30 de noviembre de 2006

Nacer, hacerse, reconocer, reconocerse

Se necesita nacer poeta. Ya luego habrá tiempo para que aprenda a poner en papel lo que siente.

Así dice Hugo Martínez Téllez en un artículo que publicó en El financiero de México (reproducido aquí) hace unos días, al comentar el Viaje al imperio de las ventanas cerradas, de Krisma Mancía, quien para mi orgullo es mi esposa.
No sé si la frase sea cierta; me da la impresión de que sí, con todos los condicionantes que pudiera haber desde el momento de nacer hasta el momento de escribir poesía. (Ya hablé un poco de eso por aquí.) El más importante es tomarse en serio el oficio, y no suponer que porque se nació ya se es poeta, o carpintero o cirujano. Hugo es bastante claro en eso:
Cosa difícil, esto de la poesía.
Se trata de saber versificar, por supuesto.
Se trata de tener cosas que decir, claro.
Pero estos dos requisitos por sí solos no sirven. Puede haber mucha gente que tenga cosas interesantes que decir, y puede haber mucha otra que sepa “hacer versos”. Un pequeño grupo puede tener cosas bellas que decir y puede conocer los secretos de la métrica, el ritmo y la consonancia. Pero eso no hace poesía.
Lo que hace la poesía es... uh... la existencia de un(a) poeta.
Me ha tocado en suerte conocer a varios de ellos, jóvenes que nacieron poetas y ahora están haciendo poesía. Uno de los casos más sorprendentes es Gerardo Chávez, quien comenzó a eso de los 14 años a hacer cosas portentosas. Anoche estuve revisando uno de sus poemas, "Héroe sin título", que publicó la Revista de la Universidad de San Carlos, de Guatemala, cuando acababa de cumplir los 15. Apareció junto a poemas de Alfonso Quijada Urías y David Escobar Galindo y, sin demeritar a éstos, no deja nada que desear. Gerardo sigue escribiendo a sus 17 y, aunque ya tiene un año de no aparecerse por La Casa, por allí llegará un día de éstos con buenos materiales. Es poeta y no puede evitarlo.
Otro caso es Nathaly Castillo, apenas un año mayor que Gerardo. Sus poemas, casi miniaturas, son a veces joyas de la orfebrería. Cada poema le puede llevar uno o dos meses de elaboración, y más meses o años de corrección, pero lo que resulta son cosas como ésta:

INVIERNO
La niebla carcome mi cabello.
El frío congela las uñas
de estas manos que quiebran esqueletos.

El poema es muy bueno por sí mismo, y más si se toma en cuenta que cuando lo escribió tenía 15 años. Con todo y que nació poeta, Nathaly tardó tres años y medio en armar su primer poemario, que está listo desde hace un par de meses. Se va a Cuba el próximo sábado, a estudiar medicina; estoy seguro de que le servirá para madurar poéticamente, en tanto va a madurar también como persona.
Luego están "los hermanitos" Alberto Quiñónez y Herberth Cea, unos meses mayores que Nathaly (apenas están estrenando sus 19 años). Aquí hay algo de Alberto, publicado en el Colatino; tanto él como Herberth están armando unos poemarios que prometen ser portentosos, pero sobre todo llenos de rigor. A muchos los asusta la palabra "rigor" cuando se habla de poesía, pero allí es donde se conoce a los que nacieron poetas: en la capacidad de hacerse poetas a través del trabajo. Alguien que no nació para eso se aburrirá pronto, o no distinguirá un buen poema suyo de un mal poema, también suyo; supondrá que basta con nacer. (Talento y vocación. Allí está lo que marca la diferencia.)
Hay muchos más, pero me ha tocado conocer sólo a algunos, y trabajar con pocos: Vilma, Roger, Mario, Santiago, Ana, Sandra, y que me perdonen los que no menciono, que son varios. (Hablamos sólo de poesía. En narrativa y teatro hay otros casos bien notables.) Lo que me parece es que entre ellos se reconocen, y establecen una relación que se basa más en la alegría de estar juntos, de trabajar acompañándose, que en complicidades que han liquidado a otros que nacen, pero no logran hacerse.
Una de las preguntas que me he hecho desde que abrió La Casa es por qué es tan fácil establecer relaciones de amistad entre los que llegan, o por lo menos de simpatía. Veo que en ese reconocimiento está buena parte de la respuesta.
(Ojo: en todo lo anterior hablo de gente muy joven que encuentra su camino muy joven. Hay quienes nacen poetas y sólo hasta ya entrada la adultez se enfrentan a su vocación, y los resultados son similares o superiores. Lo que pasa es que uno tiende a apostarle a los niños prodigio más que a los adultos; habrá que reconsiderar algo por allí.)
Lo del reconocimiento no se da sólo cuando la gente se conoce en persona; la obra es motivo suficiente. Hace unos días, la poeta española Elena Medel hizo una bonita reseña del Viaje al imperio... en la que se nota esa identificación entre gente que comparte genes literarios. La reseña está aquí. Elena Medel es muy joven (21 años, creo), pero desde los 16 comenzó una carrera meteórica y sólida en la poesía, y a su corta edad es una escritora respetada y digna de consideración en su país. Krisma le escribió para agradecerle la reseña y, hasta donde sé, desarrollaron una amistad inmediata. Ya están intercambiándose poemas y todo.
En serio que me encanta mi trabajo.

29 de noviembre de 2006

¡Cambio de fecha! ¡Es el 6!

La presentación de mi libro Cualquier forma de morir ya no será el martes 5, sino el miércoles 6 de diciembre, igual en La Casita de Plaza San Benito, e igual a las 5:30 de la tarde.
Hay motivos terriblemente oscuros, ocultos y tenebrosos detrás del cambio de fecha. El más inconfesable es que a Raúl Figueroa, director de F&G Editores, le pusieron una reunión de la Cámara del Libro de Guatemala precisamente para el 5, más o menos a la hora de la presentación, y la ubicuidad no se le da muy bien cuando está cansado: estará recién regresado de la Feria de Guadalajara, donde por cierto alcanzó a llevar mi libro, ejem, todavía calientito y recién salido de la imprenta. (Me da la impresión que se habrán vendido algunos ejemplares más de Saramago, Gordimer y Ramírez que de los míos. Ya le preguntaré.)
Los otros motivos inconfesables no los voy a decir ahora, porque no hay y porque no tengo tiempo para inventármelos; tengo que ir a La Casa a arreglar unos asuntos de los que pronto hablaré por aquí.
Así que La Casita, Plaza San Benito, miércoles 6 de diciembre, 5:30 p.m. (o 17:30 a secas, o 1730 si son militares).
Los De Siempre están especialmente invitados, sobre todo si llevan dinero para comprar por lo menos un ejemplar. Si no, les tocará lo de la Macarena.

¡Me descubrieron!

Está bien, lo confieso: el proyecto de La Casa del Escritor lo armé sólo para satisfacer mi ego enfermo y para sojuzgar a los jóvenes crédulos que creen que lo que van a encontrar allí es literatura. También confieso que me paso todos los días y noches (por eso me desvelo tanto) pensando en cómo quitarles el talento a escritores como los que nunca seré.
Esta confesión la hago no porque ya no soporte más la conciencia, porque conciencia no tengo, sino porque Santiago Vásquez destapó la olla de corrupción humana en la que he convertido algo que debió ser limpio y bueno. Búsquenlo en su blog, exactamente aquí. También podrán ver el tipo de gente que llega a La Casa: niños bien globalizados, con choferes y carros carísimos, ¡y algunos de ellos santanecos! ¡Perdóname, padre mío!
¿Cómo pude llegar a eso? Es más: ¿cómo pudieron descubrirme?
Como descargo puedo decir que a la muchacha de la que habla Santiago no la convertimos en galleta para perro, ni se la dimos de comer a Boris; cuido mucho la alimentación del animalito. Como era menor de edad, intenté venderla a un tratante de blancas tailandés, pero no encontré ninguno, y busqué incluso en la Plaza Libertad. Con dolor de mi alma, la mandé de regreso a su casa, no sin antes humillarla un poquito, para que supiera que la vida es dura y la poesía es sólo para algunos elegidos. (Se veía chistosa tratando de sacarse la mermelada de los ojos mientras tenía las muñecas amarradas a los tobillos. Y eso que eran muñecas Barbie...)
Santiago, no lo esperé de ti. Et tu, Santiago? ¡Pinche Santiago! Etcétera.

28 de noviembre de 2006

De cualquier forma, el 5 de diciembre

Llamé, pregunté si se podía, me dijeron que sí y listo: el próximo martes 5 de diciembre se presentará en la librería La Casita de Plaza San Benito, a las 5:30 de la tarde, mi libro Cualquier forma de morir, publicado por F&G Editores de Guatemala. Están invitados. Para los que no puedan ir, quedarán allí ejemplares para la venta, pero se perderán la firma, jo jo. (La verdad es que me angustia eso de firmar y dedicar libros, pero es parte del sine qua non, así que no me rajo.)

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Para los de siempre: Ahora sí, suéltense. Igual sería bueno que buscaran algo más útil que estar amargándose, pero ustedes son la sal de la tierra. Si quieren leer el capítulo 1 de la novela, lo pueden bajar del sitio de F&G en formato PDF o leerlo aquí, en mi otro blog. De nada.

Avenida Salarrué

El acto oficial de nominación de la Avenida Salarrué (antes Calle Balboa o Calle al Parque) se realizó ayer a eso de las 4 de la tarde, en el obelisco de Los Planes de Renderos. Rápido, sencillo y emocionante.
Hubo un problema de ésos que ocurren en el momento menos indicado: el rótulo que se iba a colocar en el obelisco, realizado por encargo de la Alcaldía de Panchimalco, quedó mal. La gente a la que se lo encargaron puso "Avenida Salarué" en lugar de "Avenida Salarrué", y la verdad era mejor no ponerlo que ponerlo así. Sin embargo, desde la mañana, en el triángulo, la PNC colocó un rótulo pintado por los propios agentes en el que se lee "Avenida Salvador Salazar Arrué". Habrá que ver si se usa un nombre o el otro, o los dos; eso de nominar calles no es mi especialidad. Un bonito gesto, en todo caso. Y más emocionante fue estar en la entrada de La Casa del Escritor y que pasaran dos personas preguntando: "¿Cuál es la Avenida Salarrué", y decir muy orgulloso: "Ésta."
Aunque traté de librarme, me pusieron en la mesa que ponen al frente en estas ocasiones. Yo prefería que Johanna Marroquín estuviera en nombre de La Casa, porque ella y los chavos del taller de danza fueron quienes se fajaron con los trámites y la recolección de firmas; pero igual Johanna fue la maestra de ceremonias, leyó un discurso bonito, algunos de los chavos bailaron (sólo ocho, porque el espacio era limitado) y a mí no me tocó decir nada, que era lo menos que pedía. Y vienen algunas fotos del evento, como las pide Aldebarán.


La banda municipal de Panchimalco (o una parte de ella) estuvo a cargo de la música. Llegaron como a las tres de la tarde y desde entonces se pusieron a tocar de todo, hasta la hora del himno nacional. Así se fue juntando gente. Quizá hubo unas 80-100 personas, además de los involucrados.


La hora del himno. De izquierda a derecha, Johanna Marroquín, yo, Rodolfo Arrué (sobrino de Salarrué), José Manuel Bonilla Alvarado (director de Espacios de Desarrollo Cultural, o sea mi jefe, quien habló a nombre de CONCULTURA) y el alcalde Isabel Vega. Este último es una persona de lo más interesante: es un líder natural, con un carisma bastante especial y, por lo que he visto, se la pasa trabajando directamente en las comunidades; es difícil hallarlo en su oficina. Aunque ganó por ARENA, en ningún momento habla de ideología, suelta línea ni se pone a buscar apoyos políticos. Bien práctico el señor. Después del acto me preguntó que dónde vivía, le dije que en Casa del Piedra y nos dio un aventón a mí, a Krisma y a Valeria, porque tenía una reunión en San Salvador. Él manejaba. Me cayó bien.


El corte de la cinta. Se repartió un pedacito a todo el mundo junto con un alfiler para pegárselo en alguna parte del pecho. Supongo que siempre se hace lo mismo, pero es la primera vez que me toca estar al frentes, y la primera vez que me queda un pedacito de la cinta.


Ocho de los chavos del taller de danza de La Casa. El más joven tiene 11 o 12 años, Adalberto, a la derecha. Los mayores apenas rebasarán los 17. Todos son de Los Planes y de los cantones aledaños. Atrás estoy platicando con Corina Menjívar, de Canal 10. No, no es mi pariente; ella es de Cabañas y mi familia, como ya lo dije, es de la hermana república de Santa Ana. Se llama igual, de todos modos, que una hermana de mi papá. En algún momento sospeché que podía ser mi hermana, en los días en que buscaba a mi hermana Lorena Santillana y no sabía su nombre. Pero pos no.


El grupo de danza folklórica del IPSFA, formado por jubilados de la Fuerza Armada. También lo dirige Johanna Marroquín, y quisieron acompañarnos en una ocasión tan especial.

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Para los de siempre: En este momento no tengo ganas de pensar en ustedes. Mejor búsquense algo útil que hacer al menos durante este post y dejen la amargura para el que sigue, que voy a escribir en unos minutos. Estoy contento y punto. Y mi familia también. Y los compañeros de La Casa, que también son mi familia. Y los vecinos de Los Planes. Y mucha gente en CONCULTURA, excepto "los de siempre", que de ésos hay en todas partes. Y seguro la familia de Salarrué. Y espero que también Salarrué, aunque estoy seguro de que no hubiera asistido al acto; en el fondo era bastante tímido.

25 de noviembre de 2006

Un video chistoso

Un amigo que me manda buenos videos me envio hace unos días uno de Monty Phyton, un fragmento de su película El Santo Grial, divertidísima. Corresponde a la parte conocida como "El cabellero negro". No tiene desperdicio.
Y, como único comentario, mi amigo pone: "A propósito de peleas." No se lo pierdan.


24 de noviembre de 2006

La calle de Salarrué (oficialmente)

Este lunes 27 de noviembre de 2006, a 31 años exactos de la muerte del escritor Salvador Salazar Arrué (Sonsonate, 1899-Los Planes de Renderos, 1975, para quienes gusten de los datos), se llevará a cabo el acto oficial mediante el cual la antigua Calle Balboa, Calle al Parque o Camino al Parque pasará a llamarse oficialmente Avenida Salarrué.
El acto será a las 3:30 de la tarde, en el obelisco del Parque Balboa, con la presencia del alcalde de Panchimalco, Isabel Vega, y el Concejo Municipal; representantes de CONCULTURA y mucha gente contenta.
La iniciativa de cambiar el nombre de la calle fue de Johanna Marroquín, quien trabaja en La Casa como coordinadora del taller de danza y dirige el grupo folklórico Raíces. Durante meses, ella y los integrantes del taller se pasaron recogiendo firmas, haciendo trámites y todo lo que hubiera menester. Recibieron el apoyo de los vecinos de la calle (ahora avenida, je) y sus alrededores, y el alcalde Vega fue bastante receptivo e hizo lo demás: oficializar el nombre, trámites en el catastro, papeleos en un par de ministerios, en la PNC, en el correo...
Antes la dirección de La Casa del Escritor era Villa Montserrat, Calle Balboa, kilómetro 9.8, Los Planes de Renderos. A partir del lunes será Villa Montserrat, Avenida Salarrué, Los Planes de Renderos. Bonito, ¿no?
Están invitados los que quieran o puedan asistir. Hasta va a haber refrigerio...

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Sin nada que ver con lo anterior: en la columna de al lado he puesto links a las copias de unos posts de Manuel Carcache y Nora Méndez, "El cuento de la enanita Tuntún..." (partes I y II) y "Del amor, los amigos y la democracia!", respectivamente. Lo hago por dos motivos:
1. Se habla de ellos en varias partes de este blog, pero fueron borrados de sus lugares originales, por motivos que me parecen obvios y seguramente le parecerán obvios a quien los lea. El lector merece --si lo desea-- tener el contexto de algunos posts que hay en este blog. (Los blogs de Manuel y Nora están aquí y aquí, respectivamente, a menos que sean también borrados. Creo que también vale la pena leerlos, para ampliar el contexto.)
2. Ha comenzado de nuevo la enferma campaña de anónimos contra mi esposa y contra mí, y me parece que se debe a que, precisamente, esos textos ya no están en su lugar, y a que quizá se crea que se han olvidado. Quien no sepa de qué enferma campaña se trata puede leer, como ejemplo, los comentarios a este post, en mi blog, y a éste, en el de mi esposa.
Los textos de los archivos no fueron modificados de manera alguna, y existieron. Dos de ellos fueron impresos en PDF directamente de las páginas de sus autores. Por algún motivo, uno de ellos daba errores a la hora de convertirlo a PDF (la parte II de la Enanita Tuntún); se guardó, pues, en HTML. A la hora de cargar la página, sin embargo, se notará que las imágenes aún están guardadas en el servidor de Blogger, en la cuenta de Manuel Carcache.
Los respaldos fueron colocados en un subdirectorio de la página de La Casa del Escritor, el lugar que tenía a la mano. Para quien se preocupe de que se pueda utilizar un sitio oficial (es decir del gobierno de El Salvador) para eso, va la aclaración: no se trata de un sitio gubernamental. El hosting y el dominio son proporcionados por ColegioWeb, de México, una firma privada, por cortesía de su director, Salvador de la Mora, a quien agradezco su amabilidad y amistad.
Me llama la atención, en las copias de los posts, el lema del blog de Manuel Carcache, no sólo por su mala puntuación, sino por lo que significa: "¿VERDAD HONESTIDAD AMISTAD SERÁN PARADIGMAS RESCATABLES?" Ahora le ha añadido una parte más, una frase de John Lennon: "
WE ALL BEEN PLAYING THOSE MIND GAMES FOREVER..."
Pues sí. Y pues no.

La mujer esqueleto

En el aciago año de 1990, antes de entrar a trabajar a La jornada, conocí a una muchacha bastante agradable: morena, delgada, más o menos alta. No que quisiera nada con ella; simplemente me agradó, e iba a ser mi compañera de trabajo. Fui a una especie de fiesta en su casa, me sirvió coca cola y me dio algunas galletitas y no platiqué de manera especial con ella, y nada de contacto físico de ningún tipo, muy mexicano el asunto.
A los pocos días llegué a mi primer día de trabajo en el periódico y ella estaba en la redacción. La saludé, le di la mano... y fue espantoso. Era una mano llena de huesos muy pequeños y delgados, sin mucho músculo ni carne entre ellos y la piel. Apenas la apreté un poco y sentí que todo se movía allí adentro al azar, y que si apretaba un poco más algo iba a crujir y me lo iban a cobrar.
Ese mismo día empecé a escribir un poema, "La mujer esqueleto", que terminé al día siguiente. Después lo corregiría durante meses y años (hoy mismo le cambié una palabra que estaba mal, o que no estaba tan bien), y con él empezaría un poemario que se llamaría Cosa personal, como el subtítulo de este blog. Un día estuvo a punto de publicarse, y al editor le pareció que el título recordaba demasiado a una telenovela que estaba pasando en ese momento, Nada personal, y le dije que mejor, mientras pasaba la calentura de la telenovela, le pasaba una novela mía. Así hicimos. Un poco molesto conmigo mismo y con la televisión, le cambié el nombre al poemario por Manual de sobrevivencia, que no me gusta, pero qué diablos; igual se lo vuelvo a cambiar. Casi todos los poemas se han publicado en revistas, en varios países, y en otra ocasión cambié su publicación por el de otra novela. Es lo mío. Prefiero no dispersar esfuerzos y hacer algo bien que tener credencial de narrador, poeta, cuentista y lo que sea (los domingos se hace sopa de patas y los sábados se compone música incidental, honorarios según cantidad de compases); me parece honesto y responsable. (Sí, sí tengo un poemario publicado, Algunas de las muertes, Claves Latinoamericanas, México, 1986. No, no lo vuelvo a hacer.)
Todo lo anterior viene a cuento porque ya tengo varias semanas hablando de poesía, y al mismo tiempo diciendo que no soy poeta, y al mismo tiempo coordinando un taller de poesía, y al mismo tiempo hablando de métrica, y me parece que uno tiene que sustentar lo que dice no sólo con su nombre y apellido, sino también con su obra (también lo he dicho muchas veces, así que me friego). Entonces puse "La mujer esqueleto" en La mancha en la pared, exactamente aquí.
La idea original, que hablé con Hugo Martínez Téllez en su momento, era hacer un blues, pero se me pasó la mano y salió eso. Como se verá, está en estricta métrica, aunque no corresponde a una forma en particular. (Es una especie de letanía, y de ésas hay de muchos tipos.) La base son endecasílabos, mezclados con algunos heptasílabos y, para romper, eneasílabos y pentas, y algún alejandrino para dar algún efecto rítmico especial.
Ya sé que no tengo que explicar un poema (se explican solos o no sirven), pero hay gente que me escribió en privado y espera que le explique un poco por qué hablo de poesía si no soy poeta. Insisto: es una cuestión de honestidad y decencia. Yo, a mi vez, espero que me envíen algo de lo suyo, para que platiquemos en igualdad de condiciones, o para ver si vale la pena platicar.

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Hugo: Tú has de saber a quién me refiero, y por favor guárdate el nombre. Creo que en algún momento quedó de jefa, después de que me salí de La Joranda, antes de que te fueras y me dejaras como novio de pueblo por casarte con Verónica. ¡Qué fea mano tenía, en serio!

Para los de siempre: En La mancha hay algún otro poema mío, digamos aquí, en verso libre. Si se toman el tiempo, en este mismo blog hay dos o tres más, incluso un soneto rarísimo. Me da pereza buscarlos, porque ya sé lo que van a comentar, y por qué voy a rechazar los comentarios. (Me acabo de acordar de un chiste de Pepito que no voy a contar, a menos que sea en persona.)

23 de noviembre de 2006

Poesía que no vende

Un mérito de Neruda, cuando vivía, fue llevar la poesía a una cantidad impensable de lectores. En El Salvador de la época, un par de editoriales, y no muchas más librerías, presentaban una buena oferta mensual de poesía, y había lectores para ella.
Los ochenta convirtieron la poesía en un asunto ideológico, no estético, y se inauguraron medios “alternos” de publicación, es decir la autoedición: hasta los boletines guerrilleros incluían poemas aprobados por un comisario (que a veces era el autor de los esperpentos), no por alguien que supiera de eso.
De entonces quedaron muchos vicios y pocas virtudes, como la falta de control de calidad de lo que se publica, consecuencia de lo otro: si no hay quien publique, me publico yo. Y uno, cuando empieza a escribir, es el peor juez de su propia obra.
Los lectores de literatura en El Salvador son relativamente pocos, pero selectivos: pueden acabarse en unos meses una edición e ignorar otra del mismo autor si no alcanza cierta calidad. La gente que lee en El Salvador sabe lo que lee.
Es fácil para los poetas echarle la culpa a los malos lectores, en lugar de cuestionarse su obra. Un problema de fondo es que se toma la poesía como una cuestión de status, no como un oficio, y publicar es más importante que escribir bien. Estamos viviendo las consecuencias de la prisa.

Publicado en El diario de hoy, creo que en 2002.
(O sea que el tema no es nuevo...)

22 de noviembre de 2006

Modos de entender la poesía

El periódico dominicano Hoy publicó hace unos días una entrevista con Mario Noel Rodríguez, actual coordinador de letras de Concultura (él quedó a cargo cuando pasé a La Casa del Escritor), realizada por el poeta León David, en la cual da una rápida ojeada a la literatura salvadoreña, en especial a la poesía. Da pistas interesantes acerca de su idea de lo que es la poesía y cómo debe hacerse. Dice por ejemplo.

¿Cuál es tu concepción de la poesía?
Me hartan las reglas como camisa de fuerza, pero también me harta el prosaismo en la poesía. Quisiera meter en una licuadora a Vicente Huidobro y mezclarlo con doscientas orquídeas, licuarlo y beber lo que resulte. Más que definición definitoria es una búsqueda.

Cuáles son las características de la poesía salvadoreña contemporánea.
Palabrosa, poco intuitiva, una búsqueda desenfrenada por lo racional.

Desde luego que no estoy de acuerdo, pero la entrevista es bastante interesante, porque a mi juicio resume lo que muchos piensan acerca de la poesía en El Salvador, y así lo ejercen.
Anoto, nada más por no dejar, que lo que Mario llama "las reglas" son cosas básicas de preceptiva, es decir: así son, punto, y si uno juega a eso, tiene que aplicarlas. Por ejemplo, recuerdo algo que hace unos años se tomó con muy poco sentido del humor: cuando reté a Mario Noel, desde el programa Universo crítico, a un duelo de sonetos. Él acababa de publicar un libro malísimo, Sonectud (la idea es que los sonetos son cosas ancianas y hay que buscar algo más allá de eso), y durante varios días anduvo hablando cosas feas --y me parece que injustificadas-- de los que escriben (escribimos, qué) sonetos. Dijo que había que romper con la forma, que en realidad los que hacían sonetos no sabían de eso, o que eran muy cuadrados. Conseguí el libro, lo leí... y en no sé cuántos textos apenas habré encontrado algunos endecasílabos bien medidos (es decir endecasílabos a secas); había otros acentuados en la quinta y la séptima sílaba, el error típico del principìante: ¡suena espantoso!
A ver, una explicación intermedia y muy rápida: la métrica es una sistematización del habla natural. El endecasílabo es bastante frecuente en el habla cotidiana, al menos en idioma español. No sé por qué motivos, cuando se acentúa en quinta y séptima, suena espantoso. Es decir: está mal no porque lo diga la preceptiva, sino porque suena horrible, punto. Los que empiezan creen que la métrica implica un lenguaje o una técnica artificial o artificiosa, y buscan precisamente lo que no suene natural, o simplemente no saben contar acentos y lo que les importa es que haya once versos. El resultado es feísimo.
El libro de Mario tampoco tomaba en cuenta reglas básicas (lo siento, no pueden violarse) como el hiato ("hiato" es una palabra que no hace hiato, por cierto) y la sinalefa, que son de gramática básica (otra camisa de fuerza): vocales fuertes no hacen diptongo, vocales débiles y vocal débil con fuerte sí hacen diptongo. No es lo mismo una sílaba gramatical, en ese sentido, que una sílaba métrica: el verso puede tener doce o trece sílabas gramaticales, y tener once métricas. También está lo de las terminaciones (más camisa de fuerza): a los versos terminados en palabra aguda se le suma una sílaba, a los terminados en esdrújula se le resta una. Y hay un modo más sencillo: en español, las palabras más comunes son las graves, y en su acento se basa la métrica para determinar cuál es la última sílaba (es decir la que sigue al último acento). Del acento para allá, sólo se cuenta una más (no olvidar que están las sobresdrújulas); si el verso termina en el acento, se le suma una sílaba.
¡Y las rimas, Dios mío...!
Una compañera de La Casa, que estudió teneduría de libros hace muchos años, se puso a contar sílabas métricas y a sacar promedios de sílabas por poema. No sé cómo le habrá hecho Mario, pero había un soneto que tenía 10.7 sílabas por verso; la mayoría andaba arriba de las 12.
Me pareció que no estaba rompiendo con nada, porque para romper hay que tener algo construido, y se le estaba pasando la mano en sus ataques contra gente que no le estaba haciendo daño. Y algo más grave: Sonectud, según se anunció, se vendería a alumnos de bachillerato como texto de estudio. Así que fui a Universo crítico junto con Rafael Mendoza (un sonetista de mucho respeto), hablamos del soneto en El Salvador (y de los nuestros, por supuesto) y al final reté a Mario Noel a un torneo como él quisiera: rima obligada, pies obligados, lo que fuera.
Geovani Galeas había invitado a ese programa a Mario, pero él no quiso ir, y se reservó el derecho de respondernos en el siguiente. Y así hizo. En el siguiente programa Geovani lo hizo confesar que no sabía de preceptiva literaria (por aquí lo tengo grabado) y rechazó el reto; dijo que, si yo quería, que retara a Carmen González Huguet, una gran sonetista. Lástima que no pude contestarle: me encantaría un torneo con Carmen, porque esos torneos son parte del gusto por el soneto, y sé que me despedazaría con la mano en la cintura. Y sería feliz con ese despedazamiento, porque nos pasaríamos un rato muy divertido.
Ah: el reto lo hice mediante sonetos, por supuesto. En uno de ellos rompía las reglas del soneto para decirle cómo se hacía. En el otro le decía que no sabía de eso. En el tercero lo retaba. Los busco en la compu y no los tengo; deben estar en algún cuaderno. En todo caso se los di a Rafa Mendoza. Si los hallo, los pongo después; si no, veo si Rafa aún los tiene.
Es curioso que Mario hable de rechazar la camisa de fuerza; uno de mis dichos es que me encanta escribir con camisa de fuerza. Uno puede ser muy libre con camisa de fuerza... nomás hay que saber cómo. Por eso hablo de que son modos diferentes de entender la literatura.
La segunda respuesta de Mario que se transcribe es interesante: "Una búsqueda desenfrenada por lo racional." La frase en sí misma es contradictoria: lo desenfrenado no es racional, y no se puede buscar la racionalidad de manera desenfrenada. Creo que es una extensión de lo de la camisa de fuerza.
Me parece interesante la entrevista también porque, en el pasado festival de poesía, León David, el entrevistador, durante el debate general, estaba en la posición contraria a la de Mario, y la defendió con bastante fuerza y argumentos. Eso habla de una gran madurez de su parte. En la polémica acerca de dónde está la poesía, él fue quien planteó y sostuvo el punto de que no está en todas partes, sino --precisamente-- en la poesía.
En fin, recomiendo la entrevista. Lo demás son comentarios.

21 de noviembre de 2006

Más de Trilces trópicos

Por un mail que me llegó hace un rato me entero de que existe una Asociació Cultural Catalunya - El Salvador. El blog puede encontrarse aquí. La entrada más reciente, como puede verse, corresponde al artículo publicado hace unas semanas por Luis Alvarenga en el diario Co-Latino acerca de la antología Trilces trópicos. El artículo puede hallarse aquí (en el blog de la Asociació) y aquí (en el Co-Latino). La antología se anuncia aquí.
Está bonito el blog. Voy a darle una revisada más tarde.

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Para los de siempre: no, no estoy promoviendo la antología aprovechando (mal) mi cargo como servidor público; éste es mi blog personal, porque hasta los servidores públicos somos personas. No siempre, es cierto, ni exclusivamente para darle gusto a nadie. Nada más así pasa. Lo que me da gusto es:
a) Que esa antología exista, así como otras (la recién presentada Cruce de poesía, digamos).
b) Que haya una Asociació Cultural Catalunya - El Salvador.
c) Que allí hayan puesto el artículo de Luis Alvarenga en el blog de la susodicha Asociació, y que lo vaya a leer gente de por allá.
d) Que antes se haya publicado el artículo de Luis en el Co-Latino. (¿Por qué? Pues porque sí. ¿A ustedes no les da gusto cuando alguien publica algo en alguna parte?)
e) Que haya varios poetas salvadoreños publicados en la antología: Luis Alvarenga mismo, Carlos Clará, Osvaldo Hernández, Susana Reyes, Nora Méndez, Krisma Mancía, Alfonso Fajardo y Jorge Galán. (El poema "Los trenes", de Jorge, es una maravillita.)
f) Que Krisma Mancía sea mi esposa, esté o no publicada en esa antología o en la anterior.
g) No hay g)
h) Que usted esté leyendo estas líneas.

De cualquier forma...

Ya está a la venta Cualquier forma de morir, o sea que en la imprenta lo entregaron unos días antes de lo que tenía planeado Raúl Figueroa Sarti, el mago de F&G Editores. (Mago porque sigue siendo una editorial de una persona, y ya maneja un catálogo importante.) Se puede encontrar aquí.
Ahora estamos viendo de presentarlo en El Salvador para los primeros días de diciembre. Aún no hay fecha. Seguro estará a la venta en La Casita. Ya avisaremos.
Y es un honor que en la parte de abajo de la página de publicidad esté Los compañeros, de Marco Antonio Flores. Sin ese libro quizá hubiera tardado mucho más en aprender los rudimentos del oficio.

20 de noviembre de 2006

Salarrué y el presidente Molina

En el primer párrafo del estudio introductorio a la Narrativa completa de Salarrué (tomo I, DPI, San Salvador, 1999), Ricardo Roque Baldovinos afirma:

Salarrué moría el 27 de noviembre de 1975. Por entonces, su situación pecuniaria era difícil. Pero sabía sobrellevar la pobreza con dignidad. Unos meses antes se había negado a recibir al presidente de turno, el coronel Arturo Armando Molina, quien a cambio de fotografiarse junto al enfermo, habría intercedido para aliviar sus apuros.

La aseveración es muy fuerte, pero está sustentada con una cita hemerográfica, que al pie de la página dice:

Aguilar Humano, Ricardo: "Salarrué, el nahual de Cuscatlán" en Primera plana, viernes 7 al 13 de junio de 1995.

Ricardo Roque, como académico que es, sustenta su afirmación en una fuente escrita, publicada y no contradicha, al menos hasta la fecha de la edición del libro. Es lo que un acadámico hace: buscar documentación, manejarla, cotejarla, sustentarla, contrastarla y citarla en el contexto adecuado. En general los cotejos y sustentaciones de los datos obtenidos en un libro --o revista o periódico-- se encuentran en otro libro --o revista, etc.--, y eventualmente en entrevistas con personas cercanas al personaje del que se habla. Si existe una sola fuente de información y no se ha encontrado una contraparte, hay de dos: se arriesga uno a darla por cierta, y que Dios lo ayude, o hace constar que es la única fuente que se halló y que, por el contexto o la calidad de la información o lo que sea, vale la pena mencionarla. Si hay dos fuentes, se indican ambas; si hay más, uno tiende a creer que los datos son ciertos, y si hay fuentes en contra, pues se hace lo que se puede. Ése es el asunto siempre en cosas de investigación: se hace lo que se puede, tenga uno o no toda la información que necesita y todas las fuentes correspondientes, bien checadas, peinadas y contrastadas.
Lo que quiero decir es que Ricardo Roque encontró en un artículo de un semanario una afirmación que le pareció adecuada para comenzar su estudio; el objetivo --supongo, porque no he hablado de eso con él-- fue dar una idea clara de la personalidad de Salarrué. Y está bien: le apostó a esa fuente, y supongo que habrá hallado quien la complementara --de palabra, mediante otros escritos-- o no se hubiera arriesgado a decir que Salarrué se negó a recibir a Molina. La pregunta es de dónde sacó la información su fuente, Ricardo Aguilar, porque al parecer la afirmación no es exacta, y quizá tampoco cierta.
Mi fuente no es académica: es don Tomás, el señor que nos ayuda en La Casa del Escritor con el jardín, quien trabajó con Salarrué desde sus trece años hasta la muerte del escritor; ahora tiene cerca de 60 años. Lo interesante es que don Tomás vivió en Villa Montserrat desde la llegada de la familia Salazar Lardé, en 1961 o 62, hasta que CONCULTURA compró la casa, en 2003. No se movió de allí en más de cuarenta años, e incluso trabajó eventualmente para Aguilar y para el padre de éste, según me cuenta, en cosas de jardinería.
También me cuenta que Salarrué sí recibió al presidente Arturo Armando Molina en 1975, el año de su muerte. No se negó a recibirlo; no era su estilo.
Dice que cierta noche llegaron varios carros con guardaespaldas, que se posicionaron alrededor de la Villa Montserrat --ahora sede de La Casa del Escritor--, y llegó Molina. Saludó, lo anunciaron con Salarrué --imagino que su hija Maya--, subió a su recámara y se quedó conversando con él durante un tiempo indefinido, pero largo. Cuando bajó, ordenó que se instalara un teléfono, para mantenerse en contacto con Salarrué y para que éste no estuviera incomunicado. La anécdota divertida es que, una hora después de que se fuera la comitiva, apareció un guardaespaldas que estaba colocado en el obelisco, a la entrada del Parque Balboa, a una cuadra de la Villa Montserrat. Llegó preguntando si ya se habían ido los demás. Y, sí, lo habían olvidado. Un rato después regresarían por él. Además, la línea telefónica se instalaría al día siguiente, en una época en que uno tenía que esperar meses.
Molina regresaría unas semanas o días antes de la muerte de Salarrué, ocurrida el 27 de noviembre de 1975, y también fue recibido.
¿La reflexión? Debe existir alguna y, con todo el respeto que le tengo a Ricardo (hace algunos posts hablaba de él aquí) me permito un par de observaciones.
Una de ellas es que los académicos en general, y en especial los de las letras, se mueven en un universo de libros y escritos diversos, de los que extraen toda o casi toda la información que utilizan en sus trabajos. Suena lógico: el mundo de los libros se mueve dentro de los libros. El peligro, me parece, es que lo que está escrito no necesariamente tendrá que ver con toda la realidad de la literatura, o de la gente que la hace. Una plática con don Tomás --que allí estuvo todo ese tiempo-- hubiera bastado para enterarse de --al menos-- una versión diferente a la que maneja Ricardo Aguilar. Allí vendría una decisión importante: ¿a quién creerle? ¿A un jardinero que vivió su adolescencia y parte de su adultez con Salarrué o a alguien que era el depositario de la obra del artista? En lo personal, porque lo conozco, confío en don Tomás, y los detalles son tan vívidos que no tengo por qué ponerlos en duda. Igual Ricardo Aguilar tendrá sus fuentes, pero hay algo seguro: no estaba allí. Los únicos testigos fueron Maya --quien murió hace una docena de años-- y don Tomás.
Otra observación es la confiabilidad de los textos que se consultan. Allí el asunto es mucho más espinoso y prefiero no meterme en ese terreno por ahora.
No sé qué tan importante sea el detalle de que Salarrué se haya negado o no a recibir a un presidente de la república. En rigor, me da la impresión de que no es importante por sí mismo, sino por lo que transmite de parte de alguien tan emblemático como Salarrué. Negarse a recibir a Molina mostraba claramente la posición de rebeldía de un escritor moribundo sumido en la pobreza; si se toma ideológicamente, que lo recibiera significaría que daba su brazo a torcer ante un sistema autoritario, y eso lo vuelve casi indigno ante gente que no ve muchos matices en las relaciones entre las personas. Quizá Molina simplemente llegó para enterarse de la salud del enfermo --seguro leyó sus cosas, como cualquier salvadoreño--, conversó con él, se preocupó de que estuviera incomunicado y mandó a ponerle un teléfono. Y Salarrué lo recibió porque lo recibió, conversó con él y le dio las gracias. Tan simple. Y no hay que olvidar algo importante: Salarrué fue empleado público durante una buena parte de su vida.
Hay un "desaire" de Salarrué que recuerdo muy bien, pero creo que nadie lo tomó como tal.
En 1970, antes de que mi padre fuera rector, planeó junto con Ítalo López Vallecillos un homenaje a Salarrué y a Claudia Lars, que incluía la publicación de la narrativa completa del primero (editada por Hugo Lindo, en dos tomos) y de las obras escogidas de la segunda. Cuando mi padre tomó posesión, y antes de que Ítalo se fuera a Costa Rica a fundar EDUCA, se lanzaron carteles, se hizo publicidad, se publicaron artículos y qué sé yo. Sólo se alcanzó a sacar el primer tomo de los libros de cada uno, pero igual se armó el homenaje. (El tomo II de Salarrué acababa de imprimirse cuando se dio la ocupación de la UES, en julio de 1972. Sólo circularon algunos ejemplares. En las ruedas de prensa se presentaba, junto con los poemas de Claudia Lars y las obras de Masferrer y Gavidia, como ejemplo de la propaganda subversiva que se publicaba en la universidad. Dato curioso: el presidente era Molina, quien había tomado posesión el 1 de julio, dieciocho días antes.)
--Salarrué no va a ir --le decía Ítalo a mi padre--. Hay que hacer el homenaje, pero no va a ir. Así es él.
Un día mi padre me llevó al Parque Balboa a comer garrapiñadas y a dar una vuelta por el laberinto y qué sé yo. (Tenía 11 años.) De regreso estacionó el viejo Volvo que teníamos afuera de la casa de Salarrué. Me dijo que lo esperara, con todo y lo que insistí en conocerlo. Me quedé en el carro y vi cómo tocó y entró, se estuvo unos minutos dentro y salió de nuevo. Ni una mirada al viejo.
--Creo que lo convencí --me dijo.
El día del homenaje sólo llegó Claudia Lars, como había anunciado Ítalo. Incluso esperaron durante un rato a Salarrué, por si cambiaba de opinión. Nada.
Esa noche, me dijo don Tomás, se quedó viendo la televisión.

19 de noviembre de 2006

Cinco años no es nada

En 1990 me pasó de todo. A principios del año, mi amigo del alma, mi hermano, y literalmente compadre (siempre tuve mala suerte para los compadres), se puso bien raro después de que gané por segunda vez en premio de novela, y peor todavía cuando la Historia del traidor --que a él le parecía mala, y a mí un tanto inmadura, aunque bonita-- se publicó en Francia. De los premios que me gané --imagino que con algo de razón-- decía:
--Esos premiecillos se los gana cualquiera. Gánate uno en Francia. Cuando te ganes uno en Francia puedes empezar a tomarte en serio.
Y me lo gané, gracias a Thierry Davo y su traducción. No era precisamente un premio, sino financiamiento del Centro Nacional de Letras para su publicación, a cargo de Cénomane, y un poco de dinero para mí; hasta donde sé había una especie de concurso, y supongo que me habrán elegido. (Mis otros libros han aparecido por allá con patrocinio del Centro Nacional del Libro; Cénomane sigue publicándolos y Thierry traduciéndolos.)
Ya sé que un compadre que hable así de uno ante uno mismo no es necesariamente un buen compadre, pero me había acostumbrado poco a poco a sus cada vez más amargos comentarios, como el sapo que no se da cuenta de que el agua se calienta poco a poco en la cacerola en la que se encuentra metido, hasta que se convierte en sopa sin saber a qué hora. Lo peor era que trabajábamos en el mismo diario; él me había pedido que entrara para echarle la mano con la sección internacional, que andaba floja, y cómo no hacer algo así por un compadre. Hasta que las cosas se pusieron imposibles.
Renuncié unas semanas después, y durante años se dedicó a seguir mi pista por varios trabajos y a hacerme la vida de cuadritos en algunos de ellos. En dos renuncié, harto de que los jefes pusieran en cuestión mi trabajo por las palabras de un pobre señor. (Veo su foto ahora y es la de un pobre señor. La mía andará en las mismas, pero es mía y me caigo bien; poca objetividad la de uno.)
Tenía problemas familiares serios, que se resolverían tres años después con la separación de Luz María. Igual que lo del agua que hierve. Poco después de la renuncia del periódico --mis ingresos fuertes venían de los guiones de historieta-- murió una buena amiga, de parto. Su esposo se casó un mes después con otra mujer que con los años resultó ser una maravilla; el esposo no tanto: fue responsable de la muerte en más de un sentido y, zaz, la borró de un plumazo.
Casi a fines del año pasó una de ésas que creí que sólo ocurrían en las películas. Otra amiga del alma, según yo casi mi hermana, me propuso clara y abiertamente que fuéramos amantes, y me negué lo más suavemente que pude; lo del incesto no es para mí. La había ayudado a que entrara a trabajar a EJEA a hacer guiones (a mi compadre también, pero por suerte no pasó la prueba), y no le iba mal. Al día siguiente de la proposición llegué a revisar un guión y todos me miraron rarísimo. María Delgado, la jefa de producción, me dijo que la había regado, que cómo se me ocurría hacer esas cosas. No le entendí y me dijo que el director, Guillermo Domínguez, me quería ver en su despacho.
--Tus cosas personales y tus líos de viejas manéjalos como quieras, pero no metas a la editorial. O aclaras tu rollo con A*** o te corro.
Le pregunté cuál rollo, porque nunca había existido ningún rollo, excepto que habíamos dado unos talleres en la Secretaría de Educación Pública unos años atrás --allí la conocí-- y que la había recomendado precisamente con él para que hiciera guiones. Me hizo un interrogatorio bien raro y por fin me lo soltó: la chava había llegado llorando diciendo que la había acosado sexualmente, que la había amenazado con hacer que la corrieran si no accedía, y que estaba desesperada porque no quería perder su trabajo, que los hijos no sé qué y que el marido no ganaba muy bien. Y pues a mí ni siquiera se me ocurrió seducirla por las buenas, cuantimenos por las malas, pero ya se sabe que en esas cosas uno es el último que se entera y al que menos le creen.
--Tienes como cinco años de conocerme, y a ella uno --le dije--. ¿Me crees capaz?
--La chava venía llorando.
--Si me pongo a llorar, ¿me crees a mí?
Se quedó pensando.
--Convénceme. Si me convences, la corro. Si no, te corro a ti.
--Córreme --le dije--. No tengo que defenderme de estupideces.
Me fui con María y le pregunté cuál era el rollo. A*** había llegado esa mañana muerta de llanto diciendo lo que ya me había dicho Guillermo y varias más. Creo que hasta la había detenido en las escaleras --no me gustaba mucho el elevador de EJEA y en efecto bajaba casi siempre por las escaleras-- y había tratado de forzarla, o algo así. Me dijo que el marido de A*** andaba buscándome para darme una golpiza.
--¿Tú le crees? --le pregunté.
Me miró con una mirada de ésas que atraviesan todo lo que uno es y uno ha hecho; esas miradas de María eran una lección de vida, a pesar de que tenía apenas un par de años más que yo. Trabajaba en EJEA desde los 15 años, y si alguien mantenía la editorial andando era ella. (Un día le armaron un chisme, se hartó y se fue. Allí EJEA empezó a caer.)
--Te creo a ti --me dijo--. Nunca he visto que le faltes el respeto a ninguna mujer.
Hubo dos escenas públicas después de eso. Una, en un pasillo de la editorial, lleno de gente, con asistentes y directores a la expectativa. La detuve y le dije:
--¿Tienes algo que preguntarme o reclamarme?
--No --dijo, y se fue lo más digna que pudo. (Unos días antes Luz María había llevado un guión y ella la había pescado en el baño también para llorarle y decirle que no sabía quién era yo, de las cosas espantosas que le había dicho, etcétera. Luz María la mandó limpiamente al carajo y ella se puso como furia, amenazándola y amenazándome. Casi llega a los golpes.)
La otra escena fue en la fiesta de fin de año de la editorial, que siempre se daba por todo lo grande. La vi bajar del elevador del hotel junto con su esposo. Él se dirigió derecho a mí, como para golpearme, y me aparté de los amigos con los que me encontraba para hacerle frente, viéndolo directo a los ojos. (¡Sí, llevaba saco y todo!) Cuando estuvo a unos centímetros de mí, le pregunté:
--¿Cómo estás?
--Bien --me dijo, y se fue, despreciándome, mientras ella fingía que no había visto nada.
El año siguiente ella ya no trabajó en la editorial, pero no me dio ningún consuelo. No entendía por qué mi amiga me hacía algo así, y sigo sin entenderlo. (Me lo han explicado muchas veces, pero no quiero entenderlo, porque estoy seguro de que algo perderé en el camino.)
De los pocos amigos que tenía, mi compadre había agarrado un asunto descontrolado contra mí, otra había muerto por una estupidez del marido y de malos médicos y otra me demostraba que hay despechos peores que cualquier amistad. A finales del año, además, a los problemas con mi esposa se sumó una ruptura muy fuerte con una parte de mi familia, que nunca llegó a sanar. Y me di cuenta de que, por más que ganara --y era mucho--, las deudas se acumulaban y se acumulaban, y trabajara lo que trabajara y ahorrara lo que ahorrara no había modo de pagarlas. Ni de explicarlas, y también hasta la fecha.
Ese año me entró la depresión. Todo se convirtió en angustia y más angustia, y tanto me angustiaba que dejé de sentir cualquier cosa que no fuera angustia. Como en Awakenings --que apareció precisamente ese año--, temblaba tanto que me paralicé. Cerca de la semana santa de 1993, ya casi en el fondo, me fui a Acapulco con unos amigos periodistas a fundar un diario. Eso ya es otra historia.
Entre 1988 y 1989 escribí Los años marchitos, y en 1990 gané un premio latinoamericano con ella. En 1990 comencé a escribir De vez en cuando la muerte (Hugo Martinez Téllez conoció las primeras páginas, y también siguió de cerca los líos de y con el compadre). A medio camino eliminé un capítulo, y de él salió, en unos días, el borrador de Los héroes tienen sueño. Y dejé de escribir durante más de cinco años.
Durante todo ese tiempo salieron apuntes para Trece --que terminaría de armar en 1998 y de corregir en 2001-- y dos cuentos: "Cementerio de carros", quizá el mejor que me haya salido, y "Fade-out", que no releo; me da una tristeza casi tan grande como la que sentí mientras lo escribía.
De octubre de 1990 a principios de 1996 me la pasé, obsesivamente, tratando de terminar De vez en cuando la muerte, y nada. Corregía una y otra vez las sesenta cuartillas que había logrado escribir, quitaba una coma, la volvía a poner, modificaba una frase, la cambiaba a su estado anterior... Trataba de escribir una página y comenzaba el corazón a latir de una manera tan terrible que tenía que detenerme. Me ponía entonces a corregir Terceras personas (aquí, aquí y aquí pueden encontrarse algunos de sus textos), escribía páginas que sabía que no llegarían a ningún lado (llené cuadernos completos de cosas inútiles) y estaba seguro de que no saldría de allí.
Un día el editor de Planeta me encargó que escribiera una novela interactiva para jóvenes, titulada Una noche de tantas. Me llevó un mes, me la pagaron bien y, cuando estaba en originales mecánicos, a una semana de entrar en prensas, el editor renunció y la novela quedó inédita, porque echaron para atrás todos sus proyectos. Eso fue a finales de 1995. La novela está bien, y puede quedar bastante bien con una corrección no demasiado severa, pero pocas páginas me emocionaron mientras la escribía. Me sentí peor.
Un día dije "Al diablo", ahorré un poco de dinero y me encerré durante seis semanas a terminar De vez en cuando la muerte. Cada segundo que estuve frente a la máquina el corazón me latió como si fuera a salírseme por la garganta. Espantoso, pero era mejor morirse que seguir así. Vivía en una casa de huéspedes bastante patética, por motivos que ni siquiera vale la pena mencionar; no era el mejor ambiente tampoco. (Pagaba algo así como 80 dólares al mes por un cuarto no muy pequeño, pero tampoco muy bien pintado.)
Dormía cuando me daba tanto sueño que era imposible escribir nada coherente; despertaba a cualquier hora. Desayunaba a las diez de la noche, almorzaba a las siete de la mañana, cenaba cuando ya el hambre era insoportable. Veía a mis hijos con regularidad, y ellos me veían siempre frente a la computadora o dormido o me acompañaban a caminar a la hora que fuera para pensar obsesivamente en lo que seguía, lo que había que cambiar, lo que había que eliminar, y a empezar de nuevo.
Un día terminé, imprimí y puse la novela sobre la mesa del televisor, y me quedé viéndola durante horas. Y durante días y semanas, satisfecho y por fin tranquilo.
Ese año me fue mucho mejor económicamente. Me fui a un bonito departamento a San Miguel Chapultepec (el último en el que viviría en México), compré muebles, conseguí algunos trabajos bien pagados y qué sé yo. Hubo más problemas por publicaciones con gente que se toma esas cosas en serio, y con otros --bastante tontos-- por cosas de música. Fueron cosas casi tan fuertes como las ocurridas en 1990; sin embargo estaba fuera de la depresión, haciendo cosas, muchas cosas, y empezaba a ser básicamente feliz.
Lo más importante fue que, después de De vez en cuando la muerte, no paré de escribir, y no he parado, excepto este año, en que estaba demasiado cansado; ya empezaré de nuevo en enero. En 1998 terminé Trece, escribí una pieza de teatro aún inédita (está buena), terminé otra que tenía pendiente desde siete u ocho años atrás, empecé Breve recuento de todas las cosas al año siguiente siguió Instrucciones para vivir sin piel, terminé un libro de cuentos, un poemario y un montón de novelas más.
Aprendí muchas cosas en ese proceso, pero la principal fue no sufrir por los vaivenes de la gente cercana; uno también es gente y también tiene sus tiene vaivenes. Aprendí que los amigos llegan, se van, desaparecen, reaparecen, y que el tiempo es el único que dice cuáles se quedan con uno, y uno con ellos. (Me ha agarrado últimamente por el tiempo; quizá ya estoy poniéndome viejo.) Y aprendí que no me interesa aceptar castigo emocional para conservar la atención, la amistad o el amor de nadie, menos aún dejar de escribir lo que escribo, ser como soy y pensar como pienso para obtener aprobación o un falso respeto. (¿Quién que lo quiera a uno, o lo respete, le pone condiciones para continuar queriéndolo o respetándolo?)
No es que no me haya fallado en más de una ocasión, ni que esos fallos no hayan sido a veces muy fuertes; es que cada vez se acostumbra uno más a establecer relaciones sencillas, y a la vez profundas, con la gente cercana, y aprende cuándo acercarse, cuándo alejarse, cuando hacer cosas juntos y cuándo mandar al diablo a quien haya menester. Y también aprende que, si uno deja de confiar en la gente por miedo al dolor, está perdido, y si uno espera puñaladas de todo el que se acerque, está más que perdido, pues el siguiente paso será la amargura, la angustia y de nuevo la depresión. Y no quiero volver allí.
De vez en cuando la muerte, aunque no sea lo mejor que haya escrito, fue una novela bien importante: me devolvió lo que extravié durante más de cinco años. Pongo un fragmento aquí, en mi otro blog, para compartir un poco con los amigos y con quien quiera gastarse unos minutos en su lectura.

18 de noviembre de 2006

De la objetividad y otros imposibles

El asunto parece ser sencillo: uno se levanta en la mañana, recoge el periódico de debajo de la puerta, se prepara un café y se dispone a leer las noticias antes de ir al trabajo. Allí viene todo lo del mundo, desde el agujero que hay que tapar en cierta calle en las afueras de la ciudad hasta la última matanza de Kósovo, pasando –desde luego– por la sección deportiva y la muchacha tan bonita en la primera página de la sección de espectáculos.
Cuando uno lee el periódico espera mucho más que pasar el tiempo: espera saber. No es fácil definir lo que espera saber; los periódicos son a estas alturas más que medios de comunicación: se han convertido en símbolos tan concretos y significantes como la corbata, e igualmente indescriptibles.
Si uno fuera un tanto cínico, diría que el periódico es un sustituto industrial de la vecina de dos casas más allá, la que se pasa enterándose de la vida y milagros de todos los del barrio. La vecina y el periódico cumplen, cada uno a su modo, con una función informativa quizá tan vieja como la humanidad, y hasta habría ventaja para la vecina; lo que cuenta –y que con regocijo llamamos chisme– tiene que ver con el entorno inmediato del informado, que conoce a los protagonistas de lo que se le informa.
Si uno se lo piensa seriamente, ¿qué necesidad tiene de saber lo que ocurrió en otros puntos de la ciudad, del país y hasta del planeta –o en la casa de al lado– antes de darse un baño e ir a la oficina? Quizá el asunto no vaya más allá que la gana de estar bien enterado y tener un tema de conversación a la hora del almuerzo; quizá uno cree que, en efecto, la información es poder, y que es bueno manejar toda la que se pueda, por si las dudas.
Los motivos para leer el periódico no importan demasiado; hacerlo es un hecho incontrovertible. Allí está puntual, todos los días, nuestra ración diaria de información, y uno hojea el periódico, lee completo lo que más le interesa, valora las fotos y algo le queda de la publicidad, esa fábrica de sueños. Un poco más tarde, luego de pensárselo durante el trayecto, uno llega al trabajo con la convicción de saber un poco más de ese mundo tan lejano que, sin embargo, tiene en las manos durante algunos minutos.
Lo que sí importa, y mucho, es lo que uno desea leer en el periódico: la verdad.
Hay un cierto sentido mágico que convierte la palabra escrita en algo más que información. Uno lee el periódico como enfrenta un acto de fe, con la intención de creer que lo que está escrito allí es absolutamente cierto, y que el mundo que se le presenta en fotografías y letras de molde es el único real. Con el mismo ánimo uno compra siempre el mismo diario, porque es el único que tiene lo que uno realmente necesita saber, lo cual significa en realidad que encuentra lo que uno desea leer.
El diario que es la competencia del que uno lee no necesariamente dirá mentiras, pero hay cosas que a uno le molestan: el enfoque, hay menos fotos, y uno lo abre siempre con desconfianza o con una frialdad que no le dedicaría al de todos los días.
Lo cierto es que esa fe en un medio de prensa no es del todo gratuita: hay una serie de profesionales –de la información, de la impresión, de la distribución– que se dedican día y noche, literalmente, a que llegue a casa antes del café de la mañana, y hasta allí todo va bien: uno puede estar seguro de que la información que lee es básicamente como se la presenta, y que tendrá un tema de plática confiable a la hora del almuerzo.
Los periódicos, por su parte, se hacen publicidad de diversos modos, ofreciendo mayores o menores atractivos, precios especiales, útiles regalos que orillan a los lectores a suscribirse. Pero fundamentalmente todos los periódicos esgrimen principios que valen más que una vajilla o un sorteo, y son los pilares éticos de cualquier medio de comunicación que se precie: agilidad, veracidad, objetividad.
La agilidad es una condición básica en el periodismo: si no está diseñado y realizado de manera ágil (es decir económica y tan exhaustiva como sea posible), nadie lo leerá. En un diario está siempre presente la lucha contra el tiempo, desde su elaboración hasta su lectura. En rigor, debería bastar con una rápida lectura a los encabezados para enterarse de lo que ocurrió el día anterior. Se parte del supuesto de que el lector promedio no leerá todo el contenido del diario, sino sólo lo que le interese, y a lo demás le dará una ojeada.
Por una parte, el aspecto gráfico ayudará al lector a encontrar fácilmente lo que busca y a presentarle de manera atractiva todo lo demás. Los tipos de letra son importantes, y buscan ayudar a que el lector se deslice por ellas y llegue lo más lejos que se pueda en poco tiempo. Por otra, se diseña un estilo de cabeceo y de estructura de la nota destinados a que, en rigor, sea suficiente con leer poco volumen de texto para enterarse de la mayor cantidad de información. En un periodismo ideal, debería bastar con leer el encabezado para saber qué ocurrió, y el cuerpo de la nota serviría sólo para ampliar lo que se sabe desde la primera ojeada.
Lo de la veracidad es un tanto más complejo. Un diario debe publicar hechos ciertos y nada más, al menos en lo que corresponde a la parte informativa; si se lee el directorio, uno se enterará de que los periódicos no se hacen responsables de las opiniones de los columnistas ni de la calidad de lo que se anuncia en los espacios pagados. Los motivos más obvios son los jurídicos: en cualquier momento la empresa puede enfrentar una demanda. El motivo de fondo es más sencillo: no se puede sobrevivir demasiado en el mercado contando mentiras a los lectores… a menos que lo que busquen los lectores sean mentiras.
Es el caso de los semanarios de hechos insólitos, ésos que “informan” acerca de ovnis, fantasmas, personas terriblemente flacas o gordas, de caníbales, vampiros y gente que transmigra a cuerpos que no le corresponden. Este género tiene más que ver con la literatura fantástica que con el periodismo. Su objetivo, más que informar, es ofrecer un mundo alterno donde todo es posible, incluso la esperanza, y a nadie le importa que la mayor parte de “noticias” se hayan inventado, en medio de carcajadas, en una redacción donde la ética tiene otras medidas.

MÁS ALLÄ DE LAS IDEAS
La objetividad es el aspecto del que los periódicos suelen vanagloriarse, y en el que el lector confía más. Según los principios de la objetividad, el periódico es sólo un canal entre los hechos y quienes se interesan por ellos. La visión final de los hechos, en rigor, debe coincidir prácticamente en todo con la realidad, con un importante añadido: la noticia estará contextualizada y se presentará de modo sencillo y claro.
Para echarle una ojeada al tema de la objetividad es necesario concentrarse en la figura que cumple directamente la misión de informar, es decir el periodista. Éste, según los principios que se enseñan en la escuela, debe ser un observador imparcial, un testigo: su posición personal o ideológica no debe influir en el enfoque que le dé a la noticia. La información no es un asunto personal.
Lo que se busca es que el lector, a partir del material que se le presenta, forme un juicio propio con respecto a un hecho. En teoría se intenta no influir en la posición que el lector asuma ante un hecho determinado, a la vez que se le ofrecen elementos de juicio para que desarrolle una posición propia. De entrada existen obstáculos que hacen que tal “objetividad” se vea comprometida.
El primer obstáculo es el más obvio: el reportero quizá posea un vasto conocimiento respecto de un tema en particular, pero no tiene absolutamente todos los elementos de juicio que le darían, de manera ideal, una visión de la realidad más allá de las creencias, convicciones o sentimientos. En otras palabras, nadie conoce lo suficiente acerca de un tema para colocarse por encima de los hechos, y por tanto para ser objetivo.
El segundo obstáculo parece simple, pero dista de serlo: la necesidad de priorizar la información para presentarla “de un cierto modo” al eventual lector. Ese “cierto modo” no tiene que ver sólo con la línea editorial del medio para el se escriba, ni siquiera con las preferencias del periodista, sino con las necesidades técnicas propias del periodismo.
A la hora de escribir una nota informativa, existe una priorización basada en la importancia o gravedad de los hechos: lo más importante o grave –según esquemas convencionales, pero aceptados universalmente– debe colocarse en primer lugar; la información “menos importante” o “menos grave” se irá colocando consecutivamente, según el grado de importancia o gravedad. De manera esquemática, hay criterios para medir la importancia de la información:
  • Los hechos son más importantes que las declaraciones.
  • Los hechos actuales son más importantes que los hechos futuros o pasados.
  • Las declaraciones son más importantes sólo en el caso de que puedan provocar hechos más trascendentes que los hechos existentes.
  • Los hechos deben ubicarse en la nota según sus efectos: pérdidas personales (muertos por encima de heridos), daños materiales, posibles consecuencias, declaraciones y reacciones (según el rango o importancia institucional de los declarantes).
  • Si las reacciones se traducen en hechos (motines, protestas), se ubicarán por encima de las declaraciones.
Pero siempre estará la espada de la línea editorial pendiente sobre las cabezas de los que buscan la objetividad. Aun siguiendo al pie de la letra el esquema, hay cosas que quedan por determinarse, y usualmente los criterios son ideológicos.
Por ejemplo, están los criterios del periódico para medir la importancia de los declarantes. Si es un presidente de la república el asunto es fácil, porque por su rango está por encima de cualquiera; no lo es a la hora de priorizar entre un arzobispo y un secretario de estado: ante declaraciones análogas de ambos funcionarios sobre –digamos– la educación, en el contexto de un estado laico, colocar a un arzobispo antes de un secretario de estado implica una toma de posición acerca del tema, en la medida en que la segunda información tendrá un carácter de réplica por un simple orden de los factores. Ese tipo de decisiones no ocurre al azar.
El simple aspecto gráfico (colocar una nota en determinada posición de la plana, el puntaje del encabezado, las fotos con las que se ilustre) lleva de entrada a orillar al lector a determinadas conclusiones.

CADÁVERES EXQUISITOS
Hay otro que parece ser un falso obstáculo, pero no lo es: uno de los principios más importantes de la nota informativa es agradar al lector, a fin de generarle la necesidad de leer hasta el final. La información deberá estructurarse de modo que la lectura continúe hasta el final y habrá que seducir a través de elementos gráficos, como tipografía, fotos, cartones, etcétera. El hecho de buscar la complicidad del lector significa que la presentación de la nota informativa se basará en criterios técnicos que en rigor la alejarán otro poco de la objetividad.
El extremo de este fenómeno se encuentra en la nota roja, el ejemplo por excelencia para traspolar cualquier cosa. Tomemos el asesinato, que es la carne de la que se nutren los periódicos amarillistas, que tienen en el universo un lugar tan importante como los semanarios de hechos insólitos, las revistas de modas y los medios políticos y académicos más respetados.
Los tipos de asesinato que puedan cometerse tienen un rango más o menos limitado, y las razones son obvias: el propio cuerpo humano es limitado y las formas de destrucción están acomodadas a dichas limitaciones. Los modos de cometer un asesinato son relativamente pocos: herida de bala o arma blanca, defenestración, aplastamiento, ahorcamiento, asfixia, veneno y no muchos más. Los motivos en general están bien establecidos: robo, celos, locura, desamor, negocios y el catálogo está casi completo. Una publicación periódica que se dedique a la nota roja y al mismo tiempo quiera ser objetiva estará en problemas: en poco tiempo habrá agotado las combinaciones posibles de motivos y métodos y se encontrará ante la repetición infinita de hechos y hasta de frases, algo mortal –si de eso se trata– para cualquier publicación.
Ante este problema, los editores y reporteros deberán buscar nuevos “enfoques” para presentar hechos que en lo básico son similares a una muchedumbre de hechos anteriores. Estos enfoques se buscan a través de la contextualización del hecho principal: quién es el asesinado, quién lo asesinó, cuáles fueron las motivaciones de los implicados, las trayectorias de éstos, detalles “pintorescos”, el rumbo de las investigaciones policiales, etcétera. El simple ánimo de “agradar” al lector mediante diferentes enfoques de la información, que básicamente es siempre la misma, con énfasis en alguno de sus aspectos, conllevará un manejo de la información más allá de cualquier objetividad posible. En la nota roja este fenómeno es más que evidente; en la información política es más sutil, pero no menos importante.
La propia contextualización de la información trae consigo elementos que hacen de la objetividad una buena intención. Por ejemplo, el hecho de que por definición sea imposible contar con todos los elementos relativos a un tema hace que la contextualización sea parcial: los datos que se den harán que la nota se recargue hacia cierto lado. Esto en el supuesto de que la línea editorial de una publicación no exija que, en efecto, la información se recargue hacia cierto lado, que es lo que en realidad ocurre.
Esto es: aun si se cumplen todos los requisitos para lograr la objetividad en la presentación de la información al lector, siempre habrá una línea editorial que seguir, destinada a un cierto grupo de lectores y con la intención de encauzar a éstos hacia las posiciones que, precisamente, dieron razón de ser al periódico. Porque un periódico siempre representa un proyecto de país, de vida, y su objetivo es ligar el pasado con el futuro a través de lo que se publica hoy, y solamente hoy.

UN MUNDO IDEAL
Al intentar una demostración de los números naturales a partir de sí mismos, Gödel llegó a varias conclusiones interesantes. Una de ellas es que hay verdades que es imposible demostrar, y que no por ello dejan de serlo. Otra es que los fenómenos no pueden demostrarse a partir de los elementos propios de dichos fenómenos, es decir: una demostración no puede ser autorreferente.
En Breve historia del tiempo, Stephen Hawking habla de la imposibilidad de llegar a una teoría total del universo. Una teoría así es imposible por el simple hecho de que estará planteada por humanos, que son parte integrante del todo. Explicar el universo requeriría de explicar ya no la naturaleza de las cosas, seres y fenómenos que existan más allá de nuestra atmósfera, sino de los propios humanos, esto es: un desciframiento de la naturaleza humana, de eso que llamamos psique y que por comodidad hemos separado del alma, y de la relación de éstas con el cuerpo y con otros cuerpos y almas. En pocas palabras, es imposible que un humano hable “objetivamente” de las cosas humanas, como lo es establecer una demostración de los números naturales a partir de ellos mismos.
El periodismo apuesta siempre al futuro a partir de ideas y elementos actuales. Para una publicación, existe una verdad que no puede demostrarse, porque siempre se encuentra en el futuro, y generalmente se la identifica con un mundo mejor… dentro de parámetros sujetos a una comprobación también futura. Si no existe un planteamiento para ese mundo mejor, un periódico no tiene razón de ser.
Mientras exista la idea de que las cosas pueden cambiar, no habrá objetividad posible, porque dicha idea determinará el modo de plantear la información más allá de los aspectos técnicos y de las reglas del oficio periodístico. O, por lo menos, no existirá la objetividad en el sentido que se le desea dar: presentada sin filtros ni tendencias, en su estado más puro, para que el lector pueda llegar a su propia posición, que no necesariamente será la misma de la publicación. Porque un lector deberá estar de acuerdo con una publicación en especial y su proyecto de mundo ideal, o simplemente no lo comprará.
La pregunta debe entonces plantearse de otro modo: ¿es deseable la objetividad periodística, o llegar lo más cerca que lo permitan las condiciones en que se trabaja? Y la respuesta ya no será tan clara, o estará llena de peros que tendrán que ver con el carácter humano del periodismo, con los sueños de quienes escriben y leen y con las ideas que siempre, en sí mismas, llevan su propia contradicción.

Publicado en Forja, San José, Costa Rica, 1999.

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Hace poco, durante un taller de periodismo que armamos en La Casa del Escritor, descubrimos que, desde cierto punto de vista, la información sí puede ser "objetiva" (en el sentido más estricto del término) e incluso imparcial, dependiendo en mucho de la técnica que utilice el reportero pero, sobre todo, del lugar que adopte ante los hechos. Quizá hablemos de eso después. Aun así, lo anterior me parece válido para medios de comunicación que ante todo defiendan una posición ideológica, en general la mayoría.

17 de noviembre de 2006

Camellos del Corán y otros opios

Gibbon observa que en el libro árabe por excelencia, en el Alcorán, no hay camellos; yo creo que si hubiera alguna duda sobre la autenticidad del Alcorán, bastaría esta ausencia de camellos para probar que es árabe.

La frase de Borges es una verdadera lección de literatura, que se traduce en una frase aún más simple y práctica: de lo obvio no vale la pena hablar.
Hace unos días se recordó esa frase por aquí, y un buen amigo me mandó desde Canadá un link a la revista mexicana Letras libres, que en diciembre de 2005 publicó un artículo de Gabriel Zaid titulado "Camellos del Corán", donde se habla del tema.
Y resulta que, según Zaid, hay 19 menciones a camellos en el libro sagrado de los musulmanes...
En descargo de Borges --y de mí, que leí una parte significativa del Corán a los 18 años, pero sin buscarle camellos; a Borges lo conocería uno o dos años después--, hay que decir que las frases en las que se menciona a los camellos son en general metafóricas, y no se habla de camellos físicos en carne y hueso, sino de la idea de los camellos, como:

  • He aquí que os llegó una prueba de vuestro Señor, esta camella de Alá [será] para vosotros signo. [7:71, 154]
  • Esta camella de Alá [será] para vosotros una señal; dejadla, pues, que coma en la tierra de Alá y no la maltratéis. [11:67, 205]
  • Y guardaremos a nuestro hermano, y aumentaremos la medida de una carga de camello. [12:65, 215]
  • Echamos de menos la copa del rey, y a quien la traiga [daremos] la carga de un camello. [12:72, 216]
  • Vengan a ti los hombres a pie, o sobre todo camello estirado. [22:28, 290]
  • Esta camella beberá, y vosotros beberéis, un día sabido. [26:155-157, 323]
  • No corristeis sobre ello con corceles o camellos. [59:6, 475]
  • Como si fueren camellos pelirrojos. [77:33, 517]
  • Y cuando las uscharas [camellas que ya pueden cargar] queden abandonadas. [81:4, 524]
  • ¿Es que no miran al camello, cómo fue creado? ¿Y al cielo, cómo fue elevado? [88:17-18, 537]

El equivalente a los camellos del Corán, en una novela mexicana, digamos, serían los automóviles. Algunas de las frases de arriba seríal como decir: "Ya para tu carro", "Le pasó una aplanadora por encima" o "Tiene cuerpo de tráiler". O sea que, en rigor, Gibbons y Borges tenían razón.

* * *

Hay un site cubano dedicado al diario de Ernesto Guevara en Bolivia que vale la pena visitar. Incluye no sólo el diario del Che, sino también los de algunos de sus allegados en la campaña de Ñancahuazú, mapas, comunicados... De todo.
Algo que resulta no sé si emocionante o angustiante es que, al llegar a la página, se topa uno con una reseña de lo que el Che hacía ese día, en letra manuscrita, y un link a la entrada correspondiente del diario. Hoy, por ejemplo, toca la entrada del 17 de noviembre:

El túnel está ocupado con los artículos que pudieran ser comprometedores para los de la casa y algo de comida en lata y ha quedado bastante disimulado.
No hubo novedad alguna desde la Paz. Los muchachos de la casa hablaron con Argañaraz, a quien compraron algunas cosas y éste les volvió a insistir en su participación en la fábrica de cocaína.

Ciro Algarañaz Leigue --se aclara en una nota-- era el propietario de la finca El Pincal, la más cercana a la finca de Ñacahuazú, propiedad de los guerrilleros.

* * *

Sudáfrica, como parte de la lucha en contra de la discriminación, aprobó hace unos días el matrimonio entre personas del mismo sexo, según reportó La Jornada. El enfoque es harto interesante: el matrimonio no es, visto así, un derecho legal, sino un derecho humano, es decir que trasciende la letra de las leyes y se adentra seriamente en su espíritu. Esto es: el derecho de compartir la vida con la persona que se desee es tan fundamental como del derecho a vivir, tener un nombre, ser considerado --y de hecho ser a secas-- igual a cualquiera otro a pesar de las diferencias de color, sexo y --aquí alzo la ceja izquierda-- condición social.
Con las iglesias el asunto es más peliagudo: para la mayor parte de ellas lo más importante no es la gente --ésa que debería gozar de los derechos... este... humanos, vaya--, sino la voluntad de un dios, que se supone escrita e inmanente, pero siempre sujeta a interpretación por gente que maneja el poder sobre las almas, la moral, y a veces una moral bastante doble.
Por ejemplo, es impresionante el testimonio aparecido hace unos días, también en La Jornada, en contra del cardenal primado mexicano, Norberto Rivera. en relación con la violación de unos sesenta niños en Puebla por parte del sacerdote Nicolás Aguilar Rivera, aún en activo.
Ante las denuncias de los padres de familia, según el reportaje, Rivera pidió quedarse a solas con los niños y les dijo:

Ustedes olvidarán pronto lo que les hizo el padre Nicolás Aguilar Rivera. Al rato, ya ni se acordarán. Deben saber perdonarlo. El padre es un hombre enfermo.

Vayan y pregúntenle qué opina acerca de los matrimonios entre dos hombres o dos mujeres...
El reportaje sobre este caso de pederastia, que se maneja en las cortes de California, puede encontrarse aquí. Son testimonios extremadamente duros y muestran una crueldad, una impunidad y un desnfado eclesial que casi paraliza. Y el poder laico, al menos el mexicano, bien, gracias.
En serio: una sociedad cerrada de gente del mismo sexo, que lleva por lo menos 1,200 años en ésas, debe tener cosas muy poco sanas. En vez de hablar de que existe una "crisis de fe" en el mundo, deberían ver lo que hay bajo las sotanas, y cómo lo usan.

* * *

Y aquí está la prueba de que Dios existe, y de que Google es Dios. Es lo más cercano a una religión manejable, alegre y práctica que he encontrado hasta ahora. La comprobación, como podrá verse, es tan sencilla que abruma:

  • Google es omnisciente.
  • Google es omnipresente.
  • Google responde a todas las oraciones.
  • Google es inmortal. (La explicación de esto es muy buena.)
  • Google es infinito.
  • Google recuerda todo y a todos.
  • La evidencia de que Google existe es abundante.

Y sobre todo es muy fácil seguir los mandamientos, que están aquí.
Bueno, hay algunos que para muchos no será fácil seguir, como honrar a los congéneres humanos, pero son mandamientos fácilmente comprensibles.

* * *

Y a propósito del respeto de/a los congéneres, hoy aprendí algo interesante. Después de una andanada de comentarios insultantes y bastante sucios, que al final llegaron a uno cada cinco minutos o así, decidí activar la función de moderación y borrar los últimos que hubieran aparecido, ya bastante enfermos. Cayó un mensaje más y... listo. Dejaron a de aparecer en mi correo privado.
Entonces se trasladaron al blog de Krisma, igualmente enfermos. Cuando ella activó la moderación, llegaron dos más, aparentemente de dos personas diferentes, y... Dejaron de llegar. Luego, por no sé qué también enferma asociación de ideas, le cayó uno a Denise Phé Funchal. Activó la moderación y dejó de tener problemas de suciedad.
Viene la pregunta: ¿por qué escriben esas andanadas de comentarios tan cochinos los pobres diablos anónimos al estilo de Pipo? Se me ocurren algunas ideas:
Porque tienen tiempo, es decir: porque no tienen cosas productivas --positivas-- que hacer. Si tienen un trabajo, ya sabemos la calidad de lo que hacen.
Para destruir cosas que son incapaces de construir, y a gente que son incapaces de ser.
Porque es el único modo de que alguien les haga caso además de los de su propia especie.
Porque quieren que los lean. (Mi favorito.) En el caso de Pipo, sabe que sus poemas no sirven, o que no logran la atención que lograban cuando tenía --digamos-- 20 años. Porque para veinte años están bien, muestran talento; en la recta final hacia los treinta son textos sin interés. Queda el insulto para llamar la atención.
Y ése es el problema de los mediocres, como se dijo en un multicitado post: lo que buscan es atención inmediata, aplauso, aprobación, de quien sea, o ataques que les dolerán, pero al menos indicarán que alguien los "reconoce". Para lograr ese reconocimiento están dispuestos al anonimato. Paradójico, porque cuidan su nombre con tanto esmero, y están tan enamorados de él, y quieren verlo en letras tan brillantes...

* * *

Para terminar esta miscelánea, para los fans del programa La tremenda corte, aquí hay una página dedicada a Leopoldo Fernández, mejor conocido como José Candelario Trespatines, y su eterno comparsa Aníbal de Mar ("El Tremendo Juez"). Podrán encontrar ¡más de cien! programas radiales de La tremenda corte, y algunas canciones de otros personajes que hicieron famosos a Fernández y De Mar, Pototo y Filomeno. Hay una en especial, "Boniatillo", que me gusta bastante; la parte final de la canción, un solo de flauta sensacional, servía como tema para la versión televisiva de La tremenda corte. Ese solo me ha acompañado desde que tenía ocho años, o sea durante casi cuarenta. A veces voy por la calle o e el autobús o estoy en medio de una reunión y empiezo a tararearlo, y lo disfruto; cuando me pongo a jugar con música y me toca hacer cosas con flauta, lo primero en que pienso es en ese solo, y si se trata de cosas tropicales lo uso como referente para los intervalos y la rítimica.
En México pasan desde hace siglos los programas radiales, a las horas más extrañas, en diferentes emisoras, pero el programa de televisión fue un fracaso; creo que ni siquiera pasó la serie completa. Pregunté por qué a muchas personas, y resultó a los espectadores no les gustaba el aspecto de los protagonistas. Bastante previsible en un lugar con una profunda cultura radial. Además, el programa de televisión tenía algunos actores diferentes, o sea todos excepto los dos de siempre. Luz María Nananina no era Mimí Cal, la esposa --ex, supongo-- de Aníbal de Mar, sino Norma Zúñiga; Adolfo Otero no era Rudecindo, sino Florencio Castelló, y el secretario, Miguel Ángel Herrera, lo cambiaron por Marco de Carlo. (No, pos así sí.) Hubo otro, Patagonio Tucumán y Bandoneón, de quien no recuerdo el nombre. En El Salvador fue más famoso el programa de televisión, duró varios años y, mientras viví aquí, no me perdí ninguno, repetido o no.
Una frase típica de Trespatines:
Queda suspendido el entierro para mañana a las cuatro, por falta de quórum.

16 de noviembre de 2006

Moderación de comentarios

Bien, pues por ahora tuve suficiente. He leído y aceptado comentarios de quien ha querido ponerlos, y he respondido a algunos. En la última etapa, de manera ya innecesaria, y nada más por puro y sórdido placer personal, jugué un rato con Pipo Rey, un poeta que hace siete años estaba considerado por algunos --incluso compañeros suyos-- como el gran talento de su generación, una cualidad que --creo-- tiene fecha de caducidad si no se cultiva. El talento natural --como ya se ha dicho en este espacio-- apenas alcanza para arrancar, y después queda el trabajo, el trabajo y el trabajo. Si no se maneja de manera adecuada, y si uno no se cuida el ego, así termina. Lo peor es que se trata de un tipo aún bastante joven, de la misma edad de otros que ya han publicado libros y paso a paso se están colocando en el lugar que por trabajo les corresponde. Selección natural, que le llama Darwin.
Queda demostrado lo que hablaba de los mediocres hace algunos posts; la práctica me ha dado la razón y, como dicen los abogados neoyoquinos, descanso mi maletín. Si quieren más pruebas, por favor, usen sus propios blogs; hay quien ya lo hace, y lo disfruta, pero éste sirve para otra cosa. Si los Pipos quieren seguir insultando, pongan su propio blog y allí sean felices. Por ahora, esta experiencia servirá para hablar de ella el próximo domingo en el taller de La Casa, y como demostración de lo que pasa cuando uno hace simplemente su trabajo..
Durante una temporada los comentarios a este blog estarán moderados. Lo único que no se acepta son insultos; si se trata de comentarios razonables, sean en favor o en contra, me gusten o no me gusten, con gusto los pondré. Le recomendaré a Krisma que haga lo mismo. Sé que los visitantes regulares no lo tomarán a mal, y los mediocres tomarán a mal cualquier cosa, porque para eso son lo que son.
Manuel Carcache, en su blog, ha borrado los posts con insultos para mí y para mi esposa, los famosos cuentos de la Enanita Tun Tun, de los que guardo copia para que no se me olvide. No se lo agradezco, porque nunca debieron estar allí, según normas básicas de decencia, ni debieron estar otras notas en las que se ha escudado en el anonimato. Lástima. Me alegra que, por los motivos que sea, haya reflexionado, aunque sea en su personalidad pública.
Hay algo que me parece importante decir: la obra de un artista es una radiografía de su alma, o de lo que tenga en su lugar. Si ve el mundo y a los demás --artistas o no-- con esa amargura, con ese dolor, con esa frustración, su obra lo transmitirá; su obra es él. Pipo Rey no llegó a los treinta años y ya anda en ésas; otros han muerto antes de nacer. Cualquier edad es buena para convertirse en lo que uno realmente es, así que mejor empezar desde joven, para que duela menos.

15 de noviembre de 2006

Cruce de poesía

Al mismo tiempo que la antología Trilces trópicos, publicada por la editorial La Garúa, de Barcelona (de la cual algo se habrá comentado por aquí), la revista nicaragüense 400 elefantes publicó otra antología de poesía salvadoreña y nicaragüense llamada Cruce de poesía, preparada por Marta Leonor González por Nicaragua y Luis Alvarenga por El Salvador. Salvador Canjura habló del libro aquí, hace algún tiempo. Aquí hay una nota acerca de la presentación del libro en Managua.
Marta Leonor me dio un ejemplar para Krisma en agosto, cuando estuve en la FILCEN, y de paso armamos una interesante guerra de flashazos con nuestras cámaras fotográficas en el lobby del hotel Princess, que fue donde pusieron a los invitados; las fotos están divertidísimas.
Me llamó la atención que aparecieran al mismo tiempo dos antologías de poesía salvadoreña y nicaragüense: ¿por qué no nicaragüense y costarricense, en vista de que están tan cerca? ¿O de plano centroamericana? Quizá sea porque, tradicionalmente, Nicaragua ha cumplido el papel de proporcionar poetas para el área, y Guatemala a los narradores, y El Salvador... híjole... Bueno, tenemos en el catálogo a algunos escritores muy buenos, pero pocos.
Lo que me han dicho personas de otros países --y aun de éste-- es que en El Salvador hay, en los últimos años, un repunte bastante poderoso en materia poética. No sólo que existan muchos poetas, que siempre los ha habido, sino también de alta calidad en relación con los del resto del área. Un amigo me decía que era lógico: después de la guerra, después de tanto silencio, la necesidad de expresarse es explosiva, en especial la de los más jóvenes. También llaman la atención las temáticas, como lo señala el prólogo de Joan de la Vega a Trilces trópicos, que reproduciré completo dentro de unos párrafos. Y algo más: la noción de que debe profesionalizarse la escritura, ante las cosas más bien desenfadadas que escribieron poetas de mi generación e incluso de la anterior.
El asunto es que mañana se presentará el libro Cruce de poesía en El Salvador. La invitación dice:

Este próximo jueves 16 de noviembre (y el viernes de 1 Diciembre, 5:00 p.m en Universidad Tecnológica) se estará presentando el libro «Cruce de poesía, Nicaragua-El Salvador» que presenta a 32 poetas nicaragüenses y 24 salvadoreños que en los últimos 25 años han surgido y publicado en ambos países. La selección y las notas están a cargo de Marta Leonor González y Juan Sobalvarro por el mapa nicaragüense y por El Salvador la tarea la cumplió el escritor Luis Alvarenga.
Se espera que buena parte de los 24 poetas incluidos en la muestra se hagan presentes esta noche en el Bar-café Leyendas, como parte de la lectura de este nuevo «tejado» que convoca la Fundación Metáfora.
Para dejarlo a manera de convocatoria, enlistaremos a los salvadoreños que aparecen en este libro, importante para «cruzar» información y poesía de un lado a otro de nuestras fronteras:

Carmen González Huguet, Edgar Alfaro Chaverri, Silvia Elena Regalado, Carlos Ernesto García, Eva Ortiz, Amílcar Colocho, René Chacón, Aída Párraga, Alvaro Darío Lara, Manuel Barrera, Otoniel Guevara, Ernesto Flores, Luis Alvarenga, Vladimir Baiza, Susana Reyes, Jorge Galán, Carlos Clará, Federico Hernández, Danilo Villalta, Krisma Mancía, Teresa Andrade, Ana Gabriela Padilla.
Interesante: en la lista hay gente que ha participado, con su nombre o no, en la discusión que ha tenido lugar en este blog y el de Krisma en los últimos días. La lectura --a la que René Chacón invitó a Krisma-- sería una buena oportunidad para conversar en persona, evidentemente en términos más cordiales, y evidentemente con poesía de por medio. Si encontramos quién nos cuide a Valeria, allá nos veremos.
Mientras, transcribo el prólogo de Joan de la Vega a Trilces trópicos, que sólo se ha citado parcialmente en periódicos y blogs, y que da pistas acerca de algunos motivos de discusión de los últimos días. Va:

Los motivos del lobo

Muchos se preguntarán qué razones llevan a publicar con cierta periodicidad libros de poemas de autores jóvenes, si incluso aquéllos de escritores que consideramos universales duermen el sueño de los justos. Algunos creen que los motivos que empujan a seguir editando libros de poesía en estos días, dadas las circunstancias, se prestan a la obstinación, la locura o la heroicidad.
En este último periodo de historia reciente se han ido sucediendo un sinfín de antologías y compilaciones en nuestro territorio (no menos de medio centenar), donde algunas de ellas --casualmente las más rentables o populares-- poco han tenido que ver con el rigor y la justicia literarios. Por todos es sabido que estas operaciones responden a un relanzamiento editorial cuya apuesta es configurar la fauna literaria. Son los motivos del lobo.
Al margen de tópicos, reunir una serie de voces en un mismo volumen no debería responder únicamente a consolidar una moda o a un grupo afín, a una determinada estética para excluir y perjudicar la opuesta, en caso de que la haya. En lugar de radiografiar con un tajo transversal el panorama literario, suele prevalecer la impronta subjetiva con el fin de perpetuar determinados grupos generacionales de poder y sumar nuevos nombres a su estética con la intención de refrendarla. Un fiel reflejo de las sociedades denominadas a sí mismas democráticas, donde la idea de la soberanía perjudica seriamente cualquier aportación por insignificante que parezca.
De este modo se explica la llamativa ausencia de autores latinoamericanos nuevos en el panorama editorial español. A esto se le suma la dificultad que supone averiguar de primera mano las tendencias o voces que están surgiendo en estos momentos desde cada uno de los puntos del vasto continente. Se debe lamentar, entonces, esta situación de desconocimiento mutuo, de ausencia de puentes entre autores jóvenes españoles y centroamericanos, a pesar de los nuevos canales de comunicación en red.
Con la intención de corregir esta situación y dar a conocer al lector español las principales claves del mapa poético salvadoreño y nicaragüense, nace este proyecto que en breve podrá verse ampliado a países vecinos como Guatemala, Honduras, Costa Rica y Panamá.
A diferencia de otros, los autores que componen este compendio no responden a un simple perfil pseudoizquierdista con el que nos hemos acostumbrado a observar y catalogar a los autores americanos. Superado ya el caudillismo postrevolucionario, y gracias a una nueva óptica, desasosegada y autocrítica, próxima a la más alta tradición literaria, es destacable en estos escritores jóvenes su capacidad de renovación y transgresión líricas.
Espero que dos años de trabajo hayan sido suficientes para que el lector de poesía pueda acceder a autores que circulan y utilizan una misma lengua, y que, ojalá que sea "hasta ahora", deje de resultarle indiferente lo hecho en el otro lado del Atlántico.
En Trilces trópicos se recogen los nombres que la crítica de cada país ha destacado, así como otros aún inéditos. Sería injusto por mi parte concluir estas líneas sin advertirles que otros poetas como Jazmina Caballero, Gema Santamaría, Andira Watson, Emmanuel Detrinidad, Misael Duarte Somoza, Nicolás A. García Duarte, Ulises Huete. Sergio Villanueva y William Grigsby, desde Nicaragua, y Tere Andrade, William Alfaro, Ana Gabriela Padilla, David J. Quintanilla, Roxana Méndez, Vilma Osorio y Élmer Menjívar, desde El Salvador, siguen emergiendo y empeñándose en vencer por medio de iconogramas, desde el triste y dulce trópico, los signos de nuestro tiempo.
Joan de la Vega
Me gustaría transcribir la introducción de Luis Alvarenga a Cruce de poesía, pero tengo que trabajar, precisamente en una antología bastante original de poesía salvadoreña que debe publicarse muy pronto. Son cerca de 45 poetas salvadoreños, que representan varias décadas de producción de poesía en el país. Será algo histórico. No están todos los que son, ni son todos los que están, obviamente. Varios de los que faltan no pudieron ser localizados para dar su permiso para la publicación, o para la consecución de materiales. Ya habrá otras oportunidades.