31 de mayo de 2010

Se suspenden los talleres

Sí, se suspenden todos los talleres de La Casa del Escritor hasta que la nueva dirección lo decida. (Después les cuento.)

26 de mayo de 2010

Taller de narrativa en La Casa

El próximo sábado 5 de junio se reabrirá el taller de narrativa de La Casa del Escritor, que debió ser postergado el año pasado por la mala salud del conductor, o sea yo.
El taller tendrá lugar los sábados a partir de las 2 de la tarde, hasta la hora que sea necesario, posible o deseable. El requisito para participar es tener textos escritos o un proyecto en marcha. Y llegar a La Casa.
El taller de poesía sigue funcionando los domingos, de las 3 de la tarde en adelante. Los requisitos son los mismos que para el de narrativa.
Sobra decir que ambos son gratuitos.

24 de mayo de 2010

Q.E.D.

Para los que gustan de las efemérides, este año de Roque Dalton se cumplen 35 de la muerte de Salarrué, diez de la de Álvaro Menen Desleal (apareció una nota en LPG en la que se hacía constar precisamente el olvido de su fallecimiento) y 25 de la de Hugo Lindo.
No he visto, en medio de las apologías a Dalton, los artículos sesudos acerca del que quizá sea nuestro mejor poeta (Lindo) o de nuestros mejores cuentistas y nuestro mejor dramaturgo (Menen Desleal). Quizá el problema es que hay que leer su obra antes de escribir acerca de ellos, y pensar fuerte; para ser experto en Dalton basta con hablar bien de él.
Quod erat demonstrandum.

20 de mayo de 2010

¿Una derecha no anticomunista?

Durante decenios, y hasta hace muy poco, las diferentes derechas que han gobernado El Salvador se han caracterizado por su anticomunismo expreso y a veces violento. Buena parte de las medidas de gobierno que adoptaron estaban basadas en el combate al comunismo, es decir a cualquier cosa que lejanamente sonara a izquierda; allí está la represión a veces exagerada contra la democracia cristiana --que de izquierda tenía muy poco-- en los años setenta, y luego la suma de la DC, cuando ésta debió mostrar su verdadero rostro, al combate contra el FMLN y otras fuerzas no tan a la izquierda.
ARENA nunca dejó de cantar su himno (“El Salvador será la tumba donde los rojos terminarán”, “patria sí, comunismo no”), y de actuar en consecuencia. Con una perspectiva de veinte años de gobierno, puede verse que muchas de las decisiones que se tomaron desde el poder no se correspondían con un proyecto de país, sino con la “necesidad” de golpear a la izquierda --de diferenciarse de ella, de combatirla-- desde diferentes flancos: el económico, el político, el moral, etcétera. Por eso, en parte, el dominio de ARENA fue colapsando, hasta llegar a un punto en que era imposible encontrarle coherencia a las medidas de gobierno y solución a los problemas estructurales. Allí entra también la necesidad de satisfacer a los grupos de la alianza, con intereses económicos y políticos incluso enfrentados, a los cuales no unía un “algo” positivo (un proyecto de país), sino el “anti”; la falta de rumbo del partido tras su derrota electoral podría demostrarlo. El anticomunismo como principal bandera no tiene sentido desde hace mucho tiempo, pero la inercia es difícil de controlar.
La pregunta es si es posible una derecha que no sea anticomunista, y la respuesta podría ser que no por mucho tiempo. Tarde o temprano, en algún momento, se declarará una lucha abierta entre los partidos de izquierda y los de derecha, y el “anti” será la tónica que guíe sus acciones y reacciones. Pero hay un momento, como se está viendo en El Salvador, en que una organización de la derecha (GANA, en este caso) puede dejar de lado el anticomunismo cerril que ha caracterizado a su partido originario (ARENA) y llevarse bien con un gobierno de izquierda y en algún momento llegar a acuerdos fáciles con el partido que lo sustenta, el FMLN, sin que la ideología “anti” sea un problema.
GANA no es una de las tantas disidencias que se han dado en el seno de la Asamblea Legislativa, y que son más carne de folklore que de preocupación. En un tiempo extraordinariamente corto logró su reconocimiento legal como partido político, lo cual habla de una organización más o menos amplia, y esto a su vez habla de que cuenta con bases que no pueden ser sino las que han logrado arrebatar a ARENA. Es una disidencia con todas las de ley; minoritaria, pero disidencia al fin, y lo que le falta es fortalecerse para convertirse en una alternativa viable.
¿Alternativa a qué? Ante todo a ARENA, obviamente. A lo que GANA le tira no es a convertirse en un partido accesorio como el PCN y el PDC de las últimas dos décadas, sino a desplazar a su partido matriz. El objetivo estratégico, como el de cualquier partido político que se respete, es la toma del poder, y eso incluye el desplazamiento de la izquierda con la que ahora sostiene una alianza táctica.
Esa alianza, que a veces parece no tener matices ideológicos, se explica fácilmente: GANA necesita ponerse en el centro de la escena política, y lo está logrando de la mano del Ejecutivo y a un ladito del FMLN. Las votaciones favorables a ambos en la Asamblea Legislativa son verdaderas declaraciones de principios: no vota por las banderas de la izquierda, sino que da a conocer indirectamente cuáles son las propias. En otras palabras, está mostrando su ideario a través de los proyectos ajenos. No creo que tenga, ya, un ideario propio; simplemente usan el sentido común, y dejan de lado el “anti” para mejor ocasión.
De paso, está preparando su campaña electoral. Dentro de unos años, en el recuento que se hará de la trayectoria de GANA, sacará a relucir las causas que han apoyado, que incluirán algunas de la izquierda, algunas de la derecha, algunas propias: es lo que se mostrará al electorado, quién sabe aún con qué resultados.
Es simplista decir que el presidente Funes se ha doblegado a la derecha por el apoyo que ha recibido de GANA; es simplista decir que GANA es un partido de corte popular por unirse a algunos proyectos del mandatario. Se trata de un asunto de simple política, pragmático, en el cual ambos tienen algo que ganar.
Las alianzas son, por definición, tácticas, aunque su objetivo sea estratégico. Tarde o temprano se romperán. Habrá que ver cuánto dura ésta, es decir: habrá que ver qué tanto se fortalece GANA para no depender de nadie y mostrar, así, su verdadera naturaleza.

14 de mayo de 2010

Luz negra y El hombre marcado

Anoche, en el hotel Real Intercontinental, fue la presentación de la edición de la obra teatral Luz negra, de Álvaro Menen Desleal (1931-2000), bajo el sello de Índole Editores, y de la --breve-- antología de cuentos El hombre marcado, del mismo autor.
Las ediciones están bastante cuidadas, como es costumbre de Carlos Clará, el editor de Índole, y no hay nada que pueda decir de Luz negra que no (se) haya dicho ya.
Me tocó en suerte hacer la selección de cuentos de El hombre marcado, que toma su nombre de un cuento hasta ahora inédito de Menen Desleal. De sus cuentos completos (alrededor de cien), escogí once, de una selección previa de quince o dieciséis, y me parece que tomé de lo mejor del autor. Diría que está "lo más representativo", pero me di cuenta de que no hay algo que sea "representativo" suyo, con todo y que tiene una voz bien marcada que lo hace inconfundible. Me refiero a que Álvaro escribía todo: ciencia ficción, fantasía, cuentos de contenido social, cosas de un humor negro violentísimo y cosas de verdad angustiantes, si no las dos al mismo tiempo. (Algo así escribí en la nota introductoria, que es cortita. Me parecía más importante lucir al antologado que lucirme yo.)
Al final de El hombre marcado se reproduce una entrevista que le hice a Álvaro a finales de 1999, y que se publicó en la desaparecida revista Vértice de El diario de hoy, donde yo trabajaba. La entrevista se publicó en dos partes: una el 7 de noviembre de 1999 y otra el 8 de abril de 2001, para conmemorar el primer aniversario de su muerte. Ambas partes crearon polémica, y yo estaba fascinado: ¡Álvaro armando relajo un año después de muerto! Las reproduciría aquí, pero son demasiado largas. A cambio, pongo el fax que me envió para que lo entrevistara, que lo retrata bastante bien:

Están buenos los libritos. Y baratos. No se los pierdan.
Ah: una sorpresa. En la entrevista de marras (no entiendo por qué se dice así, pero así se dice), Álvaro me habló de un cuento titulado "País fundado en la basura", y lo describió más o menos en detalle. A su muerte, Cecilia Salaverría, su esposa, buscó entre sus papeles y no lo encontró. Creímos que lo tenía preparado en la cabeza para escribirlo algún día, o de plano se lo había inventado en el momento. Sin embargo, antenoche el cuento apareció en el lugar menos esperado, mientras Cecilia buscaba alguna otra cosa. O sea que no sólo dejó un cuento inédito, sino por lo menos dos, de los cuales uno ya no lo es. Quién sabe qué podría hallar en otro rincón en alguna otra ocasión. (Sí, hay otras cosas inéditas: teatro, ensayo, bastante poesía y cosas no muy clasificables por género. Ojalá puedan publicarse pronto.)

10 de mayo de 2010

Testosterona, poesía y credenciales

Anoche un amigo me envió un correo que a su vez le había enviado otro amigo, y a éste quién sabe quién más, y así sucesivamente. En él se habla de mí (lo pongo al final para que quede registro), y creí que se trataba de uno de esos correos apócrifos que luego circulan por allí, producto de gente ociosa y material de regocijo. Casi al final me enteré de que fue escrito por Álvaro Rivera Larios, colaborador habitual de El faro, y que en serio se quiere pelear conmigo. Lo raro es que, con toda la testosterona que libera, haya regado el correo por todas partes y no me lo haya enviado también a mí; no creo que le fuera tan difícil conseguir mi dirección electrónica; una muestra de delicadeza --o de valor-- hubiese sido hacer que me enterara directamente de las cosas feas que anda diciendo de mí.
El correo tiene que ver con varios posts que he escrito últimamente acerca de poesía, y su desacuerdo con ellos. Al respecto publicó una nota en El faro, que puede encontrarse en este link. Desde entonces quería discutir conmigo, pero la verdad no veo punto de discusión por ninguna parte. (Álvaro lee en un post mío una respuesta a su nota. Es pretencioso de su parte suponer que mi vida social --e incluso antisocial-- lo tiene como centro de mi atención.) No veo motivos de discusión o polémica con él, por los motivos que paso a exponer:
1. No conozco sus credenciales académicas, quizá porque no las tiene, como es obvio desde sus notas. Las que he leído, muy pocas, son desarticuladas y contradictorias, con algunas citas mal digeridas de autores que con mayor provecho estarían en otra parte. Creo que puede esperarse bastante más de alguien que haya pasado por una universidad, de preferencia por la parte de adentro, y mejor aún si ha recibido clases.
2. No lo puedo ver como periodista. En su nota y en su poco amable carta es evidente que distorsiona lo que dije, o de plano no lo entendió. No sabe manejar la información, pues, y, a falta de rigor, se pone a insultarme. Ya alguna vez, en una discusión en un foro de internet, una polémica acerca de Dadá terminó con insultos a mi esposa, que no tenía nada que ver con el asunto. (Guardo los registros y los he leído un par de veces por simple y malsana diversión.) No controla sus emociones a la hora de ponerse a discutir, y eso no es sano cuando uno anda en el oficio periodístico. Sus razones tendrá Carlos Dada para tenerlo en la lista de colaboradores de El faro, y no pienso cuestionarlas.
3. Como crítico, sospecho que no tiene mucha formación, y la que pudiera tener la usa con mal arte. Hace valoraciones acerca de mi trabajo literario cuando no ha leído un solo libro mío (comprobado), y se mete a discutir mis comentarios acerca de una antología (Una madrugada del siglo XXI, de Vladimir Amaya) que no conoce ni puede conocer por simple cuestión geográfica (vive en España).
4. Se supondría, entonces, que estaría discutiendo con un escritor, pero tampoco de eso tiene credenciales. Las credenciales de un escritor, para discutir en serio con otro, son sus libros, y que yo sepa no ha publicado nada, ni de poesía ni de ninguna otra cosa. No veo algo que pueda contraponer a mi "modesta novelística" (uso sus palabras) ni a ninguna otra cosa de las que yo haya podido ir dejando por la vida.
No hay un territorio de encuentro o de desencuentro. ¿Qué puedo discutir con él que no sea, al menos para mí, una pérdida de tiempo y de energías?
Como le dijo un amigo muy querido en los comentarios de otro blog: si tiene un problema de autoestima que me involucre, que lo arregle él solo. Francamente no me interesa servirle como terapia; tengo cosas más interesantes de las cuales ocuparme.
Reproduzco la carta para quienes tampoco la conocieron, que por lo que imagino deben ser pocos aparte de mí. Las posdatas son obviamente de él mismo; mis hormonas las uso para cosas más productivas. (¡Valeria ya va a cumplir seis años!)


Es sorprendente cómo Rafael Menjivar transforma un debate serio en un pleito de mesón, en un “enseñáme el tamaño de tu obra para ver cuánto valen tus ideas”, en un “mi papá es policía y el tuyo no, vaya”. Es triste, pero es así. No sugiero que en un debate estén prohibidas hasta cierto punto las malas artes, pero después del golpe bajo hay que ofrecer buenas ideas. Lamentablemente no es así. La rabia de Menjivar no viene acompañada por ideas de calado, es rabia a secas (de nuevo les recomiendo que hagan una instructiva visita a su blog Tribulaciones y Asteriscos).
Nuestro autor, al que sus pequeños triunfos literarios lo han vuelto infalible, ha pasado de la ficción narrativa a la narrativa histórica: se ha empeñado en contarnos la historia reciente de la literatura salvadoreña como si fuese el argumento de una mala película en la que hay buenos y malos. Los buenos son los poetas jóvenes, y un narrador viejo que los defiende, y los malos, que son muy malos y muy tontos, son unos escritores resentidos, mediocres y reaccionarios que se oponen rabiosamente a los nuevos creadores y a los nuevos aires estéticos que estos promueven (aires de cambio formal que sólo Menjivar ¡qué casualidad¡ comprende). Esta sería la historia literaria reciente de El Salvador, según Menjivar. Como guionista no es muy original que digamos. Pero él jura que pocos comprenden una trama tan sutil. A todas luces, su propuesta interpretativa es un homenaje a los trazos gruesos y simplistas. Al final, desfigura los caminos que se cruzan en nuestra historia literaria más reciente; ignora las diferentes corrientes que chocan y que al chocar se transfiguran; le roba sutileza a los diferentes personajes y los matices de sus tratos y contradicciones; pierde la visión matizada del conjunto y la diluye en unos trazos simples y artificialmente belicosos.
Si de algo debemos huir todos, los jóvenes y lo que ya no somos jóvenes, es de estos esquemas narrativos donde sólo enfrentan dos campos o fuerzas simples. A la historia, no sé por qué, siempre le da por demostrar que es más compleja. Las tramas binarias se tragan los matices y tornan invisibles otras fuerzas y otros fenómenos que intervienen en los problemas. Los esquemas binarios son típicos del peor pensamiento salvadoreño y sobra decir que han hecho muchísimo daño.
Hay quien plantea falsos problemas y se saca de la manga una imagen localista, cerrada y premoderna de la tradición poética salvadoreña de los últimos años. Que yo sepa, desde los años cincuenta del siglo pasado, existe una zona de nuestra tradición que se abre al mundo y que desarrolla una crítica radical de la herencia literaria recibida. Roque Dalton hizo un balance de sus mayores e hizo una reinterpretación moderna y radical de nuestra cultura. A partir de entonces, las generaciones subsiguientes siempre han visto con sospecha las “herencias literarias oficiales”. Dalton hizo una crítica de la tradición y dejó la impronta, en nuestra cultura, de una tradición moderna, radical y crítica.
Entre nosotros, al menos como principio racional explicito, ya no es una norma la imitación dócil de los autores del pasado, sean buenos o sean malos. Quedan resabios localistas, pero en general, desde hace más de medio siglo se ha ido abriendo paulatinamente el diálogo con poetas de otros países. Dalton y Kijadurías ya son un producto de ese diálogo y algo significa, digo yo, que dos de las cabezas más influyentes de nuestra tradición poética moderna sean voces cosmopolitas, voces abiertas.
El presente de nuestra poesía, que seguro tiene sus propios rasgos, ya es un capítulo de la historia moderna de nuestra literatura. Si necesitamos dibujar sus perfiles, en contraste con el pasado más reciente, no conviene hacerlo desfigurando las connotaciones y complejidades de dicho pasado. A quienes les gustan las historias emotivas y maniqueas les incomodará mi reflexión. Dalton, uno de los poetas a los que se pretende negar, era cosmopolita. Dalton, también, era partidario de cuestionar y abrir al mundo las herencias literarias localistas y oficiales. Esos rasgos de Dalton no lo alejan de los últimos poetas, más bien lo acercan, pero entonces ¿Cuál es el problema? ¿Cómo negar a quien se les parece? ¿Cómo romper con un autor que ya pertenece a la tradición de la ruptura?
En una historia simplista de jóvenes buenos y renovadores y de viejos malos y reaccionarios, estas últimas preguntas sobrarían.
En lo personal, creo que superar a Dalton hasta cierto punto es un falso problema. Creo que el problema es cómo acomodarlo en un panorama literario más complejo y menos asediado por las urgencias éticas. La realidad es que, en los hechos y ya desde hace años, se ha vuelto leve en nuestras letras el peso de aquel Dalton simplificado que tanto circuló en los años 70 y 80 del siglo XX. Ese Dalton ya no pesa en obras como las de Carlos Santos, René Rodas y Miguel Huezo Mixco y estos poetas pertenecen a la generación de los 70/80. Los poetas maduros también cambian y se mueven y pueden alejarse de sus primeras influencias. Eso explica que nuestro distanciamiento del Dalton simplificado no haya comenzado el día de ayer, comenzó hace diez o quince años y quienes comenzaron a distanciarse de él (si es que alguna vez estuvieron demasiado cerca) ya no eran poetas veinteañeros.
Así que no mezclemos la promoción de los nuevos poetas, tan positiva y urgente, con un relato simplista de nuestra historia literaria de los últimos tiempos.
No hay ningún problema en reconocer la calidad de los jóvenes, ¿Cómo negar el talento de Jorge Galán? ¿Cómo negar el talento de Tomás Andréu? Ni se niega su talento ni se niega su calidad, pero si hacemos un balance generacional bajo la luz de la ruptura literaria, no hay más remedio que abordar el problema filosófico de “lo nuevo” y no hay más remedio que investigar y valorar sin prejuicios la historia más reciente de nuestra literatura, lejos de las imágenes maniqueas que algunos proponen.
Lo único que demuestra Menjivar es su vieja, sobada y correosa confusión acerca del ejercicio de la crítica y el trabajo creativo en literatura. Ambos se relacionan, pero no hasta el grado de ser lo mismo o de ser el desarrollo de la misma facultad. Muchos escritores con talento no pasan de ser meros divulgadores de las ideas estéticas y literarias de su tiempo. Muchos escritores con talento han sido jueces literarios mediocres. Baudelaire, Eliot, Borges y Octavio Paz son las excepciones que confirman la regla.
Ni Aristóteles ni Kant, personajes que han influido en el lenguaje con el cual formulamos los problemas estéticos, fueron poetas o artistas profesionales. Formaron parte, eso sí, de un público cultivado, buen degustador de las artes y atento a sus problemas.
Pero si los conceptos que el filósofo griego acuñó (para el análisis, diferenciación y ubicación de la música, la lírica y el teatro) los tuviésemos que aceptar sólo si se demuestra que Aristóteles, además de “pensar” sobre el arte, era también un buen artista, no tendríamos más remedio que despreciar su teoría (el brillante Menjivar razonaría así: “Si los poemas de Aristóteles son malos, no tiene derecho de hablar sobre arte y, por lo tanto, no vale la pena leer su poética”). De Kant, que tanto ha influido en la teoría del arte por el arte, se dice que tuvo un gusto convencional y que no era precisamente un buen prosista.
Las opiniones de Menjivar no las respalda su modesta novelística. Ignoro cuál novela suya ofrece Menjivar como prueba de que es cierto ese juicio suyo que predica la inexistencia de una tradición poética en El Salvador. A lo mejor piensa que la presunta calidad de su obra es suficiente razón para justificar todas sus opiniones sobre el asunto, incluso las equivocadas. Las opiniones puntuales acerca de un tema tan complejo como las semejanzas, diferencias y calidades de dos generaciones literarias, Menjivar tendría que validarlas, no ofreciendo su obra como evidencia probatoria y legitimadora, sino que ofreciendo buenos argumentos, planteando bien el tema y ofreciendo ejemplos pertinentes para fundamentar sus juicios. De la forma tan simplista con que Menjivar formula el problema de los poetas jóvenes, yo podría deducir que es un mal novelista, pero las cosas no son así. Ni la buena ni la mala calidad de la prosa de Menjivar sirven para respaldar sus opiniones sobre la poesía joven. Tampoco sus buenas opiniones, si las tuviera, me servirían como criterio para establecer la posible calidad de su obra narrativa. Entre la calidad literaria de un autor y la calidad de su juicio crítico sobre la literatura no se dan relaciones simétricas o de igualdad. George Steiner, por ejemplo, ha sido uno de los grandes críticos literarios del siglo XX, pero no lo ha sido por la calidad de su narrativa. Si la prosa artística que Steiner a veces escribe fuese la prueba, la evidencia, que demostrase la validez de sus opiniones críticas, lo más seguro es que esas opiniones críticas ahora no gozarían de mucha consideración. Un narrador discreto puede ser un gran crítico (el caso de Steiner lo demuestra). Otro novelista discreto (en el caso de Menjivar) con sus opiniones demuestra dos cosas: a) que lo suyo son las valoraciones puntuales de textos puntuales, pero no las visiones críticas de conjunto y b) que no es un polemista bien dotado.
Otra cosa es que algunos, aprovechando su prestigio literario, quieran presumir de hondura crítica cuando sólo son divulgadores de ideas. Y divulgar ideas (repetir a Eliot, por ejemplo) es un papel loable al que yo me sumo, es necesario. Pero en el país de los ciegos, algunos simples y tuertos divulgadores de ideas se creen con derecho a que los traten como a reyes del pensamiento.
Deberíamos recetarnos, por lo tanto, una dosis diaria de modestia, de autocrítica frente al espejo. Citar a Eliot y a Pound, al mismo tiempo que se promueven esquemas explicativos binarios es una contradicción reveladora. No basta con citar a Eliot, si se piensa de forma simplista. Eliot utilizaba mucho el “si, pero” y el “sin embargo”. Eliot era un hombre cuyo estilo de pensamiento no se caracterizaba por encorsetar en un guión elemental y maniqueo los matices y complejidades de un problema.
Aquí, seamos honestos: como promotor literario, Menjivar es una joya. La divulgación de ideas y técnicas literarias es una labor que ha desempeñado de forma loable, lamentablemente esa labor no le concede el estatus de árbitro infalible y lúcido, lo siento. Uno debe tirar con el peso de su propia sombra, sin autoengaños.
Dejando de lado la pequeña y triste soberbia del campeón del barrio, en mi artículo (Rebelión y guerras literarias, Elfaro.net) hay una serie de razonamientos que ponen en tela de juicio los argumentos de Menjivar acerca de la tradición y de la joven poesía. El marco interpretativo que utiliza para ubicar a los nuevos creadores es una variante maniquea del viejo y ya cuestionado modelo de los enfrentamientos y diferencias generacionales. La categoría de “generación” -en la crítica- si se utiliza mal, deja sin explicar a los autores marginales, a los que no salen en la foto de grupo, a los que tienen una evolución más lenta y acaban eclosionando veinte o treinta años después (el caso de Antonio Gamoneda en España, a quien casi nadie identifica con los poetas de “su generación”). Pero volviendo a Menjivar, en su crispado escrito de respuesta (véase su blog Tribulaciones y Asteriscos) no hay una sola palabra que vaya hasta el fondo del problema que se debate. Mis objeciones merecían una réplica razonada. Pero hay personas a las que les interesa más cuidar la imagen de su lastimado ego, que bajar hasta la arena del debate con buenos argumentos. Menjivar, que no maneja con arte la falacia ad hominem, se ha preocupado más de atacarme sin estilo que de enfrentar mis razones con mejores ideas, de esa forma se autorretrata intelectualmente. Triste, digo yo. Bastante pequeño.

PD/ Invito a Menjivar a que me ataque de forma más inteligente, es decir, puede darme algún golpe mafioso en el estomago (no me sorprendería), pero después tendría que atacar mis argumentos y eso es lo que interesa, al fin y al cabo, después de un buen combate dialéctico: los argumentos que sobreviven. No sólo se discute para ganar a cualquier precio, se discute para aprender.

PD/ Le concedo la licencia de que no pronuncie mi nombre, es tan poético ese silencio.

8 de mayo de 2010

"Bello amigo, atardece..."

De Ricardo Lindo conocía pocos poemas, algunos publicados aquí y allá, otros escuchados en recitales, y algunos hasta ahora inéditos, grabados con la ayuda de Carlos Clará para el proyecto Sólo la voz de La Casa del Escritor.
De algo no me cabe duda: Ricardo es un poeta de corazón y entraña. Basta verlo y escucharlo en los recitales para saberlo: mientras lee sus textos en voz alta, los sufre, los disfruta, los vive. Es algo que nunca ha dejado de darme envidia: la intensidad con la que enfrenta sus propios textos, que habla de una gran honestidad, de una vocación indudable.
Hace un par de días, Clará vino a cenar a casa junto con otros amigos y nos trajo el libro Bello amigo, atardece..., publicado por su sello Índole Editores, una larga e importante recopilación de textos poéticos de Ricardo Lindo. (Hablar de su narrativa y de su teatro es asunto aparte.) Es el número 1 de la colección de poesía, lo que no deja de ser significativo para una editorial pequeña e independiente.
Es significativo porque una colección hay que comenzarla --o eso se supondría-- con un título o un autor de peso, que marque una pauta a seguir para el futuro de la colección. Y, sí, como en otras ocasiones, Clará ha dado en el clavo; es ya un editor con colmillos, y ha madurado después de su paso por la Dirección de Publicaciones e Impresos. (Me contó de algunos de sus planes para las próximas semanas, de las que hablaré en su momento. Audaz, francamente.)
La misma noche en que nos dio el poemario --el "nos" no es mayestático; también se lo trajo a Krisma-- nos pusimos a leerlo con interés, porque la poesía de Ricardo Lindo siempre nos había intrigado. Lo que encontramos fue a un poeta sólido, quizá de lo más interesante de su camada.
Hubo partes que me gustaron más que otras, como sucede en toda selección de cosas disímiles, pero en ningún momento quedé defraudado.
El libro está dividido en siete apartados; intuyo que cada uno es un poemario o una unidad independiente. En lo personal disfruté más los textos de "Estampas de un reino", "Leve" y "Bello amigo, atardece..."; habrá quien prefiera otros, pero ése es el encanto de recopilaciones de este tipo: uno tiene enfrente un panorama amplio y puede escoger, algo que con Ricardo ha sido difícil por lo poco que ha publicado en poesía y lo lejos que están en el tiempo sus publicaciones.
En suma, si alguien busca algo de buena poesía salvadoreña, la puede encontrar en este libro.