Diez años
Ayer hace diez años murió mi padre.
Por primera vez el síndrome de aniversario no me atacó desde días o semanas antes. Quizá tenga que ver con que el año pasado haya descubierto que me pasaba en un luto casi permanente y doloroso, y que ése no es el modo de llevar las cosas. No creo que a él le hubiera gustado, y sin duda a mí tampoco me gustaba, pero era bien difícil evitarlo.
Últimamente me ha dado por recordar algunos de mis sueños. En dos de ellos estaba conversando con él, y nos reíamos a carcajadas. No oía lo que decíamos, y no importaba. Estábamos juntos y podía escuchar su risa ronca; eso era más que suficiente. Las dos veces me desperté de un humor excelente, y ahora los recuerdio y sonrío.
Ha ayudado también que mi hija Eunice esté de visita. Hemos platicado bastante --el año pasado estaba demasiado enfermo y no pude disfrutar bien de su compañía--, hemos recordado, armado cosas nuevas... Hemos compartido bastante con Krisma y Valeria y, en fin, durante unos días, y por algunos más, la familia ha tenido otras características, y ha sido maravilloso.
Sigo extrañando a mi padre, en especial las largas pláticas y las risas, pero ya no me angustio. Igual, ¿quién dice que a los casi cincuenta y un años a uno no le hace falta su papá? Pero para eso están los sueños; allí he hecho vivir a algunos de mis muertos. (Sí, la abuela Mina me ha visitado un par de veces. Nos la hemos pasado bien.)
Por primera vez el síndrome de aniversario no me atacó desde días o semanas antes. Quizá tenga que ver con que el año pasado haya descubierto que me pasaba en un luto casi permanente y doloroso, y que ése no es el modo de llevar las cosas. No creo que a él le hubiera gustado, y sin duda a mí tampoco me gustaba, pero era bien difícil evitarlo.
Últimamente me ha dado por recordar algunos de mis sueños. En dos de ellos estaba conversando con él, y nos reíamos a carcajadas. No oía lo que decíamos, y no importaba. Estábamos juntos y podía escuchar su risa ronca; eso era más que suficiente. Las dos veces me desperté de un humor excelente, y ahora los recuerdio y sonrío.
Ha ayudado también que mi hija Eunice esté de visita. Hemos platicado bastante --el año pasado estaba demasiado enfermo y no pude disfrutar bien de su compañía--, hemos recordado, armado cosas nuevas... Hemos compartido bastante con Krisma y Valeria y, en fin, durante unos días, y por algunos más, la familia ha tenido otras características, y ha sido maravilloso.
Sigo extrañando a mi padre, en especial las largas pláticas y las risas, pero ya no me angustio. Igual, ¿quién dice que a los casi cincuenta y un años a uno no le hace falta su papá? Pero para eso están los sueños; allí he hecho vivir a algunos de mis muertos. (Sí, la abuela Mina me ha visitado un par de veces. Nos la hemos pasado bien.)