29 de mayo de 2007

¿Punto final?

No sé si dar muchas explicaciones sea sano o no. Creo que uno corre el riesgo de decir cosas que no debió, dar más información de la que querría y hacerse bolas, o reiterar --pero ampliadas-- las bolas anteriores.
Carlos Dada, ditector de El faro, publicó hoy una nueva aclaración acerca del retiro de la columna de Paolo, que --si no cambia de opinión por criterios de calidad-- puede encontrarse aquí. En lo que me parece la parte medular, dice:

La columna de Paolo la recibí yo el domingo 20 de mayo por la noche, justo enmedio del cierre y puesta en página de la edición del lunes 21, y cometí el error de no revisarla con el cuidado que amerita cada material que publicamos. En ese momento fui incapaz de ver que, cuando la pasé para publicación, estaba avalando un error (el que Paolo cometió con su columna) y cometiendo otro (publicarla). Ambos parten del mismo lugar: Paolo, en su columna, hacía afirmaciones que calumniaban y difamaban a un periodista, Ricardo Valencia, autor de un reportaje publicado en La Prensa Gráfica sobre la transferencia de armas de la KGB al Partido Comunista en los años ochenta.

Pues sí. Y, en el fondo, el del "error" fue el columnista, por escribir lo que escribió; el editor apenas habrá cometido un descuido.
Quizá hubiera sido bueno que Valencia dijera, en una nota, simplemente: "Eso no fue así, sino de este modo." Y listo. No veo difamación, o no veo que por eso se vaya a sentar precedentes jurídicos, ni por la afirmación de Paolo ni por la respuesta de Valencia. A lo sumo, una interesante discusión acerca del periodismo y sus alcances, en la que los protagonistas son precisamente los protagonistas, no las... uh... autoridades. Ah: porque la aclaración de Dada ocurre sin que uno pueda leer, en El faro, la nota acusada y recusada. Bien cómodo.
Y si mi tía tuviera ruedas.
Lo que me parece es que El faro se enfrenta a un replanteamiento ético (la "institucionalzación" de la que habla Dada). Durante nueve años mantuvo una línea, de pronto se modifica durante un número y al siguiente... bueno, se arma el relajo, como era de esperarse. No me parece que lo del retiro sea una excepción a la regla (o una confirmación de una regla "de calidad"), sino un nuevo punto de partida: cómo van a funcionar las cosas y bajo qué reglas a partir de ese momento. Por ejemplo, quizá empiece un rechazadero de columnas --he leído varias malísimas-- y así se pierdan colaboradores, en aras de justificar lo que pasó sólo una vez; o que se publique de todo, para mostrar apertura, y decaiga la sección de opinión. O qué sé yo. A lo mejor encuentran un buen equilibrio y hasta ahora he estado diciendo tonterías, que también puede ser. (Aunque me esté autodifamando, no voy a borrar este post.)
No tengo nada contra El faro. Al contrario. No tengo nada espacial con Paolo, excepto que a veces platicamos y nos reímos y que en La ventana venden unas ricas salchichas con col agria. Estoy desconcertado. Creo que el editor se aceleró, hizo algo que quizá no debió y ahora trata de salir lo más limpio posible. Y de algo así uno no sale limpio, y menos si sigue buscando responsabilidadesen otros lados que no sean el espejo.
Espero que todo sea para bien. Lástima por la columna.

28 de mayo de 2007

Paolo's upate

Pues sí, sensibilidades heridas. En la sección de cartas de El faro se publican las respuestas del reportero Ricardo Valencia y de su editor, Saúl Vaquerano, no acerca de la columna de Paolo Luers, sino en contra del propio Paolo. Me parecen viscerales y, perdonen la franqueza, más dignas de una hija de dominio ofendida que de periodistas que andan en lo que se supone que andan. Por ejemplo lo que dice Vaquerano:

No es primera vez que leo con tal atención a Lüers. Porque con frecuencia escribe con lucidez, con ecuanimidad, con amenidad, con agudeza y a salvo de garbos absurdos. Porque, antes que juzgar, argumenta. Porque, antes que inventar, averigua. Porque, antes que usar los dedos de las manos en su computador, los conecta a su cerebro. En fin, porque me da la impresión de que es un periodista que tiene algún respeto por el periodismo. ¿O lo tenía? ¿Qué cortocircuito desafortunado le hizo mezclar opinión con falso testimonio? ¿Acaso una falla de sinapsis le jugó una mala pasada? ¿Tal vez una disfunción sicomotora no coordinó sus pensamientos con lo que los dedos escribían? Quién sabe. Pero el producto habla de la fábrica de la que sale, y la columna de Lüers ensucia, injustificadamente, el nombre de algunas personas.

El periodismo es un oficio que requiere de dos cosas: pasión y sangre fría (además de técnica, ejem). En este asunto se han movido más por lo primero que por lo segundo y, si se lee las cartas, hay más necesidad de destruir que de aprender algo. Y hay muchas cosas que aprender. Siempre.
Sigo sin entender qué diablos pasó allí. Creo que sería interesante que se contara La Verdadera Historia, porque lo que veo no pasa de berrinches (y no incluyo en ello a Paolo, y no necesito defenderlo, que para eso tiene dientes).
Ya luego hablaré de mi relación con periodistas desde este lado de la barrera, es decir desde el lado del que es entrevistable y carne de noticia. ¡Terrible!

Fueros del editor y la última de Paolo

Hay fueros que a los editores se les dan por descontados, como el título de las notas y, casi siempre, de los artículos de opinión, aunque allí el asunto es negociable. Con mis notas de Centroamérica 21 el contenido lo decido yo, y eso está claro, pero le dije a Geovani Galeas que les pusiera los títulos que le parecieran pertinentes; cuando he estado de editor, casi siempre me he reservado los títulos. Igual le pongo un título tentativo, y a veces ha quedado así. En el caso de hoy, le había puesto "Mitos y caricaturas", así, limpiecito y sugerente. Veo la revista y encuentro que Geovani le cambió a "El mito de Schafik". Me tiro una carcajada nerviosa, porque es el título adecuado de un editor, aunque me daba un poco de nerviosismo ponerlo como articulista; algo de corrección política le queda a uno en alguna parte, y algo de temor de decir las cosas claras tan de entrada.
La nota trata acerca del tema de la KGB, el Partido Comunista Salvadoreño y su participación en la guerra, que --me parece-- seguirá sonando unos días más. A mí me tocó estar en las FPL, y creo que la perspectiva sectaria aún no se me quita, porque parece que me tomo ciertas displicencias hacia el PCS. Y lo bonito es que, en lo relativo a eso, otro de los columnistas de la revista, Berne Ayaláh, de algún modo contesta algunas de mis aseveraciones y reivindica aquí --con razón, como ex combatiente del PCS que es-- el papel de su organización en la lucha de los ochenta. Igual podemos no estar de acuerdo, o yo seguir pensando lo mismo, pero su punto de vista me parece válido y valioso... y todo a unos pixeles de distancia. Si así se pudiera discutir y convivir siempre...
Y a veces se puede, aunque un poco tarde.
Paolo Luers publica hoy su última "Columna transversal" en El faro y, curiosamente, su contenido es tanto o más fuerte que la que se retiró de la edición de la semana pasada. Los señalamientos, me parece, son más profundos y, en suma, sigo sin entender por qué quitaron la anterior. (Puede encontrarse íntegra en la sección de comentarios del post anterior, es decir aquí, por cortesía de El-Visitador, aunque también me la enviaron otros compañeros, Paolo incluido. Gracias a todos. También está en el blog ¿Y si fuera posible?, que lo tomó de este blog.)
En algún momento dice Paolo algo que me parece bastante maduro y acertado:

No había necesidad ninguna que El Faro suspenda la columna, sólo porque tenemos un dilema, aunque sea en un punto de gran importancia de su definición como medio. Si El Faro llega a este extremo de suspender mi columna, tengo que aceptar que sus dueños y directores perdieron la confianza en mi criterio, en mi integridad, en mis intenciones en el uso de la crítica. Para ser columnista, no necesito que los editores estén de acuerdo con mis puntos de vista, ni siquiera con mis métodos. Pero sí necesito saber que me tienen confianza.

Hay otro par de columnas el El faro en las cuales se discute el acierto o no de retirar la columna y de Paolo al escribirla. Creo que esa apertura es un tanto tardía (o más bien: retirar la columna fue una falta de apertura un tanto tardía, a nueve años de fundada la revista), y espero de corazón que el hecho no afecte seriamente la credibilidad de El faro, ganada a pulso. En serio que un "incidente" así puede hacer mucho daño, sobre todo si no se ven claros los motivos, más allá de lo que Paolo o los editores pudieran decir, que no aclara mucho. A menos que la idea fuera deshacerse de Paolo --lo dudo--: si había un modo, era ése.
Ahora bien, veo un ejercicio interesante e importante de honestidad en la columna de Ricardo Ribera, a quien no conozco, por cierto. Al terminar de elaborar su columna, se enteró del retiro de la nota de Paolo y, aunque su texto contiene un fuerte ataque a éste, hay un paréntesis al final en el que plantea puntos básicos de solidaridad, reconoce los puntos acertados o "no negativos" de su adversario y habla de la necesidad de que los lectores de El faro conozcan la columna que se retiró.
Para ser sincero, no sé qué pensar ni qué hacer. Creo, por lo poco que puede verse, que hubo sensibilidades heridas --y más bien hipersensibilidades-- y apresuramiento de parte de los editores. He creído en El faro desde que comenzó a aparecer, y leo regularmente buena parte de su contenido. ¿Quiero seguir leyéndolo? Supongo que sí. Pero hoy que lo vi recién puesto en internet sentí una cierta molestia, incluso al encontrar que se incluía la última columna de Paolo y las críticas a la anterior. No es que esté de acuerdo con él siempre, y a veces no lo estoy durante semanas, pero es de las que no me pierdo --o perdía--, y lo primero que busco --o buscaba-- en El faro. Me molestó también que se trate "tan abiertamente" el tema en este número. Esperaría que un gesto de autoridad fuera seguido por otro, aunque fuera por coherencia; no se puede jugar --creo-- a las dos cosas al mismo tiempo. Cuando uno mete la pata, hay que meterla completa, o el juego no tiene chiste.
Antes de reproducir mi columna, como todas las semanas, creo que vale la pena leer:
1. La plática de Teresa Andrade con Sunshine, una chava salvadoreña adicta al sexo virtual por internet. Lo bonito es que no se trata de una entrevista sino, en efecto, de una plática entre dos jóvenes con criterios diferentes.
2. La entrevista de Alejandro Labrador con Héctor Dada Hirezi. Sobre todo en la segunda mitad, hay excelentes observaciones acerca de la situación política "preelectoral". (¡Pero si faltan dos años...! ¡Qué perdedera de energías!)
3. La entrevista de Geovani Galeas con Nacho Castillo. Nacho deja bien clara su posición --y me parece correcta-- de cerrar el teléfono en su programa debido a la jodedera de los trolls. Me parece que Geovani se toma un poco más en serio de lo que valdría la pena las estupideces que se publican en más de un blog de los alrededores, aunque me parece correcto lo que dice en el editorial de la revista, que se lee aquí.
4. Enfoques saca un buen reportaja acerca de la... uh... ley contra los atentados a la religión, en especial la católica. ¡Qué terrible asunto! Hay una entrevista con Rodolfo Parker, el promotor de la ley, que sería terriblemente graciosa de no ser por su patetismo. Una ley que requiera de tantas interpretaciones, consideraciones extrajudiciales y de jueces estúpidamente religiosos y acríticos no sólo es indefendible y anticonstitucional, sino que también --como comentábamos con un compañero de La Casa-- desvía los trabajos del sistema judicial a... híjole... quién sabe a dónde... Todo un gastadero de recursos en sostener algo insostenible, justo cuando hay que usar el sistema judicial para lo que se debe.

El mito de Schafik
Rafael Menjívar Ochoa

La política requiere de mitos, al igual que las religiones, los clubes sociales y los equipos de fútbol.
Junto con la acepción literaria (“fábula, ficción alegórica, especialmente en materia religiosa”), la Real Academia ofrece otras dos: “Relato o noticia que desfigura lo que realmente es una cosa, y le da apariencia de ser más valiosa o más atractiva” y “persona o cosa rodeada de extraordinaria estima”.
La reciente aparición de un reportaje en la revista Enfoques de La Prensa Gráfica acerca de la participación de la KGB en la guerra salvadoreña, que habla de toneladas de armas de la Unión Soviética a la insurgencia, por gestiones de Schafik Hándal, parece ser, si no la culminación, uno de los puntos álgidos de la creación de un mito que ha resultado conveniente para la derecha más dura y –podría creerse– para la izquierda institucionalizada.
Entre los mitos de la posguerra referentes al PCS se encuentra el de que contaba con combatientes en todos los frentes, y de allí se ha saltado a que llevó el peso de la ofensiva de 1989. Y había gente del PCS en todo el país: contaba con un centenar de combatientes en total, en pequeños grupos que se asentaban a la sombra de las organizaciones mayores. Su participación práctica en la guerra fue simbólica.
Otro mito es el de Hándal como uno de los dirigentes más “radicales” e intransigentes de la izquierda. En realidad los comunistas (entendidos como el PCS, no como burdamente se usa) se opusieron tradicionalmente a la lucha armada, y cuando entraron en ella, a finales de 1979, buscaron una pronta negociación para regresar a los “mecanismos burgueses” de hacer política.
En 1932 –se sabe ahora– el PCS no fue el organizador de la insurrección campesina, sino que se vio arrastrado por un movimiento que lo rebasó: su apuesta eran las elecciones legislativas, en las que participó mientras se desarrollaba la matanza, con sus máximos dirigentes en la estacada. También apoyó el golpe de Óscar Osorio, en 1948. El apoyo continuó cuando fueron encarcelados y torturados, en 1952, varios de sus cuadros, como Cayetano Carpio, Tula Alvarenga, Celestino Castro y Gabriel Gallegos Valdés.
En 1962 armó el Frente Unido de Acción Revolucionaria, con miras a iniciar la lucha armada. Su máximo dirigente era Hándal. Según testimonios, se envió cuadros a entrenarse a Cuba, y hubo cierto adiestramiento en El Salvador, con armas de madera, pero se evitó la adquisición de armas de verdad. El FUAR, en sus dos años de duración, se dedicó a labores de “pinta y pega”.
El PCS se escindió en 1970 alrededor del tema de la lucha armada. Su secretario general, Carpio, fundó las FPL, y lo sustituyó Hándal, quien le apostó a las elecciones, en alianza con socialdemócratas y democristianos. Sus fuerzas sindicales y sociales quedaron como base de apoyo electoral –algo similar a la situación actual–, y denunció a los grupos radicales como “aventureros” y “eslabones de la CIA”.
Tras la crisis de abril de 1983 (el asesinato de Ana María, el posterior suicidio de Marcial), el PCS prácticamente tomó el control político del FMLN. Su apuesta fueron las negociaciones inmediatas, con amplias alianzas y una fuerte presión militar, pero sin intenciones de ganar. Las grandes unidades que el FMLN estaba construyendo se desarticularon para formar pequeños grupos, sin posibilidades de contender contra un ejército más poderoso en la lucha frontal.
Aunque se sostiene que la ofensiva de 1989 buscaba la toma del poder, en el exterior se dijo que estaba destinada a forzar negociaciones de paz. Poco antes, el FMLN ofreció el abandono de las armas a cambio de garantías para insertarse en la vida política y participar en elecciones. La propuesta fue desestimada por los gobiernos de Duarte y Cristiani.
Cuando en las últimas elecciones presidenciales se armó una campaña contra Schafik Hándal, firmada por un homónimo de quien esto escribe, lo que se veía –además de mal gusto– era una caricatura burda del FMLN y su máximo dirigente, tan alejada de la realidad como es posible estarlo. Pero no fue la derecha la que hizo el bosquejo: se basó en un mito que sigue armándose, y que no le hace ningún favor a la izquierda.

26 de mayo de 2007

Qué raro lo de Paolo Luers

Hace unos días escribí un post titulado La KGB, Cayetano y el silver-roll, que tomaba como pretexto un artículo de Paolo Luers titulado "El PC y su madre la KGB". Como casi todo lo que escribe Paolo me pareció fuerte, divertido y, desde luego, irritante, que es la característica principal de sus notas, sin que ello vaya en su contra. El martes o miércoles por la noche me llamó una buena amiga para decirme que El faro lo había retirado y, a cambio, había puesto una nota de disculpas, que --si no la quitan también-- debe estar aquí; que lo único que quedaba del artículo era lo que está en mi post.
La nota dice:

El Faro ha decidido retirar de esta edición la columna de Paolo Luers titulada “Del PC y su madre KGB”, que originalmente apareció publicada el lunes 21 de mayo en este espacio. La dirección del periódico tiene reservas sobre la veracidad de algunas de las aseveraciones vertidas en la columna de Luers, referidas a las fuentes y la manera en que se llevó a cabo un reportaje del periodista Ricardo Valencia publicado recientemente en la revista Enfoques de La Prensa Gráfica.
El Faro asume la responsabilidad por no haber aplicado en el momento oportuno los filtros de calidad necesarios y lamenta los posibles efectos de este hecho para el periodista, su publicación o nuestros lectores.

No me voy a poner a hablar cosas acerca de la libertad de expresión y todo eso, porque uno siempre termina poniéndose llorón, sacerdotal o confundiendo gimnasias con magnesias. Creo que todo medio de comunicación tiene una línea editorial (una apuesta política), que debe moverse dentro de ella, con márgenes tan amplios como pueda o quiera, y que ya sabrán los editores qué publican, qué no y --en el caso de un medio electrónico-- qué retiran cuando ya esté publicado. Es su apuesta y su responsabilidad ante sus lectores y ante ellos mismos; colaboradores siempre habrá. Paolo, como periodista curtido, sabe que sus escritos siempre se mueven in the edge, y en esos casos uno asume su responsabilidad de antemano. Y ya sabrá uno si quiere seguir escribiendo o no en el lugar de antes.
Lo que me extraña es que he leído notas mucho más duras que la que escribió acerca de la KGB y el PC salvadoreño, con más nombres y apellidos, especulaciones mucho más fuertes y tonos bastante más elevados. Y me extraña, también, la ambigüedad de los argumentos de El faro: que es dudoso lo que escribe acerca del modo en que Ricardo Valencia llevó a cabo el reportaje y sus fuentes, y que tiene "reservas".
Según recuerdo (por desgracia no guardé el artículo de Paolo, como a veces hago; si alguien lo hizo, agradecería que me lo enviara), lo más que decía al respecto era que de seguro Valencia había viajado a La Habana por contactos del PCS, ya que no veía otro modo en que un reportero pudiera conectarse --precisamente en La Habana-- con un agente retirado de la KGB. No sé si sea cierto, pero suena lógico. Si me preguntan, y si fuera mi decisión --obviamente no lo es--, lo que correspondía era que Valencia respondiera a las "acusaciones", si es que se le daba la gana, y me parece que, en caso de respuesta, bien podía usar un tecnicismo ("no voy a revelar mis fuentes") o decir tanta verdad como quisiera.
Otra cosa que decía Paolo era que Valencia se había creído lo que le habían dicho sus fuentes primarias y no se había puesto a cotejar con otras, en busca de contrapartes. No sé a los demás, pero a mí me resulta obvio que así fue. (Lo que me pueda constar personalmente me lo reservo por ahora.) Los datos están tan bien manejados que un lector poco avezado no se da cuenta de que no tienen mucho sustento, y están llenos de vacíos y ambigüedades. Por ejemplo, hablé con algunos ex militantes del ERP y me dijeron que en efecto existió un lote de armas de la URSS, y que muy pocas entraron de Managua a El Salvador por un motivo sencillo: eran inservibles. Eso es consistente con la política de la URSS hacia el FMLN (que se negociara y se acabara la guerra de una buena vez): mandar un montón de armas es un gesto político, y que no sirvan también. Eso si las personas con las que hablé tienen razón. Si no, queda la teoría de la triangulación: eran para Nicaragua, llegan a través de Cuba, y los sandinistas las remiten al FMLN. Total, especular es gratis. Como editor de Enfoques (que no lo soy ni de cerca), no hubiera dejado pasar el reportaje, por el simple hecho de que estaba incompleto y sin contrapartes.
La otra es que Paolo decía que Valencia le parece un periodista talentoso --también lo comparto--, pero que aún le falta, y le da, basado en el reportaje, algunos consejos, entre ellos que no crea tan fácilmente en una revelación como la que le hicieron, que puede venir envenenada (no usó esa palabra, pero vale). Seguro que eso debió ser irritante para el reportero, y allí hubiera sido interesante su respuesta. No por el morbo de ver a dos personas peleando, sino porque de seguro se hubiese desatado un interesante debate acerca de periodismo que buena falta nos hace. Se publica casa cosa, y con tan poca consistencia en nuestros medios de comunicación...
Lo otro es que la "aclaración" de El faro me parece ofensiva para Paolo, innecesariamente: eso de asumir "la responsabilidad por no haber aplicado en el momento oportuno los filtros de calidad necesarios" suena a golpe bajo. La calidad de un reportaje se puede medir técnicamente; la de una opinión, salvo insultos, difamación o crímenes contra la gramática, no. Va en gustos, e igual se publica cada cosa... Paolo, hasta donde sé, no estaba haciendo un reportaje, sino dando su opinión acerca de uno, dentro de márgenes admisibles (insisto: ha escrito cosas más fuertes y no se ha dudado de su "calidad").
¿Qué veo en el retiro del artículo y en una aclaración que resulta extrañísima en un medio que se ha caracterizado por su apertura politica, ideológica y de la que sea? (Por eso de vez en cuando me he atrevido a escribir allí.) Sensibilidades heridas, apresuramiento y un modo no muy periodístico de resolver un problema que no existía. Ahora quizá exista un problema, de la magnitud que uno quiera imaginarse, pero ya dije que de eso no voy a opinar.
Lástima. Diez años de trayectoria pueden sufrir más de lo que uno quisiera por un detalle de ese tipo. Ojalá no ocurra; leo El faro desde que se fundó (aún vivía en México) y siempre me pareció de lo más interesante que podía encontrarse, junto con Vértice y --ni más ni menos-- Enfoques.
Ah: mi nota de la próxima semana en Centroamérica 21 trata también de lo que se dice en el reportaje de Valencia, desde otro ángulo. Ya lo pondré por acá, como siempre.
(Busco el reportaje sobre la KGB, que debería estar aquí, y me da error. Ojalá sea sólo provisional.)

23 de mayo de 2007

Literatura por correo electrónico

Anoche vino a casa Aquél Cuyo Nombre Sólo Puede Mencionarse Bajo Circunstancias Extremas (Y No Todas Las Circunstancias Extremas, Ni Pronunciarse El Nombre Completo) y preparó, junto con Krisma, una mezcla de chop suey y chow mein bastante notable, de pollo con ejotes chinos (se ven con los ojos rasgados; igual son de otro lugar de por allá) y verduras varias.
Después de comer, Krisma le dijo que iba a trabajar con sus alumnos, en parte, a través de blogs, y Aquél Que Les Conté le recomendó que usara el Google Reader para llevar control sobre las actualizaciones.
Hasta ahora he checado a mano los blogs de los amigos y otros más, o sea que me llevo un buen rato para enterarme de que no los han actualizado. Hoy por la mañana me puse a jugar con el Reader y puse todos los blogs que veo y algunos más, como Letras libres de México y todo lo que haya de arte y cultura de El País, además de esa maravilla que se llama The Onion, un compendio de noticias extravagantes. No sé si voy a ser feliz, pero al menos veré de un golpe quiénes han actualizado sus blogs y quiénes no, y de paso comí un rico híbrido de chow mein y chop suey. (Nota: hay que comprar salsa de soya mañana; nos toca supermercado.)
El asunto es que hace un rato me llegó una noticia de El País donde se habla de que uno puede recibir libros completos (por ejemplo Moby Dick, si quiere) por correo electrónico o por RSS, a la manera de los viejos folletines por entregas. Me fui a meter a Daily Lit y ya me suscribí a los poemas de Eliot, que me llegarán en 25 partes, una por dia, y los de Emily Dickinson, que me llegarán ¡en 444!, los lunes, miércoles y viernes. Ah: porque puede uno pedir que los textos lleguen diariamente, de lunes a viernes y una vez a la semana.
No, no voy a revisar qué títulos tienen; si lo hago, seguro el tiempo que voy a ahorrar en ir de blog en blog me lo voy a gastar con creces en leer --y no todo-- lo que haya por allí. En vez de solucionar problemas con el Google Reader, me voy a meter en angustias.
Ojalá que alguien ponga un portal parecido en español. Y, pensándolo bien, no sería difícil hacer uno así de literatura salvadoreña... Uhm...
En fin. Hora de ir a La Casa.

21 de mayo de 2007

La KGB, Cayetano y el silver-roll

Esta semana, Paolo Luers publica en El faro un irónico artículo acerca del reportaje publicado a su vez en la revista Enfoques, de La prensa gráfica en las semanas pasadas acerca de las no sé cuántas toneladas de armas que la Unión Soviética habría dado al Partido Comunista en los ochenta a través de su dirigente máximo, Schafik Hándal. Paolo abre su artículo así:

El cuento sobre la incidencia del KGB en la guerra salvadoreña, publicada pomposamente por La Prensa Grafica, hizo el milagro de hacer feliz, al mismo tiempo, al PC y a ARENA. Ambos necesitan que la gente crea que el PC y su madre KGB hayan jugado un papel importante en la guerra. Uno para justificar su rol dominante en el FMLN, cuando durante la guerra generosamente dejó a las demás organizaciones las tareas de combatir, de construir y defender frentes, de establecer control territorial, e incluso la estratégica tarea de abastecer a los frentes de armas y pertrechos. Y ARENA obviamente está feliz de tener al fin “la prueba” de su vieja tesis de que el país estaba siendo atacado por el comunismo internacional y no por el encachimbamiento histórico de sus campesinos y estudiantes. Pueden seguir haciendo campaña electoral contra el enemigo eterno.

El Partido Comunista era, junto con el PRTC, la organización armada más pequeña del FMLN, y no la más beligerante. En 1989, con la ofensiva "Al Tope" en puertas, por ejemplo, ofreció al gobierno de José Napoleón Duarte la desmovilización de las fuerzas insurgentes, la entrega de armas, la incorporación a la vida civil con un mínimo de garantías y la conversión del FMLN en un partido político legal. Duarte desde luego se negó, quizá porque le quedaba poco tiempo en el poder, seguramente por y con desconfianza. Señala Gabriel Gaspar Tapia, en su libro La transición en América Latina (Centro de Investigación y Acción Social, A.C., y Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Iztapalapa, Colección CSH, México, México, 1991):

El FMLN sorprendió a todo el mundo con su audaz oferta de participar en las elecciones a cambio de sustanciales modificaciones en el sistema político. [Nota al pie en el original: En la tercera semana de enero, el FMLN lanzó una oferta de suspensión temporal de las hostilidades, de participación en las elecciones presidenciales, apoyando a Guillermo Ungo, y solicitó una prórroga de los comicios a fin de facilitar su incorporación. Con posterioridad, logró sentar a la mesa de diálogo a todos los partidos políticos en una larga reunión en Oaxtepec, México, donde mejoró su propuesta llegando a ofrecer su desmovilización a cambio, entre otras cosas, de que el ejército redujera su contingente a los efectivos que tenía a comienzos de los ochenta (15 mil) y un proceso a los culpables de violaciones a los derechos humanos. Al no prosperar estas negociaciones, el FMLN denunció la falta de voluntad política del gobierno de Duarte y lanzó un feroz boicot a las elecciones de marzo de 1989.] Un conjunto de atentados cometidos en contra del movimiento sindical (entre ellos una feroz acción dinamitera en que pereció la dirección de FENASTRAS), motivó el retiro del FMLN de las negociaciones, aduciendo la falta de voluntad política por parte del gobierno de Cristiani para llevar adelante una negociación seria.

Según el mismo autor, el sucesor de Duarte, Alfredo Cristiani simplemente rechazó la idea:

La ausencia de grandes combates y la desaparición de las unidades fuertes de la guerrilla fue percibida por el ejército como un debilitamiento de la insurgencia y una evidencia de su propio triunfo en la guerra. Esta percepción de victoria de las fuerzas armadas, aunada a los éxitos de la ofensiva política de ARENA contra la democracia cristiana, fueron los pilares del optimismo que la nueva derecha exhibió en la reciente campaña presidencial.

La suavización de las condiciones de negociación daba al régimen señales de debilidad, correctas o no. El viraje político operado a partir de la muerte de Salvador Cayetano Carpio, el 12 de abril de 1983, quien era el duro dentro del FMLN, produjo también un viraje radical en la táctica militar, que tendría consecuencias estratégicas severas: aun en la ofensiva "Al Tope", el FMLN ya no tenía capacidad para enfrentarse al ejército de manera definitoria. Sigue diciendo Tapia:

[En los años anteriores] la guerrilla llevó a cabo un reordenamiento estratégico, desmontó las unidades regulares que había construido en los inicios de la guerra y estableció la estrategia de “concentración y desconcentración” de sus fuerzas. De esta manera surgieron centenares de pequeñas patrullas insurgentes que hostigaron al ejército en múltiples y cotidianos enfrentamientos de desgaste. Asimismo, junto con un agotador sabotaje a la infraestructura económica, realizaron combates de mediana envergadura en los que reunían diversas secciones que se separaban una vez alcanzado el blanco. El ataque y la destrucción del cuartel El Paraíso en Chalatenango a comienzo de 1987, junto con la ofensiva de 1989, son los mejores ejemplos de esta táctica guerrillera.

Como sea, con las 15 mil armas y la cantidad de municiones de las que habla el reportaje de Valencia, no sólo se hubiera podido hacer un buen lío, tomando en cuenta que tocaba de a unas 1,500 armas por cada combatiente del PC, y a casi dos por cada combatiente del FMLN. Lo de los misiles... Híjole... Hasta donde sé, las FPL tenían algunos. El gran enojo de un compañero que se pasó la guerra en Chalatenango es que nunca les permitieron usarlos, quizá por los motivos que Luers señala en su artículo (eran elementos de negociación bastante poderosos que se colocaron en la mesa de Nueva York; su objetivo no era servir para pelear una guerra). No sé dónde haya conseguido sus misiles las FPL, y tampoco me imagino dónde los guardaría la gente del PC: esas cosas son incómodas de manejar, y se necesita de gente, lugares y recursos que el PC quizá no tuviera en el campo, menos aún en las condiciones de perpetua movilidad en que se encontraban y menos todavía a la sombra --como estuvieron-- de las organizaciones mayores.
Un detalle que Paolo no menciona, porque da por buena la información, es que la Unión Soviética quitó casi todo el apoyo de tipo militar a las fuerzas guerrilleras salvadoreñas a partir de 1980, y más bien presionó a Cuba y Nicaragua, junto con Estados Unidos, para que a su vez presionaran para una solución negociada inmediata. (Fue uno de los factores que culminaron con el asesinato de la comandante Ana María y con el suicidio de Marcial.) La falta de detalles del reportaje de Valencia suena, si uno piensa en cómo funcionaban las cosas, a una triangulación de armas de la URSS a Nicaragua a través de Cuba, y a que los nicaragüenses pudieron desviarlas para El Salvador, y no necesariamente --o no solamente-- al PC. Lo "nuevo" es la presencia de Schafik negociando armas y la KGB de por medio. Creo que la idea es empezar a generar un mito con la imagen de Schafik por delante; creo que ha prosperado bastante.
En líneas generales, había dos tendencias dentro del FMLN, sobre todo tras la muerte de Carpio: los que seguían la línea soviética de negociaciones rápidas, para retirar a El Salvador del tablero de la confrontación Este-Oeste --nunca lo estuvo--, es decir el PC y, hasta cierto grado, las FPL bajo el mando de Sánchez Cerén, y los que recibían recibían apoyo de Cuba, es decir los demás, en especial el ERP. Dentro de la agenda cubana estaba también la negociación del FMLN, pero en términos menos ominosos que los que pretendía Moscú.
En otras palabras, me parece que hay muchas lagunas en el reportaje que se han llenado con retórica y ambigüedades y que, en efecto, que Valencia agarró la "bola envenenada". Y está bien, qué rayos; aún queda tiempo y vida para buscar otras versiones, que de seguro las hay. Ésa me parece tan valiosa como las que faltan.
Ya me extendí en el tema, y me había prometido no escribir al respecto (cosas de uno), pero el artículo de Luers me gustó.
La idea no era meterme en polémicas, sino reproducir, como en las semanas anteriores, mi columna en Centroamérica 21, que ahora trata acerca de Salvador Cayetano Carpio y de su inocencia legal explícita en el asesinato de la comandante Ana María. (Ya he hablado de eso en este blog.) Se puede encontrar aquí. También aparece otra nota mía para la sección "Exodus", titulada "Mi abuelo, el silver-roll", que está aquí.


Cayetano Carpio, un asunto pendiente
Rafael Menjívar Ochoa

El 6 de abril de 1983 se produjo el salvaje asesinato de Mélida Anaya Montes, comandante Ana María, en las afueras de la ciudad de Managua. Un comando armado, en connivencia con los escoltas de la antigua dirigente magisterial, la degolló y le dio más de ochenta golpes de picahielo.
Seis días después, el comandante Salvador Cayetano Carpio, comandante Marcial, se suicidó de un disparo en el corazón. Junto con la noticia, se dio a conocer que el comandante Marcelo, responsable de inteligencia y seguridad de las FPL, había sido el autor intelectual del asesinato de Montes, perpetrado por gente bajo su mando. Marcial, impactado por la evidencia, se habría quitado la vida.
Unos meses después, el gobierno sandinista y el FMLN cambiaron la versión: el autor intelectual del crimen había sido Marcial, Marcelo sólo fue el ejecutor y, descubierto el complot, el primero se quitó la vida. De ese modo, uno de los más importantes dirigentes sociales latinoamericanos, con cuarenta años de luchas, pasaba a convertirse en un simple asesino, y así se mantiene en el imaginario de la izquierda.
Lo que nunca se dijo es que, en el juicio celebrado en Managua un año después, en el cual se condenó a Marcelo, Carpio fue exonerado de manera explícita por el juez del caso. Es decir: desde marzo de 1984, Carpio es legalmente inocente del asesinato de Ana María, algo que la dirigencia del FMLN ha olvidado decir en los últimos 23 años, quizá en espera del momento adecuado, que aún no llega.
Antonio Morales Carbonell, en el libro Nuestras montañas son las masas (Edition Del Keil, Viena, 1999), reproduce una parte del expediente del juicio contra Marcelo. El abogado defensor del caso, el 15 de marzo de 1984, solicitó “que se consigne en la sentencia a dictarse si se han aportado o no pruebas que permitan tener a Salvador Cayetano Carpio junto con Marcelo, como coautor intelectual. La procuraduría lo ha mencionado como tal y en honor a la verdad histórica debe hacerle relación a este asunto en su sentencia. Hasta el momento la procuraduría no ha presentado ninguna.”
El juez del Juzgado Segundo del Distrito del Crimen en Managua, sentenció que, “de conformidad con el art. 186 del Código de Instrucción Criminal, en razón de su fallecimiento debe sobreseerse definitivamente en la presente causa a Salvador Cayetano Carpio (Marcial), mencionado por la Procuraduría Penal como autor intelectual del delito investigado. Siendo opinión de esta autoridad que se adhiere a lo expresado por el defensor Gutiérrez Mayorga en su escrito de defensa, que no fueron aportadas pruebas en el proceso que respalden tal imputación.”
Aceptada la inocencia de Carpio, quedaría el “misterio” de su suicidio, un tema que requiere de mayor investigación y espacio que una simple columna en una revista semanal.
Por de pronto, la tumba de Carpio se encuentra desde hace más de una década en el cementerio de Santa Tecla. En algún momento de los noventa, un amigo de Carpio y su esposa, Tula Alvarenga –sindicalista histórica si las ha habido–, logró que los sandinistas “liberaran” los restos del comandante, enterrados en la base militar de Jiloá, en Managua. Hubo una condición, tácita o explícita: que los restos se trasladaran a El Salvador sin ruido ni ceremonia. Así se hizo.
Hasta hace poco era apenas un bloque de ladrillos, una capa de cemento y un par de manos de pintura de cal. Había sólo un rótulo muy pequeño que la identificaba: “Familia Carpio–Alvarenga”.
La tumba se ha ido llenando de cosas: una cerca de metal, luego una bandera de las Fuerzas Populares de Liberación colocada en un palo largo. Después, mosaicos, más estructuras de metal, más banderas y, de tarde en tarde, ramos de flores, hojas volantes, ofrendas de todo tipo, casi todas anónimas.
Parece que cada vez hay más personas que esperan que alguien diga un poco de la verdad. Sólo un poco. Lo demás llegará solo.

20 de mayo de 2007

Otros libros

Carlos Parada vino ayer a La Casa del Escritor junto con Arturo Salcedo, quien también aparece en la foto que se encuentra en el link que abre este post. Ambos vinieron de Washington para participar en el festival de poesía El turno del ofendido, y --¡gracias!-- se tomaron un tiempo para conversar.
Carlos me trajo tres libros. El primero de ellos es una joya: Weakness and Deceit. U.S. Policy and El Salvador, de Raymond Bonner, corresponsal de The New York Times en nuestro país en diversas ocasiones, entre 1980 y 1984. Lo había buscado en vano durante mucho tiempo (digamos desde 1984, fecha de su publicación) y ahora lo tengo aquí, al ladito, y ya voy bien avanzado en la lectura.
A partir de los artículos que Bonner publicó en el Times, armó un libro interesante e importante. No se trata del clásico libro realizado por un periodista estadounidense que
a) Consigue un montón de datos, saca una conclusión y busca quién se la confirme,
b) Viene, se entrevista con quien puede, va a algunos lugares y, desde su hotel, buenamente hace lo que le sale de una situación que no logra comprender del todo,
c) Tiene una visión política previa y, pase lo que pase, sólo viene a confirmarla.
Lo que hizo Bonner fue un trabajo a fondo, bien a fondo, con una buena cantidad de fuentes, desde funcionarios de alto nivel de la Casa Blanca y el Departamento de Estado hasta las balaceras en las calles de San Salvador, con su pellejo de por medio. Hay una investigación bien seria acerca de la poco sutil relación entre los cuerpos de seguridad, los escuadrones de la muerte, el ejército y los gobiernos de José Napoleón Duarte y Álvaro Magaña, y de cómo el gobierno de Estados Unidos fue una pieza clave en una estructura de represión y muerte que conocía a cabalidad. Si hubiera tenido este libro cuando escribí Tiempos de locura, la vida hubiera sido un poco más fácil para mí, y quizá no me hubiera costado tanto encontrar precisamente esa relación.
Lo más importante es que el libro está escrito y publicado en plena época de la guerra, y muestra un panorama espeluznante de lo que era el país no sólo en lo militar, sino también en lo social y en la economía de los pobres (y de los ricos, claro), de la situación en las calles, de la crudeza, la irracionalidad y la estupidez de la represión, y de cómo las luchas tenían sentido, objetivo y justicia. Un trabajo fino de periodismo. Quizá, cuando lo termine de leer, ponga algunas reflexiones en mi columna.
Otro de los libros que me trajo Carlos es una maravillosa edición casi artesanal del libro The Immigrant Museum, del salvadoreño Quique Avilés. Se advierte en la introducción:

The poems in The Immigrant Museum were created to be spoken out loud. Quique Avilés is primarily a performer, so each poem was conceived and written with a live audience in mind.

Se trata de textos acerca de la migración a Estados Unidos, del choque cultural, etcétera. Interesantes vistos desde la perspectiva que se le da en la introducción. Pero la edición es una belleza sin la menor duda. Cada página es, visualmente, una obra de arte del diseño (si ambos no son contradictorios), hecha con minucia y evidente cariño. Pocas veces había visto un libro tan bonito, que diera tantas ganas de tenerlo en las manos. Lo interesante es que los poemas, se lean o no, son parte visual de todo el concepto. Es preferible leerlos, por supuesto, pero ése es otro asunto. Un lindo libro-objeto.
Y Carlos me regaló también Pasajeros en el tiempo / Passengers in Time, del también salvadoreño Vladimir Monge, que todavía no he visto. Poesía también, en inglés y español (como la de Quique Avilés).
Carlos y Arturo se llevaron algunos libros, como Treize, Miroirs, Cualquier forma de morir y Tierces personnes (Carlos ya conocía Instructions pour vivre sans peau), y compraron Trilces trópicos (no pude regalárselo, mísero de mí, porque no es mío), que de seguro va a circular entre los compatriotas en Washington.
Algo conmovedor y extraño: desde 1986, Carlos tiene Historia del traidor de Nunca Jamás, que compró en México, no sé por qué artes, pues nunca se vendió por allá. Trajo el ejemplar, ya bastante amarillo, para que se lo firmara y, aunque me angustia eso de poner dedicatorias, lo hice con gusto.

19 de mayo de 2007

A máquina


Junto con los libros que me mandaron anteayer de Piedra Santa, de los que se habla en el post anterior, venía una carta muy amable de la representante de la editorial en El Salvador. Abrí el sobre, leí la carta, di las gracias mentalmente --ya mandé un mail de agradecimiento-- y listo, me lo traje a casa.
Krisma se dio cuenta ayer de algo que me encantó: el sobre estaba escrito con una máquina de escribir, no con impresora, no con una etiqueta bien guapa y perfecta, en tipografía limpísima. Con una máquina además mecánica --para algo son las etimologías--, no eléctrica, que tiene los tipos chuecos y hasta un poco sucios. Como debe ser. Y sentí algo bonito, pero también recordé el dolor de dedos después de una sesión de quince horas de escribir, y así pude relativizar la añoranza.
Tengo de usar computadoras desde enero de 1990, y no me he bajado de ellas desde entonces. Ese año, o quizá a principios de 1991, traté de usar por última vez una máquina como las de antes. Me sentí torpe. No es que sea un bólido para escribir, pero ya no recordaba que había que jalar la palanquita para cambiar de línea, que había que calcular en qué momento poner el guión si la palabra era muy larga, que las máquinas ésas son mañosas y hay teclas que deben pulsarse de cierto modo y otras de otro. No lo intenté de nuevo. Quizá un día de éstos, nada más para recordar, trate de poner algunas frases en alguna que me encuentre. Si no, allí está la Vaio (¿había mencionado que es verde?), para darme la ilusión de que estoy cercano a mis antiguas Lettera 30.
Y pensar que durante años mi sueño fue una Olivetti de margarita... (Lo más cercano a eso que tuve fue una Brother matricial, pequeñita, con una línea de pantalla. Era difícil conseguir las cintas, pero se podía escribir en papel térmico. Al final no supe qué hacer con ella; no era para trabajo muy pesado. La llevé al Monte de Piedad y me dieron el doble de lo que me había costado. La alta tecnología impresionó al tasador, y eso que según él me estaba dando un precio bajísimo, porque ése es el trabajo de los tasadores. En fin.)

17 de mayo de 2007

Antología y Claudia otra vez

Hoy me enviaron dos libros de Editorial Piedra Santa, de Guatemala (más bien lo enviaron de su distribuidora en El Salvador, pero lo mismo): la antología de cuentos Tiempo de narrar, compilada por Francisco Alejandro Méndez, y De fronteras, de Claudia Hernández. Supongo que están a la venta en el país, o eso espero.
Me gustó el subtítulo del primero: "Cuentos centroamericanos". No se está presentando como la antología del cuentro centroamericano, ni está presentando a los escritores centroamericanos, o la cuentística de Centroamérica, y eso me parece honesto y acertado: son cuentos escritos por personas de diferentes edades que incidentalmente nacieron en la región, aunque, eso sí, la distribución de los autores es más o menos equitativa por país: son 35 cuentos de seis países.
No hay una introducción: uno entra directamente en los cuentos, algo que se agradece; si quiero leer cuentos, no me interesa conocer la opinión del señor que los compiló antes de los cuentos; si la compilación me gusta, veo lo que tiene que decirme el señor en cuestión. (Ojo, que lo anterior es bastante suicida: una vez hice una antología con una nota introductoria. Peor para mí. Así lo pidió el editor.) A cambio, hay una breve nota al final en la que se hace una panorámica del cuento en Centroamérica.
Apenas he leído algunos textos y he (h)ojeado el libro, pero me queda clara --y me gusta-- la intención de Méndez, cuentista él mismo, a quien conocí el año pasado en la FILCEN de Guatemala. Se trata de una compilación hecha, más que por un escritor o un académico --y Méndez es de las dos cosas--, por un buen lector. Busca no sólo ponerse en el plan de "el cuento es esto y lo otro", sino también de divertir a los demás como de seguro se divirtió él. Tiene mucho que ver el hecho de que Piedra Santa esté abocado al público joven y, de ser posible, estudiantil, pero no le resta méritos a la antología.
Por El Salvador estamos (en orden de aparición) Melitón Barba (con el cuento "Puta vieja"), Horacio Castellanos Moya ("El pozo en el pecho"), Jacinta Escudos ("El espacio de las cosas"), Claudia Hernández ("La mía era una puerta fácil de abrir", quizá mi favorito de ella después de "Melissa: Juegos 1 al 5"), yo ("El cubano") y Mauricio Orellana ("Bitácora: insomnio"). Por error, en el índice ponen como salvadoreño al hondureño Roberto Castillo. Nada grave, sobre todo si ser una cosa u otra es incidental. (Y no me refiero a la Guerra del Fútbol, ejem.)
Méndez me pidió que le mandara todos los cuentos que tuviera para escoger el de la antología, y eso hice. Me desconcertó que escogiera "El cubano", que es el que menos me gusta. He estado pensando por qué es el que menos me gusta, y lo descubro: de todos los que tengo, es el único que cuenta una historia... Curioso. Los demás cuentos --si lo son-- juegan a otro tipo de juegos, en los que la historia es lo de menos, novelista al fin.
Cambiando de libro, el de Claudia tiene, por fin, el título que quiso darle originalmente, y que se cambió por una decisión editorial que no me pareció errónea, pero no era lo que ella quería. De fronteras es un título que describe mucho mejor el libro; el anterior, Mediodía de frontera, hace alusión al penúltimo cuento, que es muy bueno, por cierto, tan tierno como desgarrador, una de las tantas cualidades de Claudia como escritora.
Aún no lo he revisado, pero entiendo que tiene cambios: ha quitado un par de textos, ha corregido otros y, sobre todo, incluye "Un demonio de segunda mano", que ganó el premio "Juan Rulfo" de Radio Francia Internacional. No lo he leído, y eso que le supliqué durante años que me lo enseñara. Ahora por fin lo conoceré, nomás termine de escribir estas líneas.
Como la edición de la DPI está agotada desde hace un par de años, y como es un libro capital para nuestras --y no sólo para nuestras-- letras, búsquenlo con urgencia. Es un gran libro.

14 de mayo de 2007

Día de la madre, cumpleaños y columna

Para algunos, ciertos días (como el de la madre o los cumpleaños) no son importantes, o tratan de que no lo sean. Y algo al respecto dirán en la oficina o en alguna reunión en casa, quizá precisamente en la que se celebra alguna de las dos cosas, y a la que no faltan.
Sé algo: asesinar a alguien a sangre fría en el día de la madre es mucho más que eso. Es dejar el dolor como estigma para la madre del asesinado durante lo que le reste de vida. Es llevar tristeza a su esposa, sus hijos, sus nietos en un día especial, el día de los regalos, el día de salir a cenar, cuando todos los demás están divirtiéndose y haciendo provisionalmente feliz a la señora de la casa y a su venerable madre, si aún vive. (Ya vendrá mañana otra vez lo de lavar ropa, fregar pisos, ser maltratada o ignorada. Ese día es Ese Día.) Y el dolor es para siempre.
Los que decidieron asesinar a Roque Dalton en el día de la madre, cuatro días antes de su cumpleaños (eso dicen casi siempre sus biografías), sabían lo que hacían. Sólo con saña se puede hacer algo así. Sólo con alguna enfermedad, como aquélla del izquierdismo de la que hablaba Lenin, o alguna más profunda o, peor, tan superficial como la estupidez.
Es extraño: treinta y dos años después, no existe una causa judicial, una averiguación al menos, acerca del asesinato. El crimen se cometió en 1975, o sea que no está contemplado en los Acuerdos de Paz, y no proscribe. Se ha dicho hasta el cansancio acerca de lo que pasó, y hay testigos de cargo, y hasta presenciales, todos ellos detectados. ¿Quién intentará poner una denuncia? ¿O acaso la indignación es sólo retórica y más vale tenerlo irresuelto que poner las cosas en claro?
Roque Dalton no es un poeta mártir (eso depende de un particular tipo de fe): es un caso judicial irresuelto, con todas las agravantes que se quiera buscar. Y, desde mi punto de vista, una demostración bien clara de que un poeta y una organización guerrillera no pueden llevarse bien a menos que el poeta deje de lado lo que es --o sea un poeta-- y se convierta en propagandista.
El Rivotril está haciendo efecto. Me queda poco tiempo de coherencia, así que aquí aprovecho para poner, como las semanas anteriores, mi columna en Centroamérica 21, que puede encontrarse aquí.

Los radicales
Rafael Menjívar Ochoa

Existe la tendencia a considerar que una línea política radical equivale a un accionar violento –real o potencial–, y este radicalismo casi siempre se atribuye a las fuerzas de la izquierda, incluso las institucionales o institucionalizadas.
Más que una tendencia se trataría de un error, y bastaría para empezar con recurrir a la etimología. “Radical” proviene del latín radix, “raíz”. En sentido figurado –el único posible cuando se habla de política–, una ideología radical sería aquélla que partiera desde las raíces de la realidad social, económica y política con el objetivo de modificar “el árbol” y sus partes desde lo más profundo.
Si llegamos a los fundadores de la izquierda científica, Marx y Engels, encontramos hasta qué punto el término tiene sentido. En El proceso de transformación del mono en hombre, en su afán por entender las relaciones sociales, Engels llegó ni más ni menos que al origen biológico de los humanos. Tal fue su acierto que no sólo dio fuertes aportes a la filosofía, sino también a las ciencias naturales, y muchos de sus planteamientos en ambos rubros siguen vigentes, haya caído el socialismo real o lo que se cayera en Europa en los años noventa.
Una teoría radical –en la que debería basarse una práctica política radical, y no necesariamente violenta– implicaría la búsqueda de las causas primeras, o llegar tan cerca de ellas como fuera posible. Se precisaría de la creación de una andamiaje teórico en el cual sustentar no sólo un pensamiento, sino también una estrategia de acción, y la acción misma. Lenin cumplió con ese papel en la Rusia de principios del siglo XX y llevó, se lea como se lea, una transformación radical a su sociedad. (La imitación mecánica y la dogmatización llevó a otras sociedades y a otros luchadores “radicales” a ser caricaturas de lo que Lenin planteaba.)
Una izquierda radical sólo sería violenta mientras hubiera motivos para la violencia (como lo llegó a haber en El Salvador desde finales de los años setenta, y como la hubo, más allá de la izquierda organizada, en 1932), una necesidad que no sería decretada por la izquierda sino por la realidad en la que se mueva. Y esa eventual violencia, o cualquier otro modo de hacer política (parlamentarismo, sociedad civil, etcétera), debería partir no sólo de una convicción ideológica, por profunda que fuera, sino también de un aparato teórico, un proyecto alterno, propio y viable de nación y un plan de acción de largo plazo.
Pero no sólo necesitaría de teoría y planes de acción, sino de lo que la ha caracterizado desde siempre, o debería: una posición de clase y una concepción de trabajo –no sólo de empleo–, en tanto éste es el generador de la riqueza, y la posición de clase depende del lado del proceso productivo en que se encuentre cada quién. Además, se requiere de la organización, con fines comunes, de los sectores sociales que sostienen a la izquierda, y que serían la razón de sus organizaciones.
¿Puede plantearse que existe una izquierda radical en El Salvador? Difícilmente, aunque en lo declaratorio tanto la izquierda como la derecha traten de convencer a los demás –y en especial a sí mismas– de que así es, y de que en más de una ocasión se haya recurrido a la violencia extrema para demostrarlo.
El radicalismo requiere de una comprensión literalmente profunda del entorno, un conocimiento de la historia, un aparato teórico bien estructurado, un aparato organizativo poderoso, y todo ello con miras mucho más lejanas y profundas que el próximo periodo electoral. Sin todo ello, las palabras son sólo palabras, las acciones se agotan en sí mismas y “ser de izquierda” apenas pasará de ser un status, un estigma o un eufemismo.
O quizá la historia ha avanzado tanto que “ser de izquierda” ya es otra cosa, y el diccionario se nos ha quedado obsoleto.

9 de mayo de 2007

Efemérides y poesía

Hoy hace 28 años, el 9 de mayo de 1979, ocurrió la matanza de la Policía Nacional contra la gente que había ocupado la Catedral Metropolitana para exigir la liberación de varios dirigentes del Bloque Popular Revolucionario, entre ellos Facundo Guardado (secretario general) y Numas Escobar (dirigente máximo de UTC-FECCAS).
El gobierno de Carlos Humberto Romero negó tener relación con la matanza, pero por todo el mundo se vio el video de policías armados disparando contra la multitud. Durante años recordé que los que habían disparado eran guardias nacionales, y hace poco vi un video que muestra que no: fueron policías nacionales.
Hubo otras matanzas más en esas semanas, como la del 22 de mayo, frente a la embajada de Venezuela (ocupada por el BPR). Allí murió Emma Carpio, maestra, hija de Salvador Cayetano Carpio.
Hubo represalias de parte de la guerrilla. Por ejemplo, las FPL mataron al hermano del presidente Romero, que al parecer no tenía vela en ningún entierro; al ministro de educación, Carlos Herrera Rebollo, y al encargado de asuntos comerciales de Suiza, Hugo Wey.
Lo importante de esas fechas, creo, es que marcan un punto de no retorno para la guerra. Allí las masas organizadas descubrieron que podían doblarle la mano al régimen, como lo hicieron, y que no sería fácil detenerlas. El triunfo de los sandinistas en Nicaragua, en julio, fue el impulso que faltaba, si alguno faltaba.
Y aquí estamos quince años después de los acuerdos de paz...

* * *

Hoy por la noche, provenientes de la República Soberana, Democrática y Morena de Santa Ana (RSDMSA), estarán en Los tacos de Paco los poetas Mario Zetino, Luis Hernández, Santiago Vásquez y Ernesto Bautista, este último reciente ganador del premio Amílcar Colocho, leyendo su poesía. No se los pierdan. Es a las 7 de la noche. Para más información, en el blog de William Alfaro.

8 de mayo de 2007

Ahora sobre crítica literaria

Como en los últimos martes, coloco aquí mi columna de la revista digital Centroamérica 21. La nota puede hallarse también aquí.


Crítica ideal
Rafael Menjívar Ochoa

Para T. S. Eliot, la crítica literaria, de manera ideal, deberían ejercerla los propios escritores: personas que han trabajado directamente en una disciplina con características particulares y conocen los recovecos que –como en cualquier oficio– sólo alguien directamente involucrado puede conocer. La crítica de un escritor estaría realizada desde dentro de la obra, y tendría que ver con estructuras, técnicas, desarrollo de personajes, etcétera. Trataría de lo que la obra “es”, no de lo que debería o podría ser, el enfoque que buscan quienes ven la literatura desde fuera y a quienes por comodidad o pereza a veces se llama “críticos”.
Un escritor sabe –también de manera ideal– que una obra no está sujeta a ciertas interpretaciones. No va a buscar lo que un autor “realmente” quiso decir: la obra es lo que es, y sólo puede descifrarse con base en lo que hay en el papel, no en las necesidades del crítico. Menos aún buscará en la biografía del autor los motivos que lo llevaron a concebir cierta novela, no buscará en un poema sus dramas y traumas, no verá sus temáticas guiadas por determinismos sobre los que el autor no tiene control.
De manera ideal –otra vez–, y también según Eliot, cada nuevo libro debe poner en cuestión todo lo escrito hasta ese momento acerca de la literatura, y la literatura misma. Toda la experiencia acumulada, la técnica desarrollada durante generaciones, los modos de enfocar los textos, estarán en cuestión ante un nuevo poema, una novela, un libro de cuentos. Y ha habido casos en los que así es: el propio Eliot, con su Tierra baldía y sus Cuatro cuartetos, puso en jaque todo lo que se había hecho en poesía, como, en el caso de la novela, Joyce con Ulises y Proust con En busca del tiempo perdido.
Un “crítico no escritor” buscará motivos por todas partes, rara vez en la hechura de la obra. Hablará del espíritu de la época en Eliot, del monólogo interno en Joyce a partir del psicoanálisis, de la literatura anterior y posterior a Proust y sus temáticas. Ante todo, buscará mensajes ocultos, todos los posibles y muchos improbables: a qué se refería cuando dijo esto, cómo se relaciona lo otro con lo que le haya pasado a los siete años.
Para un escritor, descifrar una obra es más sencillo en sus implicaciones, y mucho más complejo en sus consecuencias. Sabe que no hay mensajes: la novela, el poema, el cuento, son el mensaje en sí mismos. Lo escrito es lo que se quiso decir. El problema consiste en averiguar qué recursos ha creado el autor, cuáles ha reciclado y mejorado, cómo maneja el tiempo narrativo, de qué manera el lenguaje y todo lo demás se corresponden o contradicen (y quizá en la contradicción esté el hallazgo). No se quedará en un ejercicio intelectual o de ego: allí aprenderá lo necesario para aplicarlo en su obra.
Hay de por medio un problema de marketing, más que de conocimiento: la crítica de un escritor le interesaría a otros escritores, a lectores bien entrenados y sólo eventualmente a los críticos. El público en general –si algo así existe– tendrá bastante con una nota en un periódico en la que alguien le diga si el libro le parece bueno, malo y más o menos por qué, sin demasiados parámetros y no siempre con el gusto bien afinado.
¿Por qué pocos escritores escriben crítica literaria? Quizá es un trabajo demasiado concurrido. Quizá están ocupados trabajando en sus libros. Quizá éste no sea un mundo ideal.

–––––
Aclaración del autor. En la columna anterior se afirmó, sumariamente, que sólo tres salvadoreños habían ganado premios literarios en España, y que esto había ocurrido en el lapso del último año. No es así. David Escobar Galindo ganó en 1973, a sus 33 años, el premio Carabela de Oro, en Barcelona. Disculpas por la omisión.

7 de mayo de 2007

Cincuenta minutos que me cambiaron la vida y una visita a Monterroso

En 1973 me mandaron al psiquiatra porque me pasaban cosas raras. De repente empezaba a ver luces blancas y me quedaba ciego en un ambiente lechoso que casi reconocería en Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. Después empezaba a sudar frío y temblaba sin control, y luego me pasaba dos o tres días en cama. Cualquier luz, cualquier ruido, me hubieran hecho gritar, si gritar hubiera servido de algo; era mejor quedarme callado para que no enloqueciera eso que me taladraba la cabeza.
"Eso" me pasaba desde 1969, y siempre fue terrible, pero los médicos a los que me llevaban no sabía qué tenía y sólo me daban analgésicos para caballo y tres días en cama. Un niño muy sensible a los dolores de cabeza, dijeron. Y eso cuando en casa empezaron a creerme; durante un par de años mi madre supuso que era un método muy elaborado que me había inventado para brincarme algunas clases. (Sí, a veces me inventé otros que sí funcionaron, pero no se trataba de eso.)
Para 1973 ya vivíamos en Costa Rica, y se puso peor. Cuando me dio el asunto en medio de una clase de español, la maestra también supuso que lo que quería era brincarme su lección (y lo hubiera hecho con gusto, si me preguntan), y más porque me dio por un lado que le pareció dramático: puse la cabeza entre los brazos sobre el pupitre y no me moví en media hora. Cuando, harta de eso, se puso a gritarme e hizo que levantara la cabeza y vio que debajo había un charco de sudor del tamaño del pupitre, y que estaba tan blanco como ella se puso --a ella no le salió bien lo de los labios morados ni los ojos extraviados--, me mandó de inmediato a la enfermería, que estaba en el segundo piso. No pude siquiera levantarme. Dos compañeros me ayudaron a caminar y allí supe cómo deben sentir las piernas los condenados a muerte.
El enfermero no supo qué hacer y llamó a mi madre. Debió tardar unos minutos, porque vivíamos a unas cuadras del Liceo de Costa Rica, pero para mí fueron horas. Esperaron a que pudiera caminar y me llevaron a la clínica Clorito Picado, donde trabajaba mi otra madre, Silvia Castellanos, esposa de Ítalo López Vallecillos, muy buena médica. Pero tampoco supo lo que tenía. Me mandó a hacer análisis y lo más cercano a lo que llegaron era a que quizá tenía "pequeño mal", o sea una epilepsia de bajo nivel, que quizá se me quitara después de la adolescencia.
Pero yo era gente rara: siempre andaba solo de un lado para otro, me pasaba escribiendo cosas en cuadernos y jugaba con unas niñas de ocho a diez años a saltar la cuerda. (Ellas eran las que jugaban. Yo me ponía a leer sentado en la calle y, para que sirviera de algo, me hacían que moviera la cuerda con la mano que me quedaba libre. Tenían que decirme que parara, que ya le tocaba a otra.) Y no sé qué más habrán visto, pero le dijeron a Silvia que les recomendara a un psiquiatra. Si aquello no era físico, tenía que ser mental.
Silvia llegó a casa y me explicó que visitar a un psiquiatra no necesariamente significaba que estuviera loco, que mucha gente sana va a los psiquiatras y el rollo de siempre. No tuve problema en ir, pero estaba indignado.
El psiquiatra al que me mandó fue Abel Pacheco, quien con los años llegó a ser presidente de Costa Rica. En ese momento era director del Asilo Chapui (el psiquiátrico de por allá), y tenía su consulta particular en Barrio Luján. Había llevado nuevos métodos de México y Estados Unidos y los estaba aplicando, por lo que era atacado a morir por los trolls que nunca faltan. Entre otras cosas, mandó a muchos esquizofrénicos a sus casas, y con algunos de los que quedaban en el asilo armó un equipo de fútbol. El propio Pacheco jugaba con el equipo de los epilépticos.
Cuando me hizo pasar, me pareció que flotaba --él-- cinco centímetros por encima del piso. Irradiaba una tranquilidad espeluznante para alguien que en ese entonces andaba en un rollo hiperactivo reprimido (yo me entiendo), y oírlo hablar bastaba para quedarse sentado esperando que no se callara. Pero hablaba poco. Sólo algunas preguntas y comentarios aquí y allá, hechos como al descuido, en una oficina con olor a tabaco, madera y semipenumbra.
Me oyó durante cuarenta y cinco minutos. Me preguntó en qué circunstancias me daban los ataques, qué hacía en mi tiempo libre, un poco --y muy discreto-- acerca de la historia familiar reciente, cosas así. Los últimos cinco minutos los dedicó a decirme qué tenía y lo que debía hacer.
Lo mío eran vulgares migrañas. Nada grave, aunque sí muy doloroso. (Una de las características de la migraña es que muta. Las que me dan ahora no tienen nada que ver con aquéllas.) Me firmó una receta y me dijo que tomara una pastilla cada vez que fuera a darme un ataque. Le pregunté si no había modo de hacerlas desaparecer, y me dijo que sí, pero sólo provisionalmente. Había tratamientos que duraban entre seis meses y un año, y sólo me garantizaban que podía estar sin migrañas entre seis meses y un año. Mientras el tratamiento durara me mantendría bastante estúpido, y quizá a otra persona se lo recomendaría, pero no a mí. Le pregunté por qué. "Porque sos un muchacho muy creativo. Eso es uno de los precios de la creatividad, y vale la pena pagarlo."
No sabía a qué se refería con lo de creativo, porque no había creado nada. Estudiaba guitarra clásica, pero para eso --en último caso-- sólo se necesita disciplina. También escribía poemitas satíricos --o su equivalente a los trece años-- que eran más copia de otros que cosa propia, mal medidos y mal rimados, de los que llenaba los cuadernos de la escuela. Pero no se lo había dicho. Le pregunté a qué se refería con lo de creativo, y me dijo que no sabía, porque no me conocía lo suficiente, pero que por algún lado iba a brincar.
No me quiso cobrar la consulta. Tampoco se pasó un minuto de los cincuenta que duraba. Me dijo que no hacía falta que regresara, y no volví a verlo. (Cuando era presidente de Costa Rica llegaron a preguntarme mis opiniones acerca de su gobierno, sus medidas, qué sé yo. Nunca pude darlas. Me parecía que lo que dijera sería injusto, y si era acertado me sentiría mal.)
Lo que sí hice fue averiguar quién era. Ítalo López me dijo que había escrito un libro muy bueno, s abajo de la piel, que fui a comprar de inmediato. De paso Ítalo me regaló otro : Animales y hombres, de Augusto Monterroso, de lo primero que publicó EDUCA cuando Ítalo la fundó, en 1971.
Por supuesto que leí primero a Pacheco, y me impresionó. Cuando leí a Monterroso dije: "Yo quiero escribir así." O sea como los dos. O sea escribir.
Empecé a hacerlo, pero también descubrí otras cosas. Después de haberme pasado casi encerrado durante toda la infancia, con un montón de policías rodeando siempre la casa y siguiéndonos a donde fuéramos, San José fue otra cosa. Descubrí las novias y las discotecas. Descubrí el béisbol. Descubrí los violentos partidos callejeros de fútbol. Descubrí el karate --recomendable para el que cumpla los requisitos mínimos para ser nerd-- y el levantamiento de pesas. Descubrí la vida más allá de los libros y, aunque no dejé de leer, lo que menos me interesaba era ponerme a hacer cuentos, francamente.
Poco antes de irnos a México conseguí otro libro, Fábula contada, de Alfredo Cardona Peña. Eran relatos fantásticos y de ciencia ficción. Lo leí varias veces y dije: "Sí, también así quiero escribir." Se lo presté a una amiga y ya no pudo devolvérmelo en las prisas del viaje, pero no me importó: Cardona Peña vivía en México, y de seguro allá se había publicado ese libro junto con los demás. Gran decepción: "lo único" que había publicado allá era su poesía, que era mucha y no me gustó, y más de uno me vio raro en más de una ocasión: "¿Cardona Peña escribiendo cuentos? Pero si él es poeta..."
En fin, al llegar a México sí me puse a escribir, con mis dieciséis años recién estrenados. Y lo primero que hice fueron cuentos cortitos, que no estaban nada mal, pero no dejaban de ser cuentitos de un chavo de dieciséis años. (Hay un par publicados en alguna parte.) Cada vez que terminaba uno me acordaba de Pacheco, y consecutivamente pensaba "tenía razón" o "¿creativo yo?, que no friegue", ya fuera que me saliera bien o mal. De hecho, cada vez que termino un libro me acuerdo de él, y pienso que en esos cincuenta minutos me cambió la vida y me hizo buscar en qué era creativo. Pasé por la música, el teatro y otros menesteres, y al final quedé como escritor. (En 1999 volví a leer Más abajo de la piel. Sigue teniendo cuentos muy buenos. Descubrí que, a pesar de que no lo había leído en veinte años --lo regalé en algún momento a alguien que lo necesitaba más que yo--, casi me lo sabía de memoria.)
Ya en México descubrí que Animales y hombres no era un libro-libro, sino una compilación de La oveja negra y demás fábulas y Obras completas y otros relatos, que compré lo más pronto que pude y leí durante años. (Sigo leyéndolos.)
A principios de 1997, unos meses después de publicar Terceras personas, llegó a México Sebastián Vaquerano, en ese entonces director de EDUCA. Entre otras cosas iba a entregarle a Monterroso un cheque por las regalías de la cuarta o quinta edición de Animales y hombres. (La portada que reproduzco es de una edición de 1997, patrocinada por la Comunidad Europea. Se hizo no sé cuántas bibliotecas completas por cada país centroamericano, creo que con cien títulos, y se donaron a escuelas públicas.) Me preguntó que si quería ir a conocerlo, y en ese momento me puse a temblar y le dije que sí. Y no dejé de temblar cuando pasé por él al lugar donde estaba quedándose, cuando íbamos en el taxi y cuando nos bajamos en Chimalistac y nos pusimos a buscar su casa. Medio había dormido esa noche, y me había despertado tempranísimo, temblando. La cita con Monterroso era a las nueve de la mañana y llegamos en punto.
La casa era hermosa, como todas las de la parte vieja de Chimalistac, en San Ángel. Nos recibió su esposa, Bárbara Jacob, una mujer muy sonriente y amable, y nos explicó que el día anterior habían llegado de Italia, que Monterroso había pescado una conjuntivitis, que estaba durmiendo y no sabía si se levantaría pronto. De todas maneras nos hizo pasar y nos ofreció algo de tomar, y más bien la idea era que quizá nos fuéramos sin verlo.
Pero a los cinco minutos apareció, y allí sí me puse a temblar en serio. Por supuesto que el estilo es el estilo, pero lo más cerca que llegué de eso fue ponerme tieso y decirle "Mucho gusto". Estaba ni más ni menos que frente a uno de mis dioses personales, y eso pesa.
Había leído en sus libros que él mismo decía que era bajito, pero no me imaginé qué tanto. Era verdaderamente bajito. Tenía los ojos absolutamente rojos por la infección, pero la sonrisa no se le quitó en todo el rato. Muchos guatemaltecos a los que conocía me habían dicho que era un tipo vanidoso, déspota, que sólo sabía hablar de sí mismo. Ahora ya tengo experiencia en ese tipo de acusaciones, pero al verlo esperé al menos algún desplante. A cambio, estuvimos platicando durante tres horas con un hombre encantador, con un sentido del humor envidiable, que sabía de todo.
Cuando me vio menos tieso, me preguntó qué onda conmigo, y le conté una parte de la historia que cuento aquí, y le dije que quería darle las gracias por eso. Le di un ejemplar de Terceras personas y se emocionó. Se puso a hojearlo y todo y de repente se levantó y desapareció por donde había aparecido antes.
Regresó con varias cosas. Nos regaló una edición de La oveja negra en español y latín que había publicado la Universidad de San Carlos, unas playeras que hicieron en Cuba con la leyenda "Si es fábula, es de Monterroso", en la que aparece una oveja con boina fumándose un puro de un tamaño que sólo Fidel Castro ha llegado a fumar alguna vez, y Los buscadores de oro, sus memorias de infancia. Ya eran más de las doce del día, y nos dijo que era una buena hora para empezar a echarnos unos tequilas, pero su esposa nos miró de una manera especial y dijimos que gracias, que debíamos ir a hacer otras cosas, que otro día. El viejo estaba contento, pero ya se veía cansado y, además, los ojos no le habían mejorado.
Nos fuimos. No creo que haya hablado en todo lo que tardamos en llegar a la Zona Rosa, donde se hospedaba Sebastián. Desde luego que le di las gracias, y se las sigo dando, y no sólo por lo de Monterroso, sino porque ha sido siempre un amigo excepcional.
Cierro con la dedicatoria que me puso Monterroso en Los buscadores de oro. Seguro habrá puesto lo mismo cientos de veces para cientos de personas, sólo cambiándole el nombre. Pero ésa fue para mí, y significa mucho más que un simple trofeo literario.

4 de mayo de 2007

Entrevista con H. Castellanos Moya

La prensa gráfica publica hoy una entrevista con Horacio Castellanos Moya. Me parece que usa un modo bastante elegante de encarar las preguntas del periodista, que intenta obtener ciertas respuestas. Horacio es un viejo y hábil periodista, que no se cuece a la primera.
Agradezco la mención a los compañeros de La Casa del Escritor. (También la mención a Claudia Hernández, aunque no me corresponda.)

3 de mayo de 2007

Prólogo a Taberna

Transcribo el prólogo para la edición de Taberna y otros lugares, de Roque Dalton, publicado por la editorial Baile del Sol, de Tenerife, en Canarias.

Morir cantando a los cuarenta
Pedro Flores

Este libro que hoy edita Baile del Sol es el más emblemático de los libros de un poeta legendario, si tal término es aplicable a un poeta. Su vida azarosa, su obra vital y profunda, su muerte temprana y confusa son los ingredientes que confluyen para llevarlo al te¬rritorio del mito.
Aquí están algunos de los textos más conocidos y celebrados de un «poeta de culto». Dijo en una oca¬sión Paul Valery de Stéphane Mallarmé: «Hay, en cada ciudad de Francia, un joven secreto que se dejaría matar por usted»; Roque Dalton es uno de esos poetas que tiene, quizá en cada rincón del idioma, uno de esos lec¬tores apasionados, un coleccionista de sus versos y sus avatares increíbles y quevedescos. He encontrado «daltónicos» en Argentina y en Holanda, por supuesto en Cuba, en Portugal, en muchos lugares de España... Para todos ellos Dalton es un poeta mítico, pero a la vez de una mitología palpable, cercana y carnal.
Como ya apuntábamos en Taberna y otros lugares se congregan los poemas acaso más emblemáticos del autor salvadoreño:
Ameticalatina, EI descanso del guerrero, La segura mano de Dios, OEA, Buscándome líos, Sobre dolores de cabeza, Revisionismo o el largo «poema collage», como el mismo Roque lo definiera, que da título al libro, entre otros.
‘La taberna’ es la más célebre cervecería de Praga, U-Fleku, en los convulsos y esperanzados tiempos que precedieron al fin, manu militari., de la Primavera de Praga y del Socialismo «de rostro humano» que preco¬nizara Alexander Dubcek. Los «otros lugares» son, esen¬cialmente, El Salvador y la Cuba de sus amores y sus desengaños, la misma cuyo gobierno aprobaría, para es¬panto y vergüenza de gran parte de la intelectualidad de izquierdas de la época (que en gran medida rompe a partir de ahí con el castrismo) la oprobiosa invasión del país de la Taberna.
En 1969, un jurado compuesto por Antonio Cisneros, René Depestre, José Agustín Goytisolo, Efraín Huerta y Roberto Fernández Retamar otorga, por una¬nimidad, el premio de Poesía Casa de las Américas al libro que llevaba el número 87 y que llevaba el seudó¬nimo de «Farabundo».
Desde mil novecientos sesenta la Casa de las Américas cubana se convirtió en lugar de reunión y ebullición de buena parte de los literatos más significa¬dos de América latina, también de España. Muchos de ellos formaron parte de los jurados de los premios; el propio Dalton lo fue al año siguiente de conseguirlo. El rápido final de ese corto idilio del régimen con la cultu¬ra marca el inicio de un lento pero ya imparable declive de la Casa y del premio, pero aún en ese año 69 persis¬tía el espejismo y un poeta revolucionario, aunque muy poco marcial, formaba, en su medida, parte de ello.
Las tres primeras partes del libro (El País 1, II, y III) son un recorrido por ciertos episodios y realidades de una nación convulsa El Salvador, «el Pulgarcito de América», como el poeta lo llamara:

Antes creía que solamente eras muy chico
que no alcanzabas a tener de una vez
Norte y Sur
(El gran despacho).

Marcado tristemente por la violencia en un istmo violento de un subcontinente violento, El Salvador, sus avatares políticos sociales, la lucha guerrillera y la re¬presión militar, marcan también la obra y la vida de Dalton, pero ni la adhesión a una causa lo convierte nunca en un poeta panfletario, ni el desgarro vital lo transforma en un poeta pesimista. Es más, la duda, una ironía mordaz e inteligente, y una negativa constante al dogmatismo y la marcialidad que tanto daño, Roque era consciente de ello, hacían a los procesos de cambio y, en otro orden de cosas, a la literatura en América Latina, provocaron su muerte. La alegría, la autocrítica, la falta de las «solemni¬dades convencionales», la capacidad para reírse de sí mismo, son ingredientes que espantan al autoritarismo; también al autoritarismo policial y burocrático en el que pronto degenera el proceso revolucionario cubano y en el que no tenían sitio muchos verdaderos rebeldes. Pro¬bablemente Roque Dalton era un personaje hasta cier¬to punto incómodo para la ortodoxia, la de su país de acogida durante aquellos años, Cuba, y la de los propios movimientos y grupúsculos de la disidencia salva¬doreña.
Buen ejemplo del talante de Roque a este respec¬to es el poema Buscándome líos:

Fundadores de confederaciones y de huelgas mostraban cierta ronquera y me dijeron que debía
escoger un seudónimo
que me iba a tocar pagar cinco pesos al mes

o cuando dice en Con Palabras, de la parte del libro titulada Poemas en prosa:

Deberíamos recordar lo que le pasó a Stalin por hacer de las palabras excepciones del materialismo dia¬léctico...

La misma inclusión protagonista del poema Taberna, que es virtualmente una crónica de los esquemas mentales de la juventud checa de los años previos a la Primavera de Praga, no lo olvidemos, publicado en una Cuba cuyo mandatario aprobó la intervención armada que la abortó, y en el seno de una izquierda intelectual próxima a un cisma, convierten a este texto en un do¬cumento de un extraordinario valor, no sólo literario, sino también histórico.
Taberna es una serie de opiniones yuxtapuestas, dotadas de cierto montaje (hay en Dalton una fuerte influencia del cine) pero no jerarquizadas entre sí.
Todo este libro, reeditado hoy veinticinco años después por Baile del Sol, justo el año en que se cumplen treinta años del asesinato del poeta, es precisa¬mente, entre otras cosas, un alegato contra el anquilo¬samiento, la falta de humor y de amor, la jerarquización y la falta de diálogo. Es también, por supuesto, una in¬vitación a la creencia de que otro mundo es posible a pesar de los desengaños provocados por procesos en principio ilusionantes.
La figura y la obra de Roque Dalton se agrandan y, creo que lo seguirán haciendo, con los años. Esta es la oportunidad de descubrir al poeta en el más signifi¬cativo de sus libros, publicado por primera vez pocos años antes de morir, a los cuarenta, cómo no, cantando.

2 de mayo de 2007

Watson, Holmes y Sidney Paget,

La imagen de Sherlock Holmes que conocemos no la creó el autor de las ilustraciones, sino su hermano. Y fue precisamente porque las viñetas que acompañaban Adventures of Sherlock Holmes las dibujó su hermano, no el autor. O al menos el autor que originalmente debía hacerlas. O algo así.
En 1980 compré baratísima, en lo que luego sería la famosa librería El Parnaso, una edición facsimilar de Las aventuras de Sherlock Holmes, El regreso de Sherlock Holmes y El sabueso de los Baskerville según aparecieron en The Strand Magazine (los publicó Avenel Books, NY, 1976), que tengo por aquí, y en la que se cuenta la historia.
Strand quería encargar las ilustraciones de Holmes a Walter Paget, quien había tenido un gran éxito como ilustrador de Robinson Crusoe, La isla del tesoro, Las minas del rey Salomón y otros. Su hermano, Sidney, era un pintor de algún reconocimiento, y por error enviaron la correspondencia con la propuesta a su nombre. Paget, aunque intuyó que el encargo no era para él, no se puso a averiguar y comenzó a elaborar las ilustraciones, y así pasó a la historia como el creador visual de Holmes. Lo interesante es que, si se dan cuenta, Paget utilizó como modelo a sí mismo (ver la foto)... y funcionó muy bien.
Hay otro detalle que vale la pena destacar de las ilustraciones de Paget, y tiene que ver con el doctor John Watson. La imaginería "moderna" lo pone como un señor gordito y medio tonto, y no tiene nada que ver con eso. El tipo era un médico de campaña en la guerra de Afganistán, según se cuenta en El signo de los cuatro, y fue dado de baja por una herida recibida en batalla. El tipo que está arriba junto a Holmes es el doctor Watson, que además tiene una estatura respetable: si Holmes andaba alrededor de los dos metros de estatura, Watson andaría en el 1.90. Y, lo más importante, es Watson el que escribe las aventuras de Holmes, y se coloca por debajo de él a propósito: lo suyo no es tontería, sino modestia, o mejor: se crea a sí mismo como personaje un tanto bobo y asombradizo para que Holmes brille.
El Watson gordito e ingenuo viene de la imagen que le dio el actor Nigel Bruce en la serie de películas que protagonizó en los años treinta y cuarenta junto a Basil Rathbone, quien hacía un Holmes excelente, quizá el mejor que ha dado el cine. Es en esta serie en la que se pronunció por primera vez la frase "Elemental, mi querido Watson"; ni a sir Arthur Conan Doyle ni a Holmes se les hubiera ocurrido decir algo así, por respeto a Watson.
Las películas tienen detalles divertidos. Por ejemplo, es sabido que Holmes toca el violín bastante bien y que su némesis, el doctor Moriarty, es un virtuoso del fagot. En una de las películas, para no aburrirse, Watson decide aprender a tocar un instrumento... y se compra una tuba. Por supuesto no llega muy lejos, pero va mucho con la personalidad que le dio el cine.

1 de mayo de 2007

Columna y cosas

Hoy, en El faro, aparece una nota de Ruth Grégori acerca del Día de la Danza, y una parte se la dedica a Johanna, la otra mitad del personal de La Casa del Escritor. Hace un gran trabajo con su grupo de danza, formado por jóvenes de los cantones aledaños a Los Planes y, entre otras cosas, es la primera mujer que baila papeles "de hombre" con Los Historiantes de Panchimalco. Antes lo hacía casi todos los fines de semana, pero entre el trabajo de La Casa, sus estudios de antropología y la familia, no le estaba quedando tiempo ni energías para nada. La nota la pueden encontrar aquí.
También de Ruth viene, aquí, una nota acerca de Breve historia del alba, el nuevo poemario de Jorge Galán. Me gustó la forma en que está escrito.
Y, como en las dos semanas anteriores, ya está en la red la revista Centroamérica 21. Viene una nota interesante acerca de un desertor de la guerrilla que trabajaba como guía del ejército. Lo interesante es que había conocido antes muchas historias de lo contrario, de soldados (incluso de los batallones especiales) que se pasaban a la guerrilla, pero no lo contrario. Supongo que es saludable actualizar los prejuicios. Viene una nota también de uno de mis personajes más detestados (y conste que son pocos), el general José Alberto Medrano. Estoy agarrando fuerzas para leerla.
Y, como en las semanas anteriores, pongo mi columna a continuación. Puede encontrarse aquí.

Escritores contra escritores
Rafael Menjívar Ochoa

Tres poetas han ganado, en sólo un año –y en toda la historia–, premios en España. Krisma Mancía, a los 25 ( Viaje al imperio de las ventanas cerradas , 2006), y Eleazar Rivera, a los 30 ( Ciudad del contrahombre , 2007), fueron premiados en la editorial La Garúa, de Barcelona, que nutre a escritores jóvenes con propuestas de ruptura en el difícil y abigarrado medio español.
La misma editorial ha anunciado la publicación del poemario Los pasillos imaginarios de Carlos Clará (32 años). Estos premios y publicaciones siguen a la antología Trilces trópicos , también de La Garúa. De ocho salvadoreños incluidos, cinco estaban entre los 25 y los 32 años en el momento de la publicación.
Jorge Galán, a sus 33, recibió el prestigioso premio Adonais por su poemario Breve historia del alba . (José Roberto Cea, había obtenido un accésit en 1966, con Códice liberado , a sus 27.) La semana pasada, la cuentista Claudia Hernández (31) fue colocada entre los 39 escritores menores de 39 años más representativos del continente por un jurado internacional. En 2004 obtuvo el premio Anne Seghers, en Alemania, y antes aún, en 1995, se convirtió en la primera centroamericana (o centroamericano) en obtener el premio Juan Rulfo de Radio Francia Internacional.
Lo anterior, y el hecho de que cada vez sean más los jóvenes que ven sus trabajos en buenas revistas extranjeras, podría hacer pensar que la literatura salvadoreña goza de cabal salud, que está proyectándose y que estos jóvenes son orgullo, esperanza y miel sobre hojuelas.
Si se observa mejor, lo que está produciéndose es una severa crisis literaria que pone en cuestión mucho de lo que ha sido canónico en los últimos cuarenta años, por ejemplo los modos, los motivos y los objetivos de la literatura.
De manera esquemática, muchos “viejos” –y otros nada viejos­– encuentran en la nueva producción una negación del “compromiso social” que desde los años sesenta se exige casi indefectiblemente a los escritores salvadoreños, y ven un desarrollo técnico y formal al que no encuentran sentido. El argumento clásico sería: ¿Cómo escribir poemas acerca de conflictos personales cuando tanta gente padece hambre? La respuesta de los jóvenes –y no de todos– es seguir escribiendo dentro de una gama temática amplia y desarrollando sus capacidades técnicas y expresivas.
Tras los argumentos acerca de la “utilidad” de la literatura hay más de lo que se declara. Por ejemplo, que los escritores que están perfilándose tengan acceso de manera tan natural a “mercados” que otros han buscado durante años, y que el carácter utilitario de la literatura local sólo abrió en los restringidos y efímeros círculos de la solidaridad con causas políticas.
Muchos sienten que los jóvenes están ocupando un lugar en las letras del país, y destacando fuera de él, sin pasar por su visto bueno (la aceptación explícita de “el medio”), sin adquirir méritos en la militancia política o social y, peor aún, de manera “prematura”, es decir: antes de que los ya “viejos” hayan obtenido su lugar en las letras y un cierto reconocimiento.
Lo que se ve no es sólo un relevo generacional, sino un desplazamiento, en el cual las reglas del juego no las ponen los mayores, sino los novatos, con la validación de premios y publicaciones en lugares donde lo importante no es el “compromiso”, sino la efectividad de la escritura. Hay escritores ya formados que asumen con madurez el asunto, pero también hay reacciones violentas y salen a la luz resentimientos profundos.
Lo cierto es que el fenómeno no parece tener marcha atrás, y la paradoja es que, ante el relativo rechazo de “el medio”, los nuevos escritores deben buscar fortuna en el exterior, con los resultados ya mencionados.
Sólo el tiempo dará la perspectiva de las cosas... y ya está transcurriendo.