1 de agosto de 2009

Agua de colores

Agua de colores, de Valeria.

Hoy Valeria me regaló un dibujo que tituló "Agua de colores", que entre raya y raya tiene cosas interesantes que no sólo pueden atribuirse a la compulsión de un niño con caja de lápices nueva. (Uno de los motivos es que los lápices no son tan nuevos, si he de decir algo en honor a la autora y a mi poca objetividad de padre.)
El dibujo me recordó cuando tenía yo su edad, o menos, y pasábamos de noche frente a la antigua embajada de Estados Unidos, en la 25 avenida norte. A un par de cuadras estaba la única rosticería de pollos de la época, y cada dos o tres o tres semanas mis padres me llevaban a comprar uno, lo que servía para tres cosas: fomentar un vicio que perdí --por sobredosis de pollos rostizados-- ya bien entrada la adolescencia, dar un breve paseo en carro todos juntos (mi hermana aún no habría nacido cuando empezó la costumbre, o estaría muy pequeña) y pasar frente a la Fuente Luminosa, que era como se le decía a la inmensa pila de agua con grandes chorros que la atravesaban y unos reflectores.
Mi padre me había dicho que el agua de la fuente era de colores, y yo no mucho le creía: según mis pocos y muy empíricos conocimientos (pero ¿la ciencia no es empírica?), plastilina mediante, cuando se juntan elementos de diferentes colores éstos tienden a volverse uno solo, gris deprimente en el caso de la plastilina, y otros más sorprendentes en el caso de los líquidos. (Sí, con la abuela Mina nos poníamos a hacer experimentos para ver qué pasaba si se mezclaban gaseosas de diferentes colores y, ugh, sabores.) Pero mi papá era mi papá, y había que creerle que el agua era de colores, que los reflectores eran blancos y que esa agua en particular no se mezclaba como las demás aguas.
Ah: porque había diferentes tipos de agua, y ésa era especial para la Fuente Luminosa. De reojo yo miraba la embajada de Estados Unidos y me imaginaba que sería algo que los gringos habrían traído y, en fin, que a lo mejor era cierto, pero...
Pero de día el agua de la fuente era transparente como cualquier agua, objetaba yo. Alguna vez hice que mi madre me llevara a verla y hasta a tocarla, y era tan agua como cualquier agua. "Es que sólo se hace de colores de noche", me dijo mi madre aguantando la risa --sí, lo noté--; ella tenía menos humor que mi padre o lo usaba para otro tipo de cosas. Lo que traté de ver esa vez fue si había vetas en el agua, con lo cual podría separarse por las noches y colorearse cada una por su lado gracias a los reflectores, que ya de cerca se veía que eran de colores, un detalle que mi madre no imaginó --o no le importó-- que notaría.
Y, desde luego, hubo otros a los que les pregunté si el agua era de colores o se coloreaba con los reflectores, o si tenía vetas que etcétera. Mis tíos Juan y Mauricio, el novio eterno de la abuela Mina (don Chepe Rodríguez, a.k.a. "Pico de Oro", por su talento como orador de plaza en las campañas electorales de Osorio y Lemus) ratificaron que el agua era de colores, pero sólo de noche, aunque no pudieron explicarme por qué. Lo de las vetas no lo entendieron, me da la impresión, y sería por mi falta de léxico, que apenas pasaría de la palabra "capitas".
En medio de una polémica de años, de repente dejó de funcionar la Fuente Luminosa y a alguien se le ocurrió empezar a construir la espantosa escultura que está allí desde entonces, de un color gris deprimente, como la plastilina cuando se juntan todos los colores de la cajita. Mi papá me dijo que no me preocupara, que después iban a poner otra vez el agua de colores, y yo con la misma: el agua no podía ser de colores. Igual dudaba: ¿y si sí? Pero ya era demasiado tiempo de llevarle la contraria como para echarme atrás, y la única solución intermedia que encontraba era la de las vetas, que tampoco me convencía demasiado: había metido las manos en el agua y era tan normal como cualquier otra.
Inauguraron la horrible escultura y, no, no volvió el agua de colores. La pila era la misma, los chorros eran los mismos por la noche, pero los reflectores eran de luz blanca. Le pregunté a mi papá por qué, y me habrá dicho algo como que salía muy caro mantener lal mismo tiempo la estatua y el agua --después de todo era economista-- y el paseo de cada dos o tres semanas se redujo a la compra de pollos rostizados y a una escultura bastante fea que nos había quitado un tema de conversación.
Por las épocas en que uno no sólo deja de creer en ciertas cosas, sino que sabe que son falsas, pasé por la antigua Fuente Luminosa y me acerqué como cuando mi madre me llevó a los cinco o seis años, y seguí buscando las vetas, sin dejar de ver con desprecio los reflectores blancos. No pude dejar de sonreírme y de pensar en pollos rostizados; para ese entonces ya había otras rosticerías en San Salvador, y cada una tenía su sabor especial.
Entrado en la adolescencia, en una de mis visitas a El Salvador de antes de 1975 (después no regresé sino hasta 1999), pasábamos por allí con el tío Mauricio y una novia suya, y él le comentó: "Rafa creía antes que el agua de la fuente era de colores", y desde luego se rieron. Yo me indigné: para ese entonces ya estaba seguro de que era de colores.
Y sigo estándolo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Anonima 2. Mira, te felicito por estar tan encuernado de tu niña... la cipota es linda, se parece mucho a tu mamá... es decir, salio a vos, pero asi, en estilo.. como bonita pues... no, no quiero decir que vos sos feo, no para nada... pero la niña es linda...
Hola, soy la misma ke te comento lo del gorila. Pues, que me has hecho recordar esa "fuente luminosa", tenemos la misma edad... (o, como diria mi esposo: Rafael tiene la suya y tu la tuya) Si, vos los pollos rostizados, también mi papá, nos llevaba con el carrito azúl y capota blanca, a comprar los benditos pollos, el sábado como a las dos de la tarde. Y eran bien ricossss... ahhh, ya me hiciste sentir mi infancia otra vez, que no se porque / diablos / la relaciono con la fuente luminosa, el supermercado Todos, el Externado de San José, la embajada y el restaurante ese de la esquina (Flamingo?) no sé... ese pues y los pasteles de una pastelería que estaba en la cuadra del Hotel San Salvador... le cayó el terremoto encima en 1986... Qué me decis de los sorbetes?, de las bananas split? ricos verdad, pero jamás como los del carretón, a la salida del colegio, con mielita roja y todo... mmmm

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Estaba el Flamingo's, sí, y entre la embajada y el(ahora) Pollo Campero estaba el Pete's Donuts. Eran las mejores donas de la ciudad, quizá porque no había de otras :)
Para los banana split, el Don Pedro era de lo mejor; para las hamburguesas con queso, el Hamburguer House, que quedaba a un costado de Don Pedro.
No recuerdo cuál era el Hotel San Salvador, la verdad. Sé que existía y que era un punto de referencia obligado, pero hasta allí; como buen nerd, me la pasaba encerrado leyendo y jugando con cosas de química.
Había un lugar en el centro donde había buenos helados y repostería, el Rudy's, creo que se llamaba. A veces mi abuela me llevaba; ella tenía un almacén sobre la Rubén Darío, y a la salida pasábamos por relámpagos. ¡Qué delicia de relámpagos!
Lo que sé es que muchas opciones no había: o te gustaba lo que había en el único lugar donde lo vendían o no te gustaba y te lo perdías.
Y, sí, el Todos era una maravilla. Allí compré el primer yoghurt que probé (no sé si habría en otra parte; me imagino que sí). De fresa, desde luego.

Anónimo dijo...

hace algunos dìas, tuve una expriencia, larga de explicar...me comuniqué con mi padre...fallecido hace 18 años...en este encuentro, el me indicó que en el lugar donde se encuentra, tomaba mucha agua...agua de colores, me dijo...y que de ahí, el obtenía sabiduría...no supe como interpretarlo, hasta hoy...tu relato me llevó a mi propia infancia....a recordar unos exquisitos sandwichs que el nos compraba, cada vez que nos llevaba al dentista...eran de una pasta de pollo...con palta y otra de pollo con pimiento...hasta el día de hoy, recuerdo ese sabor...
La vida corre tan rápido, los recuerdos se van obscureciendo en nuestra mente...momentos que nos hicieron tan felíces...y que al volver a recordarlos aunque haya pasado toda una vida....vuelvo a sentir la mano de mi padre, en la mía...su calor, la sensación de protección.
Se agradece tu relato...

Aldebarán dijo...

Por supuesto que era agua de colores. Tú ya has visto el arcoiris en el cielo. Pues lo que hicieron algunos investigadores fue utilizar ese mismo principio que estaba en la naturaleza para, tecnología mediante, construir un equipo que fabricaba el agua de colores. Imagino que cada color debía ser guardado en un recipiente especial y que cuando se combinaban todos esos colores, el proceso se revertía y quedaba el agua "incolora, inodora e insípida" y que tu miraste ya el agua que había sido combinada.

Todo eso lo sabía tu papá porque en la Universidad conocían de ese proceso y por supuesto no era algo que se iban a divulgar tan fácilmente, pues luego venía algún científico extranjero a querer robarse la patente. POr eso la fuente estaba enfrente de la Embajada, para enseñarles a los extranjeros que aquí había ingenio del bueno y que nosotros teníamos el secreto y ellos no.

A lo mejor ellos fueron quienes, por envidia, sustituyeron la fuente de agua de colores por la del Monumento al Mar.