Imágenes perdidas
Cuando murió mi padre olvidé todas las imágenes de los lugares que había conocido en toda mi vida, cosas del síndrome de estrés post traumático. (Además me salieron casi todas las canas que tengo ahora en cosa de un mes; las que peinaba por entonces no eran para tanto.) Él vivía en San José (Costa Rica), y yo andaba por allí, así que bastó con darme un par de vueltas por la ciudad para recuperarlas. Volví a El Salvador, y lo mismo. Pude viajar a Arizona en 2002, y di una vuelta por Phoenix y tres o cuatro caminatas por Sedona y Flagstaff y listo, sólo fue de ver algunos puntos de referencia para que se fijaran de nuevo las imágenes.
El problema fue el Distrito Federal. Durante casi cinco años (mi padre murió en agosto de 2000) tuve que andar por la vida sin las imágenes de 23 años. Sabía perfectamente qué calle hacía esquina con cuál, en qué linea de metro o de autobús se llega a qué parte, y cómo se llama y dónde está mi pizzería favorita, pero no podía ver nada de lo que mencionaba.
Sólo una imagen había sobrevivido: la vista del Parque de la Madre desde la calle de Serapio Rendón, desde la esquina del hotel Compostela, donde por cierto vendían unas hamburguesas terribles que comía por lo menos una vez cada dos o tres semanas en la época en que viví en Isurgentes Centro 123; llevaban cebolla frita, un huevo, una cantidad peligrosa de tocino, jamón, la carne de magnífico tamaño y todo lo demás que debe llevar una hamburguesa.
Por eso, cuando viajé al Defe hace un par de semanas, después de seis años y medio de ausencia, me alojé en el hotel Compostela, que por suerte resultó barato, cómodo y limpio. Del aeropuerto al hotel no entendía nada de lo que veía, a pesar de que manejé la ruta de Río Consulado y Circuito Interior hacia Sullivan varias decenas de veces. Al llegar a Sullivan comencé a orientarme, y al llegar a la esquina del Compostela todo tuvo sentido otra vez... excepto esa única imagen que había conservado desde agosto de 2000. Era una imagen falsa. Donde yo veía, en mi cabeza, un trozo de parque, había una calle que unía Villalongín con Sullivan, una extensión de Serapio Rendón que ya estaba allí cuando salí de México, aunque no cuando llegué. Según yo, exactamente allí había un teatro, pero el teatro estaba a un lado, y el restaurante de comida china habrá desaparecido hará una década.
Después de comer, mi hija Eunice tenía que presentar un examen en la preparatoria, así que quedé de verme con Hugo Martínez Téllez en el Café Habana, a cosa de un kilómetro del hotel. Me fui caminando, y no escogí el camino cómodo, que era tomar Reforma hasta Morelos y de allí derecho hasta Bucarelli, sino que me clavé en las calles que están atrás de Reforma, en una colonia de la que nunca he sabido el nombre. Tuve una confusión: no sabía cuál estaba primero, si la calle de Morelos o la de Donato Guerra. Resultó que era la de Morelos. En Donato Guerra estaba antes EJEA, donde escribía historieta, en un edificio a un lado de donde desemboca Abraham González.
A partir de ese momento el Defe fue mío otra vez, y todas mis imágenes volvieron, incluidas las de los lugares en los que no estuve. Tal vez haya varias imágenes falsas entre ellas, pero qué diablos: son mías. Igual hay otras que no recuerdo más que de manera imprecisa, como las de Mérida, Nayarit, Tlaxcala (me pasé largas temporadas allí), Acapulco (viví casi un año en Acapulco) y qué sé yo, pero por ahora no las necesito. Y siempre queda ver algunas fotos por internet...
El problema fue el Distrito Federal. Durante casi cinco años (mi padre murió en agosto de 2000) tuve que andar por la vida sin las imágenes de 23 años. Sabía perfectamente qué calle hacía esquina con cuál, en qué linea de metro o de autobús se llega a qué parte, y cómo se llama y dónde está mi pizzería favorita, pero no podía ver nada de lo que mencionaba.
Sólo una imagen había sobrevivido: la vista del Parque de la Madre desde la calle de Serapio Rendón, desde la esquina del hotel Compostela, donde por cierto vendían unas hamburguesas terribles que comía por lo menos una vez cada dos o tres semanas en la época en que viví en Isurgentes Centro 123; llevaban cebolla frita, un huevo, una cantidad peligrosa de tocino, jamón, la carne de magnífico tamaño y todo lo demás que debe llevar una hamburguesa.
Por eso, cuando viajé al Defe hace un par de semanas, después de seis años y medio de ausencia, me alojé en el hotel Compostela, que por suerte resultó barato, cómodo y limpio. Del aeropuerto al hotel no entendía nada de lo que veía, a pesar de que manejé la ruta de Río Consulado y Circuito Interior hacia Sullivan varias decenas de veces. Al llegar a Sullivan comencé a orientarme, y al llegar a la esquina del Compostela todo tuvo sentido otra vez... excepto esa única imagen que había conservado desde agosto de 2000. Era una imagen falsa. Donde yo veía, en mi cabeza, un trozo de parque, había una calle que unía Villalongín con Sullivan, una extensión de Serapio Rendón que ya estaba allí cuando salí de México, aunque no cuando llegué. Según yo, exactamente allí había un teatro, pero el teatro estaba a un lado, y el restaurante de comida china habrá desaparecido hará una década.
Después de comer, mi hija Eunice tenía que presentar un examen en la preparatoria, así que quedé de verme con Hugo Martínez Téllez en el Café Habana, a cosa de un kilómetro del hotel. Me fui caminando, y no escogí el camino cómodo, que era tomar Reforma hasta Morelos y de allí derecho hasta Bucarelli, sino que me clavé en las calles que están atrás de Reforma, en una colonia de la que nunca he sabido el nombre. Tuve una confusión: no sabía cuál estaba primero, si la calle de Morelos o la de Donato Guerra. Resultó que era la de Morelos. En Donato Guerra estaba antes EJEA, donde escribía historieta, en un edificio a un lado de donde desemboca Abraham González.
A partir de ese momento el Defe fue mío otra vez, y todas mis imágenes volvieron, incluidas las de los lugares en los que no estuve. Tal vez haya varias imágenes falsas entre ellas, pero qué diablos: son mías. Igual hay otras que no recuerdo más que de manera imprecisa, como las de Mérida, Nayarit, Tlaxcala (me pasé largas temporadas allí), Acapulco (viví casi un año en Acapulco) y qué sé yo, pero por ahora no las necesito. Y siempre queda ver algunas fotos por internet...
2 comentarios:
Es cierto! No recordaba que tu hija vendría de visita este año. ¿Así que fuiste tú a México? Parece que fue lo mejor, así re-conociste el DeFe.
Una pregunta a quemarropa: ¿Heredó tu hija tu pasión por la música o por la literatura?
Mi hija Eunice estudia canto desde hace como un año, y ahora entrará al conservatorio a estudiar ópera. Lee mucho y de todo; ella se quedó con el grueso de mi biblioteca cuando salí de Mëxico. Cuando estuve allá estuvimos comentando Macbeth, que le encantó, y el mito de Tristán e Iseo (o Isolda). También es fanática del cine. A veces nos conectamos y nos ponemos a ver películas juntos, ella en México y yo en El Salvador, y las comentamos por el MSN.
A ver si armamos una pequeña banda ahora que venga.
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