18 de febrero de 2011

Amigos

A finales de diciembre, y también hace algnos días, me llamó por teléfono Leo Argüello desde Montreal, donde vive. En ambas ocasiones no supe muy bien de qué hablar, y me puse a hablar de todo; eran casi veinticinco años en los cuales sólo nos habíamos comunicado, cuando la tecnología lo permitió, por correo electrónico.
Y no es que no tviéramos nada de qué hablar; si algo hicimos con Leo fue hablar. De teatro (es un excelente actor, de las huestes del mítico Sol del Río 32), de literatura, de música. A él le debo el conocimiento de Stanislawsky, de Bob Marley, Peter Tosh y Jimmy Cliff, de los rincones más oscuros e interesantes del blues. A eso de las tres de la mañana nos vencía el hambre, más que el sueño, y nos íbamos a un changarro que estaba en Viaducto y Tlaalpan, a comprar cigarros y unas inmejorables qesadillas de sesos. Y a seguir conversando hasta el amanecer. Después yo me dormía en el sofá, a la luz de una vela que servía para quitar el olor del hmo del tabaco. A media mañana, medio despiertos, algo de desayunar y un poco más de plática, y a mediodía de regreso a mi casa.
No siempre fue así; a veces nos veíamos en otras partes, pero es lo que recuerdo con más vividez. No siempre había esos desvelos, pero de que los había, los había, como cuando nos reuníamos en casa de Beto Acevedo, el único salvadoreño con el que mantve contacto hasta que salí de México, vaya uno a saber por qué.
Beto también me ha llamado varias veces por teléfono y, como cuando llamó Leo, han sido pequeñas inyecciones de vida. Quizá de eso se trate con los amigos: que con su presencia, aun lejana, lo hacen vivir más a uno.
Cuando estuve en Francia me perdí de conocer, se supone, lo que todo turista (prefiero llamarme visitante) debe conocer. En realidad, aparte de estar en Nôtre Dame, fui para estar el mayor tiempo posible con mis amigos y platicar con ellos. Preferí varias horas de plática con Thierry Davo que los puentes sobre el Sena, unos cafés (jugos en mi caso) con Alain Mala que un cementerio o un pae de catedrales, y pude mezclar el museo de Rodin con la plática cuando Carlos Ábrego y yo visitamos a Elizabeth Burgos.
Cuando me invitaron a la feria del libro de Buenos Aires, suspendí un tratamiento que se suponía urgente (pero ¿qué es una sola semana?) para poder conversar con mi amigo Nicolás Doljanín y saludar a mi maestro de periodismo, Carlos Vanella. Y lo mismo: conocí algunas cosas, cumplí con mis compromisos, compré algunos libros (entre ellos las obras completas de Borges, para los envidiosos), y el resto fue platicar con Nico y platicar y, claro, comer empanadas, asados y esas cosas que hacen los argentinos. (En Francia también sufrí de una sobredosis de comida deliciosa, cabe aclarar.) Creo que cada vez regresé con un poco más de vida, incluso cando estuve en Bolivia conversando con mi amigo René Bascopé. Fue una plática breve; él estaba en una tumba pequeña y modesta en el Cementerio General. Valió la pena el viaje.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Y traté de llamarte muchas veces más y ya no respondiste, amigo. Y yo alegre tratando de hacerme creer que quizá andabas por ahí reponiéndote...
No, ni siquiera he tenido valor de escribir a tu familia y de repente vuelvo a tu blog y veo este mensaje, que a pesar de revisar diariamente nunca había visto... ¡Vaya, ha sido una especie de respuesta desde el más allá!
Descansa en paz, carnal y si es que andás por ahí sigue armando alboroto. Aquí quedarás en tus escritos en tus hijos, en tu familia, en tus amigos... ¡Salú! Leo.