Volver a los 17
Entre 1976 y 1977, cuando yo tenía 17 años y él entre 41 y 42 (nací en agosto y él en enero; cambiaba de edad con la entrada del año), mi padre escribió el libro Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador (publicado por Editorial Universitaria Centroamericana en 1979). Después de una investigación desesperada (no había muchos datos y tenía que escarbar en pies de página y hasta en los colofones), se la pasó un año entero tipeando borrador tras borrador, y de esos días, como de buena parte de mis días, recuerdo el sonido de la vieja Olympia de baquelita en las madrugadas, a una envidiable velocidad de 100-110 palabras por minuto. Antes de la Olympia era una Remington de metal, y su velocidad al escribir no era menor. De esa máquina heredó los dedos pesados, que hacían sonar un profundo "bum" cada vez que ponía la tecla de las mayúsculas. (Cuando cambió a una computadora, en 1989, sus dedos volaban sobre el teclado, y logró un tacto mucho más ligero. Un día hicimos una medición: 130 palabras por minuto, más del doble de lo que yo he logrado en mis momentos de hiperkinesis.)
Cuando terminó el libro, que debía ser su tesis de maestría (estaba sacando su segundo doctorado, si descontamos el honoris causa que le dieron en Colombia en 1971), se dedicó a hacer trámites en la UNAM y me pidió que le ayudara a pasar el libro en limpio. Lo hice, por supuesto, a mis 35 o 40 palabras por minuto de esa época.
Ya con el libro en limpio, se dio cuenta de que "algo" fallaba en la estructura: estaba trabajando con pocos datos, a veces inciertos (la bronca de ser pionero), y muchos los había inferido mediante triangulaciones. Había puntos oscuros que le quitaban fuerza al libro, y decidió reestructurarlo en forma de ensayos independientes. Tachó como loco y después le ayudé a pasar en limpio el resultado. No recuerdo mucho de ese proceso; por esos días debí cumplir 18 años y nació mi hijo Eduardo. (Él a su vez recuerda las madrugadas en las que, entre sueños, oía mi Olivetti sonar y sonar y sonar y sonar.)
Ahora, 28 años después, me dicen que quieren publicar el libro de nuevo, y por primera vez en El Salvador. Acepto, desde luego. Hay que transcribir el texto y la opción lógica es escanearlo y pasarlo por el Omni Page. Pero resulta que la edición está hecha en linotipo, en papel rústico y ya bien amarillo. El Omni Page no reconoce ni siquiera la mitad de las letras, ya no se diga las palabras. Para más etcétera, tengo el ejemplar de trabajo de mi padre y está lleno de subrayados, notas al margen, rayitas aquí y flechitas allá. Y ni hablar de los cuadros, que para un economista son más un modo de vida que un recurso.
Así que me he puesto a tipear de nuevo el libro, y lo disfruto y lo sufro como cuando tenía 17 años. Falta quizá el frío de la Ciudad de México, y falta mi padre acercándose emocionado al ver el avance de su libro y preguntándeme: "¿Cómo vas, chato?"
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