3 de septiembre de 2008

Y otro de La Paz

Una de las ventajas para los fumadores, en La Paz, es que los cigarros no se acaban nunca. Uno fuma y fuma y fuma y, sí, algo se quema, pero no se consumen como en El Salvador y su cantidad terrible de oxígeno.
Hablé del mal de bajura hace unos posts, y eso me agarró de regreso. Cuando llegué a Comalapa, el domingo 24 de agosto, tomé mis maletas, pasé por Migración y por Aduana, salí al aire libre, encendí un cigarro y, ¡pum!, caí sentado mientras iba a buscar un taxi que me trajera a San Salvador. Estaba cerca de las sillas que están por las compañías de taxis, y caí sentado con elegancia --estilo ante todo--, pero caí. El mareo era de olimpiada. Mientras sentía que me moría en medio de una sopa espesa llena de oxígeno, veía cómo el cigarro --Lucky Strike, 95 centavos de dólar la cajetilla en puerto libre-- se consumía alarmantemente. Y entonces sí seguí los consejos que debí seguir en La Paz: caminar despacio, respirar despacio y profundo, no hacer movimientos bruscos y súbitos, llevarla suave. Encendí otro cigarro y listo, todo empezó a volver a la normalidad. Durante dos días me pasé con pequeños dolores de cabeza, algunos mareos, lo que debí sentir allá y no sentí.

* * *

Una amiga con la que estuve en el Gran Cañón, en Arizona, me dijo que el espectáculo estaba bien, pero que lo más impresionante que había visto en su vida era la cordillera de Los Andes. Y debía ser bastante impresionante, porque el Gran Cañón no es precisamente para pasar al lado y no darse cuenta. Así que una de las cosas que quería ver en La Paz era la ciudad rodeada por Los Andes, los grandes picos escarpados, etcétera. La tarjeta postal, ni más ni menos.
El primer día me desperté a la hora de siempre, es decir poco antes de las siete de la mañana... que en La Paz era poco antes de las cinco. Me despertó la luz.
Abrí la ventana y me encantó la luminosidad. No era una luz agresiva, sino... No sé. Una luminosidad exacta. Justo lo que uno necesita para despertarse. Hace unos días puse cómo se veía La Paz desde mi habitación. Así, a las siete de la mañana de allá. Pero Los Andes no aparecía por ninguna parte. Había cerros, pero estaban llenos de casas de un extraño color ladrillo, menos rojo que por estos rumbos. Y nada de Los Andes, ese espectáculo maravilloso que me había dicho mi amiga. (Ella, claro, ha estado en varias partes de Perú, Argentina y Chile, y yo no.)

Al día siguiente, cuando fuimos a El Alto para la primera sesión del taller, descubrí por qué: no veía Los Andes porque estábamos encima de Los Andes, y seguro habría algo más arriba de La Paz y de El Alto, pero no sería mucho más alto. Sin contar con que La Paz está en una hoya, y desde allí no se puede ver algo a menos que sea mucho más alto; pienso en el efecto de tapar el sol con un dedo, aunque sin las implicaciones morales.
Le dije lo anterior a Érika Bruzonic y me dijo que no, que no estábamos precisamente encima de Los Andes, y que había cosas más altas, como el monte Illimani, del que tomé varias fotos de regreso de El Alto. Alcanza como 5,500 o 6,000 metros de altura, pero está lejos.

Otra vista del Illimani.

Y cómo seré distraído: desde la ventana de mi hotel, la que da a los elevadores, se ve el Illimani . Me di cuenta al tercer día.
Cuando iba de La Paz a Lima, en escala a El Salvador, sí pude ver un buen pedazo de la cordillera. Impresionante de verdad. Lástima que no estuviera tan cerca como estuve del Gran Cañón. (Tampoco se me antojó que el avión se cayera, que nos quedáramos sin comida ni radio, que hubiera que ver qué hacer para no morir de hambre, etcétera. Sí, vi la película varias veces. No, no pienso verla otra vez.)

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No sé qué diablos hace esa línea de código allí. Algún copy/paste que salió mal. En fin...
...que la idea era que yo iba a la Feria del Libro de La Paz, pero en realidad sólo pude estar allí un par de veces por más de algunos minutos. Excepto la mesa sobre literatura en tiempos autoritarios, mis actividades se realizaron fuera de la Feria.
Una de las veces en que logré llegar, el martes, Ernesto Cavour presentaba un libro acerca de charangos, tipos de charangos, cómo tocar charango, todo lo que tenga que ver con el charango. Y cómo no, si está considerado como uno de los mejores charanguistas de todos los tiempos. En una época fue mi ídolo --mi Nuno Betancourt personal, pues--, y me aprendí varias de sus piezas, como "Estudio para charango", que me sabía en charango, guitarra y bombo. (Cuando lleguéis a viejos respetaréis el bombo.)
Debíamos ir a una cena, así que apenas alcancé a tomarle unas fotos. En venganza, afuera me compré tres cómics de El Cuervo. Aún no los he leído; se los presté a Carlos Guardado, a quien sin duda le urgen más que a mí.
(¡Treinta y tantos años esperando para oír a Cavour en vivo...! Después compré un par de discos en la feria, y los escuché con cariño. Ya no es mi ídolo, pero sigo siendo feliz oyéndolo y recordando lo que hacía en aquellos días.)

* * *

Una de las cosas simpáticas de La Paz son estas cebras y otros animales. Bueno, personas disfrazadas de animales. Cuando el semáforo se pone en rojo, se paran ante los carros comienzan a bailar y a hacer gracias, como un modo de evitar que los automovilistas se pasen antes de lo que corresponde. Educación vial divertida. Me recuerda a las locuras que hacía en Bogotá el alcalde Antanas Mockus, y que funcionaban.
No sé qué tanto funcionen en La Paz. No vi ni me dijeron de una cebra atropellada en pleno altiplano...

Y tan omnipresentes como las cebras son los rótulos de apoyo a Evo Morales. Están por todas partes. Muchos están hechos a manera de parecer espontáneos, pero a veces son cuadras y cuadras de espontaneidad, y el estilo y las letras se repiten y se repiten.
Alguna vez le preguntaron a Borges por qué estaba contra Perón, y dijo que no podía apoyar a alguien que hacía que le gritaran constantemente: "Perón, Perón, qué grande sos." Sé que aquí no es lo mismo, pero eso recordé.

Y, para quien quiera comprar esa casa, sépalo: no está en venta. Lástima, porque iba a ir a preguntar justo cuando leí el rótulo. (La foto la tomé desde un restaurante al cual Ángel Bascopé me llevó a comer unas empanadas alteñas. Deliciosas. Antes había comido helado de canela en un mercado de flores que está frente al Cementerio General. Otra cosa para recordar.)

La noche del viernes Érika y yo nos la pasamos en casa de Nicolás Peña, quien tiene un programa de radio de jazz puro y duro que se llama "La quinta disminuida". Tiene también una colección de unos tres mil álbumes de jazz, en CD, DVD, acetato, cassette y lo que usted quiera y mande. Hasta pensamos en armar un club de jazzófilos, que incluyera también a Ángel Bascopé. La condición para entrar es tener por lo menos 500 discos de jazz --y haberlos oído, y saber de qué se trata--; Érika añadió que, para salir, había que tener por lo menos 3,000. O sea que Nicolás es el único con derecho de deserción; ninguno de los otros llegamos, ni de cerca, a esa cantidad. ¡Y la calidad!
En el momento de tomar la foto estaba sonando "All blues", de Miles Davis, del disco Kind of blue; ya eran las dos de la mañana y teníamos un buen rato comiendo sushi y varias delicias diversas, además de jugo de durazno para mí y vino argentino para ellos.
Hubo varios discos que pude oír después de varios años; los dejé en México, en acetato, y allá seguirán. Uno de ellos fueron unas sesiones de Dizzy Gillespie con Roy Eldridge en 1956. En el lado cuatro, como no les alcanzó el material, pusieron unas piezas de Charlie Parker grabadas por ambos y por Harry Edison en 1957. No tiene desperdicio.
Otro fue un disco de Miles Davis con Milt Jackson, grabado en 1955, poco después de la muerte de Charlie Parker. Lo bonito y emblemático es que, aunque todas las piezas empiezan con riffs bastante boperos, al estilo Parker, el resto es un jazz de lo más tradicional, sin todas las cosas imposibles del bop. Un jazz delicioso, nada más. Creo que era un modo de Davis y de Jackson de enterrar a su maestro... con respeto y música.
Y mucho más. El tema de la noche: no me gusta Coltrane, punto, y Érika y Nicolás se pasaron tratando de convencerme con argumentos excelentes, pero la tripa es la tripa, y no lo aguanto mucho. Según yo no tiene swing. Si improvisa más de unos minutos, empieza a desvariar y no hay modo de seguirle la pista. Ya dije.
And that's all, folks.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

La verdá por curiosidad: de ese álbum de Miles Davis, cuál de las versiones de Flamenco Sketches te gusta más; la 'original' o la 'alterna'?

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Son cosas totalmente diferentes, ¿no?, aunque se trate del mismo tema. Las intenciones son diferentes, el ambiente, hasta el modo de tocar de Miles y de Bill Evans. La primera tiene como ventaja que es la que había oído siempre, y es la que espero. La segunda sólo apareció en el CD, y es espeluznante. Su ventaja es la novedad. Quizá me incline por la segunda, precisamente por eso, pero ninguna tiene desperdicio.
Y prefiero a Cannonball Aderley a Coltrane. Mil veces. Bueno, exagero: setecientas sesenta y cuatro.

Loida Pineda Andino dijo...

Comparto la opinión de tu amiga. Los Andes tienen una magia indescriptible... =)

Anónimo dijo...

Benditos Salesianos estan donde Uno voltee a ver, ahi veo una foto que pusistes de una casa Salesiana en La Paz, dificiles estos curas!!!

Anónimo dijo...

Saludos Señor Menjívar

Ahora se le lee más descansado, eso es grato para una persona que quiere seguir leyéndolo.

Cynthia

Aldebarán dijo...

Ya me dí cuenta que no te gusta Coltrane. Eso sí, lo reconoces al instante.

Rafael Menjivar Ochoa dijo...

Uta, sí... Si lo que quería era ser reconocible, lo logró.