13 de diciembre de 2009

Tiempo, tiempo

2/XI/09

Han pasado casi dos meses desde las primeras dos operaciones y estoy recuperándome de la quinta.
Estoy bien, me dicen amigos, y sé que no es cierto. Estás mejor, te ves mejor que anteayer, dice Krisma con cautela, y le creo porque me veo los brazos y están milimétricamente menos flacos que hace dos días, los pellejos cuelgan quizá un poco menos en las articulaciones de los brazos y las piernas, puedo desplazarme por la cama con menos dolor y un poco de menos penuria. No estoy bien: he sobrevivido a una etapa de un proceso que será largo, o eso espero: mientras más dure el proceso, más tiempo viviré, estaré viviendo, podré hacer algunas cosas que me faltan.
Tiempo, tiempo. Todo es cuestión de tiempo, poco o mucho o ninguno, y las paradojas de la vida, por decir un lugar común. Veamos una: mi amigo Carlos Briones me llama dos días antes de internarme. Quiere platicar un rato, sin tema definido. Le digo lo que tengo, él se desconcierta, me dice que lo siente mucho y me me manda su solidaridad, su cariño, que en lo que pueda ayudar, que lo mantenga informado, etcétera. Unas semanas después Krisma me dice que Carlos murió en una operación de emergencia. El hígado y el esófago, más un paro cardio respiratorio. Todo muy súbito.
Aún no sé qué hacer con la muerte de Carlos.
Poco antes hubo otro amigo, Roberto Laínez (Carlos se llamaba también Roberto), a quien ingresaron de urgencia en un hospital de Santa Tecla para operarlo de una úlcera gástrica perforada. Salió con unos centímetros menos de estómago en unos cuantos días, y sentí tranquilidd. Me pongo en la escala y no sé qué lugar me corresponde: Roberto tendrá que comer por poquitos, Carlos ya no podrá comer y yo estoy en una cama con una sonda para orinar, una colostomía para defecar y, por el carácter de las operaciones que me han hecho, aún no puedo sentarme, ya no se diga caminar o perseguir a alguien hacia cualquier parte.
Pero estoy vivo y mejorando, ahora en un hospital dedicado a la recuperación de pacientes, el Policlínico Arce. El saldo visible, además de las veinticinco o treinta libras perdidas y apenas en proceso de recuperación, son los brazos llenos de marcas de agujas y catéteres que han metido y sacado todo tipo de líquidos de mi cuerpo (hubo uno muy bello, dorado y denso, que parecía miel; no creo que lo haya alucinado), trozos de cuerpo depilados por los jalones de espadadrapo que, sí, siempre pueden doler más y rara vez se pueden negociar con las enfermeras y enfermeros, en especial con los segundos.
Algunos días, aquí en el Policlínico Arce, los he vivido por rutina. Lo único que me ha importado de ellos ha sido que en unas horas o minutos llegaría Krisma. Otros, en especial los de insomnio, los he usado para pensar en lo que viví en el Médico Quirúrgico, y más bien para reconstruirlos. Fue todo tan confuso...
No le encuentro aún el sentido a escribir, pero intuyo que es el inicio de algo. (O el fin, pensaría en un rato sombrío.) En todo caso, es lo que sé hacer: juntar palabras, darles sentido, a veces publicarlas. Veremos.Justificar a ambos lados

1 comentario:

Raúl Esquivel Martínez dijo...

Me da gusto que estés bien. Aún y cuando no lo creas. el hecho de que escribas que no estás bien es señal clara de que lo estás. Paciencia y pelotas, no más.
Sé que no es fácil, de alguna manera por acá hace algunos años pasamos por algo parecido con Arcelia (cucusa),que estuvo cerca de 45 días en terapia intensiva y con la advertencia de los médicos de que era sólo cuestión de esperar a que se apagara en cualquier momento... y no se apagó, y aún hoy nos sigue jodiendo la vida como siempre, jejeje
A lo que voy, es que estos post son (de eso estoy seguro) tu mejor medicina, así que aplícatela como si fuera penicilina.
Un abrazo y estamos en contacto