Ayer llegó un fax a la oficina, de parte de la Alcaldía Municipal de San Salvador (pero ¿hay alcaldías que no sean municipales?; si hasta gobiernos nacionales a veces son municipales...), para invitarme a participar en un foro acerca de los planes para mejorar la ciudad, en el Real Intercontinental. Cuando me llegan de ésos, generalmente no los respondo; soy escritor, etc., y de reordenar ciudades sé tanto como de domar caballos, nomás que monto mejor caballos que ciudades completas. Esta vez me dio curiosidad, y le pedí a Joahnna que llamara para decir que sí, pero...
Bueno, soy escritor, etc., y mañana tengo por la tarde el taller de novela en La Casa. Lo podría cortar un poco antes y estar cómodamente en el hotel antes de que empezara el foro, pero --otra vez "pero"-- después del taller tengo una reunión que ya se ha aplazado durante cerca de un mes, y basta, porque pinta bien. Se trata de planear un programa de radio de La Casa del Escritor, y lo que hemos hablado por correo electrónico suena atractivo. Algo muy sencillo, en un formato no muy rígido, en una radio pequeña pero pertinente, sin dinero de por medio. Así que hay de dos: ¿ser un buen ciudadano o ser un buen empleado público? (No, desde este año ya no soy "funcionario", sino "empleado. Trolls: averigüen la diferencia. Documéntense. Esmérense. Igual seguirán siendo unos pobre imbéciles, pero con conocimiento de causa.) Y no veo contradicción, aunque eso de trabajar de ocho a cuatro no se me da muy bien; de hecho la hora de entrada en La Casa es a las diez, y a veces me paso trabajando hasta la madrugada en cosas por las que no me pagarán horas extra, ni lo pretendo. De todas maneras lo haría (las cosas y desvelarme), y me da gusto que sirva para algo y para alguien más.
Decidido el asunto de no ir, para cumplir con mis labores de empleado público --pero no propiedad de nadie, que allí ya entramos en otros terrenos--, y porque lo del programa suena muy bien, me pregunto para qué pueden invitar los de la Alcaldía a alguien como yo, o sea escritor, servidor público y no muy bien visto en ciertos círculos de... uh... ¿diré "la izquierda"? Y la verdad no entiendo, eso y otras cosas.
No entiendo para qué alquilar un salón en el Real Intercontinental, con todos los espacios a su disposición que debe tener la Alcaldía, y no entiendo muy bien --en serio-- qué podría aportar, además de algunos aplausos a los oradores de turno y saludos a algunos amigos, compañeros y desconocidos. Como a veces me entra lo mal pensado, se me ocurre que es parte del rollo de la campaña electoral, pero falta aún año y medio, y no creo que quieran hacerse propaganda tan pronto con gente que... bueno... Yo decido generalmente en la casilla por quién voy a votar, por eso en las anteriores municipales no fui: iba a terminar votando por el FMLN, como en las presidenciales anteriores, con todo y que la candidatura de Schafik Hándal me parecía una torpeza mayúscula, y quedó demostrado. No creo que por un voto se gasten la parte proporcional de lo que costó la renta del salón, la movilización de gente, el café o lo que vayan a dar, etcétera, sobre todo si me tienen cautivo, con todas las tonteras que pudiera hablar por aquí. Y pienso que el mío será el caso de muchos votantes, incluidos los del FMLN, que al parecer a última hora deciden votar por ARENA. (También demostrado.)
Hoy, después del taller de la mañana, el almuerzo --¡sí!, ¡los empleados públicos tenemos derecho de almorzar, con todo y que no podamos sindicalizarnos!-- y un rato de planeación, llegó un viejo ex compañero de militancias. Vino por asuntos que tenían que ver con La Casa, o sea literatura y aledaños, pero después estuvimos conversando acerca de compañeros que aún viven y otros que se quedaron en algún lugar de los años ochenta, como Benjamín Valiente Álvarez, "Juan Ángel", a partir de
un artículo que publicó hoy Miguel Huezo Mixco en
La Prensa Gráfica. Fue triste, pero también agradable. Hubo algunos que sabemos que están vivos, en alguna parte, pero no se nos ha dado volver a verlos.
Lo que entendí, al final de la tarde, es que hay muchas cosas que aún no entiendo, pero quizá algún día. (Preferiría que no.)
Por ejemplo, sé quién soy, qué soy y por qué, aunque el llegar hasta aquí a veces fuera un tanto confuso. (¿Qué vida no lo es en algún momento?) Sé qué papel estoy jugando en esta sociedad que nos está tocando, porque una cosa es no hablar de eso o hacerse el modesto y otra no tener bien claros los objetivos, los medios para llegar a ellos y los logros o fracasos a medida que ocurren. Sé que mi apuesta en el país es a largo plazo, pero también sé que no voy a verla en persona, o sólo en algunas visitas eventuales o periódicas, porque tengo cosas que hacer, algunas de ellas fuera del país. Y sé, desde hace varios años, cuál es el momento preciso de irme, y por qué.
Entonces, querido diario, entenderás por qué me pueden hacer sonreír los trolls a los que a veces les da por amenazarme con que ahora que gane Mauricio Funes --"ahora" es un año y medio-- voy a tener que salir huyendo del país. En primer lugar, porque supongo que Mauricio Funes tendrá cosas más importantes que ver a qué escritor arruinarle la vida la semana en que tome posesión, y porque el hombre sabe lo que es ser crítico, pues de eso se ganó la vida; en segundo, porque conozco muy bien a gente que trabaja directamente con él, y su amistad me enorgullece; anduvimos en dos o tres cosas en algún momento y el resultado fue bueno. Supongo que la labor se la dejarán a los comisarios mediocres de siempre --estamos dando por sentado de que las elecciones serán un mero trámite para que lo nombren presidente--, pero con ésos ya tengo experiencia, y nunca se me ha secado la boca por mandar al carajo a cualquier imbécil, si viene al caso. (Hay también imbéciles simpáticos a los que hay que alimentar para que no se marchiten.)
Lo que me están ofreciendo los trolls es convertirme, pues, en un perseguido político, y lo hacen desde ya, mientras una alcaldía del FMLN me invita a un foro en el que de verdad no vengo al caso. Me acusan de vendido a medio mundo --si medio mundo es la derecha-- mientras recuerdo a mis muertos con cariño y respeto, y también a muchos de mis vivos, y eso significa sostener ciertas ideas y actuar en consecuencia. "Actuar en consecuencia" significa no traicionarlos con golpes de pecho acerca de los errores de juventud, o sea eso de anda creyendo en cosas que no. Para nada. Sigo creyendo que tenía la razón, y que lo que cambió fue la concepción de izquierda; que los Acuerdos de Paz fueron de todos y para todos, y quien quiera quedarse fuera, será su bronca. No sé ellos; yo peleé para que las cosas funcionaran, y mi intención es de que donde yo esté, funcionen bien.
De perseguido político ya me tocó vivir una porción de mi vida. Me ofrecen el exilio, y ya lo conozco también; le debo demasiadas cosas buenas para no agradecerlo, aunque me enojen los modotes en que nos lo impusieron, ustedes perdonarán. De que me acusen de idioteces, no es la primera. En cierta ocasión uno de mis mediocres favoritos me acusó de estar a las órdenes de Edén Pastora, y para eso se unió con unos periodistas y funcionarios nicaragüenses y cubanos. Las pruebas que dijeron que tenían no las presentaron, porque el señor Pastora me cae mal y nunca hubiera estado a sueldo de él, y terminó en que decidí no despedirlo --tenía fueros para ello: yo era su jefe y él quería mi cargo-- porque tenía cinco hijos y qué sé yo; durante meses no se publicó en el diario información generada por
Agencia Nueva Nicaragua ni
Prensa Latina y varios etcéteras más. Al final, después de tres o cuatro años de querer mi puesto, y después de que quedó el jefe al que sugerí y éste debió irse, le tocó a él. Duró unos meses; no supo qué hacer con tanto paquete. Y quienes me acusan y me amenazan son gente que ni siquiera pone su nombre... Ya me veo teniéndoles miedo o poniendo mis barbas en remojo nomás porque alguien que se avergüenza de su nombre, o tiene miedo de ponerlo, se pone a tirar piedritas contra una ventana del séptimo piso...
Y veo a personas que están en la imaginería de los... esteee... revolucionarios y me doy cuenta de que sus parámetros son un tanto débiles. Por ejemplo Salarrué: no sólo recibió un sueldo del estado durante buena parte de su vida, sino que también fue diplomático en Estados Unidos, es decir: representante directo de presidentes de la república que, vaya, no eran precisamente de izquierda. Claudia Lars, otro tanto. Hugo Lindo. Incluso algunos que ahora están vivos y vigentes.
¿Qué nos queda, querido diario? Nada que no nos haya quedado o tocado antes. Lástima que haya tanta gente que pierda el tiempo en veleidades (había escrito "pendejadas", pero éste es un blog muy correcto); con todo lo que hay que construir y reconstruir aún en el país... Lástima que sea gente de... uh... izquierda, porque antes era la derecha la encargada de esos menesteres en el país, y le salía bien.
Con lo que llevan hasta ahora, hasta podría pedir asilo junto con mi familia en algún país de ésos que se suponen más civilizados, y en algunos aspectos lo son. (No sería mala idea...)
En fin, he seguido escribiendo acerca de periodismo en
Centroamérica 21. Mi columna de esta semana la pongo otra vez en jueves, y no en lunes, y pido disculpas a los eventuales lectores. La nota puede encontrarse
aquí.
¿Qué le pasó al periodismo salvadoreño? II
Rafael Menjívar OchoaA veces las tareas de los periodistas se ven determinadas por intereses de los medios para los que trabajan. Ven en ello –y en ocasiones los hay– conflictos éticos y profesionales insuperables, y se hallan ante la alternativa de continuar moviéndose dentro del marco de una línea editorial amplia, pero con márgenes bien marcados, buscar otro medio –en el que tarde o temprano se toparán con lo mismo– o dedicarse a otra cosa.
Algo que todo periodista debe tener claro desde que busca su primer trabajo es que todo medio de comunicación tiene una línea editorial, y que ésta responde, en efecto, a intereses personales, de un grupo de personas o de una institución: los dueños del medio, sean inversores privados, una cooperativa, un sindicato o el estado.
Aunque en el último caso puede ser bastante difuso, es claro que lo que une a un periodista con el medio de comunicación no es una convergencia ideológica –que puede haberla– ni una comunidad de intereses –que también–, sino un contrato laboral, que puede terminarse según lo establezcan las partes y la ley.
Los periodistas, pues, cuando obtienen un trabajo, no obtienen una tribuna, sino un simple trabajo. Éste tiene el mismo objetivo de cualquier trabajo asalariado: ganarse la vida. Salvo excepciones, a un periodista se le contrata para que haga lo que el medio necesite, no para que ejerza su derecho a una irrestricta libertad de expresión, si es que hay algo así.
En general el trabajo periodístico es rutinario. No se sabe de antemano lo que ocurrirá en el día, pero buena parte es seguir las convocatorias de instituciones, cubrir actos anunciados con antelación y los temas vigentes en la temporada: elecciones, aprobación de presupuesto, festivales musicales o poéticos, fechas deportivas. Un alto porcentaje de lo que ocurrirá y llenará las planas estará en la orden de trabajo que recibirá desde el día anterior, o el mismo día por la mañana.
Pero hay también temas especiales, los que desarrolla el periódico por sus necesidades, por sugerencia de los reporteros, porque el momento lo pide o por azar, infidencia o investigación. También es necesario buscar estos temas especiales para las revistas y suplementos que, por su propia naturaleza, deben ser originales, llamativos y –de preferencia– provocadores. También están los temas políticos o de consecuencias políticas, cuyo tratamiento podría ser objetivo e imparcial, pero donde entran en juego los intereses y necesidades del medio –resumidos en su línea editorial–, así como las convicciones del periodista.
La represión de una manifestación, por citar un caso, puede ser eso, seca y llanamente: la represión de una manifestación. Para el periódico puede ser la provocación de un grupo influido por el partido de la oposición para desestabilizar al gobierno. Para el reportero quizá sea el uso innecesario de la violencia contra gente que exigía algo justo.
¿Cómo conciliar el hecho, la línea y la convicción? Si hay orden explícita de tratar el tema de cierto modo, deberá tratarse de ese modo, por simple contrato laboral. Hay una trampa: el reportero puede negarse, el periódico puede despedirlo. Lo interesante es que, dentro de la ética periodística, el reportero estará haciendo su trabajo al negarse a escribir algo que no fue lo que presenció.
Casi nunca ocurre así. Los medios tienen personas a las que encargan cada asignación según sus capacidades, tendencias, etcétera. El que cubra la represión contra la manifestación en principio podría estar de acuerdo con el enfoque del diario; por eso se le envió. También hay espacios e instancias bien definidos: la cobertura del hecho puede ser objetiva e imparcial, pero al pasar por el editor algunas palabras de más o menos cambiarán el enfoque, y el encabezado reflejará lo que el periódico quiera reflejar. Están asimismo los espacios de opinión editorial, donde se dará explícitamente la posición del medio.
La pregunta del periodista es siempre si podrá vivir con eso, porque es inevitable, y allí se da un proceso transaccional del reportero consigo mismo.
Hay temas, siempre, que un medio no podrá tratar de manera “objetiva” e “imparcial”. Hay temas sobre los que nunca se podrá hablar, como si no existieran. Son bastante pocos, pero en ciertas temporadas son constantes. Las preguntas que se hará el reportero son básicamente dos: ¿puede someterse a un régimen así? y ¿vale la pena cambiar esos pocos temas por los que sí podrá tratar con amplia libertad, que son la mayoría?
La respuesta nunca es fácil, y nunca hay sólo una. Pero es así. Es el lado de la ética del que a muy pocos les gusta hablar, aunque lo vivan a diario.