31 de julio de 2007

Yo, el sicario

La novatada en Vértice era que uno tenía que aparecer en una de las portadas, haciendo lo que fuera menester. Al primer editor de la revista, Juan Bosco Martín, le tocó hacerla de bebé llorando, con un pañal inmenso y una inmensa mamila, metido dentro de una cuna, con bigote y todo. A mí me tocó hacerla de sicario. Por esos días (diciembre de 1999) no me acostumbraba mucho al sol, y andaba casi siempre con lentes oscurs. Se le ocurrió a Juan Durán, el diseñador (ahora jefe de diseño de EDH)., que yo daba bien el plante para lo que quería hacer, y a lo patria o muerte me lancé a posar para la portada y un par de viñetas interiores.
Las primeras reacciones las tuve ese mismo domingo. Las tías Posada Menjívar estaban preocupadas de que tuviera un arma de verdad apuntada contra mi propia nariz, y no hubo modo de convencerlas de que era de simple plástico (creo que la compraron para un reportahe acerca de cómo las armas de juguete eran tan pareidas a las de verdad que los asaltantes podían usarlas, como en efecto las estaban usando).
La otra reacción adversa (aparte de las de los amigos, que más bien se divertían) fue de mi padre. Llevé una copia de la revista a Costa Rica para que se riera un poco, pero no le cayó en gracia. No le parecía que un escritor y periodista tuviera que dedicarse a cosas tan poco serias como posar así para una portada. Me la zafé diciéndole que había estudiado teatro, y que lo que estaba haciendo era teatro. No se la tragó (yo no me la hubiera tragado), pero no insistió.
Las fotos fueron tomadas por Osmín Herrera, quien era el encargado de un estudio de fotografía más o menos bien equipado que tenía EDH. Ahora Osmín trabaja en Concultura.
En ese número, por cierto (12 de diciembre de 1999), apareció una nota mía acerca de la matanza del El Mozote. Hasta donde me dijeron fue la primera sobre el tema que se publicaba en el periódco.
Extraño Vértice.

29 de julio de 2007

Semana sin posts

Apenas me doy cuenta de que no he escrito un post en toda la semana, y no es que falten temas o que no haya ocurrido nada, sino que he andado en otros asuntos.
Por ejemplo, desde la semana antepasada vino Karen Schairer, de la Northern Arizona University, con quien hemos trabajado varios proyectos para La Casa del Escritor (uno de ellos es bien importante si se ve a futuro: el Archivo de Historia Social, que llevó varios años y espera su momento). Esta vez nos vimos poco, hablamos bastante, me trajo un bote completo de Mint Patties, a las que soy adicto y de las que no queda más que una (¡el bote trae 240!), y le pedí también uno de los libros más divertidos e inteligentes que he leído: The Hitchhiker's Guide to the Galaxy, de Douglas Adams. (Es una serie de cinco; los otros cuatro me aburrieron un poco.) Allí se entera uno de cosas muy útiles, por ejemplo que la respuesta a la vida, el universo y todo es 42. La película me pareció francamente mala.
Anoche vinieron a cenar unos primos a los que no veía desde hacía años (bueno, los vi el martes y entonces los invité), Evelyn Córdova, hija de la tía Emma Posada Menjívar, y Edgardo Aguilar, su esposo, además de María José y Edgardo, sus hijos. Bien agradable. Evelyn es nutricionista, y durante años trabajó en el INDES con los atletas de alto rendimiento. Ahora tiene una clínica junto con Edgardo, que es odontólogo, de lo mejorcito que me ha tocado... uh... iba a poner "sufrir", pero realmente es bueno en lo suyo. Él me sacó tres muelas del juicio y logró que no pareciera el juicio final, con todo y que tuvo que meter cuchillo y que se rompieron las raíces de una y qué sé yo. Me pasé un buen rato con Evelyn reconstruyendo el mapa familiar, las cosas que a ella le faltaban porque es menor que yo y no las vivió, y las que me faltaban a mí porque estuve 27 años fuera y me las perdí.
Otra cosa bien importante es que Herberth Cea, después de dos años y medio de trabajo, terminó su poemario. Tenía un buen borrador desde hacía meses, pero todavía había observaciones de los compañeros antes de que me tocara revisarlo. Lo hice y la verdad había poco que objetar, si es que había algo. Anoche me mandó la versión final, que leeremos hoy en el taller. Es un buen poemario. Un "poeta niño" bastante maduro y técnicamente sólido.
Y, bien, fui al médico a principios de semana, y quizá allí esté el porqué de que no haya escrito. De eso no voy a hablar, porque no hay mucho que hablar, excepto que trato de enderezar lo que se me había puesto chueco y que, como siempre, debí haber ido antes para evitarme sufrimientos innecesarios.
El resto ha sido lo del taller del jueves por la tarde, el de novela del viernes y el sábado no hubo. Estamos pintando La Casa de amarillo nuevamente. Pusieron una bomba de agua y un tanque de 2,500 litros, porque en la temporada seca nos quedamos con los baños cerrados; cambiaron toda la instalación eléctrica, pusieron una buena polarización y, en fin, se hizo lo que se pudo. Siempre es poco, pero siempre es útil.

23 de julio de 2007

Socialismo irreal y columna

De la embajada de la Repúbica Popular y Democrática de Corea (Corea del Norte, pues) nos llegaba a El día, todas las semanas, una cantidad ingente de material de propaganda. Los tipos se gastaban fortunas en ediciones de lujo, forradas en tela, en papel couché; los más humildes folletos tenían la calidad suficiente para anunciar modelos de Mercedes Benz a clientes frecuentes, no lo que anunciaban: la revolución socialista. Y no cualquier revolución, no se vaya a creer, sino la que se desarrollaba en la RPDC bajo el manto de sabiduría del Gran Líder y Querido Dirigente Camarada Kim Il Sung. También habiá materiales que eran directamente para indoctrinar, que también sacaban en los idiomas que a uno se le ocurriera, y venían en papel de empaque (como el que se reproduce aquí), con una portada mucho más barata, aunque el contenido, en realidad, no variaba mucho de los otros.
Y no tenía por qué variar. Los temas de todos los materiales eran:
1. Kim Il Sung, como un padre amoroso, había llevado la felicidad al puebo norcoreano, gobernaría eternamente y, mientras tanto, daba directrices casi a cada persona acerca de cómo hacer su trabajo, fueran carpinteros, médicos, ingenieros o músicos.
2. Kim Il Sung, como un padre amoroso, etcétera, luchaba denodadamente por la reunificación de Corea, con el obvio presupuesto de que Corea del Sur encontraría la felicidad también cuando adoptara el régimen norcoreano.
3. Kim Il Sung era el forjador de la Idea Zuche, gracias a la cual Corea del Norte era lo que era.
Y Corea del Norte sería lo que quisiera, pero yo era joven y me llevaba algunos de esos materiales a casa para tratar de entender un poco qué diablos era eso de la Idea Zuche. Aparte de algunas generalidades (el pueblo es dueño de su propio destino, la independencia es lo mejor que le puede pasar a los países, sin Kim Il Sung la historia no se movería de su lugar), no entendía cómo podían gastarse tanto dinero y árboles en poner siempre las mismas tonterías. Eso sí: con grandes fotos del Gran Líder y Querido Dirigente, con uniforme militar y una sonrisa de pasta dentífrica.
Después descubrí que lo de la Idea Zuche --fuera lo que fuera-- era un buen negocio para los compañeros periodistas y para académicos de poca monta, y a veces de no tan poca, pero sí de dignidad limitada. Había libros y folletos llenos de sesudos ensayos acerca de los aportes de la Idea Zuche al marxismo, a los movimientos de liberación nacional, a lo que rayos fuera, escritos casi con formulario por Fulano de Tal de Bolivia, Mengano de Tal de Eritrea, etcétera. Hasta hubo un periodista salvadoreño que escribió lo suyo sobre cómo la Idea Zuche influía en la izquierda de nuestro país y de cómo la guerrilla le debía tanto a Kim Il Sung. A cambio de los artículos, casi todos tenían garantizado su viaje a Corea del Norte, un mes a cuerpo de rey (en un país socialista, ejem), con todo pagado y mucho más. O después del viaje escribían una nota ya no para sus medios de prensa o académicos, sino para las revistas del Instituto de Estudios de la Idea Zuche; en México había uno de tantísimos que servían para lo mismo, o sea ensalzar a Kim Il Sung. Hacían seminarios, comían bien durante varios días, recibían regalos caros y excesivamente orientales --no sé si algo más que eso-- y después andaban por allí burlándose de Kim Il Sung, el Zuche y todo lo que tuviera que ver con ambos.
En 1983 me nombraron jefe de internacionales de El día, y al poco tiempo me llegó lo que muchos esperaban a la vez que despreciaban: una invitación por un mes a la República Popular y Democrática de Corea, que incluía una ceremonia en la que conocería al Gran Líder y Querido Dirigente, más las visitas de rigor, como el lugar donde nació, la piedra donde se sentaba --no estoy bromeando-- cuando era niño a meditar acerca del futuro de Corea, el ladrillo de la escuela que había colocado con sus propias manos... Digamos que la página que reproduzco allá arriba es un palidísimo prospecto de lo que me ofrecían.
Yo no había escrito nada acerca de la Idea Zuche, ni pensaba hacerlo. Lo del viaje era tentador, porque todo viaje hasta el otro lado del mundo lo es, y me prometían abrir el boleto para que me quedara unos días en París, Madrid o donde quisiera. Pero la tentación no pasó de eso. Me pusieron fecha para irme y todo, me dieron itinerario, primera clase y todo. Algunos periodistas que habían ido me dijeron que era de lo mejor que les había pasado en la vida, con cuartos lujosos, lo de la comida y la satisfacción minuciosa de los más pequeños deseos de uno, y algunos de los más... uh... grandes. Eso sí, cuidado: vigilancia las veintisiete horas del día. Siempre, de algún modo, había gente observándolo a uno. Siempre. En el baño, en la recámara, donde fuera.
Al final no sé qué pretexto les di para no ir. Y se trató de un pretexto en efecto, porque tenía permiso del periódico y todo. Supongo que algo que se había complicado en el trabajo --sería cierto-- o alguna urgencia familiar --no lo creo-- o simplemente dejé pasar el asunto. Me perdí la oportundad única de oír la canción "Seguiremos sólo al querido Líder" por un coro de niños proletarios, que es lo que verdaderamente lamento, y que después me la explicaran.
Si a alguien le interesa, aquí está la partitura de la canción:


Y va mi columna de esta semana en Centroamérica 21, que puede encontrarse aquí:

La izquierda ante el espejo
Rafael Menjívar Ochoa

Los republicanos se sentaban al lado izquierdo de la Asamblea francesa; los monárquicos, a la derecha. Así comenzó la utilización de los términos “izquierda” y “derecha” para definir a progresistas y conservadores. En la Francia revolucionaria, del centro hacia los extremos, y en especial hacia la izquierda, la política hizo extraños compañeros de guillotina.
Con la ejecución de los reyes y el casi irrestricto apoyo popular; habiendo eliminado incluso a los enemigos menos peligrosos durante el Terror, con Danton como fiscal, juez y voz de un pueblo exacerbado; con el triunfo, en fin, en las manos, la izquierda vio hacia sí misma y encontró diferencias a veces sutiles que le parecieron insoportables, y del razonamiento pasó a la cuchilla.
Comenzó con los que especulaban con las necesidades del pueblo, y se siguió con el pueblo. Había hambre, como era de esperarse en un proceso tan convulsivo. El hambre provocó peticiones, que fueron convirtiéndose en protestas. Muchos sans–culottes fueron sumariamente declarados enemigos de la Revolución –es decir del pueblo al que pertenecían– y guillotinados. Después de que Charlotte Corday asesinara a Marat, el vínculo más fuerte de los revolucionarios con el pueblo, las cosas se pusieron aún peores entre jacobinos y girondinos. Las ejecuciones se multiplicaron, y las cabezas que rodaban eran las de los antiguos compañeros de lucha.
Robespierre “El Incorruptible”, eje de la burocracia revolucionaria, autor –entre otros– de la Declaración de los Derechos del Hombre, se anotó un dudoso tanto con la ejecución de Danton, otro gran líder popular –a pesar de su origen burgués–, el 5 de abril de 1794. No duró la victoria: el 28 de julio Robespierre fue a su vez ejecutado por los reaccionarios con 21 de sus compañeros, como Saint Just y Georges Couthon. Sus cabezas fueron colocadas en plaza pública.
Lo interesante es que Saint Just, ante los ataques reaccionarios, se negó ¬a organizar a las fuerzas populares para presentar resistencia, y Couthon fue el creador de una ley según la cual un acusado por un tribunal revolucionario no tenía derecho a defensa ni a testigos.
El fin del “sueño revolucionario” fue el golpe de Barras de 1797 contra el Directorio, luego el golpe del 18 brumario (9 de noviembre) en 1799 y, al terminar la campaña de Napoleón Bonaparte en Egipto, la proclamación, en 1804, ya no de un reinado, sino de todo un imperio.
Las revoluciones triunfantes desde entonces han establecido fechas clave a partir de las cuales las cosas serán diferentes para siempre y para todos: 25 de octubre de 1917 (7 de noviembre según el calendario juliano) para la soviética, 1 de enero de 1959 para la cubana, 19 de julio de 1979 para la desaparecida sandinista. Los franceses fueron tan radicales que nadie siguió su ejemplo: cambiaron los nombres de los días y los meses, y empezaron a contar desde el 22 de septiembre de 1792 (1 Vendimia del año I). El mundo, la vida, la comprensión de las cosas, recomenzaban, y aprender la nueva nomenclatura significaba aprender que la libertad, la igualdad y la fraternidad tenían un lugar en el mundo.
¿La moraleja es que cualquier revolución está destinada al fracaso, y que sólo triunfan los regímenes conservadores? No necesariamente. Además del “factor humano”, que hace que la gente en el poder se comporte de manera particular –el poder tiene una lógica que no se puede obviar–, hay varias ideas que deberían tomarse en cuenta.
Por ejemplo, que la revolución, como un movimiento transformador, es sólo un medio para cambiar cierto estado de cosas; con su institucionalización (y, así suene contradictorio, una revolución siempre se institucionaliza), los objetivos cambian hacia la búsqueda del bienestar común. Muchos países con regímenes de izquierda dedicaron parte de sus esfuerzos a este fin, pero no fue su prioridad: continuaron peleando contra enemigos reales, luego contra imaginarios, luego contra sí mismos, en busca de una pureza de ideas que sustentara el nuevo orden. El simple pensamiento sutil fue considerado casi una traición, y tratado en consecuencia, innecesaria e inútilmente. Porque institucionalizar una revolución significa generar una nueva forma de poder, y tarde o temprano hará falta un nuevo movimiento antagónico para que la historia siga su marcha.
Quizá el punto está en saber cómo, dónde y cuándo detenerse y afrontar nuevas etapas, y son estas etapas las que la izquierda más cercana en el tiempo –aun teniendo a Lenin, el mago de los virajes políticos, como maestro– no ha sido capaz de detectar.

21 de julio de 2007

Fracción de segundo

Quién sabe lo que rayos piense uno cuando lo agarran así, de lado y desprevenido, oyendo quién sabe a quién, mirando quién sabe qué jardín o pared o mancha en la pared.
Sí, la mayor parte del tiempo me la paso riéndome, pero es cuando hay gente con la que estoy platicando o que me dice algo --incluso gracioso--, como en la foto que está a la derecha, en mi perfil de este blog. (Curioso que se llame perfil y aparezca de frente. Y ésta de perfil no me gusta para el perfil.) Ambas fueron tomadas en la misma ocasión, con un par de minutos de diferencia, una con anteojos y la otra sin.
Es uno de mis tics: me quito los lentes, los dejo un rato en alguna parte, me los vuelvo a poner, me los dejo un rato, me los quito... Y no siempre por necesidad, ni para ver mejor o peor, sino porque así es. Si yo estuviera frente a mí, seguro me desesperaría y me diría "Bueno, ¿te los dejas o te los quitas?, decide de una vez" o algo igual de taxativo. Pero uno es uno, y quién sabe qué lo lleve a hacer las cosas que hace. Rituales, ganas, repeticiones, simples actos que no necesitan de explicación (el acto se explica en sí mismo: uno de los dudosos axiomas de la novela). Hasta ahora nadie se ha quejado, me imagino que por cortesía o porque "es una de las cosas del Menjívar", como cada quién tiene sus cosas que no son molestas, sólo son características.
Guatemala, enero de 2007, un estudio de radio, Vanessa Núñez como fotógrafa. No sé qué pensaría ella que estaría pensando yo. No creo que sea importante para ninguno de los dos. Las fotos se hicieron para captar una fracción de segundo en particular, que nunca se repetirá. Quizá en la fracción de segundo siguiente --como la anterior-- estaba riéndome, como siempre. Quizá no. ¿Que más da?

20 de julio de 2007

Roberto Fontanarrosa. 1944-2007


Inodoro Pereyra, "El Renegau", y su fiel Mendieta.

Final encontrado

En abril pasado comenté, en el tercer párrafo de abajo hacia arriba del post que está en este link, del final perdido de un texto que empecé a escribir en 2004, lo más cercano que he hecho a una historia de amor. (No lo es. Esas cosas no se me dan.) El texto tiene unas 50 cuartillas (una cuartilla son 250 palabras); no llega a la extensión estándar de una novela, y tiene más de lo que se espera de un cuento.
El asunto es que pensaba que el final era el adecuado y no podía haber otro --y lo sigo pensando--, y que era imposible para mí volver a escribirlo --lo hubiera sido--; lo había pasado en limpio en la compu de la oficina, y el disco duro se desmadró. Tenía que estar en uno de los tantos cuadernos que hay por toda la casa, pero no recordaba en cuál, y me pasé noches buscándolo. No es que me haya invadido la desesperación, por dos motivos:
1. "Invadido la desesperación" es una frase horrible y un lugar común.
2. En el ínterin fui descubriendo materiales y cosas diversas que había olvidado. Algunos los he puesto en este blog y en La mancha en la pared, y otros por allí andan.
Hoy buscaba un libro de poesía que tenía que prestarle a una compañera y, a un lado, estaba un cuaderno hecho con papel de fibra de banano, en el que escribí los primeros capítulos de una novela que no sé si quiera terminar. Como no sé si quiera terminarla, hace unos meses pasé las primeras páginas al final (se abren los anillos, se sacan las hojas, se reacomodan, etcétera), para empezar algo nuevo. Pero no empecé nada nuevo: allí estaba el penúltimo capítulo del texto en cuestión y --¡vaya!-- después, inmediatamente, el capítulo perdido. Me desconcertó, porque ese texto tiene un cuaderno propio, y rara vez hago crossovers. Quizá se me ocurrieron los capítulos un día en que traía ese cuaderno, no estaba en casa y no podía esperar a llegar para usar el cuaderno adecuado, so riesgo de que se me olvidara. A veces ocurre.
Ya había revisado el cuaderno una de estas semanas, pero sólo leí por encima un poco de lo escrito y, sí, allí había "algo" del texto en cuestión, el penúltimo capítulo, como ya dije. Me pareció que la extensión del texto y la de la versión impresa eran más o menos iguales. Lo que había olvidado (y lo confirmé hoy) es que sólo escribí la mitad a mano, y el resto en la compu. Después escribí notas para el capítulo final. Creí que eran cinco páginas, y no: apenas una y media. Pero lo releo y calculo que, en efecto tendrá unas cinco cuartillas o seis cuando ponga todo lo que debo ponerle para que quede como debería quedar.
Hasta allí todo bien. El problema que encuentro ahora es el texto mismo. No es un cuento, eso está claro. Tampoco una novela. No sé qué rayos es.
Estructuralmente tiene todo lo que debe tener: no se le puede hacer nada más, ni para atrás ni para adelante. Pero algo queda incompleto. Eso es feo, y ya me ha pasado: el texto no puede modificarse mucho, no tiene todo lo que se esperaría que tuviera, está bien escrito y funciona, pero algo queda trunco. Al parecer estaría ante un texto fallido, como tantos que tengo por allí y otros que he perdido, y listo, no hay problema.
Reviso otros textos y me doy cuenta de que hay un par que tratan de temas diferentes, pero que pueden funcionar como una serie y, al final, quizá logren un sentido unitario: en ellos está de algún modo la información que falta en el texto en cuestión, y éste tiene ambientes, situaciones, etcétera, que complementan a los otros. Uno de los textos compatibles es "Diario de enero", un cuento del que he hablado en varias ocasiones, entre otras aquí.
Veo algo similar a lo que me pasó con Terceras personas: los textos aparentemente no tienen relación, pero juntos forman una unidad. La diferencia es que TP fue adoptando esa forma a medida que lo escribía, y ahora los textos existentes pueden adoptar una forma --más bien una lógica-- similar.
Ya veremos. Es al menos una hipótesis de trabajo.

19 de julio de 2007

47 y 35 años, respectivamente

La primera vez que el ejército ocupó la Universidad de El Salvador fue el 2 de septiembre de 1960. El rector, el doctor Napoleón Rodríguez Ruiz, fue golpeado por los soldados y detenido como delincuente común en su oficina, en el viejo edificio frente al hospital Rosales. Detrás de su escritorio había un inmenso retrato al óleo del escritor Francisco Gavidia, que un soldado tasajeó con su bayoneta.
La intervención ocurrió después de manifestaciones universitarias --y populares en general-- contra el gobierno de José María Lemus, quien había endurecido posiciones tras la "apertura" de su predecesor, Óscar Osorio. Éste gobernó mediante leyes de excepción, en concreto la Ley de Defensa del Orden Constitucional. Lemus, como un modo de desmarcarse de quien lo había nombrado su sucesor, derogó la ley, pero ya los ánimos estaban caldeados por la represión desde la segunda mitad del mandato de Osorio, y no encontró nada mejor que la fuerza para tratar de arreglar algo que no tenía remedio. Lo de la UES fue quizá el detonante para su derrocamiento, que ocurrió a manos de una efímera Junta Cívico Militar en la que participaba el doctor Fabio Castillo, rector a su vez tras el periodo de Rodríguez Ruiz.
La segunda vez fue hace exactamente 35 años, el 19 de julio de 1972. El rector, el doctor Rafael Menjívar Larín, mi padre, fue también golpeado y capturado como delincuente común, junto con el secretario general, Miguel Sáenz Varela, y el fiscal, Luis Arévalo, pero no en su oficina, sino en el Salón Azul de la Asamblea Legislativa, ubicado entonces en el Palacio Nacional. Otras doce personas fueron arrestadas en otros lugares --el campus, sus casas-- y desaparecidas durante dos días y medio. Después salieron exiliados ("por su propia seguridad", dijo el presidente Arturo Armando Molina) hacia Nicaragua, donde estuvieron bajo virtual arresto durante un par de meses, y después fueron liberados hacia Costa Rica.
He hablado varias veces del tema en este blog, casi desde que lo inicié. Por ejemplo, sobre la vez que la Asamblea Legislativa le hizo a mi padre un homenaje --póstumo, desde luego-- y me tocó hacerle al Hamlet y decir que lo aceptaba como una petición de disculpas de la institución. El post puede encontrarse aquí.
En otro post, aquí, hablo de otra efemérides del esta misma fecha, el triunfo de la Revolución Sandinista, y de cómo lo celebramos como una especie de revancha por los siete años de exilio que mi padre ya llevaba por esas fechas.
Hay otro post, aquí, donde hablo de algunas cosas personales divertidas y de cómo se fue gestando la ocupación de la UES según la mirada de un muchacho de 12 años, casi 13, pero filtrado por 34 años de distancia. Tabién de la balacera del 5 de julio.
La ocupación de la UES en 1960 tiró un gobierno; la de 1972 fue la primera de una serie que terminó en 1989, y que dejó a nuestra casa de estudios huérfana de sí misma durante mucho tiempo. (Sí, cuando no estaba ocupada por el ejército era casi un cuartel guerrillero. Quizá en su momento podía parecer correcto a muchos, pero a estas alturas no creo que se recuerde con agrado ninguna de las situaciones.)
No sé si lo había puesto antes por acá, pero durante unos días El diario de hoy se refirió a los capturados, desaparecidos y exiliados, casi todos académicos, como "Menjívar y sus catorce muchachos". Imagino que querían compararlo con Alí Babá y sus cuarenta ladrones. El colmo del ingenio.

Amigos

Los amigos son los amigos, y a veces se portan raro --o uno así lo percibe--, se enojan, llaman por teléfono a la hora menos esperada, o no llaman nunca, y siguen siendo amigos. A veces se despiden para siempre y regresan, a veces no se despiden y no vuelven jamás. A veces están cerca y uno no alcanza a verlos; a veces, como en internet, uno quizá no llegue a oír nunca su voz, ni a saber cómo es su cara, y serán amigos hasta el siguiente correo, y el siguiente, y el siguiente, y así sucesivamente, y en esas líneas constantes o eventuales se portarán raro --o uno así lo percibirá--, escribirán a la hora menos esperada, o quizá nunca, y seguirán siendo amigos.
Lo importante es saber que están bien, enterarse de que acaba de nacer su bebé --quizá por eso estaban nerviosos-- y que, en fin, la vida sigue para ellos y para uno, estemos donde estemos.
Lo demás es anécdota.

18 de julio de 2007

Dos de poesía

La Fundación Poetas de El Salvador acaba de inaugurar su página web, que puede encontrarse aquí. Hay un recuento de los cinco festivales internacionales que van hasta la fecha, y en el de los últimos hay unos bonitos juegos con fotos y datos cuando uno apachurra el nombre de los participantes.
Por allí me ponen como asesor, y lo agradezco. En realidad ha sido divertido trabajar con Paulina Aguilar y Nick Mahomar, que es con quienes converso más a menudo (tenemos un taller de lectura desde hace como año y medio); su sentido del humor es excelente.
La crítica más frecuente hacia la gente de la Fundación Poetas es, precisamente, que no son poetas, y hasta donde sé no pretenden serlo. Si lo fueran quizá no hubieran durado tanto con el festival.
A ver qué nos trae el sexto.
(Por cierto, en la parte superior pusieron un slide show, y en él una foto en la que aparezco gordísimo, junto a Nick y a Juan José Dalton. No sé si la cámara estaría mal o si he bajado de peso, pero sólo me reconocí por los lentes y la camisa. La foto estática se encuentra aquí.)

* * *

La revista española Oniria, que dirige el poeta español Raúl Quinto, publica en su número 4 un texto del libro Los pasillos imaginarios, del también poeta --pero salvadoreño-- Carlos Clará, que se publicará próximamente en la editorial barcelonesa La Garúa. (En el número anterior vienen poemas de Krisma Mancía, también salvadoreña y también publicada por La Garúa.)
Aunque en algún lugar de la página de inicio dice que el lugar está optimizado para Firefox --el browser que estoy usando ahora--, no hubo modo de que jalara bien, así que usé el Internet Explorer 7, y todo estuvo tan ágil como lo permite el Flash.
En este número vienen trabajos de Pablo García Casado y otros poetas de los que están produciendo algo de lo más interesante de la poesía española. Las ilustraciones, sensacionales. Me gustó un detalle: vienen unos poemas de Xu Zhimo, comentados por Javier Martín Ríos. Pasa uno la página y encuentra un montón de ideogramas chinos, y después las versiones en español. Puede ser que el asunto sea muy profesional, pero también bastante divertido: me puse a comparar versiones y la verdad entiendo mucho más de copto que de chino, y del copto entiendo que existió alguna vez y que sirvió para escribir el Evangelio de Judas, según reporta (y traduce) National Geographic.

17 de julio de 2007

La Semana de Bellas Artes

Uno de los suplementos culturales más interesantes y de mejor calidad que he conocido fue La semana de Bellas Artes, que empezó a aparecer en México en la época del presidente José López Portillo, con Juan José Bremer como director del Instituto Nacional de Bellas Artes, el escritor Gustavo Sáinz como director de literatura del INBA y... bueno... he encontrado en internet a varios que dicen que la dirigieron; en el ejemplar que tengo a la mano (16 de abril de 1980) consta que los coordinadores editoriales eran Ignacio Trejo Fuentes, Sergio Monsalvo y Arturo Trejo Villafuerte. No se habla del director.
Según Sáinz, el suplemento tiraba 350,000 ejemplares y se distribuía en el periódico El universal. No creo que ese diario vendiera tanto, así que es seguro que se repartiera también en los demás medios nacionales, de manera gratuita. Aparecía los miércoles, y sólo por él valía la pena comprar el que fuera.
Recuerdo algunos números en especial, que guardé durante años, y algunos de ellos aún deben estar en casa de mi hija Eunice en México, en alguna caja. El único que llegó conmigo a El Salvador fue uno dedicado a Roland Barthes, con textos suyos y acerca de su obra, que releeré en estos días. No sé por qué ése en especial; lo encontré hace unos días en un fólder con borradores y recortes viejos.
Por ejemplo, en La semana publicaron unas excelentes traducciones de Las quimeras completas, de Gérard de Nerval, con varios estudios sobre la obra. Hubo números dedicados a poesía visual --no sé si en rigor haya algo así; en México se desarrolló bastante desde finales de los setenta--, a compositores, mexicanos y extranjeros y a lo que a uno se le ocurriera. No había un formato específico o secciones fijas, y cada número era una sorpresa. A veces se trataba de números totalmente monográficos, a veces había misceláneas de lo más heterodoxo, a veces pequeñas notas, poemas, cuentos...
Todo eso se sumaba al trabajo de Bremer como director del INBA, que era excelente. En esa época pude ver a la Sinfónica de Berlín dirigida por Von Karajan, los dibujos anatómicos de Da Vinci (¡sí, los originales!), la colección Armand Hammer, a Marcel Marceau... No había semana en que no hubiera algo digno de no olvidarse, y mucho de ello era gratis los miércoles y domingos, la entrada era barata y, si se tenía suerte, uno tenía una credencial de periodista que funcionaba muy bien, así fuera de una sección internacional. El paraíso para un chavo provinciano --como yo-- que quería ver, oír y leer todo.
Un día, en 1982, ya en las postrimerías del gobierno de López Portillo, apareció una nota en La semana de Bellas Artes que dejó helado a más de uno:


La nota se refería, sin pudor, a la primera dama de la República, doña Carmen Romano de López Portillo, y ya se sabe que nunca es sano hablar en esos términos de la esposa del presidente.
Doña Carmen, con el debido respeto, era parte del folklore político mexicano. Casi siempre iba envuelta en pieles, con ropa de colores un tanto excesivos y poca tela en los lugares estratégicos, maquillaje nada discreto y un cortejo amplio e igualmente excéntrico.
Ningún medio de prensa se hubiera atrevido a publicar ya no lo que se lee en la nota de María Velázquez Pallares, sino siquiera una insinuación acerca del color de sus uñas. Ella no era mucho de aparecerse en actos artísticos, y la Feria Nacional de San Marcos no lo es; está dedicada al jaripeo, el ganado y la producción de vinos y brandys. La pregunta siempre fue: ¿cómo diablos llegó esa nota a las páginas del suplemento? Se salía totalmente de registro, por el tema, por el mal gusto y por lo suicida.
El rumor es que la periodista escribió la nota como una broma y la repartió entre los de la redacción, y alguno la publicó a espaldas de los editores para dañar a quien correspondiera.
Le correspondió a Juan José Bremer: tuvo que renunciar a Bellas Artes. Gustavo Sáinz también debió irse, se retiraron los ejemplares que se pudo, y de un miércoles para otro el suplemento desapareció, obviamente sin la menor explicación oficial. De los pocos ejemplares que lograron repartirse, se sacaron miles de fotocopias de la nota en cuestión, que circuló de mano en mano. A mí me llegó y también pasé algunas, para no cortar la cadena.
Hace un par de años, Sáinz contó su versión de los hechos en el diario La jornada, y es tan sencilla que se me ocurre que es cierta. Puede encontrarse aquí.
Conocí a José Tlatelpas --a quien Sáinz menciona-- por allí de 1980. Tenía una especie de taller de poesía, un grupo de jóvenes que se reunía en una librería a la que yo era adicto --me hacían buenos descuentos--, y me invitó a participar. Fui un par de veces, la primera por curiosidad y la segunda por compromiso. Leyó algunos de mis poemas, le gustaron --allí empezó a no gustarme el asunto-- y me dijo que había chance de publicarlos no sé dónde. Antes de mi primer libro sólo publiqué tres o cuatro textos en revistas, y esos poemas no estuvieron entre ellos.
Busco en Google cualquier referencia a María Velázquez Pallares y no la encuentro. ¿Sería un pseudónimo? ¿O tan grave fue lo de la nota?

16 de julio de 2007

Leyes especiales, regreso a casa y columna

Parece que lo de la ley antiterrorista y su aplicación por tribunales especiales es una preocupación de diversos sectores sociales y políticos, y con razón: estamos ante cosas que podrían redefinir el curso del país en los años siguientes, y replantear también lo que hay de válido en los Acuerdos de Paz y en los mecanismos de lucha política de ahora en adelante.
El tratamiento que se está dando a lo de Suchitoto y los vendedores ambulantes del centro de San Salvador parece a todas luces desmedido, pero corre el riesgo de convertirse en una constante y en un modo de combate ya no a la delincuencia, sino también un arma de lucha política contra la izquierda y las organizaciones sociales en el demasiado largo camino a las elecciones de 2009. Lo que se puede vulnerar --y es allí donde la izquierda institucionalizada debe pomerse sensata o caer en lo de siempre, o sea una agresiva inmovilidad-- son derechos básicos, como de organización, manifestación y disidencia. No siempre han sido bien usados, porque eso también se aprende --es absurdo no reconocer los actos de violencia en los casos citados, y no sólo de la PNC--, y quizá por allí debería comenzarse: definir cuáles serán los mecanismos de enfrentamiento político entre fuerzas polarizadas.
Ricardo Ribera, en El Faro, hace un análisis interesante del tema, que vale la pena de leerse. En Centroamérica 21 se trata también el asunto desde diversos puntos de vista, a veces contrapuestos, como el de Berne Ayaláh, el de la nota editorial y, precisamente, mi columna. No son necesariamente puntos de vista complementarios o compatibles, y allí está quizá su encanto: puntos de vista bien diferentes que se plantean en el mismo espacio, sin desautorización ni descalificaciín mutuas. Por algo se empieza.
De Ca21 me llama la atención la entrevista con la ex comandante Ana Guadalupe Martínez, ahora segunda del Partido Demócata Crisiano. En la entrevista dice que, para ella, entrar en el PDC fue como regresar a casa, y hasta hace una pequeña apología de José Napoleón Duarte como buscador de la democracia.
Que yo sepa, el ERP, y con él Martínez, durante la guerra combatieron al PDC, y muchos de los alcaldes asesinados durante la guerra pertenecían a esa agrupación. No entiendo eso. No puedo, y si pudiera no querría. Creo que de por medio hay mucho más que una hija pródiga; en la misma entrevista se dan pistas.
Otra nota que me llama la atención es la entrevista de Geovani Galeas y Teresa Andrade con el jefe de investigación del caso Belloso, que puede hallarse aquí. Bien leído --y parece que habrá otra entrega en el número siguiente--, se puede enterar uno de los aspectos técnicos de una investigación policial, donde lo político es secundario. Esto es: cómo funciona el trabajo de base, con la aburrida y necesaria recopilación de pruebas en la escena, su procesamiento y el seguiminto del sospechoso. Es obvio por lo que se dice que a Belloso pudo capturársele en cualquier momento. Pero obviamente no se trataba de eso, sino de darle seguimiento, ver qué hacía, con quién se reunía... Un trabajo policial como debería ser.
Va pues la columna:

Leyes de excepción
Rafael Menjívar Ochoa

La emisión de la ley antiterrorista tras el asesinato de dos policías, el 5 de julio del año pasado, fue una medida que anímicamente pudo parecer lógica a algunos, y correcta a otros, pero sus proyecciones políticas son difíciles de prever, se vea hacia el lado que se vea. La aplicación de tal ley a través de tribunales especiales destinados a combatir el crimen organizado parece un error aún más grave, un mal precedente para la aún frágil democracia salvadoreña y la repetición de cosas por las que ya pasamos alguna vez.
La vinculación automática que está haciéndose de los términos “crimen” y “organización” es el punto más delicado, al menos en los tribunales que la manejan, pero comienza con una interpretación demasiado libre del término “terrorismo”.
“Terrorismo” se vincula, en general, a hechos de carácter político, perpetrados por organizaciones que desconocen la autoridad de un gobierno establecido y la legalidad que lo sustenta, a hechos de una violencia desmedida y por principio indiscriminada, y a gente desvinculada de la población. La propia población es un objetivo al que puede o debe atacarse, por considerársela cómplice del sistema.
Los hechos del 5 de julio de 2006 pudieron tomarse de dos maneras: como actos terroristas –ocurridos en medio de una manifestación con objetivos por completo lícitos, hay que anotarlo– o como actos delincuenciales que merecían un tratamiento netamente policial. El estatuto antiterrorista se decretó para “lo que siguiera después”: si se respeta la no retroactividad de la ley, Mario Belloso sólo podrá ser juzgado por las leyes en vigencia en el momento de los asesinatos.
La emisión de la ley significó que se daba por hecho la existencia de grupos políticos organizados cuyo fin principal era socavar al gobierno, al estado y al sistema a través del terror y la violencia. Se descubra lo que se descubra a medida que se desarrolle el caso Belloso, no hay evidencias aún de agrupaciones armadas que no puedan controlarse mediante las leyes existentes y medidas policiales estándar.
Lo desconcertante es que se está interpretando como “terroristas” los ataques en el centro de San Salvador de vendedores ambulantes a policías, así como los disturbios en Suchitoto durante una manifestación de la izquierda y organizaciones civiles. El motivo que se da para que procedan los juicios peca de simple: los manifestantes y los vendedores estaban organizados y cometieron “crímenes” (varios no merecerían más que medidas administrativas), por lo tanto se está ante organizaciones que cometen crímenes, y por lo tanto ante hechos de crimen organizado.
Aún es temprano para saber cómo se desarrollarán esa ley y sus tribunales; es probable que alguien, en algún lado, vea la diferencia entre una señora enojada con un palo, un hombre que conduce un coche bomba y un marero con una docena de asesinatos a la espalda. Lo que puede verse, por ahora, es que trata de frenarse la organización social –política, sindical, sectorial– que, eventualmente, pudiera enfrentarse con la autoridad, y de algún modo caer en actos de violencia. No se defiende aquí la violencia; se asienta que ésta ocurre bajo ciertas circunstancias, y hay maneras institucionales “normales” de evitarla o tratarla.
Porque una de las características de democracia es su perpetua inestabilidad. El movimiento, el cambio, la contradicción, son condición esencial en una sociedad abierta, y son el precio de las libertades que se persiguen como ideales. No es coartando la organización social o política, o sancionándola desmesuradamente cuando algo se sale del carril, como puede construirse algo mejor.
Como sea, las “leyes especiales” nunca han sido preludio de nada bueno en El Salvador. Los dos casos más patentes fueron la Ley de Defensa del Orden Constitucional, de Óscar Osorio, destinada a “proteger” la Carta Magna de 1950, y la Ley de Defensa y Garantía del Orden Público, de Carlos Humberto Romero, que sirvió como preludio al golpe de estado de octubre de 1979 y a la guerra. Ambas mantenían un perpetuo estado de excepción y una suspensión de garantías básicas, y más temprano que tarde estallaron en la cara de sus forjadores.
La situación actual es harto diferente, pero las consecuencias siempre son incalculables a mediano y largo plazo cuando se hace algo tan serio –modificar el sistema de leyes– para resolver problemas que no dejan de ser coyunturales.

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Pido disculpas de amtemano por los posibles rivotrilazos. Estoy escribiendo un poco entre brumas. Epero que no afecte demasiado.
Me voy a seguir dirmiendo. (Durmiendo, pues. Ya corregí los errores, que fueron menos de los esperados.)

15 de julio de 2007

Pantallas en blanco, etcétera

Sí, lo de las "camisas para escribir" es una manía que puede obviarse, si es necesario, cuando hace falta lavarlas, pero uno se siente más cómodo si es la misma la mayor parte posible de las veces. Eso sin hablar de los pantalones, los zapatos viejos, el paquete de cigarros y la cocacola al lado.
Entre la serie de fotos de la derecha y la de abajo a la izquierda hubo varios meses de diferencia (enero y agosto) y dos casas diferentes (colonia Buenos Aires y Los Planes). En ambos casos dejé la cámara en automático, tirando fotos cada dos o tres minutos. ¿Por qué? Bueno, dos motivos de peso:
1. Tenía una cámara.
2. Se me dio la gana.
Hubo un tercero: quería saber qué veían mis ex esposas cuando me preguntaban por qué me pasaba el tiempo sin hacer nada, o clavado en la computadora o en el cuaderno durante horas, a veces sólo viendo una pantalla o una hoja en blanco, un par de líneas, un párrafo que horas después borraba o tachaba. Vamos: si uno es escritor, lo lógico es que escriba, no que pierda el tiempo en... bueno, en lo que sea que esté haciendo, y que además, con la práctica, lo haga con mayor rapidez y efectividad, sin necesidad de tantos borradores y resmas de papel bond gastados sin remedio y las cuentas de la electricidad y los fines de semana perdidos. (No todos; sólo los de las épocas en que uno se pone a escribir.) (Ahora sí, todos los fines de semana trabajo, y mis descansos de lunes y martes no coinciden con los de Krisma. Pero igual ella se la pasa más o menos en las mismas frente a la compu en las épocas en que le da por escribir, como en estos días, con la energía que le deja la escuela y Valeria y todo lo demás.)
Las fotos son de 2003, como la que usé en el post anterior. Ese año escribí una novela negra titulada Réquiem para una señora sin canas, ambientada en El Salvador. Entre otras cosas el personaje habla del montón de cosas que no entendí cuando recién regresé en 1999, y que quizá aún no termine de captar.
Fue la primera novela que escribí en la que los personajes me caen bien, e incluso siento cariño por ellos. Mis demás personajes, con pocas excepciones, me resultan irritantes, o de plano desagradables. He sido capaz de seguirlos, respetarlos y sentir lo que sienten, pero --si, como decía Flaubert, "Madame Bovary soy yo"-- seguro salieron de zonas de mi interior que no terminan de gustarme, y se desarrollaron de una manera en la que no me gustaría desarrollarme, pero hubo la posibilidad.
Siempre he tenido temas recurrentes: la traición --a las ideas, a la gente--, la vejez, la imposibilidad de saber... El Réquiem habla sobre la amistad. Es quizá una de las novelas más sórdidas que he escrito, junto con Breve recuento de todas las cosas (actualmente en proceso de publicación en Francia), pero creo que hay mucho cariño y mucha ternura en medio de todas esas cosas terribles, y que esas cosas terribles son las que terminan uniendo a los personajes.
En las fotos de arriba aún estaba en la etapa de la página en blanco: no sabía por dónde entrarte. En las de abajo estaba terminando el primer borrador. Por esa época estábamos a punto de inaugurar La Casa del Escritor, así que me pasaba el día en pláticas, detalles, planes, etcétera; pero durante todo el día, hiciera lo que hiciera, pensaba "Quiero regresar allí", o sea al mundo que había armado y a su gente. Y regresaba, y por primera vez no fue tedioso el proceso de corrección y corrección y corrección y corrección. De cerca de 260 cuartillas que tenía el borrador original, sobrevivieron 190. En enero de este año murieron 18 más.
En 2005 escribí otra novela, Al director no le gustan los cadáveres, y sentí de nuevo eso de "Quiero volver allí". Estaba ambientada en México, pero había partes que me costaba trabajar por la lejanía del Defe en el tiempo y el espacio. Así que me fui unos días a respirar lo que tenía que respirar (y sobre todo a ver a mi hija Eunice), y listo. Es la novela que menos tiempo me ha llevado escribir: siete meses. No quedó mal...

12 de julio de 2007

Post 500

Y así sucesivamente.

11 de julio de 2007

Ediciones bonitas


Desde que acepté que no iba a vivir de lo que ganara con el producto de las ventas de mis libros, y junto con ello que no hay peor explotación que la de las grandes editoriales con los escritores poco conocidos (también con los otros, pero venden más), decidí que lo que quería, al menos, era publicar en lugares donde las ediciones fueran bonitas o tuvieran característias tipográficas particulares.
Por ejemplo, Trece, en español. fue pubicado por el Instituto Mexiquense de la Cultura (2003), que en términos mexicanos es una editorial pequeña; en El Salvador y Centroamérica sería inmensa.
Antes de aceptar publicarlo, me llamó la atención el diseño editorial bien cuidado, en el que participó mi amigo Hugo Ortiz. Los detalles, los espacios, la diagramación, la caja y la tipografía muy bien cuidados; un hermoso papel cremoso y, sobre todo, discreción. Nada de faramallas. Todo muy convencional, todo muy correcto y bonito.


Lo interesante es que el texto es muy fácil de leer, pese a que se usa un tipo de letra pequeño y muy antiguo , el Bodoni, creado por allì del siglo XVIII. Y se usa en 11 puntos, cuando lo habitual en un tipo "cómodo", al estilo Times, es de 12. El truco es el amplio interlineado y el tamaño adecuado de la caja y de la mancha de texto.


Parte del encanto de la tipografía y el diseño gráfico es que el lector no debe notarlo, a menos que sea aficionado a esas cosas. Si el trabajo del editor y el tipógrafo son evidentes, algo falló; lo que un lector debe enfrentar es un libro físicamente fácil de leer. Hay cosas bien sencillas que pueden notarse claramente en la siguiente ilustración, perteneciente a la edición francesa de Terceras personas (2005).


En primer lugar, los márgenes. que tienen un sentido, y es que el libro pueda tomarse desde cualquier parte sin que los dedos interfieran con la lectura, esto es: sin que tapen el texto y uno deba moverlos constantemente. Aunque el libro es de formato pequeño, se puede tomar desde abajo, arriba o los lados y habrá espacio para los pulgares más exigentes. Además me encanta la tipografía que usa Alain Mala, director de Cénomane, en sus libros literarios. La menor cantidad de tamaños y una cómoda variación de Garamond, de la que he olvidado el nombre. Los libros de Alain tienen una catacterística: su tipografía es válida para un libro aparecido ayer o a mediados del siglo XIX. Si se suma a esto el papel de algodón que utiliza, está uno frente a objetos de calidad casi artesanal.
Otra bonita edición es la de Terceras personas en español (1996), de la colección Molinos de Viento de la Universidad Autónoma Metropolitana. Además de la extraña composición de algunas de sus páginas, me gustó que respetaran la idea original. A veces en una página completa apenas aparece una línea de texto, o media. Otros editores con los que consulté me dijeron que era un despedicio de material. Por suerte Bernardo Ruiz, en ese entonces director de Difusión Cutural de la UAM, entendió de qué iba la cosa, y también Alain Mala. Para el próximo año el libro quizá se publique en El Salvador o sus proximidades. A pesar de que es pequeñito (un total de unas 35 cuartillas), me llevó diez años de elaboración, y quizá sea lo mejor que haya logrado escribir hasta la fecha.


Otro libro que me gustó por su diseño, tipografía y acabados fue Cualquier forma de morir, publicado por F&G Editores de Guatemala (2006). Abajo puede verse el ejemplo de un par de paginas. (Aún hay ejemplares en La Casita y en La Casa de Escritor, si gusta adquirirlo.)


Uno de mis favoritos, en cuanto a edición, es la traducción de Do we agree? (1997), la polémica sobre socialismo de la que hablé en el post anterior, que acaba de publicarse en el número 95 de la revista Cultura. Junto con Facundo Burgos, el editor, le dimos una revisada inclemente al texto y al formato, después de discutir un montón de detalles técnicos. También una edición tradicional, muy ortodoxa, con un tipo de letra antiguo, el Palatino. Por desgracia a última hora, cuando el texto ya estaba impecable, la responsable de producción decidió darle una última mirada, y "corrigió" cosas que le parecieron incorrectas. Así que el folleto tiene ¡tres! erratas. Tres. Y, más que erratas, errores gramaticales que un lector quiza no llegue a notar, pero que a mí me suenan como tamborazos sin sentido. Si la gente se dedicara a lo que sabe hacer...


Me gusta el detalle del colofón:


Igual me han tocado algunas ediciones no tan buenas, y alguna francamente espantosas. Éstas son algunas de las que me dan gusto y me encanta hojear de vez en cuando para ser un poco feliz.

10 de julio de 2007

Materiales: Con la mirada en alto, de Martha Harnecker


En lo personal siempre desconfié de los libros de Martha Harnecker, en especial de uno que fue, si no la biblia, al menos el catecismo en el que se basó mucha de la "indoctrinación" de los jóvenes de la izquierda latinoamericana durante los años setenta y ochenta: Los conceptos elementales del materialismo histórico. Y parece que no sólo entonces: sólo Siglo XXI Editores, de México, ha lanzado ya 62 ediciones desde 1969. El motivo es que muchos maestros del sistema público lo usan en bachillerato como texto obligatorio.
Y está bien, pero me parece un libro que no sólo simplifica, a veces groseramente, conceptos bastante complejos del marxismo y esquematiza demasiado el leninismo, sino que también trae implícita una agenda política no necesariamente académica y no necesariamente científica. En otras palabras, es un breviario de conceptos marxistas básicos y su aplicación según los términos leninistas, pero entendido el leninismo casi como una fórmula para hacer revoluciones triunfantes y para desarrollarlas "de cierto modo", o sea muy a la cubana. Años después de leer un par de veces los Conceptos (lo habré hecho por allí de 1976 a 78), me enteré de que Harnecker era esposa de Manuel Piñeiro, Barbarroja (aquí, entre otras apologías, está la de ella), uno de los forjadores de las políticas cubanas hacia América Latina, y desde 1975, oficialmente, jefe del Departamento de América Latina del gobierno cubano, responsable de los contactos con organizaciones de la izquierda continental.
Me parece --quizá me equivoque-- que los Conceptos elementales tienen su origen y su necesidad en la Conferencia Tricontinental, celebrada en La Habana a principios de 1967, que buscaba poner a Cuba en un lugar preponderante entre las revoluciones --triunfantes o en proceso-- en Latinoamérica, Asia y África. Aquí puede encontrarse el discurso de clausura de Fidel Castro, un tanto largo y disperso como todos los suyos, que puede dar pistas acerca del tema. Meses más tarde se realiza la conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (OLAS), en el que se trazan líneas para el desarrollo y rumbo de las revoluciones en el continente, con el Che Guevara ya en Bolivia y a punto de ser asesinado. Aquí puede hallarse el discurso que el Che envió para la ocasión, bastante duro incluso para sus estándares. En agún momento dice:

El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal.
En la segunda mitad de los ochenta, Martha Harnecker comenzó a realizar entrevistas con dirigentes de la insurgencia salvadoreña y a publicarlos en diferentes revistas y libros. Tuve algunas de esas entrevistas en las manos, prestadas y sin posibilidades de fotocopiarlas o adquirirlas, por los motivos que fuera. Me llamó la atención una con Salvador Sánchez Cerén (Leonel González), en la que "explicaba" la crisis de abril de 1983 en las FPL, que llevó al asesinato de la comandante Mélida Anaya Montes (Ana María) y el suicidio del comandante Salvador Cayetano Carpio (Marcial). Con una mano en la cintura --o su equivalente ideológico-- desacreditaba a Carpio alegando cosas de lo más feas, y obviaba otras tan poco obviables como cuarenta años de luchas constantes y coherentes, pero que terminaron mal, es decir con Sánchez Cerén sustituyendo a Carpio en la comandancia luego de conspiraciones muy poco revolucionarias en las que participaron, entre otros, el citado Barbarroja.
En la entrevista, además de hablar de "debilidades ideológicas" y exacerbados cultos a su personalidad, Sánchez Cerén echaba en cara a Marcial el tratar de convertir a las FPL en un partido con ideología demasiado proletaria, en cerrarse a alianzas con sectores considerados por el marxismo como enemigos naturales y no aceptar que gente de las capas medias tuvieran mucha influencia ideológica en el trazo de líneas de acción, o que éstas se supeditaran a concepciones estratégicas que, vaya, siempre habían estado allí. Es decir: criticaba a las FPL de Marcial por ser lo que un partido de ese tipo debe ser, para bien o para mal.
En 1993, UCA Editores lanzó Con la mirada en alto. Historia de las FPL Farabundo Martí a través de sus dirigentes, de Martha Harnecker, basada en la entrevista ya citada y con gente como Facundo Guardado, Valentín y otros. (Aún puede encontrarse en la librería de la UCA.)
El libro tiene dos valores diferentes, aunque contradictorios. El primero, una historia de primera mano de la primera guerrilla estructurada en El Salvador, su formación, sus problemas, y cómo fue desarrollándose: de media docena de personas que la iniciaron, llegó a ser una de las más poderosas que ha habido de América Latina. El segundo, que todo el libro apunta a un solo punto: la desacreditación de Carpio y la justificación no sólo de la conspiración en su contra, sino del viraje estratégico de las FPL, que neutralizó en gran medida sus alcances como organización revolucionaria.
Martha Harnecker incluye, en el collage, trozos de una entrevista que le realizó a Carpio antes de que éste se convirtiera en el demonio de la izquierda salvadoreña. Pero, a diferencia de las preguntas que les hace a los otros, es evidente la insolencia de las que anteceden a las respuestas de Carpio, como si le preguntara al niño tonto y rebelde de la clase. También hace preguntas bastante sesgadas a los otros entrevistados, obviamente buscando respuestas que pongan en mal a Carpio, pero no siempre lo logra: excepto Sánchez Cerén, todos los demás tienen frases de respeto para el viejo líder obrero, así hayan participando en su defenestramiento.
Éste es un libro fundamental para la historia reciente de El Salvador, y vale la pena de leerse con ciertas precauciones, digamos buscando algunas posibles y sanas contrapartes.

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Éste es mi post 498 desde el 4 de noviembre de 2004, cuando inicié este blog. Válgame... Desde entonces he escrito también un par de novelas, un libro de historia reciente, algunos relatos sueltos, un par de traducciones largas, un montón de piezas de música y varios artículos. Y eso que el trabajo de La Casa del Escritor es absorbente y cansado, y de paso tengo una vida familiar y qué sé yo... Ya veo por qué he terminado bajo la égida del Rivotril. Sí, ha valido la pena.
A ver qué pongo en el 500. Creo que tengo una idea.

9 de julio de 2007

Grecia, Cultura y columna

(Lo lamento. Regreso a mi miscelánea de los lunes. Es más fuerte que yo.)


Apareció en La Casa del Escritor hace como tres meses, con un cuaderno pequeño y un lápiz. Dijo dos frases: "Quiero ser escritora. Quiero escribir novela." Aparenta doce o trece años, pero tiene quince, recién cumplidos en aquel momento. Se llama Grecia Gabriela Jorge. (No le gusta su apellido: en la escuela, a la hora de pasar lista, le dicen "Jorge", y sólo a veces "Jorge, Grecia Gabriela".)
Ya he trabajado con poetas de esas edades: Nathaly Castillo, con quince; Gerardo Chávez, con catorce, y otros con un poco más, como Herberth Cea y Alberto Quiñónez, quienes llegaron a La Casa a sus diecisiete, y a sus diecinueve actuales están terminando unos poemarios francamente buenos.
Por algún motivo, a los más jóvenes se les da con mucha facilidad eso de hacer poesía, talento y trabajo de por medio. En pocas semanas están haciendo cosas complejas y sorprendentes, y el tiempo y la práctica van depurando los poemas. En principio, el material de la poesía es la visión personal de las cosas, debidamente procesada, basada en la relación que se haga entre elementos disímiles. Y otras cosas, qué sé yo cuáles. La distancia entre el poema y su creador no es muy larga, y el tiempo (la edad) servirá para ir dándoles madurez a los textos; con un poco de técnica, siempre habrá cosas que expresar, y allí están los ejemplos para demostrarlo.
La novela es un animal más complejo y, sobre todo, más difícil de amansar. (Me consta. Escribí la primera a los 17; apenas funcionó la que escribí cuatro o cinco años después.) No son algunos elementos los que se manejan, sino literalmente cientos, a veces miles: cada frase, cada movimiento de un personaje, cada frase, debe ser coherente con todo lo demás. Se requiere de mucho orden mental, más ingeniería que escultura, más resistencia de materiales que... uh... inspiración, si eso existe.
Se lo advertí a Grecia y me dijo que la poesía no se le daba ni le interesaba, que quería escribir novela. Y empezamos por armar los personajes, las situaciones, historias familiares, todo el show. Y aprende con una rapidez sorprendente: aunque apenas ha escrito el segundo capítulo, ya tiene armado, detalle por detalle, lo que pasará en los primeros cuatro. Ahora estamos trabajando en la artesanía; ella se encarga de lo demás, o sea de armar el relato.
No sé si alguien tan joven pueda escribir una novela-novela, o sea lo que entendemos como novela. Sé, porque lo estoy viendo, que antes de fin de año tendremos un primer borrador de algo, y allí nos enteraremos. Lo digo porque Grecia es de una disciplina mental férrea, y porque sólo ha faltado una vez a las sesiones de los viernes: hubo un aguacero terrible, y por algo la comunidad en la que vive se llama El Barrial, a cosa de un kilómetro a un lado del Parque Balboa, y no hay transporte público que la saque de allí.
Su hermano menor espera con paciencia el par de horas, o más, en los que trabajamos. Ella después tiene que "pagar" la espera: lo lleva al Parque Balboa a hacer suertes con la bicicleta junto con varios amigos, y aprovecha lo que queda de luz para escribir un rato más.
Uno de los cambios más importantes fue que escribiera en un cuaderno grande y con lapicero. Se pasaba la vida borrando y volviendo a escribir. Le dije que los cuadernos son para destrozarse, y que los tachones, las marcas, las anotaciones al margen, son parte del proceso de escritura. Su cuaderno ahora es como deben ser los cuadernos de un escritor, o sea incomprensibles, con rayas, tachones y trozos de la página anterior en medio de la que está llenando. Los de la escuela siguen siendo limpios y de un orden casi obsesivo. Cada cosa en su lugar.
Hay otra compañera que ha estado llegando los últimos viernes a la misma hora, Leticia, también quiere escribir novela y lo está haciendo. Tiene 14 años. Creo que mies esquemas mentales empiezan a romperse, y de todo corazón espero que terminen destrozados.

* * *

Por allí de 1991 encontré, en el tiradero de los libros usados de la Librería Británica de Serapio Rendón, en el Distrito Federal, una pequeña joya: un debate acerca del socialismo entre George Bernard Shaw y G. K. Chesterton, ocurrido en 1928. Una delicia.
Chesterton hizo la invitación al debate, como parte de una campaña en favor de un movimiento creado por él llamado Liga Distribucionista; Shaw, por su parte, era un socialista de línea más bien cercana al anarquismo, y era miembro de la respetable Sociedad Fabiana.
En el debate, Shaw usa su humor y su inteligencia de navaja de afeitar en contra de Chesterton, y me parece que éste sale muy mal parado, y además se enoja e insulta al maestro, de quien escribió una excelente biografía.
Traduje el texto y en 1997 se publicó en la colección El Pez en el Agua, de la Universidad Autónoma Metropolitana, en un tiraje pequeño, de unos 500 ejemplares, que voló en pocas semanas. Lo interesante es que hasta ese momento había más ejemplares publicados en español que en inglés: la edición original fue de unos 100 ejemplares, y el facsímil de 1970 fue de 300. La traducción volvió a publicarse en el número 65 de la excelente revista española Archipiélago, y ahora aparece en el número 95 de la revista salvadoreña Cultura, que comenzó a circular la semana pasada. De verdad que vale la pena leer el texto: dos escritores de primera línea (uno de ellos con un Nobel) discutiendo acerca de sus ideas políticas, y usando para ello recursos literarios, valen el viaje a la Dirección de Publicaciones e Impresos, y los cuatro dólares que cuesta. (La DPI queda a un par de cuadras del Parque Bolívar, frente a la iglesia del Perpetuo Socorro.)


Y de paso hay otras cosas que valen la pena de leer. Por ejemplo, las primeras obras publicadas de tres compañeros de La Casa del Escritor: Retratos, de Nancy Gutiérrez, una micronovela; D'Todo hay en el D'Ríos, una extrañísima pieza de teatro de Yuleana Juárez, y cuatro o cinco poemas de Mario Zetino. Hay también varios poemas de Jorge Galán, del libro Breve historia del alba, que hace unos meses ganó el premio Adonais en España, y un par de cuentos míos: "Fade-out", antologado ya varias veces en varios idiomas, y "Una voz profunda como todos los mares", una especie de pequeña novela negra con ángeles y demonios --o ambos-- publicado en México hace unos ocho o nueve años.
Hay mucho más, y de más gente, y hasta viene un disco de Roberto Armijo, en la voz de él mismo. Pero me da mucho orgullo publicar junto a compañeros de La Casa. Es la tercera vez; antes me tocó con Teresa Andrade, también en Cultura; antes con Gerardo Chávez, en la Revista de la Universidad, de la USAC, en Guatemala, y otra con Krisma, en México, en Castálida. En fin.

* * *

A la hora de escribir este post aún no han puesto la nueva edición de Centroamérica 21, ni es el caso: apenas pasa de la medianoche del domingo. Pero estoy cansado, así que no espero para comentar noticias (lo haré después), y pongo mi columna semanal. Allí va:

¿Se buscan candidatos?
Rafael Menjívar Ochoa

La campaña para las elecciones presidenciales comenzó con una anticipación de más de dos años, digan lo que digan las leyes y los partidos políticos. La mecánica tiende a ser la misma que en 2004 –la polarización ARENA–FMLN–, pero hay variables que hacen que este proceso prematuro tenga características especiales.
La principal –ya se ha dicho– es el natural desgaste de ARENA como partido en el poder durante ya cuatro periodos (veinte años para la fecha de las elecciones). Este desgaste hacía que la posibilidad de un relevo en el poder se viera como una posibilidad en los comicios anteriores. Pocos dudaban de que el entonces alcalde de San Salvador, Héctor Silva, tuviera posibilidades de ser electo si se presentaba por el FMLN y, según diversas fuentes políticas, la propia derecha estaba preparándose para una batalla que podía perder.
Silva jugó a una previsible moderación al ofrecer su mediación entre sindicalistas del Seguro Social y el gobierno, enfrentados en posiciones que no parecían conciliables, y no era el caso: el conflicto era, además de los temas reivindicativos, parte de la presión de la izquierda en esa otra precampaña electoral. El FMLN forzó la salida de Silva, descartando a su candidato más viable, y disparó baterías para que no quedara mucho de él.
No quedó mucho, y no ayudaron la falta de determinación de Silva en la campaña ni la alianza de CDU con la Democracia Cristiana; el radical descenso en la votación fue elocuente.
Otras dos candidaturas se descartaron: la del periodista Mauricio Funes y la del alcalde de Santa Tecla, Óscar Ortiz. Funes se retiró cuando vio lo que se movía cerca de la superficie: ante la posibilidad de triunfo, Schafik Hándal quería ser –y fue– candidato del FMLN. Ortiz dio una lucha institucional que terminó en nuevas divisiones de la izquierda, aún no resueltas.
Ahora Funes está en el primer lugar en la lista de posibles candidatos del FMLN, con ciertas esperanzas de triunfo. Pero los principales sabotajes han llegado desde la izquierda, de parte de quienes consideran que no es justo que un candidato externo se lleve el premio mayor. La campaña de Salvador Arias por la candidatura, de una agresividad inusual, fue detenida por el FMLN, y los detractores de Funes han relegado la pugna al ámbito interno y al momento adecuado, o eso parece.
Una dudosa fórmula de “equilibrio” sería la candidatura a la vicepresidencia de Salvador Sánchez Cerén, quien seguramente recibiría un tratamiento similar a la “campaña de miedo” que se montó contra Hándal, y que neutralizaría el eventual acierto de proponer a Funes.
Habrá que ver, también, si cambia el modo reactivo de hacer política del FMLN, basado en ataques a ARENA, sin propuestas viables y propias. Una campaña “negativa” de la izquierda es paradójica, porque podría basarse en lo que ha logrado en las decenas de alcaldías que controla; sin embargo, otra fuente de divisiones está en las pugnas entre la cúpula del FMLN y los alcaldes, y hablar de tales logros sería reconocerles poder a adversarios potenciales o reales, así proporcionen buena parte del “voto duro”.
Lo interesante es que hasta ahora parece poco trascendente quién será el candidato de la derecha, y que más bien será la fórmula del FMLN la que determine el curso de los acontecimientos. La decisión no es banal, como no lo fue en 2004, cuando la cercanía del triunfo se convirtió en una derrota apabullante. Ese mismo aspecto muestra también un problema estructural de la izquierda: mucho de su futuro depende de los candidatos de una fórmula, de sólo dos personas, no de toda una organización.
Se dijo antes que parece poco trascendente quién será el candidato de la derecha, y no lo es. Para 2004, ante la figura agresiva y patriarcal de Hándal, ARENA escogió la del joven Elías Antonio Saca de entre políticos de mayor experiencia y trayectoria. Quizá fue un gran acierto de la derecha: salirse de una contienda frontal entre “iguales” y contraponer una figura “no quemada” (aunque paralelamente se jugara a la carta del miedo), con un discurso personal inusualmente moderado, que el ejercicio del poder y las campañas electorales han ido endureciendo.
La iniciativa parece estar en la izquierda. Si la pierde, es bastante probable un quinto mandato de ARENA, y un desgaste aún mayor del FMLN.

7 de julio de 2007

¡En serio que no soy Rafael Menjívar!

La homonimia es peligrosa. Antes de las elecciones de 2004 vivía en una colonia de Los Planes en la que todos eran del FMLN, lo cual me parecía bien, y en realidad me tenía sin cuidado. Todo estaba lleno de banderas rojas, pintaron cosas rojas en la calle (o sea donde uno caminaba), llenaron todo de fotos de Schafik y listo, iba a mi trabajo, que quedaba a cuadra y media, y regresaba de mi trabajo, como cualquier ciudadano. No sabía por quién votar. Estaba claro que por ARENA no, como siempre lo ha estado para mí; por el CDU me hubiera gustado, porque hay allí gente sensata a la que además quiero, pero no iba a hacerlo con esa alianza que hicieron con el PDC, y menos con Parker al lado (lo de la ley acerca de ofensas a la religión me confirmó que tenía razón); por el PCN, el solo pensamiento me daba ganas de hacer pipí de la risa, y sólo quedaba el FMLN. Así que decidí ir a Panchimalco, anular mi voto y al carajo. A última hora, con la papeleta al frente, voté por el FMLN, y no es lo más agradable que haya hecho, aunque tampoco lo peor. Pero me dolió, en especial por algo que había ocurrido unas semanas antes.
Me di cuenta de que había gente en la colonia, a la que antes le era indiferente, que me miraba raro; los que me saludaban sin conocerme, de repente no me veían cuando pasaba, y pues no es que yo sea especialmente sociable, pero tampoco le había hecho nada a nadie.
Un día el dueño de la tienda, con el que habíamos hecho amistad, me dijo:
--Ayer lo salvé de que le dieran un balazo.
Se me erizó todo y por todas partes. Le pregunté por qué, y resulta que habían descubierto que yo me llamaba --y sigo en ésas-- Rafael Menjívar. Creyeron que yo era el que estaba manejando la campaña estúpida --y sobre todo mal hecha-- de la Fundación Libertad contra Schafik Hándal, y discutieron qué hacer conmigo. Y lo que decidieron fue darme un tiro. La pregunta era dónde: si sólo en las piernas o... Bueno, ya sabemos dónde pueden dispararle a uno. El de la tienda intervino y les dijo que yo era otro, que era escritor, que trabajaba en la casa de Salarrué y que era amigo que Álvaro Menen Desleal, a quien todos querían en la colonia. No le creyeron mucho, pero le dieron el beneficio de la duda... para mi beneficio.
Varios se burlaron de mí o consideraron seriamente darme al menos un buen golpe, pero sobreviví.
Cuando Schafik Hándal puso la denuncia contra Rafael (Antonio) Menjívar (López), en el boletín del FMLN se publicó que era contra Rafael Menjívar Ochoa. Mandé correos electrónicos, hablé con gente y, como era de esperarse, no hicieron ninguna aclaración. Vaya: ni siquiera respondieron los mails. Así que escribí el artículo que aparece en el recorte de abajo, y apareció publicado en La prensa gráfica. Lo pongo porque al parecer, en esta campaña electoral interminable que se traen desde 1993, hay gente que no averigua y lanza la pedrada (o el balazo, gulp) y después ni disculpas pide. Si le hace clic a la imagen deberá leerse bien.


6 de julio de 2007

Dos momentos

Cuando viví en Acapulco, en 1993, mi trabajo oficial era como editor de internacionales del diario El Sur, que fundamos junto con varios compañeros de La Jornada, Novedades del Distrito Federal, y de Diario 16 y Novedades de Acapulco, e independientes, como lo era yo en ese momento.
En un medio político autoritario en el cual --según decía un compañero-- la mayor parte de periódicos no hacían cierre de edición, sino corte de caja, no nos fue demasiado bien con la publicidad. De las primeras cosas que hizo el diario fue un reportaje en el que se descubría y revelaba que los violadores y asesinos de una turista europea no habían sido dos pescadores, ya presos y condenados, sino policías estatales, avalados por sus jefes. En el camino se destapó una red de ladrones de carros, que además extorsionaban a los pescadores, policías todos. Los pescadores fueron liberados, los policías presos, cayeron varias cabezas y, en fin, nos hicimos fama de "comunistas", porque eso apenas fue para empezar, y ninguno aceptó los sobornos que desde luego nos ofrecieron. La mayoría era gente de izquierda, pero eso no era importante,k sino que estábamos haciendo lo que siempre habíamos querido hacer: periodismo de verdad.


El dinero alcanzó para dos meses y medio de salarios, que de por sí estaban bastante cortos. Después, tuvimos que buscar otros modos de ganarnos la vida para poder seguir en lo que estábamos. En mi caso escribía guiones de historieta, pero la industria empezaba a decaer, así que me puse a dar clases de historia contemporánea en la Universidad Loyola del Pacífico y a diagramar la revista Tiempo Libre Acapulco, un proyecto que apenas duró unos meses. La editora a cargo era espantosamente histérica y espantosamente inexperta. Al principio traté de ayudarle un poco con la edición, pero lo que empezó como un favor terminó en obligación, un día se puso a gritarme y renuncié.
La credencial que aparece arriba me la dieron porque necesitaban un par de reseñas de películas de la muestra de cine de ese año. Recuerdo que vi Principio y fin, de Ripstein, que me pareció muy buena, y un par más que no lo habrán sido tanto.
Los anteojos que tengo en la foto aún andan por allí. Los compré en 1990 o 91, y les actualicé los lentes hasta hace unos cuatro años, cuando se me quebró uno en una mudanza. El cabello lo llegué a tener mucho más largo de lo que aparece allí (no lo corté en un año). Como es rizado, me llegó hasta un poco abajo de los hombros; mojado, a media espalda.
La otra credencial me la dieron en 1996, cuando trabajé para la Comisión Federal de Electricidad, bajo la égida de Salvador de la Mora, el hermano que nos proporciona el dominio y el hosting para la página de La Casa del Escritor, a través de la empresa ColegioWeb.
En el momento era una maravilla de credencial: dentro traía un circuito con toooooda mi información, y había que ponerla frente a un aparato para poder entrar a la CFE. Por supuesto incluía una serie de cosas como accesos, derechos, qué sé yo. Se suponía que tenía que devolverla al terminar el contrato, pero por algún motivo no lo hice.
Mi trabajo en la CFE era múltiple y a la vez singular. Lo principal era escribir manuales de usuario para el software que se desarrollaba en la CFE, diseñado por Salvador e "implementado" por un equipo de ingenieros que no entendían para qué escribir manuales, si el funcionamiento de los programas era tan obvio. (Nunca lo es.) También debía hacer manuales de procedimientos, y no sé todavía cómo logré armar diagramas de flujo que tuvieran alguna coherencia; nunca acabé de entenderlos. Luego, informes de urgencia, o sea todos: a veces el gerente pedía el resultado de meses de trabajo, escrito y bien explicado, para dos días después, y me tocaba quedarme dos días con sus noches escribiendo sin parar cuarenta o cincuenta páginas de cosas bien técnicas, comiendo chocolate y tomando coca cola con azúcar para permanecer despierto. Luego, tres días recuperándome en casa, en calidad de trapo usado.
Lo más difícil fue hacer escribir a un montón de ingenieros que no querían hacerlo, o a quienes no les interesaba que los entendieran más que otros ingenieros. Logré que armaran informes bien redactados, bien ordenados y, sobre todo, comprensibles para los mortales. Es el taller más difícil que di en mi vida, y quizá del que más aprendí.
En la foto de la primera credencial aparezco con una depresión clínica del carajo, en medio de una separación bien complicada. En la segunda, cuando ya iba de salida de la depre y, en fin, trataba de ser feliz. (No he parado hasta ahora en el intento, con los altibajos de rigor, pero resultados idóneos.) En la primera trataba desesperadamente de escribir, y no salía nada de nada; la sequía duró cinco años. En la segunda estaba armando el primer borrador de Trece con materiales acumulados a lo largo de años.
Por allí hay algunas credenciales más. Quizá un día ponga alguna otra; hay varias divertidas.

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Tomado de La prensa gráfica:
Hoy hace 75 años
Miércoles 6 de julio de 1932
La Asamblea Legislativa conoce un proyecto de decreto presentado por el diputado Juan Padilla para conceder amnistía a personas que aparezcan como responsables de actos delictivos al combatir a los comunistas en enero.

4 de julio de 2007

Materiales: Siembra vientos, de Víctor Manuel Valle

Hace unos años estaba trabajando acerca de la Huelga del Acero, de abril de 1967, y había puntos que no me quedaban claros sobre el contexto en que se desenvolvió. Sebastián Vaquerano (editor de ese libro, ex editor de EDUCA y ahora director de la excelente Editorial Legado) me regaló un ejemplar de Siembra vientos, de Víctor Manuel Valle, ingeniero con varios posgrados en educación, dirigente estudiantil en la época de José María Lemus y posteriormente dirigente del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR). Llegó a ser su secretario general tras la muerte de Guillermo Manuel Ungo durante una temporada que se pasó en El Salvador. Luego regresó a Costa Rica, donde ha vivido desde que lo exiliaron en 1972. (Lo vi el año pasado en San José, según cuento aquí. En esta foto, Víctor Manuel es el que está a la derecha, y Sebastián a la izquierda.)
Siembra vientos está impreso en Costa Rica, bajo el sello del Centro de Investigación y Acción Social (CINAS), de El Salvador. En principio debería encontrarse en la librería de la UCA, y vale la pena tratar de conseguirlo: es una guía importante para enterarse de las luchas salvadoreñas de 1960 hasta 1970, los mecanismos de respuestas del sistema, algunas reacciones y luchas de la derecha y sus organizaciones, y trae materiales documentales invaluables.
La primera parte del libro es una entrevista con Valle, quien habla acerca de su experiencia como dirigente político y traza una interesante línea temporal de los acontecimientos más importantes de los que les tocó ser testigo y participante. La entrevista fue realizada por Jeannette Noltenius para un trabajo de doctorado de la Universidad de París.
Luego, vienen los documentos, que ocupan dos tercios del volumen. El primero de los materiales es la proclama de la Fuerza Armada para el golpe de estado de 1961 en contra de la Junta Cívico Militar, que duró un par de meses, entre cuyos integrantes estaba el doctor Fabio Castillo y que dio paso al Directorio Cívico Militar y posteriormente, en 1962, al gobierno de Julio Adalberto Rivera, el primer presidente entronizado por el PCN. Una parte de esa proclama está analizada en Tiempos de locura. El Salvador 1979-1981:

La Junta no estaba destinada a durar. Al igual que en 1979, la composición del gobierno estaba demasiado "a la izquierda", y los civiles exigieron del ejército casi lo mismo y del mismo modo. Apenas tres meses después, el 25 de enero de 1961, cuando el descontento social había disminuido, fue derrocada por el Directorio Cívico Militar, conformado en su primera etapa por los civiles José Antonio Rodríguez Porth, jurista conservador de gran prestigio, asesinado por el FMLN en 1989; José Francisco Valiente y Feliciano Avelar, y los militares Aníbal Portillo y Julio Adalberto Rivera. Unos meses después renunciarían Rodríguez Porth, Valiente y Rivera (quien se postularía a la presidencia al año siguiente), y se incorporaría el coronel Mariano Castro Morán.
Es interesante revisar la proclama emitida por la Fuerza Armada en 1961, tras el derrocamiento de la Junta de Gobierno, por su contenido y por los personajes que la suscriben. [...]
Como ocurrió en 1979, el documento fue consensuado por las instancias de la Fuerza Armada, y entre las decenas de firmas destacan varias que tendrían un papel importante en la historia futura del país.
Entre los firmantes del Ministerio de Defensa está el capitán mayor Benjamín Mejía, quien dirigiría el golpe fallido de 1972 para evitar la llegada al gobierno de Arturo Armando Molina. A su vez, Molina firma por el Regimiento de Artillería.
Aparece también, por el Regimiento de Caballería de San Salvador, el capitán mayor Carlos Humberto Romero, derrocado por el golpe de 1979, y unas líneas más abajo aparecen los destinados a derrocarlo: el teniente Jaime Abdul Gutiérrez por el Primer Regimiento de Infantería de San Salvador, y el subteniente Adolfo Arnoldo Majano, por el Segundo. Majano sería también miembro del Estado Mayor presidencial de Molina y durante un periodo, a finales de los años sesenta, estaría asignado a la escuela de la Policía Nacional.
Por la Escuela de Comando y Estado Mayor aparece el capitán Ernesto Claramount, candidato a la presidencia por la oposición en 1977, contra quien se cometió un fraude que dio pie a la llegada de Romero. Por el 14o. Regimiento de Infantería, con sede en La Unión, firma entre otros el teniente coronel José Alberto Medrano. Hay otras figuras que integrarían los gobiernos formados a partir de 1979: el teniente Nicolás Carranza, de la tendencia “dura” de la Fuerza Armada a partir de 1979, el subteniente Adolfo Blandón y el subteniente Juan Rafael Bustillo.
En toda la historia de El Salvador hay nombres que se entrecruzan en diferentes instancias, en diferentes iniciativas y en diferentes hechos de relevancia. Pero en la proclama de 1961 puede encontrarse a los personajes que, desde el ejército, encabezarían los gobiernos siguientes y las conspiraciones en contra de tales gobiernos. Todo en familia.
Falta la firma de Fidel Sánchez Hernández, entonces coronel, quien sustituiría a Rivera en el gobierno; en ese momento se encontraba en misión diplomática en España.
También viene la Plataforma Programática del Frente Unido de Acción Revolucionaria, el primer intento de organizar la lucha armada en El Salvador, entre 1962 y 1964; algunos documentos de las organizaciones universitarias, incluido uno que habla de luchas de estudiantes de la derecha: cuando en 1964 la Facultad de Ingeniería trató de separarse de la UES por la línea "comunista" de sus autoridades (entre los dirigentes se encontraba Enrique Altamirano, actual director de El diario de hoy); el programa de gobierno del Partido de Acción Renovadora (el primero estructurado que se presentó en el país) para las elecciones de 1967; un documento fundamental, del que sólo conocía una vieja y casi clandestina edición de ese mismo año, lanzada en Costa Rica: la memoria de la Huelga del Acero escrita por Salvador Cayetano Carpio; la constitución y estatutos del MNR y del efímero Partido Revolucionario (PR), el testimonio de un policía infiltrado como chofer de Schafik Hándal y algunas cosas más.
Valle trata de ser objetivo en el recuento y valoración de lo que cuenta, y me parece que en general lo logra, aun cuando es obvia su posición política, la emoción que le produce la narración y la agilidad que logra en el texto.
Si le interesa la historia reciente de El Salvador (¿cuarenta años es reciente?), en especial la historia de la izquierda, y si aún puede encontrar el libro, no puede perderse éste.