Cosas del sonido
He estado trabajando en algunas grabaciones dejadas por poetas salvadoreños antes de su muerte ("Después no han hecho nada que valga la pena de escucharse", diría si anduviera de ánimo negro), y me doy cuenta de lo que ha cambiado el sonido y la idea del sonido desde que a alguien se le ocurrió registrarlo en diversos medios y materiales.
La idea de estas grabaciones es publicarlas en forma de discos compactos, para que los viejos maestros puedan comunicar de viva voz lo que crearon, y del modo en que lo percibían. El problema es que las grabaciones están en diferentes grados de deterioro, y allí viene el primer problema: el ruido.
Cuando uno oye un cassette o una cinta de media pulgada, de entrada sabe que existirá un cierto hiss, y al escucharlo simplemente lo borrará de la mente. Una grabación "limpia" en cinta tendrá una buena cantidad de ruido, pero no la percibiremos. Lo mismo cuando se escucha un acetato; entre que el aparato de sonido elimina ciertas frecuencias y uno ignora el ruido que queda, lo que se oye es un disco con más o menos scratch. Si la grabación se digitaliza y se quema tal cual en un CD, pasa algo grave: el ruido se convertirá en parte del sonido "natural" de lo que se haya digitalizado, y será incluso insoportable al reproducirse en un buen estéreo, mientras más lleno de lucecitas, peor.
Lo peor con lo que me he topado es con unos acetatos grabados por Salarrué en los años cincuenta. En el estudio de audio de Canal 10 nos pasamos horas con don Joaquín Alvarenga (ya retirado, para su suerte y para desgracia de otros, como yo) tratando de escuchar si había "algo" escondido detrás de una cortina compacta de scratch. De repente escuchábamos un sonido un tanto menos agudo y él empezaba a mover palanquitas en su consola para tratar de entender de qué se trataba. Cuando lograba algo, lo grabábamos en minidisc. Me vine a casa con lo que logramos, transferí el sonido a la compu y me puse a ver qué podía sacar en claro. Así salieron un par de piezas cantadas por él y su esposa, doña Célie Lardé, y piezas de guitarra compuestas y tocadas por el propio Salarrué. Los discos tenían un 90 por ciento de ruido; don Joaquín logró bajarlo a un 65-70 por ciento, y en algunos de ellos, después de días de trabajo, llegué a obtener un 30 por ciento de ruido. Y me topé con un problema: el riesgo de degradar la voz a cambio de quitarle el scratch, y que lo que sonara fuera una caricatura, no algo parecido al original. Ya logré algunas cosas buenas, pero me imagino que tendré que meterle más ganas cuando termine con otras grabaciones un tanto más urgentes.
Las menos complicadas son unas que dejó Pedro Geoffroy Rivas de Claudia Lars y de él mismo leyendo poesía. Están en cassettes, copias de alguna copia de una copia del original en cinta. El sonido está borroso y oscuro, pero se entiende todo perfectamente... mientras no se pase a CD. Entonces suena fatal. Así que a aplicar filtros, quitar ruidos, equalizar y qué sé yo para que se oiga bien gracias a un poco de reverb aplicado al resultado final.
Y allí viene otro tema. Además de estas grabaciones, he recopilado las voces de varios escritores vivos con la ayuda de los poetas Carlos Clará y Susana Reyes, y de vez en cuando registro los avances de los poetas jóvenes de La Casa del Escritor. Lo hemos hecho en minidisc, y los resultados son impresionantes: la grabación digital directa tiene profundidad, cuerpo, y es totalmente moldeable. Se puede hacer lo que uno quiera con ella. La analógica no: es rígida, quebradiza, poco maleable, cruel. (Quizá los términos no sean muy técnicos, pero así siente uno frente a la consola virtual.) Así como puede convertirse en lo que uno quiera una voz grabada en minidisc, las grabaciones viejas se comportan como trozos de baquelita, listos para fracturarse si uno se pone muy brusco.
A veces las grabaciones son más o menos parejas, y algunos filtros dejan algo decente. Hay una en especial con la que me he peleado en varias ocasiones y, con todo y que siempre logro resultados, no estoy contento aún. Es una entrevista realizada en 1974 a Claudia Lars, poco antes de su muerte, por Marina de Quezada (después Marina de Arocha). Lo que me dieron fue una segunda copia, ya bien desgastada, con pocos agudos y demasiados tonos medios-bajos, y algo terrible: a medida que avanza el cassette, uno se da cuenta de que las pilas se estaban acabando, y al final a veces sólo se escuchan chasquidos donde debería haber voces. Hasta ahora he hecho que se pueda entender casi todo lo que dice Claudia Lars, y las pocas palabras que no se entienden bien pueden intuirse. Pero el sonido sigue siendo espantoso, y no se espera algo así de una poeta que murió a las pocas semanas, y menos de su última grabación, en la que cuenta cosas bien impresionantes de sí misma. En estos días le voy a meter el diente de nuevo.
Ya logré lo mejor que pude con unas cosas de Hugo Lindo y con dos discos de música: un homenaje a David Granadino publicado en Guatemala en algún momento de los años sesenta por una marimba anónima, quizá grabado originalmente en los cincuenta, y un disco editado a principios de los setenta, pero grabado entre veinte y treinta años antes, de la Orquestra Verdi Lírica Vicentina, tocando música de salón.
Ahora trabajo con un aparato que saca el sonido vía USB al estéreo y lo filtra de ruido eléctrico; la tarjeta de sonido de mi compu no es patética, pero sí es integrada, y ya se sabe que las tarjetas integradas sirven porque deben servir, pero para estos menesteres son bien bobas. Una de las siguientes metas es comprar una buena Sound Blaster y no tener que grabar varias pruebas para saber cómo se oye realmente el disco en el aparato de sonido (tengo uno bueno, eso sí) y luego corregir por intuición, y nueva prueba. Por ahora el aparatito USB está funcionando bien.
Tengo dos piezas de Lydia Villavicencio Olano compuestas, cantadas y grabadas por ella para una edición que distribuyó de manera privada. Cuando se oyen en acetato están bien; al digitalizarlas hay unos bajones y subidas de volumen espantosos; a alguien se le ocurrió utilizar un compresor de volumen, sin pensar en lo que sufriría alguien cuarenta y cinco años después. Ya ajusté el nivel de volumen (es decir: lo desajusté para que se oiga parejo, aunque legalmente no lo esté) y ya le di algo de profundidad al sonido, que estaba muy seco. Cuando esté inspirado voy a tratar de moldearlo un poco más; hay por allí unos buenos plugins con los que he estado experimentando, que me han dado buenos resultados en otro tipo de archivos.
Mientras, he soñado con voces viejas, y a veces siento que en el ruido que estoy quitando se esconde el mensaje verdadero, cualquier mensaje verdadero. Y quizá sea así: el sonido ambiental tiene también su historia, y también algo que decir, pero en grabaciones tan dañadas es sólo un estorbo. Lástima que uno nunca sea tan racional para soñar.
La idea de estas grabaciones es publicarlas en forma de discos compactos, para que los viejos maestros puedan comunicar de viva voz lo que crearon, y del modo en que lo percibían. El problema es que las grabaciones están en diferentes grados de deterioro, y allí viene el primer problema: el ruido.
Cuando uno oye un cassette o una cinta de media pulgada, de entrada sabe que existirá un cierto hiss, y al escucharlo simplemente lo borrará de la mente. Una grabación "limpia" en cinta tendrá una buena cantidad de ruido, pero no la percibiremos. Lo mismo cuando se escucha un acetato; entre que el aparato de sonido elimina ciertas frecuencias y uno ignora el ruido que queda, lo que se oye es un disco con más o menos scratch. Si la grabación se digitaliza y se quema tal cual en un CD, pasa algo grave: el ruido se convertirá en parte del sonido "natural" de lo que se haya digitalizado, y será incluso insoportable al reproducirse en un buen estéreo, mientras más lleno de lucecitas, peor.
Lo peor con lo que me he topado es con unos acetatos grabados por Salarrué en los años cincuenta. En el estudio de audio de Canal 10 nos pasamos horas con don Joaquín Alvarenga (ya retirado, para su suerte y para desgracia de otros, como yo) tratando de escuchar si había "algo" escondido detrás de una cortina compacta de scratch. De repente escuchábamos un sonido un tanto menos agudo y él empezaba a mover palanquitas en su consola para tratar de entender de qué se trataba. Cuando lograba algo, lo grabábamos en minidisc. Me vine a casa con lo que logramos, transferí el sonido a la compu y me puse a ver qué podía sacar en claro. Así salieron un par de piezas cantadas por él y su esposa, doña Célie Lardé, y piezas de guitarra compuestas y tocadas por el propio Salarrué. Los discos tenían un 90 por ciento de ruido; don Joaquín logró bajarlo a un 65-70 por ciento, y en algunos de ellos, después de días de trabajo, llegué a obtener un 30 por ciento de ruido. Y me topé con un problema: el riesgo de degradar la voz a cambio de quitarle el scratch, y que lo que sonara fuera una caricatura, no algo parecido al original. Ya logré algunas cosas buenas, pero me imagino que tendré que meterle más ganas cuando termine con otras grabaciones un tanto más urgentes.
Las menos complicadas son unas que dejó Pedro Geoffroy Rivas de Claudia Lars y de él mismo leyendo poesía. Están en cassettes, copias de alguna copia de una copia del original en cinta. El sonido está borroso y oscuro, pero se entiende todo perfectamente... mientras no se pase a CD. Entonces suena fatal. Así que a aplicar filtros, quitar ruidos, equalizar y qué sé yo para que se oiga bien gracias a un poco de reverb aplicado al resultado final.
Y allí viene otro tema. Además de estas grabaciones, he recopilado las voces de varios escritores vivos con la ayuda de los poetas Carlos Clará y Susana Reyes, y de vez en cuando registro los avances de los poetas jóvenes de La Casa del Escritor. Lo hemos hecho en minidisc, y los resultados son impresionantes: la grabación digital directa tiene profundidad, cuerpo, y es totalmente moldeable. Se puede hacer lo que uno quiera con ella. La analógica no: es rígida, quebradiza, poco maleable, cruel. (Quizá los términos no sean muy técnicos, pero así siente uno frente a la consola virtual.) Así como puede convertirse en lo que uno quiera una voz grabada en minidisc, las grabaciones viejas se comportan como trozos de baquelita, listos para fracturarse si uno se pone muy brusco.
A veces las grabaciones son más o menos parejas, y algunos filtros dejan algo decente. Hay una en especial con la que me he peleado en varias ocasiones y, con todo y que siempre logro resultados, no estoy contento aún. Es una entrevista realizada en 1974 a Claudia Lars, poco antes de su muerte, por Marina de Quezada (después Marina de Arocha). Lo que me dieron fue una segunda copia, ya bien desgastada, con pocos agudos y demasiados tonos medios-bajos, y algo terrible: a medida que avanza el cassette, uno se da cuenta de que las pilas se estaban acabando, y al final a veces sólo se escuchan chasquidos donde debería haber voces. Hasta ahora he hecho que se pueda entender casi todo lo que dice Claudia Lars, y las pocas palabras que no se entienden bien pueden intuirse. Pero el sonido sigue siendo espantoso, y no se espera algo así de una poeta que murió a las pocas semanas, y menos de su última grabación, en la que cuenta cosas bien impresionantes de sí misma. En estos días le voy a meter el diente de nuevo.
Ya logré lo mejor que pude con unas cosas de Hugo Lindo y con dos discos de música: un homenaje a David Granadino publicado en Guatemala en algún momento de los años sesenta por una marimba anónima, quizá grabado originalmente en los cincuenta, y un disco editado a principios de los setenta, pero grabado entre veinte y treinta años antes, de la Orquestra Verdi Lírica Vicentina, tocando música de salón.
Ahora trabajo con un aparato que saca el sonido vía USB al estéreo y lo filtra de ruido eléctrico; la tarjeta de sonido de mi compu no es patética, pero sí es integrada, y ya se sabe que las tarjetas integradas sirven porque deben servir, pero para estos menesteres son bien bobas. Una de las siguientes metas es comprar una buena Sound Blaster y no tener que grabar varias pruebas para saber cómo se oye realmente el disco en el aparato de sonido (tengo uno bueno, eso sí) y luego corregir por intuición, y nueva prueba. Por ahora el aparatito USB está funcionando bien.
Tengo dos piezas de Lydia Villavicencio Olano compuestas, cantadas y grabadas por ella para una edición que distribuyó de manera privada. Cuando se oyen en acetato están bien; al digitalizarlas hay unos bajones y subidas de volumen espantosos; a alguien se le ocurrió utilizar un compresor de volumen, sin pensar en lo que sufriría alguien cuarenta y cinco años después. Ya ajusté el nivel de volumen (es decir: lo desajusté para que se oiga parejo, aunque legalmente no lo esté) y ya le di algo de profundidad al sonido, que estaba muy seco. Cuando esté inspirado voy a tratar de moldearlo un poco más; hay por allí unos buenos plugins con los que he estado experimentando, que me han dado buenos resultados en otro tipo de archivos.
Mientras, he soñado con voces viejas, y a veces siento que en el ruido que estoy quitando se esconde el mensaje verdadero, cualquier mensaje verdadero. Y quizá sea así: el sonido ambiental tiene también su historia, y también algo que decir, pero en grabaciones tan dañadas es sólo un estorbo. Lástima que uno nunca sea tan racional para soñar.
3 comentarios:
Me imagino que ya probaste con un fltro Dolby. La idea de esta técnica es eliminar el ruido de fondo a través de un proceso de compresión y descompresión (nunca lo he entendido del todo) quitando el "hiss" de las cintas.
De todos modos, suerte con el trabajo
¿Y qué pasó con esto? ya no nos seguiste contando.
Pues resulta que he estado buscando el filtro Dolby y el más barato cuesta como 300 dls.; el caro anda en 700. No he encontrado modos... uh... alternativos para conseguirlo. Tengo uno básico y gratuito, pero sólo sirve para sacar a CD y a DVD, y no se oye bien en los reproductores desde la compu. Ya limpié bastante, de todos modos.
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