30 de septiembre de 2007

El mundo según Valeria

Cuando iba a aterrizar en el aeropuerto Charles de Gaulle, el jueves pasado, me di cuenta de que la tarjeta de memoria de la cámara estaba saturada. Vi en la pantallita y... uh... allí estaba un montón de fotos que aparentemente no tenían pies ni cabeza. La tarjeta es de 512 megas, divididos en dos secciones de 256, así que me pasé al otro lado. Allí había unas fotos de la tía güera de Krisma y su sobrino. Pasé éstas a la computadora, las borré de la tarjeta y dejé las otras para verlas después.
Hoy tuve chance y las bajé. Son un montón, tomadas a 3 megapixeles --la medida a la que está configurada la cámara--, y fueron tomadas por Valeria sin la supervisión ni el permiso de nadie. O sea que en un momento en que estábamos descuidados la agarró, tomó un montón de fotos, y volvió a poner la cámara en su lugar. Ésta es una antología del trabajo fotográfico --las fotos han sido reducidas-- de una niña de tres años:









¡La muñeca de Vale!

El eusquera y otros taxis

Foto tomada aún en Biarritz, en la última caminata por la ciudad.


Cuatro y media de la tarde en Toulouse. Viaje desde Bayonne --Bayona, pue-- en un tren leeeento, como ya me lo había advertido Alain: no creo que pasara de los 150 kilómetros por hora en sus mejores momentos, pero tampoco que haya bajado de los 120, excepto dentro de las ciudades. Fueron tres horas desde Bayo/na/nne, para más de 400 kms. En Bayo/nne/na me estuve como siete minutos y medio; apenas alcancé a tomar algunas fotos desde el carro, como se ve en la de arriba. El chofer era un cuarentón con pinta de surfer rezagado. Le pregunté si era de Biarritz y, no, es de Lyon, luego vivió en París mientras estudiaba la universidad y terminó en el País Vasco, que le gustaba muchísimo. Medio en español, medio en cualquier cosa, platicamos mucho durante los apenas quince minutos que nos tocó estar juntos.
Medio dormí, medio no dormí, en el tren. Se parecía más a un metro, aunque con todo tipo de asientos y combinaciones de posiciones para los asientos, incluidos algunos con mesita, otros individuales, otros individuales pero enfrentados... Había familias con niños jugando, discutiendo y haciendo cosas de niños. A mi izquierda --yo iba en un individual--, una familia que hablaba en eusquera, con un montón de erres y un acento que al principio me sonó lejanamente italiano. La familia estaba formada por una hija de unos 18 años, un hijo de casi treinta, una mamá ceñuda y un papá que se fue varios asientos delante del mío, solo y serio. Cada vez que abría los ojos y me movía, la señora me echaba una mirada de ladito, en el plan de "No te muevas o te fulmino". No entendí qué hablaba con los hijos, porque el euskera a mí no se me da mucho --y menos el del lado francés de la frontera--, pero me imaginé que era algo así como "Qué bueno que terminaste con esa muchacha, era una lagartona", "Pero mamá, si yo tenía 12 años", "Sí, pero desde entonces se le notaba, ¿viste que nunca volvió a llegar al pueblo?", "Deja a mi hermano en paz, mamá", "Y tú también tienes lo tuyo: ¿qué es eso de enseñar el ombligo y pasarte todo el día con esas cosas en los oídos?, te vas a quedar sorda, y además todos van a decir que eres puta como la novia de tu hermano", "No es mi novia, mamá, nu es puta, ya se casó y tiene hijos", "Ésas son las peores", etcétera.
Toulouse es una ciudad como Dios manda --si es que Dios tiene tiempo para andar dando órdenes acerca de las ciudades, descontando Babel, Sodoma y Gomorra--, con congestionamientos en domingo y edificios viejos y hermosos, las calles del centro un tanto angostas, como las calles de cualquier centro de cualquier ciudad grande. Me pusieron en el Hotel Albert 1er, que por fuera es de ésos que están en la lista del patrimonio nacional; las habitaciones tienen un diseño bastante moderno y audaz. Cómodas, en todo caso, y con internet inalámbrico.
Cuando salí de la estación de trenes, lo primero fue fumarme un cigarro en la calle. Está prohibido fumar en cualquier lugar (excepto en las habitaciones del hotel: "También hay disponibles habitaciones de no fumar"), algo que debe ser una tortura constante para los franceses, fumadores compulsivos si los hay. Mientras fumaba y me despertaba, ubiqué varios taxis, que se fueron rápidamente. Terminé el cigarro y caminé al único que quedaba. Una rubia de más de cincuenta años, delgada y fibrosa, me preguntó si quería taxi. Le dije que sí, tomó la maleta y la echó en la cajuela de un pequeño Mercedes. Otra mujer que estaba allí mismo, más o menos de la misma edad, con una ropa rarísima, empezó a insultarla en términos que no supe o no quise terminar de entender; el contexto es que por qué me llevaba a mí y a ella no. La rubia estuvo a punto de romperle algo, pero me vio, puso cara de "el trabajo es primero" y arrancó. Otro taxi iba llegando, frenó, abrió la puerta y le dijo al taxista: "Nos está insultando. No la lleves." Y el tipo se salió del taxi, se puso a escuchar con paciencia los insultos de la mujer, sonriendo, y en unos segundos la de la ropa rara se fue, derrotada. La rubia se fue el camino hasta el hotel diciendo "Mèrde, mèrde", con un sentimiento que daban ganas de llorar.
Me dejó en la puerta del hotel, me dio comprobante del taxi y listo. Ah: el taxi traía un posicionador global. En la pantallita iba enseñando las calles que había al frente, en los alreredores, en donde fuera. Esquemático el diseño, pero impresionante. La rubia sabía dónde estaba el hotel, pero estoy seguro que, de no saberlo, lo introducía en la maquinita y nos llevaba por el rumbo más rápido. Y uno que es provinciano y no ha visto esas cosas cree necesario poner la mención pertinente.
En la recepción estaba una muchacha a la que empecé a hablarle en español. Se puso nerviosísima, pero su vocabulario y su acento son buenos. Igual se desesperó por el par de palabras que no alcanzaba a decir, y le dije que también hablo inglés. "Yo hablo inglés bien", me dijo muy digna, y siguió con el español.
Y ya. Ahora voy a darme un baño y en un rato iré a cenar algo. Se me antoja comida china. Seguro por aquí hay un lugar de comida china.

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Mañana se inaugura el VI Festival Internacional de Poesía, en el Teatro Presidente. En la inauguración estarán Krisma, Jorge Galán y Eleazar Rivera. Creo que nunca había inaugurado gente tan joven, pero lo merecen, cómo no.
En el Festival habrá dos compañeros de La Casa: Luis Hernández y Loida Pineda. Y algunos amigos, como Américo Ochoa, quien vive en Costa Rica, y Lya Ayala, Esta última es una poeta poco conocida, y sin embargo muy buena. Creo que es demasiado tímida, pero vale la pena conocer sus cosas. En la columna de al lado está la dirección a su blog.
De nada.

Final del juego

Yo creo que uno viene a estas cosas por dos motivos principales:
1. La fama, la gloria vana, el oropel vacuo. (Cf. Les Luthiers.) Debe tener su encanto, pero también debe ser harto efímero: uno sabe quién es, se lo oculte o no, y sabe que hay cosas que no se merece, como la adulación. (Si cree que la merece o la necesita, este punto es para usted. Por favor abandone este blog, que se autodestruirá en cinco segundos.) Cuando se apagan las luces seguro será tristísimo.
2. Conocer gente y, si se puede, algunos lugares.
Ambos puntos no excluyen que uno ande trabajando, pero también hay diferentes modos de asumir el trabajo; hay quienes ni siquiera lo consideran un trabajo, ya sea porque se divierten haciéndolo o porque creen que es privilegio de sangre o derecho inmarcesible o alguna tontería así.
El asunto es que me fui muy formalito con la intención de ver al menos una película de todo el festival (por eso llevo colgado el gafetito), aunque fuera la de la clausura. Además, mañana salgo al mediodía de Bayona --Bayonne, pue-- a Toulouse, y tenía que ver cómo me iba a trasladar a Bayonne --Bayona, pue-- sin riesgo de perderme. No hay mucho riesgo: son diez minutos en carro. Pasan por mí a las 11:35.

En esas vueltas conocí a Veronique, la chava con la que estuve en contacto para mi viaje a Biarritz, y quien hizo la coordinación entre el festival, el Belles Latinas y Cénomane. A pesar de esa sonrisa blindada y franca, es la que coordina todos los aspectos del Festival: desde quién me va a llevar hasta el pago de servicios, la elaboración de los planes y lo que se le ponga enfrente. De febrero a diciembre, su trabajo es el Festival de Biarriz. Muy amable, muy efectiva y con todo el festival perfectamente ordenado en la cabeza, según pude notar.
La foto nos la tomó Ángela Mejías, que así se llama la mitad femenina de los fotógrafos que se pusieron a tomarme fotos ayer, según está registrado en un post anterior. La otra mitad es su esposo, Antonio de Bellonio que, como su nombre curiosamente lo indica, es italiano. Ella es española, de Extremadura, y viven en la frontera entre España y Francia.
Cuando Veronique siguió con lo suyo, fui a ver si ya empezaba la película de clausura, El baño del Papa, del uruguayo Enrique Fernandes y César Charlone. Estaban en la premiación de las mejores películas, etc., del Festival. Se me antojó fumarme un cigarro, y allí iba Ángela --que fuma más que yo-- para afuera.
Le pregunté por qué me habían tomado tantas fotos el día anterior. "Nos gusta fotografiar escritores." Así de simple. No me atreví a preguntarle qué les veía, porque la respuesta sería igual de simple, o sea dolorosa. A lo mejor no. No venía al caso, pues.
La plática con ella y su esposo se puso tan interesante que decidí no ver la película, sino quedarme charlando. Los invité a tomar algo en el bar del cine y se echaron sendas copas mientras yo me tomaba mi primera coca cola... híjole... en días. Antonio insistió en pagar, y pagó: "Cuando vayamos a El Salvador, tú invitas."

Y de hecho ambos están en San Salvador: en estos momentos debe haber una exposición organizada por la Alianza Francesa titulada "Retratos de niños" o algo así; por eso fue que comenzamos a platicar la primera vez. Si es así, no se la pierdan.
Como sea, intercambiamos rehenes: ellos me dierom su libro --el que aparece arriba-- y yo les di varios de los míos, y hasta me pareció que debía darles una camisa, para ajustar, o algo.


Aquí aparecemos los tres: Ángela, yo y Antonio detrás de la cámara. Con la maravilla de réflex que tienen, el pobre no sabía qué hacer con mi Cybershot, pero lo hizo muy bien.
Después, la cena de despedida. Mucha comida, buena comida, toneladas de personas. Hasta hace poco se oían voces, un tanto ebrias, desde mi ventana --son casi las seis--; yo huí a eso de la 1:00, luego de algunas pláticas agradables con varios de los asistentes a la parte literaria y cinematográfica. He dormido por pedazos, pero ya llevo 9 horas en total. Más de lo que había dormido en todos los días anteriores juntos. De verdad pega el cambio de horarios.
Ah: El diario de hoy publicó hace un par de días la noticia de que yo había venido al festival. Puede encontrarse en este link.
Y ahora a dormir de nuevo. Ayer a eso de las siete de la noche me dio antojo de chocolate, fui a buscarlo y...
Aquí todo cierra a las siete, excepto los restaurantes y bares. Ni una farmacia, ni una tienda de nada. Veronique me dijo que, si quería comprar un chocolate, debía comprarlo entre las 10 de la mañana --cuando abren los negocios-- y las 12 --cuando cierran para el almuerzo--, y pues le dije que gracias.
Ya hablaremos más tarde de Toulouse. Ojalá haya internet inalámbrico en el hotel o en alguna parte.

29 de septiembre de 2007

Otra mesa

De izquierda a derecha, François Delprat, Jean-Paul Salgues, yo, Mayra Montero, Alejandro Finzi, Fabio Morábito y Jean Franco.

Para cerrar la parte literaria del Festival de Biarritz, se esperaba al escritor colombiano Santiago Gamboa, quien tuvo problemas para tomar el avión hacia Biarritz.
Lo interesante es que a mí me avisaron desde hace por lo menos seis meses, y mientras el tiempo pasaba los organizadores fueron confirmando y reconfirmando cada actividad, y en los últimos días cada lugar al que debo ir, y cómo. Gamboa vive en París y se desempeña como agregdo cultural, o sea que el tirón era menos grave y las confirmaciones más sencillas. Parece que simplemente perdió el avión.
Como sea, estuvo divertida la plática, que se centró en preguntas que a veces les gustan a los escritores, y a veces las detestan. O ambas.
La primera: "¿Cuál es su motivación para escribir? ¿Cuándo empezó?"
Todos contestaron en serio, pero yo andaba bien desvelado y un poco de mal humor, así que decidí ponerme de buenas, para no perder el tiempo ni las energías en tonteras. Mi respuesta: "Lo que me motivó para escribir literatura fue la fama, la fortuna y el sexo fácil. Lo malo es que a los nueve o diez años de edad no sabía lo que quería decir eso, en especial la parte del sexo fácil. La fana y la fortuna sigo esperándolas." Y así sucesivamente. Eso cambió un poco el ambiente y al rato ya estábamos todos riéndonos con lo que todos decíamos, y casi dos horas se pasaron rápido. Luego, a almorzar, y luego a dormir una siesta larga.
En unos minutos debo ir al acto de clausura del festival, con película y todo.
Ahora unas fotos.


El Casino de Biarritz (sí, un casino de verdad), donde se realizó el encuentro literario y las funciones de música, algunas al menos.

El interior del Casino. Al fondo a la derecha (perdón) fueron los encuentros, tocadas y pláticas.


El atardecer desde mi ventana, hace unos minutos.

Manuel Sorto. Profesión: salvadoreño

A Manuel lo conocí hace veintitantos años en el Distrito Federal. No es que fuéramos amigos, o enemigos. Andábamos en rollos diferentes y no alcazamos a conocernos más allá de algún saludo en alguna fiesta de amigos salvadoreños o alguna plática incidental. Un año de tantos anunció que se iba a Francia, y en efecto se fue. Lo vi un par de veces hace como año y medio, en El Salvador, durante una temporada en la que llegó a tocar base antes de seguir con su vida en Francia.
Ayer, cuando apenas aparecí por el Hotel Windsor, en la recepción me tenían varios sobres. Un par eran del Festival de Biarritz, otro de Belles Latinas --¡gracias!-- y había un sobre blanco sin identificación. Lo abrí. Empezaba diciendo algo así como "Querido Lito". Sólo mis amigos salvadoreños en México me llaman Lito. Era de Manuel, quien quería verme y me daba su número de celular. Ya era muy noche, me fui a cenar y me dio la madrugada, así que pensé llamarlo a primera hora.
Me desperté a segunda hora después de dormir muy poco, y tuve que ir a la presentación de Breve recuento de todas las cosas. En el momento de las preguntas, vi que le daban la palabra a Manuel, y nos pusimos a hacer juegos de palabras a la mexicana --es decir bastante sangrientos--, que terminaron en risas un tanto congeladas de los demás; él y yo nos divertimos. Luego estuvo en el juego con los fotógrafos y camarógrafo mientras me entrevistaban para TV3, y nos separamos a la hora del almuerzo. Quedamos de vernos más tarde, esperando que yo pudiera echarme una siesta después del insomnio debido al cambio de horarios.
Llegó casi al mismo tiempo que José Rosas, un peruano que me entrevistó para Radio France Internationale. Cuando apareció, Rosas dijo: "¡Ah! ¡Ya decía yo que iba a venir el otro salvadoreño en el País Vasco!" En realidad "el otro" era yo, y él era "el salvadoreño" en el País Vasco Francés. Vive muy cerca de aquí, en Bayona.
Como sólo me queda un ejemplar de Viaje al imperio de las ventanas cerradas, de Krisma, después de la entrevista nos fuimos al centro de prensa del festival y sacamos unas fotocopias. Se fue el peruano y Manuel me dijo:
--Vos y yo casi no nos conocemos. Hemos hablado muy poco. ¿Por qué no nos vamos a platicar un rato? Hoy me sorprendió las cosas que dijiste. Conozco Trece, y apenas hace unos días me enteré del montón de títulos que tenés publicados.
Nos fuimos a un café al aire libre y conversamos allí hasta que el frío nos hizo buscar refugio en mi hotel, y seguimos hablando hasta que salía su último tren a Bayona. De todo: de su trabajo en cine en Mëxico, de una pequeña novela que le publicó la UES en 1980, y que me gustó bastante, de los amigos comunes, y nos metimos a la página de La Casa para un tour guiado por algo de la obra de los compañeros poetas. A medio camino hubo que detenerse; estaba conmovido, conteno y a punto de llorar.
Me dejó un libro suyo, recién publicado, Les papiers d'Orléans. Lo leeré hasta donde pueda y lo llevaré a El Salvador, para que circule.


Mientras conversábanos, llamó François Delprat. El escritor que debía estar hoy --29-- en el Festival, el colombiano Santiago Gamboa, no había logrado llegar, por no sé qué problemas con la compañía de aviación. Me pidió que participe, a las 10:00, en un diálogo --¿tetrálogo?-- con los otros escritores presentes en el festival, Fabio Morábito (México), Alejandro Finzi (Argentina) y Mayra Montero (Cuba), en una mesa de emergencia acerca de la literatura en América Latina y el mundo en lo que va del siglo XXI, y sus perspectivas.
Y en ésas quedamos.
Antenoche --o anoche, ya no sé-- conocí a Morábito, y ayer --o cuando sea-- almorcé junto a Montero y platicamos un rato. Ya veremos qué pasa cuando nos pongamos en la misma mesa con Finzi --a quien no he conocido-- y nos den un poco de cuerda. Después, almuerzo, coctel, cena de despedida y el domingo a Toulouse, donde tengo una presentación el lunes.
Dormi poco más de cuatro horas. Me desperté por no sé qué motivo. Publicaré este post y de nuevo a dormir. Espero regularizarme de hábitos en un par de días.

28 de septiembre de 2007

Mesa y fotógrafos

Pues para eso vine a Biarritz: una mesa redonda acerca de mi trabajo publicado en francés --y alguno en español-- con tres académicos, que siempre tuvieron preguntas interesantes, o sea incómodas, o sea que muy bien.

De izquierda a derecha, François Leprat (organizador de la parte literaria del festival), Jean-Marie Saint-Lu, yo, Jean-Paul Salgues y la intérprete, de quien no sé el nombre, ingrato de mí.
Pocas veces habían leído mis cosas con tanta minucia y acierto. Hubo cerca de sesenta o setenta personas en el público, la mayoría bilingües, y al final se habrán vendido unos cuarenta libros en francés y español. El de la librería quería que llevara algunos más en español, y entendí a una señora a la que mi madre quiso alguna vez comprarle toda la fruta que tenía en el canasto: "Si le vendo toda, ¿después qué vendo?"
Entre el público estaba el salvadoreño Manuel Sorto, que es un poco de todo: poeta, teatrero, cineasta, novelista...
Después, una entrevista con el canal 3 de televisión, y un par de fotógrafos que se pusieron a quemar rollo como si fuera lo último que harían ese día, para no sé qué revistas o periódicos.


Y uno será lo que sea, pero cree que la unilateralidad no es democrática, así que les tomé un par de fotos mientras ejercían su trabajo.
En un rato más tengo una entrevista con gente de Radio France Internationale, vendrá Manuel para pasarle unas fotocopias del libro de Krisma y espero poder dormirme unas horas. Estoy molido.
En el ínterin, almuerzo, plática y más plática con los académicos. A la noche hay una cena de pre-despedida, y mañana desayuno, almuerzo, coctail, la cena de despedida.
El domingo, a Toulouse. Ya tengo mi boleto y todo.

Amanecer desde mi ventana



Sabía que estaba cerca del mar, pero no TAN cerca, digamos unos 30 metros. La ventana estaba cerrada y no dejaba pasar el sonido, y además las persianas echadas.
De pronto abrí, y allí estaba esperándome. Eso --y un poco más-- se ve desde la ventana de mi habitación del hotel Windsor. (¿De qué otro modo podía llamarse?)

Charles de Gaulle. Profesión: aeropuerto

Es cierto: una cosa es volar y otra volar en un 747. ¡Qué poder de animal! Quizá otro día hable de eso; ahora hay temas no tan trascendentes, pero sí más urgentes.
Me di cuenta de que estaba viajando hacia otra cultura a la hora de la cena. Sirvieron una miscelánea de cosas que no tenían nada que ver entre sí (pescado con espinacas, un Danonino, lo que fuera con tal de llenar la bandeja); supongo que la idea era que durara mucho y llenara a la gente para que se durmiera, porque un tirón de nueve horas y media no es así nomás. El asunto fue a la hora de servir el pan.
Una y un sobrecargos repartían las bandejas de comida y listo, uno las abría y hacía lo que tuviera que hacer (comer). Pero había un solo sobrecargo encargado de servir el pan, con una canasta forrada con un mantel muy bonito, bastante solemne en su tarea. Asiento por asiento ofrecía la canasta, agarraban un pan y luego ofrecía al que siguiera.
No es que se tratara de un pan fuera de serie; era un pan mexicano, tan bueno como sólo lo puede ser el pan mexicano (de preferencia el de Puebla). Era la actitud. Era de respeto al pan y al que lo tomaba, de respeto a la tarea de repartir el pan. Me terminé el mío y aún me quedaba comida, así que el sobrecargo me ofreció otro, en el mismo estilo, y lo acepté con gusto.
Eso fue como a la una de la mañana. El desayuno fue a las cuatro y media de la tarde, merced al cambio de horarios, tras un sueño que en mi caso fue azaroso; no me gusta dormir en aviones ni autobuses.
Igual: un desayuno con las cosas más disparadas y alguien ofreciendo unos pequeños bollos de pan, igual que la noche anterior.
No sé qué signifique eso; digo que me llamó la atención. Ya habrá tiempo de enterarse.
Luego del aterrizaje y recoger la maleta, a ver a Thierry y a Alain en la entrada (ya había visto antes a Thierry por los ventanales y nos saludamos y todo). Antes de encender el primer cigarro tras una pila de horas de abstinencia, a sacar los libros y revistas que les traía y, claro, a tomar la primera foto, yo con la versión francesa del Breve recuento de todas las cosas, él con la salvadoreña.

Sí, mucho orgullo de ambos, creo, por una amistad y una relación de trabajo que ya va por los veinte años. Por allí debe haber fotos similares a ésta, tomadas en años diferentes, siendo ambos otras personas --y esencialmente las mismas--, siempre con ganas de seguirle y de platicar.
Le traía también algunas cosas a Carlos Ábrego, y le pregunté si podría llegar al aeropuerto por ellas, para no tener que cargarlas --y quizá que se deterioraran-- de aquí al 16 de octubre, que es cuando planeamos vernos para conocer los viejos sitios de mi padre en París. Me dijo que era difícil, por el trabajo, pero que lo intentaría.

¡Y lo logró! Lo habían mandado a una puerta diferente, y casi por casualidad me vio pasar en uno de los tantos y tan largos pasillos del aeropuerto Charles de Gaulle. Fueron cuatro horas de plática bastante agradable, que incluyó una minuciosa explicación de Alain Mala acerca de mi recorrido por no sé cuántas ciudades y por dos festivales (Biarritz y Belles Latinas), además de las cosas que tengo que hacer con él en Le Mans y con Thierry en Reims.
Alain no aparece en las fotos, injustamente, porque a él le tocó tomarlas. O sea que sí está presente, en calidad de ojo.
En el avión de París a Biarritz quedé al lado de un viejo escocés, con acento de viejo escocés, que igual podía ser maestro de escuela retirado que el agente más peligroso del MI-6. Una plática bien agradable acerca de las bebidas de toda América Latina, y en especial del scotch (que en escocia es simplemente whisky). Me dijo que el whisky es el sol que se embotella en los días bonitos para que haya luz en los días sombríos.
Luego, pasó por mí uno de los choferes del Festival. Simpatiquísimo: él no hablaba palabra de español, y yo poco menos de francés. Así que empezamos a darnos lecciones básicas para entendernos, y terminamos botados de risa. En el hotel donde estoy, que desde luego se llama Windsor, me di un baño y pasó por mí François Delprat, el responsable de la parte literaria del Festival, académico de La Sorbona y especialista en literatura latinoamericana, para irnos a cenar. Él estará mañana en el panel donde se hablará acerca de mis libros publicados en Francia, pero hoy nos dedicamos más bien a cenar y a que me contara cómo funciona el asunto. Conocí también al cuentista y poeta mexicano Fabio Morábito, también invitado, y nos caímos bien. De las formalidades pasamos a las carcajadas. Me gusta eso: me he pasado en medio de carcajadas. ¿Qué más se le puede pedir a la vida?
Me dijo el dependiente del hotel --que habla menos español que yo francés-- que no hay más que una computadora en todo el hotel, que sólo la que estaba usando una señora que se queda hasta muy de madrugada chateando y haciendo vaya a saber qué. Encendí la Vaio (que sin duda es verde) en mi cuarto, para estrenar el adaptador y escribir esto en el Word, y resulta que en la habitación hay internet inalámbrico. Lento, pero gratuito. Y aquí estoy, pasaditas las dos de la mañana, casi listo para dormir, pero no sin mandar el reporte de un día larguísimo y lleno de amigos.
Un detalle curioso: aunque lo tengo configurado para que funcione en español, Blogger cambió por su cuenta al francés. Lo dejo así port obvias cuestiones de exotismo.

Injusticia resarcida

Thierry leyó el post anterior y me envió de inmediato esta foto, tomada con su cámara. Allí estoy con Alain Mala, el director de Cénomane. God bless his boots, o como se diga en francés.

26 de septiembre de 2007

Tribulaciones de una escala

Todo empezó en diciembre del año pasado, en una presentación de Treize en la Maison de l'Amérique Latine, según el reporte de Thierry Davo, con constancia fotográfica de Carlos Ábrego. Allí surgió la posibilidad --real-- de que me invitaran al Festival de Biarritz y al Belles Latinas para 2007. Se suponía que debía ir el año pasado, y hubo invitación formal, pero algo se desconchinfló.
Para febrero o marzo de este año me llegaron las invitaciones informales por correo electrónico y, Thierry y Alain Mala (el editor de Cénomane) de por medio, se dieron las negociaciones de fechas, horarios, ciudades a visitar y lo demás. Eso sí, tenía que estar en El Salvador para preparar el cuarto aniversario de La Casa y recibir a Selva Prieto Salazar y Tamara de Anda, nieta y bisnieta de Salarrué, quienes nos visitarán para montar un par de exposiciones de su obra y la de Maya Prieto Salazar, y para tener charlas acerca de su familia. Y, claro, para que Tamara conociera y Selva reconociera después de más de cuarenta años de ausencia. Se suponía que debía quedarme en Francia después de esa fecha, pero no había modo, y accedieron de buen grado.
En mayo me llegó la invitación oficial para participar en los festivales. Ya me había llegado una similar el año pasado, y hasta se había anunciado públicamente, así que no me emocioné y esperé que no volvieran a cancelarme para hacer los debidos trámites en Concultura para que me dieran el permiso y todo lo que se acostumbra. La otra es que, si lo hacía público antes, comenzaría la consabida jodedera de los trolls, más cercana a la envidia que al espíritu ciudadano que dicen representar. Así que todo en su momento, y en su momento tramité el permiso, etcétera.
Luego, lo del dinero, porque allá tengo casa y comida, pero, contrario a lo que dicen algunos imbéciles, Concultura no me paga nada, y menos aún ARENA, la OIE o el Ministerio de Gobernación. La solución vino sola: Alain me daría algún dinero en concepto de regalías por mis libros, que me debe desde hace ya varios meses. Listo.
Donde sí me vi lento fue en lo de conseguir la visa de paso por México hacia París. Lo fui dejando para la semana siguiente, y de pronto era el viernes pasado, me iba el miércoles y la visa me la darían al siguiente día hábil, es decir el lunes. Si algo fallaba, sólo me quedaba un día para maniobrar, una situación incómoda que ya me ha tocado enfrentar más veces de las que quisiera reconocer, hasta ahora con suerte.
Llegué el viernes a la embajada mexicana, con la documentación que decía en internet y alguna más, a eso de las 10 de la mañana. Hubo que llenar una solicitud, esperar muy poco --había a lo sumo unas siete personas esperando--, pasé a la ventanilla y...
Resultó claro que la empleada iba a hacer todo lo posible por negarme la visa, y que no habría negociación posible. Había algo que faltaba según ella y según el rótulo en la pared, pero no según la Secretaría de Relaciones Exteriores, y me dijo que debía regresar el lunes para intentarlo de nuevo. Como amenaza, me dijo que, si no me daba la visa, en el aeropuerto Benito Juárez me pondrían en custodia policial, me meterían en un cuartito y debería pasar allí las horas (seis) que faltaran hasta la conexión con Air France. (El viaje al Distrito Federal sería en Mexicana.)
Y más que amenazarme me estaba dando esperanzas: después de algunas que me ha tocado pasar, seis horas en un cuartito con la policía de Migración no me pareció mal, aunque sí paradójico: tras tantos años en México, con pasaporte, credencial de elector y todo, estar detenido por no tener visa mostraba su lado siniestro o estúpido, según se vea.
Así que con alivio me fui de regreso a Los Planes, con pizza para Krisma y Valeria, y esperé que el lunes pudiera sacar la visa, porque me gusta hacer las cosas como deben ser. Si no, al diablo y al cuartito.
El lunes, pues, a hacer algunas cosas por la mañana, sacar fotocopias de documentos, pasajes de avión, invitación, un estado de la cuenta de ahorros, lo que fuera. Recé --es un decir-- para que me tocara otra ventanilla y otra empleada, y así fue. "Le voy a contar algo", le dije después de darle los buenos días, porque uno a un mexicano debe decirle buenos días a menos que quiera tener problemas, excepto que sean las tres de la tarde o las once de la noche. Le dije que soy un escritor que trabaja para Concultura (le pasé la copia de mi recibo de pago), que me habián invitado a Biarritz (copia de la carta), que tenía los boletos listos (copia de los boletos), que me iría por la Ciudad de México pero regresaría por Miami y que, en fin, allí había más papeles y, si quería cotejarlos, podía mostrarle los originales de todo. Eran más de las 10:30, y la petición de visas cierra a las 11:00, así que no me quedaba el menor margen; de nada podía servirme que me dieran la visa el miércoles entre 3 y 4 de la tarde, porque el avión salía a las 2.
Muy amablemente oyó lo que le decía, vio los papeles que le pasaba, me pidió el pasaporte y me dijo que llegara el martes por la visa. Nada de objeciones, nada más que cordialidad. De allí, a almorzar a Sanborns con una amiga que le mandaba unos encargos a un buen amigo mutuo, y luego a casa.
Hice lo que tenía que haber hecho desde la semana anterior: llamar para confirmar los vuelos. Y eso hice: telefonazo a Mexicana. La empleada me dijo que allí estaban las reservaciones, pero que estaban canceladas, que debía ir a sus oficinas para "reactivarlas". Y pues ya el martes no me quedaba mucho tiempo de nada, y sí bastante trabajo. Y no hubo modo de sacarla de allí: las reservaciones ya no existen, tiene que venir o no viaja. Llamé entonces a Air France, y un empleado me dijo que desde luego que estaba la reservación confirmada, y hasta me dio el número de asiento. Le pregunté por la de Mexicana. "De hecho, el boleto se compró a través de Mexicana. Si tiene problemas en Francia, no debe ir a Air France, sino a Mexicana." Le conté lo que acababan de decirme. "No --me respondió--. Aquí está la reservación y le puedo dar también el número de asiento que le han asignado", y lo hizo. Llamé de nuevo a Mexicana. Me contestó un muchacho, me confirmó la confirmación y me dijo: "Es que usted tiene boletos de papel, y quizá la muchacha que lo atendió no sabe muy bien cómo manejar las reservaciones para boletos de papel." Como crecí y viajé mucho con ésos, mi problema siempre ha sido lidiar con boletos electrónicos: a mí me dan los papelitos o es como si no fuera a moverme de mi casa.
Así que el vuelo ya estaba confirmado, y lo peor que podía pasarme era que no me dieran la visa mexicana y me pasara encerrado en un cuartito en lugar de pasarme encerrado en una cafetería con internet inalámbrico. Nada serio.
Y el martes a las 3 de regreso a la embajada mexicana. Sólo había una ventanilla abierta, y quien la atendía era la muchacha del viernes, la que quería negármela. Estaba hablando con el guardián. Y me cambió la perspectiva. Se veía tan triste... Tan, tan triste...
Le dije que había perdido el papelito amarillo que me dieron, porque Vale se pudo a colorear el cuaderno de pato donde lo tenía metido. "Va de tránsito, ¿verdad?", me preguntó. "Sí." Me dio el pasaporte con la visa, me deseó buen viaje, le di las gracias y me fui.
Antes y después de eso, a trabajar, y luego a preparar lo que debía llevar. Por la noche apareció uno de los editores de Índole con ejemplares de Breve recuento de todas las cosas para llevar a Francia, a modo de presentarlo en los dos idiomas al mismo tiempo. Acababan de salir de la imprenta y todavía olían a tinta y goma. En una rápida revisión resultó que había unos ejemplares defectuosos, los saqué del lote y...
Ahora estoy en el aeropuerto de la Ciudad de México, esperando la conexión de Air France a París. Todo está plagado de internet inalámbrico, pero hay que ser cliente de Prodigy para conectarse. En Comalapa todo fue de sacar la Vaio (que es verde, según he comentado) y listo.
Lo primero que oí fue el acento de la gente. Me fui a comprar cosas --cigarros mexicanos, digamos, y revistas-- en un par de lugares nomás por oír el acento. También platiqué con los de Migración y me sentí, como siempre, en casa.
Mañana quiero tomarme una foto con Thierry y Alain para ponerla aquí. Se suponía que ésa sería la primera que pondría de este viaje, pero lo de Breve recuento me cambió la perspectiva y, qué diablos, cualquier momento es el mejor.
Dentro de unas horas me tocará llegar al aeropuerto Charles de Gaulle, estar con Thierry y Alain unas cuatro horas y de regreso al avión, hacia Biarritz, donde el 28 habrá una mesa acerca de mis libros y la presentación del Brief Inventaire y el Breve recuento. Llevo también unos ejemplares de Cualquier forma de morir, que no están de más.
Nos vemos mañana. Mismo blog. No sé si misma hora.

La victoria, con la lucha armada: FDR

No se espanten: el FDR del que se habla en la nota es el original, no el actual. La fecha es 11 de noviembre de 1980.
Krisma estaba buscando anoche un par de cosas que necesito para hoy al mediodía y encontró el manuscrito de una novela mía, desechada (no sé si pueda arreglarse o usarse algo de allí; ya me enteraré). Dentro del manuscrito venía una inmensa página de periódico de ocho columnas --El día, donde yo trabajaba--, que es el doble del tamaño tabloide, y allí una entrevista con mi padre, realizada por France Presse. (Basta con hacerle "clic" para ponerla a un tamaño aceptable.)
Era duro, el viejo. Desde luego que no sabía --yo, ni casi nadie-- que se estaba preparando ya la "ofensiva final" del 10 de enero de 1981. Por esas fechas acabábamos de fundar Salpress, yo estaba empezando a escribir Historia del traidor de Nunca Jamás y el mundo estaba para comérselo a grandes bocados.


Y, ya que no me lo preguntan, diré algo que pienso del FDR actual: que es un nombre pésimamente escogido, y que me parece que hay que retorcerle mucho al concepto para identificarlo con el FDR original. Es un nombre demagógico. No creo que haya muchos, ahora, que puedan reivindicar el nombre del FDR; quizá Rubén Zamora, Héctor Silva y no muchos más, pero andan en otras frecuencias de onda. Otros han muerto. Otros nunca pertenecieron a él. Los objetivos, los métodos y los tiempos eran otros. No estoy contra el FDR, y mal haría, como no estoy contra el FMLN ni el CD. Es una cuestión de orden, nada más.
El FMLN tenía apenas unas semanas de fundado, como se ve en la noticia que aparece inmediatamente arriba de la anterior:

Supongo que yo mismo habré armado las notas. Aparecieron un martes... Uhm. Poco probable. Mi jefe y maestro, Carlos Vanella, descansaba sábados y domingos, y yo domingo y lunes. Quizá el redactor fuera Nicolás Doljanin, hermano y también maestro de muchas cosas. Unos meses después escribiría, él, un libro que fue muy importante para el pais: Chalatenango: La guerra descalza, después de una visita de un mes a varias zonas de guerra y publicado también por El día, que le dio la vuelta al mundo y ayudaría al reconocimiento del FMLN por México y Francia.
En 1983 Nicolás viajaría otra vez a Chalatenango, ya no como corresponsal sino como participante, hasta el final de la guerra. Ahora vive en Buenos Aires. y ha escrito la que a mi juicio es "la novela de la guerra" que tanto hemos buscado.
Falta un editor. ¿Voluntarios?

25 de septiembre de 2007

Breve recuento de todas las cosas

Por fin ocurrió lo que quería que ocurriera: en el lapso de una semana apareció un libro no sólo en francés (como ocurrió con Instrucciones para vivir sin piel), sino también en español. La primera edición de Breve recuento de todas las cosas es de Cénomane, de Le Mans; la segunda, de Índole Editores, de El Salvador, que en el primer título de su colección de narrativa tiene Olvida uno, de Claudia Hernández, de lo mejor que se me ha dado leer en materia de narrativa. Hace unos meses hablé del libro aquí.
Cuando escribo estas líneas, hace algunos minutos que vinieron a dejarme los primeros ejemplares. La apuesta de Índole es bastante fuerte: Olvida uno es un libro con bastantes conocimientos técnicos y con una exigencia especial al lector. Como diría Cortázar después de pedir todas las disculpas pertinentes, no es para un "lector hembra", un lector pasivo. Y vale la pena enfrentar esas exigencias en el libro de Claudia.
El mío... Híjole... Es el texto más extraño y experimental que me haya tocado escribir. Es de ésos que, al escribirlos, uno goza con dolor, y en este caso en particular hasta con miedo. Tiene partes de verdad sórdidas. Quizá sea, también, mi texto más trabajado en materia de lenguaje y esas cosas. Me parece que es bastante terso, sin importar que hable sólo de cosas terribles, muy terribles, tanto que tardé dos años en terminar un capítulo porque cada vez que me ponía a corregirlo no podía soportar la tristeza y el miedo. Tendrán que leerlo para saber a qué miedo me refiero, porque no lo voy a contar aquí. En La mancha en la pared, aquí, hay algunos fragmentos inconexos, pero que alguna idea darán.
Y, no, nada que ver con las novelas policiales. Nada es nada. Quizá a mis eventuales --y habituales-- lectores este libro los desconcierte un poco, o un mucho. Es uno de los cuatro que --insisto-- he alcanzado a escribir, con la ayuda de todos los demás.
En fin, Breve recuento se presentará el próximo viernes en el festival de Biarritz, en Francia, por Claude Fell y Jean-Marie Saint Lu. (No, no estaré en la presentación de la película para la que no escribí la novela, ni soy colombiano; eso fue hoy.)
La versión en español, hasta donde sé, se presentará en la última semana de octubre o a principios de noviembre. Ya avisaré por aquí.
Toy contento. Muy. En especial de haber visto primero la edición en español, así sabré qué dice cuando Alain y Thierry me den la francesa. Y ambas son ediciones bellas, como las que me gustan, las que vale la pena publicar.

Video de La Casa en festival joven

El próximo jueves, a partir de las 7 de la noche, se presentará --entre otros-- el video Cada quién necesita a su asesino, producido por el taller de La Casa del Escritor, con guión de Carlos Guardado, dirección de Rebeca Torres, etcétera. (Si quieren ver la ficha y un adelanto en baja resolución, búsquenlos aquí.)
La presentación se dará en el marco del festival La 240, y la sede de los videos salvadoreños será la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas". (No dice en qué auditorio, aunque me imagino que en el más grande. ¿Es el Ignacio Ellacuría? Se agradecen aclaraciones.) El video de La Casa entra como ganador del II Certamen Nacional de Video, realizado el año pasado, en la categoría de ficción. Desde luego estarán los videos ganadores de otras categorías.
Felicidades a los compañeros. Es una lástima que no pueda acompañarlos físicamente, pero por allí andará un trozo de mi corazón, que todavía aguanta un rato.
La página oficial del festival puede encontrarse en este link.

* * *

Y lo que son las cosas.
Hoy fui por unos encargos a Metrocentro y almorcé con una amiga en Sanborns. Antes de llegar a media tienda, los letreros: videos y DVDs con un descuento de entre el 30 y el 80 por ciento. Sí, sí, 80 por ciento.
Me puse a ver qué había y encontré un disco del grupo de rock mexicano La Castañeda por tres y tantos dólares y uno con conciertos de Corelli en poco más de dos. En la caja todavía me descontaron más, y terminé pagando menos de cuatro. Había otros, pero prefería ver la sección de películas, y eso hice.
Una de las primeras que encontré --y que pagué de inmediato-- fue El sueño de Arizona, de la que hablé aquí hace apenas unos días, a propósito de mi flagrante desconocimiento de Kusturica y de la canción "La cumbiera intelectual", de Kevin Johansen.
Ahora estoy viendo la película, y disfrutando lo que el olvido me hace ver como nuevo (de allí el encanto de ver una película diez o veinte veces). Apenas vamos en la entrada y ya hay una frase que me gusta, desde luego a cargo de Johnny Depp: "Todos creen que los peces son animales tontos, pero es falso. Son animales muy inteligentes. Lo saben todo. No necesitan pensar para saber qué hacer."


Yo que ustedes me daría una vuelta por el Sanborns de Metro. Por suerte no tenía mucho dinero, o hubiera cometido algunas estupideces más o menos irrecuperables.
Eso sí, me comí una deliciosa milanesa con papas como las que tanto comía por rutina, y que ahora extraño. Mi amiga, unos fetuccini supuestamente a la bolognesa, pero aquello era otra cosa, algo muy mexicano: un buen picadillo con pasta para darle cuerpo. Había chiles en nogada, pero nunca me gustaron demasiado, aunque he comido algunos, en especial en Puebla. El que quiera probar algo verdaderamente exótico, no se los pierda; ésta es la temporada de las nueces frescas.
Al menos hay que saber de qué se trata, y a qué sabe: chile poblano (similar al pimiento o chile verde, pero más rico y picante) relleno de queso, carne molida y nueces secas. Caliente, desde luego. Encima, una salsa de nuez fresca. Helada. Como complemento, granos de granada.

24 de septiembre de 2007

Marcel Marceau, la música y columna

Foto de Yousuf Karsh.

En 1980 estaba en pleno trabajo, en la sección internacional del periódico El día, cuando apareció el editor del suplemento Metrópolis, Lorenzo Ordaz Gómez, para decirme: "Vamos a ver a Marcel Marceau". Le dije que no tenía dinero, que por eso no había tratado siquiera de comprar una entrada, y me dijo que él me invitaba. Sin pensarlo, le encargué a alguien más lo que me faltaba de trabajo --la ventaja de ser el subjefe, así fuera a los 20 años y todos los demás fueran bastante mayores que yo--, tomé mis chivas y nos fuimos.
Llegamos al Teatro de la Ciudad, en la calle de Donceles, una maravilla de edificio, de decoración y de escenario, y le dije que dónde estaban las entradas, o dónde pensaba conseguirlas. Se sonrió y me enseñó su credencial del periódico: íbamos a dar charolazo.
Me pareció poco probable que nos dejaran entrar a los dos, y más aún porque ninguno trabajaba en la sección de espectáculos. Y todavía más porque en ese momento aparecieron dos reporteras de espectáculos y un compañero de la redacción nacional, credenciales en mano. Saqué la mía y nos fuimos a la puerta, donde el encargado lidiaba con varias docenas de periodistas. (Aun no era la hora para que entrara el pueblo en general.)
Usamos la peor táctica: los cinco de El día llegamos juntos y sacamos las credenciales al mismo tiempo. El tipo puso cara de desesperación --ya la traía-- y se rió. "¿Cinco? ¿Están locos?" "Es que es para diferentes secciones", dijo sin mucha convicción el de Nacionales. El tipo nos pidió las credenciales, las examinó, se dio cuenta de que estábamos mintiéndole --odié un poco a Ordaz-- y me las dio a mí. "¿Por qué no nada más me dicen que se quieren colar y nos quitamos de problemas?" "Nos queremos colar", le dije, y los demás asintieron muy solemnes. El tipo abrió la puerta y nos dejó pasar. "No le digan a nadie. Váyanse a uno de los palcos de la derecha." Le dimos las gracias y se quedó peleándose con el resto de los periodistas; ya habíamos visto cómo despedía a algunos por lo mismo que nosotros estábamos haciendo.
El teatro estaba a rebalsar, pero había varios palcos para la prensa, que fue donde nos envió el de la puerta. Nos recibieron unas edecanes, nos dieron los programas de manos y un par de comunicados y nos encerraron en un palco que era precisamente para cinco personas. No hablamos de lo que acabábamos de pasar, porque podía romperse la magia, el tipo podía arrepentirse o nos íbamos a despertar o algo. El asunto es que, después de ver desde niño los documentales y videos de y acerca de Marceau, de haber visto la película muda de Mel Brooks (llamada precisamente Silent Movie) en la que es el único que habla, y lo que dice es "¡No!" (los créditos completos se encuentran aquí), estaba a unos minutos de ver a alguien a uno de los pocos artistas a quienes consideraba genios, y sigo en las mismas.
(Ese mismo año estaría a un metro de Borges y hasta me diría que no me iba a dar una entrevista, María Kodama mediante; suficiente para mí. En el mismo lugar estaban Günter Grass, Allen Ginsberg --quien sé me respondió algunas preguntas--, Octavio Paz, Vasko Popa y otros poetas. También me tocó ver, en Bellas Artes, los dibujos anatómicos originales de Leonardo da Vinci, a Herbert von Karajan dirigiendo a la Filarmónica de Berlín con no recuerdo qué cosa de Beethoven y algunas gracias más. De nada.)
Y apareció Marceau.
Recuerdo vívidamente detalles de la representación, las cosas que había visto en la tele y en el cine ahora a sólo unos pasos de distancia, con un cincuentón que tenía un cuerpo admirablemente sumiso y a la vez vigoroso. El personaje central, como siempre, era Bip, el hombre de la Luna, pero él solo, en ese inmenso escenario, les daba vida también a personajes secundarios con sólo cerrar los ojos y hacer algún gesto con la mano. Magia pura.
Hubo una rutina que me impresionó en especial: la del mesero y sus tribulaciones de mesero. Después de salir del trabajo, el mesero va por la calle, ve a un organillero y se sienta a su lado a escucharlo. En un segundo, el mesero ya es el organillero y toca y toca y toca hasta que se apagan las luces y se cierra el telón. Fin de la primera parte.
A la salida nos fuimos comentando lo que acabábamos de ver con los compañeros del diario, y hasta nos fuimos a tomar un chocolate para el frío. Les dije que me había impresionado lo del mesero, cómo se convertía en organillero y cómo la música se había quedado hasta que ya Marceau se había ido.
Ordaz se me quedó viendo extrañado. "No hubo música", me dijo. "Claro que sí", le dije. "No hubo música en ningún momento." No le creí mucho, porque Lorenzo usa un aparato para la sordera desde niño. Puse a los demás como testigos. "No hubo música", dijeron todos al mismo tiempo, y también de a uno por uno.
Sigo estando seguro de que sí hubo música, pero sólo era para quien quisiera oírla. Para muchos con verla fue suficiente, y no los culpo.
Tuve la oportunidad de ir a verlo cuando vino a El Salvador, en 1999 o 2000, y no quise. Prefería recordarlo en el Teatro de la Ciudad, en una noche de mucho frío y con esa música que no estaba allí. No sé si hice bien, pero gracias a eso conservo estos recuerdos intactos y puedo platicarlos con ustedes.
En fin, que Marceau murió anteayer a los 84 años de edad, según se lee en El país de España. Su filmografía puede hallarse aquí.

* * *

Va la columna de esta semana en Centroamérica 21. Una observación: "desastroza" en realidad se escribe "desastrosa". Es la tercera semana que espero que lo cambien en el titular y ya no puedo más. De verdad, ya no puedo. No puedo. No.

¿La universidad del pueblo?
Rafael Menjívar Ochoa

La doctora María Isabel Rodríguez ha sido una de las personalidades científicas más importantes que ha tenido el país, y como tal era de esperarse que sus dos periodos al frente de la Universidad de El Salvador fueran notables, como lo fueron. Sus logros han sido mayores que los fracasos a los que la orillaron una política opositora no siempre bienintencionada, y una inercia en la que lo académico, por definición, no ocupó la primera prioridad.
Quizá sus apuestas más audaces fueron lograr que se utilizara la UES como sede de los Juegos Centroamericanos de 2002, con lo cual logró que se actualizara una infraestructura casi abandonada desde treinta años antes, cuando ocurrió la primera de una larga cadena de intervenciones militares y, alternativamente, la utilización del campus como un virtual cuartel general de la insurgencia.
Hubo mejoras en lo académico, pero hubo también casos en los que los propios maestros se opusieron a programas presentados por la rectora para el mejoramiento en la enseñanza. Hubo uno en particular en el que se buscaba traer a gente del extranjero para mejorar la planta y a la vez capacitar a los maestros que lo necesitaran. No hubo modo de traspasar una barrera formada por temores personales, basados en la baja preparación de muchos maestros.
Las exigencias salariales y laborales a veces fuera de proporción se sumaron también al boicot contra un vital préstamo del BID, bajo el insostenible argumento de que se buscaba privatizar la universidad, cuando los términos del acuerdo eran clarísimos. Una vez rechazado el préstamo, los opositores se fueron echando atrás en sus alegatos, pero ya era tarde; habrá mucho que quede pendiente para los que sigan, y siempre un daño contra la universidad. Motivos similares a los del rechazo habrá tenido el intento de desarticular el programa de jóvenes talentos matemáticos, otro de los logros de la administración de la doctora Rodríguez.
Hay mucho más que decir, pero lo importante es que, en seis años, la UES avanzó más que en los treinta anteriores. Sin embargo, a la nueva administración le quedan, como retos, varias materias pendientes. Una de ellas es que la UES de la posguerra ha dejado de ser lo que aún se dice que es: la universidad del pueblo.
En términos prácticos, esto significa que cualquier salvadoreño puede estudiar una carrera universitaria de calidad, de acuerdo con sus posibilidades y necesidades, y que la UES le facilitará las cosas si su desempeño es el adecuado.
En tiempos aún no muy lejanos, los horarios de clase eran lo suficientemente flexibles para que los alumnos que trabajaban durante las largas horas del día pudieran encontrar acomodo en algún aula y en cualquier carrera. Recibir lecciones a las diez de la noche era tan natural como hacerlo a las dos de la tarde o las nueve de la mañana, porque ése era el carácter y la misión de la UES.
Ahora ha dejado de ser lo que se llamaría una “universidad solidaria”. Académicos que estudiaron en los horarios extraordinarios a que se ven obligados los trabajadores se han rehusado, desde hace años, a dar lecciones fuera de horas burocráticamente pertinentes, amparados en logros laborales y olvidando cómo llegaron a ser lo que son.
La UES casi se han convertido en una universidad exclusiva para alumnos de tiempo completo. Son las universidades privadas las que cumplen el papel de ser flexibles y dar la oportunidad de que “el pueblo” se eduque, a precios razonables y con facilidades ahora impensables en la Nacional.
Porque también se ha instaurado una irrompible burocracia que pone todas las trabas posibles y necesarias –o innecesarias, según del lado que se vea– a alumnos que desean graduarse. Hay cotos de poder grupales, individuales, a veces partidarios, que se unen y desunen, se alían y se pelean, para obtener un pedazo de esa UES que es de todos, a veces por interés monetario –así sea sólo conservar el trabajo–, a veces por un poco de poder, tan pequeño como el tamaño de su alma, tanto o más nocivo como lo que dicen combatir, que es –curiosamente– que la UES deje de ser “del pueblo”.
El legado de la doctora Rodríguez está allí. Depende de la comunidad universitaria que se conserve y se amplíe, por el bien de todos, no sólo de algunos, y en realidad demasiado pocos.

* * *

Trato de entrar al blog El Trompudo, como cada ciertos días, y encuentro que ahora hay dos requisitos para verlo:
1. Registrarse con la cuenta de GMail.
2. Haber sido invitado a leerlo.
El mensaje está de antología. En la barra del browser, hasta arriba, se lee Blogger: permiso denegado. Y a renglón seguido:

Este blog sólo admite a lectores invitados.

El Nuevo Trompudo
http://cerotazo.blogspot.com/

No parece que te hayan invitado a leer este blog. Si crees que se trata de un error, es posible que desees ponerte en contacto con el autor del blog y solicitar una invitación.

No, no es un error. Más bien es un alivio.
Espero que les funcione muy bien su nueva época.

23 de septiembre de 2007

Yo, el colombiano, y cinco años de taller

En uno de mis periódicos ego trips, me topé con la grata noticia de que voy a estar el próximo martes en el festival de cine de Biarritz, en calidad de escritor colombiano, en la presentación de una película que no se hizo de un libro que tampoco escribí. La nota original se puede encontrar aquí, y el párrafo que reproduzco está al final.


Ahora que, ya siendo francos, me siento mal. Van a tener que esperarme con paciencia, porque el 25 por la tarde estaré en La Casa planeando con Johanna Marroquín varias cosas que tenemos en el próximo mes: un festival de teatro escolar con piezas y cuentos de Álvaro Menen Desleal (se hará en El Mirador de Los Planes), la visita de Selva Prieto Salazar (nieta de Salarrué) y Tamara de Anda (bisnieta) para una exposición que se inaugurará por el cuarto aniversario de La Casa y otros menesteres igualmente emocionantes.
O Johanna se quedará esperándome, y también todo lo que tengo pendiente.
Y mira que me habían dicho de todo, pero nunca colombiano...

* * *

Y estamos de plácemes, como dice el lugar común: se cumplen cinco años del taller de La Casa del Escritor.
De quienes comenzaron, el 22 de septiembre de 2002, hombres y mujeres, sólo quedaron las últimas: Krisma Mancía (con quien alcanzaría a casarme y a tener una bebé), Nancy Gutiérrez, Yuleana Juárez (en la última Cultura se publican textos de las dos segundas; no se los pierdan), Judith Barrientos y Tere Andrade. Ésta acababa de ganarse el premio de poesía de la revista Alkimia y de cumplir 18 años. Unos meses más tarde se sumaría Nathaly Castillo, y de allí no paramos hasta ahora, cuando el matriarcado es mucho menos evidente.
Hay una buena docena de libros esperando editorial, fallos en concursos internacionales, fechas de publicación, etcétera.
Hasta ahora ha publicado Krisma (dos libros), y en diciembre aparecerá en Guatemala, en F&G Editores, la novela Las flores, una maravillita de Denise Phé Funchal, compañera del capítulo chapín de La Casa. De lo demás ya iremos dándonos cuenta. Seguro. Cinco años no es mucho tiempo cuando se habla de la formación de escritores, en especial si son buenos.
Hay una nota buena acerca del taller de La Casa aquí, de René Figueroa. Gracias a él (y a una treintena más de compañeros).
Y eso que no hemos hablado aún de los compañeros de video, los de danza, los de periodismo, los de defensa personal...

22 de septiembre de 2007

Portadas, blogs, V de Vendetta y el miedo

De verdad, como ya dije, no sé si a Thierry Davo le llegan o las busca, o una mezcla ecológica de ambas.
Hace un rato me envió una foto de la portada de un libro llamado Perro, que trae en efecto un perro bien visible, y es extraño el parentesco que tiene con la de mi libro Cualquier forma de morir, publicado por F&G Editores de Guatemala.



Lo curioso es que debe tratarse de algo fortuito. El perro de mi portada existe en no sé qué lugar de la Zona 5 (o una de ésas; no me sé la nomenclatura) de Guatemala. Según me contaron Raúl , el editor, y Estuardo, el diseñador, es un perro viejo y bastante desdentado que vive afuera de una tienda; al fotógrafo se le ocurrió tomarle una foto (obvio) y después presentar varias prouestas de portada, en diferentes estilos y colores, con el perro como protagonista. A mí me gustó más otra, y creí que sería la que se utilizaría:


Además de la anterior (y otra similar, en otro tono de rojo) y la que quedó, había tres posibles:

Mientras las cosas se mantuvieron por correo electrónico, no estuve de acuerdo con la decisión de Raúl, pero me pareció mejor que cualquiera de las tres portadas de perro completo; me producen angustia, y no veía la intención del libro. Cuando lo tuve físicamente en las manos, me di cuenta de que la elegida era la mejor, y no sólo por la emoción de verlo publicado, sino porque... Bueno... Cuando le pregunté a Raúl por qué ésa, me dijo: "No sé. Ésa era." Estoy de acuerdo: ésa era. La intuición es más poderosa que los gustos y que cualquier explicación racional cuando de edición se trata.
El libro aparece en otro color en varios lugares, como aquí, y en todo caso la idea del diseñador y de Raúl es bastante anterior (octubre de 2006, contra marzo de 2007, que es cuando se publicó el libro de Susan McHugh). No me parece que haya sido coincidencia, porque no creo en coincidencias, pero tampoco me parece que haya habido copia o algo así; hay ideas que andan por allí, volando, y quizá a varias personas se les ocurra tomarlas al mismo tiempo.

* * *

Esta noche hubo varios temas de conversación en casa, y se fueron interconectando. Uno de ellos fue el reportaje y el editorial de El diario de hoy acerca del proselitismo político en los blogs. Hace un par de días me llamaron para preguntarme acerca del tema y contesté cosas parecidas a las que aparecen en la nota. A la hora de ponerlas en el papel, como siempre pasa, a la reportera se le fue el contexto, un poco el texto de lo que dije y puso cosas fuera de lugar, como que este blog está en la revista Centroamérica 21. No es que a uno le guste eso, pero se va acostumbrando, con todo y que trata de ser un periodista acucioso cuando anda en ésas.
Una parte del tema de los blogs, el proselitismo, el periodismo y los medios está comentado muy bien por Krisma en su Infierno de imágenes, y la verdad no tendría nada que añadir. Me parece un análisis bastante lúcido de su parte.
Mientras ella terminaba de escribir el post, me puse a ver V de Vendetta por segunda vez, y aprecié mucho más el trabajo de Natalie Portman, así como la actuación --enmascarada-- de Hugo Weaving, el Señor Smith de The Matrix y el elfo en jefe de The Lord of the Rings. (Veo en la ficha de IMDB que también hizo la voz del perro de Babe. Buenísima.)
A media película llegó Krisma y se puso a soltar esas sus frases que siempre dan en el clavo. La que más me impresionó fue: "El pueblo siempre está enmascarado". La dijo poco antes de que todo el mundo apareciera con la máscara de V, y tuvo sentido cuando todos empezaron a quitársela, en el momento de las explosiones finales.
Entre tanto, estuvimos comentando la manipulación mediática que se presenta en la película. "Los periodistas no oyen", dijo, y estuve de acuerdo. Muchos que he conocido, y de manera más acentuada en El Salvador, tienen una idea preconcebida, investigan un poco, hacen llamadas telefónicas (me incomoda que me entrevisten por teléfono, del mismo modo que detesto hacerlo) y al final escriben lo que tenían pensado desde el principio. Para Krisma es parte de la ideologización de los periódicos, y en algo tendrá razón; para mí, en la lógica de que "el discurso es el discurso del poder", los periodistas salen así de la escuela, y sus maestros así les enseñan, y los medios contribuyen en algo, pero en realidad son receptores de algo que en parte han generado; en parte, los periodistas han publicado cosas así desde el principio de los tiempos. (Bueno, no: la objetividad, y a la vez la creatividad, de los periodistas de Altamira y Lascaux son envidiables incluso ante el mejor periodismo actual.) Un círculo vicioso, poca preparación de muchos periodistas --que a su vez reproducen la de sus maestros-- y medios que reproducen lo que en un primer momento generaron. O algo así.
En fin, en una de ésas llegamos a que no sólo los periodistas no oyen, sino tampoco los politicos ni los partidos. Están clavados en su propia textura ideológica y son incapaces de darse cuenta de que detrás, adelante y a los lados hay mucho más que sus egos mesiánicos (en el mejor de los casos). Y eso se refiere a la derecha y a la izquierda y al extremo centro, aunque este último se ha mostrado mucho más racional porque lo necesita para sobrevivir entre dos polos obnubilados por su propia imagen de sí mismos.
Y de repente me di cuenta de algo bien básico, de una lógica bien boba, pero que no puede ser de otra manera.
En el último año y pico se armó una pequeña campaña contra La Casa del Escritor, su gente --Krisma y yo incluidos, y más bien como objetivos principales-- y la gente cercana, que incluía varios postulados básicos:
1. Yo "me invento" a los poetas de La Casa.
2. Yo escribo los trabajos de todos los compañeros de La Casa.
3. Yo escribo los blogs, o por lo menos doy lineamientos, de todos los compañeros de La Casa.
4. Los compañeros de La Casa son talentos "arruindos" por mí, y ya irrecuperables.
5. Estoy metido en todos los blogs salvadoreños que van apareciendo, en especial si tratan de política o de literatura y si contienen ideas que no son acordes con lo que la... uh... ¿diré izquierda? quisiera que pensara o dijera.
Y los motivos por los que me acusan de eso son de una psicología tan elemental que da ternura.
Bajo el riesgo de decir que soy un genio por manejar tantos registros y conocimientos, que van del anime al derecho y la microeconomía, los trolls están mostrando un miedo cerval a algo que es cierto: hay jóvenes muy jóvenes que están escribiendo con una alta calidad literaria --y empiezan a cosechar años de trabajo--, que tienen ideas propias bastante originales, que son capaces de pensar más allá de las consignas y ejercer su oficio a y con conciencia, y cada vez son más y aparecen en donde menos se los espera. Un mundo así, para gente mediocre o simplemente haragana --que es más de lo mismo-- resulta invivible, incomprensible, hostil, porque pone en evidencia que durante años se ha hablado mucho, que mucho de ese mucho es mentira, demagogia o calumnia, y que el mundo --como debe ser-- se mueve con lógica propia. Un modo poco sofisticado de decir "Esto no está pasando", que une a "poetas", políticos, tontos útiles, tontos inútiles, bienintencionados sin preparación y políticos, o una mezcla de todos o algunos de ellos.
Tiene que ver también con lo que escribo en este blog y en mis artículos y libros: debo estar vendido a la derecha y recibir salario de la OIE, Gobernación o Arena porque no digo lo que quieren leer. Y no lo digo porque no es lo que pienso, lo que creo o lo que se me da la gana, que siempre coinciden, no porque esté en medio de una conspiración para molestar a Mauricio Funes (a quien no conozco, y por cierto me gusta su trabajo periodístico, aunque como político me parece bastante regularcito y con pocos objetivos propios), para ayudar a que Arena gane, desprestigiar al FMLN y erigirme en el verdugo --casi casi-- del pueblo en general. (Pueblo: es la definición que los trolls tienen de sí mismos. En realidad no saben a qué huele el pueblo, y si lo supieran fruncirían la nariz, pobrecitos.)
Es mucho más fácil seguir teorías conspirativas, y confirmarlas mediante acrobacias mentales contradictorias (¡ah, la herencia y gerencia del PC...!) con tal de no reconocer que, señores, la izquierda es otra cosa, y ustedes no siempre están dentro de ella. La izquierda es cambio, y están anquilosados. Etcétera. Un ejemplo es que me ponen como parte de un grupo de gente que está preparando desde ya no sé qué planes para las elecciones de 2009. Paolo Luers, por citar a uno, es parte de la conjura. Lo curioso es que, hasta hace un par de semanas, tenía más de un año de no ver a Paolo ni platicar con él, y que lo que escribí en este blog cuando sacaron su columna de El faro fue porque quise, y sin siquiera hablarle para decirle. (Él llegó por su cuenta.)
En fin, hoy voy a dormir un poco más tranquilo: he descubierto que mis imbéciles particulares no sólo lo son, sino que también lo celebran. Eso sí, casi siempre en el anonimato. Todavía no han aprendido conceptos como "honor", "aceptación", "sociedad", "democracia", "socialismo", "comunismo", "pueblo", "gente", "ser humano", y mucho menos el de "izquierda". O consideran que eso es burgués. No los conceptos, sino pensar. Simplemente pensar.

21 de septiembre de 2007

Kusturica y otros cines

Después de un perverso intercambio y revisión de videos musicales, quizá en busca de un himno para La Casa (hay que ver lo que se encuentra entre éstos, en especial en éste, para saber a qué grados llega el ocio humano), una compañera nos dio a conocer una canción que se llama "La cumbiera intelectual", del argentino --como su nombre lo indica-- Kevin Johansen. (Bueno, nació en Alaska, según se dice en su sitio oficial. Eso tendrá que ver con lo de "Kevin".)
La cosa es que apenas con esa canción me di cuenta de que existía un director de cine apellidado Kusturica y, por el contexto, no me dieron ganas de buscar qué había hecho. Coincidió con que en el cable están pasando un documental acerca de él, que tampoco he visto, quizá porque se atraviesan CSI o cosas que me han parecido más interesantes. Por alguna extraña razón, o por algún comentario que oí, lo asocié con Pasolini y con Teorema, una de las peores y más presuntuosas películas que he visto en mi vida, y ya van varias.
En fin, ayer estaba dando una vuelta por IMDB y, nomás por no dejar, puse "Kusturica" y, al ver la lista de sus películas, me di cuenta de que dirigió una de mis favoritas, que he visto cada vez que se me pone al alcance y que siempre me llena de tristeza. (A veces uno va al cine por su dosis de tristeza, si la vida real no proporciona la suficiente.) Se trata de El sueño de Arizona, con Johnny Depp, Faye Dunaway, Jerry Lewis --que me cae mal-- en un excelente papel, y la mejor actuación que le he conocido a Lili Taylor. (De verdad no sé por qué me parece que a esa chava siempre le falta algo. En Six feet under no contribuyó mucho, excepto por lo terrible de su asesinato. Hubo una con Liam Neeson, The Haunting, en la que estuvo bien, pero... híjole... No sé. Más bien como que el papel era muy bueno, y a ella le tocó hacerlo. Cosas de uno; a lo mejor tiene más méritos de los que le quiero ver.)
O sea que bien podría hacerle al cumbiero intelectual, porque ya vi una de Kusturica. Es más de lo que algunos han visto de los directores de los que hablan tanto...
El que no haya visto El sueño de Arizona, que no se la pierda. Y, ya que estamos con Depp, una maravilla que se llama What's eating Gilbert Grape? (traducida como ¿Quién ama a Gilbert Grape?), en la que Leonardo di Caprio hace un papelazo. Sí, el mismo Di Caprio que después haría un pésimo papel en Romeo+Juliet, y que se reivindicaría con otros como Pandillas de Nueva York.
Creo que lo anterior era una introducción para hablar de otra cosa, pero ya lo olvidé.
Sea, pues, por Dios.

20 de septiembre de 2007

Pues no...

Llamé a Amnet y me dijeron que al que le pasa algo es al router, un DI-524 de D-Link que tenía varios meses funcionando sin problemas con dos compus de escritorio conectadas, más la Vaio (que es verde, según he comentado) en modo generalmente inalámbrico. Que el cambio de velocidad no tuvo nada que ver. Que lo que tenía que hacer era conectar directamente la compu a la red. Y lo hice, y funciona a una velocidad pasmosa para los anteriores 512kbps. Reseteé el router (lo más lejos que llego en la materia, además de poner password) y sigue medio zonzo.
Y, como ya dije, no tengo la menor idea de cómo funcionan esas anchetas, así que públicamente le pido ayuda urgente al amigo que me ayudó con la configurada para ver qué se puede hacer y por qué la trae el router en cuestión contra los sitios de Blogspot y La jornada de México, entre otros. Quizá el sábado pueda aparecerse por aquí... De todas maneras tendríamos que vernos, porque después del próximo miércoles pueda haber un --virtual, no real-- black-out de tres semanas, poco más o menos, y hay aún temas que tratar con él y con otros compañeros. (Sí, ya le perdoné a uno el plantón del fin de semana pasado.)
Mientras, todos tendremos que navegar desde esta compu, o conectarnos directamente al sistema. Ya qué.