10 de enero de 2009

Una de esas madrugadas

Krisma tenía razón: en algún momento el personaje, cerca del el final, hacía algo que tenía que hacer, pero en el texto no estaba justificado. (Voy por un pedazo de queso. Con permiso. Ya.) Un error de novato, pues: uno se hace el mapa completo en la cabeza, y escribe como si todo fuera obvio, como si el lector pudiera ver lo que uno ve. Y pues no. Toda la información --o al menos las pistas-- que el lector necesita para entender un texto deben ir dentro del propio texto, y háganle como quieran. Eso incluye referencias externas que uno pudiera hacer. Por ejemplo, es frecuente leer relatos o poemas en los que el autor o el personaje --y más el autor que el personaje-- hablan de que están oyendo en ese momento una canción, digamos una que está sonando bastante en la radio. Dentro de unos años, o meses, nadie sabrá de qué canción se trata, y en vez de un elemento que dé contexto al texto se tratará de un dato que hace ruido y afloja el relato o el poema o lo que sea. Eso por no hablar de que no sólo mencione la canción, sino que ponga fragmentos, a la espera de que el lector sepa de qué se trata, y que esos fragmentos sean importantes para moverse en el texto. Se mata al animal antes de que nazca, y así para qué se toma uno el trabajo.
Pues algo parecido me pasó: el personaje central del tercer relato del libro que estoy escribiendo hace una llamada de consecuencias serias y por motivos serios, y los motivos no quedan claros, y por lo tanto, en términos prácticos, las consecuencias --si las hay-- serán banales, o inexplicables, o arbitrarias.
(Voy por otro pedazo de queso. Es un provolone que compramos en PriceSmart a precio de Petacones, o menos, y está delicioso. Lo hemos ido comiendo por pedacitos para que dure, pero no le auguro un par de días más.)

Por suerte salvé mi dignidad diciendo que, vaya, apenas era el primer borrador, pero me pasé días pensando en cómo salir del problema,
a) sin afectar significativamente lo que ya estaba escrito,
b) sin que el personaje quede como idiota o como irresponsable --bueno, sí, un poco irresponsable; de eso se trata--,
c) que cumpla con su deber --es policía--,
d) que se vaya con la muchacha pero sin que la muchacha se le escape, y
e) que pegue bien con el cuarto relato, que ya va adelantado.
(Comienzan los problemas: tengo que empezar a escribir el quinto relato antes de terminar el cuarto, para saber de qué va éste. Nada serio.)
Ahora tengo el pretexto de que apenas tengo un segundo borrador, con sus correcciones en la impresión y un largo añadido en el cuaderno. No me gusta cómo resolví el asunto, aunque me servirá como guía; pienso reforzarlo a la hora de pasar las correcciones a máquina. Creo que hay un par de situaciones que se resuelven de manera muy fácil: entre A y B, escogí B, y no C, y lo aecuado es siempre C.
El asunto es que la de hoy fue "una de esas madrugadas", de las que no pasaba desde hacía algún tiempo.
Comencé a corregir hace unos días, pero evitando llegar a la página 14 o 15, que es donde empezaba a ponerse flojo. Vimos Dark Knight (siguió sin gustarme mucho, pero no me dormí como la primera vez que la vi, y la actuación de Heath Ledger es sensacional, lástima), y poco antes de la medianoche me puse a meterle mano al texto. Vi un programa de tele y seguí dándole. Me dormí frente a la tele y me desperté sabiendo qué era lo que tenía que poner en ese lugar. Otro programa de tele y un par de frases que se me habían pasado por alto. Más tele, me quedé dormido, me desperté y a eso de las cinco de la mañana escribí algunas cuartillas en el cuaderno de turno. Me quedé dormido sobre el cuaderno, literalmente, y mejor me fui a la cama a eso de las siete de la mañana, después de apagar la tele, claro.
Una hora después me desperté porque había encontrado la solución --provisional y un tanto floja, ya lo dije-- al texto, y aquí estoy, con los ojos a media asta, decidiendo si empiezo de una vez a transcribir o si me voy a dormir un par de horas más; no tengo trabajo antes de la tarde, así que hay tiempo.
Mientras escribía, claro, me brincó lo de la estructura, que es lo que siempre me brinca cuando escribo. Bien rara, y no había manera de ponerla derechita sin que se perdiera todo lo demás, o sea empezar otra vez, etcétera. Y me acordé de un libro de Anaïs Nin que es una maravilla, Delta of Venus, que leí por última vez hace añísimos, y que de hecho estudié como loco, en especial algunos relatos ("Elena" es lo más notable).
En los mejores relatos, Anaïs Nin no sólo hace que los personajes armen sus historias --que vendría a ser mi modo favorito--, sino que deja que el tiempo mueva a los personajes, que los zarandee o los haga deslizarse o lo que sea. En los relatos, el tiempo corre a diferentes velocidades, según el momento, y no me refiero a rollos técnicos, como el manejo del tiempo narrativo, sino al tiempo mismo. Y la cantidad de tiempo que hay en los relatos de Anaïs Nin es limitado: todo debe ocurrir en un cierto lapso. Agarra un inicio de manera que parece arbitraria y el final es más o menos similar: el reloj llegó a cierto punto, allí se acaba el texto, estén como estén las cosas. Algo así intento hacer con este tercer relato, lo hice un poco con el segundo, y no hay modo de que el cuarto funcione de otra manera.
A la vez recordé un libro de cuentos de Lawrence, El oficial prusiano, y otro de Böll, La confesión. En sus relatos pasan cosas pequeñas, sin trascendencia, que no les importan más que a los protagonistas. Si algo pasa o no pasa, si toman una decisión u otra, el mundo y hasta su entorno más cercano seguirá igual. Y sin embargo hay relatos muy poderosos, y su encanto es precisamente esa banalidad, algo que de seguro le aprendieron a Chéjov.
Ahora estoy trabajando en dos cuadernos al mismo tiempo y en las impresiones de los borradores, y con plumas de dos colores --azul y negro--, además de marcadores de textos para recalcar ciertas partes. A mi lado autista no le gusta, pero hasta es incómodamente divertido andar jalando con todo eso por todas partes.
Me voy a dar un baño caliente, porque no me puedo quitar de la cabeza el rompecabezas en el que estoy metido, y después de nuevo a la cama.
(Y todavía queda un trozo de queso como para dos o tres pequeñas dosis.)

1 comentario:

Raúl Esquivel Martínez dijo...

Muy interesante (hasta me quedé antojado con quel queso, jeje).
No cabe duda que el trabajo de corrección es lo más complicado; a mí en lo personal es algo que me cuesta muchísimo trabajo porque lo confieso, soy un pésimo autocrítico, o no les quiero cambiar ni una coma, o quiero quemarlos al más puro estilo Savonarola.
Sin embargo, y tal vez estoy mal, a diferencia de lo que comentas, para mí es realmente imposible, si comienzo a pensar en estructuras, estilos y demás, termino auto castrándome y no sale nada, por lo regular me viene la idea, la voy masticando hasta que toma forma y de ahí me siento a escribirla, la dejo fluir y hasta que está terminada, en la corrección, es donde trato de identificar ya las cuestiones técnicas (forma, estructura, afinar el género, etc.). Incluso en mis incursiones en dramaturgia, yo escribo, sé de dónde comienza y hacia dónde va; pero me ha pasado que la premisa de la obra no la identifico sino hasta que está terminado todo el trbajo (lo cual me causó muchas peleas con Hugo Argüelles y sus apóstoles). No sé, cuestión de estilos, pero normalmente cuando me siento a escribir algo, lo único que tengo claro es si va a ser un cuento, un guión, un ensayo o una novela. Espero no estármela cagando jejeje, Usted que es el que sabe, me dirá...
Un abrazo