8 de agosto de 2010

Diez años

Ayer hace diez años murió mi padre.
Por primera vez el síndrome de aniversario no me atacó desde días o semanas antes. Quizá tenga que ver con que el año pasado haya descubierto que me pasaba en un luto casi permanente y doloroso, y que ése no es el modo de llevar las cosas. No creo que a él le hubiera gustado, y sin duda a mí tampoco me gustaba, pero era bien difícil evitarlo.
Últimamente me ha dado por recordar algunos de mis sueños. En dos de ellos estaba conversando con él, y nos reíamos a carcajadas. No oía lo que decíamos, y no importaba. Estábamos juntos y podía escuchar su risa ronca; eso era más que suficiente. Las dos veces me desperté de un humor excelente, y ahora los recuerdio y sonrío.
Ha ayudado también que mi hija Eunice esté de visita. Hemos platicado bastante --el año pasado estaba demasiado enfermo y no pude disfrutar bien de su compañía--, hemos recordado, armado cosas nuevas... Hemos compartido bastante con Krisma y Valeria y, en fin, durante unos días, y por algunos más, la familia ha tenido otras características, y ha sido maravilloso.
Sigo extrañando a mi padre, en especial las largas pláticas y las risas, pero ya no me angustio. Igual, ¿quién dice que a los casi cincuenta y un años a uno no le hace falta su papá? Pero para eso están los sueños; allí he hecho vivir a algunos de mis muertos. (Sí, la abuela Mina me ha visitado un par de veces. Nos la hemos pasado bien.)

4 de agosto de 2010

Pedazos de gente muerta

Un día seguí una visita guiada en la catedral de Puebla y una de las cosas que el guía mostró con mayor emoción fue toda un ala dedicada a exhibir un buen par de decenas de contenedores con huesos y pedazos de órganos de gente muerta, que recitó en detalle. (Disculparán que no los recuerde. Estaba de verdad aterrorizado.)
Me extrañó que no hubiera llegado la autoridad competente --fuera la que fuera-- para intervenir el lugar, arrestar a los encargados de tener "eso" allí y darles cristiana sepultura a los --literalmente-- restos, sin contar con la correspondiente averiguación para determinar la identidad de los mutilados y cómo habían llegado a una iglesia católica como uno de sus mayores atractivos, y no como una de sus peores vergüenzas. A unas cuadras, el cadáver de un señor llamado Sebastián de Aparicio se exhibía en una urna como llamativo turístico de otra iglesia. Su encanto es que lleva varios siglos incorrupto, y por eso se le antecede el título de "beato". E igual: a nadie se le ocurre darle el beneficio de un entierro digno.
Unas semanas después me tocó estar en la catedral de Pachuca, y al fondo a la derecha del ala principal estaba exhibido otro cadáver completo, de una adolescente asesinada. Lo mismo: uno de los grandes orgullos de esa iglesia en particular, y de la mexicana en general, y ni de cerca se ven autoridades ansiosas de averiguar qué hace allí y no en un cementerio.
Claro que no se trataban de pedazos de muerto cualquiera, sino de "reliquias", y la adolescente, ya momificada, ejecutada por su propio padre, era Santa Columba, que antes había sido "propiedad" de los condes de Regla, los dueños de las minas del actual estado de Hidalgo. Con el hecho de que fueran santos se resolvía el asunto: estaban --y están-- fuera del alcance del ministerio público y la gente puede ir a pedirles milagros, favores o lo que se le pueda pedir a un muerto o a un pedazo de muerto. Algo así como amuletos humanos a los que se les ha negado una buena muerte porque en su momento debieron ser gente especial, o eso se supone.
Si el caso de los cadáveres completos me resultó siniestro, el de los trozos me pareció espeluznante. Porque esos trozos vienen de cadáveres que alguna vez estuvieron íntegros, y alguien los despedazó para repartirlos entre diferentes iglesias, imagino que para esas iglesias habrá sido un honor inenarrable recibir su pedazo de santo.
Creo que mi lado pagano es demasiado pequeño y mi lado cristiano demasiado grande (el ateísmo se vende por separado). Si fuera cristiano, sentiría mucho dolor de ver cómo andan llevando de arriba para abajo los pedazos de algunos de mis santos (de mis padres, digamos) como si fueran cosa de circo, o cómo los exhiben sin darles el descanso al que todos tenemos derecho: "Descanse en paz." "Así sea."