31 de octubre de 2006

¡Paren prensas!

Pensaba escribir la continuación del post "Arte para todos 1", y de preferencia hacerlo mañana, pero acabo de leer aquí, en el blog The Backyard, una nota de Nora Méndez colocada por Miguel Huezo Mixco que es una maravilla, y hay que dejar constancia. Retrata muy bien cómo funcionan las cosas en el medio cultural en El Salvador, ya sea por lo que ella dice que pasa (que puede tener razón) o por lo que realmente pasa (que a lo mejor no es así). No tiene desperdicio. Es la segunda parte de la nota publicada en el diario Co-Latino aquí hace un par de semanas, y alude a otra publicada aquí por Luis Alvarenga el sábado pasado, más como precisión y anuncio de la antología Trilces trópicos --me parece-- que como respuesta directa a Nora.
Como Miguel puso una tipografía muy fea en el blog que comparte con otros artistas, me permito reproducir aquí el post completo para deleite de los eventuales lectores. Antes de eso, unas precisiones:
1. Que yo sepa, no he insultado a Nora. Hay una alusión a ella en respuesta a un anónimo (¡ah, los anónimos!: ¿quién lo habrá escrito?) en el último comentario a un post que puede encontrarse aquí. En el post se habla de lo divertida que estuvo la plática acerca de Trilces trópicos, en el recital número 200 de los miércoles de poesía en Los Tacos de Paco (gran tipo, Paco), y estoy seguro de que si Nora hubiera estado allí se hubiera divertido tanto como los demás, y de paso a lo mejor hubiera platicado de música o cantado algunas canciones con Manuel Carcache (gran músico, Manuel), su pareja. Le propongo algo a Nora: que me pregunte qué pienso con respecto a ella y su poesía, que lo haga con su nombre y apellido, y con gusto lo haré en este espacio, sin guardarme nada. Si especula, seguramente va a fallar, como ha fallado hasta ahora. (No veo tampoco insultos a ella en el blog de Krisma, pero no me corresponde decirlo, sino a Krisma... si es que se le da la gana.)
2. Desde principios de año llegaron unos libros de cortesía de La Garúa para Nora (entre ellos los que menciona Luis Alvarenga en su nota ya citada), y pedí que le avisaran que pasara a recogerlos a La Casa. No recuerdo a quién, y aquí no se trata de olvido de funcionariote feo: de verdad se lo pedí a alguien y de verdad olvidé a quién. El motivo fue que Krisma estaba trabajando en una escuela y se pasaba buena parte del día fuera de casa, y ella era la encargada de repartirlos, por petición del editor. ¿Por qué La Casa? Pues porque es un lugar para que los escritores hagan sus cosas, entre otras --si lo desean-- dejar sus encargos para que alguien los pase a recoger; ya lo han hecho personas con las que no me he casado, y tanto Johanna Marroquín, los compañeros guardias, don Tomás y yo estamos enterados para entregar lo que haga falta a quien haga falta, justo en el momento en que haga falta. No pasó por los libros en todos estos meses, imagino que porque aún no llegaba la antología. Un viernes de hace un mes --creo; de verdad que no le sé mucho a eso del tiempo--, llamó Nora para preguntar cuándo podía pasar por la antología, y le dije que a partir del lunes. (Había estado hablando con Johanna para preguntar, pero el paquete no llegaba. De hecho apareció uno o dos días antes de la presentación en el Centro Cultural de España, y según entiendo invitaron a Nora. Sí, el paquete llegó a La Casa, como llegan cosas para otros escritores.) También iba incluido, en los libros para Nora, un ejemplar de un libro de poemas de Joan de la Vega, que no es autopublicado, hasta donde he logrado averiguar. No recuerdo tampoco por qué le dije que a partir del lunes; a lo mejor fue cosa de burócrata, pero no creo; algo especial pasaría el fin de semana, o le hubiera dicho que al día siguiente; quizá los libros aún estaban en el correo. Si hubiera creído que era trascendente, seguro lo apunto. En todo caso Nora llegó el martes siguiente, y los libros se los entregó el guardia. ¿Por qué no alguien más, y simplemente el guardia? Porque:
a. Los martes descanso. (Lunes y martes. Lo he dicho aquí hasta aburrir. Con todo, ayer me tocó ver un asunto de unas licitaciones, y hoy estoy trabajando en la edición de los cortos de video.)
b. Es día de ensayo para el grupo de danza de Johanna, y ensayan en El Mirador; no íbamos a pedirle a Nora que fuera allá a hablar con Johanna para que lo autorizara. Hubiera sido una pérdida de tiempo para ella, y una falta de respeto.
c. A don Tomás, el señor que nos ayuda con el jardín, se le murió su esposa por esos días. En lo que menos estaría pensando sería en entregar libros, y quizá hasta lo mandamos a su casa, porque en serio se puso mal. (Don Tomás es todo un tipo. Trabajó con Salarrué durante... híjole... unos veinte años, y se quedó cuidando la casa después de la muerte de Maya, hasta que la compró Concultura. Ahora se encarga del jardín. Tiene unas historias sensacionales.)
d. No hay más personal en La Casa que Johanna, don Tomás, yo y, por supuesto, el guardia.
No le dije al guardia que pidiera recibo de nada, ni Johanna, pero alguna experiencia tendrá don René (así se llama quien le entrgó los libros; el otro es don Carlos) con cosas que entrega y que después se quejan de que no entregó. Es ex soldado, por cierto. Estaba destacado en El Paraíso, pero la ofensiva de 1989 lo agarró haciendo prácticas en la brigada de San Miguel. Las cosas de las que se entera uno cuando ve a una persona, y no a un simple guardia...
3. Krisma Mancía no es ni fue alumna de La Casa del Escritor, y nadie lo es ni lo ha sido. Es diferente un escritor en formación que un alumno, y es diferente discutir de literatura que enseñar literatura; a escribir nadie enseña. Si se refiere a que Krisma pertenece al taller de La Casa, tampoco es cierto: salió en abril de 2003 junto con Yuleana Juárez, que escribe teatro; ambas comenzaron en septiembre de 2002 y en siete meses cumplieron con los objetivos del taller. Desde entonces ambas van por su cuenta. (Esto me recuerda un chisme bien bonito, echado a andar por un famoso crítico: que yo embarazaba a mis alumnas. Falso: además de que Krisma nunca fue mi alumna, quedó embarazada en octubre de 2003, y que yo sepa desde 1987 no "embarazaba" a nadie más que a ella, y tampoco lo he hecho después.)
4. El título de la nota, "Oro por lentejuejas", me parece que no significa lo que Nora supone. Si uno se guía por convenciones talvez arbitrarias, como la gramática, uno lee que recibió oro y sólo dio lentejuelas. En el mejor de los casos, si se quiere retorcer mortalmente la frase, significa que Nora le dio oro a La Garúa y a cambio recibió lentejuelas. (Hasta Góngora se retorcería de dolor con esa interpretación.) Y no creo que los poemas de Nora sean aún de oro, para qué miento. Como dijo Luis Alvarenga, todos los incluidos en la antología (los que más, los que menos) están en proceso de formación, aunque algunos pronto empezarán a dar cosas importantes, seguro. En lo del oro, me da por recordar el primer poema del Canto de guerra de las cosas, de Joaquín Pasos:
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis la piedra,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó alguna piedra.
Vuestros hijos amarán al viejo cobre,
al hierro fiel.
Recibiréis a los antiguos metales en el seno de vuestras familias,
trataréis al noble plomo con la decencia que corresponde a su carácter dulce;
os reconciliaréis con el zinc dándole un suave nombre;
con el bronce considerándolo como hermano del oro,
porque el oro no fue a la guerra por vosotros,
el oro se quedó, por vosotros, haciendo el papel de niño mimado,
vestido de terciopelo, arropado, protegido por el resentido acero...
Cuando lleguéis a viejos, respetaréis el oro,
si es que llegáis a viejos,
si es que entonces quedó algún oro.
Hay unas frases clave en la nota de Nora que me parecen interesantes:
Sólo hay un último hecho que no he revelado y que explica el artículo publicado por Alvarenga. Entre algunos de los autores salvadoreños que aparecen en la antología existen ya tratos de publicaciones individuales con La Garúa. Comprendo que de ahora en adelante será difícil hacer tanto bombo y platillo con dichas publicaciones, cosa que incomodará a los autores en cuestión.
No sabía que otros autores salvadoreños (además de Krisma, que publicó su segundo libro en La Garúa, con premio internacional y todo) estuvieran en tratos para publicar individualmente; me alegra muchísimo y felicito a quien(es) corresponda. De los incluidos, el único inédito hasta ahora, en forma de libro, es Carlos Clará, un poeta excelente, para mi gusto de lo mejor que hay en el país en estos tiempos. Sería genial que empezara publicando allá; aquí tiene la desventaja de ser el editor de la DPI, donde por cierto Nora publicó su segundo libro, La estación de los pájaros, con Carlos como responsable de la colección Nueva Palabra. Si no es él quien publique en La Garúa (o donde sea), hay varios de excelente calidad que lo merecen. Y, conociéndolos, no creo que les interese demasiado el bombo ni el platillo, y no creo tampoco que las denuncias de Nora (sigo sin ver muy bien el punto) les quite la alegría. Por el tono que usa, me imagino que ella no es parte de esas pláticas (habrá que ver si son ciertas; le voy a preguntar a Krisma), y lo lamento en serio. Pero quizá no deba tener prisa ni enojo; a finales de julio publicó tres libros al mismo tiempo, en la Universidad de El Salvador, auspiciados por la Secretaría de Arte y Cultura, dirigida hasta agosto por Manuel Carcache, y a partir de septiembre por el escritor David Hernández. La noticia viene aquí.
Basta de rollo insustancial. Veamos la denuncia de Nora. En serio es excelente, y hasta dejo las faltas de redacción y ortografía para que no pierda estilo:

ORO POR LENTEJUELAS II
Nora Méndez
Sobre la Antología Trilces Trópicos de Joan de la Vega (Editorial La Garúa).

Nunca pensé que mi primer artículo tuviera más respuesta que la de Joan de la Vega, sin embargo en El Salvador todo es posible. Efectivamente con de la Vega hemos aclarado vía correo electrónico algunas de nuestras diferencias, y me alegra que de forma honesta haya admitido por lo menos uno de sus errores. Copio a continuación un correo del cual todos los autores salvadoreños antologados fuimos notificados, como da cuenta la impresión más abajo:
Fecha: Fri, 13 Oct 2006 14:01:44 +0200 (CEST)
Asunto: Una última aclaración...
De: direccion@lagarua.com
A: "Nora Mendez"
CC: direccion@lagarua.com, "LUIS ALVARENGA", "GILBERTO FAJARDO", JORGE GALÁN, KRISMA MANCÍA, OSVALDO HERNÁNDEZ, "SUSANA REYES", CARLOS CLARÁ, noralibertad@yahoo.com.mx

En respuesta al tercer correo enviado por Nora, me siento obligado a deciros que tiene razón en cuanto al primer proyecto. En un principio Pablo García Casado respaldó el proyecto, junto a otro poeta algo menos conocido (aun teniendo en su corta carrera el Premio Nacional Miguel Hernández). Este último, cuestionó la calidad literaria de todos los integrantes de la antología y no coincidíamos nunca en la elección de los poemas. Con Pablo fue distinto, acababa de tener un niño (septiembre de 2005, si mal no recuerdo) y esto le supuso ir retrasado en la lectura de los textos como en la elección de sus integrantes. Si no hubiera clausurado su colaboración o bien no habría antología (por cierto, la antología del susodicho cipote cuesta algo más de 5.000 euros y de aquí a unos meses llegará a Costa Rica, Panamá, Honduras, Nicaragua y Guatemala) o bien hubieramos retrasado su publicación un año y medio más, como mínimo. Este cambio de rumbo fue doloroso porque no quería enemistarme con dos poetas amigos: Pablo García Casado y Andrés González Castro.
Igual de doloroso es que te acusen de algo contrario a lo que uno acaba haciendo: apostar por un proyecto difícil y costoso del que nadie quiere hacerse cargo. Con gusto os enviaré a todos sin excepción las noticias que vayan surgiendo. Por ahora os informo que a la semana de ser editado, el diario EL PAÍS publicó en su suplemento de cultura (BABELIA) una breve nota sobre la antología. A pesar de ser breve y de trato injusto, os informo que es el suplemento más importante de mi país y también la primera ocasión en la que la editorial sale "reseñada" por este medio dominado por una de las familias económicas y políticas de España.
un saludo a todos,
joan de la vega
Cito al propio de la Vega para que de una vez quede claro al lector lo que estamos discutiendo. Desgraciadamente en nuestro país no existe respeto alguno a los protocolos de discusión ni valoración de una denuncia clara y demostrada con fechas y hechos. Se tiende por regla general a responder con insultos (hablo de los comentarios publicados por Rafael Menjivar Ochoa, Director de la Casa del Escritor de CONCULTURA y Krisma Mancía, esposa de Menjivar Ochoa y estudiante del Taller de la Casa del Escritor, en sus respectivos blogs) o con argumentos evasivos que confunden la parte con el todo y los problemas colaterales con los de fondo (me refiero al artículo publicado en el Suplemento Tres Mil diario Co-Latino http://www.diariocolatino.com por Luis Alvarenga, Director de la Revista Cultura de CONCULTURA y autor que también aparece en la antología en discusión).

El asunto en cuestión.
Aunque en el correo de la Vega aclara que tengo la razón sobre el “primer proyecto” no deja constancia de que nunca conocí un segundo proyecto. Mi denuncia es precisamente esa: la mentira sobre el proceso y condiciones de la antología. En dicho correo electrónico además de mencionar el cambio de planes, queda claro que los poetas mencionados en un principio como los encargados desertaron de participar en la antología y lo que es peor, uno de ellos: Andrés González Castro, se negó a realizar la selección, análisis y prólogo por falta de calidad en los trabajos enviados. No obstante de la Vega continuó solo y se “olvidó” de informarlo, por lo menos a mi persona, no puedo hablar por nadie más como he dejado claro desde un principio.
¿Por qué no atrasó el año y medio más la publicación amen de que saliera como se había planificado?, ¿Por qué nunca me informó? ¿ De quién era la prisa?. Luego de leer el artículo firmado por Luis Alvarenga, quien pese a fungir como editor de una revista a la cual suponemos seria, este hecho no le importa y ni siquiera hace mención al punto ni a las aclaraciones que diera recientemente de la Vega. Me parece extraño porque queda claro que conoce el correo citado. Asimismo de la Vega comenta que la publicación será distribuida en varios países de C.A. excepto en El Salvador. ¿Por qué? Es una pregunta que aún no responde.
Lo que sí agradezco a Alvarenga es la cita minuciosa de todas las deferencias que para con él tuvo de la Vega. Debo decir que esto me deja en claro que en determinado momento mi persona fue marginada. No supe que los términos habían cambiado, no pude entonces seleccionar mis poemas y revisarlos y lo que es peor no se cómo de la Vega llegó a colocarme dos años de Licenciatura en Ciencias Jurídicas en mi currículo. Sospecho cómo y por qué en mi caso se dieron todas estas “particularidades”, pero no lo citaré pues no tengo pruebas de hecho que lo confirmen, aunque la entrega del ejemplar dos meses después tras un engorroso proceso burocrático impuesto por el Director de la Casa del Escritor que culminó en la entrega por parte de un guardia de seguridad que me exigió un recibo firmado, así como la falta de comunicación sobre la presentación de la antología por parte de Krisma Mancía en su calidad de encargada, son hechos que hablan por sí solos.

Primera repercusión de la antología auto publicada por de la Vega.
El mundo editorial está plagado de personajes que en su afán de sobrevivencia no tienen la capacidad de cumplir con los acuerdos pactados con los autores o simplemente no les importa. Creo que Joan es de los primeros, que tal y como aclara Alvarenga en su artículo cuenta con una editorial con apenas 2 años de vida (a mi me contactó entonces en sus comienzos). Y que, contrario a lo que afirma Alvarenga en un arrebato de escritor o inconsciencia completa, sí se ha valido de su propia firma para auto publicar: TRILCES TROPICOS es la prueba, o se le olvida a Alvarenga que la antología es de de la Vega?
Sobre el prólogo o nota introductoria lo que llama la atención son dos cosas básicamente: la falta de un objetivo más allá de presentar el hallazgo de estos poetas (debo decir que en el caso de El Salvador proporcioné todos los datos de la gente contactada) y el reconocimiento del autor sobre su total ignorancia sobre el panorama literario en América Latina: “A esto se le suma la dificultad que supone averiguar de primera mano las tendencias o voces que están surgiendo en estos momentos desde cada uno de los puntos del vasto continente. Se debe lamentar, entonces, esta situación de desconocimiento mutuo, de ausencia de puentes entre autores jóvenes españoles y centroamericanos, a pesar de los nuevos canales de comunicación en red.” Pág. 8 , dato que se contradice al enunciar: “Se recogen los nombres que cada crítica de cada país ha destacado, así como otros aún inéditos...” y “No responden a un simple perfil pseudo-izquierdista con el que nos hemos acostumbrado a observar y catalogar a los autores americanos...” Pág. 9. Leyendo esto, no es de extrañarse que el suplemento Babelia del diario El País (según la noticia que envía de la Vega y que reproduzco más abajo) haya lanzado una dura crítica a la falta de referencias de la nota introductoria de de la Vega. Me extraña que Luis Alvarenga no haya hecho notar este punto siendo como es de todos sabido que se dedica a la investigación literaria y a la dirección editorial de la Revista Cultura. La tradición española del libro es rigurosa, cualquier libro serio editado en esas tierras está precedido de un estudio formal y completo, incluyendo a veces datos del entorno socio-histórico del autor y de la obra. Me extraña que Luis Alvarenga siendo ícono de la nueva “clase” intelectual salvadoreña, reste importancia a un hecho como éste. Pero ya dije, en El Salvador todo es posible como en la dimensión desconocida. Sin embargo el suplemento BABELIA no quiso ser injusto con los autores y rescata la madurez en el trabajo de Jorge Galán, enhorabuena. A continuación reproduzco la nota enviada por Joan en formato PDF y que Alvarenga únicamente menciona.
“Poesía emergente en Nicaragua y El Salvador, es el título de esta antología de poetas centroamericanos de entre 20 y 40 años: entre otros, Camilo Amaru Abarca, Carlos Clará, Alfonso Fajardo, Krisma Mancía y Susana Reyes. Trece autores precedidos de una introducción en la que apenas se nos informa que han superado el virus político que aquejó a sus mayores. Entre todos destaca la voz madura de Jorge Galán. R.B.”
Por mi parte deseo aclarar que busqué en el sitio de internet del periódico El País la nota referida, pero me fue imposible encontrarla.
Sólo hay un último hecho que no he revelado y que explica el artículo publicado por Alvarenga. Entre algunos de los autores salvadoreños que aparecen en la antología existen ya tratos de publicaciones individuales con La Garúa. Comprendo que de ahora en adelante será difícil hacer tanto bombo y platillo con dichas publicaciones, cosa que incomodará a los autores en cuestión.
Como no escribiré una tercera parte de Oro por Lentejuelas, pues todas las pruebas han sido dadas, sólo me resta decir que debemos elevar el debate cultural a un análisis exhaustivo de las causas y efectos. No se trata de envidias ni personalizaciones nocivas. Ubicar cada cosa en su lugar y ubicarse, ayudará a evitar que el panorama literario se vuelva un mundo de espejos donde sea imposible reconocer la verdad. Austeridad pediría a nuestros egos y sed a nuestro conocimiento.

Arte para todos I

Poco después del triunfo de la Revolución Mexicana ocurrió un fenómeno interesante e importante para la popularización del arte: las Escuelas de Pintura al Aire Libre, que tuvieron su auge en los años veinte, aunque siguieron funcionando hasta los setenta. (Hay aún algunos parques, como el del Momumento a la Madre, del Distrito Federal, en el que llegan artistas aficionados a pintar y a vender sus obras.)
Cientos y miles de mexicanos que antes no tenían acceso al arte no sólo podían ver (gratis o a muy bajo costo, y hasta la fecha) las obras de los mejores pintores mexicanos y universales, sino que también tomaban el pincel y experimentaban el arte por mano propia. Eso era lo bueno. Lo malo era que formaba parte de todo un programa político que --como todo programa político-- esperaba resultados tangibles, y de preferencia rápidos; aquí hay una reseña en la que se habla mucho de eso, desde el lado de la apología.
La cosa hay que verla desde dos ángulos: el del gobierno revolucionario y el del forjador del proyecto, Alfredo Ramos Martínez, tan alabado como criticado, y a veces criticado sin piedad. Para Ramos --intuyo-- el simple hecho de poner a la población en conctacto con la pintura ya era trabajo suficiente, y quizá de allí saldrían algunos --sólo algunos-- pintores profesionales, que de las Escuelas pasarían a las academias de San Carlos o La Esmeralda. Y así fue. Una visitante más o menos eventual de las Escuelas, María izquierdo, logró colocarse entre los más importantes pintores mexicanos (aquí hay un cuadro de ella; una búsqueda rápida en Google dará muchos más resultados); también trascendió Rosario Cabrera, técnicamente más interesante, como puede apreciarse aquí. (El afán de poner las cosas en montoncitos ha hecho que ambas hayan quedado relacionadas con Frida Kahlo, quizá la menos interesante de las tres.) El resto de los alumnos --amas de casa, obreros, estudiantes sin más interés que pasar un buen rato y aprender algo nuevo-- sabrían un poco más de arte, visitarían los museos, educarían un mejor a sus hijos y serían personas con un criterio más amplio hacia el arte y hacia la vida en general.
Sin embargo para el sistema, en un primer momento, las Escuelas eran el semillero para la creación de "un nuevo arte" nacional, nacionalista y popular, y asi se presentó e impulsó. Y, como todo "nuevo arte" impulsado como cosa oficial, tuvo un serio problema: todos pintaban igual. Las implicaciones son serias: "pintar igual" era lo revolucionario. Y obtener obra rápida era importante, así fuera toda igual. El resultado fueron muchísimos cuadros hechos en el más puro --literalmente-- estilo naïf, y de los cuales era casi imposible distinguir a algún autor en particular. El pueblo expresándose --también literalmente-- como una sola persona. Junto con el naïf vino la "teorización" con respecto a lo que se estaba haciendo, y partió de los propios alumnos: el rechazo a toda forma de academicismo. Esto es: el rechazo a algo que la mayor parte de los alumnos aún no conocía, y por lo tanto no tenía elementos de juicio para rechazar. Lo interesante es que Rosario Cabrera era de las más acérrimas defensoras de los talleres, pero también de las más dotadas técnicamente, y que dejó de producir obra cuando aún no llegaba a los treinta años.
Y no es que el naïf tuviera nada malo, ni los "academicismos"; su principal cultor, Henri Rosseau, armó toda una obra con un estilo que hasta ese momento era original y nuevo. Poco después de las Escuelas de Pintura al Aire Libre, hubo en Alemania un surgimiento (quizá una moda) del naïf, que dio obras muy lindas, y no mucho más. Aquí hay una interesante página que habla de la pintura naïf, aún viva y aún rechazando los academicismos (que me parece no era el objetivo de Rousseau, sino hacer arte). Igual hay muchos naïf que tienen cosas impresionantes, para qué mentir, pero después de una formación que los ha llevado a "eso" por opción, no por carencia.
Por suerte el gobierno mexicano, más interesado en la consolidación del aparato político, se olvidó pronto de las Escuelas y éstas cumplieron su papel. Lo mismo pasó en otras artes, como la literatura. Hasta la fecha, la Secretaría de Educación Pública y los institutos de seguridad social imparten talleres en todas partes (a mí me tocó dar uno del ISSSTE en un multifamiliar y otro en una correccional de menores, allá por 1985), y no veo que tangan más objetivo --ni lo necesita-- que dar felicidad a personas que quieren hacer un poema para la novia, un trabajo para la escuela o un regalo para el ego.
La Unión Soviética, en ese sentido, funcionó en dos niveles: por un lado, el aparato impuso modos poco artísticos de hacer arte. Llegó a castigar a los que hacían "arte burgués", y de hecho a los que destacaban por su originalidad, pero por otra parte dotó a la población en general de herramientas importantes para su crecimiento personal: exposiciones de pintura universal en el metro, millones de pianistas amateur de buena calidad, miríadas de ajedrecistas y bailarines... Si se trataba de llevar el arte a las manos del pueblo, la URSS lo logró; si se trataba de formar artistas de alta calidad, se dedicó a destruirlos o mediocrizarlos activamente; las sanciones contra Jachaturián o Shostakovich son parte de la historia universal de la infamia, ni qué decir de las "purgas" contra los libros de Dostoyevski, que apenas a finales de los años setenta comenzaron a publicarse después de más de medio siglo. (De China prefiero no hablar. Me deprime.)

-----
Estoy armando un corto de video que filmamos el pasado sábado. Divertidísimo. Es parte de una pequeña serie que se llamará Tres historias levemente psicópatas. Estoy usando un acabado de cine de principios de los años veinte, con letreritos y todo. El sábado filmaremos la segunda historia, y a ver si la tercera. Cada corto no debe durar más de un par de minutos. Quería ver si se podía usar a Bach como fondo para una película muda y, sí, el hombre da para todo, sobre todo si está Glenn Gould al piano.

28 de octubre de 2006

Los del sánscrito

Desde que terminó el V Festival de Poesía han estado llegando noticias informales de varios lugares y de varias personas y grupos ligados al quehacer literario en el país. Chismes, pues. O más bien: el reporte de chismes, porque en general llegan con pruebas. Están los de siempre:
1. La Casa del Escritor es un lugar cerrado al que sólo pueden entrar algunos, y esos algunos son los que a mí se me da la gana. Y no. Todos los que están ahora en activo en el taller un día aparecieron, se sentaron, comenzaron a participar y se quedaron. El que menos lleva como tres o cuatro meses; el que más, dos años y pico. Eso sin contar a los compañeros de Guatemala, tres de los cuales ya terminaron su unidad. Hay algo cierto: el índice de deserción es inmenso en relación con una escuela, aunque es muy bajo para los resultados: de cada 10, se quedan 3. Hay una ley no escrita, que es como una ley de la vida: el que llega más de tres veces, se queda. Si se han quedado (y algunos ya terminaron lo que debían terminar) unas 35 personas, hay dos modos de ver las cosas: que se fueron setenta y tantos o que nunca ha habido un taller con tantos escritores que sí escriben, o en ésas andan.
2. Los tallerista de La Casa son burgueses y la mayoría estudia en la Universidad José Matías Delgado. Respuesta: Sólo Rebeca Torres (que no está en el taller de letras, sino en el de guiones y video) estudia en la Matías, pero ya va a terminar, así que no la agarren contra ella. Trabaja en la Corte Suprema de Justicia recibiendo demandas, y supongo que con eso se paga sus estudios. La mayoría estudia en la Universidad de El Salvador, un par en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" y hay algunos a los que les gustaría tener la oportunidad de estudiar. Ahora que burgueses, lo que se dice burgueses, no hay, la verdad. Ah: y Yuleana Juárez, que por las mañanas trabaja como instructora de aerobics. Se le va casi todo en la colegiatura.
3. Los de La Casa escriben bien, pero escriben todos igual. Respuesta: Si leyeran los poemas de los talleristas, se darían cuenta de que no es así, pero los chismes no necesitan de conocimiento de causa, sino de mala fe. Quizá hay una explicación para los que por casualidad hayan leído algo antes de hablar: uno tiene un cierto grado de comprensión de las cosas, y a partir de allí todo es sánscrito. Pues bien: aprendan sánscrito. Un amigo tuvo una vez un lapsus y dijo que Vilma Osorio y Roger Guzmán (que acababan de estar en el mismo recital) escribían igual. Sánscrito puro, porque de tres poemas de Roger sale toda la obra de Vilma; sus imágenes son harto diferentes; Vilma es de una suavidad conmovedora, mientras que Roger es un Gene Krupa de la poesía, y ya no digamos Mario Zetino con su métrica estricta, Tere con su hermetismo, Krisma con su infierno de imágenes, Herberth Cea creando y destruyendo galaxias, Alberto Quiñónez y su música a la San Juan de la Cruz, René Figueroa y las cosas pequeñas en las que nunca nos fijamos, Ana y sus cinco o seis versos que quitan el aliento y uno no sabe por qué... Cualquier duda, váyanse a la página de La Casa, que está aquí por cortesía del gran amigo Salvador de la Mora.
Luego vienen los chismes más específicos:
4. En el V Festival Internacional participaron diez poetas de La Casa porque tengo influencias. La verdad es que tampoco. La gente de La Casa empezó a participar en el III Festival: estuvimos Krisma, Tere Andrade y yo. (Sí, ya sé que yo no tenía nada que hacer allí, pero hice lo mejor que pude. Todavía me piden que mande poemas aquí y allá, y desde luego que no lo hago, porque presenté fragmentos de novelas que parecían poemas.) En el IV estuvieron Roger y Vilma. En el V, si me preguntaban por alguien, estaba pensando sugerir a Alberto o Herberth y a Nathaly Castillo. (Nathaly no participó en el V por razones bien bobas que no tuvieron que ver con ella, con su familia ni con La Casa. Ya hablaré de eso.) De repente me pidieron trabajos de gente de La Casa, les di lo que tenía a la mano ese día (unos siete poetas) y, después de revisarlos, me preguntaron si había diez con esa calidad. Les dije que sí. "Pues van diez", me dijeron, y listo. Nada de "¿Qué vamos a hacer esta noche, Paulina?" "Frustrar a todos los poetas que sí merecen estar en el Festival." Me imagino que el próximo año participarán menos, si es que participa alguno. No me corresponde a mí decidirlo, sino a la Fundación Poetas. Si no hubiera habido 10 poetas con calidad para el festival, digo que no los hay, punto, porque no voy a mandar a morir a gente desarmada. Y creo que no hay influencias que valgan --y en este caso no las hay-- ante una obra de calidad.
5. El debate entre generaciones fue un desorden y un fracaso. Je je. Para nada. Creo que todos los escritores nos divertimos bastante. Lo que puede ser es que algunos "no escritores" (escriban o no escriban) no entendieron mucho de lo que pasó allí. Y menos los que no fueron. (Estel chisme tiene nombres y apellidos. Y de hecho todo lo que se dice aquí, pero no vale la pena mencionarlos por ahora.)
6. No se invitó a otros grupos literarios por invitar a los de La Casa. Tanto como eso no lo sé, porque no estuve entre los organizadores, pero sí sé que dos de los grupos que protestaron (y no ante la Fundación Poetas o ante La Casa, sino en corrillos y corredores) han sido invitados en varias ocasiones. A uno de ellos le pidieron que participara en el II y el III Festival, y nunca contestaron, según supe; si me preguntan, invitarlos al IV y al V hubiera sido redundante. El otro, un grupo universitario, se ha puesto medio raro. El año pasado la gente de la Fundación me pidió que recomendara a gente de "algún grupo" y di tres nombres de ése en especial: una participó, con el otro no se pudieron comunicar, el tercero ignoró los correos (lo supe por él mismo).
Luego, cosas más personales. Por ejemplo, que sólo se explica que Krisma sea buena porque es mi esposa. Es una variante de que yo le escribo los poemas (en serio, ya quisiera yo escribir poemas así... o los chismosos) o de que muevo mis influencias para que la publiquen y hablen de ella. Quien sepa cómo vivimos, casi enclaustrados en Los Planes, tendrá material para reírse. El chisme más bonito fue que yo moví mis contactos en Barcelona para que le dieran el premio de La Garúa. Para alguien que no ha publicado en España más que un cuento en una antología hecha por un panameño, no están mal mis contactos; ojalá que algún día me sirvan a mí.
Quizá sea difícil entender, para los del sánscrito, que Krisma (como otros de La Casa que no son mis esposos ni mis esposas) simplemente es buena, que trabaja horas y horas en cada poema, y años en cada poemario, que por eso ganó el premio, y que no hace falta que nadie mueva nada para que escriban sobre ella, hablen sobre su obra, la citen y la inviten a donde quiera que la inviten. De mí decían hace años (mis amigos, por supuesto) que mis libros los escribía mi padre, pero le daba vergüenza publicarlos con su nombre, y que movió sus contactos para que me publicaran en Francia. Claro, mi padre vivió dos años allá y daba clases en La Sorbona; ¿cómo no iba a tener contactos? Thierry Davo y Alain Mala saben la verdad, y con eso me basta.
Es bonito ver cómo piensan los del sánscrito. Como no saben de uno más de lo que uno les enseña (y obviamente uno les enseña lo menos posible), imaginan qué es lo que uno hace para publicar, ganar premios, participar en festivales, estar en antologías y esas cosas. Y lo que dicen no es lo que uno hace o haría, sino lo que harían ellos en el caso de uno: mover "influencias" en lugar de trabajar, discriminar a otros grupos o individuos, no permitir la entrada de gente a lugares que por principio deben ser para todos, sólo aceptar "burgueses" y "gente bien", hacer que los otros escriban como escriben ellos, o como suponen que se debe escribir...
Lo triste es a veces enterarse de algunos nombres de los que andan en esos asuntos. En general uno sabe que Fulana va a reaccionar de este modo, y se ríe cuando lo hace, o que Fulano mandó una carta anónima por internet a un montón de gente, para después comentarla preocupado en su personalidad "no secreta". A veces hay cuates de por medio, y llega a doler. Por suerte hacer literatura es una buena aspirina, y mucho más que eso.
Y ya me harté de escribir sobre la mediocridad. Quizá mejor ponga algún otro video o algunas de las voces que hemos estado grabando últimamente para un proyecto bien bonito, o algunas fotos, o algo.

27 de octubre de 2006

Videos de poesía en YouTube

Aquí hay ocho de los videos de poesía con gente de La Casa del Escritor. Disfrútenlos.



Por cierto, y sin venir al caso, hoy fui a la peluquería y había pegado en la pared un rótulo que decía: "La envidia es la expresión bastarda de la admiración." Me recordó a una frase que leí en la defensa trasera de un camión, en el Distrito Federal: "Si hablaron de Cristo, qué no dirán de mí, víboras."

26 de octubre de 2006

Poetas y solemnes 4

Desde hace días está anunciándose que María Poumier hará una antología del Festival Internacional de Poesía en sus cinco primeras ediciones. Hoy aparece una nota en La prensa gráfica donde hace algunas valoraciones acerca del Festival y de los poetas participantes.
Me alegra, en especial, que mencione explícitamente a dos de los poetas de La Casa. Roger Guzmán y Krisma Mancía (esta última además trabaja de mi esposa y de mamá de Valeria), como gente que la "estimula" respecto de la producción en el país. Hace una observación interesante:
Espero que tengan oportunidad de seguir en la vía que están explorando, llena de peligros de esterilización por los motivos más variados. Yo diría, como Floriano Martins, que lo más importante aquí es mantener el ego en su lugar, no dejarlo del todo suelto: la poesía no se deja encerrar en el comercio cultural ni en el espejo complaciente...
Estoy seguro de que no habrá problemas de ego por allí; Roger y Krisma, junto con dos o tres decenas más de compañeros, tienen un ego no diré pequeño o sumiso, pero sí bien centrado.
Una de las cosas más importantes de las que hablamos en La Casa, más importante aún que cualquier técnica --y sin saber que Floriano Martins hablaba de ello--, es el asunto del ego, la cáscara donde se resbala más de un talento y gracias a la cual más de dos terminan defenestrados semanalmente. La frase "de uso" es sencilla: si se te sube, estás muerto como poeta; si se te baja, estás muerto como poeta. Y allí viene el quid del taller: ¿cómo hacer para que se no se suba ni se baje, y que cada uno sepa dónde está puesto? Sencillo: pura técnica de lectura, que la de escritura ya llegará con la práctica. Es quizá lo que lleva más tiempo en el taller: aprender a leer.
Antes que nada, distanciamiento. Leerse a uno mismo como si estuviera leyéndose a otro cualquiera. Y "cualquiera" tiene un sentido amplio: incluye a un compañero de taller o a un poeta de lo más consagrado. Recuerdo, en un pequeño taller aparte del de los domingos, cómo puse a leer en serio a los participantes un poema de Neruda, no recuerdo cuál, de la Tercera residencia. Al primcipio estaban asustados: ¿cómo iban ellos a criticar a un Nobel? Más bien había que alabarlo y tomarlo de ejemplo. Intentaron encontrar parámetros que se ajustaran al poema y que además mostraran lo grande que era. Pero el mismo método que habíamos usado para leer a Khayyam, a Pasos, a Whitman, a un montón de poetas locales y extranjeros contemporáneos, sólo llevó a una conclusión: el poema era malísimo.
--Mal corte de verso --observó tímidamente una de las participantes tras analizar verso por verso--. Las imágenes son oscuras. Hay lugares comunes. Lo único que está haciendo es armar sinónimos. El poema tose.
El modo sonará prepotente a más de un solemne, pero funciona: si uno es capaz de reconocer un mal poema de un poeta de esa talla, sin duda será capaz de reconocer cosas peores (o mejores) en los textos propios. Así, cuando uno desarma un poema ajeno, de un compañero o de quien sea, en realidad está desarmándose a sí mismo. En otras palabras, el que se lleva, se aguanta.
Otras de las cosas son que la escritura sólo es una parte del proceso de creación de un objeto artístico. Después viene corregir, pulir, dejar reposar, volver a corregir... Detrás viene la noción de que uno no es importante una vez que el texto está planteado, sino el texto mismo. Cuando está en el papel, el texto es algo aparte de uno, con vida y destino propios, y lo único que uno puede hacer es ayudarlo a que sea lo que tiene que ser; uno es incidental.
Hay dos poemarios ya terminados de gente de La Casa que me gustan especialmente: Fijación de la costumbre, de Vilma Osorio, y Viaje al imperio de las ventanas cerradas, de Krisma. (Para los solemnes: no, no es porque sea mi mujer, ni porque la esté promoviendo. De verdad que la mujer escribe muy bien, y en serio que una vez platiqué como cinco minutos con María Poumier y no tuve tiempo de decirle: "Para el próximo año, te ordeno que elogies de Krisma, y de paso menciona a Roger para que no se sospeche que yo te lo dije.") Los poemarios tienen varias características importantes: pueden leerse con mucha facilidad y fluidez, son terriblemente profundos, con un lenguaje sencillísimo, y no se ve a las autoras, sino textos muy bien armados.
Algo que vuelve tediosos a muchos poemarios es que uno tiene que estar viendo al autor a cada rato, sus ideas, sus sentimientos, sus dolores, qué sé yo. Y uno realmente no es tan interesante como lo que produce, o no debería serlo. Entonces parte de la tarea de leer un poema o un poemario es filtrar al poeta y ver lo que quiere decir; eso lleva energía y tiene un límite. Llega un momento en que uno se harta y manda el libro al carajo. Lo de "escribir sobre escribir" es parte de ese ejercicio interminable de acicalar el ego: "El poeta es...", "El poeta mira...", "El poeta siente..." ¿A quién diablos le importa "el poeta"? Importa un buen texto. Cuando uno piensa en Eliot, por ejemplo, piensa en grandes textos; el nombre está asociado a textos excelentes, no son textos asociados a un nombre, y por eso son excelentes. Vallejo tiene muchas cosas malas, pero ¿a quién le importa? Lo bueno es suficiente, y más, para leer y releer durante toda una vida.
Hay otro aspecto bien importante: el orgullo por el trabajo propio y el respeto al trabajo ajeno, que en la misma lógica de espejos se convierte en respeto por el trabajo propio y orgullo por el ajeno, un paso difícil para más de un ego no muy bien sustentado. Como se trata de apuestas radicalmente diferentes, no hay nada que un poeta pueda envidiarle a otro, y no hay modo de establecer parámetros cualitativos, ni siquiera cuantitativos. Por ejemplo, Roger ha escrito diez poemas en dos años (además de uno largotote en el que lleva casi un año). Son cosas de veinte o treinta sílabas por verso, de veinte a cuarenta versos. Armar cada texto, y que tenga la sonoridad que tiene, es complicadísimo. Nathaly escribe cosas pequeñitas, de tres o cuatro o cinco versos; cada una le puede llevar tres o cuatro semanas, lo mismo que le lleva a Tere Andrade hacer poemas cinco veces más largos. El poemario de Nathaly, recién terminado, se llevó tres años y medio, y en extensión equivale a un par de poemas de Roger. Herberth Cea tiene un problema serio: como setenta poemas de los cuales debe armar un poemario, y cerca de la mitad es redundante, innecesario o necesita pulirse o reestructurarse. Y no porque yo lo diga, sino porque él así lo ha declarado y decidido; según yo, hace seis meses debía estar listo. Alberto Quiñónez hace meses que no presenta un texto nuevo: está terminando su poemario y quiere presentar una propuesta en firme. Vilma tiene un corte de verso rarísimo, altamente efectivo; se llevó año y medio en armar su poemario. Y así. Todos hemos seguido el avance de todos, a veces verso por verso, a veces con largas discusiones por una letra de más o por una palabra que rompe un poco el ritmo. Y en cada comentario está explícito algo: esto va para mí también.
También están claras otras dos cosas: en el arte hay jerarquías naturales, y esas jerarquías las establece el trabajo y sus resultados. Se dan paradojas interesantes: hasta hace unas semanas, la "hermana mayor", la veterana en activo, era Nathaly, con 18 años de edad; antes eran Krisma, en ese momento con 24, y Tere, que ahora tiene 22. Si se toma en cuenta que hay gente en el taller de más de 30 años, el asunto resulta interesante. Como "las mayores" ya salieron (Vilma dejó el taller a los 23), ahora el veterano, el hermano mayor, es Roger, de 25. Y eso tampoco es decisión mía: es así, simplemente. La propia dinámica de trabajo ha llevado a eso.
Y hay otro principio que --me perdonarán-- sí establecí yo: en La Casa todos somos lo mismo; nada más estamos en diferentes etapas del proceso. Krisma --la "mayor" de los talleristas-- es la punta de lanza; los demás en algún momento seguirán el mismo camino, o quizá uno mejor. Tiempo y trabajo.
No he explicado lo del "orgullo". No es que uno crea que el texto que apenas se terminó sea lo mejor del mundo, sino que "eso" es lo más que puede dar hasta ese momento, y seguro que ha llevado semanas o meses de trabajo estricto. ¿Cómo no sentirse orgulloso de algo que ha costado tanto? Igual en la siguiente revisión el texto es desechado, pero tampoco es importante: el aprendizaje al que lleva un texto fallido es equivalente al que da un texto que se ha logrado que funcione. (Ahora estoy en una disyuntiva con una novela que terminé hace tres años: ¿reestructuro algunos personajes o la desecho? Me llevó un año completo, y hasta hace poco era de mis favoritas. Ya veré en qué para.)
Una costumbre que a muchos incomoda es que, cuando alguien llega al taller de La Casa como visita, se le pide que nuestre algo de su trabajo, si es que se dedica a escribir. (Los hay que a veces llegan nada más a ver y a oír, e igual son respetados y bien recibidos.) El motivo es sencillo: uno puede saber con quién habla. En general se crea un ambiente muy relajado. En un par de ocasiones han llegado poetas de los que se quieren a sí mismos un poco más de lo que merecerían, y se ponen bien agresivos o a dar lecciones a veces un tanto... uh... superadas, desencaminadas o que sólo demuestran que ellos son lo mejor que le ha pasado al país. Un par de poemas de cada uno y las cosas quedan donde deben estar: todos somos lo mismo, y el hecho de que estemos en diferentes etapas del proceso tiene muchos sentidos. Y allí hay otro principio fundamental: uno podrá decir lo que quiera, presumir de lo que sea, hablar en el tono que se le pegue la gana, pero lo único que lo valida es su obra. Y no se habla de calidad, porque ésa se mejora si uno tiene ganas, sino de cómo se toma algo tan importante como para dedicarle la vida.
En la nota de LPG, María Poumier hace otra reflexión:
...[hay] un florecimiento de talentos un poco confuso, sobreabundante, pero es muy buena señal de vitalidad de la reflexión. Para mí, la poesía sigue siendo un laboratorio del pensamiento, no solamente un jardín de las delicias verbales.
No veo muy bien la confusión en el "florecimiento" de los talentos, ni veo sobreabundancia. Nada más ocurre algo lógico después de una guerra con el carácter de la que tuvimos por aquí: se ha horizontalizado --relativamente, ejem-- la estructura social en el país. En general los poetas tienden a aparecer o desarrollarse en la clase media-media, y un poco de allí para arriba; hay muy poca gente allí en relación con el resto de la población. La mayor parte de la gente de La Casa viene de clase media-baja, y para abajo. Krisma ya contó en su blog que su padre era obrero, mecánico tornero para no ir más lejos. Y esto no lo cuenta ella, pero es cierto: en una época su papá se dedicó a la mecánica automotriz, y adivinen quién era su ayudante...
Roger Guzmán, obrero él mismo, trabajaba cortando pasto en los taludes de MOLSA, ocho horas diarias; ahora es jefe de meseros en el Colegio Médico, y antes estuvo de bodeguero en Adoc y antes en una fábrica de bebidas gaseosas. Vilma trabaja en un call center y le va muy bien. Y así. No es que haya sobreabundancia: es que hay otros sectores que están participando en fenómenos en los que antes no tenían cabida. Y el proleteriado es ancho, largo y profundo, cómo no. Y en el resto de la cita de María Poumier estoy de acuerdo; lo veo todos los fines de semana, y lo veo crecer, y me encanta estar presente y ser parte de eso.
Antes de iniciar el V Festival Internacional de Poesía, Paulina Aguilar, Nick Mahomar y yo dimos una entrevista que creí que iba a armar un revuelo como el de todos los años. Ella dijo que el taller de La Casa era de lo mejor que había en el país; yo, que era el único centro de formación profesional de escritores en el país (y me atrevo a decir que en Centroamérica). Junto con eso, se anunció que de 17 salvadoreños que participarían en el Festival (al final fueron 15), 10 eran de La Casa. Aún sigo esperando las reacciones adversas, los reclamos, las críticas que no faltan. Viniendo de un medio tan complicado, tiene un sentido: la obra habla. Y para tener buena obra no es necesario un ego incontenible; hace falta más bien un ego bien trabajado, y la duda constante, y la confrontación con "el otro" y, sobre todo, el gusto por la escritura.

-----
¡Que no! ¡Que no me las estoy dando de humilde! No lo soy, y me ofendería que me consideraran eso o algo peor. Pero mi vanidad va por otro lado, no por el de la literatura; ése es mi oficio, nada más. No, tampoco voy a decir lo que me envanece. Después de dos años de este blog, debería ser público y notorio.

25 de octubre de 2006

Poetas y solemnes 3

Dentro de un par de días cumpliré cinco años de trabajar en Concultura, y ha sido una de las experiencias más interesantes, más extrañas y más alentadoras de mi vida. Ha habido de todo, desde lo muy bueno hasta lo más o menos malo (no, no me han pasado cosas terribles); desde cosas bien frustrantes hasta orgullos de ésos que hacen que uno no pueda hablar, y sólo un largo rato después logre decir: "Pues sí."
Ya he contado aquí un poco de cómo un par de días después de mi nombramiento me inauguré, en Santa Ana, como coordinador de letras (feo título), en un encuentro de poetas centroamericanos. Después de una sesión de lectura de poemas en el Teatro Nacional local (una belleza de teatro, por cierto), fui a unas ponencias que iban a dar dos invitados de fuera y uno salvadoreño. El salvadoreño también trabajaba en Concultura, pero por algún motivo decidió a última hora que no estaría en la mesa y que se regresaría a la capital. Me pidieron que lo sustituyera, y acepté. Había unas 125-150 personas en el auditorio, en especial poetas de varios talleres y grupos. Todos se presentaban como escritores jóvenes, y más de dos estaban a punto de llegar a mi edad (en ese momento 42 años), la mayoría andaba en la treintena y sólo algunos tenían menos de 25 años.
El que iba a participar en la mesa no se fue para San Salvador; se quedó en segunda fila y no me quitó la vista de encima. Como buen veterano de Concultura, sabía lo que seguía, y yo no.
Y lo que siguió fue que el ponente que estaba a mi derecha comenzó a atacar con especial saña a "algunos escritores" que cuando empezaban a trabajar con "el gobierno" (¿es tan difícil entender que Concultura es una institución de estado?) se olvidaban de los demás escritores, se volvían mediocres o mostraban cuán mediocres eran (por suerte ya declaré mi mediocridad hace unos posts; espero que vaya en mi descargo), se corrompían, hacían negocios a partir de su posición y luego se dedicaban a no hacer nada y a ganar sueldos altísimos a cambio de estar en un escritorio de 8 a 4. El auditorio lo interrumpió varias veces para aplaudirlo, y me di cuenta de que estaba en un problema. Cuando me tocó hablar le pregunté al poeta en cuestión (nicaragüense, desde luego) si se refería a mí.
--A todos --dijo sin verme.
--Tú no me conoces --le dije.
--Todos son iguales.
Allí empezó lo interesante. Me purgó que el tipo me hubiera echado encima a la poetada y ni siquiera me viera a la cara. Y ya que tenía el toro encima, y ya que el toro tenía demasiados cuernos como para pescarlo de ellos, dije que no iba a hablar de lo que tenía que hablar, que prefería más bien conversar con los presentes para saber por qué esos aplausos el nicaragüense y los chiflidos dedicados a mí.
Me tocó de todo. Me acusaron de todo. Me insultaron de todos los modos posibles. Bien bonito. Nunca fui alcohólico (nunca he tomado), pero una vez, por falta de dinero, logré salir de una depresión clínica con el método de AA, y decidí aplicarlo: un tema a la vez, un poeta a la vez. Y aceptar de entrada que estaba derrotado, y que lo que saliera sería bueno. Por de pronto tenía de dos: quedar como un estúpido o quedar como un maldito. Escogí la segunda, más por afán de sobrevivencia personal que como declaración de principios.
Un tipo me dijo que tenía escritos "como mil poemas", y mostró un par de volúmenes monstruosos, empastados, con hojas mecanografiadas y poemas larguísimos. Hizo una pausa para que todos consideraran la cantidad que había escrito, y para demostrar que eso lo validaba como poeta.
--Creo que todos los que estamos aquí te envidiamos --le dije, aprovechando la pausa--. No he conocido en persona a nadie que haya escrito tantos poemas en su vida.
(Ahora me doy cuenta de que no es cierto; hay un par de amigos que han hecho un poema diario durante veinte o treinta años. Uno diario! ¡Qué angustia! ¡Y no los corrigen! ¡Y hasta han publicado y se han autopublicado varios cientos!)
Insistió:
--Más de mil poemas.
--¿Y son buenos? --le pregunté, juro que con poca mala fe; estoy convencido de que uno sabe cuándo escribe bien y cuándo escribe mal.
--No soy yo el más capacitado para decirlo.
--Por supuesto que sí. De esos mil, ¿cuántos son buenos?
--Ése no es el punto. El punto es que en El Salvador no hay posibilidades de publicación. No hay editoriales, y la DPI rechaza a todos y sólo se publican entre ellos. No estimula a los jóvenes.
Le aclaré que yo estaba en la Dirección de Artes, no en la de Promoción y Difusión, y que mi trabajo no tenía nada que ver con publicaciones. (De hecho era un cargo nuevo, y a mí me tocaba ver a qué se iba a dedicar el señor coordinador de letras de allí en adelante, o mientras yo estuviera allí. Mes y medio después plantée lo de La Casa del Escritor.)
--Es que a mí no me interesa publicar --me dijo--. No escribo para publicar, y si me lo ofrecen lo voy a rechazar. Pienso en los demás compañeros, que no tienen ninguna oportunidad de ver que sus cosas impresas.
--Creo que estamos de acuerdo en algo: tú no quieres publicar y yo no tengo posibilidades de publicarte. No veo ningún problema allí. Lo que habría que preguntarse es si el trabajo de los compañeros es de calidad para que los publique no sólo la DPI, sino cualquier editorial, de cualquier país. Un buen libro siempre termina publicándose. Y allí no puedes defender a nadie; en eso cada uno se defiende como puede.
Uno menos, pero brincaron varios miembros de un conocido y respetado grupo literario nacional, que estaban sentados todos juntos arriba, a mi derecha. Uno de ellos (no recuerdo cuál; en realidad me aventé como quince discusiones en un par de horas, y apenas distinguía caras o voces; no sentía lo duro, sino lo tupido) me dijo que yo era igual que los demás, y que de seguro mi línea iría por el mismo lado que la línea de la DPI: iba a querer que todo fuera escrito con métrica, puros sonetos y cosas así. Y, claro, mi papel era tratar de hacer una literatura oficial, que neutralizara las "nuevas tendencias", a las cuales ignoraría y, de preferencia, atacaría. (No sé que la DPI haya tenido nunca una tendencia a publicar puros sonetos, y en lo que a mí respecta no me dedico a promover la creación una literatura oficial; las experiencias de la URSS, Cuba y Nicaragua son lo suficientemente deprimentes para meterme en estupideces.)
--Estás partiendo de un supuesto falso --le dije--: que por el hecho de ser funcionario público soy estúpido. No soy estúpido, o por lo menos no soy de ese tipo de estúpidos. Soy escritor, y en el peor de los casos un escritor estúpido, pero escritor.
El que tenía que estar en la mesa seguía viéndome sin parpadear. En ese momento supe que ese mismo día, a más tardar el lunes (era viernes), pasaría un reporte a mis jefes, y no me iba a hacer el menor favor. Lo menos que diría sería que había provocado un enfrentamiento con los escritores a los que debía acercarme. Y no sería un reporte escrito, porque de ésos quedan pruebas siempre, y siempre me pasaban copia de lo que tenía que ver conmigo. Aún trabajaba en El diario de hoy, porque el nombramiento se había hecho de un día para otro (tras algunos meses de espera) y no había renunciado porque tenía algunas obligaciones pendientes; no me había encariñado con el cargo, porque en dos días es imposible, y menos con lo que estaba pasando, así que bien podía decir lo que tenía que decir del modo en que tuviera que decirlo. (La costumbre se me quedó. Es difícil deshacerse de mañas antiguas.) La declaración, además, la hice viendo a la cara al poeta por el que me habían encaramado allí.
Le hice una propuesta, extensible a todos los poetas presentes: armar una especie de comité con tres poetas internacionales, que evaluarían los poemarios que me darían en las próximas semanas.
--¿Cómo podemos saber que va a ser un comité imparcial?
--No pueden saber, pero es lo que les ofrezco. Si dos o tres de los miembros del comité dicen que un poemario sirve, voy a hacer todo lo posible para que se publique, aunque me corran.
No me iban a correr por hacer mi trabajo, pero había que darle dramatismo al momento. Y vi cómo muchos ojos brillaban; la oportunidad era buena.
--¿Y si el comité lo rechaza?
--Entran a talleres de escritura conmigo.
--¿Va a haber que escribir con métrica? --alcanzó a preguntar alguien con voz finita.
--Si los rechaza un comité como el que planteo, lo menos importante va a ser la métrica --dije ya en plan sádico--. ¿Quién se avienta?
Nadie aceptó en ese momento, y fue una pena, porque en mayo siguiente comenzamos con una serie de talleres bastante buenos (a los que fueron algunos de los asistentes a esa bacanal, hay que decirlo) y en septiembre el taller que tenemos en la actualidad, que ya va por la quinta hornada en cuatro años y tantos. Y no fue una boutade de mi parte: si aceptaban, al día siguiente hubiéramos comenzado.
El tercer ponente ya no alcanzó a decir nada. Se dio por cerrada la sesión y la gente de la UES, que era la que organizaba el asunto (lo inauguró la rectora Rodríguez y todo), me ofreció traerme de regreso a San Salvador.
En el camino del auditorio al microbús se me acercaron varios de los poetas más fieros (otros me vieron muy mal y de lejitos) para platicar un rato y darme sus poemarios, todos autoeditados. (Esa misma noche los revisé. Excepto algunos poemas aquí y allá, eran malos. Había talento en algunos, pero nada firme. La mayor parte decía cosas del estilo "El poeta es..." o "La poesía es..." Roger Guzmán llama a eso "escribir sobre escribir". Una plaga poética: uno no puede hacer algo interesante si se la pasa en una permanente ars poética, es decir viéndose el ombligo y considerándolo el más bonito de todos.) Otros, no pocos, me dieron teléfonos y correos electrónicos para que les avisara de actividades, y en su momento les mandé invitaciones y algunos asistieron a encuentros y talleres. El que se me acercó bastante hostil, pero razonable, fue un muchacho que en algún momento se paró en el pasillo, en medio del auditorio, y empezó a gritarme cosas sin micrófono ni nada. Fue el más fiero y el más difícil de contener; lo peor era que casi siempre tenía razón en lo que decía. Platicamos un rato y creo que más o menos nos entendimos. Aun así, en los meses siguientes, él y otro poeta más se paraban siempre en las actividades que organizábamos de parte de la coordinación y me lanzaban unos golpes bien fuertes y bien acertados, que me zafaba como mejor podía, generalmente con algo de humor. Eran William Alfaro y Osvaldo Hernández, quienes después me ayudaron a trazar algunos lineamientos que siguen vigentes, y con quienes en varias ocasiones he trabajado de lo más bien.
En los días siguientes llegaron varias quejas a Concultura a partir de esa reunión, incluido el "informe verbal" del que sustituí (se regresó a San Salvador al mismo tiempo que yo). La más generalizada era que había atacado a todos y que me había burlado de ellos. Recordé a la patrulla romana de Astérix: "Hemos sido atacados por dos galos numéricamente superiores." La otra, que mi idea de literatura era "elitista". Si se piensa en el mal modo en que se usa el término en ocasiones (para unos pocos privilegiados), sigue sin ser cierto. Si se piensa en lo que dice Eliot en Notas para la definición de la cultura (un grupo que recibe, genera, concentra y redistribuye ciertos conocimientos), sí, es cierto. Por esos días estaba traduciendo ese libro, nada más para entenderlo un poco mejor, y le perdí el miedo a la palabreja. Entre otras cosas, Eliot dice que cada clase social y cada oficio tiene sus propias elites, y que...
Después pongo unos fragmentos, porque no es el tema.
Pasé un reporte escrito a mis jefes, porque así son las reglas, y luego uno verbal. Esa reunión fue de lo mejor que me ha pasado en los últimos cinco años: me enteré de muchas cosas, y después me pasé meses hablando persona por persona con los que estuvieron allí y con muchos más. Algunos aún no me perdonan que les haya dicho cosas como que las autopublicaciones no validan a nadie como escritor, que la actitud personal (ropa negra incluida) y la literatura no tienen nada que ver, que la inspiración es un mito, que los recitales y festivales no tienen ninguna relación con la poesía (si acaso serán una consecuencia extraliteraria), etcétera. No sé si tenía razón, y no sé si la tengo, porque aún lo pienso. En la práctica algunas de esas ideas han funcionado, y otras se han ido afinando o modificando con el tiempo. Y de allí salieron buenos amigos, y poetas bastante buenos.

-----
No, no tengo ningún club de autoelogios. El que lo dude está invitado a asistir al taller cualquier domingo a partir de las tres de la tarde; que lleve sus trabajos, aprovechando el viaje. Tampoco tengo un taller para satisfacer mi vanidad, sino para... uh... hablar de literatura. De entrada, todos los participantes del taller tienen prohibido leer cualquier cosa mía mientras no hayan hecho su primer libro. No, no formo parte de una elite; nomás soy un escritor que escribe. Sí, ojalá hubiera una, dos, tres elites (al estilo de las que habla Eliot) para que se transmitiera mejor el conocimiento literario. No, tampoco soy parte de ninguna "argolla" o como le llamen. Esas cosas son destructivas. Además qué pereza reunirse los lunes por la mañana con gente amargada para decir:
--¿Qué vamos a hacer esta semana?
--Lo mismo que todas las semanas.
--¿Comer pollo frito?
--¡No! ¡Tratar de arruinarle la vida a algún poeta!
No, ya no soy coordinador de letras, sino Mario Noel Rodríguez. Dejé de serlo a principios de 2003, y pasé sólo al proyecto de La Casa, que se inauguró en octubre de ese año. Es parte de la Dirección Nacional de Espacios de Desarrollo Cultural.
Y, sí, estaba asustado ese día en Santa Ana, y me temo que hice lo que hago cuando me asusto: me pongo a reír. Pero algo aprendí en México, en especial de la gente del Distrito Federal: uno puede perder el honor, la virginidad y hasta la vida, pero si pierde el estilo se lo llevó el diablo. Y si deja de reírse, sobre todo de sí mismo, se convierte en un solemne. Y qué pereza los solemnes metidos a escritores. (Por eso me caen mal D'Anunzio y Céline.)
Cosas de uno, pues.

24 de octubre de 2006

Pueblo bloguero

Mi hermano mayor Hugo Martínez Téllez acaba de avisarme que puso un blog llamado Pueblo bloguero. Ya fui a darle una vuelta y lo recomiendo, cómo no. Siempre habrá allí cosas interesantes y provocadoras, seguramente; lo sé porque en ésas ha andado el Hugo desde siempre, o al menos desde que lo conozco (¡ya son más de 23 años!). Allí ha puesto, entre otras cosas, un post que escribí aquí hace como dos años acerca de él y de su padre, don Hugo Martínez Moctezuma. (No, no compartimos mamá ni papá ni nada, pero eso no quiere decir que no seamos buenos hermanitos. Bueno, sí compartimos un poco a su papá.)
El blog puede encontrarse aquí, y lo he puesto también en los links de allí al lado.

----
¡Ah! Hoy es día de San Rafael. Felicidades a mí.

22 de octubre de 2006

Poetas y solemnes 2

Cuando uno piensa en el Siglo de Oro español se le alza la ceja izquierda (alguno preferirá la derecha; a mí no me sale) y dice: "¡Ah! ¡Quevedo! ¡Lope! ¡Góngora! ¡Garcilaso!", y trata de acordarse al menos de un buen soneto para no quedar como ignorante ante sí mismo. Y, aparte de versos como "Un soneto me manda a hacer Violante" y "Polvo serán, mas polvo enamorado", no mucho se viene a la cabeza. De algo está uno claro: eran "excelsos", "sublimes", "inefables" y algunos calificativos igual de ampulosos y allí, señoras y señores, se forjó el buen castilla, y la Real Academia con los manteles largos y la barbilla apuntando en cuarenta y cinco grados hacia la posteridad.
Pero, en medio de tanta solemninad, uno no puede olvidar cómo arreglaban sus asuntos personales los tales clásicos, y uno da un malintencionado aplausito de niño travieso y transcribe:

DESENGAÑO DE LAS MUJERES
Francisco de Quevedo

Puto es el hombre que de putas fía,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.

Puto es el gusto, y puta la alegría
que el rato putaril nos encarece;
y yo diré que es puto a quien parece
que no sois puta vos, señora mía.

Mas llámenme a mí puto enamorado,
si al cabo para puta no os dejare;
y como puto muera yo quemado

si de otras tales putas me pagare,
porque las putas graves son costosas,
y las putillas viles, afrentosas.

21 de octubre de 2006

Yo, el mediocre

Según el DRAE:
MEDIOCRE
Del lat. mediocris.
1. adj. De calidad media.
2. De poco mérito, tirando a malo
Y la parte de los diccionarios en la que todo se convierte en un asunto "de poco mérito, tirando a malo":
MEDIOCREMENTE
1. adv. m. De un modo mediocre.

MEDIOCRIDAD
Del lat. mediocritas, -atis.
1. f. Cualidad de mediocre.
Veamos qué dice la Biblioteca Multimedia Santillana (que compré en 10 dls. en una feria de libros):
mediocre (del lat. mediocris) adj. De poca calidad, inteligencia, talento, etc. También s. m. y f.
SIN. Vulgar, anodino, gris.
FAM. Mediocridad. MEDIO.
No viene "mediocridad".
Ahora el Gran Diccionario Larousse Multimedia de la Lengua Española (ése sí lo compré a su precio normal, y me "regalaron" el Larousse Enciclopédico Multimedia):
mediocre (del lat. mediocris)
1. Que tiene poco valor o calidad: nos alojaron en un hotel pequeño y mediocre.
2. Que tiene poca inteligencia y no destaca por ninguna cualidad: es un trabajador mediocre.
Sinónimos (según el mismo diccionario): mediano, mezquino, vulgar. Ideas afines: adocenado, corriente, discreto, gris, pelagatos, plumífero, zarramplín. (Este último significa, en su primera acepción, "persona chapucera y poco hábil en su trabajo". En la segunda, desde luego, "mediocre".)
Ahora el Océano Uno Color (éste en papel y sin CD):
MEDIOCRE adj. De calidad media. Bastante malo. MEDIOCRIDAD.
Y no viene la acepción para mediocridad...
No encuentro el disco del Moliner, pero me imagino que no dirá algo muy diferente. Quizá la pista más completa que tengo se encuentre en el Concise Oxford Thesaurus:
adjective ORDINARY, average, middling, middle-of-the-road, uninspired, undistinguished, indifferent, unexceptional, unexciting, unremarkable, run-of-the-mill, pedestrian, prosaic, lacklustre, forgettable, amateur, amateurish; informal OK, so-so, (plain) vanilla, fair-to-middling, no great shakes, not up to much; Brit. informal not much cop; N. Amer. informal bush-league; NZ informal half-pie.
Y el Webster Collegiate Thesaurus:
Synonyms: MEDIUM, average, fair, fairish, indifferent, intermediate, mean, middling, moderate, so-so
Related Words: bad, inferior, poor; common, commonplace, ordinary, unexceptional
Idioms: no great shakes, nothing to write home about
Recuerdo un chiste. Estaba Merrian Webster en la cocina, metiéndose mano con la cocinera, y de repente llega su esposa y le dice:
--¡Querido! ¡Estoy sorprendida!
--No: el sorprendido soy yo. Tú estás desconcertada. O anonadada, que también puede decirse.
Veo todas las acepciones y sinónimos y me pregunto cuáles me quedan, y veo varias, especialmente en las que vienen en inglés. (Uno puede ser mediocre en otro idioma, cómo no.) No porque sean más chic, sino porque vienen más opciones, y nadie ha dicho que un mediocre no puede decidir qué quiere para sí mismo o cómo quiere que lo recuerden (o no lo recuerden, porque ¿quién recuerda a un mediocre?).
Por cuestión de sonido, me gusta "zarramplín". Por cuestión de honestidad, "average", "uninspired" (la inspiración, creo, no tiene mucho que ver con el trabajo, sino el trabajo), "unexciting" (en serio que soy aburridísimo), "run-of-the-mill" (siempre me han gustado los molinos), "pedestrian" (no tengo carro), "prosaic" (escribo novela y la poesía no se me da mucho), "lacklustre" (mis zapatos siempre están sucios y rayados, los pobres), "forgettable" (ojalá), "amateur" (sí, bastante aficionado para lo que hago, por eso hago un montón, para ver si algún día sale algo que de veras valga la pena), "no great shakes" (pero estoy tratando de bajar de peso), "not up to much" (1.76 metros), "nothing to write home about" (casi no le escribo a mi familia, y si lo hiciera no tendría mucho que contarle, excepto que soy feliz siendo lo que me toca ser; esas cosas las familias a veces no las entienden mucho).
En realidad no duele esto de ser mediocre. Voy a ver si me consigo un poco de envidia para poder serlo a conciencia. (La amargura seguro llegará sola.)
¡Plumífero! Ésa palabra me encanta: plumífero. Espero hacer méritos para poder llamarme "plumífero".

20 de octubre de 2006

Arte y parte

Hay críticos y críticos, gente que sabe y gente que más bien busca llamar atención hablando de cosas de las que no tiene idea. A veces uno tiende a generalizar --porque hay muchos de los segundos y muy pocos de los primeros-- y se lleva entre las patas de los caballos a gente de verdad valiosa.
Por ejemplo, después de los posts acerca de mediocres, los prólogos, quién los hace y si deberían existir, me puse a revisar el libro Arte y parte, de Ricardo Roque Baldovinos, que él mismo me regaló en mi cumpleaños de 2002, recién salido --el libro-- de la editorial. Mi impresión es la misma de la primera vez: qué tipo tan inteligente. Bastante ecuánime, acertado en sus juicios y bien ubicado en su carrera y su trabajo. Y con un gran amor a la literatura, algo no muy frecuente entre académicos y críticos. (Ricardo dio para La Casa un taller de lectura de la narrativa de Jorge Luis Borges, a finales de 2002. De verdad disfrutable. No me perdí una sola sesión.)
Releí completos dos de los ensayos que vienen en el libro, uno acerca de la literatura testimonial y otro acerca de Roque Dalton. Hay párrafos clave que me atrevo a transcribir:
La literatura testimonial suele entrañar algunas ambivalencias. Por un lado, parece revestirse de un exceso de humildad. Se suele afirmar que el texto testimonial carece de pretensiones literarias. Esto viniendo de algunos autores de testimonios puede ser una confesión sincera. El testimonio es un primer aporte a la cultura, un aporte "en bruto", sobre experiencias hasta entonces escondidas, negadas. Por el otro lado, sin embargo, los críticos --aquellos que han hecho carrera del estudio del testimonio-- nos presentan la otra faz, y la humildad se vuelve exceso de arrogancia. El testimonio carece de pretensiones literarias porque es "más que literario". El testimonio resulta ser una práctica de escritura que trasciende los asfixiantes límites de la autonomía artística, para convertirse, en pocas palabras, arte vuelto vida.
Al superar los límites del "arte intrascendente", el testimonio queda, por su parte, exento de las tribulaciones del juicio estético. Intentar valorar estéticamente un testimonio es poco menos que una escandalosa obscenidad, una muestra grosera de incorrección política. El texto vale por la veracidad de la vivencia que transmite y, sobre todo, por la corrección de la opción política de su autor. Siendo las cosas así, qué importa si el testimonio está mal escrito? Más aún, estar mal escrito se vuelve un punto a su favor, un elemento que mantiene el aura de autenticidad con que el testimonio se empaca y despacha para su consumo por las almas que simpatizan con las causas progresistas de la humanidad. [...]
Estamos pues ante la literatura que renuncia a la autonomía, es decir que abandona la consistencia interna como criterio de valor fundamental. En cambio, tenemos una literatura plenamente heterónoma, donde la norma la establecen criterios principalmente políticos e ideológicos. La literatura testimonial así concebida encaja perfectamente dentro de la corriente de los estudios literarios que ataca ferozmente la tradición estética que hemos heredado desde el siglo XVIII. Según estos teóricos, el valor estético es una mera ilusión ideológica, cada ideología y grupo de poder produce sus propios criterios de valor y jerarquía. Al negarse la especificidad de lo estético, nos quedamos ante una crítica que evalúa los productos de la cultura sobre la base de parámentros exclusivamente políticos...
Etcétera.
Acerca del tema: en la revista Cultura número... a veeer... 93 viene un documento bien valioso: "Historia de un testimonio", de Elizabeth Burgos, la autora de Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, el libro que le aseguró el Nobel de la Paz a la activista guatemalteca. Después del Nobel, los académicos a los que se refiere Ricardo agarraron guerra santa contra Burgos, y la propia Menchú llegó a hacerle un juicio --que obviamente no ganó-- para que le dieran los derechos de autor. Después vino toda una campaña de desprestigio de "la izquierda" contra Burgos, que también es de izquierda y lo demostró jugándose el pellejo en la guerrilla de Douglas Bravo, en la del Che y con su apoyo a la de Guatemala, entre otras cartas credenciales. Y en Cultura se publica por primera vez completo (ya se había publicado en una versión parcial en Francia) el testimonio de la autora sobre el testimonio de Menchú. Bien interesante y bien importante.
Y ya tengo que irme a trabajar, así que le corto. Consigan el libro; seguro lo venden en la librería de la UCA y donde distribuyan los de Editorial Lis. Vale la pena leer a un crítico de verdad de vez en cuando, para no olvidar que todavía existen.

19 de octubre de 2006

Poetas y solemnes

Anoche estuvimos en la celebración del recital número 200 de la Peña Cultural de Los Tacos de Paco y uno de los temas de conversación entre los amigos fue la antología Trilces trópicos, publicada recientemente por la editorial La Garúa (al sitio de la editorial le hace falta una actualización). El libro recoge a varios autores nicaragüenses y salvadoreños, y algunos de los poetas locales incluidos estaban en Los Tacos, como Susana Reyes, Carlos Clará, Osvaldo Hernández y Krisma Mancía. (Sí, también llevamos a Valeria, que se mojó de lo lindo; ojalá no agarre gripe). Los antologados en cuestión se la pasaron haciendo bromas durante todo el rato acerca del libro y sus alrededores, las reacciones en El Salvador y España por su aparición, lo que sea. Se habló acerca de la nota introductoria de Joan de la Vega, el editor de La Garúa, que les pareció buena, sobre todo porque no se mete en lo que a veces se meten algunos antologadores: el estudio y la interpretación de los textos o la demostración de su valor histórico o "estético" o lo que sea; puras cosas extraliterarias.
En eso las risas se cortaron. Apareció alguien y dijo que el estudio introductorio era importantísimo en un libro de ese tipo, que a veces el estudio introductorio era más importante que la antología misma. "¿Te parece?", le pregunté. "En España así es", dictó. "No me gustaría publicar en un lugar así", le dije. Y, claro, siguieron las bromas y las risas.
En serio: cuando sea más importante lo que cualquiera crea que sepa acerca de la poesía que la obra de los poetas, algo se habrá perdido sin remedio.
No sé de antologadores de poesía que hayan pasado a la historia por sus estudios introductorios, ni por sus sesudos juicios acerca de poetas salvadoreños y nicaragüenses de 35 (37, en realidad) o menos años. Alguien a quien le interese la poesía --como bien hizo notar Krisma-- se saltará generalmente los estudios introductorios, y si acaso los leerá después de ver lo que le da sentido a la poesía, es decir la poesía. Si un poeta necesita de un estudio introductorio para que se aprecie su obra, mejor que se replantee su obra, o que a su vez se dedique a hacer antologías con estudios como los que quiere para sí mismo. (O misma.)
En lo personal me gustó el prólogo de Joan de la Vega, porque no hay pretensión, sino una explicación de lo que allí se pone, de los porqués, de las perspectivas, y santo remedio. Me da gusto también que haya mencionado a dos poetas de La Casa a las que no publicó: Vilma Osorio y Teresa Andrade. Creo que ambas podrían estar incluidas sin que la antología pierda calidad, pero aún no publican un libro, una de las condiciones para aparecer allí, con una sola excepción, supongo que debida a la especial calidad en la obra del poeta de marras. ("¡Suelten amarras!", dijo el capitán. Y Marras mordió a toda la tripulación.)

18 de octubre de 2006

Los mediocres

Nota: agradezco el link que El-Visitador ha puesto a esta nota en su blog. Requiere de valor, porque él es un mucho de lo que entiendo como "mediocre": un anónimo más, con menos ideas que amargura y con una obra hasta ahora invisible. Bienvenidos.
La historia del post anterior (o sea el post–erior) viene a colación porque en los últimos días me he puesto a pensar en la mediocridad, sus alrededores y sus recovecos, a partir de una andanada de cartas similar a la que armó Jorge Ávalos, ahora a cargo de una poeta a la que también conocí en mejor plan,. Nunca he sabido muy bien cómo reaccionar a ese tipo de cosas, y me cuesta definirlas; no sé lo que hace falta para llegar a ese punto, y en verdad os digo que no me interesa averiguarlo. Pero algo se aprende viviendo y observando, y a algunas conclusiones he llegado.
Me parece que, si los mediocres dejaran a Darwin el asunto de su calidad y la ajena, el mundo quizá sería un poco más respirable, y hasta la propia mediocridad sería respetada como lo que es: las intentos de alguien de hacer algo nuevo. Lo que sea, así muera en el intento. Sin embargo no es tan fácil: no es lo mismo una obra de calidad modesta que una obra mediocre. La primera tiene sentido de las proporciones y es honesta, la segunda es mediocre no por su calidad, sino por la calidad del autor, que no deja de reflejarse en lo que hace. (Krisma sostiene que un artista debe ser una buena persona, o su obra será tan desagradable como él. Tiendo a creer que está en lo cierto. Como siempre.)
El problema es que casi todos los mediocres saben que lo son, porque serán mediocres, pero no tontos, y les duele. Y no les duele su capacidad limitada para hacer las cosas o para entender al mundo, sino que las limitaciones ajenas sean menores que las suyas. Milos Forman lo retrata muy bien en Amadeus: Salieri desfallece de emoción ante la música de Mozart, pero se dedica a destruirlo para que la suya propia –ramplona, solemne, altamente perecedera– sea la que se escuche en lo teatros y salones de la corte. Salieri no piensa en que su obra pueda perdurar en el tiempo y en las almas, sino en el momento mismo en que se ejecute ante un público que después aplaudirá. Sabe también que lo de Mozart es inmortal, porque su educación de músico se lo dice, porque su espíritu goza o se angustia. Pero no lo ha hecho él, y muere de envidia. Y sin envidia no hay mediocridad: es su principal combustible.
Y allí hay un par de cosas comunes a todos los mediocres. Por ejemplo, no pueden vivir sin la comparación, y ponen a su alrededor a gente –un séquito, de preferencia– capaz de admirarlos, alabarlos y sobre todo aplaudirlo, aun sabiendo –él, porque los otros lo hacen de buena fe– que no son los jueces más autorizados, o por eso mismo. Por otro lado, no tienen sentido del tiempo. Les importa el ahora. Mañana será otro ahora, como lo fue ayer, y hoy esperan atención y reconocimiento. Ésa es la palabra clave del mediocre: reconocimiento.
Por eso es que su obra será siempre mediocre: le interesa que los demás lo acepten y hace lo necesario para que éste y el otro, todos y cada uno, reconozcan como bueno lo que hace y, si se puede, como lo único posible. Al menor desconocimiento, el mediocre actuará inflamado por la rabia y hará lo que sea para que el reflector (así sea de 15 watts) no se le quite de encima. “Lo que sea”, claro, significa algo que no redunde en peligro real, por ejemplo un golpe en la nariz o una respuesta frontal o un ridículo más evidente del ridículo en el que está metido por su falta de sentido de las proporciones. Porque ésa es otra de las características del mediocre: es cobarde. Así como es incapaz de arriesgarse en serio a la hora de encarar su obra –¡tiene tanta prisa...!–, lo es para afrontar las consecuencias de sus palabras y sus actos.
Cuando su obra no es reconocida por lo que cree que debería valer, el mediocre muestra su más evidente característica: es destructivo por principio. No tiene gratitud, y sus límites sólo llegan hasta un punto (además del que marca la cobardía): el que, de ser traspasado, lo revelaría como un mediocre.
El asunto es que, si la obra dice qué es quién, lo que sea que haga gritará su mediocridad. Pero allí estará el mediocre a mano para explicar lo que realmente hizo y lo que su obra significa para la humanidad (o para el municipio; los hay de corto alcance), y por qué lo suyo es bueno y lo de los demás no. (Otra característica: el mediocre vive de las relaciones públicas. Es su terreno natural, aunque tarde o temprano mete la pata: está en su naturaleza meter la pata.) Para eso citará cartas credenciales que no tiene, mostrará otras rara vez obtenidas por las buenas y magnificará hasta el extremo otras que son válidas, pero sólo tienen el brillo de las cosas de cualquier persona, y el mediocre no quiere que lo consideren cualquier persona. Y siempre habrá buenas almas dispuestas a creerle.
Se ha visto premios Nobel altamente mediocres pero con excelentes relaciones públicas, y gente a su alrededor que jura por la Magdalena que “eso” es la genialidad. Pero una vez mueren o se van de viaje la obra se marchita, o mejor: se muestra cuan marchita era desde el principio, pues sólo gracias a que el mediocre estaba allí para fingir que le echaba agua podían vérsele los colores.
Eso en el caso de que tengan alguna obra, porque los hay que no, como los novelistas que llevan años escribiendo algo que siempre están a punto de terminar, los que publican artículos en los que hablan de que son escritores sin haber publicado nada, o sin haber mostrado más que los artículos en los que dicen que son escritores. Y los más patéticos, pero a la vez más convincentes y que obtienen la mayor solidaridad: los que no han podido desarrollarse como artistas porque “el gobierno” (debería ser el estado, pero esas sutilezas no venden), como un modo de neutralizarlos o de atacarlos (a ellos: el asunto es siempre personal), no les da el apoyo necesario, como becas, aprobación de proyectos, etcétera. Ésa es su bandera de parias, y ser parias no les da de comer, pero sí el reconocimiento que buscan. ¡Y sin necesidad siquiera de escribir o esculpir o actuar o nada!
Y a veces el estado les da becas o les aprueba algún proyecto, pero eso no cambia la situación: aceptarán el subsidio o el estipendio y no cambiarán el discurso una palabra. También incumplirán lo que hayan aceptado cumplir a cambio de lo que les den: ¿cómo van a respetar un trato con algo o alguien que los sabotea sistemáticamente? O peor: ¿cómo se van a vender por tan poco, aunque lo cobren? (Sí, hubo un poeta al que le daban buen dinero para traer poetas extranjeros al país, mantenerlos una semana y presentarlos en espacios del estado. Aunque todo estaba pagado ya, cobraba aparte algunos de los recitales acordados, y en cada presentación comenzaba con el mismo rollo: a pesar de la falta de apoyo, y a veces contra los obstáculos que “el gobierno” ponía en su camino, él, como poeta consciente de la necesidad de llevar alimento al espíritu de los salvadoreños, traía al o la poeta como una iniciativa personal que algún día la historia le reconocería. Lo interesante es que los asistentes le creían, así estuvieran en una casa de la cultura y así afuera hubiera un carro de CONCULTURA esperando a que terminaran para llevarlos a otra parte.)
Los mediocres se juntan con mediocres, como todo el mundo tiende a juntarse con sus iguales, para intercambiar frustraciones y proponer medidas para neutralizar a “los otros”, a los que les echan sombra y no les permiten brillar como merecerían. En general no se escuchan entre sí: establecen monólogos por turnos, y todos felices porque pueden hablar, aunque nadie los escuche: esa mirada de atención, esos “ajás” y esos asentimientos en realidad significan: “Eso te pasa por idiota, a quién rayos le importa, cuando oigas lo que me pasó a mí te vas a ir de espaldas”, o: “Soy capaz de inventarme una mejor. Veamos...”
Pero, con todo, son la sal de la tierra. Sin ellos, sin sus desvaríos constantes, sin sus berrinches de niño, los que sí trabajan no tendrían parámetros y quizá se confiarían demasiado de lo que hacen, no se cuestionarían cosas básicas (“¿Y si tienen razón?”) y a la larga se volverían a su vez mediocres. Pero mediocres sin envidia, y así el juego perdería su encanto.

17 de octubre de 2006

La antología que no fue

Cuando Jorge Ávalos llegó a El Salvador traía una idea interesante para una antología de cuentos salvadoreños. No pensaba ordenarla cronológicamente, sino por seis o siete temas que le darían dinamismo y también mostrarían un panorama del cuento desde un ángulo un tanto raro, pero novedoso. Me dio la antología --conservo una copia del original, por si hay dudas-- y se le envié por correo electrónico a Miguel Huezo Mixco, quien entonces dirigía la DPI.
En la carta le decía dos cosas: que me parecía que la idea era buena, aunque aún había que desarrollarla, y que no sabía si podía confiar en Jorge, pero que al menos se podía platicar bien con él. No me respondió la carta (así es Miguel a veces), pero meses después me dijo que se estaba trabajando en la antología y que qué bueno que se la había recomendado.
Cuando Ávalos llegó a El Salvador no lo conocíamos en persona. (Me refiero a Miguel y a mí.) Nos había escrito por correo para pedirnos permiso para publicar algún poema en una revista virtual que duró un par de meses (lo que tardaba en llegar de Nueva York, donde vivía, a El Salvador), lo comentamos por mail porque ninguno de nosotros sabía de él y, en fin, le mandamos unos textos, que aparecieron allí. La revista se llamaba Avalovara y estaba bien, aunque quizá sin ser más que una colección de textos sin mucho sentido editorial. Jorge se presentó un día en mi casa --le di mi dirección por si llegaba a El Salvador-- y conversamos varias veces antes de lo de la antología. Mientras, él aún no había ido a conocer a Miguel, no sé por qué; lo de la antología le dio pie para visitarlo.
Jorge me pidió ayuda para conseguir algunos cuentos. Por ejemplo, quería publicar uno de René Rodas y, aunque lo conocía, sus relaciones eran pésimas. Como aún era amigo de René, le escribí para convencerlo y, listo, le dio el texto, que se llama "Santiago la Bellita". También me pidió contacto con otra cuentista que protestó cuyo nombre antes estaba AQUÍ. (Este post está editado del original a petición suya.) A ella no le cayó bien, sobre todo porque Jorge la trató como niña boba, no como escritora, pero igual le dije que la idea de la antología, etcétera, y aceptó con todas las reservas. Le di contacto con Cecilia Salaverría, la viuda de Álvaro Menen Desleal, y le dije más o menos cómo localizar a otras personas, más la que él ya conocía. Con eso debía funcionar. También le di otros contactos para que pudiera conseguir algún trabajo, y de algo le sirvieron junto con los suyos. Cuando regresé a El Salvador hubo mucha gente que se portó bastante generosa conmigo, y había que devolver el favor. Incluso le pedí que diera para La Casa --el proyecto tenía apenas unos meses en marcha-- un taller (bien pagado) acerca de contenidos poéticos, que le quedó bien, según me dicen; duró un par de meses y sólo pude ir a tres o cuatro sesiones.
Hubo dos problemas que no me parecieron serios, o que me parecieron incidentales. Antes de iniciar el taller, me dijo que esperaba que el nivel de la gente que asistía fuera un poco más elevado, no "sólo" estudiantes universitarios, público interesado y escritores en formación. Insistió un poco más de lo que me pareció cómodo, y le dije que, si le parecía que no le convenía, lo daría yo, y que le conseguiría algo más. Me dijo que estaba bien, que trataría de adaptarse. Y no sé si se adaptó o si sus objeciones sólo eran un asunto de pose, pero el nivel le quedó bien. La segunda cosa tuvo que ver con ese nivel: en una de las sesiones se puso a hablar de métrica y rima, y cometió un par de errores básicos, que tres estudiantes de tercer año de profesorado de la Universidad Pedagógica le corrigieron. Trató de defenderse, pero Roberto Laínez y yo le dijimos que no, que los chavos estaban en lo cierto. A partir de ese momento cambió un poco la actitud y se puso más flexible, pero debió servirme de advertencia. En ese momento le pedí que no se metiera en cosas de técnica, sino de análisis poético. Conocía algunos de sus poemas y no me parecieron mal, pero su análisis de otras obras me parecía inteligente y acertado.
Terminó el taller y cada cierto tiempo lo veía y le preguntaba cómo iba la antología. Me dijo que bien, que estaba retrabajándola y que andaba en el plan de conseguir los textos. A mí me pidió dos relatos: uno de Terceras personas y otro que ya se ha publicado en algunas antologías. (Antes me conflictuaba, y ahora sólo me da un poco de risa incómoda, el hecho de que nunca he publicado un libro de cuentos y sin embargo me han incluido en varias antologías, en varios idiomas. Por suerte nadie me ha pedido poesía, porque no sabría qué hacer: sucumbir al llamado del ego o sucumbir dolorosamente a la ética literaria.)
En el ínterin me dijo que él estaba coordinando la próxima publicación de una serie de columnas de ciertos autores en La prensa gráfica, y que yo debía participar, que me había sugerido, que hablara con no sé quién. Le dije que sí sin demasiado interés; en ese momento no podría cumplir con una columna semanal, y podía más bien convertirse en motivo de angustia. Lo que vi es que Jorge se comenzó a colocar como crítico de teatro, de danza, de literatura, como poeta y narrador, como artista plástico, y a veces como crítico de artes plásticas. Allí me acordé de lo que le había dicho a Miguel un año y tantos atrás, y decidí no confiar mucho en él, aunque aún me resultaba agradable su plática. El motivo es sencillo: tantas cartas credenciales sólo pueden pertenecer a un genio o a un farsante, y lo que conocía de Jorge no me parecía genial. Tampoco me parecía un farsante, y buscaba una solución intermedia.
Unos días antes de la inauguración de La Casa, Jorge llegó a la casa (nótese lo de las mayúsculas y minúsculas) para almorzar y preguntarme cuáles eran los planes. Fuimos y le dije de un montón de proyectos que había, y que ya había comentado con varias personas. Los oyó sin demasiado interés. (Un par de esos proyectos fracasaron irremisiblemente, quizá ad majorem Domus gloriam; varios han funcionado, otros apenas están arrancando.) Después de la inauguración, una noche fuimos con Krisma a El Atrio para festejar y Jorge llegó. Lo invitamos a tomar algo y muy nervioso nos dijo que se iba, que tenía que terminar su columna para La prensa gráfica; sólo entró un par de minutos y se fue, sin despedirse. Allí olí que algo andaba mal.
Y sí. Un par de días después apareció su columna y se ponía bien raro. Entre otras cosas, decía que la casa de Salarrué sólo podía llamarse La Casa de Salarrué, y ponerle de otro modo era traicionar algo. Y que también debía dedicarse a cosas que ayudaran a la literatura, como por ejemplo...
Y allí puso exactamente los proyectos que yo le había comentado unos días antes, como si fueran ideas suyas y como si La Casa sólo fuera un cascarón que no fuera a servir para más. (Después me enteraría que estuvo "moviendo palancas" para que La Casa se dividiera en dos: la dedicada a escritores, que manejaría yo, y la parte museográfica, que manejaría él. Y en realidad no hay mucho que manejar en la parte museográfica: lo hace el Museo de la Palabra y la Imagen y es una pequeña colección que se adapta al pequeño tamaño de la Villa Montserrat.) El aire doctoral me purgó, y le mandé un correo en el cual le decía que qué falta de ética, sobre todo porque presentaba ideas ajenas como si fueran suyas, y que, bueno, con su pan se lo comiera.
Al día siguiente recibí un correo como de seis o siete cuartillas donde me despedazaba. Había burlas, insultos, descalificaciones, la verdadera explicación de lo que quiso decir y que yo, en mi estupidez, no había logrado captar. Me hacía acusaciones que, de ser ciertas, yo mismo hubiera insistido en que me destituyeran y me metieran a la cárcel. Un cigarro y un poco de filosofía y a almorzar. Ese día llegó Roberto Laínez, le dije lo que había pasado, me recomendó que tratara de arreglar el asunto, le di la razón, almorzamos y nos fuimos a La Casa.
Llamé a Jorge. Le dije que se había puesto bien loco, y que no valía la pena que nos tratáramos mal. Lo que siguió fue un verdadero ataque de histeria. No recuerdo lo que dijo, porque lo dijo muy rápidamente, con voz chillona, y porque para mí eso no estaba pasando. No pude decir nada: un insulto final y colgó. Nada que ver con el modo dulce (un poco demasiado dulce, quizá) que había mostrado todo ese tiempo. Comentamos el asunto con Roberto, pensé que ya se le pasaría y a trabajar.
Apenas se había ido Roberto cuando llegó la pintora Mayra Barraza. La había visto dos o tres veces antes de eso, y no habíamos platicado a profundidad, así que me extrañó. Después de los saludos habituales, me preguntó que cuál era mi problema con Jorge Ávalos. Ninguno, le dije. Y me contó que una amiga le había reenviado el correo largo que me había escrito, y que lo que decía allí era alarmante. Había pensado --mísero de mí-- que se trataba de un asunto personal. Pero no: esa misma tarde recibí tres llamadas más para decirme de la carta, y otro par de visitas de amigos. Haciendo cuentas, Jorge la había mandado a unas cuarenta personas (y éstas a muchas más). Revisé el mail que me había enviado: sólo estaba dirigido a mí, o sea que ni siquiera tenía derecho a saber quiénes eran los testigos de algo tan feo, ya ni hablar del derecho de respuesta. Me llegaron también varios correos en los cuales algunas personas se solidarizaba con Jorge ante la prepotencia de CONCULTURA (o sea mía), decían un par de cosas malas de mí y, sobre todo, buenas de ellos mismos.
En un principio pensé en responder, pero apliqué la regla fundamental que aprendí en 1992, cuando empecé en esto del ciberespacio: nunca contestes cuando estés enojado, porque vas a decir idioteces. Cuando me calmé, usé otra que mi padre me enseñó cuando era niño: no discutas con imbéciles. (Él decía "pendejos", pero no voy a acusar a Jorge de algo así.) Y aprendí otra: hay gente que es capaz de cualquier cosa con tal de llamar la atención, porque lo que hace no da para mucho, y a falta de obra o méritos se valen del escándalo; si no eres como ellos, no discutas con ellos, porque automáticamente los estás convirtiendo en interlocutores válidos. Y Jorge no era un interlocutor válido.
En eso me dio frío: me acordé de la antología. (También tuvo que ver que ya hubiera neblina y que la oficina fuera húmeda. Lo que busco es un efecto dramático.) Fui a mi oficina, escribí una carta y la dejé reposar para mandarla al día siguiente. Mientras, llamé a Miguel Huezo para decirle que me salía de la antología porque no iba a avalar con mi trabajo a alguien como Jorge. Me dijo que lo pensara, que el proyecto era bueno.
Al día siguiente resultó que la carta de Jorge había llegado no sólo a artistas, sino también a gente de CONCULTURA: a Gustavo Herodier, presidente; a mi jefe inmediato, Manuel Bonilla; al director ejecutivo, a los directores nacionales... Así que a ellos también les envié copia de mi retiro de la antología, con todo y que era un asunto personal. (Aquí guardo copia también de eso, como de la carta de Jorge, de la columna original, y de hecho de todo lo que publicó desde entonces.)
Cuando Jorge se enteró de que me salía de la antología se puso como flor súbitamente deshojada. La palabra que usó fue "conspiración": yo había armado una conspiración para sabotear su trabajo, que era también de CONCULTURA, y por lo tanto debía dejar mis textos en su antología. Gustavo me llamó para preguntarme de qué se trataba, se lo dije, y me pidió que reconsiderara. También Miguel Huezo. También Manuel Bonilla. Y a todos les dije lo mismo: como empleado de CONCULTURA, acataría las decisiones que tomaran y, si era necesario, hasta promovería la dichosa antología. Como escritor, ni de chiste. Me dijeron que estaba bien, pero que no siguiera peleándome con Jorge. Y no me estaba peleando con nadie, pero él mismo había regado el chisme de que yo seguía escribiéndole, y él contestándome, y necio con que estaba "conspirando" contra él. La verdad es que no; generalmente las conspiraciones son de gente "de abajo" contra gente "de arriba", y requieren de gente organizada para tal fin, y yo estaba solito y no veía a Jorge ni siquiera en medio de ninguna parte. Además tenía trabajo que hacer, y si algo he aprendido es que el tiempo es el mejor juez de cualquier desacuerdo.
En uno de los correos a René Rodas le conté lo que había ocurrido. De inmediato le mandó una carta a Jorge sacando su texto de la antología. No porque yo se lo pidiera (ahora puede decir lo que quiera), sino porque yo lo había convencido de meterlo y lo estaba dejando en la estacada.
Con nosotros fuera, la antología seguía, y estaba bien: René es poeta y --con todo y lo de las antologías en las que me ponen-- yo soy novelista. Nada importante se perdería.
El problema es que algo le pasó a Jorge y no sólo la corrigió, como se esperaba, sino que la cambió radicalmente. De seis o siete temas en los que la había planteado, pasó a unos quince, y para esas fechas ya iba por los veinte. Algunas de las secciones sólo tenían tres cuentos, según me enteré después. Una de ellas abría con un texto de Salarrué, seguía con uno de Jorge y terminaba con uno de Álvaro Menen Desleal. O sea que se estaba colocando en medio de los dos maestros del género, él que hasta ese momento no había pubicado un solo libro, ni de cuentos ni de nada... Más aún: terminaba la antología con el único cuento escrito por una muchacha que una vez había ido a un taller que él dio. Si una antología es un panorama del cuento en una época, lugar o sector determinado, lo menos que puede esperarse es que la gente que esté allí tenga una obra y una trayectoria o lo que sea (un oficio reconocible, digamos). Pero para ese entonces se trataba de otra cosa. También había metido fragmentos de novela de gente que no había escrito cuentos, y poemas en prosa. Aquello era un desorden.
Allí fue cuando alguien a quien no voy a mencionar nuevamente entró en ira y sacó su texto de la antología. Siendo, como es, fundamental en el género, la antología estaba en verdadera crisis. Aun así Jorge siguió presionando para que se publicara. Se envió al consejo editorial. Poco después me llamaron de la DPI para decirme que el asunto estaba arreglado: que el consejo había dictaminado que debía reestructurarse la antología, que Jorge sacaría su texto y que debía comunicarse conmigo, con *** y René para llegar a un acuerdo y limar asperezas. Me preguntaron si así estaba dispuesto a meter otra vez el cuento, y dije que sí, que cómo no, pero nada más para dármela de moderado. Sabía que Jorge no llamaría, como en efecto no llamó. (Si hubiera llamado me hubiese metido en un lío. Pero hay gente tan previsible...) Lo que hizo, a cambio, fue mandar una carta insultante al consejo editorial --me lo contó uno de sus miembros--, diciéndoles que no tenían la calidad suficiente para determinar lo que había hecho, que no entendían el concepto, que su texto era fundamental para la cuentística salvadoreña (hasta decía los porqués; aquí tengo el cuento y la verdad es que he leído mejores) y que no cambiaba nada.
Ya era un año o más desde que la antología estaba a punto de publicarse. Había visto a Cecilia Salaverría varias veces y no le había comentado del tema, porque no estoy para andar con chismes (o sí, pero de los que son divertidos, y ése no lo era). Siempre me decía de la antología, a ver cuándo salía, que Jorge no se había comunicado con ella. Y un día me preguntó que cuál texto mía iba a entrar. Ninguno, le dije, y le conté por qué. ¿Y de ***? Tampoco.
Unos días después el coordinador editorial, Carlos Clará (ya Miguel no estaba en la DPI), recibió una carta de Cecilia: Álvaro consideraba que *** y yo éramos sus discípulos y continuadores de su obra, y que si nosotros faltábamos no tenía sentido que Álvaro siguiera allí. Cecilia me dio una copia para que me enterara. La antología, en ese momento, estaba muerta. Sin embargo Jorge siguió presionando y presionando, incluso de manera irracional. (Más irracional, quiero decir.) Me pareció extraño, pero no lo era.
Por esos días se ganó el premio Rogelio Sinán de cuento, en Panamá. Y, desde luego, fui a comprar el libro, por puro morbo y para saber de lo que hablaba. A muchos les gustó; de mí sólo puedo decir que, si alguien de La Casa me lo presenta así, tenga la edad que tenga, le digo que aún le falta mucho para terminarlo y le sugiero que le haga una cirugía mayor. No por la pedantería de los textos, que uno tiene derecho a escribir lo que quiera, sino por simple técnica narrativa.
En la contraportada del libro, en el texto de presentación, leí algo que me dio risa: allí se anunciaba que para ese año (2004) se publicaría una "antología general" del cuento salvadoreño y una colección de su obra poética, ambas en la Dirección de Publicaciones e Impresos y ambas de Jorge. Llamé a Carlos Clará para preguntarle y se sorprendió: en efecto, Jorge había entregado un libro de poemas, pero aún no lo había revisado el consejo editorial, mucho menos lo había aprobado y menos aún estaba programada su publicación. Ya era noviembre, así que era bastante improbable que se hiciera para ese año. Hubo entrevistas varias, como una en la revista La Maga, y no me las perdí. Tuve un ataque de carcajadas cuando leí, en esa misma, acerca de su formación como "antropólogo cultural", y lamenté que hubiera perdido su columna en La prensa gráfica: para él fue un asunto de censura que no publicaran una en la que trataba de ignorante y estúpido al editor de la sección de cultura por no haber ordenado que se cubiera una exposición que a Jorge le parecía importante. Yo también lo hubiera corrido.
En una de las entrevistas anunció que se iría a vivir a Panamá, que tenía un buen trabajo allá y que había encontrado el amor. Eso sería en diciembre. Le hicieron una despedida, etcétera, y todo el mundo se extrañó de que en febrero o marzo apareciera como si nada en sus lugares habituales. No, no se había ido. ¿Quién les había dicho que se iba a ir a vivir a Panamá? Esos eran inventos de quién sabía quién.
La antología, en fin, no se publicó. Lástima, porque la idea original era buena. Jorge trabaja actualmente en El diario de hoy, donde le di contactos para que le publicaran sus primeras notas, hace unos años, en Vértice. Ojalá un trabajo de verdad le cambie el carácter y le mejore la literatura, porque hace falta gente sensata y que escriba bien.