29 de marzo de 2008

Post número 700. El cuaderno de Pooh

En enero de 2002 comenzó a marchar el proyecto de La Casa del Escritor con la preparación de varios talleres que comenzarían en mayo: uno de métrica y rima, otro de formas poéticas clásicas --los daría Roberto Laínez--, otro de edición de revistas, otro de estructuras narrativas --los daría yo--, uno de lectura de Pedro Páramo --Thierry Davo--, uno de géneros periodísticos --Carmen Tamacas-- y media docena más. Se darían en la Casa de la Cultura del Centro y en la Casa Claudia Lars, y estarían abiertos al público. Los objetivos eran, entre otros, hacer una especie de diagnóstico de cómo andaba el conocimiento literario en los sectores interesados en la literatura, al menos en la capital; atraer lectores y detectar algunos talentos literarios para armar un taller dedicado a la creación, que impartiría yo. (Es el que se conserva hasta la fecha; iniciaría en septiembre.) Para ese entonces era coordinador de letras de Concultura, y mi trabajo era armar algunas políticas nacionales. Una de ellas fue La Casa del Escritor, pero para instrumentarla hubo que salir de la Coordinación, dedicarme sólo a La Casa y qué sé yo. Es una historia que contaré quizá en el post 800, porque es complicadísima, bien divertida y llena de suspenso.
El asunto es que, mientras estaba preparando lo de los talleres y conversando con la gente de la Casa de la Cultura del Centro y con Silvia Elena Regalado --en la Casa Claudia Lars se darían varios de los talleres--, se me ocurrió de improviso una idea para comenzar la tercera parte del Breve recuento de todas las cosas, y no tenía un cuaderno ni una simple hoja a la mano. Iba caminando de Concultura a la Casa del Centro, se me vino la idea y supe que, si no la anotaba, se me iría. Me metí en una papelería que estaba en una esquina, justo cruzando la calle de la Casa Claudia Lars, y vi dos cuadernos en un mostrador: uno del Pato Donald y uno de Winnie the Pooh. "Deme ésos", le dije al encargado. Sí, los dos; uno nunca sabe. Tenía fotocopias que sacar, le di las hojas y allí mismo me puse a escribir la tercera parte del Breve recuento. La fecha es 12 de enero de 2002:

Para los que no saben de criptografía, el texto dice así:

Maquillar el cadáver, pintarle las uñas, ponerle un vestido que le luzca --de preferencia de color durazno suave, su favorito--, arreglarle el pelo con cintas y flores --un detalle anacrónico que, en este caso, no podía lucir mal: Agata, si se lo ve friamente, es vieja, así los cadáveres no tengan edad--: ésa podría ser una buena imagen para ocupar una mente en blanco mientras se está sentado en el suelo, en posición de loto ante una pared vacía y verde, más lento que inmóvil, con la mirada fija en un cuadrado imaginario de doce pòr doce centímetros, con las manos sobre el regazo, con la vida en ninguna parte, sin idea del tiempo, del dolor, de Dios...

Etcétera.
La idea, después de lo que los cadáveres no tienen edad, era ligar el texto con la primera parte de la novela, donde hay un tipo sentado en el piso, ante una pared verde y todo lo demás. El texto que se publicó quedó así:

Maquillar el cadáver. Pintarle las uñas. Ponerle un vestido que le luzca, de preferencia de color durazno pálido, su favorito. Arreglarle el pelo, peinárselo y luego adornarlo con cintas y flores, un detalle anacrónico que no podría lucir mal: Ágata –hay que decirlo– comenzaba a ponerse vieja, así los cadáveres no tengan edad. Colocarla después sobre la cama nuevamente, sonriente y con las manos cruzadas sobre el pecho. (Pero no tiene manos. Pero no tiene labios.) Las piernas alinearlas con delicadeza, un tanto curvadas, un tanto separadas para lograr cierto efecto perturbador, los pies quizá unidos por los talones en un ángulo de cuarenta y cinco grados –grado más, grado menos–, con una ligera desviación hacia la izquierda con respecto al ángulo del colchón para lograr un aire casual. (Pero las rótulas: ¿cómo colocarlas de nuevo? Y ¿cómo lograr que ajusten entre tanta carne rasgada, ligamentos cortados y ya inflexibles, materia al aire y sin piel que la contenga?) Que la luz llegue tenue desde el jardín a través de las cortinas de tul, y que el aire esté abolido para no perturbar su sonrisa sin boca, su mirada sin párpados y ya casi sin ojos, sus mejillas que ya ningún beso rozará sin el riesgo de que se desgarren, tanta muerte han acumulado.

Me pareció redundante hablar del tipo sentado, etc.; la tercera parte era continuación lógica de la segunda y de la primera, y a la vez un texto absolutamente diferente, en el que no podía hacerse una alusión tan directa, bajo riesgo de que perdiera su carácter. Había que hacer alusiones mucho más sutiles.
En la primera parte había --y hay-- también unas disquisiciones acerca de Dios y del mar que me gustan bastante. Creo que es de lo mejor del libro. En las notas que escribí ese día hay una alusión también, que eliminé:

Es necesario hablar de Dios de vez en cuando: Dios es los tantos puntos oscuros, los tantos parches de sombras, lo tantos miedos que no alcanzan a definirse o los que fluyen llenos de vida, o los definitivos que colocan los pies en el techo de un abismo, o los que se enfrentan con una sonrisa de autocomprensión o de autocompasión. Dios, en suma, no existe. Por eso ese hombre es Dios, con todo y su culpa: sólo es la falsa imagen de algo reconocible como verdadero, pero en su esencia está lo que quiere ver quien lo vea. Dios, en suma, es estúpido.

En letra más marcada, se lee: "III. Nostalgia del cadáver". Creo que fue allí donde se me ocurrió el título, apenas, de esa tercera parte. No sé si sería el mismo 12 de enero. Puede ser. A veces traía varias plumas de varios calibres o colores, e igual pude agarrar una u otra. Las notas que siguen después del título tenían que ver con el final no de la parte, sino del libro:

* Exorcisar el miedo de lo que ocurre bajo la tierra con los cadáveres.
* "He vuelto a casa y no he encontrado tu olor. O quizá no lo distingo de otros olores, quizá olvidé el valor de los olores y de todo. Porque tampoco siento tristeza.

Nada que ver con lo que quedó, pero allí está.
Lo único que hay escrito en el cuaderno de Pooh es lo que se ve en las dos páginas escaneadas. Eso venía de lo que había escrito en unas hojas sueltas que cosí en cuadernitos. Allí están las notas para llegar a esa tercera parte. La primera página es la que está a la derecha en la ilustración que sigue; luego vienen las otras dos, y en la última escribí cosas acerca de marxismo que no sé qué hagan allí. Transcribo, en todo caso.


* No puede matarla personalmente porque para él implicaría un placer; renunciar a cometer el crimen significa sufrir. Sin embargo ese sufrimiento moral y físico le produce placer: la desesperación de la espera es placer, la adrenalina, la taquicardia, etcétera. Sonríe mientras espera.
Cuando ve el cuerpo no cumple con sus expectativas: es un cadáver, nada más. Un cadáver no produce placer; a lo sumo, asco o lástima. Pero es una lástima abstracta: ya no hay adentro del cuerpo nadie de quien pueda sentir lástima. No puede sentir remordimientos (lástima de sí mismo, en suma): sería no tener noción de si poder, de la necesidad de ejercerlo para tener sentido. Es como un vampiro: si siente lástima por su víctima, muere de hambre.

* Reacción instintiva: le gustaría maquillar la cara del cadáver, pintarle las uñas rotas y rasgadas [sic], restaurar el cuerpo (rellenar las heridas de masilla quizá, quebrar un par de vértebras para evitar la rigidez, destorcer el cuello). No hay en realidad un motivo o un pretexto: sólo hacer que el cadáver se vea alegre. Así como está el cuerpo le parece obvio, demasiado previsible o falso.

* Un solo actor debe representar todos los papeles, pero no habrá nada de cómico ni de paródico: más que imitar a los personajes, será poseído por ellos sin poder evitarlo. La transición será, quizá, un gesto de desconcierto; luego, la mirada quedará vacía y poco a poco, o rápidamente (según la personalidad de quien lo posea), sus ojos mostrarán otra vida. La voz cambiará, el gesto, los movimientos del cuerpo, la gesticulación. En algún momento los cambios serán rápidos; las primeras veces habrá sufrimiento.

* Todos hablarán de "usted". No habrá tuteos, ni siquiera los que se usan para implicar a una tercera persona.

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"Como un ciego que debe arrastrar a su perro lazarillo."

Nada quedó, en el texto definitivo, de lo que dicen las notas. Eso demuestra que uno trabaja con objetivos que nunca se cumplirán, pero sin ellos se está a ciegas. Uno sabe para dónde va exactamente cuando llega. Después regresa al principio del texto y lo reorienta, para que todo sea coherente.
Por ejemplo, el tipo sí mata a Agata; no renuncia a ello, ni al placer que le produce. Pero lo hace obligado por ella misma: quiere ser su obra de arte, que la moldee, que le dé su forma definitiva. Luego, no es una "reacción instintiva" lo de maquillar el cadáver, sino parte de un plan para que esa "forma definitiva" se mantenga, pero es imposible: los cadáveres son inestables, por decirlo de algún modo, y fracasa. No quiere que el cadáver de Agata se vea alegre: quiere que no se deshaga.
No tengo la menor idea de lo que quería decir con los personajes representados por el mismo actor, etcétera. Creo que tiene que ver con un desdoblamiento que hay en la primera parte del Breve recuento: el personaje está sentado frente a una pared y hay alguien que lo observa, que es él mismo, y se sospecha que también el narrador es él. No tengo modo de saberlo.
Lo del ciego que debe arrastrar a su perro lazarillo creo que se refería más bien a mí. Me metí en unos territorios bien raros y bien complicados, y no había perro ni persona que pudiera guiarme. Y esa tercera parte, por el tema, me resultó bastante angustiante. Cada vez que entraba en ella me sentía mal, triste, no quería estar allí. Tardé unos días en escribirla y dos años en terminar de corregirla.
Sé que muy pocos de los que leen este blog han leído el Breve recuento de todas las cosas, y a la mayoría le resultará sánscrito todo lo que digo. Que así sea. Es mi post número 700 y así lo celebro.
Hay también, en el cuaderno de Pooh, un papelito con dos versos heptasílabos que no sé si he usado, pero me gustan. Los habré escrito en 2003 o principios de 2004:

No hay razón que no duela.
No hay palabra que mate.

El cuaderno de Pooh lo tenía en el fondo de un cajón de mi escritorio de La Casa. Quizá lo use para algunas notas sueltas.
Lo del marxismo no vale la pena transcribirlo. No sé con qué fin lo escribí ni que quería decir con eso de "El marxismo es una excusa para plantear una ética". Me suena irónico, en todo caso.

25 de marzo de 2008

Sobre una reseña de Méndez Vides acerca de Las flores y otras femineidades

No entiendo muy bien --o no quiero entender-- el énfasis que se pone en Guatemala sobre la "nueva ola" de libros escritos por mujeres, ni la importancia literaria que tenga el sexo --no el género, que es otra cosa-- en la calidad o la cantidad literarias. Quizá no muy en el fondo subyazga el machismo de siempre, y no lo digo sólo por los reseñadores masculinos, sino también por las femeninas, que parecen sorprenderse de que haya mujeres que de verdad sepan escribir y lo proclamen como si hablaran de gallinas que volaran largas distancias, digamos unos veinte metros.
Curioso: entre las escritoras a las que la parte femenina de este machismo ponen como están Alfonsina Storni, Gabriela Mistral, algunas modernas como Gioconda Belli y Ana Istarú, pero a pocas se les ocurre mencionar a las hermanas Bronte, a Jane Austen, a Mary Shelley, a Emily Dickinson y sólo muy ocasionalmente a Virginia Woolf. (La espantosa película acerca de ella, Las horas, habrá dado materiales a más de una. Malos materiales, además.) Y son escritoras que no sólo son buenas, sino que han marcado y siguen marcando hitos fundamentales para la literatura universal. Y el hecho de que fueran mujeres es incidental, creo. Y el hecho de que haya más mujeres publicando que hace --digamos-- dos siglos es natural; el mundo cambia.
Lo que no veo es que haya necesidad de que se establezcan categorías, en este caso "la literatura", escrita por hombres, y las cosas escritas por mujeres, que de repente pueden alcanzar --según lo dicten reseñistas de cualquier sexo-- las alturas de "la literatura". Quizá en el boxeo existan razones obvias por las cuales un hombre y una mujer deben estar en categorías diferentes, quizá con reglas diferentes. En el ajedrez, la literatura, la pintura, la economía, y ochocientas cosas más, no las encuentro. Ni en el fútbol, vaya; en Estados Unidos me tocó ver jugadoras que bien pueden dar lecciones a más de un seleccionado nacional, que Dios me perdone. (Dios es de derecha, según señala un reconocido autor boliviano, y seguro no estará de acuerdo con que hay mujeres que juegan fútbol mejor que los hombres.)
Lo que se espera, cuando se pone énfasis en lo de "literatura femenina" o, peor, "feminista", es que haya una calidad menor, y en el apellido viene implícito que debo bajar un poco los estándares y leer "de otro modo", cosa que en lo personal no estoy dispuesto a hacer. Lo mismo pasa con la "literatura gay", "literatura comprometida", "literatura ecológica" o el apellido que le quieran poner. Jamás se me ocurriría que Wilde hiciera literatura gay, que Leonardo hiciera pintura gay, que Alejandro de Macedonia armara guerras gay. Quizá quienes necesitan aplicar o que les apliquen el apellido deberían pensar en términos un poco más serios; literarios, digamos. Si no dan la calidad necesaria, que lo acepten y lo disfruten; si no entienden más allá de cierto punto --los críticos y reseñistas-- que se dediquen a otra cosa; seguro que, si la buscan, encontrarán su vocación, y allí podrán moverse con rigor.
La disgresión viene poco al caso, pero viene, después de leer una reseña que hizo Méndez Vides acerca del libro Las flores, de Denise Phé-Funchal, compañera de La Casa del Escritor (de El Salvador, sí), publicada por F&G Editores de Guatemala. Puede encontrarse en El periódico, concretamente aquí, y lo reproduzco abusando de la paciencia y la buena voluntad de Méndez Vides (igual hay comentarios en la página de la reseña que quizá quieran leer):

F&G Editores publicó recientemente la novela Las flores, de la joven autora Denise Phe–Funchal (Guatemala, 1977), quien con este primer paso se suma a la nutrida nueva ola de participación femenina en la narrativa nacional. Es satisfactorio leer lo que las nuevas figuras ofrecen, más cuando ya manejan el oficio. La autora se percibe cuidadosa, se preocupa por la estructura y escribe engolosinada, lo que me parece que muestra gran potencial.
La novela Las flores es un ejercicio de iniciación literaria, donde se presenta la vida en la ciudad de Guatemala, específicamente en el actual centro histórico depauperado cuando todavía vivía sus “glorias”, si alguna vez las tuvo, en un fluir anacrónico, porque hay páginas donde el lector se siente transportado a la vida del siglo XIX, cuando se transportaban en carruajes y ciertas familias acomodadas vivían en “casonas”, siendo las apariencias tan importantes que se hacía de todo para evitar el desdoro; pero en otras páginas se nos ilustra el siglo XX, con la costumbre de los cigarrillos y el intercambio de colillas, los repartidores en bicicleta reemplazando a los “propios” que iban de casa en casa entregando las participaciones en una ciudad que cabía en la palma de la mano.
Digamos que el tiempo es apenas un pasaje de fondo, y que lo que se expone pudo haber sucedido en tiempo de carruajes o de autos, pero lo que importa es la construcción del protagonista, una mujer pervertida y perversa, Madre, que se presta para tener relaciones lésbicas con la criada del cura, para que su eminencia satisfaga el deseo de mirón. Si Madre hubiera sido lesbiana, pues ya, se comprendería, pero no se presenta así, lo que hay es exhibición ante un hombre que supone rector moral de la sociedad. Ella está casada, al esposo lo desprecian la protagonista y la narradora, porque lo ven de lejos, la pareja duerme en camas separadas, es borracho, tiene deudas y su presencia se reduce a la de “padre de los nenes”. La acción comienza cuando un gordo adiposo y medio imbécil (aunque acaudalado) sorprende al cura presenciando en el recinto sagrado la acción erótica de Madre con la criada. El desagradable gordo va a chillarle el espectáculo a su madre anciana y poderosa, para quien el hecho es sucio pero también una oportunidad para casar al hijo asqueroso con la linda y virginal hija adolescente de Madre. El contubernio social y económico salva al cura, preserva la moral, libra a la familia de deudas y el costo es entregar a una linda jovencita al cerdo.
No se muestra de parte de la víctima resistencia alguna. Ella no importa, sino Madre. Una buena parte del libro se gasta en los preparativos de la boda, hasta que resulta que la virginal novia está embarazada y no por gracia del Espíritu Santo. Madre la pone a beber unos polvitos para hacerla abortar, pero la mata. La joven agoniza a media boda, el gordo se vuelve tierno y la cuida como marido afectado. Madre se mantiene firme, nada le hace mella, ni la caída del cura desde el campanario. Ella representa el egoísmo total en medio de una sociedad hipócrita, en una ciudad que no se salvará de la ruina.

Resulta obvio, con la reseña al frente, que Méndez Vides no terminó de leer la novela, o que no entendió muy bien de qué está hecha. Si quiere, podría echarle la culpa a la juventud de Denise y a que no deja claras las cosas, ante lo cual no quedaría más que echarse una carcajada y pasar a otra cosa; es una novela espantosamente bien escrita, y si algo tiene es claridad.
Por ejemplo, confunde al personaje de "Madre" con "la mamá de los nenes", que son diferentes; la criada del cura no es su criada, sino mucho más que eso --no, no es su amante, je je--, como queda de manifiesto por allí de la mitad de la novela, y es parte de su... uh... encanto; la Nena no está embarazada, y nunca lo estará, y "Madre" --más bien "la mamá de los nenes"-- no le da ningún abortivo. A la vez, la Nena no acepta pasivamente al Señor Obeso como su futuro esposo, y así lo descubre su mamá cuando se pone a hurgar entre sus dibujos, en busca de un diseño de letras para la ropa de cama de los futuros recién casados. Por eso precisamente es el pleito; bien sórdido el asunto. ¡Y el gordo no se vuelve tierno ni la cuida cuando está enferma! La "enfermedad" sólo dura una noche y una mañana.
Eso sólo en lo que se refiere a detalles de la historia. Méndez Vides se perdió lo más importante: el modo en que está escrita la novela, que es lo que la convierte en... uh... literatura, digamos, y de la buena. La sutileza del lenguaje, el manejo minucioso --y bien documentado-- de cada detalle, el armado de cada capítulo, podría hacer que me retorciera de envidia de no ser por el placer que me da leer una novela tan buena. Y es tan sencilla que, en serio, valdría la pena que Méndez Vides la leyera completa, no salteada, y que incluso la terminara. El final --y sus motivos-- es muchísimo más tenebroso de lo que él dice. Y, que yo sepa, nada que ver el entorno con la Ciudad de Guatemala del siglo XIX o de la época de los mensajeros en bicicleta; es otra cosa, es otra ciudad, es una metáfora muy grande de todas nuestras ciudades pequeñas.
Se me ocurre, en la lógica de la disgresión del principio de este post, que el hecho de que Denise pertenezca a esa "nutrida nueva ola" de mujeres que escriben --que sea mujer, pues--, el hecho de que se espera poco de ellas, el meterla con calzador en una categoría (la de la "nutrida nueva ola", etcétera), hizo que no se tomara muy en serio el libro y que escribiera la reseña a la ligera, en el plan de "ya sé lo que sigue, ya sé lo que tengo que decir".
O quizá el que una mujer, que además es joven, que además escribe muy bien, haya publicado un libro interesante hace que intente simplificarse --a la mujer y al libro-- para quitarle peligrosidad. Porque de eso sí pueden estar seguros: el libro es peligroso. Como toda buena literatura. Si no, ¿para qué tomarse la molestia?

24 de marzo de 2008

¡Por su madre, bohemios! (O el regreso de las canas muy blancas)

Y es que, sí, hay mamás que la ponen así: "O esa mujer o yo". Y pues allí es donde uno descubre quién es uno, y quién es su mamá y quién "la otra", "la intrusa"... o el amor de la vida de uno, o de ese trozo de la vida, o vaya a saber. (Como diría Sabato, uno no sabe si va a la Guerra de los Cien Años, y menos en materia marital. Con la mamá ya sabe a lo que va y en lo que está, quizá por eso la necesidad de... bueno... hacer una vida propia, digamos, so riesgo de convertirse en un Norman Bates, y ni siquiera el de Anthony Perkins, que estaba bieeen loco.)
Y no es onda de que la mamá se ponga en el plan de "¿Qué tiene ella que no tenga yo?", porque ya estamos hablando de otros niveles. De que las hay, seguro que las hay, y ya quedamos en el post anterior en que la mamá de Manuel Acuña tenía "formas" más atractivas que las de Rosario de la Peña, a quien dedicó el "Nocturno" suicida a los veintitrés años de su edad y a los cero de su buena poesía. En general, visto que las mamás de los poemas y de las canciones son viejecitas de canas muy blancas, el riesgo no es mucho y las cosas se callan por obvias. Allí entran otros valores: "Esa mujer lo único que quiere es..." Y, sí, seguro que quiere. Y uno también quiere. Y mientras más guapa sea la otra, peor se va a poner la "viejecita", y uno puede cometer el error de ponerse a negociar y, señores, es el peor modo de quedar mal con una, con la otra y con uno mismo, que es con quien al final de cuentas tiene que convivir desde el nacimiento hasta el mismísimo último segundo de vida.
No sé los demás; a mí lo del Edipo no se me ha dado muy bien, no le he preguntado a mi mamá cómo se le da lo de Yocasta y nunca me puse en el plan de escoger entre "ella" y "Ella". (Es la ventaja de vivir a cientos, a veces a un par de miles, de kilómetros de mamá. Creo que es el tema de este post.) Asígnesele la mayúscula a quien se guste; a veces se trata de eso: de quién va a merecer la mayúscula y quién no, y uno como acróbata tratando de no poner demasiado énfasis en ciertas palabras clave, no mencionar otras y poniéndose a rezar --el ateísmo allí es un ideal vano-- cuando se quedan platicando a solas.
Lo cierto es que las viejecitas de canas muy blancas casi siempre están solas, y el Edipo ha preferido a "la otra", así se eche todas las declaraciones de amor filial que se le peguen la gana. Lo que expresa en sus poemas y canciones es el remordimiento por dejarla sola, pero no hace nada para que tenga compañía, específicamente la suya propia. Veamos la canción de Daniel Santos del post anterior: ya se despidió de los cuates, con los que seguro se echó unos tragos, y más:

Ya yo me despedí de mi adorada
y le pedí por Dios que nunca llore.
Que recuerde por siempre mis amores, que yo
de ella nunca me olvidaré.

Y sigue lo de "sólo me parte el alma y me condena / que dejo tan solita a mi mamá", y que se va a miles de kilómetros de distancia a pelearse con gente a la que ni conoce. No deja referencia de que haya ido a despedirse de su madre o a llevarle una bolsa de pan y pasarse un rato platicando de cosas agradables antes de decirle: "A todo esto, me voy a la segunda guerra mundial. Ya hablé con mi novia [o esposa] y va a venir a verte todos los fines de semana. Cualquier cosa, te comunicas con el tío Eduardo, y la prima Enedina va a estar viniendo a checar que estés bien. Ya quedé con la vecina que te venga a dar de comer; yo le voy a estar mandando dinero, y si hace falta ropa [negra, claro, y rebozos para ocultar los ojos llorosos, y rosarios, que de tanto rezar se desgastan], ella misma te proveerá. Tú tranquila."
Pero la novia --y más probablemente esposa-- no va a llegar a verla, ni el tío Eduardo, ni la prima Enedina ni nadie. ¿Por qué? ¿Para hacerlo llorar a uno con la canción, porque "ese" tipo de mamás no tienen parientes o porque son unas verdaderas arañas que alejan a la gente? Igual se le murieron todos, pues, pero, estadísticamente, con tantas canciones referidas al tema, la mayoría debería tener parientes, amigos buena onda, vecinos compasivos, algo.
Otra constante es que los hijos se acuerdan de su mamá cuando están borrachos o pasándosela bien con los amigos, mientras ella está sola con todo y sus canas muy blancas. Por ejemplo en año nuevo: si uno tiene una mamá, si la quiere mucho, si vive en el mismo país y si la señora está sola, por lo menos va y se pasa un rato con ella. O de plano se la lleva a la fiesta familiar, y quizá a la esposa de uno se le ocurra: "¡Ey! ¿Por qué no se viene tu mamá a vivir con nosotros?" Pero pos no: borrachera y sentimiento de culpa. Y más: se considera que ese sentimiento de culpa, borrachera incluida, es asunto bueno, sano, natural y hasta conmovedor. El ejemplo es el famoso "Brindis del bohemio", del mexicano Guillermo Aguirre Fierro. (Aquí hay una versión declamada, en YouTube, para quien quiera disfrutarla. Hay una versión dramatizada de unos chavos de bachillerato de Escuintla, Guatemala, pero no me atrevo a poner el link. Hay también una versión con Paco Stanley, mi gurú particular desde que dijo que "crítico es aquél que conoce todo acerca de las leyes del equilibrio, pero no sabe andar en bicicleta".)
Chéquense el contexto: hay seis amigos en un bebedero, es año nuevo; están rodeados de chupe y de mujeres de formas como las de la mamá de Manuel Acuña e intenciones seguramente poco castas, y de pronto se ponen a brindar por lo que sea: la vida, el placer, todo eso:

Se brindó por la patria, por las flores,
por los castos amores
que hacen un valladar de una ventana,
y por esas pasiones voluptuosas
que el fango del placer llena de rosas
y hacen de la mujer la cortesana.

Listo. Allí está el marco, y de paso tratan de hetairas a las mujeres que hacen legítimo uso de su cuerpo y sus sentimientos. Una borrachera de fin de año con todas las de ley. Y uno de ellos debía ser el poeta, el que iba a resumir todo lo anterior y mucho más. Hasta se llama Arturo, vaya:

Sólo faltaba un brindis, el de Arturo,
el del bohemio puro,
de noble corazón y gran cabeza;
aquel que sin ambages declaraba'
que sólo ambicionaba
robarle inspiración a la tristeza.

Por todos lados estrechado, alzó la copa
frente a la alegre tropa
desbordante de risa y de contento
los inundó en la luz de una mirada,
sacudió su melena alborotada
y dijo así, con inspirado acento:

Y allí va de aguafiestas... (Hace muuuchos años, en México, digamos en 1980, hicimos una versión obscena a cuatro manos con Tito Torres, hijo de Edelberto Torres-Rivas, de la cual recuerdo algunos versos con especial vergüenza. Igual no puedo dejar de reírme cuando me acuerdo. No, nunca voy a decirla, y detruida está, para que no conste.)

-Brindo por la mujer, mas no por esa
en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer ¡desventurados!;
no por esa que os brinda sus hechizos
cuando besáis sus rizos
artificiosamente perfumados.

Yo no brindo por ella, compañeros,
siento por esta vez no complaceros.
Brindo por la mujer, pero por una,
por la que me brindó sus embelesos
y me envolvió en sus besos;
por la mujer que me arrulló en la cuna.

Por la mujer que me enseñó de niño
lo que vale el cariño
exquisito, profundo y verdadero;
por la mujer que me arrulló en sus brazos
y que me dió en pedazos
uno por uno, el corazón entero.

¡Por mi madre!, bohemios, por la anciana
que piensa en el mañana
como en algo muy dulce y muy deseado,
porque sueña tal vez que mi destino
me señala el camino
por el que volveré pronto a su lado.

Por la anciana adorada y bendecida,
por la que con su sangre me dio vida,
y ternura y cariño;
por la que fue la luz del alma mía;
y lloró de alegría
sintiendo mi cabeza en su corpiño.

Por esa brindo yo, dejad que llore,
que en lágrimas desflore
esta pena letal que me asesina;
dejad que brinde por mi madre ausente,
por la que llora y siente
que mi ausencia es un fuego que calcina.

Por la anciana infeliz que sufre y llora
y que del cielo implora
que vuelva yo muy pronto a estar con ella;
por mi madre bohemios, que es dulzura
vertida en mi amargura
y en esta noche de mi vida, estrella...

El bohemio calló; ningún acento
profanó el sentimiento
nacido del dolor y la ternura,
y pareció que sobre aquel ambiente
flotaba inmensamente
un poema de amor y de amargura.

Como siempre, algunos adjetivos son inquietantes; van de lo ñoño a lo sublime, y de lo ridículo a lo francamente cochino. (O será que ya me hace falta una sesión de psicoanálisis...) Por ejemplo, eso de poner la cabeza del chavo directamente sobre el corpiño --la ropa interior, pue-- sí suena a más que azul celeste. Pero se sacan varias cosas en claro:
1. El tipo prefiere estar con sus cuates que con su mamá. No se menciona que esté lejos, sino que simplemente no la ve. Al menos Daniel Santos se va para la guerra, y la guerra es en Europa.
2. Es anciana y no tiene a nadie. La verdad, allí es culpa de la señora: si no tiene amigos o parientes que la visiten un rato en fin de año, será porque no se preocupó por cultivarlos durante toooda la larga vida anterior.
3. Etcétera. Creo que el poema --u lo que quieran llamarle-- es bastante explícito.
Lo más interesante es que "El brindis del bohemio" es otro de esos poemas que se consideran como un homenaje a las madres, y que se recita en cantinas, veladas del 10 de mayo (o 12 de agosto en Costa Rica) y reuniones familiares a la menor provocación. (En una novela mía, De vez en cuando la muerte, hay un periodista que, cuando toma, se pone a recitar "El brindis del bohemio", cuya autoría atribuye a Sor Juana. De verdad que hay de ésos.)
Y, ya que hablamos de Norman Bates (sí, el de Psycho, de Hitchcock; la versión light la hizo Vince Vaugh, nada mal, pero nunca como la de Perkins), hay una vieja canción de Los Churumbeles que se llama "Habanera del cariño", válgame con el título, donde sí el autor se pone en el plan de "mi mamá tenía razón, tú eres lo que ella me decía, fúchila tú y me voy de regreso con ella, pues, aunque sea viejita, es muy santa". ¡Pero si uno no las escoge por santas, Dios mío, y ellas a uno tampoco, a menos que!
Va la rola:

En una casita chiquita y muy blanca
Camino del puerto de Santa María
Habita una vieja muy buena y muy santa
Muy buena y muy santa, que es la madre mía.

Y maldigo hasta la hora en que ho la abandoné
A pesar de sus consejos, no me quise convencer.

Ella me lleva en el alma, y tú en la imaginación
Tú me miras con los ojos, ella con el corazón.
Lo tuyo es capricho, pura vanidad
Lo de ella es cariño, cariño verdad.

De quién fue la culpa, no quiero saberlo
No sé si fue tuya o fue de la suerte
O fue culpa mía por no comprenderlo
En vez de olvidarte penaba por verte.
Anda y véte de mi vera, si te quieres comparar
Con aquella vieja santa, que está ciega de llorar.

Yo no sé qué le habrá hecho la muchacha al autor de la letra, pero en su caso, antes de comprometerme con él, yo le hubiera pedido que me escribiera un nocturno para ver mi futuro por anticipado. Si decía en alguna parte "y en medio de nosotros mi madre como un Dios", a volar, paloma: si no estás dispuesta a quedarte ciega de llorar por mí, ni le intentes, mi reina, porque lo tuyo es capricho, pura vanidad. Y es otra de las canciones preferidas para el Día de la Madre.
Lo que veo es que he estado hablando de puras vejeces, de cosas de mediados del siglo antepasado a mediados del pasado, que sin embargo siguen estando vigentes en el gusto de más personas de las que uno quisiera imaginar.
Mejor termino con un video que habla de una viejita de canas muy blancas, pero que funciona más bien de otro modo, o como de seguro funcionaban las señoras chantajistas de las canciones y los poemas que hemos visto y sus hijitos con complejo de culpa por no atreverse a mandarlas al diablo. La canción se llama "Holiday", de Nazareth. Es de por allí de 1977 y la letra, para que se ayuden, pueden encontrarla aquí.



El colmo era Norman Bates con la momia (literalmente momia) de su mamá dándole órdenes. ¡Y en Psycho II hasta la desentierra para ponerla otra vez en la mecedora! ¿O fue en la III? ¿O nomás lo estoy imaginando?
(¡Ya voy, mamá!)

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Creo que he comentado alguna vez que tengo una Vaio que es de color verde. Pues bien, ya que hablamos de canas, la susodicha está cerca de cumplir los dos años, que en términos computacionales equivalen al balón de oxígeno y la andadera. Lo cual me tiene sin cuidado; para lo que la uso, y más, funciona de lo mejor. Pero en los últimos dos o tres meses, a fuerza de actualizaciones de Windows (XP, desde luego; el Vista puede no contar conmigo) y de quitarle y ponerle cosas, estaba tardando casi cinco minutos en arrancar y ponerse a trabajar, y como que no. Así que hice una copia de seguridad de varias cosas y me puse a restaurar el sistema operativo desde cero. Lo malo es que las Vaio traen un montón de cosas que uno no sólo no necesita, sino que tampoco quiere, y hay que desinstalarlas, instalar lo que uno le gusta ponerle, ajustar, reajustar, etcétera.
Las Vaio traen también una partición como de 20 gigas que sirve para la restauración del sistema y, por si las dudas, uno puede sacsr una copia de seguridad en DVD o en un montón de CDs. Por suerte fue lo primero que hice cuando la compré, porque se me ocurrió ver qué pasaba si le volaba la partición de restauración --que es invisible-- y ganar 20 gigas, de los cuales 10 están sin usar. Y lo que pasó fue que la máquina funcionó en el momento, y después ni quien pudiera arrancarla. Ya había instalado buena parte del arsenal informático, o sea un muy buen par de horas de trabajo, y hubo que restaurar de nuevo desde el DVD, y otra vez a poner tooooodo y a quitar lo quitable, etcétera.
Ahora la máquina está como rayo; bootea en cosa de un minuto y todo jala a la perfección. (Hasta ahora. No prometo nada para después, porque por algo las computadoras son computadoras.)
Algo importante de hacer para un domingo de resurrección.

21 de marzo de 2008

Viejecitas de canas muy blancas y la frenética huida de Rosario

Puede ser licencia poética, pero las canas siempre son muy blancas, o sea blancas a secas. No existe algo así como el cabello gris; es puntillismo puro de hebras muy blancas y de otros colores, de preferencia negro o café. Y hay una convención melodramática, ampliamente --pero no privativa-- difundida por el cine y las telenovelas mexicanas de que la mamá del muchacho debe ser viejecita, de canas muy blancas y, además de madre soltera engañada por un mal hombre --o viuda de un buen hombre, o algo--, y estar siempre a punto de llorar ("al borde del llanto" vendría más a tono con el lugar común) por las desgracias que le pasan a su Edipito particular, que en realidad no son para tanto. O igual es la víctima de la nuera, o del hijo mismo, o de la hija de cascos tan sueltos como blancas son sus canas; el tema da para mucho, y hasta para demasiado.
La primera parte del título de este post viene a cuento por la canción Silencio, de Le Pera y Pettorossi, cantada por Gardel (de quien es tan cierto que cada día canta mejor como que la Vaio en la que estoy escribiendo es de color verde; creo haberla mencionado alguna vez). Reproduzco, con no poco sonrojo, la letra en cuestión:

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme.
La ambición descansa.

Meciendo una cuna,
una madre canta
un canto querido
que llega hasta el alma,
porque en esa cuna,
está su esperanza.

Eran cinco hermanos.
Ella era una santa.
Eran cinco besos
que cada mañana
rozaban muy tiernos
las hebras de plata
de esa viejecita
de canas muy blancas.
Eran cinco hijos
que al taller marchaban.

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición trabaja.

Un clarín se oye.
Peligra la Patria.
Y al grito de guerra
los hombres se matan
cubriendo de sangre
los campos de Francia.

Hoy todo ha pasado.
Renacen las plantas.
Un himno a la vida
los arados cantan.
Y la viejecita
de canas muy blancas
se quedó muy sola,
con cinco medallas
que por cinco héroes
la premió la Patria.

Silencio en la noche.
Ya todo está en calma.
El músculo duerme,
la ambición descansa...

Un coro lejano
de madres que cantan
mecen en sus cunas,
nuevas esperanzas.
Silencio en la noche.
Silencio en las almas...

La tal canción la aprendí a los siete años de mi edad porque a la niña Mariíta, la viejita sádica que me tocó de maestra en segundo año, consideró que sería genial que un coro formado por sus alumnos/as (eran más "as" que "os", algo así como 30 "as" y exactamente 13 "os"; en la lista yo era el 12 y seguía Velasco, Ramiro Ernesto) la cantara en la celebración del Día de las Madres. Así que la niña Mariíta no sólo nos obligaba a "jugar" a las luchitas en el patio trasero del colegio Corazón de María, donde hice primero y segundo grados, y no sólo le clavaba los tacones en las piernas a los que se caían; también extendía su sadismo a las mamás, prometiéndoles que sus hijos iban a morir en la guerra cuando estuvieran ancianas y, si acaso, les iba a quedar una medalla por cada uno. Tenía algo de profeta, aunque le falló lo de las edades, porque las mamás de casi todos nosotros eran muy jóvenes; pero seguro que más de uno de sus alumnos murió en la guerra unos quince o veinte años después, y para ese entonces ella ya debió estar bajo tierra, porque no sólo era fea y amargada, sino que en serio estaba viejita, y me alegra si no vivió para darse el gusto de verlo. Obviamente no tuvo hijos, o hubiera escogido otra canción, y nos hubiera tratado de otro modo, aunque hay cada madre...
Pero el tema no es ése, o no sólo ése, sino que Le Pera pone a una mamá meciendo la cuna donde está su esperanza. Allí empiezan los problemas: ¿en la cuna está sólo uno de sus cinco hijos o los cinco a la vez? ¿Sólo uno de ellos es su esperanza y los otros cuatro que se frieguen? Puede tratarse del hijo menor, claro, siempre el menor (soy el mayor de mis hermanos; si fuera el menor, diría "Claro, siempre el mayor", aunque en mi caso no es aplicable), al que tuvo a la edad más avanzada, con... ¿quién? Allí está el problema: no aparece el papá por ningún lado, porque al final resulta que "se quedó muy sola". O el señor se murió después de dejarla embarazada del menor, y quizá antes del parto, o vaya a saber la vida de las gentes de la primera guerra mundial.
Supongamos que eran quintillizos, por aquello de que los cinco pudieran ser su esperanza. Supongamos que cuando nacieron ella tenía unos 35 años. Supongamos que, como era costumbre, los llamaron a la guerra a los 18 o 20 años. La señora andaría entre los 53 y los 55 años, y cuando los chavos marchaban al taller (¿eran mecánicos?, ¿carpinteros?, ¿alfareros?) ella ya era ancianísima y tenía hebras de plata en lugar de pelo. La esperanza de vida, en la época en que se escribió la canción, sería mucho más baja que ahora, pero tampoco era para tanto...
En el caso de una mamá normal que hubiera tenido a sus hijos de a uno por uno, a las edades adecuadas, y tomando en cuenta condición y clase social (tenían un taller o trabajaban en uno, y allí iban en fila india marchando para ganarse el pan de cada día), al primero lo habrá tenido a los 16 años, al quinto a los 21, el marido la dejó por esas fechas y a los chavos los reclutaron cuando el menor tenía 18 y el mayor unos 23. Tenemos entonces una viejecita de 39 años. Redondeemos en 40 y tendremos una señora de eso que llaman "mediana edad", o sea que todavía le queda un rato para que todas sus canas sean muy blancas, salvo casos en los que la genética obliga y ella no tuviera para comprar tinte. Igual la imagen de "viejecita" no viene al caso. "Viejecita" era mi bisabuela poco antes de su muerte, a los cerca de cien años de edad, y mi abuelo ya era mi abuelo y casi sesentón, porque ella se puso a tener hijos entre los treinta y los cuarenta y el abuelo casi a los treinta, algo fuera de serie para la época.
El asunto es: ¡qué manera tan barata de conmover a la gente! Los muchachos van a la guerra a defender a la patria y dejan sola a una ancianita a la que sólo le darán cinco medallas. Ni una pensión digna, vamos. Ni siquiera el consuelo de un poco de fisiología básica. Y ni siquiera la matan de la pena, sino que la dejan envejeciendo per secula seculorum.
La otra canción es aquélla de "vengo a decir adiós a los muchachos" ("Despedida", pues), cantada por el siempre magnífico Daniel Santos con la igualmente magnífica Sonora Matancera.
Luego de decir que va a luchar en otras tierras para salvar su derecho, su patria y su fe, se arranca con la parte folletinera:

Solo me parte el alma y me condena
que dejo tan solita a mi mamá.
Mi pobre madrecita que es tan vieja,
¿quién en mi ausencia la recordará?

¿Quién me le hará un favor si necesita?
¿Quién la socorrerá si se enfermara?
¿Quién le hablará de mí si preguntara
por este hijo que nunca quizás volverá?

¿Quién me le rezará si ella se muere?
¿Quién le pondrá una flor en su sepultura?
¿Quién se condolera de mi amargura si
yo vuelvo y no encuentro a mi mamá?

Aquí estamos hablando de la segunda guerra mundial, y para ese entonces ya se había descubierto la penicilina, que aumentó terriblemente las esperanzas de vida de la gente, mamás de todas las edades incluidas. El mundo, desde esas fechas, estuvo más lleno de viejitas que antes, pero también es cierto que a los chavos los mandaban a la guerra a la edad de siempre, o sea los 18. Y estamos hablando de un puertorriqueño, carne de cañón por excelencia en las guerras en las que se meten los gringos. No lo mandaron a la guerra a los 15 porque era ilegal, pero de los 19 o 20, en serio, no pasó. ¿A qué edad lo habrá tenido su mamá? (La del autor de la canción de Daniel Santos además tendría un Alzheimer prematuro: ¿no se va a acordar de que el fulano se fue a la guerra y por eso se la pasa preguntando por él? Las mamás no suelen ser tan olvidadizas.) O, bueno, el tipo se habrá enrolado voluntariamente a los 50 años, y entonces difícilmente lo habrán enviado al campo de batalla; si pronostica que él mismo "nunca quizás volverá", será por problemas de colesterol o de hipertensión. "Mejor váyase a su casa y cuide a su mamá, que está bien viejita y medio loquita", le habrán dicho, en el plan de que mucho ayuda quien no estorba. ("Mucho ayuda quien no es torva". Suena bien...)
Y no sé todo lo anterior por qué lo pongo; quizá porque me desperté con la canción de Daniel Santos en la cabeza, y me gusta cómo la canta, pero una cosa es una cosa y otra cosa es, sin duda, otra cosa. Lo que traigo desde hace años (unos cuarenta, digamos, que fue cuando mi padre me leyó por primera vez el "Nocturno"), y me río con risa nerviosa cada vez que me acuerdo, es la carrera que debió pegar Rosario de la Peña cuando el poeta Manuel Acuña se le propuso y le colocó enfrente la cartilla de lo que iba a ser su futuro como señora de. Yo, la verdad, también hubiera preferido a José Martí; no porque se muriera con el primer balazo en la primera batalla en que participó, sino porque al menos escribía cosas que podían ser simpáticas y servir como letra para "La Guantanamera".
En el susodicho "Nocturno", que es algo así como su carta de suicidio, en la cual le recrimina a la pobre Rosario no haberle dado la vida ideal, algo sospechoso empieza a notarse --además de la mala poesía-- cuando dice:

De noche, cuando pongo mis sienes en la almohada
y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver,
camino mucho, mucho, y al fin de la jornada,
las formas de mi madre se pierden en la nada,
y tú de nuevo vuelves en mi alma a aparecer.

Si eso no es un Edipo con todas las de ley, no sé qué fuera. Pero si a mí me mandan un poema donde me dicen que "pienso en ti cuando me pierdo en el sueño; allí puedo olvidar las formas de mi madre y pensar en ti", yo lo quemo de inmediato y me cambio de país, de época o le hago caso a José Martí, como ya quedó asentado. Lo que puede inferirse es que la madre de Acuña no era una "viejecita de canas muy blancas" y que tenía unas formas que le llamaban más la atención que las de Rosario.
Pero falta lo más pior. Ya casi al final del poema --o su equivalente en la escala de Alfredo Espino--, viene el autozarpazo fatal:

¡Qué hermoso hubiera sido vivir bajo aquel techo,
los dos unidos siempre y amándonos los dos;
tú siempre enamorada, yo siempre satisfecho,
los dos una sola alma, los dos un solo pecho,
y en medio de nosotros mi madre como un Dios!

Me imagino la escena y me tiembla todo, y ya no poniéndome en el plan de Rosario, sino en el mío mismo. ¿De verdad Acuña creyó que de ese modo iba a conmover post-mortem a la susodicha? (Mejor Martí, en serio. Al menos murió por una causa noble. No tenía que haber estado allí, como otros poetas que se han muerto por causas similares, pero lo noble no se lo quita nadie.)
Algo que hemos hablado con los compañeros de La Casa es que la poesía debe ser honesta, pero no puede ser sincera, en la medida en que hay un cierto modo "artificioso" --que no artificial-- de estructurar los textos, de crear tensiones, etcétera. Un poema honesto es, digamos, "España, aparta de mí este cáliz", de Vallejo. Un poema "sincero" es aburridísimo, y hay legiones de ellos en recitales y revistas municipales: viene alguien y confiesa sus sentimientos a secas, dándoles un poquito de barniz y, de preferencia, cortando mal los versos. Uno enseña todos los ases, pero no al mismo tiempo, ni los pone panza arriba a la menor provocación.
Acuña cortaba bien los versos, pero se pasaba de sinceridad, y sin siquiera tener ases ni bajo la manga ni en ninguna parte, sino fotos de su mamá, con formas y todo. Porque después de la estrofa anterior todavía se le ocurre decir (Dios se apiade de su alma):

¡Figúrate qué hermosas las horas de esa vida!
¡Qué dulce y bello el viaje por una tierra así!
Y yo soñaba en eso, mi santa prometida;
y al delirar en eso con alma estremecida,
pensaba yo en ser bueno por ti, no más por ti.

O sea que con su mamá era malo... Y, por lo que consta el en "Nocturno", no tenía que ver con violencia intrafamiliar o cosas de ésas que están de moda.
Ezra Pound, en El arte de la poesía, decía --como ya habré anotado alguna vez-- que a los malos poetas había que castigarlos, y que debía establecerse una escala que podía ir de la simple amonestación o la prohibición de publicar durante cierto tiempo hasta el fusilamiento. Acuña se suicidó a los 23 años de su edad, quizá en un arranque poundiano de autocrítica, quizá porque a su mamá le empezaron a salir canas muy blancas, quizá para dejar establecido que de verdad estaba enamorado de Rosario y que no podía vivir sin ella.
Viernes santo. Válgame. Las cosas que escribe uno en viernes santo.

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¡Y en medio de nosotros mi madre como un Dios! ¡De verdad que se pasó!

20 de marzo de 2008

Cartas a un joven poeta, etc.


No sé qué traté de leer primero de Rilke, si las Odas del Duino o las Cartas a un joven poeta; sé que no me llevé bien con ninguna de las dos, y me da la impresión que la primera con la que intenté me prejuzgó contra la segunda. Andaría por allí de los 19 o 20 años y, claro, aún quería ser poeta, pero no sabía cómo, y sigo sin saberlo. (Consejo para jóvenes poetas: si a esas edades no saben cómo, intenten de nuevo. O intenten otra cosa. O vean qué hacen. Para eso no hay consejos que valgan.)
La impresión que me quedó de las Cartas, durante años, fue la de un tipo que se atreve a hablar de cosas muy personales, y muy propias de él, poniéndolas como universales, a un chavo que de seguro ya se sabía ésas y otras. Como cuando la mamá le habla a uno acerca de Las Grandes Verdades De La Vida a eso de los quince años, usando la revista Buenhogar como parámetro (ni siquiera Cosmopolitan, vaya) y uno no sólo se las sabe, sino que lleva un buen rato aplicándolas. Uno baja la vista hipócritamente, dice "Sí, gracias, ahora veo la luz" y se va lo más pronto posible a seguir en lo suyo, o sea lo que Buenhogar dice que no hay que hacer.
Hace unos cuatro años compré las Cartas en Guatemala, nomás porque las encontré, para que las leyeran los compañeros de La Casa a quienes pudieran interesarles. Lo hice porque, en fin, todo el mundo dice que las Cartas a un joven poeta por aquí y las Cartas a un joven poeta por allá, y uno no puede quedarse atrás, ocultar información o dejarse guiar por impresiones que tienen casi tres décadas y no han sido actualizadas. Así que las Cartas a un joven poeta, con la intención lejana de releerlas y un antiguo gusto no muy agradable en la boca.
Hace unos meses, quizá dos o tres o cuatro, después de que pasó por las manos de un par de compañeros, decidí actualizar mis prejuicios y por fin abrí el libro. Hubo una sorpresa agradable en las primeras páginas: la traducción y el prólogo son de Bernardo Ruiz, escritor mexicano y viejo amigo. Entre otras cosas, cuando fue director de Promoción y Difusión de la Universidad Autónoma Metropolitana, publicó Terceras personas y me dio una columna en la revista Casa del tiempo, también de la UAM. Publicó también la traducción de una joya que encontré en un tiradero de la Librería Británica de la calle de Serapio Rendón, Do we agree?, una polémica acerca del socialismo entre G.K. Chesterton y Bernard Shaw que, por cierto, apareció hace un par de números en la revista Cultura de El Salvador y hace unos años en una revista española. Me pagó con ejemplares, porque el presupuesto era poco, y mucho lo que había que publicar, y me pareció excelente. Y por allí armamos otras cosas de las que no viene al caso hablar por ahora. (Bernardo es un sibarita de los que casi no hay. Entre otros, gracias a él conocí el restaurante Xel-ha, en la colonia Condesa, donde, además de comida yucateca, todos los días se inventaban platillos fuera de serie. No sé si aún exista; espero que sí. Allí probé las mejores chuletas de cordero de mi vida, y hacían unas setas espectaculares. Bernardo también tiene una bonita edición de Altazor, de Vicente Huidobro, publicada por Premiá Editores, una de mis biblias.)
Más allá de eso, el asunto era ponerse frente a Rilke casi treinta años después. Y creo que la impresión que tenía era en parte acertada, en parte producto de que, vaya, tenía 20 años y no iba a venir a decirme un señor nacido en Praga en 1875 lo que debía pensar o no pensar acerca de la poesía y la forma de hacerla. Quién sabe qué traducción me habrá tocado de las Odas del Duino, pero no me pareció que fuera el más adecuado para ponerse a dar consejos. (Ahora sé que yo tampoco era el más adecuado para juzgar a otros poetas, así hubieran nacido en Praga en 1975; pasarían años antes de que pudiera escribir mi primer poema más o menos decente.)
Las tres primeras cartas dicen cosas que me gustaron, y no son los consejos al estilo Buenhogar que recordaba, sino tips bien prácticos a Franz Xaver Kappus (el joven poeta, dedicado al oficio militar, por cierto). Desde el principio se pone duro:

...para enfrentar una obra de arte nada es peor que los términos de la crítica. Estos no conducen sino a malentendidos más o menos felices. Las cosas no son para ser dichas o entendidas en su totalidad, como quisieran hacérnoslo creer. Casi todo lo que ocurre es inexpresable y se cumple en una región donde jamás ha hollado palabra alguna. Y más inexpresables que nada son las obras de arte, esas entidades secretas en las que la vida no termina y que superan la nuestra, que pasa.

Me pregunto si de allí vendrá mi aversión --general, no particular-- a la crítica académica, y me da la impresión de que no; creo que eso se trae con el oficio. De lo que sí, talvez, conservé algo es de la visión de Rilke de la literatura --o de cualquier cosa-- como una necesidad vital:

Usted pregunta si sus versos son buenos. Usted me lo pregunta. Ya lo ha preguntado a otros. Usted los envía a revistas. Usted los compara con otros poemas y usted se alarma cuando algunas reacciones descartan sus ensayos poéticos. En lo sucesivo (ya que me permite aconsejarlo) le suplico renuncie a todo eso. Su mirada está dirigida hacia afuera; sobre todo, es lo que debe evitar en lo sucesivo.
Nadie le puede dar consejo o nada. No hay más que un solo camino. Entre en usted mismo, busque la necesidad que lo obliga a escribir: examine si sus raíces penetran hasta lo más profundo de su corazón. Confiésese a usted mismo: ¿moriría si le estuviese vedado escribir? Sobre todo esto: pregúnteselo en la hora más silenciosa de la noche: "¿Verdaderamente me siento apremiado para escribir?" Hurgue en sí mismo hacia la más profunda respuesta. Su es afirmativa, si puede enfrentar una pregunta tan grave con un fuerte y simple Debo, entonces construya su vida de acuerdo con esta necesidad. [...]
Si su cotidianeidad le parece pobre, no la culpe. Cúlpese a sí mismo de no ser lo suficiente poeta para encontrar sus riquezas. [...]
La obra de arte es buena cuando nace de la necesidad. Es la naturaleza de su origen quien la juzga. Así, estimado señor, no tengo para usted otro consejo que éste: intérnese en usted [...]
Podría ser que después de este descenso hacia sí mismo, en su soledad individual, debiese renunciar a convertirse en poeta (bastaría, considero, sentir que se puede vivir sin escribir para que haya que prohibirse la escritura).

En la segunda carta, más corta, hay una reflexión interesante acerca de la ironía, una de las tentaciones más grandes cuando uno no sabe qué --y sobre todo cómo-- escribir. A "aquellas" edades, uno es más inseguro que a las siguientes --si es que sobrevivió en el oficio--, y cree que el humor, el ingenio, recurrir a la risa --forzada o no-- salvará lo que escribe. Y no. Un texto puede tener humor, pero no es el humor lo que lo sostiene ni lo que lo salvará. Garantizado.

En primer término, la ironía. No se deje ganar por ella, sobre todo en sus horas de esterilidad. En los momentos creadores esfuércese por servirse de la ironía como de un medio más para apoderarse de la vida. Empleada con pureza, la ironía es también pura; no hay que avergonzarse. Si usted se siente muy inclinado por ella, si usted teme una intimidad creciente con ella, vuélvase hacia las grandes y graves cosas, ante las cuales disminuye y casi desaparece.

Luego le aconseja algunas lecturas y le dice que hay dos personas de las que "he aprendido algo acerca de la naturaleza de la creación, sus fuentes, sus leyes eternas, dos nombres solamente recordaría: el de Jacobsen, el muy, muy gran poeta, y el de Augusto Rodin, ese escultor que no tiene rival entre todos los artistas de hoy". Con algo de pena admito que no tengo idea de quién sea Jacobsen, y no voy a subsanarlo buscando en Wikipedia, porque no sería honesto de mi parte. ("¡Ah, sí, Jacobsen...!") Con Rodin, de acuerdo. Había visto piezas sueltas en México, y fotos de un montón de esculturas suyas. Cuando estuve en su museo (y ni siquiera en el museo, sino en el jardín) pude ver lo grande que es el maldito. Sí, allí está la "naturaleza de la creación".
De la tercera carta, algunos fragmentos:

Las obras de arte son de una soledad infinita; nada es peor para abordarlas que la crítica. Solamente el amor puede tomarlas, guardarlas, ser justo con ellas. Dé usted la razón siempre a su sentimiento contra esos análisis, esas cuentas saldadas, esas introducciones. Salga usted del equívoco. El desarrollo natural de su vida interior le conducirá lentamente, con el tiempo, a otro estado de conocimiento. Deje a sus juicios su propio desarrollo, silencioso. No lo contraríe, porque como todo progreso, debe venir de lo profundo de su ser y no puede sufrir presión ni apresuramiento. Llevar a justo término; después, dar a luz. Todo está allí. [...]
El tiempo aquí no es una medida. Un año no cuenta; diez años son nada. [...] Porque el estío vendrá. Pero sólo llega para aquéllos que saben esperarlo, tan tranquilos y abiertos como si tuvieran ante ellos la eternidad. Lo aprendo todos los días y me cuesta muchos sufrimientos que bendigo: paciencia es todo.

Las siguientes cartas en general me molestan. Se pone a hablar de cosas tan íntimas que a veces --creo-- raya en lo obsceno. Es evidente que Rilke pasa por momentos contradictorios y dolorosos, y que esas contradicciones y dolores lo hacen decir cosas que, de verdad, sería mejor no escribirle a alguien a quien la juventud lo tiene por definición en la contradicción y el dolor. Me da la impresión de que Rilke no sabe muy bien qué diablos aconsejarle a Kappus, busca en su propio interior y encuentra cada cosa de la que uno quisiera enterarse o inferir nada. Rilke se proyecta de tal modo en Kappus que llega a ser de verdad doloroso. Eso estará bien para quien quiera enterarse de lo que pensaba Rilke no de la vida, sino de sí mismo; no es mi caso.
En fin, semana santa y leyendo. E hice algo que no hacía desde hacía años: jugar un juego hasta terminarlo, Blasterball DeLuxe 2. Doscientos niveles de una bonita versión de un viejo juego, Bricks, que empecé a jugar en las maquinitas de las farmacias por las épocas en las que aún quería ser poeta.

18 de marzo de 2008

Posdata a una señorita que toca el clavecín y otras piezas

Cuando tenía como 14 o 15 años escribí mi primera pieza de música, una cosa para guitarra en la mayor, bien sencillita. Se llamaba "Posdata a una señorita que toca el clavecín". Es un minuet o algo muy parecido, y lo encontré hace un par de días, cuando me puse a desempolvar archivos que he trabajado con el Melody Assistant, una maravillita de Myriad-Online, de Francia, que puede hacer casi milagros por sólo $25. (Cuando compré la licencia costaba $15.) Lo usé desde 1997 o 1998 hasta 2005, cuando perdí el código. Una persona a la que se lo había compartido no sólo no me lo dio de nuevo, sino que se puso bieeen estúpido. Lástima, pero así pasa. No me costó mucho conseguir otro código.
La piececita en cuestión me metió en problemas. El profesor de música vio la partitura en mi escritorio, me la pidió para tocarla en el piano --que era su instrumento--, me dijo que estaba muy bien... y después me reprobó. No porque no supiera de música --yo o él--, sino por alguna de esas cosas humanas. Me revisaba el uniforme de la escuela. Si le parecía que se salía de los reglamentos --un adornito aquí, un dibujito en el calcetín, lo que fuera--, me expulsaba de clase. Con cuatro ausencias estaba reprobado. Junté como seis. Protesté ante el consejo de profesores, y me validaron la materia, porque de calificaciones andaba en 10. Pero fue divertido y a la vez humillante que me tronaran en algo que estaba estudiando a un nivel un poco más avanzado de lo que se veía en secundaria. Al maestro en cuestión, cuando estaba solo, le daba por tocar pasodobles. Se emocionaba tanto que se oiá por toda la escuela, y parecía que rompería el piano. (Ah: para ese entonces yo ya había estado en un par de bandas, no muy buenas, pero sí entusiastas.)
En fin, en el widget que está allá abajito se puede ver la susodicha pieza, en tercer lugar. También hay un par de micropiezas para piano que habré escrito entre 2000 y 2002.
Antes que digan otra cosa: no, no soy músico, y no pretendo serlo; nomás es divertido jugar con las cosas que otros se toman no sólo en serio, sino con una solemnidad que abruma. (En especial a ellos mismos, pobrecitos.)



Un pedacito de la partitura, pues:

17 de marzo de 2008

La otra cara de la Coca-Cola, el pan dulce y la poesía

Como ya se ha dicho hasta la náusea --entendámoslo según en sentido fisiológico, y no sartreno--, la Coca-Cola de dieta y el pan dulce son elementos integrales del taller de La Casa del Escritor. Pero también la poesía, curiosamente.

Ayer hubo varios textos interesantes, y la visita --por lo menos mensual-- de dos embajadores de la República Democrática, Soberana y Morena de Santa Ana (RDSMSA), Mario Zetino y Luis Hernández. En la foto anterior, Zetino lee un poema --muy bueno, hay que decirlo-- de su serie de caballos. No sé si trate de una serie, pero en todos los poemas hay caballos; son como el hilo conductor. A la izquierda, Emmanuel Arias Pocasangre, el bebé actual del taller de poesía (tiene 16 años). Anda en la onda de Catulo, Marcial (el de antes, no el nuestro) y tratando de escribir cosas modernas en el más puro estilo clásico. Está armando un poema largo del cual ya lleva varias partes en... uh... bueno, desde octubre pasado hasta la fecha.

Loida Pineda lee el poema de Mario para después comentarlo. Llevó a su vez un texto bien interesante con una historia más interesante aún. Algún día, supongo, contará la historia.

Mientras los demas compañeros revisaban el poema de Mario, éste le enseñaba algunos trucos de métrica avanzada a Emmanuel, por ejemplo la combinación de metros y cómo "esconder" la métrica con cortes de verso particulares.

Luis y Herberth Cea en plena plática, supongo que también literaria.

Erika Salinas es del Protectorado Autónomo de Quezaltepeque, y también trabaja con un taller de por allá. El carácter de los talleres es harto diferente --aquél está enfocado más bien a la enseñanza acerca de la poesía--, así que no veo cortocircuitos ni contradicciones. Llevó cinco poemas cortos. Es la quinta vez que se aparece por el taller, y los avances son notables. En un año estará echando lumbre, calculo.

Y, bueno, primero nos dedicamos a los textos de os compañeros santanecos y por último a los de San Salvador, porque aquéllos tienen que irse temprano para tomar autobuses y no llegar demasiado tarde a sus casas. Así que a Emmanuel le tocó leer al final, ya sólo con Herberth, Loida y yo como testigos, jueces y partes. Ya estábamos cansados, y ya era tarde, pero siempre hay tiempo para uno más. Como notarán, nos cambiamos de escenario; la luz del otro lugar está de la patada, y no he insistido en que cambien el foco de 25 watts. Será después de semana santa...

* * *

Mi artículo de esta semana en Centroamérica 21 trata acerca de cierto tipo de editores y cierto tipo de escritores que hacen todo lo posible para que su libro quede a imagen y semejanza de lo que el promero escribiría... si pudiera. Se puede encontrar en este link, bajo el título de "Editores con prisa, escritores sin prosa".
Krisma ha hecho un comentario muy fuerte acerca del Día Internacional de la Mujer. Hay una parte en la que dice, y lo comparto:

A veces quisiera pensar que las mujeres radicalmente sujetas a la bandera del feminismo y concentradas en la liberación femenina están en una lucha por hacer del mundo un mejor lugar para vivir. Luego me doy cuenta que todo es sexismo y que todo es un desperdicio de tiempo y de recursos.

Y sigue la excelente serie El club de los escritores suicidas, de Jacinta Escudos. Esta vez su nota está dedicada a Virginia Woolf.
Aquí viene una reseña o crónica acerca de la anunciadísima designación de Rodrigo Avila como candidato presidencial de ARENA. Fin del Arena's Next Top Candidate.
Aunque se habló de unidad de los areneros, Ana Vilma de Escobar habló de maniobras en su contra. El que me da penita es Luis Mario Rodríguez: justo cuando acababa de publicar un libro acerca de su ideario político, lo dejan con los colochos hechos.
Lo cual demuestra que todos los candidatos o precandidatos están seguros de que van a ganar alguna elección o candidatura, y les cuesta asimilar que las cosas no funcionan así, al menos por el momento. Conmueve que haya fe en el mundo.

13 de marzo de 2008

Querido diario... (XII)

Desde hace más de un año, a partir de unos comentarios que me llegaron acerca de la dinámica de los delatores institucionalizados de la guerrilla (que no publiqué), me puse a pensar en escribir algo, no sabía muy bien qué. La traición siempre me ha gustado como tema literario (Historia del traidor, Instrucciones para vivir sin piel), tanto como la detesto en la vida real; quizá por eso es una constante en lo que escribo.
En fin, que ya terminé el tercer borrador de la primera parte de una novela, y tengo el primer borrador del primer capítulo de la segunda, pero apenas estoy definiendo de qué rayos va a tratar (y sobre todo cómo tratarlo), y me quedé con el impulso para escribir, pero sin tema. Y de repente, zaz, el nuevo texto comenzó a revelarse, y de un tirón escribí como diez u once cuartillas. Creo que quedará un relato de unas treinta o cuarenta cuartillas, basado en hechos que se suponen reales, aunque la historia no lo sea necesariamente. Y decidí escribir en un cuaderno verde, muy similar al cuaderno también verde que estoy usando para la otra novela, pero en grandote. Marcado en rosa --era el color que estaba puesto en el programa de dibujo-- está el cuaderno verde pequeño, para dar una idea del tamaño del cuadernote. Es de 96 páginas, papel de 90 gramos, satinado, riquísimo para escribir con pluma fuente. No creo que lo llene con el relato, ni mucho menos, pero tengo algunas ideas para otros textos, además de un par que ya están escritos y podrían dar una unidad. O no. Lo sabré cuando acabe.
Está saliendo muy fácil y de un tirón. Con eso descanso (bue...) de lo que estoy escribiendo desde octubre, da tiempo de que los lectores me den sus opiniones y mientras sigo armándolo en segundo plano. Y de paso escribo algo nuevo.
Curioso: por primera vez, Krisma y yo hemos agarrado la onda de escribir narrativa al mismo tiempo. Está trabajando en un cuento bastante notable. Ha tenido que redefinir las reglas del juego, al igual que yo; el cuento no es nuestro fuerte.

Y, para los curiosos, una sesión del taller de La Casa, de hace un par de domingos. De estricta izquierda a derecha, Krisma, Teresa Andrade, Ricardo Hernández, Herberth Cea, Alberto Quiñónez, Sandra Aguilar y René Figueroa (el nuestro). Falta alguien que andaba en el baño en ese momento (debió ser Emmanuel), y yo tomé la foto. No hay coca de dieta, sino "normal", pero allí está el pan dulce, como corresponde. Lo interesante es que la mayoría de los asistentes de ese día ya no están en el taller; ya cumplieron su objetivo --terminar un libro publicable--; sólo siguen en activo, de los que aparecen en la foto, Ricardo y Sandra, el primero en narrativa y la segunda en poesía.
Para quien quiera ver directamente el misterio, allí está: gente platicando de literatura, tomando refresco y comiendo pan. Nada más. Y así ha sido desde hace más de cinco años.

8 de marzo de 2008

Ecos de Belles Latinas

Thierry encontró algunas fotos de algunas de nuestras participaciones en el festival Belles Latinas, en octubre pasado. En las que corresponden al 10 de octubre (hay varias), en la Universidad de Lyon, nos divertimos como nunca, y creo que los alumnos también, aunque yo aparezca con cara de gente muy seria. Curioso: no se me había ocurrido entrar en la página de Espaces Latinos --y supongo que a Thierry tampoco-- para ver en qué había parado lo del festival, si habían puesto información actualizada, etcétera. Las fotos son de Celine Ebersviller.

Y en este link hay otras fotos tomadas por asistentes de los que no se hace constar el nombre. En la anterior estoy en una cena, en Lyon, tocando blues o rocanrol o algo con la banda que amenizó el asunto. Aunque me vea serio también --¿por qué les gusto serio para las fotos, excepto cuando las toma Vanessa Núñez?--, estuvo buenísimo. Entre otras, tocamos "Oye, cantinero" y "ADO", del Tri, y un potpourrí de rocanrol, que incluyó "Popotitos" y "La plaga".

7 de marzo de 2008

Mágica tribu, de Claribel Alegría

Ayer por la tarde vino Carlos Clará a dejarnos el libro Mágica tribu, de Claribel Alegría, que acaba de publicar Indole Editores. Dejé de lado lo que estaba leyendo en ese momento (Diarios de las estrellas, de Stanislaw Lem; ya hablaremos de él después) y me puse con el de Claribel.
Es un libro delicioso, autobiográfico, en el cual la autora habla de algunos de sus amigos escritores y de las especiales relaciones que llevó con cada uno de ellos. No habla de ellos como escritores, ni los juzga como tales, sino como los amigos que fueron. (Todos han muerto.) Coloca algunos fragmentos de sus obras, los que a ella le parecen más notables, y más bien cuenta anécdotas que, según su punto de vista, los retratan de la mejor manera. Me lo eché de una sentada, y seguro que después regresaré a alguno de los relatos para disfrutarlo de nuevo y mejor.
Los escritores que pasan por las páginas del libro son José Vasconcelos (su primer editor), Juan Rulfo, Miguel Angel Asturias, Augusto Monterroso, Roque Dalton, Salarrué, José Coronel Urtecho, Juan Ramón Jiménez (su maestro directo), Robert Graves y Julio Cortázar. En medio de todo, hay otros que aparecen "incidentalmente", a quienes también conoció, como Alfonso Reyes, Mario Benedetti, Ezra Pound, Carlos Martínez Rivas, Ernesto Mejía Sánchez, Eraclio Zepeda, Claudia Lars... Y, como figura constante, su esposo de muchos años y compañero de literaturas, Bud Flakoll.
Vale la pena leerlo para pasarse un buen rato y enterarse un poco --sólo un poco-- de la vida y andanzas de la veterana en activo de los escritores salvadoreños (¡tiene casi 84 años y sigue produciendo!).
Le edición de Índole, según la página legal, es la segunda; la primera fue de Berenice Editorial, de España. Casi toda la obra de Claribel está publicada en el exterior, y es bueno que haya esfuerzos (como los de la DPI e Índole) para darla a conocer en el país.
El libro será presentado este sábado 8 de marzo, a las 10 de la mañana, en el salón de actos públicos de la Universidad José Matías Delgado.

6 de marzo de 2008

Vendo cuadro de Maya y de Salarrué

Se trata de un óleo sobre lona, de 2m por 1.38m. Tiene varias características que lo hacen bastante especial: aunque está firmado por Maya, es evidente que el trazo es de Salarrué, así como algunos de los detalles del cuadro; Maya no manejaba formatos tan grandes. Tampoco utilizaba mucho el óleo. La obra fue expuesta a finales de los años cincuenta en una exposición colectiva de Maya, Aída, Olga y Zélie Lardé. Mi padre la compró alrededor de 1960.
En la parte posterior, viene un apunte a lápiz de Salarrué para un mural que planeó durante años, pero no ejecutó. No está firmado, como es de esperarse de un apunte. (En el original el trazo es mucho más claro.)
Otra de las características del cuadro es que fue pintado no en un lienzo, sino en una tijera de lona, es decir: en la tela de una cama rústica.

El tema del anverso es el mítico flechazo que recibió Pedro de Alvarado durante un ataque pipil, que lo dejó lisiado para el resto de su vida.

El tema del anverso es una deidad mexica o maya, quizá Huitzilopochtli, con atributos de varios dioses.
Los colores del cuadro no corresponden exactamente con el original.
Se aceptan ofertas por correo privado; hay un precio base, y a partir de allí se puede negociar. Se pide seriedad, desde luego. Escribir a rafael.menjivar@gmail.com y dejar nombre y teléfono(s).

5 de marzo de 2008

Querido diario... (XI)


A ver:
Parte del truco es que, al cambiar de capítulo, parezca que lo que se lee no tiene nada que ver con lo anterior. Es obvio que sí, o no se trataría de una novela, sino de cuentos o de fragmentos de algo o cualquier otra cosa. Es un juego que hay que jugar con el lector y con uno mismo --o sea el lector ideal que uno se ha puesto como parámetro--, una especie de escondidillas en las que más temprano que tarde se encontrará lo que deba encontrarse, aunque durante un rato habrá sorpresa, y la sorpresa es fundamental cuando se trata de literatura. Si no hay sorpresa, algo se desinfla. Si hay demasiadas sorpresas, algo revienta por exceso de helio o de lo que uno le eche a las cosas para inflarlas.
Sea, pues, la sorpresa.
En un capítulo, un gigoló está en el cuarto de un hotel muy caro, pensando en cuánto dinero le va a sacar a la mujer en turno. Se ha peleado con ella y sabe que regresará. Si no, allí hay una cartera --la de ella-- llena de dinero, que se llevará como compensación por tres meses de servicios. En eso aparece la mujer, amenazante, con tres personas más --su identidad formará parte de una sorpresa de mayor alcance, que se resolverá en capítulos posteriores--, y esas tres personas se parecen mucho a él. Corte de capítulo.
En el capítulo siguiente, una jefa de policía entra precipitadamente en una escena de crimen. Camina con torpeza y pisa una mancha inmensa de sangre. Va al baño y deja un rastro rojo detrás de ella. Hay un equipo forense y policial examinando la escena con toda la minucia del caso, y la jefa les acaba de arruinar un buen par de horas de trabajo. Los cadáveres son tres: una mujer y dos personas con características especiales, como las del gigoló del capítulo anterior. Sí, falta una tercera. De ésa nos ocuparemos por allí por el capítulo VIII o IX.
Las personas muertas han llegado a ser lo que son --o sea personas muertas-- mediante un método un tanto especial, que explica muchas cosas que van desde ese preciso momento hasta el final de la novela. Mientras se llega al punto en que se identifica a las tres personas muertas con las cuatro que entraron en el cuarto del gigoló, el lector debe intuir que lo que lee es continuación lógica del capítulo anterior; si no, simplemente cierra el libro y al diablo. O que se trata de una escena paralela que en algún momento confluirá con lo que se lleva narrado. (No es el caso, pero es una posibilidad.)
Ese tipo de "truco" --los hay más y menos complejos, y son muchísimos y muchísimas las posibilidades-- logran crear una cierta tensión que "motiva" --u obliga-- al lector a seguir leyendo. Son pequeños misterios que se van colocando a cada paso y que se resuelven quizá en el párrafo siguiente, dos páginas más allá, en el capítulo XII o que darán sentido al final del libro. Lo importante es que no parezcan "trucos", sino parte orgánica de la narración --y que lo sean--, o lo de siempre: el lector cierra el libro, etcétera.
En lo que ando ahora es un poco más complejo. En rigor, la novela que estoy escribiendo ya terminó, porque murió el protagonista central --o eso se supone-- y ya no hay misterio ni crimen que perseguir, y los crímenes siempre se supo que eran de él. La muerte es un final conveniente, dice Foster, y siempre funciona. Quizá por eso mismo me niego a quedarme allí, y prefiero pasar a una segunda parte que ya comencé: es demasiado fácil matar al sujeto y después lavarse las manos. Así que a la segunda parte, y luego a la tercera, porque debe haber una tercera, como ya dije hasta el cansancio en posts anteriores. Más que una novela en tres partes, quizá se trate de un tríptico. Quizá no; aún es demasiado pronto para saberlo.
¿Cómo amarrar la segunda parte con la primera? Más trucos. Primero, dejando cabos sueltos que el lector necesite amarrar, y prometer amarrarlos en la parte que sigue, o en la que sigue. Si uno no logra crear la tensión suficiente para que necesite amarrarlos, el lector cierra el libro, etc. Segundo, con la creación de nuevas sorpresas y misterios de todos los tamaños. Si cada capítulo tiene su lógica y sus tensiones propias, lo mismo con cada parte. Y esas tensiones son las que, a su vez, mantendrán la novela cohesionada y las que le darán la forma que tengan que darle. Dicho así suena de lo más simple, pero en medio del proceso de escritura es complicadísimo. Son cientos de elementos los que hay que tener en mente --y bien controladitos-- cuando se escribe una novela. Un solo hilo que se salga de su lugar y pasará lo mismo que al calcetín al que uno quiere quitarle esa hebra que le sobra.
En lo personal no se me da bien eso de los misterios que se resuelven a lo Agatha Christie; se me hace un ejercicio divertido, pero inútil más allá de pasarse un rato agradable sintiéndose el Watson de la película. (Ya sé que es Hastings, en el caso de la Christie; me cae mejor Watson.) Así que los misterios, en mi caso, no tienen tanto que ver con la historia como con los personajes y las relaciones entre ellos. Es lo que he aprendido a hacer, y es lo que me toca; no saben lo que envidio a los grandes contadores de historias, como Verne o Dickens o Dumas, ni cuánto me gustaría escribir Drácula, la maravilla de maravillas en materia de misterios.
En el primer capitulo de la segunda parte, un niño sueña que era niña, que su padre era su madre, y que éste salió un día de casa y no regresó. Eso está en el cuaderno rojo, y en algún momento iba a ser el penúltimo capítulo de la primera parte; en realidad estaba destinado a ser el primero de la segunda parte. La continuación de ese capítulo está en el cuaderno verde --o sea el tercero; el segundo era color naranja, como se recordará--, y tiene que ver con un desayuno con huevos de gallina y tocino, ¡y son de verdad, de gallina de verdad, de cerdo de verdad! La comida vienen del Este, como ya habrán adivinado, a través de una interesante red de contrabando que nadie sospecha. Y no la sospechan porque el Este, señores, está completamente destruido, y hace años que nadie se asoma por allá.
Y, sí, las rayas horizontales en la parte alta de la hoja son para que no se lea el título de la novela. No es un gran título, pero por ahora prefiero que no se sepa. Pudores de uno.
Me encanta mi oficio.

3 de marzo de 2008

Prueba de diplomas

No sé... Hay algo que no termina de gustarme...
¿Sugerencias?

El General y otros generales

Es la tercera vez que leo completo El General, de Graham Greene. La primera de ellas fue recién aparecido el libro, en 1985; la segunda, en algún lugar de los noventa, y la tercera hace una semana. La primera y la tercera fueron en el ejemplar que aparece arriba, que regalé a mi padre. Lo compré de nuevo y lo dejé en México; lo "recuperé" hará un año y medio de lo que sobrevive de su biblioteca en casa de mi madre.
El libro está dedicado al general Omar Torrijos, muerto en 1981 en un extraño incidente aéreo, similar al que unos meses antes había sufrido el presidente de Ecuador, Jaime Roldós Aguilera. En ambos casos se habló --y se sigue hablando-- de atentados de los servicios de... uh... inteligencia de Estados Unidos, y en ambos casos también había un factor común: el apoyo activo de ambos a las fuerzas revolucionarias salvadoreñas y a la aún flamante revolución nicaragúense, lo que había provocado fuertes tensiones y hasta enfrentamientos con el gobierno de Ronald Reagan. (Panamá, bajo Torrijos, formó parte del llamado Grupo de Contadora, junto con México, Colombia y Venezuela, una iniciativa de paz para la región, que tomaba como necesaria la participación de diversos grupos armados de izquierda en una solución negociada y cuestionaba los regímenes militares en turno, a pesar de que Torrijos mismo era militar. Entre otros, el Grupo surgió a petición de figuras "morales" como Gabriel García Márquez y políticas como el primer ministro sueco, Olof Palme, quien también apoyaba a la insurgencia salvadoreña, quizá de manera más decidida que todos los gobiernos de la Internacional Socialista. Palme fue también asesinado, en 1986, a la salida de un cine. Interesante que un primer ministro en funciones pasee a pie con su esposa sin guardaespaldas... Habla bien de Suecia, y mal de ese caso en particular.)
Siempre me pareció extraña la fascinación y hasta el cariño que gente de buena talla intelectual sentía por Torrijos, que ni de cerca se transfirió a su sucesor, Manuel Antonio Noriega, más bien sombrío y, por lo que se sabe, lleno de veueltas y revueltas, desde su colaboración con la CIA hasta narcotráfico, pasando por muchas cosas más. Conservó, sin embargo, el apoyo de su régimen a los procesos revolucionarios centroamericanos, quizá con motivos diferentes a los de Torrijos, pero qué podía pedirse.
El jefe de seguridad, hombre de confianza, negociador, brazo derecho y amigo íntimo de Torrijos era --según el escalafón militar-- un simple sargento de la Guardia Nacional, José de Jesús Martínez, conocido como "Chuchú". Ese "simple sargento", sin embargo, era filósofo, matemático, escritor y algunas cosas más. Recuerdo que en México, cada cierto tiempo, dirigía seminarios e impartía conferencias sobre temas de matemáticas y filosofía que eran más que apreciadas y lograban llenos completos, y no precisamente por su cercanía a Torrijos, sino por méritos propios. A diferencia de Torrijos, que seguía una línea política más bien moderada, Chuchú era marxista-leninista de línea dura. Según cuenta él mismo en el libro Mi general Torrijos (que en esta ficha se da como publicado en Cuba, y en realidad fue lanzado por editorial Legado, de Costa Rica, del salvadoreño Sebastián Vaquerano), se metió a la Guardia Nacional como una especie de reto que le lanzó el propio Torrijos: los intelectuales se la pasan hablando y no hacen nada por la defensa de la soberanía de Panamá, etcétera, y él se enroló ya a una edad avanzada para esos trotes (alredededor de los cuarenta años). Después de sufrir el entrenamiento militar pertinente, pasó al servicio de Torrijos --más bien a su compañía--, y nunca fue ascendido, quizá como juego, quizá como castigo, quizá porque nunca llegó a ser un militar y --como él mismo y Greene cuentan-- no llegó a someterse del todo a la disciplina militar; parte de su trabajo era actuar como pieza suelta en algunos de los asuntos más sensibles de Torrijos.
Si uno pregunta a las personas que lo conocieron y trataron con Torrijos, tampoco podrán dar motivos políticos de fondo. No era especialmente simpático, y el hecho de enfrentar a Estados Unidos y lograr unos acuerdos más o menos convenientes para el Canal de Panamá parecen motivos suficientes para obtener respeto, no fascinación y a veces incondicionalidad. La visión que tengo de él es la del "militar bueno" en una época en que pululaban los tiranos y genocidas; de un tipo sencillo con una visión estratégica no muy compleja, pero sí bien definida, y de una brillantez táctica y práctica fuera de serie. Y de alguien que realmente creía en lo que decía, que decía todas las cosas en las que creía y que sabía reconocer cuando se había equivocado.
Hubo otros gobiernos militares con buenas intenciones y hasta con buenos resultados, como el del general Juan Velasco Alvarado, en Perú, quien desarrolló programas y planes estratégicos de alto contenido social --varios serían revertidos en los gobiernos siguientes--; pero, como en el caso de Perón, hubo mucha arbitrariedad personal en tales planes, y algunos terminaron en la ruina económica y, a la larga, en el rechazo popular. Otro caso fue el del general Juan José Torres, en Bolivia; duró menos de un año en la presidencia, pero se bosquejaba bien.
Torrijos no fue presidente de Panamá. Fue más que eso: modificó la Constitución de manera que lo convertía en un dictador de jure:
Artículo 277 – Se reconoce como Líder Máximo de la Revolución panameña al General de Brigada Omar Torrijos Herrera, Comandante Jefe de la Guardia Nacional. En consecuencia, y para asegurar el cumplimiento de los objetivos del proceso revolucionario, se le otorga, por el término de seis años [a partir de 1972], el ejercicio de las siguientes atribuciones: Coordinar toda la labor de la Administración Pública; nombrar y separar libremente a los Ministros de Estado y a los Miembros de la Comisión de Legislación; nombrar al Contralor General y al Subcontralor General de la República, a los Directores Generales de las entidades autónomas y semiautónomas y al Magistrado del Tribunal Electoral, que le corresponde nombrar al Ejecutivo, según lo dispone esta Constitución y la Ley; nombrar a los Jefes Oficiales de la Fuerza Pública de conformidad con esta Constitución, la Ley y el Escalafón Militar; nombrar con la aprobación del Consejo de Gabinete a los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, al Procurador General de la Nación, al Procurador de la Administración y a sus respectivos suplentes; acordar la celebración de contratos, negociación de empréstitos y dirigir las relaciones exteriores. El General Omar Torrijos Herrera tendrá, además, facultades para asistir con voz y voto a las reuniones del Consejo de Gabinete y del Consejo Nacional de Legislación, y participar con derecho a voz en los debates de la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimientos y de los Consejos Provinciales de Coordinación y de las Juntas Comunales.

Sin embargo, ni Greene ni Gabriel García Márquez ni Chuchú Martínez ni varias decenas más de la misma talla lo veían como un dictador (hubo quienes sí, faltaba más), y más bien parecía lógico y hasta deseable que fuera el hombre fuerte de Panamá, y que se eligiera a los presidentes que él dispusiera, y que éstos incluso fueran buenos presidentes.
No era un... uh... patriarca al estilo de Fidel Castro, ni el líder paradójico que --con Evita mediante-- fue Juan Domingo Perón; a veces, según cuentan, se movía con arbitrariedad, pero conocía sus límites y casi siempre había de por medio beneficios que llegaban a la población marginada, algún entuerto que deshacer, alguna causa noble. Y me cuesta escribir lo anterior porque los militares en el poder me producen un rechazo visceral, que después se puede convertir en motivos racionales, pero no tanto y no siempre.
Pienso en Torrijos y lo pongo junto a Hugo Chávez, y nada que ver. El primero era un estratega; el segundo es parte de una estrategia de la que evidentemente es la cabeza, pero sus alcances personales son limitados y demasiado ligados a su ego. En Torrijos, con todo, veo a un estadista; en Chávez, a alguien que no distingue sus palabras de lo que pasa a su alrededor, y sobre todo dentro de sí mismo. Quizá me equivoque, pero eso veo y la comparación es inevitable. Y hago constar que Torrijos nunca me cayó especialmente bien; nada más pienso en voz alta después de leer un libro que siempre me intrigó. Claro: la visión que Greene tiene de Torrijos es directa sólo hasta cierto punto, y está filtrada por su amistad con Chuchú, quien es el verdadero protagonista del libro.
Algunas citas:
--Cuando uno ve que el pasto ha crecido demasiado en un cementerio de pueblo [dice Torrijos], sabe que es un mal pueblo. Si no cuidan a sus muertos, no cuidarán a sus vivos.


Una de las cualidades entrañables de Omar era su deseo de escuchar lo que otros pensaban de los personajes con los que trataba. No se ofendió con mis sospechas sobre el jefe de estado mayor: simplemente las tomó en cuenta. En verdad tenía un respeto exagerado por el instinto para la psicología humana que tal vez es inherente a un escritor de ficción, y se sentía más seguro cuando García Márquez o yo simpatizábamos con el mismo hombre o la misma mujer que él. "¿Qué piensan de esto y de aquello?", las preguntas llegaban con facilidad a sus labios. Era fiel a sus amigos, a [Josip Broz] Tito, a quien veía como una figura paternal, a Fidel Castro, que combatió en el tipo de guerra en el que él anhelaba combatir, y su punto de vista no se alteraba con algo que pudiéramos decir nosotros, pero le daba gusto que nuestra opinión coincidiera con la suya, y así se alegró que yo simpatizara con George Price [primer ministro de Belice]. Quizá fue esta la única razón por la que nos mandó a Belice: para que un amigo pudiera conocer a otro.


--Cómo odio a los perros --dijo [Chuchú].
--¿Entonces por qué tienes uno?
--Es la única forma de conservar mi odio.

En el libro hay pasajes extensos acerca de Salvador Cayetano Carpio, de las impresiones contradictorias que Greene tuvo de él y de su suicidio. Las pondré otro día; ahora tengo sueño.