27 de diciembre de 2010

Sebastián

Una noche cualquiera, a eso de las ocho, oí que llegaba una de las vecinas de al lado; aquí se oye todo. Un par de minutos después salió diciendo varias veces: “¡Sebastian! ¡A comer!”.
El tal Sebastian no contestaba, y la señora recorrió el pasaje un par de veces, como buscándolo.
Mi primera y mal pensada impresión fue que Sebastian era un niño al que la señora había dejado en la calle mientras ella se encontraba en el trabajo. Pero el tono inicial fue cambiando, y pensé entonces que llamaría a uno de los tantos perros que pululan en los pasajes aledaños. Pero un perro respondería de inmediato --está en su naturaleza--, y del bendito Sebastian, ni señas.
De repente, se oyó un “Miau” en tono de barítono, y la señora empezó a mimarlo como si fuera el hijo de su hijo preferido. El gato se acercó a la velocidad a la que se dio la maldita gana, y después se metió a la casa a comer.
Nos quedó la curiosidad de conocer a Sebastian; con unos maullidos de ese calibre debía ser de un tamaño para dar miedo. Y pocos días después tuvimos la oportunidad de conocerlo mientras trataba de meterse a casa. El animal, en efecto, era grandote, manchado de blanco y negro, y venía detrás de Sombra, nuestra gata, con la obvia intención de engrosar la insoportable fila de gatitos con la que nos ha regalado en los últimos años.
Creímos que en la nueva casa sería casi imposible que un gato entrara o Sombra saliera para tener romances periódicos; el único contacto con el exterior es un árbol de naranjo, no muy frondoso por cierto. Además está Natasha, que con tres o cuatro ladridos lo hizo huir cuando apenas iba a medio árbol. Asunto arreglado, dijimos inocentemente. Porque Sebastian no puede entrar, de eso no hay duda, pero Sombra aprendió cómo salir.
Cuando conocimos a Sebastian, Sombra tenía una camada de una gatita que regalamos unos días después. Ahora, un par de meses más tarde, ya estamos pensando qué diablos hacer con los --por lo menos-- cuatro gatos que se adivinan en la barriga de Sombra.
Y Sebastian, todas las noches, esperando su comida.

2 comentarios:

Denise Phé-Funchal dijo...

No hay poder que pueda contra el amor (o la calentura) gatuna ;)

Aldebarán dijo...

Ya me imagino al gato caminando lentamente, cual dios egipcio, mientras la dueña lo llama cariñosamente. ja ja ja