnos? Desde mis 13 años me contaban ya como participantes en las discusiones acerca de ciertas cosas de la familia, y a veces hasta tomaban en cuenta lo que pensara. Así que era Cuba o México, y debía dar mi punto de vista.
Extrañamente mi madre, que era la más pragmática, estaba en favor de irnos a Cuba. Quería vivir "eso", lo nuevo, lo inédito. No recuerdo qué trabajo le ofrecían allá a mi padre. Por documentos que conocí después de su muerte, descubrí que en 1975 comenzó su militancia en las Fuerzas Populares de Liberación "Farabundo Martí"; quizá alguna misión de las FPL, con clases en la universidad para tapar un poco el asunto. La otra opción era una beca del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO, sí; Flacso es otra cosa) para hacer un doctorado en la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM.
Mi padre fue el más sensato. Sus argumentos eran que vivir en Cuba durante dos o tres años --lo que esperaba que durara el "trabajo"-- significaría sacarnos a mis hermanos y a mí de nuestro contexto "natural" y, en esa época, quizá condenarnos al ostracismo o a señalamientos, incluso a peligros físicos, cuando regresáramos a esta parte de América Latina. Estaba también el argumento obvio: si se trataba de pensar en nuestros estudios, aunque Cuba tenía buenos niveles académicos, en México habría muchas más opciones. Pensaba también en mis "problemas con la autoridad" y preveía que esa disciplina no era para mí, o que dejaría de serlo cuando me aburriera de la novedad.
Estaban, pues, los papeles cambiados: mi madre tenía la posición que esperaba de mi padre, y viceversa. Por esos días llegó a casa, no sé por qué artes, el libro En Cuba, de Ernesto Cardenal, publicado en 1972 en México y Argentina por Ediciones Carlos Lohlé. El ejemplar es el mismo cuya portada aparece escaneada allá arriba, y ahora está bastante amarillento y deshojado. Dije que quería leerlo antes de dar una opinión, y en un par de días lo devoré.
Recuerdo mis sensaciones, no mis pensamientos; vaya: tenía 16 años recién cumplidos, y ha llovido desde entonces. Ahora releo trozos del libro y veo que fue escrito de buena fe por Cardenal, aunque era una buena fe bastante dirigida hacia un punto en particular.
Por ejemplo, habla de la represión contra militantes católicos, homosexuales, militantes comunistas "con problemas de actitud", etcétera, y de inmediato hace constar, mediante testimonios, que algunos de ellos están contentos con los "castigos" que reciben, porque creen en la revolución. Supongo que habría quien sí pensara de ese modo, pero dudo que fueran la amplia mayoría, con todo y que era la época donde el futuro pintaba mejor para Cuba. También se nota una tendencia a la que la izquierda militante es bastante proclive: demostrar por qué es excelente algo que de antemano se ha decidido que es excelente. Vaya: el proceso cubano es lo mejor que pudo pasar, con todos sus problemas; sólo hay que demostrar por qué es lo mejor, y cómo los problemas no son tan importantes como las cosas buenas.
El libro me gustó, y lo leí un par de veces más. Tenía mis dudas, pero en general me parecía que vivir "eso" podía valer la pena. A la hora de dar mi opinión, sin embargo, me dolió lo que tuve que decir. Cuba es una isla. De entrar allí, estaríamos por definición aislados, inmersos en un mundo que no conocíamos, pero que se volvería el único. Si íbamos a Cuba, era para vivir Cuba y sólo Cuba, y eso tenía un valor, pero veía que mi padre tenía cosas que trabajar para las que habría mayores posibilidades en México. Por otra parte, no podríamos ver a la familia muy a menudo, a menos que viajáramos a otro país para ver a los abuelos, tíos, primos, etcétera. Podían ir a Cuba pero, al regresar a El Salvador, podían tener serios problemas y sus vidas estarían en riesgo.
No sé qué tanto habré hecho que se inclinara la balanza; al final mi padre aceptó la beca de CLACSO, que era por dos años. Gracias a ella sacó un doctorado en Ciencias Políticas, escribió dos libros (Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador y Formación y lucha del proletariado industrial salvadoreño), fundó el área latinoamericana del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM (lo hizo junto a Rafael Guidos Béjar y Ernesto Richter), armó el proyecto del acuerdo México-Francia y lo trabajó junto con otros en diferentes países y ante diferentes organizaciones y qué sé yo. En lo personal no veo mi vida sin los dos o tres años que estaríamos en México, que se convirtieron en veintitrés, ni la veo sin mis hijos y mis amigos y todo lo que me pasó por allá.
No conozco Cuba. Intuyo que ahora la situación es harto diferente de lo que era en 1975 o 1976. Quizá me gustaría ir algunos días de vacaciones, para ver qué hay, pero creo que no sería el hábitat en el que pudiera vivir con tranquilidad, haciendo lo que me gusta, pensando como pienso y diciéndolo cuando es el caso. Lo que sé es que, a pesar de que de Cardenal sólo me gusta su libro Salmos, releo En Cuba y siento gusto más allá de que esté o no de acuerdo con lo que diga, de que mucho de lo que hay en él se quedó en sueños y qué sé yo. En ese libro está una parte importante de mi vida que pudo ser, y que no fue ni será.

14 de noviembre de 2008

Re-presentación de Los Héroes

Mañana sábado se presentará en el Museo Forma mi libro Los héroes tienen sueño, editado por la Dirección de Publicaciones e Impresos. Será a las 9:30 de la mañana, o sea de matinée. La presentación estará a cargo de Salvador Canjura, con quien armaremos un conversatorio acerca de la novela negra y sus alrededores.
Se trata, más bien, de la segunda edición de la novela. Se publicó por primera vez en El Salvador en 1998, se agotó pronto y ahora sale por segunda vez, con portada nueva y todo.
Si --como yo-- no saben dónde queda el Museo Forma, háganle clic a la imagen de aquí al ladito y allí viene. Me dijeron que está en un pasaje, en la esquina opuesta de la YSU, en la calle a Santa Tecla.
Nos vemos por allí, pues.

13 de noviembre de 2008

Sobre técnica periodística básica

El diario de hoy publica en su edición de este día una noticia que se dio desde ayer en España acerca de una demanda judicial que se promueve también en España. La nota, que se puede leer en este link, comienza:
Dos organizaciones de derechos humanos presentarán hoy en la Audiencia Nacional de España una petición de apertura de un proceso penal en contra de catorce miembros de la Fuerza Armada de El Salvador, por su presunta participación en el asesinato de seis sacerdotes jesuitas, su ama de llaves y la hija de ésta, de dieciséis años.
La querella incluye a un ex presidente, supuestamente por "encubrimiento de crímenes contra la humanidad".
La noticia, según la publica El país de hoy, dice desde el encabezado que "un ex presidente" es Alfredo Cristiani (1984-1989), a quien se acusa de encubrimiento de crímenes contra la humanidad, y que también se encausará a catorce militares.
No voy a hablar de cuestiones legales, porque la justicia española aún debe decidir si tiene jurisdicción en el asunto, si corresponde el encausamiento, si se pide la extradición a El Salvador y si la ley salvadoreña va a aceptar que el asunto procede y cae fuera de la ley de amnistía de 1993 (la Corte Suprema dice que sí, porque fue promulgada en el periodo de Cristiani, y un gobierno no puede amnistiarse a sí mismo). Tampoco voy a hablar de asuntos políticos, porque en los últimos meses todo el mundo está bastante quisquilloso por la (ilegal) campaña electoral. Apenas haré acotaciones acerca de técnica básica periodística.
Según le enseñan a uno en la escuela o en el periódico (donde haya aprendido; a mí me tocó en el periódico), a la hora de hacer una nota, se debe dar información básica en el primer párrafo: qué, quién, cuándo, dónde y cómo. Suena simple, pero no necesariamente lo es, como se ve en la nota de EDH. ¿Qué? Una demanda en España contra catorce militares y un ex presidente. ¿Quién? Primera falta: no se dice que fue la Asociación Pro Derechos Humanos y el Centro de Justicia y Responsabilidad, con sede en San Francisco. Quizá no haya espacio en el primer párrafo para poner todo eso (que podría aclararse en los párrafos siguientes, de preferencia en el segundo), pero debe, en el "dónde", ubicarse el origen de la demanda (San Francisco o Estados Unidos) y el lugar donde se pondrá (Madrid o España). ¿Cuándo? Hoy. Eso es claro. ¿Dónde? Ya se dijo. ¿Cómo? En este caso es difícil decidir qué es un cómo, pero hay algo importante, también un asunto de periodismo básico, que da la pista: la priorización de la información.
En un accidente o una catástrofe o un atentado, la prioridad es para los muertos, luego para los heridos, luego para los daños materiales, luego para los sobrevivientes. Las declaraciones van en último lugar, y siempre se priorizará las oficiales y, como contraste, las que vayan en contra de las oficiales; en tercer lugar, las que apoyen una u otra posición.
En el caso de la nota en cuestión, se recurre a la jerarquía: "un ex presidente" es de mayor rango que catorce militares, y de hecho fue su comandante en jefe, por lo que en principio --salvo pruebas en descargo-- es responsable de las decisiones de los susodichos militares. A la hora de dar la información, como se ha hecho en varias partes del mundo, lo más importante es el juicio a "un ex presidente", y en segundo término el encausamiento a los militares, así en principio sea más fuerte el delito de los militares (crímenes contra la humanidad y, de paso, contra ciudadanos españoles, que en ambos casos amerita demanda según las leyes españolas) que el de "un ex presidente" (encubrimiento de crímenes contra la humanidad y contra ciudadanos españoles: aquí está el "cómo" o su equivalente).
La información que se ha dado a los medios de comunicación del exterior, hasta donde sé, incluye el nombre de ese ex presidente, es decir Alfredo Cristiani Burkard (se menciona los dos apellidos en las notas que conozco), y es un nombre importante: es ni más ni menos que el presidente al que le tocó negociar y firmar los Acuerdos de Paz de 1992. No es cualquier ex presidente. El hecho de que se enjuicie a un ex presidente con esas características es en sí mismo una noticia fuertísima, y no mencionarlo es faltar a la técnica periodística más elemental. Ya verá el lector si toma posición o no, es decir: si está en favor o en contra de que se le enjuicie, si muestra simpatía o no, si se manifiesta en favor o en contra; eso ya corresponde al terreno de lo político, y lo legal seguirá su curso, y ya se verá si ese curso es también político, o no.
EDH dio la noticia, como correspondía hacerlo, y el modo de hacerlo podría indicar cautela política o algo más. Me parece que es una de las noticias nacionales más importantes de los últimos tiempos, y presentarlo en términos tan... uh... poco técnicos es un error, se esté de acuerdo o no se esté de acuerdo con el proceso contra Cristiani. El papel de un periodista o de un medio periodístico no es estar o no de acuerdo, sino reportar. Y el reporte está muy mal hecho.
¿Era preferible que se publicara así a no publicarlo? ¿Era mejor no publicarlo que publicarlo mal? No sé. Según me enseñaron mis maestros, era una noticia que no podía dejar de publicarse, con todos sus nombres y apellidos. Jamás hubiera entrado en esa contradicción.
Hay una priorización sobre la que hay que tomar una decisión: si la noticia más fuerte en el lead (primer párrafo, pues) es que el juicio se promueve por crímenes contra la humanidad, el asesinato de los sacerdotes jesuitas y sus dos empleadas o el asesinato de ciudadanos españoles, que no incluiría a las empleadas y a varios de los sacerdotes. Para el público salvadoreño es importante que se trate del asesinato de los sacerdotes; el que algunos fueran también españoles es un dato importante en términos jurídicos, y un dato interesante en términos periodísticos, en tanto es uno de los motivos de la demanda. Que se trate de acusaciones de crímenes contra la humanidad es mucho más fuerte, pero menos específico. En lo personal, hubiera encabezado con el juicio contra el ex presidente Cristiani por encubrir el asesinato de los jesuitas, en el sumario (el "sub encabezado", si existiera) hubiera puesto que la demanda se hace a través de las leyes internacionales sobre derechos humanos (el protocolo de Nürenberg, digamos, que fue lo que se usó contra Augusto Pinochet) y por el el asesinato de ciudadanos españoles. En el lead cabe todo lo anterior, en seis o siete líneas, sabiéndolo acomodar.
Y no firmaría la nota, porque no fui yo quien generó la información, sino agencias de prensa o las asociaciones de derechos humanos o los medios españoles o norteamericanos o lo que sea. Uno debe saber también su lugar.

12 de noviembre de 2008

Post 800 (y convocatoria nerd)

Eunice llegó ayer a El Salvador y, por fin, pude tomar una foto suya con Valeria. Varias, en realidad. Y las que faltan.
Es la primera vez que viene al país, a ver la parte salvadoreña que le corresponde. Algo importante para el post número 800 de este blog.

* * *

Y aprovechamos este espacio para convocar a los compañeros de La Casa para que lleguen el domingo próximo a la una de la tarde a --precisamente-- La Casa del Escritor. Habrá una filmación bien divertida y los compañeros de video necesitan gente. Si pueden, lleven la camiseta más nerd que tengan, de preferencia con cosas que tengan que ver con la literatura. Si no, con el arte en general. Si no, con lo que sea, pero que en serio sea nerd. Si no, con que lleguen vestidos es suficiente.
Gracias y nos vemos el domingo.

11 de noviembre de 2008

Ciao, amore, ciao


En un mes he avanzado sólo unas cinco o seis cuartillas del mismo cuento, el tercero del libro, y no sé si sea bueno o no. Mi apuesta es que sí; hasta ahora, y con sólo un par de excepciones, mis cuentos --o lo que sean-- no pasan de las cinco o seis cuartillas en total.
El experimento de --por fin-- hacer cuentos que sean cuentos, y que a la vez formen una unidad que semeje una novela, está funcionando sólo parcialmente. Me explico: hasta este libro, sólo habré hecho algunos cuentos que llenarían los requisitos de Poe o de Quiroga o Cortázar --pongamos como parámetro "El cuento breve y sus alrededores", precisamente de Cortázar, que viene en Ultimo round, para que nos entendamos--, y la mayor parte de ellos los he desechado, por previsibles, o porque yo los siento previsibles, que es más grave. En el recuento de daños y sobrevivencias, habré escrito unos cien relatos cortos --mejor llamémosles así--, de los cuales quedan unos cuarenta más o menos vivos, y unos treinta funcionan como quiero. Hay textos que me gustan bastante, como "Cementerio de carros", que es bastante sólido, pero no es un "cuento cuento", en la medida en que no tiene planteamiento, desarrollo y un cierto tipo de desenlace. Hay otros, como "El cubano" hacia los que siento un cierto tipo de rechazo, aunque sé que están bien, y quizá el problema es que se parece demasiado a un cuento, con una historia, unos personajes que se mueven muy bien dentro de esa historia --aunque quizá no podrían funcionar en una novela; es parte de las reglas, o es lo que se acostumbra-- y una estructura bien cerrada. Hay otros que me divirtió escribir, porque tenían retos interesantes, y que ahora leo y encuentro técnicamente impecables, como "Retrato de mujer con canario" y "Ultimos momentos", pero sé que no pasan de ser ejercicios, quizá curiosidades, que bien podrían ser el resultado de un taller de lo más estricto, sin posibilidades reales de salir del taller o de alguna revista. (Sí, se publicaron en revistas.) El problema es que sólo se puede escribir un puñado de ésos antes de comenzar a repetirse y repetir recursos, y caer en la tentación de pensar "Bien, así se hace cuento, y de aquí a la eternidad."
Hay un escritor bastante respetado y querido en México, Julio Torri, que tiene cuentos sensacionales, muy cortos, de un estilo muy suyo, aunque hubo algunas decenas de imitadores de los que no vale la pena hablar. El problema que siempre le encontré fue que, sí, es técnico a morir, y después de los primeros diez o quince textos la sorpresa comienza a desvanecerse y uno empieza a leer los que siguen por encimita, en busca de El Texto, que quizá encuentre, quizá no, pero ya no será lo mismo. Aquí puede encontrarse un cuento suyo, y hallé algunos más, que no me parecieron de los mejores. He escrito ejercicios à la Torri, pero sólo he publicado un par, como "Los bárbaros se van en febrero", obviamente basado en el poema "Esperando a los bárbaros", de Kavafis. No dedicaría mi vida a hacer textos de ese tipo, pero me gustaría hacer algunos más, y que funcionaran.
Y, en fin, me siento más cómodo con cuentos que ni de cerca son cuentos, como "Espejos" o "Un mundo en el que el cielo cae y cae". (Krisma dice que, si uno "se siente cómodo" escribiendo algo, quizá no funcione, que la incomodidad y la necesidad de deshacerse de ella son lo que hace que uno escriba sus mejores textos. Estoy de acuerdo, con las salvedades del caso: me siento cómodo escribiendo novela e incomodísimo haciendo poesía, lo cual es un asunto de vocación, talento y sobre todo de límites y limitaciones.) El segundo tardé por lo menos un año y medio en escribirlo, y no sé cuánto en corregirlo, y es de los que más me gustan, con todo y que tiene apenas un par de páginas. Hay un texto que vengo cargando desde hará unos... no sé... quince o veinte años, y que me gusta así como está, pero sé que es de los impublicables. Me encantaría tener un libro formado por textos de ese tipo, pero no funcionaría, o todavía no sé cómo hacer que funcione. Se llama "23 minutos" y lo he puesto en mi otro blog para... bueno, para que esté allí. Hay un par de versiones más, con datos diferentes, y de una de ellas creí que saldría algo interesante, pero los personajes empezaron a decaer, la historia se volvió predecible y qué sé yo. Fue una de las tantas cosas que uno escribe y terminan olvidadas en un rincón del disco duro o en medio de un montón de papeles en una caja, esperando quizá que algún día las encuentre y use alguna frase o alguna idea o algo.
Para el libro que estoy escribiendo ahora, como ya dije un día de éstos, ya me salió un "cuento cuento", el primero, y funciona muy bien. En el segundo no pude resistir la tentación de ponerme a jugar con tiempo, historias dentro de la historia, cambios bruscos de dirección y qué sé yo. O sea: una estructura abierta que aguanta con todo. O sea: una pequeña novela otra vez, o un texto corto con la estructura de una novela. Aún falta arreglarle detalles --por ejemplo: ¿hay escuelas cerca de donde el protagonista encontró a la muchacha?, y la respuesta es que no, y viene la nueva pregunta: ¿entonces qué rayos hacía allí? o ¿cómo rayos la llevaron allí los que la secuestraron, si los pobres no dan para salir de donde están por su propio pie sin morirse de miedo?, etcétera--, en especial los que tienen que ver con el libro en general, y para arreglar la mayor parte necesito terminar el libro.
Hay una meta aparentemente superficial que me he fijado: los relatos tendrán por lo menos veinte cuartillas. (Una cuartilla: 250 palabras.) Hay otra un poco menos superficial: todos los relatos deben funcionar de manera independiente. Se puede leer cualquiera y tener la información necesaria para que funcione. Me he topado con un detalle interesante: leo el primer texto y allí está la información básica del personaje central y de quienes lo rodean. Leo el segundo y también, pero la información tiene un valor diferente, esto es: los mismos datos llevan a armar una historia previa similar a la del primer relato, pero apuntan en otra dirección, como si se tratara de una vida distinta. Lo mismo para el tercer relato, que es el que estoy trabajando, y en el que sólo he avanzado unas cinco o seis cuartillas en un mes. (Ya van como 18 o 20 en total.)
Tengo claro hacia dónde va el texto y más o menos sé dónde va a terminar. Tengo idea de cómo serán el cuarto y el quinto, y ya sé en qué terminará el último, que será el sexto o el séptimo. Pero aquí viene el problema técnico: todos los relatos ocurren en una tarde, y quizá parte de la noche. Allí se resuelven muchos problemas que el personaje viene arrastrando desde que era niño, o al menos se contesta algunas preguntas, y listo, a otra cosa. ¿Cómo hacer que en un lapso tan pequeño ocurran un montón de cosas lo suficientemente interesantes para hacer seis o siete cuentos, y que a su vez la unidad no se afloje, y que a su vez no sea necesario recurrir a recursos truculentos al estilo de Stephen King, que empieza a sacar muertos de las tumbas, hace aparecer extraterrestres y cosas así cuando la novela no da para más?
Cada párrafo, y casi cada frase, me ha llevado días, y hasta semanas --lo vengo trabajando desde que estaba con el segundo. Anoche logré avanzar un par de cuartillas y descubrí cosas que dan un giro a la unidad y, como siempre, tengo que preparar ese giro desde el primer texto, para que al llegar a ese punto el asunto sea terso y el lector diga "Obvio, yo ya lo sabía", aunque en realidad no lo supiera. Hay que ver también cómo hacer para que esa información no haga que se precise de los demás relatos para entender cada uno. Y así sucesivamente.
Y en ésas ando, y por eso no he escrito por aquí, aunque haya temas más que suficientes. Por ejemplo el título de este post, que es el de una canción que oía a cada rato cuando era niño, y de la cual apenas hace unos días supe la historia. "Ciao, amore, ciao" es una canción de Luigi Tenco, con la que participó en las preliminares del Festival de San Remo en 1967. El jurado decidió que no participaría en las eliminatorias --es decir: que no entraría a concurso--, Tenco se fue a su hotel y se pegó un tiro. Lo curioso es que Tenco, según una película acerca de la cantante egipcia italiana francesa Dalida, que vi porque en ese momento no había nada más interesante en el cable --por ejemplo una cadena nacional o la inauguración de alguna cumbre latinoamericana--, Tenco se tenía por un tipo contestatario, underground, contrario a esas cosas burguesas como los festivales pop y el oropel vacuo. Entró en el juego sabiendo que no lo dejarían llegar muy lejos, y se lo tomó tan en serio que se mató sólo porque ocurrió lo que sabía que ocurriría. (La información sobre la película se puede encontrar aquí.)
Se me ocurrió que en algún momento habrá una referencia a la canción y a Tenco y a Dalida en alguno de los relatos --quizá en el cuarto, porque el tercero ya está en otra cosa--; después de todo, como se recordará, el libro es una especie de autoplagio, para usar un término dramático, y trata acerca del suicidio, si es que trata de algo. La idea salió de una escena del capítulo XII de Trece (es decir el II), de una escena de jugadores de ruleta rusa. Lo que pasa en el libro de relatos viene de algo que no se ve en Trece, porque no viene al caso, y que merecía algo aparte. Me tardé como diez años después de terminarlo en darme cuenta de que allí había "algo" interesante para otro libro.
También se me pasó lo de la elección de Obama; de hecho el día de la elección se me olvidó que debía estar pendiente para celebrar o decir algo como "¡Por fin!", etcétera. Al día siguiente pensé lo que debía pensar: el hecho de que sea negro --o afroamericano, usted escoja-- me parece absolutamente irrelevante en términos prácticos. La diferencia que veo entre él y Bush es que Bush tiene una sonrisa desagradable y él tiene una sonrisa agradable, pero no veo cómo el carácter de una sonrisa va a cambiar significativamente las políticas de Estados Unidos hacia América Latina. Hay algo que es obvio: los demócratas se portan menos rudos que los republicanos, pero no apostaría mi vida a eso. Hay una armazón sistémica sobre la que Obama ni nadie puede --si acaso quiere-- pasar, y para mí seguirá siendo un presidente gringo más. Clinton me caía bien, y hasta me gustaba cómo tocaba el sax, pero hasta allí. Igual fue el primer candidato del Profundo Sur que llegó a la presidencia, e igual era más inteligente y menos troglodita que Bush o Reagan. A lo sumo, nos dejó en paz en ciertos asuntos, pero en lo esencial siguió siendo lo mismo de siempre. También se ha dado en traspolar lo de Obama con la candidatura de Mauricio Funes, y a poner a este último como la panacea que él mismo dice que no es, pero no lo oyen. Si Funes llega a la presidencia, deberá gobernar con muchos de los parámetros actuales, es decir los fijados por Arena durante casi veinte años, de manera pragmática y con mucha de la gente que tiene el know-how, y que no es precisamente de izquierda. En primer lugar, porque otra cosa nos llevaría a un desastre instantáneo; en segundo, porque la izquierda institucional se ha encargado de deshacerse de sus cuadros intelectuales y de pelearse con los que hay, y que podrían ser sus aliados a la hora de los conques.
También murió Michael Crichton, de quien he leído con placer cosas desde hace unos veinticinco años y he visto películas desde la niñez, como La amenaza de Andrómeda o Westworld. El primero de sus libros que leí, y me fascinó, fue El hombre terminal, del que se hizo una buena película con George Segal (uno de los cuatro protagonistas de la versión cinematográfica de Who's afraid of Virginia Woolf?, del dramaturgo Edward Albee, quizá con las mejores actuaciones de Liz Taylor y Richard Burton), y después me seguí con varios libros que me parecieron especialmente inteligentes, como Jurassic Park (la película apenas toma pedacitos, con todo y que es muy buena) y The Lost World. Me parece que clasificarlo como escritor de best-sellers es por lo menos injusto. Pocos escritores han profundizado como él en el tema de la ética de la ciencia, y con tanto acierto. Hay otro libro sensacional que se sale de su estilo y sus temas, Los devoradores de cadáveres, del que se hizo la película Trece guerreros (el título en inglés es más interesante: The 13th Warrior, pero no veo cómo traducirlo y que no quede forzado).
Y murió la cantante Miriam Makeba, de la que conozco apenas piezas sueltos y un disco que sacó Putumayo, además de la clásica "Pata pata". Aparece, por cierto, en la excelente película Sarafina, como la mamá de la protagonista central. Esa película la vi un montón de veces en México, y cuando regresé a El Salvador la vi anunciada, creo que en el 12, como El canto de la libertad. Me puse a verla y... ugh... estaba censurada. Habían borrado las escenas en las que el ejército sudafricano del apartheid reprime a los jóvenes, con varios asesinatos de por medio, y se volaron casi toda la parte en la que los torturan en prisión, entre otras. Eso fue hace como nueve años. ¿La pasarían completa ahora? ¿O a mediados del año próximo? La he visto anunciada un par de veces más en televisión nacional y no me he atrevido a verla; "eso" es más que la mutilación de una película: indica la mutilación de una conciencia.
Y murió el secretario de Gobernación mexicano en un avionazo, en hora pico, cerca de la Fuente de Petróleos Mexicanos. De eso no sé qué decir. No sé si había habido un accidente --si lo fue-- de esa naturaleza antes en la Ciudad de México. Sentí que algo me dolía, y me sigue doliendo.
Y hay más, pero es hora de ponerme a hacer otras cosas. Creo que puedo avanzar un par de párrafos más en el cuento que estoy escribiendo, antes de ir al aeropuerto a recoger a...
¡No se pierda mañana la conclusión de este post! Y, ugh, éste es el post 799 de este blog, o sea que el de mañana debe ser muy especial.

1 de noviembre de 2008

"¡La tele se arruinó!"

Al fin llegamos a un acuerdo: Valeria se ha quedado con el televisor grande, que está en la sala "de adentro" (la "de afuera" es el estudio, y de sala tiene poco), y nosotros con el televisor pequeño, un Sony del año de la canica que era de la abuela Mina y que hemos puesto en nuestra recámara. Eso sí: como la de Vale tiene conectado el cable, nos hemos reservado el derecho de quedarnos con el aparato de DVD, para evitarnos la penuria de ver televisión nacional. (Perdonen la tristeza, que diría Vallejo.)
Nos aventamos tres noches de maratón para ver la primera serie de Jericho (la segunda fue sólo de siete capítulos, perdonen otra vez la tristeza), y estábamos en los últimos cuando oímos el llanto desgarrado (en serio: desgarrado) de Valeria, que veía el canal de Disney (no el Disney Channel, sino el que está en el número 69, lo que son las cosas). Krisma dio el salto y fue a ver qué pasaba, y desde la cama oí otro grito más desgarrado aún: "¡La tele se arruinó!" A renglón seguido, la carcajada de Krisma.
En la pantalla estaba el presidente Saca, en el discurso de inauguración de la cumbre iberoamericana. Técnicamente no se había arruinado la tele, sino la programación; no sé para qué rayos ponen en un canal para niños las cosas de cadena nacional, sobre todo si uno paga precisamente para evitárselas. ¿Libre mercado? Ja. Ya vimos los 700,000 millones que le costó al erario estadounidense la no intervención en los asuntos de la empresa privada, en especial cuando hace estupideces, que no es infrecuente. En otras palabras: no, no se había arruinado la tele, nomás habían interferido la programación de Amnet, como acostumbran.
Así, pues, la Vale se fue a la recámara con nosotros, con su libro de colorear y sus lápices, todavía con algunas lágrimas, y Krisma me echó una mirada. "Sí, qué diablos", le dije. Pausamos Jericho y pusimos el 6. Allí estaba Saca con el discurso de inauguración, y de verdad que tratamos de sacar algo sustancial de lo que dijo, pero sólo había llamados a la unidad iberoamericana y un montón de lugares comunes; quizá no les pagan bien a los que hacen los discursos, porque en serio que lo hicieron leer frases que hace muchos años ya eran viejas.
Dejamos el 6, porque estaba la Sinfónica Juvenil y queríamos ver a mis sobrinas Silvana y Andrea, hijas de mi hermana Lorena, que estarían allí tocando violín y cello, respectivamente.
Y, sí, las alcanzamos a ver: a Silvana muchas veces, de espaldas, y tres veces de frente. A Andrea, metida en un rinconcito y muy seria; así es ella.
Lo del potpurrí latinoamericano estuvo chistoso. Entre otras cosas, y supongo que en la sección correspondiente a Cuba, tocaron un mambo de Pérez Prado. Lo interesante es que Pérez Prado negaba que el mambo fuera cubano, y decía que era mexicano, porque él lo había creado y él era mexicano. Me tocó ver una entrevista en la que le decían: "Pero si usted es cubano..." "No. Soy mexicano. El mambo es mexicano." Y háganle.
En rigor, el mambo se creó en Estados Unidos, hasta donde sé. Allí Pérez Prado trabajó con el percusionista Chano Pozo para --precisamente-- crearlo. O sea que en una de ésas hasta gringo resulta el ritmo, a reserva de que Chano Pozo fuera cubano y Pérez Prado mexicano. Otra curiosidad es que Chano Pozo fue el "co-creador" del jazz latino, junto con Dizzy Gillespie, con la mítica pieza "Manteca". En fin.
Después vino el joven talento pianístico que tocó algo de Franz Liszt (no, Chano Pozo no tuvo que ver con las Rapsodias Húngaras; no había nacido, o seguro también hubiese estado metido en ese ajo). De entrada no me gustó la sonrisa del chavo ni su modo de encarar al público, en el plan de "Miren, soy un joven talento". Me pareció que tenía la mano un tanto pesada para tocar a Liszt, y su actitud me recordó a la de Roger Daltrey (sí, el cantante de The Who) en la mítica película Lisztomania, en el papel de Liszt himself, rodeado de adolescentes que gritaban y langudecían por él, nomás que Daltrey estaba actuando, y el joven talento no. Cosas de la química; a lo mejor toca tan bien como su actitud haría esperar, pero no logré percibirlo.
¡Y llegó Alejandro Fernández! Y allí sí el montón de jovencitas gritaron y languidecieron, que para eso está Alejandro Fernández. ¡Y cantó "El carbonero", de Pancho Lara!
Tenía apuntadores en las dos orejas --sí, eran dos; las conté--, pero algo estaba fallando. Se brincó el tercer verso, creo, el de "con mi carboncito negro", y de repente se trababa en cosas como "chaperno" "copi... ¿qué?" y algunas más. Creo que cantó lo que le dictaban porque así se lo dictaban, en automático, pero salió muy bien librado. Y luego "Granada", de Agustín Lara.
Después de ver la posición oficial salvadoreña con respecto a la juventud (con una pequeña ayuda del arzobispado, why of course), y visto que la producción de Lara, por cantidad, tenía menos que ver con lugares españoles que con lupanares veracruzanos, donde se ganó la cicatriz en la mejilla, consideramos con Krisma que lo correcto hubiera sido que cantara "Aventurera" o, ya en plan metalero, "Pervertida". Quizá el rey Juan Carlos no lo hubiera entendido muy bien, pero de todas maneras no parecía muy divertido, y ya esperábamos que le dijera al Potrillo: "¿Por qué no te callas?" Pero la diplomacia es la diplomacia, y sin Hugo Chávez cerca no tenía sentido.
Después la canción de Parker y los muchachos que la cantaron moviendo las manos como poetisa municipal en velada infantil. En serio: ¿por qué no les enseñan a ser más naturales? Los chavos no tienen la culpa de los vicios de sus maestros, y levantar las caras así, con ese gesto de "mirar al futuro", les va a sacar arrugas antes de tiempo.
¡Y por fin se compuso la televisión! Es decir: terminó la cadena nacional. Valeria volvió a su tele y nosotros seguimos con Jericho, con gente matándose en una época post apocalíptica, amigos traicionando a sus amigos, un agente de la CIA viendo cómo diablos se dehace de un arma nuclear, una niña de 15 años que mata a una mercenaria y, en fin, lo que hace la vida cotidiana.
No vi lo que había en el canal 69 de Disney. Después de la cadena nacional no sé si lo hubiera soportado.