16 de enero de 2009

Plagios, paráfrasis y guiños

Hace años se me ocurrió hacer unas especies de collages literarios con materiales sacados de revistas de modas, libros "de autoayuda" de los años veinte, citas de autores desconocidos, frases de programas de tele y cosas así. Esos materiales estaban en medio de textos míos, y eran refuerzo o complemento o lo que sea de lo que escribía. Se trataba de juegos, de ejercicios que estaban destinados a divertirme a mí y quizá a mi papá y a algún amigo; tenía entre 16 y 20 años y era mi modo de experimentar y distraerme mientras trataba de aprender a escribir en serio.
Obviamente no eran cosas que estuvieran destinadas a publicarse; la tercera parte o la mitad de lo que estaba allí no era mío, sino de periodistas frívolas (y frívolos), hacedores de milagros, creo que hasta Carreño y Amy Vanderbilt salían a relucir con su onda de buenas costumbres y de etiqueta. Y los textos míos no se bastaban a sí mismos.
Con todo, alguna vez me ofrecieron publicar uno de esos juguetes y estuve tentado a decir que sí. Pero venía el problema: ¿daría o no daría el crédito a los autores o publicaciones que usaba? ¿Tenía derecho --como dicen ahora los... uh... conceptuales-- a "apropiarme" de textos ajenos y a hacerlos pasar por míos? Digamos tomar un trozo de una nota de una revista de modas de los años treinta, que no venía firmada, y no poner el crédito, y quedar como ingenioso por haber inventado algo tan de época de manera tan acertada, etcétera. Era claro que no podía hacer algo así; a eso se le llama plagio, aunque no haya quien reclame. Quizá los autores de los fragmentos "apropiados" no se enteraran, pero yo lo sabría, y me hubiera sentido bien incómodo ante cualquier comentario. O peor: quizá me entrara la paranoia de que me fueran a descubrir, y qué vergüenza. Mal modo hubiera sido de empezar mi carrera.
Lo otro era poner notitas al pie, pero qué pereza. O poner al final del volumen referencias generales en la onda de "algunos fragmentos fueron extraídos de tales revistas, de tales libros y se usaron de manera descarada para darle algo de interés al libro que acaban de leer, si es que lograron acabarlo". Roque Dalton lo resolvió muy bien en Historias prohibidas del Pulgarcito, pero el carácter del libro lo permitía.
Hubo toda una escuela en un país centroamericano --creo que ya lo he comentado por acá-- que se "apropiaba" de un texto ajeno, le hacía pequeños cambios y los... uh... escritores lo firmaban como propio, sin referencia al autor original. Al final, un lector inocente no sabía qué carajos estaba leyendo, cuál era la versión original y allí había un montón de zánganos robándose lo que no era de ellos. El asunto parece no ser privativo de ese país y de esa época; las bases de algunos concursos ponen como una de las bases que la obra debe ser totalmente original y sin trozos de obras ajenas (a reserva de que se cite la fuente, supongo). Por allí he visto libros publicados como totalmente originales que contienen pedazos de textos ajenos, de revistas y libros, sin aclaraciones ni nada. Me imagino que al final el ego gana y la gloria vana y el oropel vacuo hace que los autores y autoras (no lo digo así por corrección política) se queden callados y acepten honores que no les corresponden.
Hay también las paráfrasis. García Márquez levantó su carrera con una paráfrasis de la obra máxima de un premio Nobel, ¡Absalón, Absalon!, de William Faulkner, que en sus manos se convirtió en Cien años de soledad. Por desgracia, muchos años después repetiría la experiencia en Memoria de mis putas tristes, un pálido remake de La casa de las bellas durmientes, del también Nobel (como él y Faulkner) Yasunari Kawabata.
En varios premios de poesía ha pasado que se ha descalificado, e incluso denunciado, a poetas jóvenes que hacen cosas como copiar poemas completos o que ponen algún verso de algún autor conocido en alguna parte. Lo primero es deleznable; lo segundo me parece poco sano, sobre todo si no hay "algo" que diga que el verso, vamos, es de otra persona. El problema es cómo hacerlo: ¿nota al pie, unas cursivas, advertencia al principio o al final? Hasta ahora se ha considerado como plagio, excepto cuando lo hace Eliot en La tierra baldía porque, claro, hay una amplia sección de citas ajenas al final del poema, y el poema es genial.
En lo personal, casi siempre pongo una frase ajena, sólo una, en algún lugar de mis novelas, y es un modo de decir de dónde salió la idea del libro o de esa parte del libro. En Los héroes tienen sueño hay una frase de dos palabras que es de Hemingway, pero que decenas de escritores han puesto en sus libros sin quitárselas a nadie. Nomás que yo la saqué de Hemingway. En la primera parte del Breve recuento de todas las cosas hay un pequeño verso del Canto de guerra de las cosas, de Joaquín Pasos, por algo bien sencillo: allí se me ocurrió escribir una especie de sermón, con un cura --o su equivalente en un libro bien perverso-- parado en un púlpito y hablando de Dios y del Hombre (nunca se dice la Mujer, qué fea cosa) y qué sé yo. No se parece en nada al Canto de guerra, pero de allí salió la idea, y quien conozca lo de Pasos se enterará. (Hasta ahora, Mario Zetino es el único que lo ha notado.) En el primer capítulo Instrucciones para vivir sin piel viene una referencia a un cuento de Claudia Hernández, y es por algo que pasa en uno de los capítulos finales. Si quito las referencias no pasa nada; los libros siguen siendo los mismos. Si las dejo, alguien algún día las encontrará a igual hablará de plagio o de intertextualidad, según su buena o mala leche. Prefiero lo segundo, la verdad; sólo es una frase que da una pista a quien quiera encontrarla. Un guiño muy rápido para ciertos lectores.
Hay un par de novelas inéditas en las que no lo he hecho. Voy a revisarlas y a ver qué pongo.
Pero, en serio, usar fragmentos de otras personas y hacerlos pasar como parte del propio ingenio es una fea costumbre. Sobre todo si alguien se da cuenta y se le ocurre hacerlo público.
No sé a qué viene este post. Me imagino que al desvelo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

El asunto es complejo. Por supuesto, copiar un fragmento y hacerse pasar por su autor es falta de ética. Sin embargo, volver a usar material ya existente siempre ha sido un resorte importante de la creación, en todas las disciplinas. Música (Mozart reutliza en su Requiem frases musicales del de Cimarosa), pintura (Dali, Picasso reinventaron a Vermeer o Las Meninas y me gusta bastante Braun Vega), teatro (no habría Romero y Julieta sin La Celestina, y el más famoso de los Dr Faustus, el de Goethe, es a mi juicio inferior al original, el de Marlowe), en fin... Yo lo veo como generosidad. Recuerdo haberle planteado el asunto a un músico, François Rauber, muchas veces copiado. Para él era un honor, una forma de reconocimiento. "Si me copian, es la prueba de que lo que hago gusta", me dijo, y añadió con una sonrisa: "sólo se roba a los ricos". Tampoco hay que olvidar lo que significa "publicar": es hacerlo público. Con la consecuencia de que cualquiera puede apropiárselo. Para, vergonzosamente, hacer lo que se le antoje: cortarlo en pedacitos, quemarlo e incluso traducirlo. O llevarlo al teatro. Ejercicio para la semana entrante: comparar la oraciónde Juan Rulfo : "El padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir" con la primera de Cien años de Soledad, de un tal García Márquez que por otra parte varias veces insistió en que había sacado de la Metamorfosis de Kafka la primera oración de Crónica de una muerte anunciada. Para mí se trata de un proceso normal, tal vez porque soy un admirador de Luis Aragon, quien teorizó la cuestión en un ensayo titulado "Arma virumque cano", en el que justifica este proceder. Thierry

Lorena J. Saavedra dijo...

Hay días que dan ganas de robar. La miro (miramos), y la saboreo (amos), la frase es tan buena, la puta frase es tan formidable que dan ganas de que nadie más la vea y que digan que es de uno, y da envidia (sana?), y decimos: por qué no se me ocurrió así tal cual.. No se puede tener todo en la vida. Los grandes son grandes, y si uno usa una frase debiera ser como decís: por referencia de dónde caminamos primero, como lo hermoso de Yoknapatawa.

Raúl Esquivel Martínez dijo...

Definitivamente, eso del plagio es una cosa muy complicada, y nadie se salva; como por ejemplo Saramago; y es que uno anda por ahí, con la oreja bien parada, escuchando conversaciones, historias, y si la memoria no es del todo buena, puede que surja una idea que parece la más original, la desarrolla y después se descubre que alguien más ya había escrito algo muy parecido y uno no tenía ni la más repajarolera idea de que existía ese texto.
O bien, a mí me sucede con frecuencia, que escuchas una canción y una frase, un verso te da el disparador, no ya para volver un relato aquella canción, sino también para desarrollar historias completas. Estamos claros que no se trata de reproducir un texto tal cual, cambiarle un par de comas, unas cuantas frases intermedias y decir que es de uno (en el mejor de los casos).
Aunque claro que hay de casos a casos, en la música popular el apóstol del verso sin esfuerzo (Ricardo Arjona) tiene un largo historial de plagios a Serrat, Sabina y un larguísimo etcétera, sin que nadie haga nada; es más, hasta lo tachan de "poeta".
podríamos, como canta irónicamente Leo Masliah, ponernos en plan de juntapuchos que dice anda recogiendo las ideas y los sonidos de los demás, para luego armar canciones y con ellas un buen negocio, pues no se le puede acusar de plagio por sólo un compás.
O bien, se puede capitalizar el plagio y darle la vuelta, como el caso de "copyright", una novela de Jorge Maronna (Les Luthiers y Luis María Pescetti) en la que el personaje central es presisamente un plagiario y consiguen que el lector se revuelva de risa al identificar las "genialidades" literarias de Lucas (el plagiario), que inicia su obra maestra (destinada a levantarse a una mujer) así:
"En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, frente al pabellón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde en que, al despertar de un sueño agitado, Gregorio Samsa se encontró en su cama transformado en un horrible insecto"
En fin, creo que lo cierto es que hay que cuidarse mucho de lo que se escribe, y no olvidarse nunca es que esas son de las tentaciones tarde o temprano pasan facturas muy altas.
Para eso mejor, dedicarse a los lugares comunes, siguiendo siempre el principio de que al lugar común se entra por la puerta grande y se cierra con broche de oro.

Rafael Eduardo Menjivar Merida dijo...

chale nadie menciona las citas como algo bueno.
y yo toco con un buen de citas de pat martino, peter bernstein, mimi fox, pat metheny, y quien se deje.
ya me siento plagiario.