10 de diciembre de 2008

El objetivo nunca se alcanza y, si se alcanza, algo anda mal

Uno empieza a escribir un texto más o menos por intuición. Después de cierto tiempo de reflexión, alguna idea, una chispa, algo, hace que uno escriba algunas líneas o párrafos que no sabe muy bien qué son ni para dónde van. Un poco más de reflexión, un poco más de darle a la pluma, y uno es capaz de ver el panorama general del texto, y se traza un objetivo, es decir: el texto empieza por aquí, debe llegar allá, y ya veremos qué pasa en el ínterin para llegar de aquí a allá.
Uno debe tener claro, también, que, aunque el objetivo sea de lo más lógico, nunca se alcanzará. Nunca. Y que si uno lo alcanza, salvo excepciones que no hacen regla, es porque algo falló en alguna parte.
Me explico. Al escribir un texto, los personajes plantean sus propias condiciones; los hechos no siempre son como uno quisiera, ni funcionan como deberían, y hay momentos de quiebre en los que debe tomarse una decisión que cambiará las reglas del juego. Por ejemplo, siempre se llegará a la encrucijada en la que uno debe escoger entre A y B, y suena sencillo: una de dos. Pero en general escoger entre A y B llevará a situaciones previsibles, que restarán tensión e interés al relato. Así que, entre A y B, uno debe escoger C. Siempre. Lo malo es que nunca es obvio dónde se encuentra C, y hay otro montón de letras en el alfabeto. Escoger C llevará a reacomodar todo lo demás, y con ello cambiará el objetivo. La tendencia que he observado es obligar al texto a que lleve al mismo objetivo aunque haya cambiado el rumbo de la historia, y allí es donde los personajes se mueren, las situaciones se vuelven forzadas o banales, las tramas se enredan --o peor: se desenredan-- y lo que quedó fue... bueno... un texto sin mucho interés.
Decirlo es fácil. Lo difícil es experimentarlo, y además experimentarlo en cada texto que se escribe. Llega un momento en que uno está harto de ajustar las cosas para que apunten hacia el objetivo final. Y el objetivo final sólo se conoce cuando uno ha llegado a él.
En otras palabras: uno realmente empieza a entender el texto, e incluso a escribirlo, cuando ya lo ha terminado, o cuando tiene una primera versión en la que está lo más básico, las líneas generales, el grosso modo.
Aquí, por ejemplo, está el primer borrador del tercer cuento del libro que estoy escribiendo. Sí, ya sé que no se lee nada, pero es lo de menos.
Antes que nada, escribí el relato a mano, en el cuaderno. Corregí las cosas más obvias, pasé a máquina, corregí un poco más y listo, llegué a la primera versión trabajable.

Como se ve, en las primeras páginas hay casi tantas cosas escritas a máquina como correcciones a mano. Eso se debe a que ya terminé el texto preliminar: sé para dónde voy, en qué termina, cómo quedan los personajes, etc. Lo he ido descubriendo a medida que escribo, y de repente llego a un punto en el que digo: "¡Ah! Aquí pasó tal cosa. Cuando regrese a la página dos lo voy a añadir, pero hay que prepararlo con una frase en la página uno. Y cuando llegue a la última voy a escribir tal cosa para justificar todo y que quede bien cerradito."
Pero hay más. De repente el personaje ha hecho o dicho algo que uno tenía previsto, y unas páginas más adelante se contradice. Y viene la decisión: ¿lo arreglo para que no haya contradicción? ¿Escojo lo que dijo primero o lo que dijo después? En ambos casos tendrá consecuencias sobre todo el texto. Y viene la solución C: ¿y si dejo la contradicción, pero de algún modo la hago coherente, que esa contradicción sea un punto de ruptura, una pista, un modo de mostrar algo oculto del personaje, etcétera?

Además uno va aprendiendo la lógica del texto a medida que escribe, y no sólo va depurando los personajes y la historia, sino también el lenguaje, ciertos giros, y al regresar al inicio del texto tiene que "ecualizar" el registro (o sea el universo de palabras y el tipo de frases que usará en ese texto en particular).
En mi caso, hay cosas que ni siquiera escribo. ¿Ven allá arriba una nota en color? Allí hace falta una transición entre una escena y otra. En el momento no tenía mucha idea de cómo hacerla, pero era obvio que se trataba de un rollo técnico, que no cambiaría nada esencial. Sólo era asunto de hacer que algo pasara de cierto modo para que siguiera la acción del modo en que los personajes necesitaban que siguiera. Así que lo dejé para después --ese "después" fue anteayer: me fui a un café a trabajar el texto, aprovechando mi descanso-- y me puse a escribir cosas más importantes. Además era algo de urgencia: si esperaba que llegaran las palabras y los hechos de la transición, seguro se me olvidaba lo que seguía.

Aquí está la transición de la que hablaba, escrita en la parte trasera del cuaderno. (Los añadidos los hago escribiendo de atrás hacia delante. Las páginas las "numero" en letras mayúsculas, y en minúsculas pongo las llamadas del texto hacia esas notas.) La página del centro es la página A, la de la izquierda es la B, y el añadido va escrito en ese orden. De pronto hubo cosas que me faltaron en la página central y las escribí en la de la derecha, que por algo había dejado en blanco.

Y aquí las correcciones y anotaciones son muchas menos: para ese momento ya sabía todo lo del texto, para dónde iba, y más o menos cómo ajustar todo lo anterior.
Y viene el pero: se trata apenas de un primer borrador. Al revisar nuevamente voy a encontrar cosas nuevas, por ejemplo frases que me llevarán a ciertas características del personaje, otras contradicciones, torpezas, cosas que quedarían mejor su escogiera D en lugar de C, resoluciones fáciles que debo ajustar, etcétera. Y peor todavía: el objetivo es escribir un volumen de relatos en los cuales el personaje central es el mismo, y la acción transcurre en no más de un día, de preferencia en unas doce o dieciocho horas. O sea que lo que cambie en un texto modificará los demás, y la unidad.
Llevo los borradores completos de tres textos. Voy por la tercera versión del primero, por la segunda del segundo y por la primera del tercero. Llevo algunas páginas y notas del cuarto texto; aún debo resolver algunas situaciones y ver cómo empalmarlas con los textos cinco y seis (de los que tengo ideas vagas), y cómo llegar al objetivo que en principio me he trazado para el libro completo. Un desmadre, pues.
Me parece que este tercer texto puede ser el eje de todo lo demás, es decir: allí están ya bien pintados los personajes, ya están claras las historias, las relaciones entre personajes son sólidas (literariamente hablando) y qué sé yo. He empezado, pues, a reajustar el primer texto, y en los siguientes días seguiré con el segundo y avanzaré en el cuarto. Me tienta escribir el último de una vez, que en principio sería el sexto, aunque igual debo aumentar uno para que quepa todo lo que falta. Ya veremos.
Y cierro con una frase que oí en un "capítulo perdido" de Babylon 5, cuando ya había dejado de hacerse la serie:

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Hay algo que no se me olvida: este libro estoy escribiéndolo, en buena medida, porque hubo un momento en que me trabé en la novela de ciencia ficción que comencé hace poco más de un año. Hay lógicas y... uh... mecánicas que necesito aprender, ciertos modos de narrar con los que no estoy familiarizado. Creo que algunos ya los resolví. Por ejemplo, estaba complejizando un par de asuntos que pueden resolverse de manera más sencilla. Lo mismo de antes: decirlo es fácil; lo jodido es llegar a entenderlo y, sobre todo, a hacerlo. La idea surgió de una escena de Trece en la que había situaciones que no están y quería saber, y estoy averiguándolas.
Y un comercial: me dicen que la próxima semana a más tardar estará Trece en las librerías. No es porque esté yo presente, pero de verdad que me quedó bien. Y Tiempos de locura sigue vendiéndose en las farmacias Las Américas. Así que ya saben, para la próxima vez que deban comprar su Colitrán o el jarabe para la tos, llévense su ejemplar.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sancho Panza dijo:
están bonitos sus manuscritos maestros, dentro de cien años se podrán subastar en Cristy o esas casas de Nueva York.

Pero use tinta china indeleble para las correcciones, porque la tinta común se borra con el agua.

Se lo digo porque muchos manuscritos de don Miguel de Cervantes se borraron

Rafael Eduardo Menjivar Merida dijo...

a nosotros nos pasan cosas parecidas. la memoria muscular te traiciona y te obliga a repetir ideas que ya no quieres volver a usar. la solucion es estar practicando cosas nuevas. en los desarollos estar atento a lo que tocas para no repetirte, pero tambien atento a no interferir con buenas ideas.
lo malo del jazz es que si no piensas estas mal. pero si piensas tambien.
pinche musica

Anónimo dijo...

Emmanuel Pocasangre

tiene razon sabe, el poema del payaso realmente quedo mutilado, de cada uno de sus miembros, nacio otro payaso, nunca pense que la tarea de crear se saliera de las manos, perque resultan dificil ya que las ideas siempre cambian