México sin historietas
La Catedral de la Ciudad de México
vista desde donde venden de todo,
incluidos libros pirata.
vista desde donde venden de todo,
incluidos libros pirata.
Durante casi 15 años trabajé en México como guionista de historietas. Historietas baratas, claro está; allí estaba el negocio de los hermanos Flores (Editorial EJEA), de doña Yolanda Vargas Dulché (Editorial Vid) y de Novedades Editores: en sus mejores tiempos, Sensacional de traileros llegó a vender un millón 700,000 ejemplares a la semana, Rarotonga cerca de un millón y eran míticos los dos millones semanales de El libro vaquero. De dos pesos o tres el ejemplar, el asunto era excelente negocio, y los guionistas y dibujantes recibíamos buen dinero en calidad de pago y de regalías. Podía uno hacer varios miles de dólares al mes matándose un poco, y en efecto hubo quienes se agotaron hasta el breakdowny hasta el infarto. Está el caso de Sotero García Reyes, que hacía un guión diario, y todo el mundo le decía que se iba a morir. Y se murió. De un infarto. Ganaba unos 20,000 dólares al mes, que gastaba a un ritmo aterrador junto con su familia; fue la primera persona a la que conocí que le regaló un visón de verdad a su mujer. O el caso menos grave de Roberto Castro y Edgar Martiarena, que durante cuatro meses dibujaban un episodio de 92 páginas en seis días, y su récord fue de cuatro. Terminaron con tratamiento de Valium, porque eran mucho más jóvenes que Sotero, que ya andaba arriba de los cincuenta. En mi caso, apenas hacía entre tres y cinco al mes, junto con algunas traducciones y algo de tipografía: trabajaba dos o tres días a la semana, me daba tiempo de escribir y me la pasaba muy bien.
Hace unos días fui al Distrito Federal a ver a mi hija Eunice, después de más de seis años de ausencia, y me puse a ver los puestos de revistas. Las historietas baratas a las que le dediqué tantos años habían desaparecido. EJEA -donde más trabajé- vendió su edificio en la calle de Donato Guerra a una agencia de viajes y el de la calle de Serapio Rendón sigue dedicado a la distribución de revistas, el negocio secundario de la familia Flores y que ahora parece ser el más boyante. Me cayó la nostalgia, y hasta estuve tentado a pensar que "México ya no es México". Pensé en el metro y las decenas de personas que venían leyendo El libro del amor o Sensacional de maestros y esas cosas, y recordé cómo toda la intelectualidad protestaba porque las revistitas estupidizaban a "la gente". En realidad sólo hay una diferencia de grado entre el incesto y el asesinato en la familia Pérez y en la familia Hamlet, y el que nace estúpido tiene altas posibilidades de morir estúpido, venga de la familia que venga. Pero ése es otro tema.
Al mismo tiempo noté que en todas partes había puestos de libros usados, y de libros pirata de muy buena calidad, y gente que los compraba. Y sé que los lectores de historietas de hace diez años no necesariamente serán los mismos que compren El código Da Vinci a precios bajísimos, pero la esperanza no se pierde. Quiero creer que lo de las historietas de algún modo sirvió como transición --como "educación", diría si fuera un tanto más prepotente-- para que algunos descubrieran el placer de leer, y que ese "México que ya no es México" se esté convirtiendo en algo mejor.
Mi amigo Hugo Martínez Téllez me dice que en realidad las historietas dejaron de venderse porque bajó el poder adquisitivo de quienes la compraban, y que las ventas de libros usados y piratas son marginales. Sea, pues. Yo conservo por aquí algunos títulos de los trescientos o cuatrocientos que escribí y de tarde en tarde soy feliz leyéndolos.
Hace unos días fui al Distrito Federal a ver a mi hija Eunice, después de más de seis años de ausencia, y me puse a ver los puestos de revistas. Las historietas baratas a las que le dediqué tantos años habían desaparecido. EJEA -donde más trabajé- vendió su edificio en la calle de Donato Guerra a una agencia de viajes y el de la calle de Serapio Rendón sigue dedicado a la distribución de revistas, el negocio secundario de la familia Flores y que ahora parece ser el más boyante. Me cayó la nostalgia, y hasta estuve tentado a pensar que "México ya no es México". Pensé en el metro y las decenas de personas que venían leyendo El libro del amor o Sensacional de maestros y esas cosas, y recordé cómo toda la intelectualidad protestaba porque las revistitas estupidizaban a "la gente". En realidad sólo hay una diferencia de grado entre el incesto y el asesinato en la familia Pérez y en la familia Hamlet, y el que nace estúpido tiene altas posibilidades de morir estúpido, venga de la familia que venga. Pero ése es otro tema.
Al mismo tiempo noté que en todas partes había puestos de libros usados, y de libros pirata de muy buena calidad, y gente que los compraba. Y sé que los lectores de historietas de hace diez años no necesariamente serán los mismos que compren El código Da Vinci a precios bajísimos, pero la esperanza no se pierde. Quiero creer que lo de las historietas de algún modo sirvió como transición --como "educación", diría si fuera un tanto más prepotente-- para que algunos descubrieran el placer de leer, y que ese "México que ya no es México" se esté convirtiendo en algo mejor.
Mi amigo Hugo Martínez Téllez me dice que en realidad las historietas dejaron de venderse porque bajó el poder adquisitivo de quienes la compraban, y que las ventas de libros usados y piratas son marginales. Sea, pues. Yo conservo por aquí algunos títulos de los trescientos o cuatrocientos que escribí y de tarde en tarde soy feliz leyéndolos.
1 comentario:
Estimado Rafael,
Me interesa sobremanera ponerme en contacto con usted.
Ojalá pueda contactarme a carive@essex.ac.uk
Gracias,
Carlos Rivera García(Reyes).
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