31 de enero de 2011

Bolognesa y helio

Hay que actualizar los lugares comunes de vez en cuando para que ciertos significados tengan valor. Por ejemplo aquél que compara a muerte con el desamor, que es como la comparación –que debería ser clásica ya– entre el spaghetti a la bolognesa y el helio hecha por un personaje de The Good Wife: ambos existen, en algún lugar de la escala zoológica o vegetal o cromática o la que sea, pero es radicalmente distinto al otro. Y ni siquiera podría hablarse de una escala o tipo de escala porque habría parentesco entre ambos. Nomás el helio es un gas y el spaghetti a la bolognesa es lo que es, y lo es más si se preparan unas nanoalbóndigas con la carne molida, yo sé lo que les digo.
Y, sí, es cierto que se siente bastante feo cuando uno se está muriendo y cuando lo deja el amor de su vida, igual que oler helio puro y comer ciertas pastas de ciertos cocineros y de más de un refrigerador descuidado. Pero no son comparables.
La muerte del amor no tiene que ver con la amarillez del señor de la cama de al lado, la segunda noche de mi internación, ni con sus tatuajes militares en el brazo derecho (Policía Nacional, Guardia Nacional, Ejército, puestos en perfecta hilera) ni con sus metástasis hasta el cerebro ni con su esposa llorando a gritos apenas quince o veinte minutos más tarde (serían las dos de la mañana, pero ¿cómo saberlo?). Quizá Werther (el libro) sea más muerte que helio. Quizá el cuerpo de Werther (el joven) sea más helio que cualquier cosa: inescrutable, elemental, otra cosa en alguna escala periódica.
Muerte también la de alguien que está esperando ahora en la cama de al lado a que las diálisis dejen de funcionar, como mi madre hace cosa de dos años, y la del que estuvo una semana atrás en otra cama de al lado, ya viejo y dormido casi todo el tiempo, a veces con demencia senil y dos o tres enfermeros (y enfermeras) cuidando que no se tirara de la cama mientras desvariaba. Uno tenía ganas de reírse de las cosas divertidas que decía en sus desvaríos, pero era tan, tan triste...
A otro sólo lo tienen durante una noche en la misma cama de al lado, y es joven, no más de veinticinco. Se jodió el hígado en una borrachera de dos o tres meses, según su relato y el de su mamá. Si uno oye mejor, se da cuenta de que el muchacho –¡es sólo un muchacho!– tiene una larga historia de beber y beber hasta llegar tan cerca del helio, y nada de Tristán e Isolda. En serio, nada. Y es lo bello de Shakespeare, y lo terrible: él como pocos es capaz de juntar el helio con un buen spaghetti a la bolognesa en el mismo plato sin caer en las declaraciones de bolero más la Química de Van Heusen o lo que haya. Y lo hace con adolescentes, y es por algo: son sólo muchachos, y los muchachos se mueren en serio (tenemos una guerra civil a cuestas y deberíamos recordarlo).
¿Y qué rayos hago de nuevo en el Hospital Médico Quirúrgico? Cosas de spaghetti a la bolognesa. Nada que ver con el amor, sino con el corazón, al que le tocó una pequeña operación mientras buscaban otra cosa y por otra parte. Mis amigos saben, porque estuvieron pendientes durante este par de semanas.
Si usted es de los que no, puede mandarme $10 y yo le mandaré un relato pormenorizado. Por $2 más, puedo personalizar el relato con su nombre, y por $1 extra le incluyo una foto del lugar de la pierna de donde sacaron el injerto en la operación anterior. Otros $2 y puede tocar y tomarse una foto conmigo. (Morbosos abstenerse.)