31 de diciembre de 2006

El traidor y sus circunstancias


Historia del traidor de Nunca Jamás fue mi primera novela publicada, y la escribí entre los 21 y los 22 años de mi edad, entre 1980 y 1981. Desde los 17 años había escrito cuatro, ésa incluida, y algo tenía bien claro: no las iba a publicar. No porque no estuvieran bien "para mi edad" ("joven novelista", "joven promesa", etcétera, son categorías que detesto), sino porque no estaban bien, a secas, sin apellidos. La primera que escribí, terminada a mis 18 años, me ofreció publicarla una editorial independiente y no acepté: ¿qué puede decir uno a esa edad de lo cual no se vaya a arrepentir a los 21? Igual: ¿qué puede escribir uno a los 21 de lo que no se vaya a arrepentir a los 47? Hay excepciones, pero son sólo eso, digamos Mishima y no muchos más.
Como ya he contado, mi padre metió la novela en el premio latinoamericano de narrativa de la desaparecida EDUCA, en 1984, y me pidió permiso --y me convenció-- al día siguiente de haberla inscrito, para que no hubiera marcha atrás. Usó el pseudónimo "G. Ilom", por el personaje de Asturias Gaspar Ilom, que también era el pseudónimo de su hijo, el comandante de la ORPA guatemalteca. Así consta en el acta. Hubo otras tres novelas finalistas, y me parece que dos eran de salvadoreños, por los pseudónimos: Años de hierro, firmado por Valerio Gas, y Cuenta la leyenda que..., firmado por Rojo Sumpul. La otra finalista fue Esta ciudad de los buenos aires, bajo el pseudónimo de Fiel. Fueron 66 novelas en total.
El libro se publicó a mediados de 1985, pero desde los primeros días del año Carmen Naranjo, entonces directora de EDUCA, me mandó el diseño de la portada, casi tal y como aparecería. Me desconcertó bastante: la línea de EDUCA para las portadas era bastante diferente (un tanto más simbólicas), y la foto de un señor maquillado me parecía una solución demasiado fácil. Hasta que, pasada la impresión inicial, me di cuenta de qué se trataba.
El actor de la foto se llama Ernesto Rohrmoser. Lo he buscado un par de veces cuando he ido a Costa Rica, para darle las gracias, y no lo he encontrado. Una búsqueda rápida en internet me da varios resultados. Por ejemplo, aquí, aparece en una foto de la reseña de la obra de teatro Ellos están divinas, y aquí lo mencionan como el diseñador del vestuario de Mowgli: The New Adventures of the Jungle Book. Por allí lo vi también como maquillista.
La idea del libro es la de un traidor que no es un traidor: es un colaborador al que agarran preso con unos carteles de propaganda y, para sobrevivir, y a cambio de que lo manden fuera del país, denuncia a gente a la que conoce. Ni siquiera sabe si son guerrilleros o no, pero la mayoría muere, y en el camino cae preso su hermano, que sí es guerrillero, y lo asesinan. Mientras, él sufre su culpa tratando de sobrevivir en la Ciudad de México: a veces trabaja, a veces roba, vive a costas de una mesera de un café de chinos que alquila un mínimo cuarto de azotea en la peor zona de la colonia Narvarte... Más que un traidor, el tipo es un pobre tipo, pero en algún lugar se le va poniendo oscura el alma y, en fin, sería cosa de leerlo. (No, no pienso reeditarlo, je je. Esperarán a que me muera y a que Krisma quiera dar la autorización. Claro que se aceptan propuestas...)
El asunto es que Rohrmoser y la diseñadora de las portadas de EDUCA, Valeria Varas, lograron algo notable: poner los dos aspectos del personaje en una sola cara y de un solo flashazo. El control gestual de Rohromoser --me dicen que es mimo-- es extraordinario, y el maquillaje hace lo demás. Para ilustrarlo, he partido la foto de la portada en dos (¡reconecté mi scanner después de casi un año!).

En la parte de la izquierda, por ejemplo, la más maquillada, está el tipo que no sabe nada de nada, un colaborador pequeñito que sólo ha hecho unos diseños para unos carteles porque su hermano se lo pidió y, en fin, hasta allí está dispuesto a llegar. Veo una gran expresión de tristeza, de culpa, qué sé yo. Es un tipo al que uno podría invitar a un trago y oír su historia y condolerse de él, aun sabiendo que sus actos han llevado a cosas terribles. (Ojo: no estoy hablando de los méritos de la novela, que no sé si tenga tantos, sino de la foto de la portada, que tiene muchos.)

La otra mitad de la cara es otro rollo: allí está el tipo calculador, el que está dispuesto a todo, al que le importa bastante poco lo que pudiera haber hecho y sin demasiados escrúpulos a la hora de la sobrevivencia. Y es que el personaje es ambas cosas a la vez, y de allí el encanto de una portada aparentemente tan simple. Creo que la expresión de la boca fue muy bien lograda. (Habrá quien diga que ahora basta con un par de toques de Photoshop para lograr algo mejor, y será cierto. Pero en 1985 no había de eso, y no hay Photoshop que sustituya a un buen actor.)
Como sea, ésta es la primera vez que hablo tan extensamente de la Historia del traidor, así que voy a aprovechar para aclarar algunos mitos que se manejan en el municipio con respecto a ella.
Se dice que el libro está basado en la historia de un ex militante de las FPL, Julián Ignacio Otero Espinoza, a quien le ocurrieron varias situaciones similares a las que se mencionan en la novela; que averigüé acerca de él y después escribí la novela.
Pues no. Yo no tenía ni idea de quién era Julián Otero, o no más allá de sus nombres y apellidos. Un día de 1980 fui a recoger a alguien al aeropuerto de la Ciudad de México y traía un ejemplar de La prensa gráfica y otro de El diario de hoy. Se los pedí, me los dio, y una de las noticias centrales era que habían agarrado a un alto dirigente de las FPL, responsable de logística del Comando Central y en tratos directos con Cayetano Carpio, de quien decía que se estaba muriendo de cáncer. (Ahora sabemos que no era cierto.) Había aparecido en la tele, en los diarios y había dicho todo lo que sabía; hasta decía que se había presentado voluntariamente porque tanta violencia y tantos comunistas y todo eso. Había un montón de información que no sólo era falsa, sino también tonta; era obvio que estaba recitando un guión que le había dado alguien de la... uh... inteligencia militar, y que lo que sabía en realidad era poco. Pregunté de él y me dijeron que no, que no era lo que decía, que sí era colaborador de las FPL, pero que sólo era un montaje. Basado en eso, y nada más en eso, esa noche empecé a escribir la novela. Armé una sola nota, casi textual, con los recortes de periódico y armé todo a su alrededor. En cuatro meses tenía un borrador bastante torpe, en siete un borrador bueno con un final pésimo, y a eso del año la novela estaba terminada.
Pocas personas supieron algún detalle de su proceso de elaboración: Nicolás Doljanin, a quien todo lo que escribía le producía risa; no porque fuera divertido lo que hacía, sino porque le daba gusto que escribiera, y había frases que años después todavía me repetía; René Bascopé, un cuentista boliviano que moriría un par de años después en un accidente; Luis Melgar Brizuela, quien me recomendaba lecturas y me cuestionaba ciertos asuntos de coherencia y de lenguaje, y nadie más. Al terminarla la conoció mi responsable política, que me lanzó una guerra bastante abierta; mi padre, los antes citados y supongo que mi compadre, quien me dijo que "no estaba mal", pero que me pusiera en cosas más serias.
Ah: Horacio Castellanos Moya la conoció recién terminada la segunda versión. Me dijo algunas cosas acerca de Otero, porque lo conoció, pero no incluí nada. Se hubiera roto la estructura, y en ese momento no sabía demasiado de eso como para arriesgarme.
En fin, la novela se quedó engavetada hasta que ganó el premio en 1984, y se publicó en 1985. No sabía nada de Julián Otero ni de su vida. Después me enteré de que había vivido en la Ciudad de México, pero juro que yo lo puse allí por una razón bien simple: no conocía ninguna otra ciudad de la que pudiera hablar con propiedad. Traté de ubicar la novela en El Salvador, y pues no. Así que saqué al personaje del país lo más rápidamente que pude y me lo llevé a mi territorio.
Cuando se publicó el libro y lo comenzaron a conocer los amigos, empezaron a llover los datos. La primera persona que me habló de él fue Diana de Oquelí, cuyo nombre de soltera es Diana Otero Espinoza, o sea que era su hermana. Me preguntó dónde había conseguido algunos detalles que sólo alguien de la familia podía conocer, y le dije la verdad: el personaje era así porque así era, y a eso me habían llevado los recortes. Luego, en 1985 trabajé en la Secretaría de Educación Pública dando talleres de creación literaria y conocí a una instructora que a su vez me presentó a su novio, Toño (no recuerdo el apellido). Y Otero había vivido en casa de Toño durante algunas semanas, por no sé qué casualidades, y me contó cosas que en el libro aparecían de manera más bien light. Después Roberto Laínez me habló de él, porque estuvieron juntos en no sé qué estructura de las FPL.
En unos meses resultó que todo el mundo conocía a Julián Otero, y que era perfectamente reconocible con todo y que se trataba de una novela donde todo era inventado y su nombre no aparece en ninguna parte. Y hasta había cosas que coincidían, tanto que su hermana me hizo un interrogatorio más bien intenso.
Cuando regresé a El Salvador y fui a la DPI por algunos ejemplares de Los héroes tienen sueño y a saludar a Miguel Huezo, alguien que no recuerdo se presentó y me dijo que por mi culpa habían despedido como director de Publicaciones a Gabriel Otero, a quien tampoco conozco, y que hasta había tenido que irse del país. Me dijo que por culpa de la novela se habían enterado "en el gobierno" de que Julián era su primo y le había costado el cargo. Por lo que sé, si fue por eso, se enteraron como cinco o seis años tarde, lo que habla mal de la inteligencia "del gobierno" o de las fuentes de información de "la derecha". Un par de veces más me lo han dicho en los años siguientes.
El traidor lo pusieron en el programa de estudios de la licenciatura en letras de la UES, y todavía hay quien lo lee y hasta hace trabajos acerca de él. Luis Melgar lo clasificó como un libro perteneciente al "realismo testimonial", y con todo lo que le he reclamado no lo he hecho cambiar de opinión. Porque de realismo tendrá lo que tiene cualquier novela, pero de testimonial no tiene absolutamente nada, excepto dos notas periodísticas en las que además se han cambiado detalles para que se ajusten al resto.
Peor todavía: mi expulsión de las FPL tuvo que ver con la novela, porque daba una visión distorsionada de la realidad de nuestra lucha, de nuestro pueblo y de todo lo nuestro de lo que se hablaba en ese entonces. Y más: me atrevía a decir que había traidores en el movimiento, así fueran traidores pequeñitos. Por eso me extrañó leer, en un libro bastante irresponsable publicado en 1990 en Estados Unidos, Literature and Politics in the Central American Revolutions, de John Beverley y Marc Zimmerman, que la Historia del traidor había sido parte de todo un movimiento artístico y cultural surgido de la guerra, que yo lo había escrito en 1984 con el fin de apoyar la insurgencia, que andaba metido en manifestaciones y que en tomas de fábricas daba recitales y cosas así. Eso lo hacía, yo, en El Salvador. Y vivía en México. Y además yo era parte de ASTAC, de la que sólo supe cuando leí ese libro, en 1999. Y digo que el libro es irresponsable porque no hay una sola ficha de uno solo de los autores salvadoreños que se mencionan allí que se corresponda con la realidad. ¡Beverley y Zimmerman ni siquiera les preguntaron a los autores de los que hablaban, sino a militantes de izquierda que apenas tendrían contacto con la literatura! En 2000 conocí a Zimmerman y le pregunté cómo habían publicado "eso", y me dijo que, bueno, las prisas, no tuvieron mucho tiempo para investigar porque los sandinistas acababan de perder las elecciones en Nicaragua, y el libro había que sacarlo como estuviera o como se pudiera para que no se quedara en bodegas, qué le vamos a hacer, había que venderlo, la urgencia. Eso sí, un tipo simpatiquísimo, Marc. A Beverley no lo conozco, excepto por sus libros, y me ofenden. Ya diré alguna vez por qué.
Entonces resulta que usé la historia de una persona a la que no conozco para escribir un libro, que a su primo le costó el trabajo y casi la vida, que por él me corrieron de las FPL, pero al mismo tiempo fue un arma de lucha en las tomas de fábricas en las que participé, a pesar de que estuve fuera del país durante 27 años, incluidos ésos. Espero no llegar a ser lo suficientemente bueno como para que alguien escriba mi biografía, en serio.
Y ya que estamos con el libro, la confesión de rigor.
En las novelas y cuentos posteriores he evitado mencionar lugares: calles, edificios, direcciones, ubicaciones. Un motivo es de sentido común: para el que no conozca, los detalles serán una pérdida de tiempo, o las cosas pueden cambiar y en un par de años la novela será obsoleta. (Le pasa mucho a Carlos Fuentes. Un caso extremo es Zona sagrada: nada está donde estaba cuando la escribió.) El otro es técnico: si se crea un buen personaje, éste verá lo que hay a su alrededor, y también lo verá el lector a través de los ojos del que escribe. No es nada zen: es tecniquísimo. Comprobado. Pero el motivo más importante tiene que ver con la superstición.
En El traidor se mencionan varios edificios. Por ejemplo, el Hotel Versalles, donde la Secretaría de Gobernación ponía a los asilados políticos. Pues bien, se cayó en el terremoto de 1985. Se habla, muy de pasada, del Hotel Continental, en Reforma e Insurgentes; en el último piso se presentaba la vedette Olga Breeskin. El hotel no se cayó, pero sí los tres últimos pisos, y hubo que demolerlo. En la calle de Doctor Vértiz, por donde pasé a diario durante años, había un edificio que usé como referencia para cuando el traidor va y se deja mantener por una mesera, que desde luego se llama Lupita. Era un edificio de unos cinco pisos, ya bien deteriorado. Se cayó toda la fachada y los dos pisos superiores, además de la azotea donde estaban los cuartos que describo en la novela. Hay un par más. Cuando Thierry Davo llegó a México, a finales de 1986, y quiso conocer los lugares en los que se ambientaba la novela, lo único que pude enseñarle fueron ruinas y terrenos baldíos.
Sé que el terremoto fue muy fuerte, pero a mí me suena a demasiada coincidencia. De todos los edificios que se mencionan en el libro, sólo quedó en pie uno que aún ahora acoge una vinatería. Eso sí: se cayó una pared intermedia, que lograron arreglar después de recimentarla.
Y vamos a ver de preparar los sanguchitos y las películas para la cena de año nuevo. Nos vemos en 2007.

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Nota prepotente: Recién regresado a El Salvador, varios escritores agarraron la misma onda: decirme que, sí, yo escribía bien, que Los héroes tienen sueño y Los años marchitos y Terceras personas, pero que "esa novelita", la del traidor, era más bien malita, ¿no? Y yo hacía alguna broma, porque no es lo mejor que tengo, pero es mía, y además siempre lo hacían en público y de verdad que resultaba embarazoso. Un día, alguien que ya me lo había dicho un par de veces repitió lo de "esa novelita", también con público. Enough is enough, me dije, y le contesté en el tono más mexicano (es decir elegante) que pude: "A ver: esa novela es lo que yo estaba escribiendo a los 21 años. Para eso me daba el pellejo. ¿Tú qué estabas escribiendo a los 21 años?" Todos los presentes sabíamos lo que todos estábamos escribiendo a esa edad, y se hizo un silencio de sepultura, así que hice una broma de lo más frívola, nos reímos y nadie ha vuelto a hablarme de "esa novelita" en "ese tonito". Aprovecho y pongo un pedazo aquí, en mi otro blog. (Sí, Thierry, tiene pequeñas correcciones que le hice por allí de 1990.)

Escritor ¿de dónde?

En agosto pasado, durante la feria del libro en Guatemala, participé en una discusión acerca del estado de la literatura centroamericana o, para el caso, salvadoreña, hondureña, costarricense, etcétera. Mi posición --no demasiado popular entre los ponentes-- fue que habría que preguntarse si, más allá del ámbito descriptivo, existía literatura de cualquier parte, es decir: si lo que define una obra o a un autor es que sea nicaragüense, o que haya un buen texto y un buen escritor. Me explico: Cien años de soledad será todo lo colombiana que uno quiera, y si uno le busca hasta puede encontrar que es la síntesis de "lo latinoamericano", de una estética "nuestra", lo que sea. Pero eso no lo hace un buen libro, sino que está muy bien escrito y que García Márquez, allí, es un contador de historias como se han visto pocos hasta la fecha. El tema de la novela es incidental y, ya entrado en gastos, hasta es materia de gustos; "lo latinoamericano" es tan importante como "lo sureño" en Faulkner, "lo japonés" en Kawabata y, perdón, muy poco hay de peruano en Vallejo, y eso no le resta méritos.
El asunto de la salvadoreñidad o mexicanidad me parece, en suma, extraliterario, y a veces cumple el mismo papel que los "apellidos" de ciertas literaturas: poesía feminista, narrativa gay, teatro comprometido. Cuando uno se acerca a una obra "con apellido", siempre llega con una cierta condescendencia y a veces hasta con un dejo de lástima: suficientes problemas tiene la pobre muchacha siendo feminista, gay, salvadoreña y de izquierda como para exigirle que además haga buena poesía. Comprendámosla y digamos que es buena.
Habrá editoriales que se dediquen a publicar esas cosas, pero nunca son suficientes, no duran mucho o no publican más de un libro por autor, a menos que el autor sea el dueño: hay un montón de marginados que lo necesitan, y una vez que se empieza sólo la bancarrota detendrá la bolita. Y ya se sabe que las editoriales "grandes" y "elitistas" no siempre comulgan con causas justas (a menos que sean negocio), y prefieren apostarle a la literatura, no a lo que se mueve a su alrededor. Y peor aún: tienen filtros de calidad (consejos editoriales, editores exigentes, lectores con buen gusto) que marginan aún más a los que ya viven en la marginación sexista, política, ecológica... Usted póngale nombre, que de todo hay. (Hace unos meses se anunció con cierto bombo un taller de "poesía ecológica". Válgame...)
Lo que hay al final de cuentas es un montón de escritores a medio formar con un montón de libros en un cajón, que mandan a concursos locales (y a veces los ganan, muchos por falta de quórum), que autopublican y que nadie lee, ni siquiera los amigos que los regalan a cambio otros libros autopublicados, y que ellos tampoco leerán. Y mientras hay editoriales que prestan su sello (en el mejor de los casos) e imprentas que perpetran unas ediciones espantosas para que alguien pueda decir con la barbilla bien alzada: "Soy escritor."
De lo que ese escritor está seguro --ya se ha hablado de eso por acá-- es de que el libro que se autopublicó es la obra que todos los salvadoreños estábamos esperando, y hago énfasis en "todos los salvadoreños": sus miras en general son de carácter municipal. Le interesa "reconocimiento" aquí y ahora, y está seguro de que escribe mucho mejor, y mucho más, que cualquiera de sus contemporáneos también autopublicados, y hay altas probabilidades de que sea cierto. Y allí viene el triple salto conceptual y sin red de contención: si ya publicó su primer libro (o su tercero o su octavo), si es mejor que los de sus amigos, si lo invitan a recitales en Santa Ana y Nicaragua y hasta apareció una buena reseña en algún periódico, ¿por qué no lo publican en una editorial de verdad?
La respuesta es sencilla y obvia: porque escribe mal, o no lo suficientemente bien. Y escribe mal porque no se ha preparado para ser un buen escritor, sino para (auto)publicar(se), porque sus parámetros son otros como él (o ella, seamos justos) y, si acaso, lo peor de Roque Dalton, nada de Hugo Lindo, lo menos posible de Geoffroy, de Vallejo, Pessoa y Neruda algunas citas convenientes y toneladas de autores centroamericanos a su vez autoeditados, es decir: que también son jueces, testigos, abogados y ejecutores de sus propias ohras. (Se notará que no hay parte acusadora.)
Los motivos que se esgrimen para la autoedición son dolorosamente obvios: no hay editoriales, los salvadoreños no leen, "el gobierno" no apoya ni estimula a los creadores. De que no hay editoriales es casi cierto; la Dirección de Publicaciones e Impresos cuenta con una producción limitada, y las demás son inconstantes o se dedican a otras cosas. Pero hay algo importante: no es la existencia de una o varias editoriales lo que va a hacer una buena literatura, sino una buena literatura la que obligará a la creación de editoriales y, digamos, a que la DPI deba publicar más: para eso está. Lo que falta es el volumen necesario de buena literatura, y los motivos ya se dijeron en parte: una visión municipal del oficio ("eran mares los cañales / que yo contemplaba un día" en lugar de "quiero minar la tierra hasta encontrarte / y besarte la noble calavera / y desamordazarte y regresarte"), la utilización de la literatura para causas extraliterarias, la búsqueda de status y no de literatura y el exceso de genios incomprendidos y llenos de lugares comunes.
Para no alargar más las diatribas, que ya subieron bastante de tono, regresemos al inicio del post: ¿De dónde es un escritor? ¿De un país --o de una causa-- o de la literatura? La respuesta parece más que obvia, pero hace unos años no lo era tanto en nuestro pequeño ámbito.
Vamos: en El Salvador casi no hay quien publique. Pero está el resto del mundo, lleno de editoriales que buscan cosas novedosas, interesantes o simplemente buenas, sin importar la nacionalidad del autor. Y no es difícil; todo es cuestión de paciencia y trabajo a la hora de la escritura, y de un poco de suerte. Sigo creyendo que un buen libro se publica solo, sin necesidad del montón de contactos, contubernios y oscuros movimientos que intuyen los que sólo saben de autopublicación (y que a veces ejercen ellos mismos si los ponen en el lugar adecuado).
Todo eso viene por la nota de William Alfaro acerca de los libros del año 2006, que había comentado de paso dos posts atrás. Como bien lo señala William, la autoedición fue lo predominante, como lo ha sido en los últimos treinta años, pero cada vez hay más salvadoreños que publican en el exterior, como cualquier español o argentino, y lo hacen con la única arma que tienen: su calidad. Y, claro, hubo libros también publicados en el país, por editoriales establecidas o proyectos nuevos que ojalá se sostengan.
¿Que es importante publicar en El Salvador porque uno es salvadoreño? Pues sí. Pero no creo que a García Márquez le molestara que la primera edición de Cien años de soledad apareciera en Argentina. ¿Quieren editoriales salvadoreñas? Pues háganlas, o hagan que las ya existentes se fortalezcan con buena literatura. En serio que en el país hay lectores de calidad, como en cualquier parte, y no son pocos. Y "el gobierno", señores, no va a crear artistas. Su papel el gobernar. Ahora que si hablamos del estado, ya podemos empezar a platicar en serio...

30 de diciembre de 2006

¡Ah! Y murió Gerald Ford

Nada más que él sí murió de muerte natural y le correspondió el honor (que sin embargo fue tomado como todo lo contrario) de "terminar de terminar" con la guerra de Vietnam; ya Nixon había pasado por la derrota de 1973 en el norte, y a Ford lo pusieron para la de 1975 tras lo del Watergate. Peores cosas había hecho Nixon que el espionaje a los demócratas; la onda era deshacerse de él cuanto antes.
(Recuerdo aquella frase de Nixon en su discurso de renuncia: "I am not a crook." Pocos menos adecuados para decirla: impulsó su carrera, en sus inicios, como brazo derecho del senador McCarthy --"muerto en su cama de muerte / flanqueado por cuatro monos"-- en el Comité de Actividades Antinorteamericanas, uno de los tantos periodos infames que nuestros vecinos de más al norte han tenido, los Rosenberg y Sacco y Vanzetti incluidos. Y perdió contra Kennedy. Y el otro Kennedy perdió contra él por default; lo mataron en la cocina de un hotel, qué lugar para morirse.)
En fin, recuerdo que Ford, con todo que era un tipo grandote, fuerte y deportista, tenía la mala costumbre de caerse en público, y la ejerció sistemáticamente y en momentos clave. El vox populi decía que no era capaz de caminar y mascar chicle al mismo tiempo (porque además le gustaba mascar chicle).
Nomás más me acordé. Que descanse en paz, y se agradece que no lo hayan elegido después de terminar el periodo de Nixon; a veces es mejor quedarse con la duda.
(Creo que hay un capítulo de Los Simpson en el que aparece Ford. Sí, aquí está. Trata acerca de dos malos vecinos: George y Barbara Bush. Al final aparece Ford. Me da la impresión de que Ford cae mientras juega fútbol americano con Homero, o en algún momento, pero igual me lo estoy inventando.)

Saddam Hussein fue ejecutado

Así dice aquí y en todas partes, se habla de sus crímenes pavorosos (nada comparado, digamos, a los del héroe Truman en Hiroshima y Nagasaki) y se le califica de cosas bien feas, que quizá fueran ciertas, pero todo huele tan mal y suena a una puesta en escena tan mal escrita...
Decenas de miles de muertos para llegar a eso. Decenas de miles de humillados. Un retroceso brutal en un montón de temas (derechos humanos, presunción de inocencia, deploración del racismo, habeas corpus, prohibición de torturas) que llevaron decenas y cientos de años en establecerse como signos mínimos de civilización, y que ahora están en manos y a discreción de un tipo aterradoramente tonto.
Recuerdo un cartón viejo de Chumi Chúmez. Era una tumba inmensa, abierta, con una lápida en la que se leía: "Aquí yacen 900,000 vietamitas y el orgullo americano." Así las cosas.
¿Y ahora?
El mundo, en serio, me queda demasiado grande; sólo soy un escritor que a veces trata de entender, y a veces de no entender. En este momento lo que quiero entender es que la literatura sirve para algo, y agradezco al compañero William Alfaro que haya publicado, en las mismas páginas en las que se habla de la ejecución de Hussein, una nota acerca de algunos libros salvadoreños publicados en 2006. Hay gente allí a la que quiero y admiro, como Claudia Hernández, Manlio Argueta, Krisma, Heriberto Montano, Horacio Castellanos y hasta yo mismo, si en ésas andamos.
La pregunta es: ¿qué sigue? Me parece que vamos por buen camino, haciendo lo que sabemos hacer, lo que de verdad sabemos hacer. Ellos también, pero no saben crear, ni les interesa. En eso les llevamos ventaja, aunque ellos manden.

29 de diciembre de 2006

Un cable muy viejo

Hace unos seis años, quizá más, contraté el servicio de Integra. Una maravilla, ni más ni menos: tele por cable, teléfono y una conexión a internet a la insoportable velocidad de 64Kbps.
Vivía en una casa grandísima, llena de cuartos grandísimos, y me gustó la idea de poder llevarme la compu, con todo y conexión, a cualquier rincón más o menos habitable. Lo hice un par de veces, pero me sentía bien en el estudio, donde estaba el módem o DSL o como se llame lo que pusieron, un aparato blanco del tamaño de un refrigerador pequeño. Como fui de los primeros que contrataron el servicio de Integra, me trataron bien. Entre otras cosas, los técnicos me dejaron como cuarenta metros de cable de red para que, en efecto, pudiera mover la compu donde se me diera la gana. El rollo a veces estaba en el estudio, a veces en el clóset, a veces en un rincón de la sala de tele que, además de la tele y un sofá cama, no tenía nada más.
Cuando me cambié a Los Planes de Renderos me llevé los cuarenta metros de cable, que estuvieron guardados durante un año porque donde vivíamos no había nada de Integra ni de Turbonett ni de esas cosas; de hecho, cuando nos instalaron el teléfono, se tardaron un montón porque tuvieron que colocar un poste en la entrada del pasaje y otro fuera de casa.
Cuando nos pasamos a vivir cerca de la gasolinera contratamos tele por satélite, aprovechando que la antena nos costaba un dólar (allí la tenemos todavía, sin oficio ni beneficio), y Turbonett y un teléfono extra. No sé por qué, pero el paquete completo costaba más barato que sólo tener tele por cable, y no íbamos a protestar. Cuando llegaron a instalar el asunto, los técnicos vieron que teníamos un rollote de cable de red y usaron un buen pedazo, en plan de no desperdiciar. Me cayó un trabajo extra, con el que compré las dos compus de escritorio que tenemos ahora, más que ya tenía mi hijo Eduardo, conseguí un hub y armamos una red con acceso a internet para todas las máquinas, ¡a 128Kbps, y luego a 256! Usamos, claro está, un poco de lo que quedaba de aquel cable que me dejaron los de Integra.
Nos cambiamos de nuevo, a Casa de Piedra, y los de Telecom pusieron tantos problemas para trasladar cable, teléfonos e internet que cancelé todo y los mandé al diablo. (Acabo de hacer lo mismo con el teléfono que teníamos; pasó tres meses descompuesto y se pasaron mintiéndome sin hacer nada para arreglarlo.) Los de Amnet trajeron cables y todo, pero también aprovecharon un poco del que nos quedaba para conectar la compu. Sí, sólo una compu conectada a internet, teniendo dos (tres con la Vaio que, por cierto, es verde), y una más que ya está viejita pero con cambiarle la fuente de poder vuelve a jalar.
Hubo problemas logísticos: a veces Krisma necesita colgarse de internet al mismo tiempo que yo, y más o menos durante la misma cantidad de horas. Ayer la benzodiazepina dejó de hecerme efecto durante unos minutos y dije "Al carajo". Fui a Metrocentro, compré este router D-Link que se veía guapo y barato y regresé a casa a instalarlo.
Y, como era de esperarse, usé el cable que venía incluido para conectar el router con el módem y tres pedazos del cable aquel de seis años atrás para conectar mi compu, la de Krisma y la Vaio, ejem, verde, y ya después vería qué onda con la conexión inalámbrica.
Otros dos gramos de benzodiazepina no bastaron para quitarme la frustración. No hubo modo de conectar nada a ninguna parte ni de que funcionara de ningún modo. Llamé a soporte técnico de Amnet. Me atendieron amablemente cuatro personas en cuatro diferentes ocasiones, para un total de dos horas, y me dieron como ocho soluciones posibles. Excepto encender veladoras, probamos de todo, y nada. La batalla ya no era siquiera por conectar el router al módem y de allí a internet, sino entrar siquiera a la configuración del aparatejo.
Me dormí temprano, calculé que la tienda estuviera abierta, y a las nueve de la mañana estaba en Metrocentro preguntando qué diablos pasaba. Como buenos técnicos, además del gesto de desprecio, en cuatro segundos hicieron funcionar el router. El dueño llegó más allá: me dijo que el asunto no era tan fácil como decía el manual, que instalar un router no era así nomás y que tendría que contratar a un técnico, que él podía recomendarme alguno, y me sonó a unos cincuenta dólares, sin tomar en cuenta el sobreprecio por venir hasta Los Planes. Y pues no, porque no seré muy brillante, pero sé reconocer a los que buscan bastante lana a cambio de muy poco. (Tengo mi vergonzoso pasado al respecto. Cuando vivía en Acapulco y era paupérrimo, llegué a cobrar carísimo por poner unas pantallitas llenas de colores antes de arreglar todo con un simple chkdsk.)
Regresé a casa a intentarlo de nuevo, y lo mismo: nada. Las compus no detectaban la conexión, el router no reconocía las computadoras, yo no me reconocía a mí mismo. Me llamó Salvador Canjura para preguntarme algo y aproveché para que me ayudara. Hice todo lo que me dijo varias veces, además de los treinta modos que había probado antes. Nada.
Recurrí al caso extremo: llamé al Hombre Cuyo Nombre No Se Menciona, y que en estos lares se le conoce con el merecido nick de la estrella más brillante de la constelación de Tauro. Después de rendirle tributo durante las tres horas que marca el protocolo, me dijo "Prueba con la Vaio conectándote así y así; te llamo en un rato porque en estas tres horas ya me dio hambre y me voy a comer". Y, milagro, conecté la Vaio al router y logré entrar en el menú de configuración. No a internet, pero algo era algo.
No es que sea especialmente perceptivo con un Rivotril entre pecho, espalda y madre, pero noté que había funcionado con el cable que venía en el paquete: bien forrado, blindado, con protecciones en los extremos, y hasta bonito se veía el condenado. Y sería lo que fuera, pero no dejaba de ser un pinche cable como los otros, y servía para lo mismo: conectar cosas. Los mismos colorcitos por dentro, las nismas terminales, todo, nomás que menos fancy. Así que cuando El Que Mora En Los Circuitos Celestiales me llamó y me dijo que venía a casa a ver qué podía hacer por este pobre humano, le pregunté: "¿Podrían ser los cables?" Así que de camino compró uno de siete metros y medio y otro de dos, bien empacaditos y de colores chidos (se los pagué de inmediato, centavo a centavo en monedas pequeñas, para que se viera muchote), y me dijo: "Conectemos primero la..."
Para ese momento ya había conectado las dos compus y tenía la Vaio encendida, con el puerto inalámbrico activado y... uh... en unos segundos tenía tres compus conectadas a internet y dos de ellas conectadas entre sí, sin siquiea hacer las cosas en el estricto orden que estipulaba el manual. (Sí, me aprendí el pinche manual de memoria.)
Claro que después El Preclaro (pero sólo él es nerd) configuró cosas de seguridad, el asunto inalámbrico, etcétera, y me explicó cosas reservadas a los elegidos, y se lo asgradeceré eternamente. Lo cierto es que se trataba de que el router, o sea, sólo aceptaba cables de buena calidad, no pedazos reciclados que quién sabe por qué manos hayan pasado ni que estúpida información hayan transmitido; hasta para eso hay clases.
Ahora el problema es qué diablos hago con veintitantos metros de cable que para algo deben servir, pero no sé para qué. Y después de seis años hasta les he agarrado cariño.
Eso sí: me encanta estar tirado panza abajo escribiendo este post en la laptop mientras veo Narda y el verano en Cine Latino y Krisma, en la sala, arma el suyo en su compu, y hasta hay una apagada...
Vanidad: tu nombre es computación.

24 de diciembre de 2006

Navidad en La Casa

No llegaron todos los que eran, pero hubo unas 40 personas en el almuerzo de La Casa del Escritor, incluidos talleristas y amigos. Y, sobre todo, hubo una cantidad pantagruélicoa de comida, que se acabó: dos ollas de mole poblano, una de chicharrón en salsa verde (cortesía de Brenda Guadrón), 50 tamales de mole tipo oaxaqueño (también), hojas de parra rellenas (las llevaron Samia Giannini, novelista, y familia), ensaladas, frijoles, una pizza gigante (cortesía de Lauri García Dueñas), un pastel que llevó Salvador Canjura. otro que llevó Rebeca, otro que llevaron Samia & Co... No creo que nadie saliera por lo menos con cuatro rondas de comida, dieta o no dieta.
Aquí van algunas de las fotos, en desorden. Hubo unas que no salieron, las de los compañeros de danza, que se fueron a ver tele a la planta alta, pero seguro que estuvieron y seguro que comieron como cualquiera de los demás.


Demostración empírica de que Aniuxa (Ana Escoto) no es tan morena como pensábamos. El parámetro fue el brazo de Krisma. (No encontramos a Nelson, ante quien a Krisma puede considerarse trigueña.)


Argelia y Ruth Grégori, en primer plano. Atrás, el poeta Manuel Barrera. Hubo una felicitación con aplausos y todo para Ruth, por el acierto de pubicar en El faro, donde trabaja, una nota en la que habla de Jorge Galán como uno de los poetas jóvenes más fuertes de El Salvador, justo el mismo día en que se supo que éste había ganado el premio Adonais.


Rebeca Torres y René Figueroa tratando de "inaugurar" la recién nombrada Avenida Salvador Salazar Arrué con sus primeros atropellados. Detrás de ellos esá la clínica San Francisco de Asís.


Yo comiéndome mi ración de pastel. (Necesito hacer dieta.)


Samia Giannini. Acaba de terminar una novela muy buena y estuvo a cargo de la parte árabe de la comida. Por suerte ella y su espos Joseph y su hija Jennifer llegaron cuando todos estaban bastante llenos, y alcancé varios rollitos de hojas de parra con carne y arroz. El postre árabe no alcancé a probarlo. Atrás a la izquierda, Judith Barrientos.


La ex morenaza Ana (la hormigarca) y el Churro (el ex oligarca). Atrás, René Figueroa.


Toda la bola en acción, con la comida ya a la mitad: Ana (de espaldas), René, Tere Andrade, Roberto Laínez, Nancy Gutiérrez, yo sirviéndome un delicioso chicharrón en salsa verde con garbanzos, Brenda Guadrón y Lauri García Dueñas.


Tere Andrade (con la pierna derecha rota), Roberto Laínez y Nancy Gutiérrez.

Rebeca Torres, Carlos Guardado (ambos se ganaron este año el II Certamen Nacional de Video), Sandra Aguilar y Ricardo Hernández.



Una foto sólo de mujeres (De las presentes, faltó Samia): de izquierda a derecha y de arriba para abajo, Jennifer Gabriel, Judith Barrientos, Irma (olvido su apellido; es la compañera de Heriberto Montano), Nancy Gutiérrez, Teresa Andrade, Sandra Aguilar, Rebeca Torres, Roxana Méndez, Krisma Mancía, Johanna Marroquín, dos compañeras del taller de danza (¡agh!, ¡no tengo sus nombres a mano, mísero de mí), Brenda Guadrón, Ana Escoto y Lauri García Dueñas.


¡La prueba gráfica de que en La Casa del Escritor se hacen negocios turbios! ¡Johanna Marroquín le está vendiendo un ejemplar de Cualquier forma de morir a Ricardo Hernández! (Vendió tres en total, y no me avisó, porque los que tenía allí no estaban para la venta. Pero 18 dólares son 18 dólares. También vendió uno del Viaje al imperio de las ventanas cerradas, que tampoco era para la venta, sino el que estaba para consulta. Vamos a llevar más, me parece.)


Nelson Ochoa, Rebeca Torres y Salvador Canjura, desde luego conversando de cine.


Ricardo Hernández, Osvaldo Hernández y Manuel Barrera.


Osmín Magaña, el monstruo inclemente del taller de video (o sea el producor).


Irma y Heriberto Montano. Ya comenzó a tomar el tratamiento contra la esclerosis lateral amiotrófica (o mal de Lou Gehrig) y se notan progresos. Y anda muy bien de ánimo; eso no tiene precio.


Y, con toda su timidez, Jorge Galán, la estrella literaria de la semana y gran orgulllo para La Casa (y ojalá que para el resto del país), después de que ganara el premio Adonais de poesía. A la izquierda, Roxana Méndez; a la derecha, Herbert Galeano.

21 de diciembre de 2006

La verdad

Desde hace meses estoy en la onda de escribir acerca de cosas mías, muy mías y muy terribles, más como novela que en forma de "memorias" (todavía me quedan cosas más interesantes que escribir, espero). El problema es encontrar el modo y el tono adecuado. Había pensado en armar a las personas como personajes, pero es imposible, al menos para mí; el elemento emocional es demasiado fuerte. Un tratamiento demasiado directo también mata el texto: puede ser sincero, pero no tener interés. (Creo que ya lo había dicho antes: no hay nada peor para la literatura que la sinceridad. Sin cierta truculencia, no hay literatura interesante.) Entonces: ¿cómo contar la verdad sin que sea tediosa, melodramática, patética (odio el patetismo) o simplemente aburrida?
En las novelas es fácil poner algunas cosas propias. En Trece hay una escena larga y muy fuerte que es totalmente autobiográfica, aunque se la presté al personaje para que la contara como suya, porque tenía sentido. Es el único caso en que me ha salido algo así, y quizá un poco en Instrucciones para vivir sin piel. Unos detalles aquí y allá y listo: las cosas tal y como pasaron, con implicaciones y todo. En otras partes de ésas y otras novelas hay hechos aislados, ideas, cosas, tan bien disfrazadas que ya no tienen que ver conmigo; sólo quedan los referentes.
Hoy me puse a escribir con el tema en mente e intuí que el asunto puede resolverse por el lado del lenguaje: darle vida propia al lenguaje. Es más fácil hacerlo que explicarlo. Hay un personaje narrador (yo, pues), pero mi lenguaje "natural" no sirve para lo que lo necesito. Tampoco un lenguaje abiertamente literario, técnicamente literario, bien medido, pesado y lo que sea. Hasta donde voy, el narrador tiene que estar construido de lenguaje, no de hechos; éstos se contarán en su momento. El personaje debe ser algo así como un elemento conductor a través del cual pasen los hechos a medida que sean necesarios y se traduzcan en lenguaje.
Ya me hice bolas.
Créanme: funciona. Estoy contento. Ya encontré el modo de decir cosas a las cuales he estando dándoles vueltas desde siempre, y es necesario que salgan. No creo que salga algo mejor que las novelas que llevo, pero es el libro que quiero escribir.
Ya van cuatro cuartillas...

Más de El Salvador en España y antología de 45 poetas

El diario de hoy publicó una pequeña nota anunciando que en España acaba de publicarse un número de la revista Cuadernos hispanoamericanos dedicada a la cultura en El Salvador. El índice completo puede encontrarse aquí.
Un par de veces, al parecer, se pospuso la publicación del número. Hace poco menos de dos años me llamó Carlos Cañas Dinarte (¡todavía no me "autoexcluía" de su Diccionario de autores y autoras!, es decir: yo todavía era escritor), me dijo del proyecto y con gusto (¡yo todavía lo respetaba y hasta lo quería!) armé una nota acerca de la narrativa contemporánea salvadoreña. Se anunció la publicación para mediados del año pasado, luego creo que para prinipios de éste y, en fin, ya salió.
Me parece muy importante la aparición de la revista, y mucho habrá en ella que pueda rescatarse. Sin embargo, el panorama de la literatura se ha redefinido de manera interesante desde que nos pidieron los artículos, en especial en lo referente a España, por ejemplo con los premios de poesía que en un año se ganaron Krisma Mancía y Jorge Galán, la anología Trilces trópicos y algunas publicaciones en Cataluña; de La Casa del Escritor, por El Salvador, publicaron Teresa Andrade y Krisma; por Guatemala, Denise Phé Funchal, traducidas al catalán y todo por Joan Navarro. (Hubo algunas publicaciones de gente de La Casa también en Argentina, Perú y no recuerdo dónde más.) En narrativa, desde entonces, Carmen González Huguet ha dado a conocer dos novelas, y el propio Galán ha entrado de lleno en el género. (En aquel entonces tenía una sola novela escrita, aún en corrección, y otra en proceso de escritura. Ahora ya son cuatro, más el premio de cuento para niños.) Claudia Hernández no había publicado Olvida uno, que me parece fundamental para las letras salvadoreñas. Horacio Castellanos Moya está consolidando su carrera en España, Francia y Alemania. Y, no, en mi artículo no aparece una sola de mis novelas, porque no me iba a poner a hablar de mí mismo.
La otra buena noticia es que nos van a dar unos euros por la publicación. No demasiados, pero el fin de año siempre es mortal para las finanzas, y tengo que terminar de pagar mi Vaio verde.

* * *

Anteayer me dieron una copia de la antología de poetas salvadoreños en la que estuve trabajando hace unas semanas. Se anunciará su aparición en los próximos días (hoy o mañana, lo más probable). Quedó bien, y adelanto un poco de qué se trata.
Es el número 2 de la colección Sólo la voz, que está lanzando de a poco la revista Cultura y La Casa del Escritor. Un disco compacto, con las voces de 45 poetas salvadoreños nacidos entre 1899 (Claudia Lars) y 1988 (Nathaly Castillo Menjívar, que en serio no es mi pariente). Hubo un error y se puso que el menor de los poetas había nacido en 1987, pero no; los de ese año son Alberto Quiñónez y Herberth Cea, Nathaly es menor.
No son todos los que están ni están todos los que deberían ser, pero como siempre es imposible y ya vendrán las correspondientes protestas, como las que genera cualquier antología desde que éstas se inventaron.
Para empezar, había que atenerse en gran medida a los materiales que se tenía. Por ejemplo, de cierto periodo y de ciertos poetas había que conformarse con lo que hubiera registrado o se pudiera registrar: de Claudia Lars, Quino Caso, Pedro Geoffroy, Hugo Lindo y Oswaldo Escobar Velado hay cosas, y se consiguió de Claribel Alegría, pero no de otros de la época. Otros que debían ir no fue posible incluirlos, por ejemplo David Escobar Galindo: en los días en que se hacía lo de las grabaciones que faltaban estuvo muy ocupado y salió de viaje y en fin. A otros, según entiendo, se les llamó para pedirles permiso y no se les localizó, no correspondieron a las llamadas o no respondieron a los mails, y así no, porque luego vienen los problemas. En otros casos hubo decisiones editoriales, en las que no participé; mi trabajo era armar el disco. Ofrecí las grabaciones que tenía, me proporcionaron otras (algunas con mucho ruido, hay que decirlo; no las hice yo ni se hicieron con mi equipo, pero las arreglé lo más que pude) y cayó un par más.
Con todo y que mi parte fue bien técnica, me puse a hacer una revisión bien rápida de la poesía salvadoreña desde Claudia Lars hasta la fecha, y noté cosas que podrían ponerse a discusión.
Por ejemplo, la época de oro de la poesía nacional está entre los años treinta y cincuenta (quizá con extensión a los sesenta, pero de escritores ya mayores, digamos los nacidos entre 1899 y 1925); allí se alcanzaron los puntos más altos, y mencionaría El ángel y el hombre, de Claudia Lars; Sólo la voz, de Hugo Lindo; Vida, pasión y muerte del antihombre, de Pedro Geoffroy, y varias de Oswaldo Escobar Velado. Luego, se nota el cambio de rumbo en los años cincuenta-sesenta, con la gente de la Generación Comprometida, y el asunto se pone irregular, pero interesante. Están los que la apuestan a la continuidad con respecto a las generaciones anteriores (en especial a Lars), los que asumen rupturas como las de Geoffroy, los que se lanzan de lleno a buscar "una nueva poesía", pensándolo en dos términos: la poesía "comprometida" y nuevas búsquedas formales. Hay sin embargo un tropezón fuerte. Dos obras que me parecen importantes de la época son Los estados sobrenaturales, de Quijada Urías, y Los extranjeros, de Roque Dalton. (Ayer me puse a revisarlo y, con alivio, noto que sigue siendo un gran poema.)
A partir de allí, poco interesante, con algunos puntos álgidos de algunos poetas bien definidos. En mi generación --como ya lo dije antes-- veo gran aridez, también con destellos que no logran hacer un verano.
Empieza a ponerse bueno de nuevo a partir de los escritores que nacen a finales de los años sesenta y a principios de los setenta, y de allí empieza a verse cómo está preparándose un nuevo auge en la poesía, cetera is paribus, of course. Oír el disco de principio a fin (dura poco más de una hora) es una interesante lección acerca de los avatares de la poesía nacional.
Va la lista de autores incluidos, por fecha de nacimiento (me da pereza escribir la de los que no entraron, que es mucho más larga): Claudia Lars, Quino Caso, Pedro Geoffroy Rivas, Hugo Lindo, Oswaldo Escobar Velado, Claribel Alegría, Ricardo Bogrand, Eugenio Martínez Orantes, Irma Lanzas, Mercedes Durand, Waldo Chávez Velasco, Manlio Argueta, Roque Dalton, Roberto Armijo, Ricardo Castrorrivas, José Roberto Cea, Alfonso Quijada Urías, Rolando Costa, Rolando Elías, Rafael Mendoza, Ricardo Lindo, Miguel Huezo Mixco, Mario Noel Rodríguez, Roberto Laínez, Carmen González Huguet, Aída Párraga, Luis Alvarenga, René Figueroa, Susana Reyes, Jorge Galán, William Alfaro, Carlos Clará, Alfonso Fajardo, Eleazar Rivera, Osvaldo Hernández, Krisma Mancía, Roger Guzmán, Vilma Osorio, Sandra Aguilar, Teresa Andrade, Mario Zetino, Santiago Vásquez, Alberto Quiñónez, Herberth Cea y Nathaly Castillo Menjívar.
A partir de las faltas, he estado grabando a otros poetas que quizá debían estar registrados. Para una segunda edición, versión o para otro número puede ponerse a los muchos que faltan. Si quieren, claro, porque habrá quien no.

* * *

Hace unos días puse una lista de escritores salvadoreños vivos que han publicado y obtenido premios en Europa, y me faltaron dos: Claribel Alegría (¿cómo pude?), en Francia y España, y José Roberto Cea, en España. Mil disculpas.

18 de diciembre de 2006

Zetino, Roque Dalton, el debe y el haber

Mario Zetino, compañero de La Casa, acaba de poner su blog aquí. Lo inauguró con un poema excelente, del cual sólo conocía la primera versión. No se lo pierdan. También puse un link en la columna de la derecha, y otro para el blog de William Alfaro, Pohemia.
Ayer, Mario y Santiago Vásquez me regalaron una antología de Roque Dalton hecha por él mismo y publicada en La Habana, La ternura no basta. Hacía un tiempo que andaba detrás de ella. En la primera pasada busqué algunos poemas que para mí han sido muy importantes y que consideraba bastante buenos, como "Bosquejo de adiós", y le di un repaso a los libros que dejó inéditos, Doradas cenizas del féniz, El amor me cae más mal que la primavera y Un libro levemente odioso. Terminé de leerlos con mucha tristeza. Me parece que la poesía de RD se nos está quedando antigua y sin mucho asidero. Cada vez que lo leo encuentro menos cosas que me parezcan memorables, y es como si un padre se me estuviera muriendo de muerte lenta.
La impresión que me quedó fue la de que tiene un código poético muy desarrollado, pero que escribe como si estuviera demasiado consciente de que lo están leyendo, de que lo van a leer, de que debe escribir ciertas cosas y de cierto modo, de que va a generar ciertas reacciones. Una excesiva autoconsciencia que se come buena parte de lo demás. Quizá, si hubiera vivido un poco más, hubiera tenido la oportunidad de quitarse esa carga y ponerse a hacer la poesía que le saliera así nomás, porque ése era él.
En el prólogo del autor hay un par de párrafos que me produjeron tristeza también. (Lo leí después de dar una revisada a los poemas, es decir que la "impresión" me llegó antes de confirmarla en el prólogo.) Los reproduzco:

Si al pueblo de Cuba su revolución le dio el derecho a una vida auténtica, al manejo de su propio destino, que es y será maravilloso, socialista hoy, comunista mañana, a mi poesía, perseguida, vilipendiada y prohibida en mi país, la Revolución Cubana le dio condiciones materiales, espirituales e ideológicas para existir y desarrollarse. Por nuestra propia experiencia y en nombre de tanto creador latinoamericano silenciado por la censura, la cárcel o la muerte, comprendimos en Cuba qu el gran acto cultural de nuestra época y de nuestros países no es la creación individual de una obra bella, sino la acción revolucionaria, la lucha por la revolución que creará las condiciones reales para que nuestros pueblos puedan ejercer todas sus capacidades creadoras. En América Latina, hoy esa acción, esa lucha, es previa, histórica, moral y culturalmente, a la creación artística. Y los escritores y artistas debemos ser consecuentes con esa prioridad.
En el marco de esa experiencia y de esos criterios la poesía que aquí recojo, fruto de un largo proceso de concientización, quiere mostrar también el drama del creador frente a las complejas realidades del mundo: sus avances y sus retrocesos, sus amarguras y sus júbilos, la paradoja de una participación en la lucha de clases en las filas proletarias con instrumentos sin embargo marcados por la raíz pequeñoburguesa. Lo que en el fondo quieren decir estos poemas al publicarse en conjunto es: así vio el poeta en su camino el amor, la lucha, la ridiculez de la burguesía, la tierna mitología de sus padres, sus propias dudas, las cárceles, la proximidad de la muerte, las sutilezas conceptuales de la lucha ideológica, el diálogo, el país enajenado, el placer, las lágrimas, la esperanza férrea. Visión múltiple, diversificada, pero siempre parcial, que cobrará su auténtico sentido sólo en el seno de la lucha práctica por la liberación de nueestros pueblos.

Hay allí aseveraciones a veces crueles, a veces ingenuas, a veces ambas. Por ejemplo, declara que la prioridad no es hacer arte, sino la revolución, y que a eso deben dedicarse todos los artistas mientras no haya un triunfo revolucionario. Pero él ya tiene una carrera en marcha, y resultados que mostrar: son los que siguen de él los que no pueden hacer poesía. Lo peor es que muchos se lo tomaron en serio (hablo de la gente de mi generación), y el resultado ahora, cuando ya no hay revolución ni posibilidades de que triunfe alguna del tipo que Dalton deseaba, es una aridez espeluznante en materia poética. Y Roque Dalton queda en el centro como el faro de una playa sin mar. Ha hecho falta mucho trabajo y tiempo para comenzar a salir de esa concepción no sólo injusta, sino también "daltocéntrica". Y faltará mucho más para que la noción de la poesía utilitaria termine de terminar.
Lo otro, que la poesía de Dalton, según dice él mismo, es parte de un proceso de concientización, y reniega un poco de lo "burguesa" o "pequeñoburguesa" que es la/su poesía. Es falso: Dalton --y es evidente-- tuvo un largo trabajo de preparación poética, una dedicación "burguesa" a sus cosas, y no hay concientización política que le enseñe a uno a escribir. Pero los que se la creyeron están pagando las consecuencias: no basta con tener La Verdad, con tener La Razón, con defender ciertas causas, con escribir como Dalton, para ser poeta. El asunto va por otro lado, y es un lado mucho menos fácil que leerse a Martha Harnecker.
Por último, Dalton dice en el prólogo que sólo bajo una revoución triunfante se va a conocer el auténtico sentido de su obra. Le apostó a eso. Y me parece que no ganó la apuesta; en una sociedad diferente --no mejor, nada más diferente--, buena parte de su obra se cae a pedazos.
No me regocijo en lo que estoy diciendo. Para bien y para mal, la obra de Dalton fue una influencia muy importante para mí; hay cosas que le debo y le agradezco, y hay vicios que tardé años en quitarme; quizá aún conserve algunos. Lo que sé es que nunca dejé de leerlo, y que siempre insisto en que se lea. De manera crítica, como la obra de cualquiera, pero que se lea y se discuta y se razone.
Lo que me entristece es que haya gente joven, ahora, que se niegue a leerlo: para ellos es el paradigma del conservadurismo, de "lo cuadrado", el señor enojado que les dice lo que es bueno y lo que es malo sólo porque sí, con el dedo alzado y todo. Y no es eso. En serio que no es eso. En todo caso --también para bien y para mal-- es uno de los parámetros de nuestro medio, y lo menos que puede hacerse es leerlo, para quererlo, para detestarlo o para que resulte indiferente.
Interesante: Dalton sacó de la antología La ventana en el rostros, donde tiene algunos de sus grandes aciertos poéticos. Los editores, sin avisarlo al lector, incluyeron textos de Poemas clandestinos, escritos ya en El Salvador y conocidos cuando Dalton ya estaba muerto.
Tres posts en un día. Demasiados. Pero lo del premio de Jorge y la nota de Ruth me han tenido girando.

No, no es una coincidencia

Algunas de las notas del periódico digital El Faro las ponen desde la madrugada del lunes, así que anoche revisé, vi la nota de Ruth, escribí el post anterior y me fui a dormir.
Desperté con la noticia de que Jorge Galán --a quien se menciona en la nota y en el post-- se ganó el prestigioso premio Adonais de poesía, en España, por su poemario Breve historia del alba, que por cierto tengo en el escritorio de mi computadora. Carmen González Huguet me envió un link a El Universal, de México, donde se da la noticia. En la nota se menciona que se ganó también el premio de novela de San Salvador, en el que ella y yo fuimos jurados, del que en su momento hablé aquí. (En el blog de William Alfaro, aquí, hay otros dos links.)
Ahora hay varias cosas que destacar. Por ejemplo, la oportunidad con la que Ruth Grégori publicó su reportaje acerca de los escritores jóvenes más sólidos de la actualidad, en el que apuesta por Claudia Hermández y por Jorge. Una semana más tarde hubiera sido demasiado tarde; el olfato es importante para los periodistas (como para los porteros de fut), pero también la suerte. Luego, el acierto de media docena de escritores de alguna trayectoria en ubicar a Jorge como el poeta más sólido de la actualidad. (Con Claudia fue más fácil: su carrera ha sido mucho más visible desde el principio.) Luego, que hay una buena cantidad de escritores salvadoreños que ya no piensan en el municipio a la hora de escribir (no son indulgentes con su obra), sino en la literatura a secas: escribir bien, hacer de ella un oficio, profesionalizarse, buscar los parámetros mucho más allá de la frontera y de nuestro tiempo más cercano.
Creo que es la primera vez que hay tantos escritores salvadoreños vivos con obra publicada en Europa (España, Francia y Alemania, especialmente), o con premios obtenidos del otro lado del charco: Manlio Argueta, David Escobar Galindo, Horacio Castellanos Moya, Claudia Hernández, Krisma Mancía, Jorge Galán y el que escribe son los que recuerdo ahora. Me refiero a libros; no cuento publicaciones en revistas (en papel o virtuales), antologías (allí habría que incluir a Jacinta Escudos y Salvador Canjura, los más constantes junto con Claudia y este servidor), etcétera.
Me siento contento y orgulloso. Jorge lo merece. También es el segundo premio de poesía que se otorga en España a un poeta salvadoreño en sólo un año; el anterior, exactamente por estas fechas, fue para Krisma, por el Viaje al imperio de las ventanas cerradas.
Ya empezarán los chismes y las descalificaciones y todo eso, porque así es la mediocridad, o ya tendrán qué decir de los de la lista que aparece dos párrafos arriba. Está bien. Lo que sé es que los parámetros cada vez están poniéndose más altos, y son más. Mi apuesta --y mi predicción desde hace ya un tiempo-- es que en unos cinco años El Salvador será un parámetro para la literatura en América Latina. (No se olviden de que lo leyeron aquí, ejem.)

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Hace varias semanas, Santiago (Carlos Henríquez Consalvi, pues), Salvador Canjura y yo fuimos jurados en el premio de novela de Zacatecoluca. Ganó una novela policial. No averiguamos quién era el autor, y no había modo de saberlo. Hace unos días Salvador me dijo que había sido Carmen González Huguet. Interesante que con ella haya sido parte del jurado que le dio un premio a Jorge por una novela de ciencia ficción. Es interesante también que ambos se consideren alumnos de Francisco Andrés Escobar, quien dice cosas muy sensatas en la nota de Ruth Grégori. Claudia viene también de allí.
El que hable de "argollas" (porque por allí irá el asunto) no sabe lo que dice. Lo que veo es, por fin, la consolidación en varios niveles de un "grupo" de escritores (no es un grupo, porque no creo que actúen "coordinadamente", sino por coincidencias) y la reconstrucción de una cadena de transmisión del conocimiento y de comunicación literarios, que se rompió muy a principios de los años setenta. Ya era hora.

De literatura y escritores nuevos

Hasta la fecha he leído pocas cosas en los medios de comunicación masiva que traten con seriedad y respeto a la literatura y a los escritores, o que muestren al menos un vislumbre de lo que es la literatura desde el punto de vista de sus creadores.
Quizá uno de los factores que inciden en esto es la vocación o las intenciones literarias de los reporteros; otro, el error de creer que entre la literatura y el periodismo hay algo más que un parentesco lejano e incidental, y que este parentesco da algún fuero prara opinar o decidir; otro, una incomprensión --heredada de sus maestros, hay que decirlo-- acerca del oficio periodístico: se olvida que un reportero es un testigo, a lo sumo un intermediario entre quienes generan la noticia y quienes la leen, no un participante o alguien que deba buscar una influencia en los asuntos que trata. Si algo incide, es por añadidura; su obligación es cumplir con su oficio, esto es: escribir bien y transmitir fielmente lo que ocurre y lo que otros dicen. (Me han hecho hablar cada tontería en las entrevistas... A veces sólo es cosa de oír lo que dice la grabación, verificarlo y verificarlo otra vez, y si es necesario otra más. Pocos se toman el trabajo de pasar del cuaderno de notas o de la memoria, tan frágil siempre, y uno dice lo que ellos entienden o creen que entienden. Lo triste es que hacer bien las cosas no les llevaría más que unos minutos extra.)
A veces los propios escritores se ponen a jugar al crítico, y allí ocurre lo contrario: les falta periodismo. O peor: más que hablar de literatura, hablan de ellos mismos. Esperan impresionar o dejar sentado su manejo del tema o --también-- influir o demostrar conocimientos profundos que quizá tengan, pero no siempre vienen al caso. Ni qué decir de los críticos de ocasión, o de los que buscan un reconocimiento como tales hablando de cosas que no conocen más que de oídas. Etcétera. No es que no los haya buenos; es que no es fácil encontrarlos.
Hoy leí un reportaje sencillo y bien armado acerca de literatura en El Salvador, que habla de los escritores jóvenes (menos de 35 años) que al parecer destacan más, según varios escritores: Claudia Hernández en cuento y Jorge Galán en poesía (este último con buenas incursiones en la novela; me consta). La nota es de Ruth Grégori, de El Faro, y se puede encontrar aquí. Está complementada con sendas entrevistas a Claudia y a Jorge, realizadas por la propia Ruth con gran acierto. Lo que destaca en la nota en sí es el respeto por la literatura y el ánimo evidente de reflejar lo que realmente es la literatura para los escritores, y qué piensan de ella y de la gente que la hace, no lo que tengan que decir personas que se mueven a su alrededor o que no han logrado aún profundizar lo suficiente, pero que siempre hablan como... uh... expertos, digamos. Gracias a Ruth por eso.

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Para Los De Siempre: ¿Ya vieron que por hacer acusaciones a lo estúpido se la pasan dando vueltas sobre la misma amargura? Con que preguntaran bastaría, como lo hizo Ruth. Sí, el poeta más sólido, de 35 años para abajo --en realidad de 40 años, y en una de ésas hasta más-- me parece Jorge Galán, y se está consolidando como un escritor "más completo" gracias a la cantidad de tiempo y trabajo que le dedica a su obra. Hay un aspecto importante --aunque no definitorio ni definitivo-- que juega a su favor: la edad. También tiene mucho tiempo dedicado al oficio, y eso sí es importante. Hay otra gente que me parece que está desarrollando su obra y va por muy buen camino, y está incidiendo en la poesía nacional, como Susana Reyes, Krisma Mancía, que casualmente es mi esposa, Osvaldo Hernández y Luis Alvarenga. (Sigue pareciéndome una pena que Carlos Clará aún no publique; lo merece y se necesita.) Con menos experiencia, pero igualmente interesantes y con trabajo sólido, veo a Tere Andrade y Vilma Osorio, y muy cerca a otros que están armando su obra, como Roger Guzmán, Claudia Meyer, Sandra Aguilar, Alberto Quiñónez, Herberth Cea, Nathaly Castillo y una decena más que no menciono, pero allí están, y tienen paciencia. Habrá otros que no alcance a ver, por mis limitaciones de trabajo y espacio, pero me gustaría conocerlos. Amén.
¿Que varios de los que menciono --y que no menciono-- son gente de La Casa? Pues sí. En todo caso, el tiempo dirá. (Y ya está diciéndolo. Tic. Tac. Tic. Tac. Tic. Etc.)
Y no estoy hablando de narrativa, porque por allí vienen varios bien interesantes. Ya hablaremos de ellos alguna vez.

17 de diciembre de 2006

Sonny Boy et al

Aunque hay muchos autores y músicos de blues, para mí hay dos que son el blues en su grado más puro: John Lee Hooker y Sonny Boy Williamson.
En el caso del primero resulta claro que no canta demasiado bien, que no toca la guitarra más que lo suficiente para acompañarse, que sus piezas son literalmente monótonas. (Aquí hay unas piezas suyas en mp3.) Pero basta con que haga cualquier sonido para que uno sienta escalofríos y diga: "Sí, eso es el blues." Hay una pieza, "Moanin' the Blues", que es una genialidad: durante más de tres minutos, Hooker se la pasa haciendo sonidos con la garganta, murmurando una melodía y no mucho más, y uno siente que ése es el universo y la música y todo, y que más allá de esos tres minutos no hay nada, por lo menos hasta que el disco pasa al siguiente track.
Sonny Boy es el gran virtuoso de la armónica de blues, al menos del blues más "urbano"; hay otro, Sonny Terry, que es de lo mejor del llamado blues folk, quien casi siempre toca (o tocaba, si uno toma en cuenta que murió en 1986) en compañía de Brownie McGhee, uno de mis favoritos. (Sonny Terry era clínicamente ciego, y empezó su carrera con otro ciego, Blind Boy Fuller. Aquí hay una pieza con McGhee, para que tengan una idea de cómo se las gastaba.) Sonny Boy es una figura absolutamente sombría, con una voz no muy agradable, pero lo mismo que Hooker: uno oye la primera nota de su armónica, la primera palabra que canta, y sabe que "eso" y no otra cosa es el blues.
El caso es que mi amigo L.A. me mandó un video de Sonny Boy que está en YouTube, y me dijo algo que me emocionó: que aún conserva un cassette suyo que le regalé, seguramente la última vez que nos vimos. Eso habrá sido, si no me equivoco, entre 1988 y 1989, una vez que fue de visita a México desde Canadá. Debe ser el disco que grabó en Inglaterra con Los Animales, en 1963, en el Club A Go Go (¡qué maravilla de nombre!; ya muy pocos deben recordar lo que es "el A Go Go"), o el que grabó con The Yardbirds un año más tarde, es decir uno antes de su muerte. O ambos, uno de cada lado.
Me emocioné por el hecho de que tuviera algo que ya casi no debe oírse bien, si conozco su compulsión por la música (más fuerte incluso que la mía, y la mía ya es grave), y en honor a él me puse a ver otros videos de Sonny Boy, como el de "Your Funeral and my Trial", que no tiene desperdicio, y mi canción favorita de él, "Nine Below Zero", un blues de lo más rudo y crudo.
Ya en plan ocioso, y más bien por libre asociación de ideas, me puse a buscar en YouTube canciones que me gustan, y que no tienen mucho que ver con los blueseros en cuestión. Aquí van varias:
The Boys are Back in Town, con Thin Lizzy. El líder de la banda, Phil Lynott (una extraña mezcla de irlandés con brasileño), es uno de mis vocalistas favoritos de todos los tiempos. Murió joven, de muerte natural para el medio rockero: una sobredosis. De Thin Lizzy me gusta sólo un disco, Jailbreak, donde viene la canción en cuestión. Antes no habían llegado hasta allí, y en el siguiente, Renegade, Lynott se metió en un rollo más metálico, que no le hacía justicia.
The Cowboy Song, también de Thin Lizzy. El video es espantoso, pero la versión musical me gusta; hay una en vivo en el que se pierde mucho del encanto.
Holiday, con Nazareth. La banda no me cae mal, pero tampoco me emociona demasiado, excepto con esa canción.
500 Miles, con Peter, Paul and Mary, ya en plan fresa. Era una canción que oía en México, a veces obsesivamente, en los momentos en que me entraba la nostalgia patria. Ernesto Richter, quien ya cumplió un año de haber muerto, me contaba que cuando estudiaba en Estados Unidos había compañeros que armaban sesiones de suspiros, llanto y cervezas con esa canción: chavos de Iowa o de donde fuera que estudiaban en Nueva York o donde haya estudiado Ernesto. Si viviendo a un tren o un Greyhound de distancia los chavos se ponían mal, él --a la vez lejos de Alemania y El Salvador, sus patrias-- no era para nada inmune a la canción.
San Francisco Nights, con Eric Burdon y Los Animales, otra de mis favoritas de todos los tiempos. (Volvemos a Sonny Boy y el blues.) El corte del video es espantosamente brusco, pero vale la pena oír el pedazo que está bien.

16 de diciembre de 2006

Retrato de tonto con plagio y policía

Hace unas semanas apareció en el blog de Hernán Casciari un buen y divertido artículo titulado El nuevo paraíso de los tontos, donde habla de cómo internet se ha convertido en terreno de caza de los que ya sabemos.
Hace un par de días, Casciari publicó una entrevista con el Delegado Responsable de la Agrupación de Policías Locales del Ayuntamiento de Alicante (larguísimo, y eso que falta el nombre: Pedro J. Soriano). Éste publicó en el diario Las Provincias un artículo titulado Mi amigo tonto, en el cual coincide no solamente con los puntos de vista de Casciari, sino también con el texto completo, palabra por palabra.
Así que Casciari lo llamó por teléfono para entrevistarlo, y la nota aparece aquí, con todo y la grabación en audio, para que conste. Además de que el tipo no tiene ni la más zorra idea de lo que dice el artículo que plagió y desconoce el significado de palabras que usa, no considera que haya robado la nota. En plan democrático, dice:
-[...] Estaba en Internet y lo cogí de ahí. Parte de uno y parte de otro. Y parte son mis ideas también.
—¿Y a quién le pertenece este texto?
—Yo no lo he identificado.
—Ah, usted los robó sin saber quién es el dueño.
—Hombre, tampoco es eso, ¿no? No es robar... Internet creo que es un medio común, general, y si no viene identificado pues no se llamaría robo.
Mejor vayan y lean ambas entradas del blog. Son sensacionales.

15 de diciembre de 2006

Almuerzo el 23 de diciembre

El almuerzo de Navidad de La Casa del Escritor de este año será el 23 de diciembre, a las 12. Será de traje, obviamente, y tendrá la comida salvadoreña autóctona de siempre, es decir mole poblano, comida libanesa (ya Samia y Joseph se comprometieron), el arroz horneado de Rebeca y lo que gusten llevar. (Las ensaladas de Osmín son muy buenas, cómo no.)
Así que, amigos y compañeros, pónganlo en su agenda. Este 24 no voy a trabajar, aunque sea domingo. (Para los del taller de poesía: ya sé que van a protestar, pero podemos armar algo entre semana. Tampoco quiero trabajar el 31, así de irresponsables somos los funcionariotes feos. Amén.)

14 de diciembre de 2006

Por Heriberto Montano II


Anoche se realizó la presentación del libro La ciudad y la neblina, de Heriberto Montanto, en la Fundación María Escalón de Núñez. El producto de la venta del libro (que tiene un precio solidario de $10) fue (y será, porque se seguirá vendiendo) para ayudar a Heriberto en el tratamiento para la esclerosis lateral amiotrófica (o enfermedad de Lou Gehrig) que padece.
Fue conmovedor. La sala donde se hizo la presentación estaba llena. Había de todo, desde poetas hasta académicos, algunos políticos, amigos. No sé cuánto se habrá recaudado, ni es mi papel saberlo, pero los organizadores del evento entregaron el dinero al poeta, y el montón se veía grande. Aún quedan libros por venderse, así que ayuden, por favor.
Me dijo Heriberto que hoy le llega de Estados Unidos la primera parte de su tratamiento; en unos días sabremos cómo va funcionando.
Mañana 15 de diciembre hay un concierto en solidaridad con Heriberto en la Universidad Tecnológica, en el edificio Francisco Morazán, Auditorio de la Paz. La entrada costará $3.
En la foto, Heriberto Montano, su compañera Irma, el director del Hospital de Diagnósticos (no recuerdo su nombre; perdón), Gustavo Herodier, presidente de la Fundación María Escalón de Núñez; Federico Hernández Aguilar, presidente de CONCULTURA, y Paulina Aguilar, presidenta de la Fundación Poetas.

13 de diciembre de 2006

Rótulo para La Casa

Antes de empezar: no se olviden que hoy a las 7 de la noche es la presentación del libro La ciudad y la neblina, de Heriberto Montano, en la Fundación María Escalón de Núñez, en la Avenida Olímpica, a la altura de Galerías Simán. Y a las 5 hay un recital poético en La Luna, en el que participarán poetas de La Casa. Gracias por ir a alguno o a ambos. Para los que no puedan asistir, o que vayan de camino en carro de La Luna a la Fundación, Álvaro Darío Lara me entrevistará en su programa de Radio Clásica a propósito de la novela Cualquier forma de morir.




¡Sí! ¡El lunes llegaron unos señores a La Casa del Escritor y pusieron un letrero bien bonito! Letras individuales, metálicas, laqueadas: las de arriba están en sepia y las de abajo en azul. Partimos del supuesto de que pronto pintarán las paredes y le pondrán un color más acorde con la combinación. (Ese color naranja y ese violeta que parece blanco los compré con lo que gané escribiendo un artículo; lamento que no haya sido producto de la corrupción, de oscuros tratos con algún escuadrón de la muerte rezagado ni de pactos inconfesables con quién sabe quién. Otro artículo me sirvió para comprar unos libreros de tablas y ladrillos, y así varias cosas más. ¿Por qué lo hice? Porque quise. De nada.)
Hasta el lunes habíamos tenido un banner de plástico (bien fuerte, eso sí) que debía servir sólo para la inauguración, pero se fue quedando. Hoy lo quitaremos solemnemente y lo guardaremos como trofeo de tres años de batallas.
Antes de que Los de Siempre empiecen a preguntar (ya trabajen, ¿no?), van las respuestas:
1. No, no sé cuánto costó. Sólo firmé la aprobación del diseño, hace un par de semanas.
2. No, no creo que con lo que costó se pueda arreglar el Teatro Nacional, el problema de las pandillas ni erradicar el hambre en el mundo.
3. Sí, estoy contento.
Está chulo el letrero...

11 de diciembre de 2006

Más de Mozart y Salieri

Debo reconocer que no conocía la pieza de teatro Mozart y Salieri, de Alexander Pushkin. (De él he leído los cuentos y el poema El prisionero del Cáucaso). Tampoco se me había ocurrido buscarla, mísero de mí, y me he conformado con Amadeus, de Milos Forman, que me parece una maravilla, y con fuentes de información diversas que hablan de que, no, Salieri no mató a Mozart. Tampoco he oído la ópera de Rimsky Korsakov, pero igual me pongo a buscarla.
Hace un rato LA me mandó de Canadá un fragmento de la pieza de teatro, y me puse a buscar en internet el resto. Encontré un archivo pdf de la Revista de la Universidad (Nacional Autónoma de México, claro) y pongo aquí el link para quien quiera leer la pieza. Bien bonita.

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Anoche estuvo Mario Zetino en casa, platicando hasta la madrugada. Puse las arias de Salieri mientras platicábamos. Uhm... Me parece que la leyenda tiene justificación, o debería tenerla. Después de cinco o seis veces de oír el disco, cada vez me angustia más oír a Cecilia Bartoli, la cantante, haciendo todas esas piruetas vocales que no llevan a ningún lado. Salieri sí tenía motivos para matar a Mozart; el único detalle es que no lo hizo.

Amén

Cuando murió el escritor Anatole France, los surrealistas se echaron la boutade de emitir un obituario en el que destacaba una frase: "Ha muerto un cadáver." Con todo lo graciosa que aún resulta, era injusta: France era el maestro, con un premio Nobel ganado a pulso y un espíritu crítico y una lucidez que André Breton y los suyos rara vez llegaron a demostrar mientras estuvieron en eso del surrealismo. Se convirtieron en lo que tanto atacaron: en gente solemne, en burgueses fácilmente espantables. Breton se quedó allí para siempre, y de eso obtuvo su fama; su obra, si nos ponemos en ánimo, no está menos viva o más muerta que la del cadáver que fallecía. Los vasos comunicantes o Nadja no aportan más que La rebelión de los ángeles o La isla de los pingüinos, pero estos últimos son mucho más divertidos, y hay más frases recordables de France que de Breton. (Borges pedía que alguna frase sobreviviera de toda su obra, sin importar si alguien recordaba su nombre. Ver la conferencia "La inmortalidad", no recuerdo si en Borges oral o en Siete noches.)
Lo interesante del surrealismo, como movimiento literario, ocurrió cuando se deshizo, y los propios conflictos de su disolución son materia de estudio y a la vez de risa. Aragon y Éluard se convirtieron en dos de los creadores literarios más importantes de las letras francesas, y de los "expulsados" del surrealismo salieron algunas plumas importantes, atribuladas y lúcidas, como Georges Bataille --mi favorito-- y Antonin Artaud, ese iluminado rodeado de sombras. Creo que fue Bataille quien aplicó a Breton una lista de epítetos poco académicos, uno de los cuales no he podido olvidar y me produce ataques de risa, por ir dirigido a quien va dirigido: "Tripa nauseabunda." Un tanto tosco --pero previsible, por como funcionan los medios literarios desde siempre-- para una ruptura literaria, a menos que uno se dé cuenta de algo: el surrealismo, de ser una corriente estética, pasó muy pronto a convertirse en una tendencia ideológica, casi en una iglesia en la que había que confesarse y comulgar, o allí venían los inquisidores para aplicar ganchos en los costados y damas de hierro a la dignidad, ni más ni menos que como la frase que le acomodaron a France.
Nada que ver con el humor desaforado, bobo y a la vez profundo de Dadá. No es gratuito que Tristan Tzara se sumara al principio al surrealismo, y pronto huyera de tanta solemnidad a dedicarse a otra cosa. (A escribir sus mejores trabajos, digamos, y a dedicarse a la Resistencia francesa, el Partido Comunista y asuntos de más provecho. Vale la pena leer El hombre aproximativo, un inmenso poema de Tzara en el cual puso en práctica los mecanismos de creación que para otros sólo fueron cosa teórica --escritura automática, sueños, etcétera--; no basta con sostener algo: hay que demostrarlo en el campo de batalla.)
Todo esto viene al caso porque por fin la frase que los surrealistas franceses endilgaron a France ha encontrado por fin un digno --o indigno-- depositario después de ochenta y dos años de emitida: Augusto Pinochet, quien ayer entregó su alma a quien se le entregue ese tipo de cosas. Ha muerto un cadáver, generador de cadáveres, con larga vocación de cadáver, recuerdo de cadáveres y perpetua mirada de cadáver; por algo se escondió tantos años tras sus lentes de ciego.
Lástima que Nicolás Guillén --otro que anduvo muy cerca de los surrealistas-- haya muerto hace tantos años, o e dedicaría un maravilloso poema de los que acostumbraba en esas circunstancias. Como ya no podemos contar con su colaboración ad hoc, transcribo un poema suyo dedicado a otro de los grandes miserables de la historia, el senador Joseph McCarthy, creador de una de las campañas de persecución y terror más abominables de las que se tenga noticia. No asesinó a tantos como Pinochet, porque la democracia estadounidense sólo hace esas cosas fuera de su país, pero igual me gusta la idea de que Guillén pensara en él (que también fue senador, y vitalicio) cuando escribió:


Pequeña letanía grotesca en la muerte del senador McCarthy
(Nicolás Guillén)

He aquí al senador McCarthy,
muerto en su cama de muerte,
flanqueado por cuatro monos;
he aquí al senador McMono,
muerto en su cama de Carthy,
flanqueado por cuatro buitres;
he aquí al senador McBuitre,
muerto en su cama de mono,
flanqueado por cuatro yeguas
he aquí al senador McYegua,
muerto en su cama de buitre,
flanqueado por cuatro ranas:
McCarthy Carthy.

He aquí al senador McDogo,
muerto en su cama de aullidos,
flanqueado por cuatro gangsters;
he aquí al senador McGángster,
muerto en su cama de dogo,
flanqueado por cuatro gritos;
he aquí al senador McGrito,
muerto en su cama de gángster,
flanqueado por cuatro plomos;
he aquí al senador McPlomo,
muerto en su cama de gritos,
flanqueado por cuatro esputos:
McCarthy Carthy.

He aquí al senador McBomba,
muerto en su cama de injurias,
flanqueado por cuatro cerdos;
he aquí al senador McCerdo,
muerto en su cama de bombas,
flanqueado por cuatro lenguas;
he aquí al senador McLengua,
muerto en su cama de cerdo,
flanqueado por cuatro víboras;
he aquí al senador McVíbora,
muerto en su cama de lenguas,
flanqueado por cuatro búhos:
McCarthy Carthy.

He aquí al senador McCarthy,
McCarthy muerto,
muerto McCarthy,
bien muerto y muerto,
amén.

Me da la impresión de que el mundo, desde ayer domingo, es un poco más respirable. Para mí el 11 de septiembre de 1973 es "el" 11 de septiembre. No hay 747 que pueda borrarlo, ni siquiera la tragedia en la que murieron 4,000 personas (más o menos la cantidad de asesinatos directos que se le atribuyen a Pinochet) en las Torres Gemelas. Insensible que es uno.
Por cierto, en la página en la que encontré el poema sobre McCarthy, que está aquí, inmediatamente debajo, hay una cita que me gustó y que viene al pelo: "El patriotismo es el último refugio de los canallas." Pertenece a la película Senderos de gloria, de Stanley Kubrick. Me cae bien Kubrick.